Cambio Climático: Documento de fundamentación de Cáritas Española. Noviembre 2015
NUESTRA HERMANA MADRE TIERRA Y EL CAMBIO CLIMÁTICO En la Encíclica Laudato Si’, el Papa Francisco retoma el testimonio de Francisco de Asís y nos invita a una nueva relación con la Madre Tierra, considerada como una hermana con la cual compartimos nuestra existencia, sintiéndonos “íntimamente unidos a todo lo que existe” (LS, 11). Esta es una transformación profunda en nuestra forma de mirar la tierra y todo cuanto en ella vive y da vida. Con esta mirada profunda podremos acoger la alerta que nos hace el Papa Francisco sobre la necesidad de cuidar y proteger nuestra “casa común”, tan deteriorada a causa de la actividad irresponsable del hombre. El Papa nos anima a tomar “dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar” (LS, 19). El cambio climático es una realidad que nos afecta a todos. De modo particular, atenta contra la vida y los derechos de las personas y comunidades más vulnerables, precisamente aquellas que menos provocan el cambio climático son las que más padecen sus efectos. Es una realidad que acompañamos, a través de nuestras Cáritas hermanas, en las cinco regiones del mundo, donde son y somos testigos de las huellas estructurales y sociales que esto deja. Los testimonios nos dicen que el campo es menos productivo, las sequías son más largas y el invierno más duro. Se trata de una realidad muy concreta que observamos cada día: Este verano, 2015, en España, la ola de calor ha sido la más larga desde que existen datos. El cambio climático es una expresión evidente de la crisis ecológica de nuestro tiempo y está estrechamente relacionado con el modelo de extracción, producción, distribución y consumo. La Comisión Europea estima que cerca de 100 millones de toneladas de alimentos se desperdician cada día, y la FAO estima que aproximadamente 1/3 de los alimentos producidos se desperdician. Durante demasiados años hemos explotado la tierra como si fuese inagotable: hemos extraído recursos sin preocuparnos por las consecuencias. “Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla” (LS, 2). Así, hemos roto los ciclos naturales y provocado desequilibrios una de cuyas mayores manifestaciones es el cambio climático. En el capítulo primero, “Contaminación, basura y cultura del descarte” de la Encíclica Laudato Si’ el Papa Francisco desarrolla una comparación muy interesante: por un lado expone cómo nuestra actividad económica produce contaminación y basura, con consecuencias para el medio ambiente y la salud humana. Alerta sobre el descarte, que afecta tanto a personas excluidas como a objetos que se convierten en basura. Por otro lado lo compara con los procesos naturales, en los que nada sobra, de manera natural todo se recicla. Todos los organismos juegan un papel: las plantas, los herbívoros, los carnívoros, los descomponedores, que dan lugar a una nueva generación de vegetales.
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El Papa nos invita a imitar a la naturaleza en los procesos económicos, adoptando “un modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las generaciones futuras” (LS, 22). Es un mensaje que de un lado, sostiene la necesidad de aprender y respetar los procesos que se dan en la naturaleza y, de otro lado, la urgencia de que la economía incluya a todos los seres humanos en relación de equidad y a aquellos que vendrán después de nosotros. Este enfoque de economía circular propone hacer un uso responsable de las materias primas, aprovechar al máximo los recursos y aplicar la regla de las 3 R (reducir, reutilizar y reciclar) en un círculo continuo. El cambio climático está estrechamente ligado también a la vulneración de los derechos humanos, empezando por el derecho a la vida. Las graves transformaciones en el clima del planeta amenazan la vida de miles de personas, aumentando la frecuencia de huracanes, inundaciones, sequías y otros fenómenos climáticos extremos. Según Cáritas Filipinas, sólo el ciclón tropical Haiyán dejó 13.2 millones de personas afectadas, con más de 4.4 millones de personas desplazadas. El derecho universal a una alimentación adecuada también está en peligro. Si no actuamos con determinación ahora, se pondrán en riesgo décadas de trabajo combatiendo la pobreza. El cambio climático está provocando pérdidas en cosechas, en la pesca, y ganadería. Para Cáritas, actuar para el cambio climático es fundamental para erradicar la pobreza, el hambre y la desnutrición, por eso acompañamos iniciativas que pretenden recuperar el suelo fértil, y la cabaña ganadera. Cáritas Bangladesh, por ej, acompaña 47 aldeas del sudeste del país, para que estas comunidades abandonen el sistema de “tala y quema”, (al que se vieron obligados a realizar al sufrir la expropiación indebida de sus tierras), y formarles para pasar a sistemas agrícolas sostenibles basados en la agroecología. El cambio climático fuerza a millones de personas a migrar de las zonas que dejan de ser habitables. Y muchas de las veces, como dice el Papa Francisco, estas personas y familias tienen que migrar sin ninguna protección sobre su vida y sus derechos, al no ser reconocidos como refugiados y no estar amparados por las ya frágiles normativas de acogida. Por las mismas causas, los animales y plantas van desapareciendo. La tasa de extinción es muy elevada, los biólogos hablan ya de que vivimos en un período de extinción. La actual tasa de extinción es de 100 a 1000 veces el promedio natural en la evolución. En 2007 la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza consideró que una de cada ocho especies de aves, una de cada cuatro mamíferos, una de cada tres de anfibios y el 70 % de todas las plantas están en peligro. El Papa nos alerta que todas las especies tienen “un valor en sí mismas” (LS, 33). No debemos considerar las especies por el valor económico que puedan tener, sino como parte de la creación. “Por nuestra causa, miles de especies ya no darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje. No tenemos derecho.” (LS, 33). Es por esto que el Papa dirige su encíclica a todas las personas que habitan este planeta, (LS, 3) hablando de la grandeza, la urgencia, y la hermosura del desafío que se nos presenta (LS, 15). Recientemente, las conferencias Episcopales Regionales de 5 continentes, han hecho un llamamiento para la acción, pidiendo un acuerdo justo en la Cumbre de París y dando su testimonio desde la iglesia católica.
