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Oriol Malet contra la rutina Reclama nuestra atención porque acaba de publicar, junto a Enrique Mochales, “La improbable vida de Bernard Lafourcade y otros relatos” un delicioso libro de mimada edición en el que las ilustraciones de uno se abrazan a los textos del otro para formar un conjunto coherente y de asegurado disfrute. Una muy buena excusa para conocer un poco más la trayectoria de este dibujante vocacional con fobia a la rutina e imaginación desbordante. José Luis Lizano
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Vive alejado del ruido en la localidad catalana de Esparraguera, donde tiene el estudio que, a modo de refugio intelectual, construyeron él y su pareja en los bajos de su casa. Allí, junto a su reluciente batería roja, mimado por sus dos gatas e inspirado por unas impresionantes vistas de la montaña de Montserrat trabaja dedicado a tiempo completo a la ilustración. Artista de vocación temprana, sus recuerdos infantiles están llenos de dibujos, debido a lo cual su profesión no es más que la evolución natural de un destino trazado desde muy pronto. “En realidad, lo que para muchos es un oficio ‘especial’ o diferente, por su relación con el arte, es para mí la constatación de mi carácter previsible. Yo era un niño al que le gustaba dibujar y cuando se me preguntaba por lo que quería ser de mayor siempre decía lo mismo: ‘dibujante’. Y eso soy, no hay sorpresas. Además, es como me considero
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ante todo, más que un ilustrador o un pintor, un dibujante”. Además de maña con el lápiz, Oriol maneja el verbo con soltura. Da gusto atender a sus palabras y escuchar como, a pesar de su clara vocación, la vida le ha ido guiando por un camino no demasiado directo con su auténtico objetivo. Lo que, a su vez, le ha servido para valorar con más fuerza su posición actual. “Acabado el instituto sabía que quería ser ilustrador pero no dominaba la técnica; no pasaba del típico dibujo molón a boli al pie de los apuntes de filosofía. Así que la prueba de Bellas Artes, la única opción que erróneamente contemplaba, fue un desastre. En cambio hice un ciclo formativo de ilustración en el que me dieron mucha caña y aprendí la de Dios. Luego volví a intentar lo de Bellas Artes, que se había convertido en un trauma, y por desgracia entré. Aquella carrera es un antro que deforma a la poca gente que aceptan con talento, pero terminé la carrera aunque a tran-
cas y barrancas. Más que nada por inercia y porque los seres que somos unos cracks en divagar sin llegar a ningún sitio somos bien considerados en ese lugar. Cuando terminé, necesité demasiados años para centrarme y encontrar mi lugar, allí me ayudaron a acabar de desviarme a nivel profesional y, de regalo, a nivel personal”. No queda ahí la cosa. Hasta hace bien poco no ha podido consolidarse profesionalmente de forma independiente y dedicarse por entero a su auténtica pasión pues, tras Bellas Artes, la aventura continuó. “Existe el paradójico dato de que, aun teniendo desde siempre muy claro que me quería dedicar a la ilustración, no lo he hecho de forma profesional hasta hace cuatro o cinco años. No sólo eso, hasta entonces realicé todo tipo de trabajos radicalmente alejados de lo que ahora hago, desde la descarga de camiones o trabajos en fábricas hasta pintor de brocha gorda. No comencé a dedicarme a la ilustra-
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ción hasta que no empecé a creer en mi mismo, es una cuestión vital y existencial. Al principio de mi carrera profesional como dibujante, al ver que en realidad no me costaba tanto encontrar trabajo de ello, que era posible, me sentía fatal. Tenía la sensación de haber perdido muchos años, todos esos años en los que mi entorno no paraba de insistirme en que intentase lanzarme al mundo del ilustrador profesional, por muy mal que me dijera todo dibujante viviente que estaba el patio del ilustrador. Ahora he entendido que quizá era necesaria la dureza de todos esos años anteriores (muy joven me fui de casa con mi novia de toda la vida, y ahora mi mujer, y estuvimos muchos años currando y estudiando en la facultad) ha hecho que ahora entienda la vida del ilustrador profesional de otro modo, y me ha hecho entender, además, que aquello que decía todo el mundo, que es muy duro ser ilustrador, es mentira podrida: más duro es ser un currela
