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ANTES DE LA TORMENTA Azeroth se está muriendo. La Horda y la Alianza derrotaron a la demoníaca Legión Ardiente, pero una horrible catástrofe se está desplegando profundamente bajo la superficie del mundo. Hay una herida mortal en el corazón de Azeroth, realizada por la espada del titán caído Sargeras en un acto final de crueldad. Para Anduin Wrynn, rey de Stormwind, y Sylvanas Windrunner, Jefe de Guerra de la Horda y reina de los Renegados, hay poco tiempo para reconstruir lo que queda y aún menos para llorar lo que se perdió. La herida devastadora de Azeroth ha revelado un misterioso material conocido como Azerita. En las manos adecuadas, esta extraña sustancia dorada es capaz de increíbles proezas de la creación; en las manos equivocadas podría provocar una destrucción impensable. Mientras que las fuerzas de la Alianza y la Horda compiten por descubrir los secretos de la Azerita y sanar al herido mundo, Anduin promulga un plan desesperado con el objetivo de forjar una paz duradera entre ambas facciones. La Azerita pone en peligro el equilibrio de poder, por lo que Anduin debe ganarse la confianza de Sylvanas. Pero, como siempre, la Dama Oscura tiene sus propias maquinaciones. Para que la paz sea posible, generaciones de odio y derramamiento de sangre deben llegar a su fin. Pero hay verdades que ningún bando está dispuesto a aceptar y ambiciones a las que se resisten a renunciar. A medida que la Horda y la Alianza se apropian del poder de la Azerita, su latente conflicto amenaza con reavivar una guerra total, una guerra que significaría la ruina de Azeroth.
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Christie Golden
Antes de la Tormenta
Traducciรณn y Ediciรณn:
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PRÓLOGO SILITHUS
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ezzig Klackwhistle se enderezó después de arrodillarse durante lo que le
pareció por lo menos una década, apoyando sus enormes manos verdes en su espalda baja y haciendo muecas por la consiguiente cascada de crujidos. Se mojó los labios secos y miró a su alrededor, entrecerrando los ojos por la cegadora luz del sol y secando su cabeza calva con un pañuelo tieso por el sudor. Por aquí y por allá se arremolinaban enjambres muy apretados de insectos. Y por supuesto la arena, en todas partes, y la gran mayoría probablemente acabaría dentro de su ropa interior. Igual que ayer. Igual que el día anterior. Vaya, Silithus era un lugar horrible. Su apariencia no había mejorado en lo más mínimo por la espada gigantesca que un titán furioso clavó en ella. La cosa era masiva. Enorme. Colosal. Todas las grandiosas y fantásticas y multisilábicas palabras que pudieran decir los goblins más listos que él. Había sido hundida muy al fondo del corazón del mundo, justo ahí en la escénica Silithus. El lado bueno, por supuesto, era que ese enorme artefacto proveía una gran cantidad de lo que otros cientos o más goblins estaban buscando en ese preciso instante. ―¿Jixil? ―le dijo a su compañero que analizaba una roca suspendida con el Spect-o-Matic 4000. ―¿Sí? ―El otro goblin echó un vistazo a la lectura, sacudió la cabeza y volvió a intentarlo. ―Odio éste lugar. 5
―¿En serio? Huh. Eso habla bien de ti ―mirando fijamente la pieza del equipo, el bajito y rechoncho goblin la golpeó sólidamente. ―Ja ja, muy gracioso ―Kezzig se quejó―, no, lo digo en serio. Jixil suspiró, se movió a otra roca y comenzó a escanearla ―Todos odiamos éste lugar, Kezzig. ―No, lo digo en serio. No estoy hecho para éste ambiente. Solía trabajar en Cuna del Invierno. Soy el tipo de goblin amante de la nieve, que se acurruca contra el fuego, muy alegre. Jixil le lanzó una mirada fulminante ―¿Entonces qué sucedió para que vinieras aquí a molestarme en lugar de quedarte allá? Kezzig hizo una mueca sobándose la parte posterior del cuello. ―La pequeña señorita Lunnix Sprocketslip sucedió. Verás, estaba trabajando en su tienda de artículos de minería. Solía salir como guía para el visitante ocasional de nuestra pequeña y acogedora aldea de Vista Eterna. Lunny y yo casi… sí ―él sonrió nostálgicamente por un momento, después frunció el ceño―. Entonces ella va y se enfada conmigo cuando me vio cerca de Gogo. ―Gogo ―Jixil repitió con voz monótona―. Cielos. Me preguntó por qué Lunnix se enfadaría porque estabas pasando el tiempo con una chica llamada Gogo. ―¡Lo sé! Dame un respiro. Puede ser muy frío ahí. Un hombre debe acurrucarse cerca del fuego de vez en cuando o se congelará, ¿cierto? De cualquier modo, ese lugar de pronto se volvió más caliente que aquí a medio día. ―No tenemos nada aquí ―dijo Jixil. Obviamente había dejado de prestar atención a la descripción de Kezzig sobre su drama en Cuna del Invierno. Suspirando, Kezzig levantó el gran equipo, lo echó fácilmente sobre sus hombros y lo llevó al lugar en donde Jixil esperaba resultados favorables. Kezzig dejó que el equipo cayera en la tierra y llegó el sonido de sus delicadas piezas chocando peligrosamente unas con otras. ―Odio la arena ―prosiguió―. Odio el sol. Y, oh cielos, de verdad, en serio odio los insectos. Odio los pequeños insectos porque les encanta arrastrarse dentro de tus orejas y dentro de tu nariz. Odio los insectos grandes porque, bueno, son insectos grandes. Es decir, ¿quién no odia eso? Es como una especie de odio universal. Pero mi odio particular quema como la luz de mil soles.
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―Creí que odiabas los soles. ―Lo hago, pero… Jixil se tensó de pronto. Sus ojos magenta se abrieron cuando observó su Specto-Matic. ―Lo que quise decir fue que… ―¡Cállate, idiota! ―Jixil explotó. Ahora Kezzig miraba también el instrumento. Se volvía loco. La pequeña aguja se movía de atrás para adelante. La pequeña luz en la parte superior destellaba un urgente, emocionado rojo. Los dos goblins se miraron. ―¿Sabes lo que esto significa? ―Jixil dijo con voz temblorosa. Los labios de Kezzig se curvaron en una sonrisa que reveló casi todos sus aserrados y amarillentos dientes. Una de sus manos se volvió un puño y lo golpeó con firmeza en la palma de la otra. ―Significa ―dijo―, que podremos eliminar a la competencia.
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CAPÍTULO UNO STORMWIND
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a lluvia caía sobre las sombrías muchedumbres que se acercaban a Reposo
del León como si incluso el cielo llorara a aquellos que habían sacrificado sus vidas para vencer a la Legión Ardiente. Anduin Wrynn, rey de Stormwind, se paró unos pasos lejos del pódium donde pronto hablaría a los dolientes de todas las razas de la Alianza. Los observó en silencio mientras llegaban, conmovido por verlos, reacio a hablar con ellos. Sospechaba que ese servicio honrando a los caídos sería lo más difícil que hubiera tenido que vivir en su relativamente corta vida, no solo por los otros dolientes, sino por él; se llevaría a cabo en la sombra de la tumba vacía de su padre. Anduin había ido a muchas, muchas ceremonias honrando a las víctimas de la guerra. Como hacía en cada una —como, él creía, todo líder hacía—, esperaba y rezaba porque esa fuera la última vez. Pero nunca lo era. De alguna forma siempre había otro enemigo. A veces el enemigo era nuevo, un grupo que surgía aparentemente de la nada. O algo antiguo y encadenado o enterrado, supuestamente neutralizado, levantándose después de eones de silencio para aterrorizar y destruir inocentes. En otras ocasiones el enemigo era sombríamente familiar pero no menos amenazante para la intimidad del conocimiento. ¿Cómo había logrado su padre enfrentar esos desafíos una y otra vez? Anduin se lo preguntaba. ¿Cómo lo había hecho su abuelo? Ahora era tiempo de una relativa calma, pero el siguiente enemigo, el siguiente desafío, llegarían pronto sin duda. No había pasado tanto tiempo desde la muerte de Varian Wrynn, sin embargo, para el hijo de ese gran hombre se sentía como una eternidad. Varian había caído en el verdadero primer empujón de esa última guerra contra la Legión, aparentemente 8
asesinado tanto por la traición de una supuesta aliada, Sylvanas Windrunner, como por las monstruosas criaturas llenas de energía vil que vomitaba sin parar el Vacío Abisal. Otro informe, proveniente de alguien en quien Anduin confiaba, contrastó esa versión, sugiriendo que Sylvanas no había tenido otra opción. Anduin no estaba seguro qué creer. Los pensamientos acerca de la astuta y traicionera líder de la Horda hacían enfurecer a Anduin, como siempre. Y, de igual forma, pedía tranquilidad a la Luz Sagrada. De nada servía albergar odio en su corazón incluso para un enemigo que lo merecía. Y eso no traería de vuelta a su padre. Anduin se reconfortó sabiendo que el guerrero legendario había muerto luchando y que su sacrificio había salvado muchas vidas. Y en una fracción de segundo, el Príncipe Anduin Wrynn se había convertido en rey. De formas diversas, Anduin se había estado preparando para esa posición durante toda su vida. Aun así, estaba plenamente consciente de que, en otras, muy importantes formas, no estaba realmente preparado. Tal vez aun no lo estaba. Su padre había sido imponente no solamente a los ojos de su joven hijo, sino a los ojos de su propia gente, incluso a los ojos de sus enemigos. Apodado Lo’Gosh o “Lobo Fantasma” por su ferocidad en la batalla, Varian había sido más que un poderoso guerrero increíblemente hábil en combate. Había sido un líder extraordinario. Durante las primeras semanas después de la sorprendente muerte de su padre, Anduin había tratado de la mejor manera de consolar a una población dolida, aturdida, conmovida por la pérdida mientras se negaba la oportunidad de llorar. Ellos le lloraban al lobo. Anduin le lloraba al hombre. Y cuando se quedaba en vela durante la noche, incapaz de dormir, se preguntaba cuántos demonios habían necesitado al final para asesinar al Rey Varian Wrynn. En una ocasión había hablado de ese pensamiento con Genn Greymane, rey del reino caído de Gilneas, quien había tomado parte para aconsejar al nuevo monarca. El viejo monarca había sonreído a pesar de que el dolor acechaba sus ojos. ―Todo lo que puedo decirte, muchacho, es que antes de que llegaran a tu padre, él había matado por sí solo al más grande Atacador Vil que haya visto para salvar una nave de guerra llena de soldados que se retiraban. Estoy seguro de que Varian Wrynn hizo que la Legión pagara un precio alto por llevárselo. Anduin no lo dudaba. No era suficiente, pero tenía que serlo. A pesar de que había bastantes guardias armados, Anduin no se había puesto armadura ese día en el que se recordaba a los muertos. Iba vestido con una camisa de seda blanca, guantes de piel de oveja, pantalones azul oscuro y un abrigo pesado y formal 9
tejido en oro. Su única arma era un instrumento tanto de paz como de guerra: la maza Fearbreaker, que llevaba en su costado. Cuando el antiguo rey de los enanos Magni Bronzebreard se la obsequió al joven príncipe, dijo que Fearbreaker era un arma que había conocido el sabor de la sangre en unas manos y había detenido la sangre en otras. Anduin quería conocer y agradecer a tantos afligidos como le fuera posible ese día. Deseó poder consolarlos a todos, pero la dura realidad era que algo así era imposible. Se sintió reconfortado con la certeza de que la Luz brillaba sobre todos ellos… Incluso un joven y cansado rey, Alzó la cara sabiendo que el sol estaba oculto tras las nubes y dejó que las suaves gotas cayeran como una bendición. Recordó que también había llovido hacía unos años durante una ceremonia similar en honor a aquellos que hicieron el último, grandioso sacrificio en la campaña para derrocar al poderoso Rey Lich. Dos personas que Anduin amaba se habían presentado ese día, pero no se encontraban con él ahora. Una, por supuesto, era su padre. La segunda era la mujer que él había llamado cariñosamente tía Jaina: Lady Jaina Proudmoore. Una vez, la Gobernadora de Theramore y el príncipe de Stormwind habían hecho un acuerdo acerca de su deseo de paz entre la Alianza y la Horda. Y alguna vez había existido un Theramore. Pero la ciudad de Jaina había sido destruida por la Horda de la forma más horrible posible, y su dama nunca fue capaz de amainar por completo el dolor que le provocó ese momento. Anduin la había visto tratar repetidamente, sólo para que un nuevo tormento volviera a lastimar su corazón herido. Finalmente, incapaz de soportar el pensamiento de trabajar junto a la Horda incluso contra un enemigo temible como la endemoniada Legión, Jaina se retiró del Kirin Tor, el cual guiaba, del dragón azul Kalecgos, a quien ella amaba, y de Anduin, a quien había inspirado su vida entera. ―¿Puedo? ―la voz era cálida y amable, igual que la mujer que había hecho la pregunta. Anduin sonrió a la Suma Sacerdotisa Laurena. Ella preguntaba si él deseaba su bendición. Él asintió e inclinó la cabeza, sintió la presión en su pecho desaparecer y su alma calmarse. Entonces se colocó respetuosamente a un lado, aguardando su turno mientras ella hablaba con la multitud. No había sido capaz de hablar formalmente en el funeral de su padre. El duelo había sido muy crudo, demasiado abrumador. Había cambiado de forma en su corazón conforme pasó el tiempo, volviéndose menos inmediato, pero no menos grande y por eso había accedido a decir algunas palabras ese día. 10
Anduin se paró junto a la tumba de su padre. Estaba vacía; lo que la Legión le había hecho a Varian había garantizado que no pudieran recuperar su cuerpo. Anduin contempló la lápida en la tumba. Era reconfortante mirarla. Pero incluso los más hábiles herreros no fueron capaces de capturar el fuego de Varian, su corto temperamento, su risa fácil, su movilidad. De alguna forma, Anduin se alegraba que su tumba estuviera vacía; él siempre vería, en su corazón, a su padre vivo y vibrante. Su mente regresó a cuando se aventuró por primera vez al lugar en dónde había caído su padre. A donde Shalamayne, un regalo de lady Jaina a Varian, reposaba aletargada sin el toque de Varian. Esperando el toque de otro que la hiciera responder. El toque del hijo del gran guerrero. Mientras la sujetaba, casi pudo sentir la presencia de Varian. Fue en ese momento cuando Anduin aceptó verdaderamente sus deberes de rey, esa luz había comenzado a girar en la espada (no de aquel tono rojo-anaranjado del guerrero, pero de un cálido brillo dorado del sacerdote). En ese momento, Anduin comenzó a sanar. Genn Greymane era la última persona que sería capaz de hacerse llamar elocuente, pero Anduin nunca olvidaría las palabras que el mayor le había dicho: “Las acciones de tu padre fueron de verdad heroicas. Fueron su desafío para nosotros, su gente, para nunca dejar que el miedo prevalezca… Incluso en las puertas del infierno.” Genn sabiamente había evitado decir que nunca debían temer. Únicamente no debían dejarlo ganar. No lo haré, Padre. Y Shalamayne lo sabe. Anduin tuvo que obligarse a regresar al presente. Asintió a Laurena, entonces giró para ver a la multitud. La lluvia comenzaba a aminorar mas no se detenía, sin embargo, nadie parecía querer retirarse. La mirada de Anduin se posó en los viudos, los padres sin hijos, los huérfanos y los veteranos. Estaba orgulloso de los soldados que habían perecido en el campo de batalla. Esperaba que sus espíritus pudieran descansar, sabiendo que sus seres queridos también eran héroes. Porque no había nadie reunido en Reposo del León ese día que hubiera dejado que el miedo prevaleciera. Encontró a Greymane apoyado junto a una farola. Sus ojos se encontraron y el hombre asintió con reconocimiento. Anduin permitió que sus ojos viajaran por los rostros, aquellos que conocía y a los que no. Una pequeña pandaren luchaba para no llorar; él le brindó una sonrisa de reafirmación. Ella tragó y le sonrió nerviosamente.