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NUESTRA POSICIÓN ANTE LA CUMBRE DEL CLIMA COP21, PARIS Es así como Cáritas se prepara para la Cumbre del Clima. En diciembre de 2015 se celebrará en París la 21º Conferencia de las Partes, de Naciones Unidas, con el objetivo de alcanzar un nuevo acuerdo climático que permita a la comunidad internacional hacer frente a este reto. Para nosotros, el reto climático es sin duda enorme, pero supone también una oportunidad para la transformación de la sociedad, necesaria para atacar las causas profundas de la crisis ecológica. Ante esta nueva oportunidad Cáritas hace un llamamiento para que las partes adopten un acuerdo justo, vinculante y verdaderamente transformador: un nuevo contrato social y político que implique un cambio en los patrones de producción y consumo y la búsqueda de un modelo de convivencia centrado en las personas y en el cuidado de la Creación. Desde Cáritas participaremos en la Cumbre de París con peticiones concretas: 1. Se debe alcanzar en París un acuerdo firme y vinculante, que tenga efectos concretos y positivos para la población mundial, especialmente para las personas más vulnerables. El acuerdo que se alcance, debe establecer como pide el Papa “un sistema normativo que incluya límites infranqueables y que asegure la protección de los ecosistemas” (LS, 53). Para ello, es necesario que la temperatura del planeta no aumente en promedio por encima de 2°C respecto a los niveles de 1850. No es posible alcanzar este objetivo urgente e irrenunciable sin una transformación radical en nuestra manera de producir y consumir que reduzca la emisión de gases de efecto invernadero a la vez que mejora el desarrollo humano. Esto es perfectamente posible si hay voluntad política. El acuerdo debe considerar las dimensiones técnicas pero también las éticas y morales del cambio climático, tal y como se recoge en el Artículo 3 de la UNFCCC. Los acuerdos deben incorporar medidas para proteger primero y promover después los pilares social y ambiental del desarrollo sostenible. El desarrollo también debe ser inclusivo, alcanzar a todos, y además viable, no puede comprometer a las generaciones futuras provocando la destrucción del patrimonio natural y cultural. 2. Asuman medidas concretas hacia una profunda transformación del modelo económico, con un enfoque centrado en la persona y su relación con la hermanaMadre Tierra.1 En esta transformación debemos ser concretos, señalando los aspectos prioritarios sobre los que hay que actuar. Uno de ellos que supone un enorme cambio es la transformación de la matriz energética actualmente basada en el consumo de carbón y petróleo, por energías renovables. Este cambio es necesario y debe ser prioritario. Esta transformación ya se está llevando a cabo, pero de una forma demasiado lenta. Ya que la emisión de gases invernadero proviene en un 75% de la generación energética, la implantación total de energías renovables, prevista para 2050, solucionaría el problema de las emisiones de gases de efecto invernadero. Además, las energías
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Documento de los Obispos Latino-Americanos en Aparecida,125
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renovables son una oportunidad económica para generar miles de empleos, de actividad, y para llevar la energía a millones de hogares que sufren pobreza energética. Otro sector sobre el que hay que actuar inmediatamente es sobre la protección de ecosistemas afectados por la actividad humana intensiva. Estamos destruyendo ecosistemas que han tardado millones de años en formarse y albergan especies animales y vegetales únicas. Estos ecosistemas prestan servicios muchas veces no valorados pero que lamentamos cuando se dejan de prestar: la depuración de agua, la estabilización del suelo, la producción de frutos y animales silvestres, incluso actividades culturales, recreativas o de turismo. Todo esto se pierde cuando por la acción de la mano del hombre dañamos o destruimos los ecosistemas. Los Estados y los espacios de decisión política deben avanzar en la configuración de marcos normativos vinculantes que regulen las actividades de las grandes y pequeñas empresas, relacionadas con sectores económicos estratégicos, como los de hidrocarburos, infraestructuras, minerales, alimentario o de extracción de bienes naturales básicos. La regulación de las actividades desarrolladas en estos campos debe abordar cuestiones como: la garantía de los derechos humanos reconocidos en las normativas nacionales e internacionales; la promoción de modelos extractivos y productivos ambientalmente sostenibles; el respeto a los ritmos inscritos en la naturaleza (LS, 71). Debemos