Discipulado radical
y la renovaci贸n de la misi贸n adventista
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Discipulado radical y la renovación de la misión adventista
Por Charles Scriven Publicado en Specturm, diciembre de 1983, volumen 14, número 3 La crisis teológica actual dentro del Adventismo del Séptimo Día ha causado que muchos miembros de iglesia tengan dudas y hasta estén angustiados acerca de su identidad religiosa. Algunos están dejando la comunidad y otros están inciertos en cuanto a permanecer en la misma. Esta confusión demanda una respuesta constructiva y lo que presento a continuación es un bosquejo de tal respuesta. Nuestra iglesia, hasta este punto, ha malinterpretado sus raíces Reformistas. Es común entre nosotros el suponer que nuestros predecesores del siglo XVI fueron Lutero, Calvino y Zwinglio. En parte eso es verdad, pero al mismo tiempo es tremendamente erróneo. Los antecedentes del siglo XVI cruciales al adventismo son los Reformistas radicales, más notablemente los Anabaptistas, que se diferenciaban notablemente de esos otros reformistas. Después de describir los bosquejos principales de la visión Anabaptista, voy a sugerir que esa visión de solidaridad con Cristo y discipulado radical ilumina el verdadero significado de la misión especial de nuestra propia iglesia y nos ayuda a establecer una identidad adventista viable para hoy. Los adventistas y la Reforma radical Por mucho tiempo los adventistas han dicho que su labor en particular era completar la Reforma. En The Shaking of Adventism,1 Geoffrey Paxton señaló esto, citando pasajes modelos de los escritos de Elena White, Carlyle Haynes, LeRoy Edwin Froom y Hans LaRondelle.2 No contradijo, sin embargo, mi noción de que la agitación religiosa del siglo XVI era algo más que una disputa entre el Catolicismo Romano y la Reforma de Lutero, Calvino y Zwinglio. Su afirmación parece ser esta: el criterio del éxito adventista para completar la Reforma es fidelidad precisa, a la doctrina de Lutero de justificación por la fe, y no solamente a su doctrina sino también a su énfasis en la misma, su creencia 1
El zarandeo del adventismo. Geoffrey Paxton, The Shaking of Adventism (Wilmington: Zenith Publishers, 1977), pp. 18-23.
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de que es la doctrina cristiana “cardinal”, en la cual deberíamos “concentrar nuestra atención”.3 Si tenemos en mente, sin embargo, los comienzos del adventismo, vamos a encontrar razones impresionantes para dudar de esta idea. Elena White provino de la tradición metodista, 4 reflejada en muchos de sus escritos. El líder más importante del metodismo fue John Wesley, cuyo énfasis característico no era la justificación por la fe sino el crecimiento moral a través de la presencia transformadora de Cristo. El creía en la justificación por la fe y su conversión se llevó a cabo, ciertamente, bajo la influencia de los escritos de Martín Lutero; sin embargo, él consideraba que era posible cortar el nervio ético del cristianismo al sobreenfatizar la doctrina, algo por lo cual él criticaba a sus amigos, los Moravos en Alemania.5 Aparte del metodismo, otra influencia crucial sobre el concepto adventista del Evangelio, mediado a través del otro maestro fundador más importante de la iglesia, William Miller, era la tradición Bautista inglesa y americana. En esta tradición, también no solamente encontramos puntos de acuerdo con Lutero, sino también énfasis substancialmente diferentes a los de él. Moldeada en parte por el Calvinismo e incluso el Metodismo, la tradición bautista también refleja la influencia del Anabaptismo.6 Esto de por sí justificaría que fuésemos al anabaptismo para ampliar nuestra comprensión de la herencia adventista. Además de esto los historiadores han llegado a creer que tanto el Metodismo como el Bautismo pertenecen a un tipo distintivo de cristianismo, profundamente diferente del Catolicismo Romano pero también de la religión “magisterial de estado-iglesia” que es el Luteranismo, el Calvinismo y el Anglicanismo.7 Este es el tipo de cristianismo de “la iglesia del creyente”, “sectario” o “Protestante radical” y aunque es anticipado por tales sectas medievales como los Waldenses y los Hermanos de Unidad Checa, muchos historiadores del siglo XX creen que fue con la aparición de los Anabaptistas en el siglo XVI que este tipo de cristianismo empezó realmente.8 El Anabaptismo es, entonces, el movimiento fundador entre muchos 3
Citado de “Sermones sobre el Evangelio de San Juan”, de Lutero”, ibídem, p. 36. Sobre este tema, ver los capítulos 1 y 2. Paxton presenta varias citas de Elena White que él considera apoyan el concepto de que el Evangelio conforme lo interpretó Lutero es “el criterio del mismo movimiento”, p. 28. Las citas no prueban esto en absoluto y, en vista del énfasis que Elena White pone en el nuevo nacimiento, la obediencia, la santificacioón, la separación de la iglesia y el estado y otras, la afirmación parece carecer de fundamento. 4 Para ser precisos, la tradicioón Metodista Americana. Russell Staples de Andrews University me señala que el Metodismo Americano difiere sustantivamente de su contraparte Bbritaánico pero creo que no de tal manera que afecte el punto que presento aquí. 5 Ver John Dillenberger y Claude Welch, Protestant Christianity: Interpreted Through Its Development (New York: Scribner’s, 1954), pp. 129-134, y Donald Durnbaugh, The Believers’Church: The History and Character of Radical Protestantism (New York: Macmillan, 1968), pp. 132-137. 6 Durnbaugh, The Believers’ Church, pp. 97-106. 7 Ibídem, cap. 1. 8 Entre ellos Roland Bainton, George H. Williams, y Peter Taylor Forsyth. Ibídem, pp. 18-22.