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―Cómo ustedes, yo también conozco bien el dolor de una pérdida ―dijo. Su voz sonó clara y fuerte, llegando a aquellos que estaban más alejados―. Mi pad… ―se detuvo, aclarando su garganta y prosiguió― el Rey Varian Wrynn… cayó durante la primera gran batalla en las Islas Abruptas, cuando la Legión invadió Azeroth nuevamente. Murió para salvar a sus soldados, los hombres y mujeres valientes que enfrentaron horrores innombrables para protegernos, a nuestras tierras, a nosotros. Él sabía que nadie, ni siquiera un rey, es más importante que la Alianza. Cada uno de ustedes ha perdido a su propio rey o reina. Su padre o madre, hermano o hermana, hijo o hija. Y porque él y otros tantos tuvieron el coraje de hacer ese sacrificio, logramos lo imposible ―Anduin miró cada rostro, vio el hambre que tenían de consuelo―, derrotamos a la Legión Ardiente. Y ahora honramos a aquellos que lo sacrificaron todo. Los honramos, no muriendo… sino viviendo. Sanando nuestras heridas y ayudando a otros a sanar las suyas. Al reír y sentir el sol en nuestros rostros. Al mantener a nuestros seres queridos cerca y hacerles saber que cada hora, cada minuto de cada día, importan. La lluvia se detuvo. Las nubes comenzaron a aclararse y algunos pedacitos de azul intenso se asomaron. ―Ni nosotros ni nuestro mundo salimos ilesos ―Anduin continuó―. Estamos heridos. Un titán derrotado apuñaló nuestra querida Azeroth con una terrible espada hecha con odio manifiesto y no sabemos todavía cuánta carga llevará. En nuestros corazones hay lugares que quedarán por siempre vacíos. Pero si van a servir a un rey que llora con ustedes hoy, si ustedes van a honrar la memoria de otro rey que murió por ustedes, entonces los insto a vivir. Porque nuestras vidas, nuestra alegría, nuestro mundo, esos son regalos de los caídos. Y debemos atesorarlos. ¡Por la Alianza! La multitud aplaudió, algunos mientras lloraban. Ahora era el turno para que otros hablaran. Anduin se movió a un costado, permitiéndoles acercarse y hablar a la multitud. Mientras lo hacía, levantó la mirada hacia Greymane y se le hundió el corazón. Mathias Shaw, Maestro Espía y cabeza del servicio de inteligencia de Stormwind, SI:7, se paró junto al derrocado rey de Gilneas. Y ambos hombres parecían más sombríos de lo que Anduin los hubiera visto jamás. No apreciaba mucho a Shaw, aunque el maestro sirvió a Varian y ahora servía a Anduin lealmente. El rey era lo suficientemente inteligente para entender y valorar el servicio que los agentes de la SI:7 ofrecían para el reino. De hecho, él jamás sabría cuántos agentes habían perdido sus vidas en la reciente guerra. A diferencia de los guerreros, aquellos que operaban en las sombras, vivían, servían y morían con muy pocos conociendo sus buenas obras. No, no era el maestro lo que disgustaba a Anduin. Lo que lamentaba era la necesidad de hombres y mujeres como él.
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Laurena siguió su mirada y se acercó sin mediar palabra mientras Anduin asentía a Genn y a Shaw, moviendo su cabeza para indicarles que debían hablar lejos de la muchedumbre de dolientes que no se irían todavía. Algunos se quedaron, arrodillándose en oración. Algunos se irían a casa y continuarían su duelo en privado. Otros se irían a las tabernas para recordarse que todavía estaban entre los sobrevivientes y podrían disfrutar de comida, bebida y risas. Para celebrar la vida, como Anduin les había pedido. Pero las tareas de un rey nunca se terminaban. Los tres hombres caminaron en silencio detrás del monumento. Las nubes casi se habían ido y los rayos del sol del ocaso brillaron en el agua del puerto que se expandía debajo. Anduin se acercó a la pared de piedra tallada y apoyó las manos en ella, respirando hondo el aire marino y escuchando el chillido de las gaviotas. Se tomó un momento para tranquilizarse antes de escuchar cualquiera que fueran las palabras que Shaw tenía que pronunciar. Tan pronto como la mención de la gran espada de Silithus llegó a él, Anduin ordenó a Shaw investigarlo y reportar. Necesitaba botas en aquella tierra, no los rumores salvajes que habían estado circulando. Sonaba imposible y aterrador, y la peor parte era que todo era cierto. El acto final de un ser corrupto, el último y más devastador golpe que recibieron en la guerra contra la Legión, había destruido casi todo Silithus. Lo único que había mitigado el alcance del desastre fue que misericordiosamente, en su indiscriminada y violenta manera, Sargeras no había arrojado la espada hacia una zona más poblada del mundo sino en esa tierra casi desierta. Si hubiera atacado ahí, en los Reinos del Este, un continente alejado de Silithus… Anduin no pudo permitirse ir por ese camino. Debía agradecer lo poco que tenía. Hasta ahora, Shaw había enviado misivas con información. Anduin no esperaba que el propio hombre volviera tan pronto. ―Dime ―fue todo lo que dijo el rey. ―Goblins, señor. Un desastre total de esas desabridas criaturas. Parece ser que comenzaron a llegar un día después de… ―guardó silencio. Nadie había inventado todavía el vocabulario correcto para describir la espada― del golpe de la espada ―continuó Mathias. ―¿Tan rápido? ―Anduin estaba sobresaltado. Mantuvo una expresión neutral mientras seguía mirando sobre el agua. Los barcos y sus tripulaciones se ven tan pequeños desde aquí, pensó. Como juguetes. Tan frágiles. ―Así de rápido ―confirmó Shaw. 13
―Los Goblins no son los más encantadores, pero son astutos. Y hacen las cosas por una razón ―dijo Anduin—. Y esas razones usualmente tienen que ver con dinero. Solamente un grupo podía reunir y costear a tantos goblins en tan corto tiempo: el Cártel Pantoque, que tenía el apoyo de la Horda. Aquello tenía las resbaladizas huellas del untuoso y moralmente deficiente Jastor Gallywix por todos lados. Anduin apretó los labios un momento antes de hablar. ―Así que… La Horda encontró algo valioso en Silithus. ¿De qué se trata ésta vez? ¿Otra ciudad antigua en la que hurgar? ―No, Su Majestad. Encontraron… esto. El rey giró. En la palma de Shaw había un sucio pañuelo blanco. Sin decir nada, lo desdobló. En el centro había una pequeña piedra de una sustancia dorada. Parecía como hielo y miel, cálida y llamativa, pero también fría y reconfortante. Y… estaba brillando. Anduin la miró con escepticismo. Era atractiva, sí, pero no más que cualquier otra gema. No parecía nada que justificara un enorme influjo de goblins. Anduin estaba confundido y miró hacia Genn, una ceja levantada a modo de interrogación. Sabía poco de espionaje y Shaw, aunque muy reconocido por todos, todavía representaba un gran enigma que Anduin apenas comenzaba a descifrar. Genn asintió, reconociendo que el gesto de Shaw era extraño y que el objeto lo era aún más, pero indicaba que sin importar la forma en la que Shaw quisiera proseguir, Anduin podía confiar en él. El rey se quitó el guante y extendió la mano. La piedra cayó delicadamente en la palma de Anduin. Y él jadeó. La pesadez del duelo desapareció como si fuese una armadura física que había sido incautada y retirada. La fatiga se fue, reemplazada por una creciente, casi crepitante energía e intuición. Las estrategias se apresuraron a través de su cabeza, cada una buena y próspera, cada una creaba un cambio en la comprensión y aseguraba paz perdurable que beneficiaría a cada ser de Azeroth. No sólo su cuerpo sino su mente pareció ascender abrupta y sorprendentemente, elevándose en un instante a nuevos niveles de fuerza, destreza y control. Anduin sintió que no solamente era capaz de escalar montañas… podría moverlas. Podría acabar con la guerra, canalizar la Luz en cada rincón oscuro. Estaba exultante y también perfecta y enteramente calmado y completamente seguro de cómo canalizar ese río caudaloso, no, 14
maremoto, de energía y poder. Ni siquiera la Luz lo había afectado tanto como… como esto. La sensación era similar pero menos espiritual, más física. Más alarmante. Durante un largo instante, Anduin no fue capaz de hablar, solamente veía maravillado a esa cosa infinitamente preciosa que acunaba en su palma. Al final encontró su voz. ―¿Qué… Qué es esto? ―preguntó. ―No lo sabemos ―La voz de Shaw fue contundente. ¡Lo que podría hacerse con esto! Pensó Anduin. ¿A cuántos podría sanar? ¿A cuántos podría fortalecer, aliviar, envigorizar, inspirar? ¿A cuántos podría matar? La pregunta fue un golpe en el estómago y sintió la euforia inspirada por el repliegue de la gema. Cuando volvió a hablar, la voz de Anduin fue fuerte y determinada. ―Parece ser que la Horda lo sabe… y debemos encontrar más ―no podían permitir que cayera en las manos equivocadas. En las manos de Sylvanas… Tanto poder… Cerró los dedos cuidadosamente alrededor de la pequeña pepita de infinitas posibilidades y giró nuevamente hacia el oeste. ―Concuerdo ―respondió Shaw―. Tenemos los ojos puestos en ello. Se quedaron de pie un momento mientras Anduin pensaba sus siguientes palabras. Sabía que Shaw y Greymane, el segundo atípicamente callado, pero mirando aprobatoriamente, esperaban sus órdenes y estaba agradecido por contar con individuos incondicionales a su servicio. Alguien menos hombre que Shaw habría escondido esa muestra. ―Manda a tus mejores hombres, Shaw. Retíralos de otras asignaciones de ser necesario. Debemos aprender más acerca de esto. En breve llamaré a una reunión con mis consejeros ―Anduin extendió la mano buscando el pañuelo de Shaw y cuidadosamente envolvió nuevamente el pequeño trozo de ese desconocido e increíble material. Lo guardó en su bolsillo. La sensación era menos intensa, pero aun podía sentirla. 15
Anduin tenĂa intenciones de viajar, de visitar las tierras de los aliados de Stormwind. Para agradecerles y ayudarles a recuperarse de los estragos de la guerra. Su itinerario se acelerĂł drĂĄsticamente.
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CAPÍTULO DOS ORGRIMMAR
S
ylvanas Windrunner, antigua General Forestal de Silvermoon, la Dama
Oscura de los renegados y la actual Jefe de Guerra de la grandiosa Horda, había resentido que le dijeran que fuera a Orgrimmar como un perro que debe presentar todos sus trucos. Ella deseaba regresar a Undercity. Echaba de menos sus sombras, su humedad, su apacible quietud. Descansa en paz, pensó con amargura y sintió el tirón de una sonrisa divertida. Se desvaneció casi al instante mientras continuaba paseándose inquieta en la pequeña cámara detrás del trono del Jefe de Guerra en el Fuerte Grommash. Se detuvo, sus afiladas orejas se alzaron al escuchar unos pasos familiares. La piel curtida que servía como guiño a la privacidad fue corrida hacia un costado y el recién llegado entró. ―Llegas tarde. Otro cuarto de hora y habría tenido que marcharme sin mi campeón a mi lado. Él hizo una reverencia. ―Discúlpeme, mi reina. Estaba atendiendo sus asuntos y me llevó más tiempo de lo que esperaba. Ella estaba desarmada, pero él llevaba consigo un arco y cargaba un carcaj lleno de flechas. Era el único humano que se convirtió en un general, era un extraordinario tirador. Había una razón por la que era el mejor guardaespaldas que Sylvanas podría tener. Había otras razones, claro, razones que tenían sus raíces en el pasado distante, cuando los dos estaban conectados bajo un brillante y hermoso sol y luchaban por brillantes y hermosas cosas.
