Shining Stars #2

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2 EL MOMENTO EN EL QUE TODO EMPEZÓ

Valeria Quiroga despertó. El lugar que vio le pareció hermosamente familiar y desconocido al mismo tiempo. Yacía tumbada sobre la hierba fresca, bajo la sombra de un árbol. A unos pocos metros de ella se alargaba hasta el infinito una carretera estrecha, de un par de carriles, mal asfaltada cuyos bordes se difuminaban con la hierba. No había nada más a la redonda, ningún edificio, ninguna persona. Solo campo abierto. En el cielo azul el sol brillaba poderoso, sofocando a los mortales que caminaban por la tierra. Allí el cielo parecía estar más bajo de lo que en realidad se hallaba. Valeria reconoció aquel lugar. Era la carretera por la que ella misma circulaba en coche desde La Paz hasta Cochabamba, en el corazón de Bolivia. Iba en el coche de su novio, Tomás Buendía, y él conducía a gran velocidad. Aquellas iban a ser unas vacaciones increíbles. Tal vez “vacaciones” no fuera la palabra indicada. Ella se había fugado del internado junto a su novio, cuatro años mayor que ella, y habían recorrido cientos de kilómetros para llegar a otra ciudad donde nadie les conociera y pudieran compartir una habitación en la más absoluta privacidad. ¿Cómo había llegado Valeria hasta ese punto? Lo último que recordaba eran los labios de su novio Tomás sobre los suyos propios, besándose apasionadamente mientras él pisaba el acelerador hasta el máximo. El coche era un deportivo europeo de color rojo que parecía volar. Valeria ignoraba de dónde lo había sacado su novio, ni siquiera sabía que tuviese licencia para conducir. Recordaba el tapizado de cuero del asiento y la música en los altavoces a todo volumen: bachatas, cumbias villeras, también rock inglés. Y, de pronto, estaba tumbada bajo el cielo azul, despertándose de un sueño que no sabía cuán largo había sido. ¿Y Tomás? ¿Dónde estaban su novio y el coche? Se levantó casi sin fuerzas y deambuló hasta la carretera. Del otro lado había una ligera pendiente que descendía quitando de la vista lo que fuera que allí hubiese. Oía voces. Cruzó la carretera casi sin cuidado, allí no había ningún vehículo más circulando, estaba desierto. Cuando alcanzó el borde de la pendiente lo descubrió.


Había una furgoneta que se había salido del camino y se había detenido. El conductor había saltado fuera del vehículo y sostenía un teléfono móvil por el que hablaba apresuradamente, dando instrucciones. −Sí, ya le dije, la carretera que va hasta Cochabamba, el kilómetro 62… −Decía. A escasos metros de donde él se encontraba había otro vehículo que había sufrido un accidente. Debía haberse salido de la carretera a gran velocidad y había dado varias vueltas de campana hasta acabar allí donde se hubo detenido, boca abajo, destrozado. Era un amasijo de hierros retorcidos y cristales rotos que antes había sido un deportivo europeo rojo. Valeria lo reconoció de inmediato. Dio un grito asustada y corrió hacia allí. −¡Tomás! ¡Tomás! ¿Qué ha pasado? –Gritó. El hombre que hablaba por teléfono no reparó en ella. Valeria llegó hasta él. −¡Señor, señor! ¡Por favor, tiene que llamar a una ambulancia! ¡Mi novio conducía ese coche! –Gritó delante de él, pero el hombre ni se inmutó. Era como si no lograse verla ni oírla. Valeria corrió hacia lo que quedaba del coche solo para descubrir lo que ya temía. Allí, todavía sentado en el asiento del conductor, Tomás Buendía yacía inmóvil, con numerosos cortes en la cara. Su sangre se confundía con el rojo del deportivo y su cuello estaba torcido en un ángulo imposible. −¡No! –Sollozó Valeria rompiendo a llorar. Se derrumbó de rodillas allí, al lado de su novio y lloró con miedo. A lo lejos las sirenas de las ambulancias ya se oían, estaban llegando. Se preguntaba cómo había sucedido aquello. En qué momento ella se había bajado del coche y Tomás había seguido conduciendo hasta sufrir el accidente. No recordaba nada de eso. −¡Por acá! –Oyó gritar al hombre que se había detenido a socorrerlos. La ambulancia había llegado y los paramédicos bajaban apresuradamente. −¡Ayuda! ¡Ayuda, por favor! –Gritó Valeria. Pero en esta ocasión tampoco le dieron respuesta. ¿Por qué no le prestaban atención? Era la novia del herido. Los paramédicos llegaron hasta el vehículo sin darse cuenta de que Valeria estaba allí, a su lado, y ella se movió para dejarles sitio. Se hallaba desconcertada. De acuerdo que ella no estaba herida ni necesitaba curas pero, ¿no deberían haberla pedido, por lo menos, que se apartara? ¿Por qué no había reparado en ella?