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otros movimientos que componen la tradición del Protestantismo radical. Más que el Luteranismo o el Calvinismo es la tradición Protestante radical la que nos lleva a los pioneros Metodistas y Bautistas en el Adventismo. Este Protestantismo radical es lo que debemos de considerar especialmente conforme tratamos de cumplir fielmente la promesa de la Reforma. Si Geoffrey Paxton no tuvo esto en consideración, se debe en parte al hecho de que aunque nuestros pioneros identificaron al Adventismo con grupos que se consideran parte del Protestantismo radical, no mencionaron específicamente uno de sus mayores componentes. El índice de los escritos de Elena White no contiene ninguna referencia al Anabaptismo. Lo que ayuda a explicar esto, quizás, es que en la era de nuestros pioneros, el Anabaptismo era considerado muy desfavorablemente por los historiadores, mayormente debido a la inmensa influencia del reformista zwingliano Henry Bullinger, cuya versión del Anabaptismo trazaba su origen a los (ampliamente despreciados) profetas de Zwickau y hasta a Satanás mismo.9 Ahora sabemos que (por lo menos) la primera de esas acusaciones es falsa.10 Tenemos el beneficio de las investigaciones del siglo XX acerca del Anabaptismo que ha llevado a una reevaluación completa de su historia y carácter lo mismo que a su relación con movimientos religiosos que le siguieron. Lo que nuestros pioneros no podían saber y Geoffrey Paxton aparentemente pasó por alto está disponible para nosotros; esto es importante porque en estos días estamos buscando, todos nosotros, una renovación de nuestra identidad como adventistas. El ethos Anabaptista Podemos ir ahora a la historia y el ethos de los más importantes reformistas radicales, los Anabaptistas. La historia empieza en Suiza, aunque hubo comienzos más o menos independientes de este que ocurrieron más tarde en el sur de Alemania y en los Países Bajos.11 Una breve narración de estos comienzos nos proveerá la información necesaria, al menos, del tipo de conflicto del que surgieron los conceptos Anabaptistas. Ulrich Zwingli vino a la catedral de Zurich en 1519 y empezó a predicar del Nuevo Testamento. Su enfoque eran asuntos éticos, no como los de Lutero, relacionados a la salvación personal,12 procurando conformar las prácticas de la iglesia con las normas de las Escrituras. Pero cuando el concilio de la ciudad, que hasta este punto lo había apoyado, se rehusó por razones políticas a celebrar la comunión de una manera distinta —tal como, él pensaba, se enseña 9
Acerca de la influencia y la “tendenciosa historiografía” de Bullinger, ver George H. Williams, The Radical Reformation (Philadelphia: Westminster, 1982), pp. 848-852. 10 Durnbaugh, The Believers’ Church, p. 67. 11 Klaus Depperman, Werner O. Paukull y James M. Stayer, “From Monogenesis to Polygenesis: The Historical Discussion of Anabaptist Origins,” Mennonite Quarterly Review, XLIX (abril, 1975), pp. 83-121. 12 Durnbaugh, The Believers’ Church, p. 68.
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en la Biblia— Zwingli aceptó su decisión, creyendo que la educación paciente eventualmente cambiaría la decisión del concilio. Al hacer esto demostró su aceptación del patrón medieval de unión entre la iglesia y el estado. Algunos de sus seguidores pensaron, sin embargo, que había “echado abajo” la Palabra de Dios y la había “puesto en cautiverio”.13 Esos disidentes empezaron a reunirse para estudiar la Biblia y discutir sus diferencias con Zwingli. Pronto empezaron a considerar cómo debería de ser la verdadera iglesia, enfatizando el señorío de Cristo y la necesidad de retornar a la usanza apostólica. El 21 de enero, 1525, a pesar del decreto del concilio promulgado ese mismo día prohibiendo los grupos de estudio bíblico independiente, alrededor de una docena de ellos se reunieron en una casa en Zurich. Antes de que terminase la noche hubo un bautismo, de los adultos presentes, no de infantes. En esa ocasión y en ese lugar se llevó a cabo una negación radical del concepto de iglesia-estado de Zwingli y la afirmación de que la lealtad a Cristo pueda significar oposición a los magistrados. Esto no fue solamente un rompimiento con su maestro, sino también con toda la “Reforma magisterial” como había llegado a ser conocido el movimiento de Lutero, Calvino y Zwingli. Todos estos reformadores sostenían la idea católica medieval de que la iglesia y el gobierno deberían estar unidos. Los Anabaptistas, o “rebautizadores”, el nombre era al principio una burla, dijeron No. Desde el día de su nacimiento el Anabaptismo fue un movimiento misionero; muy pronto se estableció la primera congregación Anabaptista en una población cercana y se desparramó a otros lugares. Las autoridades del gobierno se ofendieron y empezaron a perseguir a los Anabaptistas. Cuando la prisión resultó ser inefectiva para contener al movimiento, recurrieron a la pena capital, matando a muchos de los primeros y más destacados