BARRO EN EL BARRO (Selecci贸n)
Ubinam dii qui orbem regebant sunt? J.A.
II
B
arro en el barro fue de aquellas gentes.
De su recuerdo quedan labores de alfarero, cuencos de tierra donde albergar la vida.
III
CABALLOS DE TARQUINIA (Sarcófago etrusco, s. IV a.C.)
¡C
ómo galopan por la muerte estos caballos!, ¡cómo golpea el viento
y se detiene en sus crines de arcilla, en sus alas inmóviles, en las cuencas vacías de sus ojos sin ojos!. El artífice ha muerto. Un fuego ya extinguido perpetuó inasible la huella de sus manos.
Galopan los caballos por las sendas del tiempo.
IV
LA SONRISA DE KROYSOS “Permanece triste y en pie junto a la tumba del fallecido Kroysos, luchador de primera línea a quien el tempestuoso Ares ha arrebatado” (Estela funeraria griega - siglo VI a.C.)
M
e río de vosotros que me creísteis héroe porque entregué mi vida en una guerra inútil.
¡Si supierais que el Hades es un mundo de hielo, que no hay ningún Caronte aguardando en la orilla
y el óbolo en mi boca es un cobre oxidado!. ¡Cómo echo de menos la brisa de la tarde, el suave balanceo de las naves cargadas, el calor de una hoguera, las laderas de olivos!.
Si esta quietud azul me traspasa los huesos ¿por qué alzáis en mi tumba estelas de victoria?. ¡Si supierais que nada vale más que una brizna barrida por el viento!. Me río de vosotros V
que me creísteis dios, que me creísteis héroe. Nunca supisteis nada, no quisisteis saberlo. Era un joven cobarde llamado por la muerte. Sólo soy una sombra. Seré ceniza y viento.
VI
ALEJANDRO
C
ombatí con Filipo en Queronea, belfo con belfo mi caballo y el del joven Alejandro.
Andrónico es mi nombre. Nadie podrá decir que soy mal macedonio. Crucé con mis hetairos el estrecho y ofrecí sacrificios a los dioses en las ruinas de Troya antes de penetrar en territorio persa. Vencí a Memnón en Gránico. Inverné en Sardes con Parmenio y en la batalla de Ipsos yo estaba en la vanguardia quebrantando las líneas enemigas al lado de mi rey; todo el campo erizado por las largas sarissas de nuestras falanges. Destaqué en el asedio a la ciudad de Tiro. VII
Bordeé el Sinaí, fuí aclamado en Menphis como un libertador. Ví cómo huía Ciro dejando sus tesoros. Sin lucha, entré en Persépolis, en Susa, en Ecbatana; ascendí a un ziggurat en Babilonia y me sentí pequeño; fundé muchas ciudades de Alejandría en el delta a Alejandría Sogdiana. Camino de la India me enfrenté a hombres oscuros, a elefantes, a lluvias, a pantanos y siempre salí ileso. Pero ahora los dioses me abandonan. He venido a morir a este desierto que llaman de Gedrosia; mi caballo ha caído, la comida escasea como escasea el agua. La última batalla la libro con la sed, implacable enemigo. Hombres duros, bregados VIII
en combates inciertos sucumben bajo el sol, pero Alejandro tiene preparado su baĂąo cada tarde.
Mi esqueleto serĂĄ testigo de su gloria.
IX
ANĂ?BAL CONTEMPLA CARTAGO TRAS LA BATALLA DE ZAMA
E
l mundo se derrumba ante mis ojos y nada puedo hacer para evitarlo. Es demasiado peso para un hombre
al que los dioses han abandonado.
Victoria tras victoria tuve a Roma a punto de caer bajo mi espada. Tanta muerte y dolor, tantas batallas, para acabar en ruina y en derrota.
Largas columnas de humo por el cielo es lo que ahora queda de Cartago, un sueĂąo en llamas para tanta gloria.
Soy un hombre sin patria y sin futuro. Mi equipaje es el odio y el fracaso. El olvido, la copa en la que bebo. X
SEPTIEMBRE EN VILLA ADRIANA A mediodía, ¿recuerdas?, deshojamos furtivos los laureles.
E
ra tiempo de Baco. Supimos del otoño en el paseo
de altísimos cipreses, altos como la luz de mediodía. ¡Cuántos innumerables pies nos precedieron al calor de los siglos!.
Así, con la congoja de hollar lugar sagrado, nos fuimos acercando a la alta tapia de “opus reticulatum”. Una puerta pequeña, con su ojo de cielo, franqueaba la entrada. XI
El jardín donde un día habitaron los dioses, era agreste y salvaje, salpicado de ruinas. Un fuste por los suelos, basas huérfanas aguardando columnas que no regresarían; lo que ayer fuera una arco, capiteles y estatuas, muchas, muchas estatuas, todas falsas y bellas con su armazón de alambre a veces descubierto. ¿dónde las verdaderas?, ¿dónde el busto con las barbas de mármol?, ¿dónde Antinoo y su blanco desnudo de idolatrado efebo o los dioses egipcios XII
que alguna vez poblaron los jardines?. No se escucha la voz de los actores en el Teatro Acuático. Las bibliotecas son muros vacíos donde ya nadie estudia. Poco queda de aquella barandilla donde el emperador posó su mano y lloró la muerte del amante. Sólo hierbas invadiendo mosaicos que conocieron tantos pies desnudos. Muros donde un día habitó la belleza, hoy no son sino mellas, accidentes sobre un paisaje roto. Y, sin embargo, todo era un milagro. Las cúpulas, en pie, nada cubrían pero allí estaban, XIII
firmes, obcecadas en que el cielo no viera el abandono; sustentando el azul para que no cayera desplomado sobre la decadencia del Imperio.