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La muerte los había reclamado a ambos por igual, humano y elfa. Ahora era brillante y hermoso, y mucho del pasado que compartieron creció difuso e incierto. Pero no todo. Aunque Sylvanas había dejado atrás muchas de sus cálidas emociones en el momento en el que se levantó de entre los muertos como una Alma en Pena, la ira había conservado su calor de alguna forma. Sin embargo, ahora la sentía reducirse a brasas. Pocas veces se mantenía enfadada con Nathanos Marris, ahora conocido como Blightcaller, por mucho tiempo. Y él de hecho se había estado ocupando de sus asuntos, visitando Undercity, mientras ella se había encargado de los deberes que la mantenían ahí en Orgrimmar. Deseaba alcanzar su mano, pero se contentó con sonreírle de forma benevolente. ―Te perdono ―dijo―. Ahora, cuéntame acerca de nuestro hogar. Sylvanas esperaba una breve declamación de preocupaciones modestas, una reafirmación de la lealtad de los renegados hacia su Dama Oscura. En su lugar, Nathanos frunció el ceño. ―La situación es… complicada, mi reina. Su sonrisa desapareció. ¿Qué podría ser “complicado” acerca de eso? Undercity pertenecía a los renegados y ellos eran su gente. ―Su presencia se ha extrañado profundamente ―dijo―. Mientras que muchos están orgullosos de que por fin la Horda cuente con un renegado como su Jefe de Guerra, hay algunos que sienten que acaso se ha olvidado de aquellos que han sido más leales a usted que cualquier otro. Ella se rio repentinamente y sin gracia. ―Baine, Saurfang y los otros dicen que no les he estado prestando suficiente atención. Mi gente dice que les he estado dando demasiado. Sin importar lo que haga, alguien objeta. ¿Cómo es que alguien puede gobernar así? ―sacudió su pálida cabeza―. Una maldición sobre Vol’jin y sus loas. Debí haber quedado en las sombras, donde podía ser efectiva sin ser interrogada. Dónde podía ir a dónde de verdad deseara. Ella nunca quiso esto. En lo absoluto. Como le había dicho antes al troll Vol’jin, durante el juicio del fallecido y gran Garrosh Hellscream, a ella le gusta el poder, el control, de una forma sutil. No obstante, con casi literalmente su último aliento, Vol’jin,
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el líder de la Horda, había ordenado que ella hiciera lo contrario. Él había alegado que le había sido concedida una visión de los loas que honraba. Debes salir de las sombras y guiar. Debes ser Jefe de Guerra. Vol’jin había sido alguien a quien ella respetaba, aunque habían peleado en varias ocasiones. Él carecía de la brusquedad que tanto caracterizaba al liderazgo de los orcos. Y ella había lamentado genuinamente su pérdida, y no solamente por la responsabilidad que había dejado sobre sus hombros. Abrió la boca para pedirle a Nathanos que continuase cuando escuchó el golpeteo de la cola de una lanza en el piso de piedra afuera de la pequeña habitación. Sylvanas cerró sus ojos tratando de reunir paciencia. ―Pasa ―gruñó. Uno de los Kor’kron, la guardia elite de orcos del fuerte, obedeció y puso firme, su rostro verde inescrutable ―Jefe de Guerra ―dijo―, llegó la hora. Su gente la espera. Su gente. No. Su gente estaba en Undercity, extrañándola y sintiéndose menospreciada, ignorando que ella no quería nada más que volver y estar con ellos una vez más. ―Estaré afuera en un momento ―dijo Sylvanas, agregando, en caso de que el guardia no hubiera entendido lo que encerraban sus palabras―. Déjanos. El orco saludó y se marchó, dejando que la piel curtida volviera a su lugar. ―Continuaremos mientras cabalgamos ―le dijo a Nathanos―. Y tengo otros asuntos que discutir también contigo. ―Como mi reina desee ―respondió Nathanos.
***
Unos años antes, Garrosh Hellscream había presionado para tener una celebración masiva en Orgrimmar para conmemorar el fin de la campaña a Northrend. Él no era Jefe 19
de Guerra, no en ese momento. Hubo un desfile de cada veterano que quisiera participar, su camino esparcido con ramas de pino importado y un gigantesco festín los esperaba al final de la ruta. Había sido extravagante y costoso, y Sylvanas no tenía intención de seguir los pasos de Hellscream, no únicamente en esa situación sino en ninguna. Él había sido arrogante, brutal, impulsivo. Su decisión de atacar Theramore con una devastadora bomba de maná tenía a las razas más sensibles luchando con sus consciencias, a pesar de que lo único que realmente había preocupado a Sylvanas era el cálculo de los orcos. Sylvanas lo aborrecía y había conspirado secretamente, desafortunadamente sin éxito, para matarlo después de que hubiera sido arrestado y culpado con crímenes de guerra. Cuando, inevitablemente, Garrosh fue asesinado, Sylvanas sintió un inmenso placer. Varok Saurfang, el líder de los orcos, y Baine Bloodhoof, Gran Jefe de los tauren, tampoco tenían cariño alguno por Garrosh. No obstante, habían empujado a Sylvanas a hacer una aparición pública en Orgrimmar y al menos alguna clase de gesto para marcar el final de la guerra. Valientes miembros de ésta Horda han guiado a la pelea y han muerto para asegurarse de que la Legión no destruyera nuestro mundo, como los demonios han hecho con otros tantos, el joven toro había entonado. Había estado a solamente un paso de reprenderla abiertamente. Sylvanas recordaba la ligeramente disimulada… ¿advertencia? ¿Amenaza? De Saurfang. Eres el líder de toda la Horda. Orcos, taurens, trolls, elfos de sangre, pandaren, goblins, así como de los renegados. Nunca debes olvidarlo, de otro modo ellos lo harán. Lo que no olvidaré, orco, pensó, la ira apareciendo nuevamente, son esas palabras. Por lo que ahora, en lugar de volver a casa y atender las preocupaciones de los renegados, Sylvanas estaba sentada a horcajadas en uno de esos huesudos caballos esqueléticos, saludando a la muchedumbre de oficiantes que atiborraban las calles de Orgrimmar. La marcha, se había encargado de que nadie se refiriera a ello como “desfile”, comenzó oficialmente en la entrada a la capital de la Horda. De un lado de las colosales puertas había grupos de elfos de sangre y renegados que habitaban la ciudad. Los elfos de sangre estaban vestidos de manera espléndida con sus colores predecibles rojo y dorado. A la cabeza estaba Lor’themar Theron. Cabalgaba un halcón zancudo de plumaje rojo y encontró su mirada. Amigos, eso habían sido. Theron había servido bajo una Sylvanas viviente cuando era una General Forestal de los elfos nobles. Habían sido compañeros de armas, igual que quien cabalgaba junto a ella como su campeón. Pero mientras Nathanos, un humano 20
mortal en años pasados y ahora un renegado, había conservado su inquebrantable lealtad hacía ella, Sylvanas sabía que Theron era para su gente. Gente que había sido como ella alguna vez. Solamente ahora ya no eran como ella. Theron hizo una reverencia. Él serviría, al menos por el momento. No era alguien de discursos, Sylvanas simplemente asintió como respuesta y giró al grupo de renegados. Esperaron pacientemente, como siempre, y ella estaba orgullosa de ellos por eso. Sin embargo, no podía mostrar favoritismo, no ahí. Así que les saludó de la misma forma que había hecho con Lor’themar y los sin’dorei, después empujar a su corcel para que se moviera a través de la puerta. Los elfos de sangre y los renegados se mantuvieron en formación, cabalgando detrás de ella para no abrumarla. Eso lo había estipulado ella y se había mantenido firme al respecto. Ella quería ser capaz de tener al menos unos momentos de privacidad. Había cosas que solamente debía escuchar su campeón. ―Dime más acerca de lo que piensa mi gente ―ordenó. ―Desde su perspectiva ―el general oscuro prosiguió ―fue una fisura en Undercity. Los hizo, usted trabajó para prolongar su existencia, lo fue todo para ellos. Su ascensión a Jefe de Guerra fue tan imprevista, la amenaza tan grande y tan inmediata, que no dejó a nadie detrás para encargarse de ellos. Sylvanas asintió. Supuso que podía entenderlo. ―Dejó un gran vacío. Y los agujeros en poder tienden a llenarse. Sus ojos rojos se abrieron. ¿Estaba hablando de un golpe de estado? La mente de la reina se movió veloz algunos años atrás hasta la traición de Varimathras, un demonio que ella creía iba a obedecerla. Se había unido al malagradecido desgraciado Putress, un boticario renegado que había creado una plaga contra los vivos y los no-muertos y que casi había matado a la misma Sylvanas. Retomar Undercity había sido un maldito esfuerzo. Pero no. Incluso cuando el pensamiento se le ocurrió, supo que su leal campeón no hablaría de una forma tan casual si algo tan terrible estuviera pasando. Leyendo su expresión perfectamente, como usualmente hacía, Nathanos se apresuró a asegurar. ―Todo está en calma aquí. No obstante, en la ausencia de un único y poderoso líder, los habitantes de su ciudad han formado un órgano rector para atender las necesidades de la población. ―Ah, ya veo. Una organización interna. Eso no es… descabellado. 21
El camino del Jefe de Guerra a través de la ciudad le había llevado primero a una callejuela alineada con algunas tiendas llamadas La Calle Mayor y después al Valle del Honor. La Calle Mayor alguna vez fue un buen nombre para esa área que colindaba con una pared de cañón en una parte menos que salada de la ciudad antes del Cataclismo. Con ese terrible evento, La Calle Mayor, como gran parte de la asediada Azeroth, cambió físicamente. Al igual que la propia Sylvanas Windrunner, emergió de entre las sombras. La luz del sol ahora iluminaba las sinuosas y sucias calles. Establecimientos más respetados, como las tiendas de ropa o las tiendas de suministro de tinta, parecían florecer también. ―Se llaman así mismos el Consejo Desolado ―continuó Nathanos. ―Un nombre bastante autocompasivo ―murmuró Sylvanas. ―Tal vez ―concedió Nathanos―. Pero es un claro indicador de sus sentimientos. Echó un vistazo hacia ella mientras cabalgaban. ―Mi reina, hay rumores acerca de cosas que has hecho durante la guerra. Algunos de ellos son verdad. ―¿Qué clase de rumores? ―preguntó, tal vez demasiado pronto. Sylvanas tenía planes acerca de planes y se preguntaba cuáles se habían filtrado en el reino de los rumores entre su gente. ―Las noticias los han alcanzado acerca de algunos de tus esfuerzos más extremos para continuar con su existencia ―dijo Nathanos. Ah. Eso. ―Asumo que también les han llegado noticias de que Genn Greymane destruyó su esperanza ―Sylvanas respondió amargamente. Ella había tomado su insignia, el Windrunner, a Stormheim a las Islas Abruptas en búsqueda de más Val’kyr para resucitar a los caídos. Era, hasta ese momento, la única forma que Sylvanas había encontrado para crear más renegados. ―Casi fui capaz de esclavizar a la gran Eyir. Ella me habría dado el Val’kyr para toda la eternidad. Nadie de mi pueblo habría muerto otra vez ―hizo una pausa―. Hubiera podido salvarlos. ―Esa es… su preocupación. ―No le des más vueltas, Nathanos. Sé directo.
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―No todos desean para ellos lo mismo que tú, mi reina. Muchos en el Concejo Desolado tienen sus reservas ―su rostro, aun el de un hombre muerto, pero mejor preservado gracias a un elaborado ritual que ella se ofreció a llevar a cabo, se torció en una sonrisa―. Éste es el riego que corriste cuando decidiste darles libre albedrío. Ahora son libres de discrepar. Sus cejas pálidas se juntaron en una terrible mueca. ―¿Entonces desean la extinción? ―siseó, la ira expandiéndose brillante en su interior― ¿Quieren pudrirse en la tierra? ―No sé lo que quieren ―Nathanos respondió con calma―. Ellos desean hablar con usted, no conmigo. Sylvanas gruñó suavemente por lo bajo. Nathanos, siempre paciente, esperó. Iba a obedecerla de todos modos, ella lo sabía. Ella podía, en ese instante, ordenar a un grupo de cualquier combinación de guerreros no-muertos de la Horda que marcharan a Undercity y buscaran a los miembros de ese concejo de malagradecidos. Sin embargo, a pesar de que tuvo ese pensamiento satisfactorio, sabía que no sería sabio. Necesitaba saber más, mucho más, antes de actuar. Preferiría disuadir renegados, a cualquier renegado, antes que destruirlos. ―Consideraré su petición. Pero por ahora hay algo más que deseo discutir. Necesito aumentar lo que hay en las arcas de la Horda ―Sylvanas murmuró tranquilamente a su campeón―. Necesitaremos fondos y los necesitaremos a ellos. Saludó a una familia de orcos. Tanto el hombre como la mujer tenían cicatrices de batallas, pero estaban ahí sonriendo y la pequeña que levantaban sobre sus cabezas para avistar a su Jefe de Guerra era rolliza y de aspecto saludable. Claramente algunos miembros de la Horda querían a su Jefe de Guerra. ―No estoy seguro de entender, mi reina ―dijo Nathanos―. Por supuesto la Horda necesita fondos y miembros. ―No son los miembros quienes me preocupan. Es el ejército. He decidido no disolverlo. Él giró para mirarla. ―Ellos piensan que han llegado a casa ―dijo― ¿No es el caso? ―Lo es, por ahora ―dijo―. Las heridas necesitan tiempo para sanar. Los cultivos deben plantarse. Pero pronto llamaré a los valientes luchadores de la Horda para enfrentar otra batalla. La que tú y yo hemos estado esperando. 23
Nathanos se mantuvo en silencio. Ella no lo tomó como un desacuerdo o desaprobación. Él permanecía callado regularmente. Que él no la presionara a dar más detalles significaba que entendía lo que quería. Stormwind.