líderes Anabaptistas. Para los Anabaptistas, sin embargo, el costo de su misión no los tomó por sorpresa, sino que era parte de su distintivo enfoque. Podemos considerar ahora en detalle algunos puntos principales de este enfoque, teniendo en mente que nuestro blanco es iluminar al Adventismo a través del elemento Anabaptista de nuestra herencia. La frase “solidaridad con Cristo” ha sido sugerida como la clave para varios hilos de la disensión Anabaptista contra la Reforma magisterial.14 La frase, de hecho, es un resumen apto de la convicción Anabaptista. Empezamos considerando la concepción que el movimiento tenía de Cristo. Aquí, como en otras doctrinas, los escritores Anabaptistas no demostraban unidad de opinión, pero podemos resumir, con una simplificación radical, su posición de esta manera: Cristo es el Jesús de las historias bíblicas, que es ahora exaltado, que es ahora el Señor y Libertador de su pueblo; su cuerpo en la tierra es la iglesia; pronto 13
Las palabras de Conrad Grebel, citadas en Williams, The Radical Reformation, p. 96. J. Denny Weaver, “Discipleship Redefined: Four Sixteenth Century Anabaptists,” Mennonite Quarterly Review, XVI (octubre, 1980), 255-279. 14
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va a completar su victoria sobre el mal a través de una transformación apocalíptica del mundo.15 Consideremos ahora la idea de solidaridad. Las cualidades que sugiere —confianza, lealtad, adhesión, unión, una vida compartida— son precisamente las señales, según el Anabaptismo, de una relación apropiada entre el cristiano y Cristo.16 Si comprendemos el término Cristo como lo hacían estos disidentes, la frase “solidaridad con Cristo” realmente no tipifica su enfoque; los puntos principales de ese enfoque resultan ser, ciertamente, ramificaciones de este motivo sencillo y sintético. Es más, como notaran los lectores familiarizados con el adventismo, también se parecen mucho a las convicciones con las que los adventistas han crecido. Esto, por supuesto, era de esperarse, si los adventistas son realmente herederos de la tradición Anabaptista. 15
Hans Denck es un Anabaptista prominente cuya discussioón acerca de la relación de Jesús y el Cristo difiere de lo que este resumen presenta, pero los efectos prácticos de sus argumentos lo mantienen dentro de la corriente común del Anabaptismo. Cf. ibídem, pp. 263-271. Como respaldo del resumen que he proporcionado tomemos en cuenta estas citas representativas, todas de Walter Klaassen, ed., Anabaptism in Outline: Selected Primary Sources (Scottdale, Pa.: Herald Press, 1981): Hans Schlaffer, en respuesta a la herejía con relación a la doctrina de Cristo: “En este punto prefiero estar de parte de las Escrituras. La Palabra que estaba con Dios desde el principio y se hizo carne”, pp. 24, 25. 16 Tomemos en cuenta estas citas, de nuevo de Klaassen, ed., Anabaptism in Outline: Hans Denck: “Fe es la obediencia a Dios y la confianza en su promesa a través de Jesucristo”, p. 46. Peter Riedeman: “Este Espíritu de Cristo, que se promete y se da a todos los creyentes los libera del poder de la ley y del pecado y los planta en Cristo, los hace parte de su mente, sí, de su carácter y naturaleza, de tal manera que llegan a ser una planta y un organismo con él… Así que somos una sustancia, material, sí, esencia, sí, un pan y un cuerpo con él —él la cabeza, nosotros los miembros unos de otros”, pp. 66, 67. Bernhard Rothmann: “La verdadera congregación Cristiana es un grupo grande o pequeño fundada en Cristo” y eso “se aferra soólo a sus palabras y trata de cumplir toda su voluntad y sus mandamientos”, p. 106. Balthasar Hubmaier, dirigiéndose al “Señor Jesucristo”: “Creo y confieso que sufriste bajo el juicio de Pontcio Pilatos, que fuiste crucificado, muerto y sepultado”, p. 25. Peter Riedeman: “. . . de la misma manera confesamos [que Jesús] es el Señor; como, ciertamente, lo es, porque toda potestad le ha sido dada por el Padre, no soólo en el cielo sino también en la tierra y en el abismo. Por esta razón también todos los espíritus inmundos temen y tiemblan ante su presencia, porque ha triunfado y los ha atado y tomado de ellos su poder y ha puesto en libertad a su presa, de hecho nosotros, a quienes mantenían cautivos en la muerte”, p. 31. Hans Schlaffer: “El cuerpo de Cristo es la comunidad fiel de Cristo”, p. 196. Jacob Hutter: “Consolaos, elegidos del Señor, porque el tiempo de nuestra salvación se acerca… Porque quien habría de venir pronto vendrá en las nubes del cielo con gran poder y Gloria, el rey y descanso de Israel. Rescatará, salvará y liberará a los suyos y les dará la corona de gloria que no perece”, p. 325. Menno Simons: “Sí, queridos hermanos, el día deseado de su liberación se acerca… Entonces todos los que nos persiguen serán ceniza bajo la suela de nuestros pies y reconocerán demasiado tarde que el emperador, rey, duque, príncipe, corona, cetro, majestad, poder, espada y mandato, eran nada sino tierra, polvo, viento y humo”, p. 343.