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en la España de hoy día, que es una putada de hecho. Me hizo falta tocar fondo para estar donde estoy y para valorar de forma infinita lo que hago”. La libertad y el estilo Ha colaborado hasta la fecha con numerosas publicaciones como Time Out, La Vanguardia, Private, Ajoblanco, Rojo o el periódico Bilbao y trabaja de forma fluida para los sellos editoriales Teide y Barcanova, entre otros, además ha participado en proyectos para el cantautor Roger Mas, el grupo indie El Chico con la Espina en el Costado o el mítico Pau Riba. Tal variedad de clientes no ocultan un manera personal de enfrentarse a cada encargo. Un estilo que, poco a poco, va extendiendo a todos sus trabajos, teniendo como objetivo final lograr marcar la pauta en todo lo que pase por sus manos. Aún así y mientras llega ese momento, hay que llenar el plato de
comida cada día. “La realidad es dura. El ilustrador es siempre considerado un artista menor. Trabajar como ilustrador significa responder al texto que ilustras. Texto e imagen van directamente ligados. Si el autor del texto deja al ilustrador libertad completa para interpretar el contenido y expresarlo con imágenes tienes como resultado un trabajo realmente personal. Pero muchas veces, la mayoría de veces, cuando no se es un autor demasiado mediático o conocido, se trabaja en ámbitos en los que la exigencia es adaptarse a estilos concretos. Hace poco hice cuatro trabajos para Time Out, que me buscó para dejarme una libertad poco usual e hice uso de ella, era lo pertinente. Teide, en cambio, trabaja libros sólo para el ámbito educativo y, dentro de éste, cubre un mercado que yo defino como realmente conservador. ¿Cómo me adapto? Con una comunicación muy fluida con el editor y haciendo un gran esfuerzo profesional para entender lo que se
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requiere de ti, de tus dibujos. El poderse adaptar en el estilo es una ventaja o una desventaja, según como se mire. A mi y a muchos ilustradores nos permite comer, vivir del dibujo. Es un reto profesional”. Aún con esa voluntad de tomar la maleabilidad del estilo como un reto, el empeño por dejar su propia huella está presente. “Es un problema que quiero que deje de existir. En estos momentos estoy trabajando para no tener que moldearme tan acusadamente en función de distintos proyectos. Me gustaría que el cliente se dirigiera a mí sólo para solicitarme mi estilo personal, libre y sin limitaciones, pero eso no es posible ahora. Así que el poder adoptar múltiples registros, desde lo más académico, realista y clásico, hasta registros más vanguardistas, según el carácter del cliente, me permite trabajar dibujando y comer de ello. No poderme salir de un estilo muy concreto sería un problema para mí en estos momentos porque me costaría mucho encon-
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trar sólo clientes que necesiten ese estilo y no otro. Lucho para que no sea un problema tener un estilo marcadísimo y mi proyecto para el futuro a corto y medio plazo es fusionar los dos aspectos. Hacer lo posible para trabajar profesionalmente realizando sólo trabajos personales, lo más aproximado posible a la obra artística. Para ello pretendo realizar una serie de trabajos cien por cien personales, buscando la suficiente repercusión como para que el sector editorial se interese por ese aspecto y no por otro de mi obra”.