hacer un esfuerzo común por recuperar la capacidad de la política, tantas veces sometida al dominio de las finanzas y la tecnocracia (LS, 53,54). En este aspecto, las empresas juegan un papel determinante, porque deben incorporar en su visión la mirada de derechos, medidas de buen gobierno corporativo, de responsabilidad social, e incorporar siempre una evaluación de impacto ambiental y de riesgo climático en sus procesos de toma de decisiones. Así mismo, los Estados deben dar muestras de su voluntad de colocar la economía al servicio de los Pueblos (Mensaje de Francisco a los movimientos sociales, Santa Cruz/Bolivia, julio 2015), adoptando medidas políticas determinadas que fortalezcan la economía social y popular y nuevos sistemas de producción de alimentos vinculados a la Agricultura Familiar y Comunitaria, la Agroecología y la Agricultura Sostenible. Para ello se necesita una postura política con altura de miras. “No basta con incluir consideraciones ecológicas superficiales mientras no se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual. Una sana política debería ser capaz de asumir este desafío”. (LS, 197) Debemos trabajar para fomentar un desarrollo ambientalmente sostenible y socialmente justo, por ejemplo, aumentando la agroecología compartiendo tecnologías limpias. Debemos evitar la comercialización irracional de los recursos naturales y la creación de mecanismos de mercado que subestiman el valor inherente de la naturaleza, como los recogidos en la llamada “economía verde”. En este aspecto, nada se conseguirá si no es a través de las empresas, que deben incorporar en su visión la mirada de derechos, medidas de buen gobierno corporativo, de responsabilidad social, e incorporar siempre una evaluación de impacto ambiental y de riesgo climático en sus procesos de toma de decisiones. Avanzando de este modo, hacia un enfoque responsable también desde el punto de vista medio ambiental, superando los requisitos exigidos a través de la legislación establecida y profundizando en un enfoque real desde el ámbito de la RSC. Esto se consigue, con la aportación de acciones de manera voluntaria superando los mínimos legislados y por tanto entroncando el verdadero valor de la RSC, que se centra en aquellas aportaciones que superan lo legislado y por tanto entran en el ámbito de la voluntariedad.
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Las decisiones económicas del día a día están por tanto en el corazón de la transformación que propone el Papa. Estas decisiones corresponden un estilo de vida y a la dimensión humana de la ecología. La Cumbre de París debe aportar un marco normativo, pero al final somos nosotros quienes debemos “vivir sencillamente para que otros puedan, sencillamente vivir”. 3. Garantizar los derechos humanos fundamentales de todos, con especial énfasis en las personas y comunidades en situación de mayor vulnerabilidad. El cambio climático está poniendo en peligro o comprometiendo los derechos fundamentales de millones de personas, especialmente las más vulnerables. El nuevo acuerdo debe basarse en una visión compartida que reconozca que debemos vivir en armonía con la naturaleza y garantizar el cumplimiento de los derechos humanos para todos, incluyendo los pueblos indígenas, mujeres, jóvenes y trabajadores. El derecho a la vida, se ve comprometido en cada desastre natural, y tristemente se producen más víctimas cuanto más precaria es la situación y mayor la vulnerabilidad de las personas. Debemos actuar por tanto para ayudar a las poblaciones más pobres y vulnerables, para reducir su riesgo ante el cambio climático. Cáritas prioriza esta acción y estima que al menos un 50% de los fondos climáticos deben destinarse a la adaptación climática de estos pueblos. El Derecho de acceso a la tierra, al agua, al alimento y a un medio ambiente sano, también está comprometido por el cambio climático. En efecto, la destrucción de los ecosistemas provoca la contaminación del aire y las aguas, desaparición de los animales, degradación de la tierra, y todo esto afecta una vez más a los más pobres. La destrucción cultural es también alarmante. No debemos exportar nuestra cultura e imponerla sobre las culturas tradicionales, mucho más respetuosas con la Hermana-Madre Tierra. Los derechos de los pueblos indígenas sobre sus territorios deben ser protegidos, y su voz, escuchada. Es necesario reforzar el Derecho a la Consulta Previa, Libre e Informada de los pueblos indígenas y comunidades tradicionales2, pues solo así se podrán tomar decisiones justas y con la participación de todos. Así, se deberá garantizar el Derecho a la participación de los grupos afectados (pequeños agricultores, comunidades