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1) Discipulado. En el centro de la convicción Anabaptista estaba la idea del discipulado. Esto significaba, por una parte, identificación radical con la historia de Jesús, la historia de su pueblo, de su carrera en la tierra, de los primeros años de la iglesia que surgió como reacción a la resurrección. De esa manera, como se ha señalado por eruditos recientes,17 los Anabaptistas tomaron las Escrituras como la autoridad máxima de su experiencia cristiana. En esto eran como los reformadores Protestantes, pero con la diferencia que aplicaban su biblicismo de una manera más radical. Lutero dudaba si las Escrituras apoyaban la práctica del bautismo infantil, pero no la rechazó. Un líder Anabaptista, muy al contrario, hizo un llamado para hacer a un lado “las antiguas ordenanzas del Anticristo” y basarse “solamente en la Palabra de Dios” como guía.18 Sobre el tema de la Cena del Señor, Zwingli, como hemos visto, subordinó la Biblia a la decisión del concilio de la ciudad; los Anabaptistas decían que ninguna autoridad salvo las Escrituras debería de ser la norma y práctica del cristiano.19 Para los Anabaptistas la culminación de la historia bíblica era Jesucristo y era él quien, dentro de todas las Escrituras, era la autoridad suprema.20 De esa manera un Anabaptista podía decir que “el contenido de todas las Escrituras puede ser resumido brevemente de esta manera: honra y teme a Dios el todopoderoso en Cristo su Hijo”.21 La otra cara del discipulado era la actual obediencia a Cristo, el seguir su ejemplo.22 Los Anabaptistas criticaban a Lutero por disminuir la necesidad de una reforma moral entre los seguidores de Cristo.23 Los verdaderos cristianos, decían, son “regulados y regidos” por Cristo, tratando de “cumplir su voluntad y sus mandamientos”.24 2) Vida nueva. Con el discipulado podemos empatar otro aspecto crucial de la solidaridad Anabaptista con Cristo y esa es la experiencia de la vida nueva 17
Ver, p. ej., John H. Yoder, “The Prophetic Dissent of Anabaptists,” y John C. Wenger, “The Biblicism of Anabaptists,” en Guy F. Hershberger, ed., The Recovery of the Anabaptist Vision (Scottdale, Pa.: Herald Press, 1957). 18 Conrad Grebel, citado en Wenger, “The Biblicism of Anabaptists,” pp. 171, 172. 19 Ver Yoder, “The Prophetic Dissent of Anabaptists,” pp. 95, 96 20 El Antiguo Testamento, señaló Hans Pfistermeyer, “ha sido cumplido y explicado por Cristo. Lo que Cristo ha explicado y nos ha ayudado a entender, eso seguiré, ya que es la voluntad del Padre celestial”. Citado en Klaassen, ed., Anabaptism in Outline, p. 149. 21 Bernhard Rothmann, citado en ibídem, p. 150. 22 Los términos “usados más a menudo” en los escritos Anabaptistas eran Nachfolge (discipulado) y Gehorsam (obediencia), señala Robert Friedmann en “The Doctrine of the Two Worlds,” en Hershberger, ed., The Recovery of the Anabaptist Vision, p. 115. 23 Hans Denck y Peter Riedeman, por ejemplo. Ver Weaver, “Discipleship Redefined,” p. 226, y Robert Friedmann, The Theology of Anabaptism (Scottdale, Pa.: Herald Press, 1973), p. 89. Para una comparación útil de las perspectivas Luteranas y Anabaptistas de justificación por la fe, ver Hans J. Hiller brand, “Anabaptism and the Reformation: Another Look,” Church History, XXIX (1960), 404-423. 24 Palabras de Balthasar Hubmaier y Bernhard Rothmann, citadas en Klaassen, ed., Anabaptism in Outline, pp. 102, 106.
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en Cristo. A diferencia de Lutero, quien empezó con la conciencia de ser un pecador perdido, pareciera que los Anabaptistas no tenían esa preocupación de sentido de culpabilidad;25 lo que los impulsaba era la liberadora experiencia de Cristo que renovaba sus vidas. En su labor en esta tierra Jesús triunfó sobre el pecado26 y a través del Espíritu ahora también vence al diablo en sus seguidores, lo libra y los libera para que puedan tener la misma mente y carácter que él tuvo.27 Quienes no exhiben los frutos del poder liberador de Cristo no pueden pretender tener la fe genuina. El Espíritu, ha dicho Hans Denck, “equipa y arma a los elegidos con la mente y los pensamientos de Cristo”. Después añadió: “porque cualquiera que cree que Cristo lo ha liberado del pecado no puede más ser esclavo del pecado. Pero si continuamos en la vida vieja no creemos en verdad…”28 En este caso la solidaridad con Cristo significa más que dedicación a la obediencia; significa recibir de Cristo el poder para obedecer. En Cristo “que nos fortalece” somos capaces de vivir “el camino de justicia”, escribió Bernhard Rothmann, pero sin él “nada podemos hacer”.29 Algunos tomaron el tema de la nueva vida en Cristo al punto de pretender que vivían sin pecado;30 la mayoría no pretendieron tal cosa. Lo que ningún Anabaptista podía tolerar, sin embargo, era la idea, atribuida a ellos por los reformadores magisteriales, de que las personas sin arrepentimiento, sin transformación, podrían ser llamadas cristianas y permanecer como miembros de la iglesia.31 Ningún cristiano es perfecto como Cristo, ha dicho Hans Denck, pero si son verdaderos cristianos no “buscan exactamente la perfección que Cristo nunca perdió”, aunque la búsqueda, paradójicamente, es en sí misma un don de Cristo.32 25
