Diseño y maquetación: Laure Barthe / Herederos de Juan Palomo @ de esta edición: Blur Ediciones, S.L. Texto: © Serenidade Ilustraciones: © Cynthia Imprime: Brizzolis ISBN: 84-609-6240-7 Depósito legal: Edita: Blur Ediciones, S.L. Este libro ha sido impreso en papel: Cubiertas: Galgo Natural Fibre Verjurado Tiza de 250 g. Interior: Galgo Natural Fibre Liso Tiza de 120 g.
A Covadonga, dondequiera que esté.
"SUMMERTIME" Tardé bastante tiempo en comprender que los discos contenían música. Al poco de cumplir siete años, mis padres se separaron. Por una de esas absurdas decisiones salomónicas, mi padre se quedó con un viejo automóvil y un aún más viejo equipo de Hi-Fi, mientras mi madre se quedaba conmigo y una curiosa colección de discos que despertaron mi curiosidad desde la primera vez que los vi, dentro de una caja de cartón, durante la mudanza a la que sería nuestra nueva casa. Desde entonces, me dedicaría a pasar las tardes muertas, tumbado, comiendo galletas, prestando más atención a esos extraños dibujos y fotografías que poblaban sus cubiertas que a la televisión que encendía, casi por inercia, nada más llegar de la escuela. Con ellas, como si de un libro escolar se tratara, aprendí a juntar mis primeras letras: "Ge-ne-Kru-pa-and-his-orches-tra", "Co-lum-bi-a-Re-cords", "Jam-se-ssi-on-su-per-vi-sed-by-Nor-manGra-nz", "Char-lie-y Par-ker-wi-th-s-trin-gs", "The-pro-phe-tic-Her-bie-Ni-cholds", e intentaba imitar algunos de esos dibujos que recordaban el embriagador sueño de Dumbo y que, por su aparente imperfección en el trazo, me parecían más sencillos de imitar que los más académicos y perfectos de mis libros de cuentos, los tebeos o las revistas que compraba mi madre. Sería años más tarde cuando, mientras pasaba las vacaciones en casa de un familiar, se me daría a conocer la manera de descifrar el secreto que atesoraban esos extraños objetos. Una tarde, mientras deambulaba aburrido por la casa en espera de que los demás despertaran de la siesta, una tía mía me llamó a su habitación. Su esposo había fallecido recientemente y para ella se habían acabado bailes
y diversiones, según me confesó con ojos vidriosos, no sé bien si por el recuerdo del muerto o por el de ese tedio sobrevenido. Toda de negro, a pesar de estar en pleno verano, mi tía se arrodilló, metió sus brazos bajo la cama y sacó una caja rectangular que colocó sobre la colcha. "A mí ya no me va a hacer falta. Es mejor que lo tengas tú", me dijo, dándome un beso mientras me invitaba a salir de su habitación arrastrando esa extraña caja, sin comprender aún qué demonios era y para qué servía lo que ella había llamado "pick-up". Cuando por fin me explicaron la utilidad de dicho artefacto, mi único deseo fue regresar a casa para hacer sonar aquellos discos. Fueron las vacaciones más largas de mi vida o, al menos, así las recuerdo. Nada más llegar a casa, me dirigí mi habitación armado con esa pesada caja en busca de mi pequeña colección. Elegí uno, lo coloqué en el tocadiscos y, sin esperar a que acabase, lo quité. Tomé un segundo, me puse a escuchar, también lo quité. Puse un tercero, un cuarto, un quinto cuando los hube probado todos, volví a empezar. La música era extraña, a veces demasiado lenta, otras excesivamente acelerada. Como todo lo que se espera con demasiada espectación, me decepcionó. Crecí. Música y discos se convirtieron en mis mayores aficiones. Sin embargo, con el paso del tiempo llegué a la conclusión de que si no fueran compatibles, si me obligaran a elegir entre una y otros, elegiría los discos. Definitivamente, la música que contienen siempre es peor que la que suena en mi cabeza mientras los contemplo.
"AUTUMN LEAVES" (Texto extraido de "Syncopated Art" de Mel Anderson y Wendy Wallace, publicado en "Abstracto Jazz Magazine", Num, 73. Octubre, 1993, pp. 55 y siguientes).