−El joven está muy mal. No parece tener pulso. –Dijo uno de los paramédicos que se había agachado apresuradamente para examinarle. −¡No, por favor! ¡Tenéis que ayudarle! ¡Todavía está vivo! ¡No puede estar muerto! – Gritó Valeria desesperada. −¡Olvídale! ¡Aquí hay otra chica! –Gritó el otro paramédico. −¡Está viva! Valeria no entendía nada. ¿Otra chica? Ella era la única persona que había viajado con Tomás. ¿Quién más podía estar en el asiento de copiloto? Los paramédicos sacaron con mucho cuidado el cuerpo inconsciente y magullado de aquella otra persona. Era una joven de piel trigueña y pelo negro, lacio, largo. Tenía una hermosa figura con estrechas caderas y redondos pechos. Su piel parecía fina, de porcelana, aunque presentaba un horrible corte en la frente y sangra mucho. Toda su ropa estaba ensangrentada y hecha jirones. −¡Dios mío! –Exclamó Valeria aterrada al reconocer a aquella joven. Era ella. Valeria estaba contemplándose a sí misma, vestida con la misma ropa pero sin sangre ni heridas. −¡Está viva! –Volvió a exclamar el paramédico mientras le tomaba el pulso en la yugular. −¡Hay que llevarla al hospital! ¿Cómo era aquello posible? ¿Cómo podía haber dos Valerias, una malherida e inconsciente y otra de pie, sana y salva, a escaso metros de la primera? ¿Y por qué nadie reparaba en la segunda Valeria, la que estaba despierta? Los paramédicos corrieron llevando la camilla en la que portaban a la inconsciente Valeria hasta la ambulancia, también portaron el cuerpo del joven Tomás. Arrancaron a gran velocidad rumbo a un hospital y el hombre de la furgoneta que se había detenido a pedir auxilio decidió seguirles. Allí quedó Valeria Quiroga sola. La Valeria que se encontraba despierta y asustada, por el accidente y por lo que acababa de ver. Dudaba de que aquello fuese cierto, de que hubiese sucedido de verdad. Pero ella estaba allí. Sentía el calor del sol en su cuerpo, la leve brisa ondeando su pelo. El coche rojo aún estaba allí, terriblemente accidentado. No le dolía nada. No estaba herida y su ropa no estaba rasgada. Pero había otra Valeria Quiroga que sí lo estaba, que tal vez se muriese. Era a esa Valeria a la que habían prestado atención, a la que habían visto y tocado. No a ella, que aún se hallaba allí, sola, confundida, desconcertada, muerta de miedo. <<Ayuda>>, pensó, incapaz de decir una sola palabra, temblando sin poder dar ni un paso. <<¡¡¡Que alguien me ayude!!! Y esa súplica mental recorrió miles de kilómetros hasta ser escuchada por alguien.


