No confunda esta ciudad; con otra.

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No confunda, una ciudad con otra Por razones obvias, habré sido el primero en descubrir que esta ciudad no solamente no parece lo que quiere, si no que con frecuencia parece lo que no quiere, y así, los propugnadores del arte contemporáneo lo van a encontrar más bien fantástico mientras que los encaramados en la arquitectura moderna y vanguardista, deploraran de su deliberado contubernio con la historia amenguada de nuestros días. No cabe duda que las cosas que pasan aquí, no pueden pasar de manera inverosímil a con respecto de las sustancias más bien retoricas, de los rezagos financieros que nos sostienen. Aunque a su vez, se mantienen los puros elementos de la imaginación, derogados por frecuentes remisiones a lo cotidiano y concreto. Personalmente no propongo alardear sobre las ocurrencias de tipo burguesas que comúnmente suceden dentro del globo de la necrópolis. Pudiendo dejar en claro que la ciudad, se mantiene a si misma, mediante prolapsos en el epicentro de los manjares aglutinados dentro de los monopolios gubernamentales, sin dejar claro, algún rastro sospechoso sobre ráfagas remuneradas con efectivo lavado a mano, y otra vez se suma la declaración del pueblo, las quejas, los espectáculos con sonido y huelga, y así, todo el mes.

En cambio, una prueba de la intención de la ciudad por adjuntar su tumulto histórico, mas bien retrospectivo. Es la de mirar sus esotéricas calles alfombradas por estiércol y borbotones exasperantes de quienes lamentan sus pasos al día por hora. El olor es imprescindible, pasa el conglomerado refinando sus patitas sobres los desordenes de los museos y los jardines que mueres por pisonear sus florecitas, que

lúgubremente se

hospedan inquietantes en los hostales y vaya, el turismo indignado por el trato, procede a reunir sus quejas y a pasar sobre reprochables oficinas inequitativas.

Una venezolana encaramada, y un guatemalteco confundido, al ver presi-venir los camiones de vuelta rápida sobre el centro histórico, infunden propiamente su aprobación plena y más bien reafirmante sobre el cemento bien puesto dentro de nuestra ciudad. Un par de señoras rentistas ocupando sus fauces bocales para decretar su venta de las mismas. Venden palabras. Viejos tuertos callejeros, ofrecen a la mano lindas y restriñidas amalgamas para el corazón. Venden llantos.


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