"(...) Salvo en los primeros años de desarrollo de la industria musical en soporte fonográfico, en los que los viejos discos de pizarra a 78 rpm se servían
envueltos en impersonales carpetas de papel de estraza, los dueños de las compañías tuvieron muy claro que era necesario romper esa homogeneidad en los estantes de las tiendas con objeto de captar la atención de sus clientes y darles pistas acerca de la música que encontrarían en esos objetos cuyo contenido sólo se podía apreciar una vez llegados a casa y colocados en la vitrola. En un primer momento se emplearían carpetas genéricas, concebidas para que, con mínimos cambios, pudieran funcionar con diferentes títulos, artistas y repertorios; posteriormente, las compañías discográficas comenzaron a encargar a sus dibujantes o artistas freelances, portadas creadas en exclusiva para determinados discos en los que contenido y continente formaban un todo coherente en el que la portada era casi tan importante como la música a la que arropaba. Era una época en la que muchos de los sellos musicales eran empresas casi familiares donde los dueños tenían una vinculación más directa con el proceso de creación del producto final y en la que, llevados por un cierto romanticismo, esos dueños de nombre Lion, Granz o Ertegun primaban la calidad por encima de las cuentas de resultados. Era una época en la que pintores o diseñadores como Reid Miles, Paul Bacon, David Stone Martin, Andy Warhol u Olga Albizu ponían su arte al servicio de músicos como Art Blakey, Thelonius Monk, Kenny Burrell, Stan Getz, João Gilberto o Bill Evans. Esos diseños se ajustaban como un guante a la música a la que hacían referencia hasta el punto de que no cabía mejor imagen para definir lo que contenían, por ejemplo, 'Free Jazz' o 'The empty foxhole' de Ornette Coleman que los cuadros de Jackson Pollock y el propio saxofonista que adornaban su portada. Tan estrecha era esa relación entre fondo y forma que, cuando las grandes compañías acabaron con el romanticismo absorbiendo a las pequeñas y reeditaron sus catálogos con nuevas portadas con la excusa de adaptarlas al gusto de los nuevos aficionados, esos antiguos discos con nuevas portadas no sonaban igual que sus predecesores, o al menos eso es lo que a nosotros nos pareció cuando, por ejemplo, el gigante Polygram relanzó los discos del sello Elenco desposeyéndolas de las portadas que creara para ellos el diseñador César G. Villela en los años 60 (...)".
"SNOWFLAKES AND SUNSHINE" "One question, one dollar" rezaba el cartel escrito a mano y pegado con cinta adhesiva a la pared detrás del mostrador de esa pequeña tienda de discos de Boston, Nueva Inglaterra, Estados Unidos, América, la Tierra, el Universo, a la que había llegado, no sin esfuerzo, tras zafarme del grupo con el me encontraba en la ciudad con motivo de una convención de la compañía de seguros para la que trabajaba por esa época. Después de escrutar con verdadera ansia pero poco éxito las cubetas en busca de raros vinilos de jazz con los que completar mi colección, logré encontrar un curioso disco cuya portada me transportó a mi más remota infancia, trajo a mi boca el sabor de las galletas y a mi cuerpo el picor de las miguitas esparcidas por las sábanas. Era un extraño LP titulado "Fumer la pipe" con una aún si cabe más extraña portada en la que aparecía un dibujo de una mujer con velo que fumaba un cigarrillo del que salían una volutas de humo que recordaban los tentáculos de una extraña criatura surgida de una película de serie b. Era un fantástico diseño en la línea del mítico Jim Flora que seguro arropaba una deliciosa selección musical aunque, ante un trabajo tan fantástico, eso había pasado a un discreto segundo plano.