<<¡¡¡Que alguien me ayude!!!>> Aquellas palabras resonaron con fuerza dentro de la cabeza de MindBlow, el hombre que acaba de regresar de su presente al pasado, o lo que era lo mismo, de nuestro futuro a nuestro presente. Había conseguido arrastrar al malherido Frank Connelly hasta un hospital donde había recibido la ayuda que necesitaba. Viviría. Hacía apenas un par de horas, el hombre que una vez se llamó André Phillipe y que ahora respondía a la identidad de MindBlow se encontraba en un tiempo apocalíptico, inmerso en medio de una batalla en la que su equipo, Assault, llevaba las de perder. Frank Connelly, que se hacía llamar Cronos y que tenía el don de viajar en el tiempo, le llevó hasta el momento en el que todo había comenzado. Ahora se hallaba en Londres, en el hospital Saint Thomas, muy cerca del río Támesis. Era el año 2014 y los seres humanos superpoderosos que serían denominados “prodigios” aún no habían irrumpido en la sociedad. Estaba a tiempo de parar La Guerra, el conflicto que acabaría por arruinar todo el planeta. MindBlow tenía el don de la telepatía. Podía escuchar en su cabeza los pensamientos de los demás. En aquella época en la que ahora se hallaba su versión más joven aún trabajaría para la INTERPOL, resolviendo casos sin cesar. Más adelante descubriría que muchos de aquellos casos los había resuelto gracias a su don. Ahora usaba su poder para algo más grande que resolver crímenes. Ahora ayudaba a la gente, luchaba por ella a una escala muy superior. El grito de terror que Valeria Quiroga había lanzado desde su mente sin proponérselo había alcanzado el cerebro de MindBlow, y ahora él, pese a estar separados por un océano, era capaz de sentir la angustia de ella, su incertidumbre, su terror. −¿Has recibido alguna señal? –Le preguntó Cronos que, tumbado sobre la cama de hospital, volvía a estar despierto. MindBlow le miró. −Unas cuantas. –Contestó. –Primero, las enfermeras han avisado a la policía. Llegamos aquí y tú presentabas heridas de bala en el cuerpo, era lógico deducir que avisarían a las autoridades. −¿Y no han llegado aún? –Preguntó Cronos, extrañado. −He usado mi poder para confundirles. Les he mandado a otro hospital. –Respondió MindBlow. –Pero es cuestión de tiempo que vengan aquí y nos encuentren. Es hora de irse. Cronos se incorporó con cierta dificultad. El torso le dolía, los puntos que le habían dado estaban muy recientes.


−Así es nuestra vida. –Bromeó Cronos. –Parecemos músicos, siempre de aquí para allá. −También he captado un grito psiónico. Una llamada mental. –Explicó MindBlow sin hacer caso a su compañero. –Una chica boliviana que acaba de sufrir un accidente de coche y acaba de activar su poder a consecuencia del shock. −¿La conoces? MindBlow negó con la cabeza. −No. Nunca la tuve en mi equipo ni luchamos contra ella. En este tiempo aún desconocía lo que era capaz de hacer con mi poder y no pude encontrar a tantos “prodigios” como quisiera. Imagina que esta joven de la que te hablo tal vez pasase los últimos años de su vida asustada, con un poder inigualable en sus manos pero sin control. –Se detuvo un momento, pensativo. –Imagina todas las cosas que podremos hacer bien ahora. Esto es una segunda oportunidad que no podemos desperdiciar. −¿Estás diciendo que vamos a ir a por ella? −Sí. Pero necesitamos transporte para llegar hasta allí. Lo primero es encontrar a un saltador. ¡Vamos! Vístete. Tenemos que irnos. Cronos hizo tal como su compañero le pidió. En el pasado, en un tiempo que ellos habían vivido ya pero que aún no había ocurrido, habían sido enemigos, Había peleado a muerte varias veces pero ahora solo se tenían el uno al otro. Se habían convertido en compañeros. Se necesitaban. Y en el fondo de su corazón, Cronos sabía que era por una buena causa. −¿Hemos llegado a la fecha que deseabas? –Preguntó Cronos, interesándose si el salto temporal había tenido éxito. −Hemos estado muy cerca de la perfección. –Respondió MindBlow, serio. –A casi un mes exacto del auténtico inicio de todo. MindBlow tenía en mente la reunión en la que su versión más joven se reunía con su superior, Jack Herbie, para formar un equipo de asalto que detuviese a los peligrosos “prodigios” antes de que se convirtieran en amenazas. Si los cálculos no le fallaban, debía de hacer un mes o poco más de aquello. Su versión más joven habría pasado semanas entrenándose y estaría a punto de comenzar su primera misión de búsqueda y captura. Salieron del hospital sin que nadie les molestase, ocultos gracias a una onda psiónica que distorsionaba la percepción de aquellos que les rodeaban o se topaban en su camino. Era un viejo truco mental muy útil que MindBlow había desarrollado. En Londres estaba amaneciendo. Llevaban apenas unas horas en 2014 y su misión ya había comenzado. Tal vez incluso llevaran algo de retraso.