indígenas, pescadores y otros) en la elaboración de las políticas de desarrollo, a través de la creación de plataformas nacionales, regionales y locales para asegurar la representación adecuada y activa en la Cumbre de París. Ellos son los principales afectados por el Cambio Climático y, al mismo tiempo, son fuente de saberes y de prácticas sostenibles del uso de los recursos naturales. Por ej, Cáritas Española acompaña el trabajo del Consejo Indigenista misionera (CIMI) en Brasil, en su trabajo con las comunidades indígenas para exigir el derecho a la consulta y el derecho al reconocimiento de sus tierras. En concreto, el apoyo a la comunidad Munduruku, en la defensa de sus tierras, frente al proyecto de construcción de la una gran Hidroeléctrica por parte del Estado Brasileño en el río Tapajos. Esta es una de las actividades que Cáritas Española acompaña dentro de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM). Finalmente, habría que reforzar los mecanismos de protección jurídica para la defensa de la lucha contra el cambio climático, así como los sistemas de vigilancia y control social de las políticas públicas. 2
Convención 169 OIT y Declaración Naciones Unidas sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas
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4. Comprometan la financiación necesaria de forma clara y transparente Actuar sobre el cambio climático es una tarea enorme ya que supone transformar nuestros hábitos y nuestra economía, a la vez que implementamos toda batería de políticas públicas destinadas a transformar la matriz energética, proteger el medio ambiente, y adaptar las ciudades y los sectores productivos al cambio climático con especial atención a los más vulnerables. Se ha estimado que el coste anual de estas políticas estará sobre los 100.000 millones de dólares. Los países industrializados se han comprometido en anteriores cumbres a contribuir con montos suficientes, pero también se reconoce que el sector privado jugará un papel esencial. Desde Cáritas estimamos que dichos fondos deben provenir, en su mayoría, del presupuesto público y deben ser adicionales a la Ayuda Oficial para el Desarrollo (AOD), nunca un reemplazo de la misma. Como movilización inicial de recursos, exhortamos a (todos) los gobiernos del mundo a asegurar el pago de, al menos, 15.000 millones de dólares al Fondo Verde para el Clima en el curso de los próximos tres años 5. El futuro que queremos El desarrollo sostenible debe incluir a los pobres. El Papa Francisco llama nuestra atención sobre el efecto del cambio climático sobre muchos países en vías de desarrollo a lo largo del mundo. Pero va más allá: en su discurso ante Naciones Unidas el Papa dijo que el mal uso y la destrucción del medio ambiente va acompañado de un implacable proceso de exclusión. Detener la crisis ecológica y modificar nuestra relación con la Creación requiere una profunda reflexión que parte de cada uno de nosotros y hace partícipe a toda la sociedad. Por tanto, las soluciones deben provenir de la suma de todos: personas, empresas, organizaciones de la sociedad civil, partidos políticos, gobiernos e instituciones internacionales. La Cumbre de París tiene el objetivo de construir un marco de normas que deberán aceptar los gobiernos y las empresas, pero el cambio debe partir de cada uno de nosotros. Además de los argumentos científicos, técnicos y económicos, las soluciones deben incluir principios éticos y morales, adoptando un enfoque desde los derechos humanos. Para hacer frente a este desafío ecológico, las importantes opciones políticas que se tomarán en los próximos meses representan una verdadera oportunidad para que los encargados de la toma de decisiones a nivel mundial coloquen a las personas más vulnerables y al cuidado de la creación en el centro de nuestro marco de convivencia. Recientemente, los Cardenales Patriarcas y Obispos que representan las Conferencias Episcopales de cinco continentes, han hecho un llamamiento para alcanzar un acuerdo “justo, vinculante y verdaderamente transformador” en París. Expresan que existe un vínculo entre el cambio climático, la injusticia y la exclusión social de los ciudadanos más pobres y vulnerables. El Papa nos invita al diálogo y nos dice que hay esperanza: Debemos unir a toda la familia humana en búsqueda de un desarrollo sostenible e integral. “Los jóvenes nos reclaman un
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cambio. Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un camino mejor sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.� Es por esto que ha llegado el momento de trabajar por el cuidado de la Creación.
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