Ver, por ejemplo los comentarios de Riedeman , en Klaassen, Anabaptism in Outline, pp. 29, 31, 67.Friedmann, Theology of Anabaptism, p. 78; Hillerbrand, “Anabaptism and the Reformation,” p. 412. 26 Los escritos Anabaptistas reflejan lo que Gustaf Aulen llama el “enfoque clásico” de la expiación. Para su famosa tipología de doctrinas de la expiación, ver Christus Victor (London: S.P.C.K., 1953). 27 Ver, por ejemplo las palabras de Riedeman en Klaassen, Anabaptism in Outline, pp. 29, 31, 67. 28 Citado en Klaassen, Anabaptism in Outline, p. 86. ������������������������������������������ Cf. el famoso epigrama de Dietrich Bonnhoeffer: “...soólo aquel que cree es obediencte y solamente el que es obediente cree”, en The Cost of Discipleship (New York: Macmillan, 1963), p. 69. 29 Citado en Klaassen, Anabaptism in Outline, p. 35 30 Ver Hillerbrand, “Anabaptism and the Reformation,” p. 416. 31 Ver Walter Klaassen, Anabaptism: Neither Catholic nor Protestant (Waterloo, Ontario: Conrad Press, 1973), pp. 28-35. 32 La cita, del ensayo de Denck sobre el tema de Dios y el mal, aparece en Angel M. Mergal y George H. Williams, eds., Spiritual and Anabaptist Writers (Philadelphia: Westminster, 1957), p. 99. Weaver, en “Discipleship Redefined,” indiqueca que la versión Anabaptista del discipulado y la libertad cCristiana es una interpretación de la paradoja pPaulina de la gracia. Denck mismo refleja esto en el ensayo citado aquí, como, por ejemplo, cuando habla de el “Cristo a quien nadie puede conocer de verdad a menos que lo siga con su vida” y después añade: “Y nadie lo puede seguir excepto como lo ha conocido”, Ibídem, p. 108. También en Weaver, p. 267, cuya más elegante traducción he utilizado.
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3. Testimonio. Un elemento principal en la nueva vida de discipulado, según los Anabaptistas, era el testimonio. Para estos radicales de la Reforma (en contraste con su contraparte magisterial), la orden de Jesús de ir, enseñar y bautizar fue dada a ellos y no solamente a los líderes, sino a cada creyente.33 Todos tenían que esparcir su luz; juntos, como la iglesia de Cristo, habrían de ser una “linterna de justicia” para que los seres humanos por doquier pudiesen “aprender a ver y conocer el camino de vida” y “toda guerra e injusticia” llegarían a su final.34 El testimonio era testimoniar de Cristo, testimonio de discípulos obedientes y esto significaba reconocer que el estilo de vida de la iglesia puede diferir radicalmente del estilo de vida predominante en la sociedad. Educados en las enseñanzas de los evangelios, los Anabaptistas enfatizaban el contraste entre el Reino de Dios y el reino de las tinieblas y urgían a que los valores del primero pusiesen al verdadero cristianismo en contraste con los valores del otro.35 Solidaridad con Cristo significaba inconformismo, separación del mundo. De acuerdo con esto y como parte de su comprensión del testimonio, los Anabaptistas rechazaban la noción, típica de esos días, de que la iglesia era la nación en oración. El concepto medieval de que la iglesia y el estado eran una unidad sociopolítica permanecía vivo en el pensamiento de Lutero, Zwingli y Calvino (e incluso algunos Anabaptistas);36 pero los Anabaptistas en general lo consideraban anatema.37 Asumía que todos eran cristianos a pesar de la doctrina bíblica de los dos reinos y requería que los miembros de la iglesia pusieran en riesgo su lealtad a Cristo. Un símbolo de ese riesgo, y una ilustración clave de lo mismo para los Anabaptistas, era el uso de la espada por los cristianos. El enlace entre la iglesia y el estado había convertido a los miembros de la iglesia en soldados. Pero el ejemplo de Cristo era de paz, sus armas, como escribió Menno Simons: “no son espadas ni lanzas, sino paciencia, silencio, esperanza y la Palabra de Dios”.38 33
Ver, p. ej., J. Lawrence Burkholder, “The Anabaptist Vision of Discipleship,” en Hershberger, ed., The Recovery of the Anabaptist Vision, p. 138. 34 Las primeras dos frases citadas son de Peter Riedeman; la tercera es de Jacob Hutter; citado en Klaassen, Anabaptism in Outline, pp. 112, 275. 35 Robert Friedmann, “The Doctrine of the Two Worlds,” en Hershberger, ed., Recovery, pp. 105118. En ������������������������������������������������������������������������������������������� la carta de introducción de la Confesión de Schleitheim de 1527, Michael Sattler, explicando el documento a los demás Anabaptistas, dijo que sus puntos y artículos hacen saber que “quienes nos hemos reunido en el Señor en Schleitheim… nos hemos unido firmes en el Señor como obedientes hijos de Dios, hijos e hijas, que han sido y serán separados del mundo en todo lo que hemos hecho y dejado sin hacer…” Citado en John Yoder, The Legacy of Michael Sattler (Scottdale, Pa.: Herald Press, 1973), p. 35. 36 Como testimonio del debacle de Munster. Sobre este tema, ver George H. Williams, The Radical Reformation, pp. 362-368. 37 Walter Klaassen, “The Anabaptist Critique of Constantinian Christendom,” Mennonite Quarterly Review, LV (julio, 1981), pp. 218-230. 38 Citado en Klaassen, Anabaptism in Outline, p. 280.