Y, sin embargo, aún había agua en el estanque rodeado de cariátides que nada sostenían.. Cinco patos furtivos rompían el reflejo, desmoronaban arcos, borraban las facciones de los guerreros griegos, diluyendo su mirada sin ojos. ¡Hermoso decorado, bella tumba para glorias pasadas que a veces parecían concretarse XIV
en las gastadas losas!. Turistas despistados, deambulábamos encontrado belleza en cada piedra, belleza agazapada tras los verdes laureles, belleza en los cipreses y en los muros. Nos hacíamos fotos para robarle al tiempo esa limpia mañana de septiembre.
Salimos, furtivos como el viento entre las ruinas. No miramos atrás. Sin pronunciar palabra lo supimos: nuestra hija llevaría su nombre.
XV
Dos ancianas inglesas comĂan, sobre un banco, una manzana.
XVI
EL EMPERADOR JULIANO AGONIZA EN PERSIA
La experiencia me enseña que los dioses no existen He frecuentado a todos en mi corta existencia y descubrí que el hombre es un dios en sí mismo, que con sus solas manos transforma el Universo,
que arrancar una brizna, un puñado de hierba trastoca para siempre el orden de las cosas, Quise volver de nuevo a los antiguos ritos, devolverle su esencia al alma del Imperio.
Ahora todo se rompe como un vidrio en la tierra. La fiebre me consume y la muerte está cerca. Pronto me olvidarán como a los viejos dioses. Afuera merodean, afilando sus armas,
esos intolerantes que llaman Galileos. XVII
Ellos arrasarán todo lo que es hermoso. Son gentes resentidas que ignoran la belleza. Un día escupirán mi tumba profanada.
XVIII
PUERTA DEL SOL (TIAHUANACO)
M
ueve el mundo esta puerta. Por su vano de piedra pasa el eje del día,
pasa el cielo del cóndor, sale el sol a incendiar el oscuro rubor de la patata.
¡Oh Tichi Viracocha!
Si alguna vez tu rayo la fulmina habrá soroche, todo será sombra. XIX
BYRON EN VENECIA SO, WE’ELL GO NO MORE A ROVING
BYRON
E
n Venecia, en un palacio a orillas del Gran Canal, Byron está escribiendo un poema:
“ Entonces ya no vagaremos más tan tarde por la noche, aunque el corazón siga tan amante y siga tan clara la luna...”
El suave chapoteo de un remo le distrae. Asoma a la terraza a ver el paso de la góndola y la luna se rompe en mil pedazos. XX
Santa María della Salute flota a la deriva. Vuelve a entrar en la estancia y retoma el poema: “...Pues la espada dura más que la vaina, y el alma agota el pecho, y el corazón tiene que detenerse y respirar y el mismo amor tener descanso...”
Mira al techo. A la luz temblorosa de las velas el fresco parece cobrar vida. Vírgenes barrocas flotan por el cuarto. En un arrebato de lucidez recuerda a todas sus amantes y recuerda sobre todo a las que no lo fueron, como certeros dardos clavados en su orgullo. Escribe: XXI
“...Aunque la noche fue hecha para amar, y el día regresa demasiado pronto, aún así, ya no vagaremos más bajo la luz de la luna”.
En un palacio veneciano una noche cualquiera de 1817 es otoño. El poeta sueña con Grecia.
XXII
P
aseo por Roma y me persiguen gatos. Gatos tras las esquinas, en los bancos de la Villa Borghese,
en las arcadas del otrora teatro, hoy casa Orsini, mojados gatos de Fontana Trevi, gatos viejos rondando el Colosseo, furtivos gatos, dueĂąos de las ruinas en el Foro Trajano, gatos encaramados como estatuas sobre el arco de Tito, oscuros gatos del Castel SantĂĄngelo, gatos anfibios de isla Tibertina, gatos persas surcando el Esquilino, ociosos gatos, dueĂąos de las Termas, gatos con negro frac del Quirinal, esquivos gatos de las catacumbas XXIII
donde sólo ellos reinan, gatos enhiestos de Piazza Navona lustrando sus bigotes, tomándose el café por las terrazas, escaladores gatos de la Piazza Espagna, gatos de la pensión, que te perdonan con su antiguo desdén de dioses sabios.
XXIV
L
os arqueólogos hallaron la mandíbula de un homínido entre los escombros de un solar.
“Cuánto habrá masticado” -dijo uno de ellos, el más prosaico-. La guardaron en una bolsa de plástico Autosellable, rellenaron una ficha con datos científicamente precisos y se fueron a almorzar.
(Los obreros seguían trabajando).
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