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CAPÍTULO TRES ORGRIMMAR
E
l joven rey hambriento de paz, Anduin Wrynn había perdido a su padre y al
parecer no lo había tomado bien. Circulaban rumores acerca de que había recuperado a Shalamayne y ahora luchaba con acero frío además de con la Luz. Sylvanas estaba dudosa. Tenía dificultad imaginando a un niño tan sensible haciendo tales cosas. Había respetado a Varian. Incluso le había agradado. Y el espectro de la Legión había sido tan temible que había estado dispuesta a hacer a un lado el odio que la alimentaba ahora como la comida y la bebida la habían alimentado durante su vida. Pero el Lobo se había ido, y, realmente, el leoncillo aún era un cachorro y los humanos habían recibido pérdidas tremendas. Eran débiles. Vulnerables. Las presas. Y Sylvanas era una cazadora. La Horda era resistente. Fuerte. Endurecida por la batalla. Sus miembros podían recuperarse con más rapidez que las razas de la Alianza. Necesitarían menor tiempo para todas las cosas que habían dicho anteriormente: los cultivos, la sanación, una oportunidad para detenerse y restablecerse. Muy pronto, estarían sedientos de sangre y ella les ofrecería ese fluido carmesí de los humanos de Stormwind, los enemigos más antiguos de la Horda, para calmar esa sed. Y en el trato ella incrementaría la población de los renegados. Pues todos los humanos que cayeran en su ciudad serían revividos para servirla. ¿Realmente eso sería tan terrible? Estarían con sus seres queridos por toda la eternidad. No sufrirían más los puñales de la pasión o la pérdida. No necesitarían dormir. Podrían perseguir sus intereses tanto en la muerte como en la vida. Al final habría unidad.
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Si los humanos entendieran los terrible que eran la vida y todo el sufrimiento que le acompañaba y con el que tendrían que lidiar, pensó Sylvanas, ellos tomarían esa oportunidad. Los renegados entendieron… al final, ella pensaba que lo habían hecho, hasta que el Concejo Desolado había concluido lo contrario inexplicablemente. Baine Bloodhoof, Varok Saurfang, Lor’themar Theron y Jastor Gallywix no dudarían en considerar que Sylvanas tenía cierto interés en crear cadáveres humanos. Después de todo, no se habían convertido en líderes de su gente por ser estúpidos. Sin embargo, también estarían luchando contra los odiados humanos y tomarían su resplandeciente y blanca ciudad, con su tierra boscosa cercana y abundantes campos para ellos. No le envidiarían los cuerpos, no cuando ella les ofrecía una gran victoria, una tanto práctica como altamente simbólica. Ya no existía un humano heroico para levantar y guiar a la Alianza contra ellos. No había un Anduin Lothar, quien fue destrozado por Orgrim Doomhammer, y no Llane o Varian Wrynn. El único que tenía esos nombres era Anduin Wrynn y era nada. Sylvanas, Nathanos y su comitiva de veteranos habían ido todo el camino a través del Valle del Honor y volvieron, dirigiéndose al Valle de la Sabiduría. Ahí Baine la esperaba. Se paró con el ropaje tradicional de los tauren, solamente sus orejas y su cola se movían para espantar a las moscas que zumbaban en el ambiente veraniego. Muchos de sus valientes estaban reunidos a su alrededor. Montada, Sylvanas era lo suficientemente alta para mirar a los ojos de los hombres, y lo hizo fijamente. Baine la miró con tranquilidad. A excepción de esos pandaren que escogieron aliarse con la Horda, Sylvanas tenía muy pocas cosas en común con los tauren. Eran personas muy espirituales, tranquilas y estables. Buscaban la tranquilidad de la naturaleza y honraban sus maneras antiguas. Sylvanas alguna vez comprendió esos sentimientos más ya no era capaz de relacionarse con ellos. Lo que más le molestaba acerca de Baine era que a pesar del asesinato de su padre y mal sobre mal iba apilándose en su cabeza cornuda, el joven toro seguía apreciando la paz por sobre todas las cosas: la paz entre las razas y en el propio corazón. El honor de Baine lo obligaba a servirla, y no lo mancharía. No hasta que lo llevaran a límites que Sylvanas aún no había alcanzado. Apoyó una mano en su amplio pecho, sobre su corazón y estampó su pezuña en una versión taureana de un saludo. Los valientes le siguieron y el suelo de Orgrimmar tembló un poco. Entonces Sylvanas continuó y los tauren le siguieron en línea detrás de grupo de renegados y los elfos de sangre de Theron.
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Nathanos todavía permanecía callado. Siguieron el serpenteante camino hacia el Valle de los Espíritus, el tradicional asiento de los trolls. Estaban muy orgullosos de sí mismos, estas pocas “primeras” razas. Sylvanas creía que nunca aceptaron realmente las siguientes razas –los elfos de sangre, los goblins y su propia gente– como miembros “reales” de la Horda. Le divertía que, desde que los goblins se unieron a la Horda, se habían asentado en el Valle de los Espíritus y casi habían arruinado su área asignada. Al igual que los tauren, los trolls se encontraban dentro de los primeros amigos de los orcos. El líder orco, Thrall, había nombrado la tierra de Durotar por su padre, Durotan. Orgrimmar también fue nombrada para honrar a uno de los primeros Jefes de Guerra de la Horda, Orgrim Doomhammer. De hecho, hasta Vol’jin, todos los Jefes de Guerra habían sido orcos. Y hasta Sylvanas, todos habían sido miembros de las razas fundadoras originales. Y varones. Sylvanas había cambiado todo eso y estaba orgullosa de ello. Como ella, Vol’jin había dejado a su pueblo sin líder tras su ascensión a Jefe de Guerra. Los trolls se pararon sin ninguna cara pública que los representara, excepto potencialmente Rokhan; al menos los renegados la tenían en el papel de Jefe de Guerra. Sylvanas se recordó que debía nombrar a alguien como cabeza de los trolls tan pronto como fuera posible. Alguien con quien pudiera trabajar. A quien pudiera controlar. Lo último que necesitaba era que los trolls escogieran a alguien que tal vez deseara desafiar su posición. Aunque muchos la habían recibido con vítores y sonrisas, Sylvanas no se engañaba pues no era universalmente adorada. Había llevado a la Horda hacia una victoria aparentemente imposible y por ahora al menos, parecía que sus miembros eran solidarios con ella. Bien. Asintió cortésmente a los trolls, después se preparó para encontrarse con el siguiente grupo. A Sylvanas no le importaban mucho los goblins. Aunque su propio sentido del honor era fluido de alguna forma, podía apreciar el honor en otros. Era, como muchas otras cosas, un eco de algo que alguna vez escuchó. Sin embargo, en lo que a ella respectaba, los goblins eran poco más que parásitos feos, rechonchos y avaros. Oh, eran inteligentes. A veces peligrosos tanto para ellos mismos como para otros. Eran creativos e ingeniosos, de eso no cabía duda. Pero prefería los días en los que la única relación que tenía con ellos era únicamente financiera. Ahora eran miembros plenos de la Horda y debía pretender que le importaban.
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Por supuesto, ellos no eran nada sin su líder: la avara masa verdosa con papada y revienta-cinturones que era el Príncipe Mercante Jastor Gallywix. Se paró frente a su variopinta pandilla de goblins, todos ellos sonriendo y enseñando sus afilados dientes amarillentos. Sus largas y delgadas piernas parecían ya demasiado cansadas por sostener su figura y llevaba su sombrero favorito de copa y bastón. Cuando ella se acercaba, él se inclinó tanto como le permitió su barriga. ―Jefe de Guerra ―dijo con esa voz untuosa―. Espero que puedas encontrar algo de tiempo para mí más tarde. Tengo algo que tal vez te interese bastante. Nadie más se había atrevido a introducir su propia agenda ese día. Hay que confiar que un goblin lo haría. Lo miró con desaprobación y abrió la boca para hablar. Después miró atentamente su expresión. Sylvanas había vivido una larga vida antes de que Arthas Menethil acabara con ella. Y ahora vivía de nuevo, de cierto modo. Había pasado mucho de ese tiempo mirando rostros, juzgando la personalidad detrás de ellos y las palabras que decían. Gallywix solía tener esa especie de alegría simpática que ella tanto despreciaba, pero no ese día. No existía ninguna presión desesperada por su parte. Estaba… calmado. Parecía como un jugador que sabía que iba a ganar. Que la hubiese abordado de forma tan audaz en ese momento, significaba que hablaba en serio acerca de conversar con ella. No obstante, su lenguaje corporal –no se jorobaba sumisamente sino que estaba firme, tal vez por primera vez– le hacía saber con más claridad que era alguien capaz de retirarse de la mesa sin excesiva decepción. Ésta vez lo decía en serio. Él tenía algo que iba a ser de sumo interés para ella. ―Hablemos en el banquete ―dijo. ―Como ordene mi Jefe de Guerra ―dijo el goblin y se quitó el sombrero de copa ante ella. Sylvanas se alejó para completar la ruta. ―No confío en ese goblin― Nathanos, que había permanecido demasiado tiempo en silencio, habló con disgusto. ―Yo tampoco ―respondió Sylvanas ―Pero los goblins entienden de una cosa y eso es dinero. Puedo escuchar sin prometer nada. ―Claro que sí, Jefe de Guerra ―Nathanos asintió. Los goblins y los trolls iban en línea detrás de ella. Gallywix iba en una camilla detrás de los propios guardias de Sylvanas. Cómo había alcanzado esa posición, Sylvanas 28
no lo sabía. Él encontró su mirada y sonrió, mostrando un pulgar arriba y un guiño. Sylvanas luchó para no curvar los labios en total desagrado. Ya se estaba arrepintiendo de su decisión de hablar con Gallywix más tarde, así que se concentró en otra cosa. ―Todavía estamos de acuerdo, ¿no es así? ―le dijo a Nathanos― Stormwind caerá y las víctimas de la batalla se volverán renegados. ―Todo será como desee, mi reina ―dijo ―pero no creo que necesite mi opinión. ¿Le ha mencionado esto a los otros líderes? Tal vez tengan algo que decir al respecto. No creo que hayamos presenciado una paz adquirida con tanta estima, ni más apreciada. Tal vez no quieran volcar el carrito aún. ―Mientras nuestros enemigos vivan, la paz no es victoria ―No cuando una presa tan vulnerable seguía sin ser cazada. Y no cuando la continua existencia de sus renegados era incierta. ―¡Por la Jefe de Guerra! ―bramó un tauren, sus pulmones de gran tamaño permitieron que el grito llegara lejos. ―¡Jefe de Guerra! ¡Jefe de Guerra! ¡Jefe de Guerra! La larga “marcha de la victoria” estaba llegando a su fin. Ahora Sylvanas se acercaba al Fuerte Grommash. Solamente la esperaba un líder más, uno a quien le daba un reticente respeto. Varok Saurfang era inteligente, fuerte, fiero y, al igual que Baine, leal. No obstante, había algo en los ojos del orco que siempre la mantenían en alerta cada vez que los miraba. El conocimiento de que, si daba un mal paso, él podría no solo retarla, sino incluso oponerse a ella. Esa mirada aparecía ahora en sus ojos mientras se acercaba. Encontró a Sylvanas cara a cara sin romper el contacto visual mientras hacía una breve reverencia y se hacía a un lado para dejarla pasar antes de que la siguiera. Igual que los otros. La Jefe de Guerra Sylvanas desmontó y entró al Fuerte Grommash con la cabeza en alto. Nathanos estaba preocupado de que los otros líderes no apoyaran su plan. Les diré lo que harán… cuando sea el momento correcto.
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***
Una mesa de madera pesada, toscamente labrada y bancos fueron llevados al Fuerte Grommash. Un banquete de celebración se serviría a los líderes de cada grupo y a algunos guardias o acompañantes seleccionados. Sylvanas misma se sentaría en la cabecera de la mesa, de acuerdo a su posición. Ahora, mientras Sylvanas contemplaba a sus acompañantes, reflexionó acerca de que ninguno tenía familia de ningún tipo. Su campeón era lo más cercano que había a un consorte formal o un compañero presente. Y su relación era complicada, incluso para ellos. A cada una de las razas se le había animado a realizar un ritual de celebración de victoria o de honor a sus veteranos. Sylvanas estaba dispuesta a complacer esa petición; aplacaría a muchos y los fondos para tal evento no saldrían de las arcas de la Horda sino de las de cada raza. La idea la había sugerido Baine cuya gente, por supuesto, había practicado dichos rituales como parte de su cultura durante… bueno, desde que los tauren existían, asumió Sylvanas. Los trolls también habían aceptado al igual que los pandaren de la Horda. Ellos tenían una posición única dentro de la Horda en la que era una colección de individuos que sentían una conexión con los ideales de la misma. Su líder y su tierra se encontraban muy lejos, pero habían probado su valía a la Horda. Habían asentido sus redondas y peludas cabezas a la posibilidad de presentar un ritual, prometiendo belleza y espectáculo para levantar los ánimos. Sylvanas había sonreído gratamente y les hizo saber que ese acto sería bien recibido. Sylvanas recordó que alguna vez Quel’Thalas solía ofrecer ceremonias brillantes, deslumbrantes y magníficas con simulacros de batallas y esplendor. Sin embargo, en tiempos más recientes los antiguos elfos nobles, luchando con traición y adicción, se habían vuelto más sombríos. Quel’Thalas se estaba recuperando y los elfos de sangre aun amaban sus lujos y sus comodidades, pero ahora encontraban desagradables esas muestras tan ostentosas en vista de las implacables tragedias para su gente. Su contribución, según le había dicho Theron, sería breve y precisa. Ahora estaban amargados. Amargados igual que lo estaban los renegados; Sylvanas había rechazado rotundamente participar en lo que ella percibía como una pérdida de tiempo y oro. En ese aspecto, los goblins estaban de su lado. Era un pensamiento macabramente divertido.