El parto de Lafourcade A la hora de definir su estilo, este apasionado de la música y fiel usuario de las bibliotecas públicas, que tiene por influencias reconocidas a Otto Dix o George Grosz, no acaba de encontrar el adjetivo adecuado. “Autodefinirse cuesta y no tengo claro que lo que yo pueda considerar de mi mismo, en ese aspecto,
deba ser compartido por la gente a la que van dirigidos mis trabajos”; a pesar de ello, insistiendo, nos ofrece un apunte de lo que podría definir su trabajo. “Mi ilustración se acerca, o quiere acercarse, a una especie de expresionismo figurativo, que no es que sea un estilo o movimiento artístico real pero sí es evidente que mi ilustración tiene una fuerte base figurativa que se deja violentar por un afán expresivo. Intento que esos dos aspectos entren en conflicto, la contradicción es positiva para mí. Eso hace que, en favor de una búsqueda expresiva, esa base figurativa, académica incluso, se deforme. Por eso términos como grotesco, caricaturesco o deforme me vienen muy bien”. Los que quieran acercarse al trabajo de este lector de Murakami, tienen ahora una ocasión excepcional con la publicación de “La improbable vida de Bernard Lafourcade y otros relatos”. Un libro en el que Enrique Mochales pone los relatos cortos y Oriol las
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ilustraciones. Conozcamos cómo nació el proyecto: “En 2001 Enrique me mandó un correo a través de un amigo común, el excelente fotógrafo y diseñador bilbaíno Diego Sanz (Karramarro). A partir de ahí, leí los textos y me parecieron cojonudos, así que me lancé sin pensarlo, pues muchos cuentos parecían ilustraciones literarias de mis dibujos. Nos fuimos viendo alguna que otra vez, sobre todo en la primera fase de intentar buscarle editor al libro. Después de ese infructuoso período vino una temporada en que dejamos de vernos y el proyecto se alejó de su posible publicación, por supuesto ante nuestra perplejidad porque siempre hemos creído ciegamente en él. Por eso su reciente publicación es motivo de infinita alegría para nosotros. Ha sido un parto costoso, pero el recién nacido ha llegado a este mundo ya mayor y maduro. Tanto que los padres han quedado mellados de por vida. Este no va a ser un libro más para ninguno de los dos”.
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Lo cierto es que, efectivamente, resulta sorprendente lo bien que encajan el estilo de prosa de Mochales con la mano de Oriol –“algún crítico ha sugerido que textos e imágenes parecen hechos por el mismo autor”–. En ambos se ve la sombra de la desesperanza pero, a la vez, en ambos se intuye un rayo de luz abierto a la interpretación del lector. “Lo veo del mismo modo, aunque podría escribir un libro entero sobre eso. Tiene mucho que ver con el intento de ver el reverso de las cosas, lo que hay detrás, ir un poco más allá. Las cosas tienen siempre un lado oscuro. Conocer ese lado oscuro, mostrarlo, obviar ciertos aspectos tabú, implica tener siempre presente su lado inverso. La desesperanza sólo es posible existiendo la esperanza, cada cosa no se entiende sin su contrario y automáticamente más que contrario se convierte en complementario”. Normalmente trabaja con un efectivo híbrido de formas orgánicas fruto de su tra-
bajo manual y software pero para este proyecto ha reducido tanto las herramientas como los elementos gráficos, quedando reducidas las ilustraciones a la pura esencia. Transformando así en fundamental una propuesta nacida por motivos prácticos. “Fue completamente intencionado. Era uno de los pocos condicionantes de Mochales, que me lo propuso como juego gráfico. Al principio fue porque pensaba que nos sería más fácil encontrar un editor que se atreviera con él si los dibujos no requerían una gran calidad de impresión. Luego, ese ‘condicionante’ se convirtió en un recurso. Y al final, curiosamente, el editor que se ha atrevido con el libro es precisamente un editor eminentemente gráfico”. Como resultado final, una obra elegante en la forma, cuando los dedos sobrevuelan el libro, e incisivo en el fondo, cuando los ojos se posan en las páginas. “En el período en que buscábamos editor, Ade, una amiga que hace arte de las maquetaciones y encua-
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dernaciones, nos ayudó a hacer unos ejemplares manuales. Esos libros circularon por las mesas de varios editores, amigos, etcétera. Nos ayudaban a dar una idea muy cercana de la propuesta, puesto que veíamos que los editores quizá no captaban el espíritu del libro, siempre perplejos al ver pasar el tiempo sin poder editar el proyecto. Esa edición manual se hizo respecto a nuestras preferencias, así que se podría decir que la obra creció en su conjunto, creamos hasta ese último aspecto. Cuando Blur ediciones nos propuso editar por fin la obra, insistí en hacerles llegar uno de esos ejemplares, y estoy convencido que eso tuvo que ver con el resultado final, de hecho dieron el paso de variar su formato habitual y característico, mucho más pequeño, y editar un volumen mucho mayor. Algo que merece quitarse el sombrero y les delata como grandes amantes de lo que tienen entre manos. Creo que el resultado es más que satisfactorio”. ❧