En Lyon amaneció un par de horas más tarde. Allí era donde el André Phillipe de aquella época, y que algún día llegaría a ser MindBlow, tenía su hogar junto a la hermosa mujer con la que había decidido compartir la vida: su esposa Alyssa. Cuando André se incorporó en la cama los primeros rayos del sol se filtraban a través de la ventana. Alyssa dormía a su lado. Su figura era esbelta, su piel color ébano resaltaba con su cabello ondulado teñido de tonos rojos que se derramaba suelto sobre la almohada. La luz dorada del sol bañaba su costado y su brazo. André la contempló y no pudo sino preguntarse si aún estaba soñando. Qué bella era, qué afortunado era él de estar casado con ella. Se levantó despacio, tratando de hacer el menor ruido posible y comenzó a vestirse. No iba a ducharse porque a media mañana iba a tener que sudar de lo lindo. Ya podría darse un baño más tarde. −¿Ya te vas, mi amor? –Le preguntó Alyssa con voz somnolienta. Moverse sigiloso no había sido suficiente para no despertar a su mujer, que había echado en falta el cuerpo cálido de su marido junto a ella. −No quería despertarte. –Le susurró él cariñosamente. −No lo has hecho, tonto. He sentido tu ausencia. ¿Te marchas ya? −Sí, cielo. Sabes que estoy trabajando en un nuevo proyecto con Jack. −Parece que últimamente pasas más tiempo con ese Herbie que conmigo. Si sigues así voy a ponerme celosa, Andy. −No te preocupes. –André se agachó para besarla en la frente. –Te prometo que el próximo mes me tomaré unos días libres, solo para ti. Alyssa le agarró por el cuello de la camisa y lo arrastró hacia ella, haciéndole perder el equilibrio. −Dame diez minutos. –Le exigió de forma burlona. André se quitó la camisa con rapidez y volvió a su lado. Le dio casi veinte minutos.

Poco tiempo después, André llegó hasta la sede de la INTERPOL donde, en el sótano, le esperaba su superior, Jack Herbie. −Buenos días, André. ¿Preparado para continuar donde lo dejamos ayer? El entrenamiento al que André Phillipe se sometía podía definirse como brutal: una hora de ejercicio físico sin descanso que tonificaba sus músculos. Otra hora más de


entrenamiento con armas de fuego, prácticas de tiro al blanco con objetivos fijos o móviles. Otra hora más de combate cuerpo a cuerpo contra otro compañero. Finalmente una última hora de estudio en la que repasaba informes y documentos de los sujetos que Herbie se empeñaba en nombrar como “prodigios” y en la que tenía que memorizar toda clase de datos: nombres, fechas, lugares. Tras cuatro horas de entrenamiento llegaba el momento de relajar el cuerpo y la mente, y André y sus compañeros de equipo podían darse una buena ducha y respirar. Habían acabado hasta el día siguiente. O, al menos, eso fue lo creyó André cuando comenzó a vestirse en los vestuarios a última hora de la mañana. De entre las taquillas surgió la figura de Jack Herbie vestido con uno de sus habituales trajes de chaqueta y corbata. −Andy. −¡Jack! ¿Qué quieres? ¿Matarme de un susto? –Bromeó André ante la repentina aparición de su superior. −Llegó la hora, Andy. –Dijo Herbie. –Ya tenemos fecha para nuestra primera misión. El superior le dio a André una pequeña carpeta con un par de folios mecanografiados y algunas fotografías. Por fin, después de más de treinta días de entrenamiento, iba a comenzar la misión para la que había estado preparándose. Aún no terminaba de creerse esa absurda idea de humanos con superpoderes pero estaba listo para comprobar si todo lo que su superior le había dicho era verdad. Se dejó caer sobre uno de los bancos cuando Herbie se hubo marchado por donde había venido y abrió el dosier. Vio la fotografía de un joven negro de unos dieciséis o diecisiete años con el pelo oscuro y corto, los ojos almendrados y los dientes blancos y bien alineados. Era un muchacho atractivo. Todavía estaría en el instituto. André Phillipe se preguntó qué mal podría haber hecho ese chico, o podría llegar a cometer, para que un equipo de cinco experimentados agentes de la INTERPOL estuviesen entrenándose durante más de treinta días para salir a cazarlo como a un animal. En la ficha ponía que vivía en Londres, en uno de los barrios del sur de la ciudad, junto a sus padres. La misión estaba prevista para dentro de siete días. Encontrarlo sería fácil. Tenían su dirección y la de su instituto. Podrían interceptarlo de forma discreta como habían preparado. ¿Y luego qué? ¿Lo llevarían preso desde el Reino Unido hasta Francia de forma clandestina? ¿Iban a secuestrarlo? ¿Cuánto tiempo permanecería detenido? ¿Y con qué cargos? Las dudas se amontonaban en la cabeza de André.


Cuando esa primera misión acabase tenía previsto tomarse unos días libres. Quería descansar junto a su mujer. Tal vez hasta pudieran hacer un pequeño viaje a Barcelona. Habían estado allí hacía un par de años y les había encantado. Sería estupendo repetir la experiencia.


CONTINUARÁ.




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