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Esperó mientras varios chamanes de todas las razas comenzaban las ceremonias con un ritual. Los tauren ofrecieron una recreación de una de las grandes batallas de la guerra. Y finalmente los pandaren caminaron al centro del Fuerte Grommash. Vestían con trajes de seda —túnicas, pantalones y vestidos— en tonos verde jade, azul cielo y rosa nauseabundo. Sylvanas debía admitirlo, sin importar lo grandes, suaves y redondos que parecieran ser los pandaren, eran asombrosamente ágiles cuando bailaban, caían y presentaban sus batallas simuladas. Baine se alzó para terminar con el evento. Despacio, su mirada recorrió el salón, observando no solo a los líderes en la mesa sino a los otros que se sentaban en alfombras y en pieles alrededor del abarrotado y sucio suelo. ―Es con dolor y orgullo que nos reunimos aquí hoy ―retumbó ―Dolor pues muchos héroes valientes de la Horda cayeron en la honorable y terrible batalla. Vol’jin, Jefe de Guerra de la Horda, guio a la vanguardia contra la Legión. Luchó con coraje. Luchó por la Horda. ―Por la Horda ―se escuchó el murmullo solemne. Baine giró para mirar algo. Sylvanas siguió su mirada y vio las armas de Vol’jin y máscaras de rito colgando en un lugar de honor. Otros, también, inclinaron sus cabezas. Sylvanas inclinó la suya. ―Pero no olvidamos el orgullo que tenemos en esas batallas y su resultado. Pues contra todo pronóstico, hemos derrocado a la Legión. Nuestra victoria se pagó con sangre, pero se pagó. Sangramos. Ahora nos curamos. Nos lamentamos. ¡Ahora celebramos! ¡Por la Horda! Ésta vez la respuesta no fue silenciada ni respetuosa sino un vítor a todo pulmón, con sentimiento que hizo cimbrar las vigas del fuerte. ¡Por la Horda! Se sirvió jabalí asado y tubérculos con cerveza, vino o algún otro licor fuerte para beber. Sylvanas observó mientras los otros tomaban parte. Poco después de que el primer tiempo hubiera terminado, notó un sombrero de copa rojo y púrpura salpicado con estrellas acercándose a su lado de la mesa. ―Oh, ¿Jefe de Guerra? Un momento de su tiempo. ―Un momento ―Sylvanas le dijo al sonriente goblin. Se detuvo junto a su silla―. Tienes mi atención. No la desperdicies. ―Estoy seguro de que reconocerá que no lo hago, Jefe de Guerra ―dijo nuevamente con ese aire de confianza―. Pero primero un poco de historia. Estoy seguro que sabe de las tragedias y los retos que el Cártel Pantoque tuvo que enfrentar antes de ser invitados a unirnos a la Horda.
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―Sí. Su isla fue destruida por un volcán en erupción ―dijo Sylvanas. Gallywix se veía inconvincentemente triste. Llevó uno de sus enguantados dedos a su ojo para limpiar una inexistente lágrima ―Tantas pérdidas ―suspiró―. Tanto kaja’mita perdido, así de fácil. Sylvanas modificó su pensamiento. Tal vez las lágrimas eran genuinas. ―Kaja’Cola ―el goblin sorbió con nostalgia―. Te da ideas. ―Sí, estoy consciente de que ya no hay más kaja’mita ―dijo Sylvanas simplemente―. Ve al grano, suponiendo que tienes uno ―su conversación con el goblin estaba llamando demasiado la atención de Baine y Saurfang, entre otros. ―Oh, por supuesto que sí, de verdad tengo uno. Sabe ―dijo, riéndose un poco―, es algo gracioso. Hay una clara posibilidad de que ese volcán… pudiera no haber sido acto de Deathwing o el cataclismo. Sus ojos brillantes se abrieron un poco. ¿De verdad estaba diciendo lo que creía que decía? Esperó con una impaciencia que usualmente no se asociaba con los muertos. ―Verá, hmm… ¿Cómo decirlo? ―tamborileó los dedos en su primera barbilla― Estábamos minando bastante profundo en Kezan. Debíamos mantener a nuestros clientes felices, ¿no es así? Kaja’Cola era una bebida deliciosa, estimulante que… ―No me presiones, goblin. ―Entendido. Entonces. De vuelta a mi historia. Estábamos cavando profundo. Muy profundo. Y encontramos algo inesperado. Hasta ahora una sustancia desconocida. Algo realmente fenomenal. ¡Único! Solo una pequeña vena de ese líquido que se solidificó y cambió su color apenas se expuso al aire. Uno de mis mineros más inteligentes, eh… recuperó un trozo en privado y me lo trajo como una prueba de su aprecio. ―En otras palabras, lo robó y trató de sobornarte con él. ―Esa es una forma de verlo. Pero ese no es el punto. El punto es que mientras el horrible Deathwing ciertamente tuvo mucho que ver con el despertar del volcán, cavar tan profundo, pudo, repito, pudo, no estoy seguro de eso, haber contribuido. Sylvanas consideró al príncipe mercante con asombro hacia las profundidades de su avaricia y su egoísmo. Si Gallywix tenía razón, había destruido alegremente su propia isla y un buen número de inocentes —bueno, relativamente inocentes— goblins junto con ella. Todo por un pedazo de algún maravilloso mineral. 32
―No sabía que eras así ―dijo casi con un tono lleno de admiración. Él pareció a punto de agradecerle, pero lo pensó mejor. ―Bueno, debo decir que era un material bastante especial. ―E imagino que lo mantienes encerrado en un lugar seguro. Gallywix abrió la boca, después entrecerró los ojos y miró con desconfianza a Nathanos. Sylvanas casi se rio. ―Nathanos, mi campeón, es bastante amargado. Casi no habla, ni siquiera a mí. Cualquier secreto que tengas que compartir conmigo, estará más que seguro con él. ―Como diga mi Jefe de Guerra ―replicó Gallywix despacio, claramente poco convencido pero sin otra opción―. Está equivocada, Dama Oscura. No lo mantengo oculto. Lo mantengo a la vista, literalmente a la mano. Utilizó la punta de color dorado de su bastón para retirar de forma casual su horrendo sombrero de copa. Sylvanas esperó por una respuesta. Después de un momento y no recibió ninguna, frunció el ceño. Los ojos del goblin se movieron, parpadeando hacia la punta de su bastón y después hacia Sylvanas. ¿El bastón? Lo miró de nuevo, ésta vez con más atención. Nunca le había prestado atención. Nunca prestaba atención a nada que Gallywix vistiera, llevara o dijera. Sin embargo, algo la inquietaba. Entonces supo lo que era. ―Solía ser rojo. ―Solía serlo ―concedió―. Ya no lo es. Sylvanas se dio cuenta de que el pequeño orbe del tamaño de una manzana, realmente no estaba hecho de oro. Estaba hecho de algo que parecía… parecía… Ámbar. Savia de un árbol que se había endurecido durante varios siglos hasta convertirse en algo que podía volverse joyería. En ocasiones insectos antiguos quedaban atrapados en ese líquido que fluía, envolviéndolos por siempre en él. Éste tenía esa misma calidez. Era bonito. Pero tenía sus reservas acerca de si esa aparentemente inofensiva decoración era de verdad tan poderosa como Gallywix quería hacerla creer. ―Déjame ver ―ordenó.
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―Lo haré gustoso, mas no frente a miradas curiosas. ¿Podríamos ir a un lugar más privado? ―ante la mirada irritada, dijo con la voz más honesta que ella jamás escuchó― Mire. Querrá mantener ésta información privada. Confíe en mí. Extrañamente, lo hizo. ―Si exageras, sufrirás. ―Oh, lo sé. Y también sé que le gustará lo que va a descubrir. Sylvanas se inclinó y murmuró a Nathanos. ―Volveré en un momento. Más le vale tener razón. Consciente de los ojos que la seguían, se levantó e indicó que Gallywix podía seguirla a la habitación detrás del trono. Él lo hizo y cuando la cortina de piel se cerró, dijo. ―Uh. No sabía que éste lugar estaba aquí. Sylvanas no respondió, en su lugar simplemente extendió la mano hacia el bastón. Con una pequeña reverencia, se lo tendió. Cerró la mano alrededor de éste. Nada. La decoración era llamativa, sin embargo, Sylvanas pudo ver que era de una artesanía finísima. Se estaba cansando de los juegos del goblin. Frunció un poco el ceño y deslizó una mano hasta la punta del bastón, hacia la gema que estaba incrustada ahí. Sus ojos se abrieron de inmediato y jadeó con asombro. Alguna vez lamentó la vida que le había sido negada. Se había conformado con los regalos de su no-muerte: su devastador gemido de Alma en Pena, ser libre de hambre y cansancio y otros grilletes que ataban a los mortales. Pero esa sensación los eclipsó a ambos. No solamente se sintió fuerte sino poderosa. Como si su agarre pudiera destruir un cráneo, como si una simple zancada pudiera cubrir una legua y más. La energía se enroscó dentro de cada músculo, forzándolos como una bestia de precisión pura y poder contra cualquier atadura. Los pensamientos avanzaron presurosos a través de su cerebro, no eran nada más sus pensamientos calculadores, audaces, inteligentes, sino unos brillantes, atemorizantemente brillantes. Innovadores. Creativos.
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Ya no era una dama oscura, ni siquiera una reina. Era una diosa de la destrucción y la creación y estaba sorprendida de no haber entendido nunca la profundidad con la que ambos se conectaban. Ejércitos, ciudades, culturas enteras, ella podría levantarlos. Y destruirlos. Stormwind se encontraba entre los primeros, cediendo a su gente para aumentar los números de los suyos. Podría dar muerte a una escala que… Sylvanas soltó el orbe como si la hubiera quemado. ―Esto… Esto lo cambiará todo ―su voz temblaba. Convocó su fría calma usual― ¿Por qué no has utilizado esto ahora? ―Verá, era dorada en su forma líquida y era impresionante. Después se volvió sólida y roja y era bonita pero ordinaria. Siempre tuve esperanza de que hallaría más de esa cosa algún día. Y entonces… un día, ¡boom!, la punta de mi bastón se volvió dorada y maravillosa de nuevo. ¿Quién lo diría? Sylvanas debía volver al banquete. Sin duda los otros líderes ya estarían hablando. Ella no tenía intenciones de darles más alimento quedándose ahí. ―Ve las posibilidades ―dijo el goblin mientras volvían al fuerte. Como si estuviera hablando de algo pragmático y mundano, no algo que había sacudido el interior de Sylvanas Windrunner con una probadita de un poder inimaginable hasta ahora. ―Lo hago ―dijo, su voz de nuevo bajo control, aunque aún temblaba en el interior ―Una vez que el banquete haya terminado, tú y yo hablaremos largo y tendido. Esto le ayudará mucho a la Horda. Únicamente a la Horda. ―¿La Alianza sabe algo de esto? ―No se preocupe, Jefe de Guerra ―dijo, de nuevo su actitud superficial―. Tengo a gente encargándose de eso.
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CAPÍTULO CUATRO STORMWIND
A
nduin convocó a sus consejeros para unírsele en la sala del mapa en el
Castillo de Stormwind. Inclinaron sus cabezas cuando entró; hacía tiempo les había pedido que no hicieran reverencias. Por supuesto Greymane y Shaw estaban ahí. También el Profeta Velen, el antiguo draenei que había instruido a Anduin en el camino de la Luz. De todos ellos, podría decir que el Profeta draenei había sufrido la mayor pérdida en esa guerra. Genn había perdido a su hijo contra la violencia en años anterior y, por supuesto, la guerra había reclamado a Varian Wrynn. Sin embargo, Velen no solamente había presenciado la muerte de su hijo, sino también de su mundo entero, casi literalmente. Y aun así, Anduin reflexionó mientras contemplaba al ser de piel violácea, a pesar de que puedo sentir su dolor, él permanece con la mayor serenidad. La Almirante del Cielo Catherine Rogers también se encontraba presente. Anduin albergaba sentimientos similares por ella como los que tenía hacia el Maestro Espía Shaw. Anduin los respetaba a ambos, no obstante su relación con ellos no era cómoda. Para su gusto, Rogers deseaba demasiado la sangre de la Horda. Había reprendido fuertemente a Greymane y a ella por tomar una tarea reciente mucho más allá de lo que él había ordenado. Pero la Alianza necesitaba la línea dura de Rogers en la guerra y a Mathias protegía a los inocentes a su manera. ―Ha sido un día difícil ―dijo Anduin―. Pero ha sido mucho más difícil para aquellos a quienes nos dirigimos. Al final, la guerra terminó, la Legión fue derrotada y podemos enterrar a nuestros muertos sabiendo que mañana no contribuirán a los números de aquellos caídos en batalla. Y por esto estoy agradecido. No obstante, esto no significa que cesaremos los esfuerzos para mejorar éste mundo. En lugar de destruir a nuestros 36
enemigos, debemos sanar y recuperar a nuestra gente y a un mundo que está terriblemente herido. Y ―Anduin agregó―, debemos proteger y estudiar un recurso que ha llegado a mí hoy. Todo esto representa un nuevo montón de retos. Anduin pudo sentir la pequeña piedra dorada y azul en su bolsillo, resguardad ahí tranquila y benevolentemente. Sabía muy poco acerca de ella, pero sí sabía una cosa: no era nociva, aunque entendía perfectamente que podría usarse para propósitos oscuros. Incluso los Naaru podrían. Anduin sacó el pañuelo. ―Ésta mañana, el Maestro Espía Shaw me habló acerca de sus descubrimientos en Silithus. No solamente han emergido grandes fisuras que se extienden desde donde la espada de Sargeras empaló al mundo, sino también esas fisuras han revelado una sustancia hasta ahora desconocida. Es… única. Es más fácil mostrárselas que hablarles al respecto. Le tendió el pañuelo a Velen, quien reaccionó igual que lo hizo Anduin. El draenei respiró con sobresalto. Casi ante los ojos de Anduin, años, décadas, de sufrimiento parecieron desaparecer. Tan profundo como había sido experimentarlo por sí mismo, casi fue más impactante para Anduin presenciar el efecto que el material tenía en los demás. ―Por un momento creí que era una pieza de un Naaru ―Velen habló―. No lo es, pero la sensación es… similar. Los Naaru eran criaturas benevolentes hechas de energía sagrada. Nada era más cercano a la Luz que ellos. Cuando Anduin estudió con los draenei en el Exodar, pasó mucho tiempo en presencia del Naaru O’ros. La bella y benevolente criatura había sido otra víctima de la guerra y la memoria de ese tiempo ahora estaba teñida con dolor. De cualquier modo, Anduin recordó las emociones que O’ros había engendrado y estuvo de acuerdo con la valoración de Velen. ―Aunque ―Velen agregó―, aquí existe tanto un gran potencial para hacer daño como para hacer el bien. Greymane la agarró después. Parecía aturdido por lo que estaba experimentando, casi confundido, como si una creencia profunda, firmemente arraigada se hubiera destruido. Después frunció el ceño, las líneas alrededor de sus ojos se profundizaron y empujó la piedra de color miel hacia Shaw. ―Lo admito ―dijo con voz ronca, dirigiendo sus palabras a los dos, el rey y el Maestro Espía―. Creí que tal vez estaban exagerando. No era así. Ésta cosa es poderosa, y peligrosa.