Intrigado, busqué la firma del autor por la portada, la contraportada, leí las notas escritas al dorso, miré los laterales del dibujo, todo en vano. No podía demorarme mucho más; en breve debía reunirme con el resto de mis compañeros de manera que sería mejor seguir la inspección, más tranquilamente, en la habitación del hotel. En consecuencia, eche mano a mi cartera, saqué un billete de 100$ y pregunté al dependiente que dormitaba apoyado en el mostrador si tenía cambio. Sin apenas inmutarse, abrió la caja registradora y con total parsimonia me devolvió un billete de cincuenta, dos de veinte, uno de cinco y varios de uno, hasta hacer un total de 99$. Me disponía a quejarme cuando recordé el cartel que había encontrado a mi entrada. Debía ser cauto a la hora de enunciar mis preguntas y aunque mi mente quería decir "¿Quiere usted casarse conmigo? ¿Su marido le dejó mucho dinero? Conteste primero a la segunda pregunta. ¿Es que no ve que estoy intentando decirle 'la amo'?", mi boca, más ahorrativa, articulaba un escueto "¿tiene alguna idea de quién pudo diseñar esta portada? Llevo años comprando discos y no soy capaz de reconocer quién la ha hecho". Deposité mi dolar sobre el mostrador. Las luces se encendieron, y el tiovivo comenzó a girar al ritmo de la música mientras el dependiente me hablaba de una diseñadora desconocida para mí y de un pequeño sello llamado Siesta.
"SPRING IS HERE" (Texto procedente de "Chic to chic" reportaje realizado por Dena Kingsbeil-Haddox, publicado en "Domus Aurea. Design and confort", Vol. XXV, Num. 32, Abril, 1976. Páginas 44-50).
"(...) Llega la primavera, las cumbres se deshielan y cuales aves migratorias, muchas de nuestras amigas abandonan sus cuarteles de invierno para disfrutar la nueva estación y el inmediato verano en sus casas de la costa. Una de estas afortunadas es la siempre elegante diseñadora Cynthia que ha cerrado su ático de la Rue Turbigo de París y se ha trasladado, como hiciera el emperador Tiberio, a su villa de Capri para disfrutar de ese característico clima mediterráneo que todas envidiamos desde nuestros lofts de Central Park West. Aún con los guardapolvos tapando algunos de los muebles, Cynthia nos recibe en su luminoso living-room con vistas al mar que hace las veces de improvisado estudio como demuestran las pinturas, caballetes, bocetos y lienzos amontonados en uno de sus rincones y que dan esa encantadora sensación de caos tan propio de los artistas y la bohemia. Tras disfrutar de un vermouth rosso, Cynthia, ataviada con un pantalón pirata blanco y una camiseta marinera a rayas azules y blancas en el más puro estilo Jean Seberg en 'Bonjour Tristesse' –pues no en vano ella mejor que nadie sabe que 'cuando en Roma haz como los romanos' o, en este caso, como los italianos–, nos guía por las diferentes estancias de su hogar haciendo gala de su proverbial 'charme', demostrando una vez más a todas aquellas que parecen haberlo olvidado, la importancia del arte de recibir y ser una buena anfitriona".
"(...) Sofocadas después de recorrer habitación tras habitación disfrutando de muebles Van der Rohe, consolas estilo imperio, máscaras africanas, mondrianes, klees, fontanas, e innumerables anécdotas y risas, nada mejor que un lunch bajo los árboles del jardín, abandonándonos a la conversación, las confidencias y convirtiendo una visita de trabajo en una reunión de amigas en la que Cynthia nos cuenta sus nuevos proyectos tras el éxito de sus colecciones de moda, sus ilustraciones para cuentos infantiles y sus escenografías para la Scala. Como fin de fiesta, un grupo de músicos con los que mantiene una espléndida amistad desde los tiempos en los que trabajaba como diseñadora de portadas de discos llama a la puerta improvisando un fantástico garden-party al que se irían sumando a ritmo de jazz y calypso, algunos de los más destacados residentes de la zona con sus parejas –algunos incluso con sus respectivos esposos o esposas– como Diamantina Camerassi, el heredero de los astilleros Paros, Nicholas Harvey Pout III, Nené Saint-Gobain y Christiane Benz. (...) Al amanecer, mientras bajaba la colina viendo las primeras luces reflejarse en el mar, no encontré mejores palabras para definir ese intenso día que aquellas de la siempre ingeniosa Vera Mae Billford aplicables a todo tipo de simpáticas situaciones: 'If Marie Antoinette were here today...' sin duda querría habitar en el marco incomparable de chez Cynthia y disfrutar de su amistad".
Este libro se termin贸 de imprimir en septiembre del 2005