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La verdadera solidaridad con Cristo, el verdadero testimonio de Cristo, significaba obedecer su orden de no oponerse a ningún mal con la espada.39 Ya que era una característica del estado el hacer uso de la espada, la iglesia no tenía por qué estar asociada con el mismo.40 Era peligroso dar tal testimonio y, en la idea Anabaptista de solidaridad con Cristo, esto era reconocido. Jesús sufrió tortura y muerte así que, creían los Anabaptistas, sus discípulos también. Los enemigos del reino de Dios podían estar armados con fuego y hierro pero los verdaderos discípulos no retrocedían. Como señaló un mártir Anabaptista, las ovejas de Cristo “oyen su voz y lo siguen a dondequiera que vaya”.41 Es más lo seguían no sólo a donde él fuese, sino también perdonando como él perdona. Perdonan incluso a quienes los persiguen, como hizo Cristo. Así, señaló Menno Simons, es como ellos “conquistan su destino, su oposición”.42 4) Comunidad. Otro rasgo principal de la solidaridad Anabaptista con Cristo era la vida compartida de la comunidad que ahora es su cuerpo en la tierra. Esta comunidad, la iglesia, eran los Anabaptistas, simbolizada por el bautismo de los adultos, una fraternidad voluntaria de quienes habían consentido libremente no únicamente seguir a Cristo sino compartir los gozos y las penurias del fiel testimonio. El rito de la Cena del Señor, conforme lo entendían, también recalcaba esta convicción. Era “una señal del amor fraternal al que estaban obligados”, una “expresión de hermandad”. No podía participar nadie que no estuviese dispuesto “a vivir y sufrir por la causa de Cristo y los hermanos, de la cabeza y sus miembros”.43 Pertenecer a la iglesia era ser solidarios unos con otros, estar preocupados unos por otros. Un sentido de tal solidaridad era la ayuda mutua. Los miembros de la comunidad habrían de preocuparse por las necesidades de los demás. Habrían de considerarse a sí mismos no como “señores” de sus posesiones sino como “mayordomos y distribuidores”.44 Además de su preocupación por el bienestar físico de la comunidad, sin embargo, habrían de mostrar preocupación por 39
Ver, por ejemplo, los artículos cuatro y cinco de la Confesión de Schleitheim, en Yoder, The Legacy of Michael Sattler, pp. 37, 38. 40 La mayoría de los Anabaptistas (pero no todos) dijeron, ciertamente, que ningún cristiano podría ser siquiera un magistrado. Algunos, como Hans Denck, se podían imaginar servir en el gobierno, pero dudaban, dadas las actitudes del mundo que conocían, si alguien que tuviese ese empleo pudiese “servir a Cristo como su Señor y amo”. Citado en in Klaassen, Anabaptism in Outline, p. 250. 41 Anneken de Rotterdam, citado en Burkholder, “The Anabaptist Vision of Discipleship,” p. 146. 42 Citado en Franklin Littell, The Origins of Sectarian Protestantism (New York: Macmillan, 1964), p. 134. 43 La primera frase, por Hubmaier, aparece en Klaassen, Anabaptism in Outline, p. 194; las otras dos, por Grebel, aparecen en Mergal y Williams, Spiritual and Anabaptist Writers, p. 76. 44 Dicho por Hubmaier, citado en Durnbaugh, The Believers’ Church, p. 269. Los Anabaptistas Hutteritas, en realidad, repudiaban la propiedad privada y practicaban un tipo de comunismo cristiano. ������������������������������������������������������������������������������������������� Sobre este tema, ver J. Winfield Fretz, “Brotherhood and the Economic Ethics of the Anabaptists,” en Hershberger, ed., Recovery, pp. 196-199.
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su bienestar espiritual. Solidaridad con el cuerpo de Cristo significaba no solamente ayuda mutua sino disciplina y perdón mutuo. Los hermanos o hermanas que pecasen abiertamente, decían los Anabaptistas, debían ser reprendidos e incluso, si no se arrepentían, excluidos de la comunidad. La disciplina, en cualquier forma, sin embargo, habría de ser redentora. Quien se arrepintiese, sin importar la gravedad de la ofensa, habría de ser perdonado y recibido por la iglesia “como a un hermano o hermana amados que retornaban”.45 Lo fundamental era dar apoyo mutuo al testimonio y la vida de otro cristiano. 5) Conciencia apocalíptica. Como vimos antes, para los Anabaptistas solidarizarse con Cristo significaba identificarse con su historia. En esa historia encontramos un sentido vívido de una futura transformación apocalíptica. Encontramos el tema de urgencia, de juicio de la era presente, de esperanza arraigada en la confianza en Dios. Estos mismos temas aparecen en los escritos Anabaptistas. Un escritor señaló que ya que el “día del Señor está más cercano de lo que pensábamos” sus seguidores deberían de preparase “con cultos diarios, piedad y el temor a Dios”.46 Menno Simons dijo que los regentes y las instituciones de la edad presente pronto aparecerían como “tierra, polvo, viento y humo”.47 Ser solidario con Cristo significaba compartir su intensificado sentido de escatología y esto, ciertamente, era otro elemento principal del enfoque Anabaptista.48 Nuestro bosquejo del Anabaptismo ha mostrado su énfasis en discipulado, vida nueva, testimonio y escatología apocalíptica. Podemos señalar, finalmente, que en todo esto los Anabaptistas creían que estaban apropiándose de la visión de los apóstoles. Con la idea de que la iglesia y la sociedad eran una —una idea predominante, pensaban, desde los días de Constantino49— el cristianismo había caído de las normas apostólicas. Al decir que la verdadera iglesia vive hoy, el camino y la misión de la iglesia apostólica estaban haciendo, decían, “un nuevo comienzo sobre la regla que otros han abandonado”.50 Reformadores radicales y la identidad adventista He sostenido que, de hecho, los reformadores radicales, especialmente 45
Ver, por ejemplo, citas en Klaassen, Anabaptismin Outline, pp. 219, 221. En apoyo de la disciplina eclesiástica, los Anabaptistas apelaban a tales pasajes como Mt. 18: 15-18, I Cor. 5:9-10 y Col. 3:16. 46 Citado en Klaassen, Anabaptism in Outline, p. 324. 47 Citado en ibídem, p. 343. 48 Unos cuantos Anabaptistas, notablemente aquellos involucrados en Munster, abrazaron una escatología de violencia revolucionaria. Ese no era el caso de la mayoría. Los himnos Anabaptistas, como una medida de su piedad, no reflejan esa idea en lo absoluto. Friedmann, The Theology of Anabaptism, p. 107. 49 Littel, The Origins of Sectarian Protestantism, pp. 61, 62. 50 Palabras de un Anabaptista desconocido en el Coloquio de Berna en 1538, Citado en Klaassen, Anabaptism in Outline, p. 100.