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Shaw cedió la piedra; parecía no tener deseo alguno de sostenerla más de lo necesario. Anduin lo respetó. Rogers la tomó. Ella vaciló, acercándose para agarrar el costado de la gran mesa del mapa para mantener el equilibrio, mirando embelesada al pequeño pedazo de piedra. Entonces su expresión cambió a una de ira y esperanza mezcladas. ―¿Hay más de esto? Shaw le dio a Velen y a Rogers una versión editada de lo que había compartido con Genn y Anduin antes. Los dos escucharon con atención. Cuando terminó, Rogers dijo. ―Si podemos encontrar una forma de utilizar esto… podríamos destruir a la Horda. ―El pensamiento de Sylvanas con esto me enferma ―dijo Genn sin minimizar sus palabras. ¿Porque debemos llevarlo todo hacia la violencia? Pensó Anduin con su propia pizca de enojo. En su lugar dijo, respondiendo a la primera pregunta de Rogers ―Le dije al Maestro Espía Shaw que debemos obtener más de esto y estudiarlo. Creo que hay mucho mejores cosas que podríamos hacer con ésta sustancia que crear métodos para matar con mayor eficacia. ―Sylvanas no pensaría así y nosotros tampoco deberíamos. Anduin llevó su mirada azulada hacia Greymane. ―Debería decir que lo que nos hace mejores que ella es que de verdad lo pensamos ―antes de que Genn pudiera protestar, Anduin alzó una mano―. Pero nunca dejaría a la Alianza desprotegida. Con información suficiente, podríamos aplicar nuestras habilidades a más de una tarea ―puso los hombros rectos y llevó su atención al mapa de Azeroth que se extendía frente a él, sus ojos azules paseando por la imagen de un mundo que se había convertido recientemente preciado para él. Su mirada se detuvo un momento en el hogar de uno de los aliados más cercanos de Stormwind, las tierras de los enanos y su capital Ironforge. ―Los humanos no hicieron frente solos a la Legión ―Anduin le recordó a los allí reunidos―. En la batalla se nos unieron los draenei y aquellos pandaren que escogieron a la Alianza. Tu gente también, Genn: los refugiados huargen y humanos que se han más que ganado su lugar en la Alianza al pararse hombro con hombro, primero con mi padre y ahora conmigo para enfrentar ese horrible riesgo. Los enanos y los gnomos también estuvieron con nosotros. 38
―No diría que hombro con hombro ―dijo Genn. Anduin había descubierto que los sentimientos nobles solían incomodar al rudo rey. Genn utilizaba mejor la ira y la testarudez que la calidez o la gratitud. Al igual que Varian durante muchos años. ―Tal vez no ―dijo Anduin sonriendo un poco; la broma era una que habría hecho que los enanos tal vez soltasen una risotada. Imaginó a su antiguo rey, Magni Bronzebeard, replicando con algo como No te preocupes, amigo, te cortaremos a nuestra altura―. Pero siempre han estado ahí para nosotros, tan robustos e invencibles como una roca ―el cariño hacia esa fuertes y cabezonas personas que lo habían iniciado tanto en su camino hacia el sacerdocio como hacia la técnica correcta de pelea, recorrieron a Anduin―. Deberíamos llevar esto a la Liga de Expedicionarios. Tal vez tengan alguna visión que nosotros no. Y se encuentran por todo el mundo. Eso son muchos ojos y oídos extra para ti, Shaw. Shaw asintió con su cabeza castaña-rojiza. Anduin prosiguió. ―Los elfos de la noche tal vez sean de ayuda. Con lo antigua que es su raza, tal vez se hayan encontrado con algo como esto antes. Ellos, también, han perdido a muchos en ésta guerra y creo que una promesa de ayuda y apoyo será bienvenida. Y los draenei ―Anduin se acercó para tocar el brazo de su viejo amigo Velen―. Tú has perdido más de lo que cualquiera de nosotros seríamos capaces de comprender. Y como bien dices, este… material… recuerda a los Naaru. Tal vez exista alguna especie de conexión ―volvió su atención al grupo―. Todos vinieron cuando los llamamos. Y ahora sus veteranos han regresado a campos que han abandonado por mucho tiempo, a suministros peligrosamente empobrecidos. Recordamos lo que sucedió después de la batalla por Northrend. Cuando los suministros se agotan, las chipas de resentimiento se pueden volver un conflicto, incluso entre las razas en el mismo bando. Asegurémonos de que ninguno de nuestros aliados se arrepienta de haber ofrecido su ayuda a Stormwind. Se miraban los unos a los otros, asintiendo aprobatoriamente. ―Pretendo viajar a las tierras de nuestros amigos más cercanos ―Anduin informó―. Para agradecerles personalmente sus sacrificios, para ofrecerles lo que podamos para que su recuperación económica cambie y para enlistar también su ayuda. Esperaba una protesta de parte de Greymane y el viejo monarca no lo decepcionó. ―Su gente se encuentra en Stormwind ―Genn le recordó al rey innecesariamente―. Lo necesitan aquí. Y Gilneas, por lo menos, no necesita ninguna visita real. No. Gilneas no. Nunca lo necesitó. En años pasados, bajo la orden del propio Greymane, Gilneas se restiró de cualquier forma de contacto con cualquier cosa fuera de 39
sus inmensas paredes de piedra. El reino no había ido al rescate de nadie cuando lo necesitaron y el aislamiento había evocado ira y resentimiento hacia los gilneanos, al menos al principio, cuando al final habían sido forzados a abandonar su propio asilamiento. No obstante, ahora no quedaba nada de ese reino alguna vez majestuoso excepto ruinas, sombras y dolor. ―Estabas enojado conmigo, según recuerdo, cuando me aventure a las Islas Abruptas para ver el lugar donde mi padre había perecido ―respondió Anduin suavemente. ―Claro que lo estaba. Dejó Stormwind sin avisar a nadie ―replicó Greymane―. Ni siquiera había nombrado un sucesor. Aun no lo ha hecho, por cierto. ¿Qué habría pasado si lo asesinaban? ―Pero no pasó ―rebatió Anduin―. Y mi ausencia fue lo mejor que pude hacer ―continuó con más calma―. Genn, me dijiste que no debía ver ese lugar. Pero lo hice. Pare mí, el sacrificio de mi padre lo volvió territorio sagrado. Es en dónde encontré a Shalamayne, o tal vez debería decir donde ella me encontró. Es en dónde… ―hizo una pausa. No estaba listo todavía para decirle a nadie lo que había sentido, ni siquiera a Velen, el Profeta, quien habría entendido sin duda― en dónde acepté realmente el mando de mi reinado ―dijo en su lugar. Se aclaró la garganta; su voz era muy densa―. En dónde fui capaz de llevar a la Alianza hacia una victoria duramente ganada. Sí. La gente de Stormwind me necesita. Pero también aquellos en Ironforge y Darnassus. Así es como nosotros utilizamos la paz. Para dejar la base hacia la unidad y la prosperidad que tal vez un día la guerra deje en los libros de historia. Era una meta noble, pero tal vez una inalcanzable. La gran mayoría de los reunidos alrededor de la mesa parecieron pensar en lo segundo. Pero Anduin estaba determinado a tratar.
***
“La vieja Emma” era como la conocía la mayor parte de la gente en Stormwind. Ella se sentía bien con ese sobrenombre; era vieja, después de todo, y lo decían de forma amigable. Pero ella tenía un nombre real, Felstone, y un pasado, al igual que todos los demás. Había amado y la habían amado alguna vez y si a veces se perdía en el pasado porque, bueno, ahí era en dónde se encontraban los demás, entonces que así fuera.
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Primero fue su esposo, Jem, quien había muerto en la Primera Guerra. Pero la gente moría en las guerras, ¿no era así? Y eran honrados y recordados en ceremonias como la que el dulce niño-rey había oficiado. Anduin Wrynn le recordaba bastante a sus propios deslumbrantes hijos. Habían sido tres: El pequeño Jem, nombrado en honor a su padre; Jack, nombrado en honor a su tío Jack; y Jake. Ellos, también, habían muerto en una guerra, al igual que su hermana, Janice. Excepto que, de alguna forma, la guerra fue mucho peor que la que acababa de terminar. Sus hijos habían muerto gracias a Arthas Menethil y su conflicto contra los vivos. Habían sido guerreros de Lordaeron, que habían obtenido lugares de honor como los guardias del Rey Terenas. Habían perecido junto a su rey y su reino. Sin embargo, nadie honró sus nombres en una ceremonia forma. Nadie los vio como héroes de guerra. Se habían convertido en monstruosidades no-muertas sin cerebro. Ellos aún estaban en ese estado brutalmente cruel, estaban muertos, o se habían convertido en parte de los renegados de la Reina Alma en Pena. Sin importar el destino final de sus preciosos hijos, para ella estaban perdidos y el mundo viviente de los humanos hablaba de esos horrores solamente en murmullos. Agarró la manija de la cubeta que llevaba y se concentró en su tarea: sacar agua del pozo. Pensar en Jem, Jack y Jake nunca era bueno. Arrastraba su mente y corazón a lugares… Emma agarró la manija de la cubeta más firmemente mientras se aproximaba al pozo. Céntrate en lo que necesitan los vivos, se dijo. No en los muertos.
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CAPÍTULO CINCO STORMWIND
―E
scuché que habló muy elocuentemente en el servicio hoy, Su
Majestad. Anduin sonrió cansadamente al viejo sirviente. Era más que capaz de preparar su propia cama, sin embargo, Wyll Benton se había hecho cargo de él desde que era un niño pequeño y se sentiría ofendido si reusaba sus servicios. ―Los príncipes y los reyes tienen mucho de qué preocuparse ―había dicho alguna vez, la primera vez que Anduin había tratado de disminuir sus deberes―. Lo último que necesitan es molestarse con cosas como recortar las velas y colgar sus ropas apropiadamente. Era alto y gordo, aunque Anduin notó que había perdido algo de peso recientemente. Su comportamiento de alguna forma afable e indiferente ocultaba una voluntad tenaz y una fiera devoción a la casa Wrynn. Mucho ha cambiado y bastante de eso ha sido para peor, pensó Anduin. Pero al menos Wyll es una constante. ―Si yo realmente fuera elocuente, sería la Luz hablando a través de mí para reconfortar a aquellos que lo necesitan ―comentó Anduin. ―Se subestima, Su Majestad. Siempre ha sido bueno con las palabras. Wyll quitó el cinturón de Anduin, colgando el mazo Fearbreaker reverentemente de un gancho en la pared cerca de la cama del rey. El propio sirviente había puesto el gancho ahí para que Anduin pudiera alcanzarlo en cualquier momento. Sólo por si acaso, había dicho. El príncipe Anduin había rodado los ojos en aquel momento, pero el hombre en el que se había convertido sintió una calidez en su corazón ante aquella taciturna expresión de un hombre que era más que un sirviente, Wyll era un viejo amigo. 42
―Eres demasiado bueno ―dijo Anduin. ―Oh, señor ―Wyll suspiró―. Nunca lo soy, como bien sabe. Anduin apretó los labios para evitar sonreír en ese momento. Volvió a sentirse animado y no podía resistirse a molestar a Wyll. ―Estarás feliz de escuchar que iremos de vuelta a Ironforge pronto. ¿A menos que prefieras que no? ―¿Por qué, Su Majestad, creería que no lo estaría? No hay nada como el constante calor y las variables de una forja gigante continuamente en marcha para asegurar un buen descanso. Además, seguramente nunca suceden cosas malas en Ironforge. No se convierte a nadie en diamante o se entierra bajo escombros, o lo toman como prisionero, o lo fuerzan a huir por su vida ―el viejo sirviente continuó con una voz vagamente sarcástica. Wyll había acompañado a Anduin en su última visita a Ironforge, poco después de que el cataclismo alterase permanentemente la cara de Azeroth. Todas las cosas que el sirviente acababa de mencionar, además de otros, pasaron durante ese azaroso viaje y dos de esas le habían pasado a Anduin. Las palabras, que pretendían ser un chiste, al menos tanto como le era posible a Wyll, causaron que una ola de dolor fluyera dentro del joven rey. Aunque, ésta vez, era diferente; la pérdida era antigua. El tiempo había sosegado el dolor aunque jamás lo abandonaría por completo. Ante el silencio de su rey, Wyll lo miró mientras colgaba el abrigo. ―Discúlpeme, Su Majestad ―dijo, su voz llena de remordimiento―. No pretendía hacer menos su pérdida. ―De la pérdida de Khaz Modan ―dijo Anduin. El terremoto en Dun Morogh, los temblores se sintieron incluso en Ironforge, fueron el primer indicador de que el mundo infeliz estaba en verdadero peligro. Anduin había ido a Dun Morogh para ayudar con los trabajos de rescate. No había acogido todavía el camino al sacerdocio, pero sabía primeros auxilios y deseaba ayudar desesperadamente. Una ronda de réplicas tomaron la vida de Aerin Stonehand, la joven mujer enana que había sido asignada para entrenarlo. Había sido la primera vez que Anduin había perdido a alguien casi de su edad. Y, si era honesto consigo mismo, había comenzado a sentir más que una simple amistad hacia la vivaz guerrera de ojos brillantes. ―Está bien ―intentó tranquilizar a Wyll―. Las cosas ahora son mejores. Magni despertó de su… ah, comunión con la tierra, yo estoy bien y los Tres Martillos están trabajando juntos igual que una máquina gnómica bien aceitada. 43
Magni Bronzebeard, quien había sido rey de Ironforge en ese entonces, había participado en un ritual que lo había “hecho uno con la tierra.” Todos habían esperado que ese ritual le diera alguna introspectiva hacia el mundo afligido, pero el ritual había sido bastante literal, no metafórico. Había convertido a Magni en un diamante. En ese entonces, la ya atormentada ciudad se había lamentado profundamente. Gracias a la Luz, se había revelado que Magni no había sido asesinado… pero había sido transformado. Ahora, se le había dicho a Anduin que el antiguo rey habló con, y por, Azeroth misma. Nadie estaba seguro dónde o cómo encontrarlo; vagaba por el mundo y volvía cuando se le necesitaba. Anduin se preguntaba si algún día volvería a ver a Magni. Esperaba que sí. ―A pesar de eso, señor ―dijo Wyll―. Por supuesto que iré con usted. Claro que lo haría. Hasta donde Anduin sabía, el sirviente devoto no tenía familia propia y había servido a los Wrynn durante casi toda su vida. Anduin no necesitaba de los servicios de Wyll, era más que capaz de colgar un abrigo por sí mismo y remover sus botas, pero mientras la edad avanzada iba evitando que Wyll hiciera muchas cosas, Anduin supo que su sirviente de la niñez aun quería sentirse útil. Anduin apreciaba a Wyll no por lo que hacía, sino por quien era. ―Apreciaré tu compañía ―dijo Anduin y lo estaba―. Aunque, eso será todo por ahora. Buenas noches, Wyll. El anciano hizo una reverencia. ―Buenas noches, Su Majestad. Anduin lo observó cerrar la puerta, sonriéndole afectuosamente. Cuando la puerta se cerró, se giró a su mesa de vestir. La piedra de color ámbar, aun envuelta en el pañuelo, descansaba junto a dos objetos que encerraban un gran significado personal para Anduin. Uno era una pequeña caja tallada que contenía las alianzas de compromiso y matrimonio de la Reina Tiffin. La otra era la brújula que Anduin alguna vez le dio a su padre. Miró hacia el pedazo de tela blanca durante un momento, pero fue la brújula por la que se acercó, la misma que había sido recuperada y devuelta a él por un aventurero que había ayudado al desesperado nuevo rey en sus primeros pasos para sanar su duelo. Abrió la brújula y contempló el retrato pintado de un pequeño niño dentro, sus mejillas aun redondeadas con la suavidad de la niñez. Después de todo lo que había visto y experimentado en los últimos meses, Anduin se preguntó si alguna vez había sido realmente tan joven como el artista lo había retratado. Una brújula. Algo para mantenerte en el camino correcto. 44
Había existido una brújula evidente en la lucha contra la Legión Ardiente. Clara, buena, verdadera y poderosa. Anduin supo el siguiente paso a seguir en su camino. Reunirse con sus aliados, ayudarlos a socorrer a su propia gente y demostrarles cuán valiosos eran esos lazos para él. Pedir su apoyo para aprender más acerca de ese extraño mineral, y evitar que fuera mal utilizado. Después de eso… Cerró los ojos. Luz, rezó, me has otorgado buenos y honestos consejeros que me han ayudado a liderar bien hasta ahora. Confío en que me mostrarás mis siguientes pasos en el momento adecuado. Siempre he ansiado la paz y ahora un tipo de paz está cerca de nosotros. Y éste material… podría ser utilizado para continuar con esa paz en formas que no podemos empezar a imaginarnos. Guíame para que pueda liderar bien ahora también. Bajó la brújula cuidadosamente, apagó la única vela que Wyll había dejado encendida en la mesita de noche y no tuvo sueños.
***
Por la mañana, Anduin llamó a una reunión menos formal en el recibidor afuera de sus aposentos privados. Había pasado muchas noches ahí, cenando solo con su padre. Todavía tenía dificultades pensando que esa habitación ahora le pertenecía a él. ―Casi había olvidado que estamos cerca del verano ―dijo Greymane mientras se servía un durazno perfectamente maduro y de aroma dulce. Bollitos de grano ámbar, queso de Stromgarde, huevos a las hierbas, jamón, tocino, fruto del sol fresco y pastas estaban servidos y leche, café, té y una selección de zumos se presentaron para que pudieran beberlos. Como un huargen, Greymane había cazado comida de formas que el resto de la Alianza no podría y se podía alimentar de cosas que otros serían incapaces. Los huargen eran, de muchas maneras, los mejores y más aptos para la guerra, por el proverbio de que un ejército marchaba con su estómago era cierto. Pero claramente el rey de Gilneas todavía apreciaba el sabor de las frutas frescas del verano. Parecía que gran parte de ellos había descansado bien al igual que el joven rey. Se preguntaba si había sido una secuela de la piedra. Después de algunos cumplidos acerca de la comida, el rey había guiado la conversación a cuestiones prácticas.
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―Genn ―dijo, sirviéndose una segunda ronda de huevos―. Me gustaría pedirte que cuidaras de mi reino mientras estoy fuera. No puedo pensar en nadie mejor para hacerlo que una persona que ya está familiarizada con lo que esto conlleva. No te preocupes ―añadió con una sonrisa―. Ésta vez prometo formalizarlo antes de que me marche. Lentamente, Genn bajó su tenedor. ―Su Majestad ―dijo―. Me siento honrado. Serviré a Stormwind igual que he servido a dos de sus reyes. Pero soy un viejo. Haría bien en empezar a buscar una manera de tener a alguien más joven para gobernar si algo llegase a sucederle. Anduin suspiró internamente. Ésta no era la primera vez que el tema de un heredero salía a colación. Prefirió ignorarlo, pero estaba casi seguro que Genn volvería a mencionarlo una vez más antes de que se marchara a Ironforge, aunque Anduin ya había dejado muy clara su opinión. Anduin no iba a casarse con una mujer que no amase. ―Estoy feliz de que aceptes ―dijo Anduin, esquivando el problema entero y girándose hacia Velen antes de que Genn pudiera continuar―. Profeta, espero que pueda acompañarme en mi viaje tanto a Ironforge como al extranjero. No he olvidado a los draenei que siguen cuidando el Exodar. Los veré y les agradeceré. El draenei de barba blanca inclinó la cabeza, conmovido. ―Será un honor acompañarlo, Su Majestad. Significará mucho para mi gente. ―También significará mucho para mí también ―respondió Anduin, untándole mantequilla a su pan tostado. Mantequilla, pensó. Algo que había dado por sentado cuando mucho no tenían más que un trozo de pan― ¿Qué puede ofrecerle Stormwind a los draenei para mostrarles nuestro profundo aprecio por su ayuda contra un enemigo en común? ―Que Su Majestad se preocupe lo suficiente para siquiera preguntar después de todo lo que ha tenido que pasar, seguramente enternecerá sus corazones. El joven rey dejó el cuchillo para la mantequilla y contempló a su viejo amigo. ―Tú sabes más de resistencia que cualquiera de nosotros ―dijo tranquilamente―. De sufrimiento, de pérdida. Liam Greymane no fue el único hijo que tuvo que dejar atrás a un padre amoroso. Más que esa profunda pérdida personal se encontraba la que el pueblo de Velen había sufrido. Argus, su querido mundo natal, no solamente fue invadido con eredar corruptos, sino que había sido deliberadamente torturado durante eones por el titán caído Sargeras. 46
La propia alma de ese mundo roto se había alzado para darle la espalda a todo y todos, incluso aquellos que lo habían liberado y buscaban ayudarle. Incluso ahora, Anduin apenas podía resistir pensar en ello y había rezado a la Luz para que su propio mundo, su hermosa Azeroth, que había sustentado formas de vida tan maravillosas y variadas, no sufriera el mismo destino. El rostro de Velen se suavizó con dolor que nunca podría, jamás podría, ser apaciguado, sin embargo, su voz era suave cuando habló. ―Es precisamente porque nosotros sabemos tanto acerca de la oscuridad de éste universo que en su lugar nos enfocamos en lo que es bueno, amable y verdadero. Lo diré nuevamente, su presencia en los pasillos violetas de nuestra ciudad calma nuestros ánimos más de lo que podría llegar a entender. No había cómo discutir con un draenei, pensó Anduin. Una sonrisa apareció en sus labios. ―Será cómo tú desees, mi viejo amigo. Pero te pido que te enfoques en pensar en algo tangible que podamos llevar también. Los labios del antiguo ser se curvaron en una sonrisa que era eternamente jovial. ―Veré que se me ocurre. ―Bien. Es más urgente lo que necesitamos llevar a Ironforge pues es la primera ciudad que pretendo visitar. ¿Qué podemos ofrecerles a los enanos como un regalo que puedan apreciar más? Durante un momento las cejas se juntaron en contemplación. Y entonces, como uno, todos ellos, incluido el gran Profeta Velen, comenzaron a reírse.
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CAPÍTULO SEIS TANARIS
G
rizzek Fizzwrench salió de su simple y destartalada cabaña para adentrarse
en el perezoso y lentamente desvanecido calor de la tarde. Sonrió al sonido familiar del océano golpeando contra la costa, el crujido de las palmeras. Las fosas nasales de su larga y gran nariz se ensancharon y su pecho estrecho se ensanchó mientras respiraba el aire salado. ―Otro hermoso día más solo para mí ―dijo en voz alta, crujiendo su cuello, nudillos y dedos de los pies en un adorable y largo estiramiento. Entonces, con una risa de anticipación, se zambulló en las olas. Alguna vez había sido un goblin común. Igual que los otros, había vivido en reducidos y poco higiénicos tugurios y barrios marginales, desempeñando actos detestables para gente aún más detestable. Todo había estado bien hasta que estuvo en Kezan, pero cuando esa isla… bueno, explotó, algo que las islas no debían hacer, y los refugiados del Cártel Pantoque se mudaron a Azshara, las cosas cambiaron. Para empezar, a él no le gustaba Azshara. Era demasiado otoñal para su espíritu veraniego. Todo ese rojo, café y anaranjado. Le gustaba el azul y del cielo y el mar y ese amarillo vibrante a la arena y el movimiento calmado del follaje verde de palmas. Entonces, cuando los destructores comenzaron a destrozar la tierra, volviéndola fea, Azshara le disgustaba todavía más. La idea de gastar tanto tiempo como dinero –que eran casi lo mismo– reformando una parte de Azshara para hacerla un símbolo de la Horda le parecía la peor adulación que Grizzek había visto nunca, y realmente había visto mucho. Y ninguna de todas esas razas en la Horda no parecían entender la mentalidad de los goblins. Los “muertísimos”, cómo pensaba de los renegados, le daban escalofríos y lo único con lo que parecían disfrutar jugando era con pociones. Los orcos pensaban que 48
eran mejores que los demás. “La Horda Original” y demás disparates. Los tauren estaban demasiado enamorados de la tierra para hacer que cualquier persona se sintiera cómoda y todo lo que tenían los trolls con la loa lo asustaba bastante. Los pandaren eran demasiado… bueno… amables. Llegó a encontrar a uno o dos elfos de sangre con quienes podía compartir una cerveza, pero la raza entera era demasiado bonita y les gustaban las cosas bonitas y los goblins y su cultura definitivamente no calificaban como cosas bonitas. Pero la peor parte de unirse a la Horda era que la unión había ascendido a Jastor Gallywix de ser un simple príncipe mercante a un poderoso y resbaloso líder de toda una facción de la Horda. Y entonces, un día, sin previo aviso, como si hubieran lanzado una moneda, Grizzek se había hartado. Tomó sus pertenencias —todas sus baratijas de laboratorio, libros repletos de años de minuciosamente detalladas notas acerca de experimentos y un pequeño depósito lleno de provisiones— y se mudó ahí, a una playa desierta en Tanaris. Trabajar en soledad bajo el sofocante sol, que volvió su pálida piel de verdosaamarillenta a un tono esmeralda bosque, construyó una pequeña pero modesta casa y un no tan pequeño ni tan modesto laboratorio. Gizzek vio que había florecido en la soledad y bajo la luz del sol. Se despertaba al atardecer, nadaba un poco y rompía su ayuno, entonces se encaminaba a trabajar durante la fría tarde y las horas nocturnas. A través de los años, había construido un sofisticado sistema de defensa compuesto por robots, alarmas, silbatos y otros sistemas de alerta. Su aparato preferido de esos era Feathers, un loro robótico de nombre poco imaginativo que le hacía compañía. Feathers hacía vuelos de reconocimiento varias veces al día utilizando sus ojos mecánicos para buscar por algo fuera de lo ordinario. Alertaría inmediatamente a Grizzek si había peligro. Y después… bueno, dependiendo de la naturaleza del intruso, enviarían una advertencia descortés o un rayo del Goblin Dragon Gun Mark II que siempre tenía a la mano. Era una vida maravillosa. Y había fabricado cosas bonitas. Bueno, bonitas tal vez no sería la palabra correcta. Había fabricado cosas que hacían explotar otras de forma espectacular y artilugios prácticos que le ayudaban a no preocuparse por cocinar, limpiar o, realmente, nada más que crear más aparatos y dispositivos explosivos. Y por supuesto, cuando Feathers apareció de pronto mientras él estaba tumbado sobre su espalda, flotando perezosamente y graznó escandalosamente “¡alerta de intruso, entrada del lado oeste!”, significaba que su maravillosa vida estaba a punto de implotar. Grizzek hizo una mueca mientras escuchaba el reporte de Feathers. Aunque, cuando se convirtió en un solo nombre, sus ojos se abrieron de golpe. 49
Maldijo larga, escandalosa y pintorescamente y nadó de vuelta a la orilla.