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los Anabaptistas, son los ejemplos de nuestro tipo de cristianismo. El reconocimiento de tal hecho nos puede ayudar a moldear nuestra visión y, al mismo tiempo, mantenernos fieles a nuestra herencia. La idea no es que, y debo de enfatizar, el Anabaptismo del siglo XVI es el criterio final para el adventismo. Diría que (en el espíritu del mismo Anabaptismo) ese papel está reservado exclusivamente para Jesucristo. Pero sería raro suponer que somos llamados a terminar la Reforma y no reconocer la autoridad de esa rama de la reforma que fue pionera en nuestra manera de vivir. Podemos reconocer que el Anabaptismo apoya la verdad que conocemos y destaca la verdad que hemos olvidado o suprimido al mismo tiempo que reconocemos que el Anabaptismo, también, ha sido visto a través de lentes oscuros y debe ser sujeto a la máxima autoridad de Cristo. En general mi punto es que al recordar a estos pioneros podemos, como adventistas, sentirnos orgullosos de nuestra devoción a Cristo. Al tratar de establecer una identidad adventista actual viable, nada puede importar más que reconocer que ninguna otra persona excepto Cristo, ya sea Moisés o Lutero o Elena White, es el centro de nuestra vida. Cristo y sólo Cristo es el centro; nuestro interés es ser solidarios con él. Pero esto, por sí mismo, puede parecer ordinario, difícilmente la base para un movimiento cristiano con un sentido especial de destino. El Anabaptismo nos ayuda al poner frente a nosotros una interpretación distintiva y radical de devoción a Cristo. En este punto de vista la verdadera devoción requiere, en primer lugar, discipulado: reconocer que la verdadera existencia cristiana está determinada por la historia de Jesucristo; la resolución a seguir el camino de Cristo. La verdadera devoción también requiere que reconozcamos y proclamemos el poder transformador de Cristo. El ejemplo del Anabaptismo nos puede dar el valor para destacar un énfasis diferente al de Lutero, de señalar la realidad de la nueva vida en Cristo tan decididamente como afirmamos la verdad de la justificación por la fe. Hasta que el testimonio de Cristo, conforme aparece en las Escrituras, nos persuada a pensar de otra manera, podemos considerar el énfasis de la iglesia en la santificación como algo de lo que no hemos de avergonzarnos sino enarbolar vigorosamente. Nos hemos considerado un movimiento misionero desde los días de J. N. Andrews. En el Anabaptismo encontramos un precedente histórico para vidas fieles que sirven como testigos misioneros, un testimonio al mundo dentro de las iglesias cristianas lo mismo que al mundo fuera de las mismas. Descubrimos que no somos unos advenedizos al pensar que Dios usa a personas especiales para llamar a otros, incluyendo a cristianos, para transformar nuestras vidas completas a una fidelidad radical a Dios. Al hacer eso pertenecemos a una tradición; preservamos una herencia. El conocimiento de este hecho puede reforzar nuestra dedicación a este tipo de testimonio. Más que apoyarnos en el testimonio, el Anabaptismo nos llama a 13
comprenderlo mejor. Siempre hemos dicho que los testigos de Cristo son separados del mundo; los Anabaptistas nos recuerdan que esto no es un asunto cosmético (como lo definimos, por ejemplo, en relación a los anillos de matrimonio), sino un asunto de disidencia valerosa de las idolatrías de la nación y del ego, de la violencia y de la codicia. Los pioneros de nuestro mensaje nos llaman a reconocer el contraste entre la iglesia y el mundo. Nos desafían a considerar si verdaderamente llevamos el mensaje de los Tres Ángeles si no rechazamos la violencia en favor de la paz y el egoísmo en favor de la hermandad y si no interpretamos la paz y la hermandad como para demostrar la clara diferencia entre el Reino de Dios y el reino de las tinieblas. Hay dos maneras como podemos dar este tipo de testimonio; ambas reflejan la herencia Anabaptista y ambas están presentes, si no completamente desarrolladas, en el adventismo contemporáneo. Consideremos primero la no violencia: las armas de Cristo, decía Menno Simons, no son espadas ni lanzas sino paciencia, esperanza y la Palabra de Dios. Por la mayor parte, nuestros padres y nuestros abuelos rehusaron portar armas en las guerras mundiales. A la luz de esto, ¿no es hora para que la no violencia sea un tema central en la identidad adventista? ¿Somos fieles a nuestro propio pasado si evitamos la sencilla pregunta: pueden los discípulos de Cristo matar o prepararse para matar? Este es un asunto complejo y no tiene una respuesta fácil. Pero somos fieles a nuestra herencia si no justificamos nuestras conclusiones al referirnos a Jesucristo y reconocemos que su llamado es al camino angosto. En una era de violencia —una era, ciertamente, con el potencial para un holocausto atómico— viremos hacia la irrelevancia siempre que mantengamos el tema de la no violencia en el fondo. Una segunda manera de afilar nuestro testimonio es a través del estilo de nuestras vidas juntos. Los verdaderos cristianos viven y hasta sufren los unos por los otros, decían los Anabaptistas; construyen una especie de solidaridad familiar. También los adventistas tienen un fuerte sentido de la iglesia como una familia, lo cual sugiere otro tema para una identidad adventista viable, el tema de la comunidad cristiana auténtica. A la vanguardia de nuestra conciencia debería de estar esta tarea: ejemplificar en nuestra existencia comunal patrones de vida social y económica que sean fieles a las normas de Cristo. En nuestras relaciones como hombres y mujeres, blancos y negros, ordenados y sin ordenar, ¿exhibimos una igualdad harmoniosa o erigimos barreras divisorias de hostilidad? ¿Expresan las escalas de pago para los empleados por la iglesia —en salud, en educación, en ministerio— solidaridad mutua o demuestran la preocupación del mundo con estatus y ventajas? En la forma como tratamos a quienes han pecado, ¿los reprochamos con amor y los perdonamos con amor o estamos llenos de reproche y presunción? Vistos desde la perspectiva de los Anabaptistas, los ideales que estas preguntas evocan no son simplemente 14
responsabilidades; tienen que ver con nuestro testimonio. Son el centro de la identidad cristiana porque los verdaderos seguidores de Cristo transforman la cultura que los rodea no sólo a través de palabras sino a través del ejemplo; en su vida juntos son una “linterna de justicia” que muestra al mundo el camino al Reino. Esto nos lleva a otra perspectiva del testimonio cristiano. Los Anabaptistas rechazaban el individualismo. La fe cristiana no era un asunto privado; involucraba a la vida común. Es más, tocaba a toda la fibra de la cultura humana. Con esto, los anabaptistas creían que el verdadero testimonio cristiano, el verdadero evangelismo, tiene que ver no solamente con individuos sino con naciones e instituciones. El testimonio tiene que ver con la vida pública y su blanco debe ser la transformación de toda la sociedad. La iglesia es una comunidad ejemplar precisamente para sanar a las naciones, para ser un agente de Dios para llevar la injusticia y la guerra a su fin. A partir de esta idea ¿no podemos captar mejor nuestro llamado especial? Como herederos de la tradición Anabaptista, ¿no se nos ha sido dado el papel de una minoría transformadora en la cultura humana? ¿No es esto, quizás, lo que realmente significa ser un pueblo remanente, un pueblo llamado a salir de Babilonia hacia el camino de la cruz? El elemento Protestante radical en nuestro pasado no enseña esto acerca de la identidad adventista: que a través del testimonio y ejemplo del discipulado radical hemos de transformar la conciencia humana y, de esa forma, transformar a la sociedad, y que en este llamado especial hemos de dirigirnos a las otras iglesias lo mismo que a las grandes masas de incrédulos. Esto adelanta el concepto fuera de lo común de la identidad adventista —la implícita, digamos, en el evangelismo tradicional— al unirla irrefutablemente con la tarea de la transformación social. Permanecemos fieles al concepto al reconocer la verdad de la obediencia radical y la separación del mundo. Aunque fuésemos a considerar un sentido de llamado supremo tal como este, sin lugar a dudas, estaríamos todavía tentados a acercarnos furtivamente al mundo o perder la esperanza en la posibilidad de un cambio. Pero ahí es donde se manifiesta el elemento final de la herencia Anabaptista dentro del Protestantismo radical: el sentido de una transformación apocalíptica inminente. Estamos familiarizados con la conciencia apocalíptica; es central en el adventismo como fue central a los predecesores reformistas del adventismo. El futuro Apocalipsis nos mantiene siempre al tanto del juicio divino a esta era y siempre con la esperanza de que, por algún milagro, se manifestará verdaderamente un nuevo cielo y una nueva tierra y que nuestro testimonio valdrá la pena. De estas formas, entonces, el dar un nuevo enfoque a nuestra herencia Protestante radical nos ayuda a llegar a ser lo que sentimos llamados a ser, una comunidad realmente fiel a Dios, un remanente materializando un nuevo 15
comienzo basado en una visión de la cual otros se han apartado. Al nivel que sentimos una relación con los Anabaptistas, estamos todavía dispuestos a por lo menos elevar a Cristo como la medida máxima de nuestro pensamiento. Hacer menos que esto sería desobedecer más abiertamente que nuestra tradición Protestante radical porque es el Nuevo Testamento mismo el que declara que, entre todos los profetas, solamente Cristo es la misma imagen del Padre, la misma Palabra de Dios a toda la humanidad.
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