***
―Príncipe Mercante ―dijo Grizzek unos momentos después, parándose en la puerta principal, goteando y vistiendo solamente una toalla―. Creí que teníamos un trato. Podías quedarte con todos mis inventos, yo podía abandonar el cártel con suministros y tranquilidad. El Príncipe Mercante Jastor Gallywix, vestido llamativamente como siempre, su abultada barriga por delante por casi dos pasos enteros, apenas sonrió. Había traído con él a varios hombres musculoso, incluido el musculoso Druz, su jefe ejecutor. ―Hey, Druz ―agregó Grizzek. ―Qué hay, Grizzek ―respondió Druz. ―¿Así es como recibes a un viejo amigo? ―Gallywix estalló. Grizzek lo miró fijamente. ―¡La etiqueta tradicional de los goblins obliga a que invites a un príncipe mercante! ―De hecho, no ―Grizzek respondió―. No lo hace y además, nunca he sido alguien dado a la etiqueta ―Druz se apoyó en la puerta, limpiando sus uñas con un cuchillo. El pensamiento de ser apuñalado con un cuchillo lleno de lo que fuera que había bajo las uñas de Druz era horripilante. La sonrisa de Gallywix no flaqueó. ―Doce goblins increíblemente fuertes, muchos de ellos con armas que apuntan a ti, exijo que invites a pasar al príncipe mercante. Grizzed languideció. Suspiró pesadamente. ―Bien, bien. ¿A qué viene todo esto, Gallywix? ―preguntó, no se inmutó con el título de líder de la Horda. ―¿De qué se trata siempre?
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―¿Expresión creativa, estimulación intelectual y dormir plácidamente en la noche? ―ofreció Grizzek. ―¡Por supuesto que no! Estos son negocios. Una oportunidad de oro, debería decir ―Gallywix hizo un ademán con su bastón. Los ojos de Grizzek viajaron automáticamente hacia el orbe incrustado en la punta. Lo había visto miles de veces, ese rojo brillante… Parpadeó. ―Es dorado ―dijo. ―No es dorado dorado, pero sí. ―Ah. Entonces esa es la broma. La sonrisa de Gallywix desapareció un poco y Grizzek disfrutó el hecho de que estaba molestando al príncipe mercante. ―Sí ―dijo―. Esa es la broma. ―Solía ser rojo. Gallywix frunció el ceño y sus papadas rebotaron con irritación ―Así es. Mismo adorno, diferente color. Vamos, Grizzy, ¡por lo menos debes estar intrigado por eso! Maldito goblin. Grizzek estaba intrigado. La curiosidad, como siempre, era demasiado para él. Además, no le importaría que le reabastecieran los víveres. Me arrepentiré de esto, pensó y abrió la puerta para dejar pasar a Gallywix. ―Solo tú ―dijo cuándo Druz intentó entrar ―Solamente tengo una silla. ―No importa. Me quedaré de pie ―dijo Druz. La cocina quedó reducida a tres goblins embutidos en ella y de verdad solamente había una sola silla. Mientras tanto Gallywix trató de acomodar su masa en ella. Gizzek se disculpó para ir a ponerse unos pantalones y una camisa de lino, después se paró y escuchó. Gallywix habló de cavar demasiado hondo en el corazón de Kezan, de la única, dorada y gloriosa vena que encontraron, pero se había agotado, de cómo había surgido el poder de esa sustancia, que entonces parecía haber muerto con el paso del tiempo, convirtiéndose de un cálido color miel al rojo como una gota de sangre humana.
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Inicialmente sus ojos estaban fijos en el príncipe mercante, pero mirada comenzó a desviarse hacia el bastón mientras la historia se volvía cada vez más fantástica. ―Y entonces ―Gallywix decía―, llega éste gigante, con su titánica espada incitadora, hundiéndola justo en el interior de Silithus. La tierra se abrió y ahí había más y más venas de esa cosa, fluyendo como un bonito río de pura miel. Por su puesto, yo y sólo yo de verdad entendí lo que era, así que salté directamente hacia eso. Justo ahora, tenemos a montones de gente minándola y asegurándose de que solamente la gente correcta la obtenga. ―Estoy bastante escéptico de que ésta cosa sea la maravilla que crees que es, Príncipe Mercante ―Grizzek miró hacia Druz para confirmar la historia. Extrañamente, él y el jefe ejecutor que contrató Gallywix siempre se habían llevado bastante bien. Druz hizo un mohín con sus enormes hombros. La fea sonrisa de Gallywix se profundizó y sus pequeños ojos brillaron. ―La prueba está en el pudin. Grizzek parpadeó. ―¿Eso qué significa? ―No tengo idea pero suena bien. Mira, haré un trato contigo. Toma el bastón, toca la punta y ve qué sucede. Si no quieres involucrarte para trabajar con ésta cosa, solamente dilo. Me iré de tu cabello. ―Soy calvo. ―Sentido figurado. ―Bien, pero qué te parece si lo llevamos un poco más lejos. Si quieres mi ayuda, yo decido qué haré, qué construyo y cómo se usa. Eso no le sentó bien al príncipe mercante con sombrero de copa. Su sonrisa se congeló como si Gallywix hubiera sido víctima de un mago de escarcha enfadado. ―Sabes que no eres el único ingeniero del mundo. ―Bastante cierto. Pero sé que no me habrías buscado después de tanto tiempo si no necesitaras mi ayuda. ―Grizzek ―Gallywix dijo, suspirando―, eres demasiado inteligente para tu propio bien. Grizzek esperó, los brazos cruzados. 52
―De acuerdo, de acuerdo ―dijo el líder de los goblins con enfado―. Pero solamente te pagaré un pequeño porcentaje. ―Negociaremos mi paga por hora después de que tome una decisión. Gallywix enseñó su bastón nuevamente. Grizzek lo agarró. Cerró su otra mano alrededor de la punta. Todo en la habitación se volvió hiperconcentrado. El color se amplificó. Las líneas eran muy claras, limpias. Escuchó capas en el sonido del océano, casi pudo sentir las vibraciones en los cantos de las aves. Y su mente… Se aceleró, se tambaleó atropelladamente, analizando y calculando qué porcentaje de su mano estaba en contacto con el orbe, a qué grado un callo o el brillo de su sudor en su repentinamente empapada palma inhibían el contacto, cuántos usos podría darle… Grizzek retiró la mano rápidamente cómo si se la hubieran quemado. Era glorioso… Tal vez demasiado. ―Santo cielo ―murmuró. ―¿Ves? El cuerpo del ingeniero seguía temblando por la experiencia, su corazón estaba acelerado, sus manos temblaban. Sabía que tenía una mente brillante. Sabía que era un genio. Por esa razón Gallywix lo había buscado. Y el príncipe mercante había hecho bien en hacerlo porque las cosas que podría crear con ese objeto… ―Yo, este… De acuerdo. Trabajaré en ello. Haré experimentos, diseñaré algunos prototipos. La sonrisa de Gallywix era cruelmente feliz ahora. ―Sabía que aceptarías. ―Mis exigencias continúan ―insistió Grizzek―. Quiero completa autonomía en esto ―se había traicionado antes con su reacción, lo sabía, pero no era demasiado tarde para rescatar algo. Se había sorprendido, eso era todo y ahora puso su mejor cara inexpresiva. ―Te mueres de ganas de ponerle las manos encima y lo sabes. Grizzek hizo un mohín, tratando de imitar la completa falta de interés de Druz.
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―Bien, de acuerdo ―Gallywix gruñó―. Pero mantendré a algunos de los míos aquí de ahora en adelante. ―Como gustes ―dijo Grizzek. Sabía de sobra que no se alejaría demasiado de esa cosa―. Pero antes de comenzar escribiré una lista de suministros. Y encabezando esa lista ―señaló la punta del bastón con la cabeza―, está una muestra de eso. ―Obtendrás bastante de esto. Con la condición de que muchas creaciones nuevas hechas a partir de eso comiencen a salir de aquí con regularidad. ―Claro, claro. Y… ―Vaya, cómo detestaba tener que decirlo―. Tengo una petición más. Necesitaré que mi antiguo compañero de laboratorio me ayude a trabajar con esto. ―Claro, claro ―Gallywix había obtenido lo que quería y claramente se sentía generoso ―Dame un nombre; lo enviaré enseguida. Grizzek se lo dijo. Gallywix casi explotó, pero un cuarto de hora más tarde ya había cedido. Fue con alivio y renuencia que Grizzek cerró la puerta de su pequeña cabaña. Limpió la silla en la que se había sentado Gallywix sólo porque sí y se dejó caer en ella. Esta era, o la mejor idea de su vida… o la peor. Grizzek sospechó que era lo segundo.
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CAPÍTULO SIETE IRONFORGE A
nduin ya había hecho todas sus obligaciones reales, acatando el protocolo
correcto apenas llegó a las enormes puertas de Ironforge y más tarde durante la extensa cena real. Tenía que regularse. A los enanos les encantaba comer y les encantaba beber y aunque Anduin era mucho más alto que cualquiera de ellos, estaba consciente de que hasta el enano más pequeño podría embriagarlo si no tenía cuidado. Moira Thaurissan, la hija de Magni Bronzebeard y la líder del Clan Dark Iron de los enanos por matrimonio, era uno de los Tres Martillos que gobernaban Ironforge. Ella personalmente prefería vino antes que la amada cerveza como hacían la mayoría de los enanos, y ella se aseguraba de que al rey visitante le sirvieran uno de los vinos tintos más finos mientras cenaban carne de jabalí a las brasas con abundante pan marrón para sopear los jugos, vegetales asados con miel y una montaña de pastas con las que concluiría la cena. A Anduin le hubiera gustado mantener la reunión con los Tres Martillos de inmediato, pero le habían dicho que uno de ellos necesitaba tiempo para digerir la abundante cena. A menos de que la situación fuera de vida o muerte, una pipa, brandy o más postres eran lo primero. Moira, prestando atención a la reacción de Anduin a cualquiera de las tres opciones, sugirió una caminata durante una hora por los alrededores de Ironforge para ayudar a la digestión. Anduin aceptó gustoso. Invitó al draenei a acompañarlos, pero Velen declinó diciendo: ―Estoy seguro de que ustedes dos tienen mucho que discutir. Me quedaré aquí y conversaré con Muradin y Falstad ―Muradin Bronzebeard, el hermano de en medio de los tres Bronzebeard, representaba al clan de su familia en el Concejo de los Tres Martillos 55
(Brann, el menor de los famosos hermanos, había fundado la Liga de Expedicionarios y tenía demasiada pasión por los viajes en su interior como para quedarse en Ironforge). Falstad Wildhammer, el tercer Martillo y el líder del afamado clan Wildhammer, alzaron un tarro hacia el draenei. ―¿Pipa, brandy o postre? ―se le ocurrió a Anduin. ―Postre, creo ―respondió Velen―. Parece la opción más inofensiva. ―Toma el mío. Si como otro bocado, reventaré. ―¿Te importa si tenemos algo de compañía? ―preguntó Moira mientras se levantaban y dejaban la mesa. ―Claro; a quien gustes. La reina habló en voz baja con uno de los guardias, éste asintió y se retiró. Unos minutos después, volvió, escoltando a un pequeño niño enano. La piel del niño era de un inusual pero atractivo tono gris cálido. Sus ojos eran grandes y verdes, sin pizca de aquel resplandor rojo que era común entre los enanos del Dark Iron y su cabello era blanco. Anduin supo de inmediato quién debía ser: El hijo de Moira, el nieto de Magni Bronzebeard y su heredero al trono, el Príncipe Dagran. ―Sé que nos conocimos antes, Su Majestad, pero me temo que no lo recuerdo ―dijo el joven príncipe con perfecta cortesía y con algo más que un rastro del acento enano local. ¿Qué edad tenía? ¿Seis, siete? Anduin recordó que él también había sido educado en la cortesía y etiqueta apropiada para el hijo de un rey cuando era todavía más joven que ese muchacho. ―Estaría sorprendido si lo hicieras. Imaginemos que éste es nuestro primer encuentro ―Anduin se acercó a él y extendió la mano de manera formal y el niño la estrechó con solemnidad ―Me alegro de que puedas unirte a nosotros en nuestra caminata de hoy. Así que… ¿cuál es tu lugar favorito en Ironforge? Los ojos del niño se iluminaron. ―¡La Sala de los Expedicionarios! Anduin le regaló una mirada encantada a Moira mientras respondía. ―El mío también. ¡Vamos! ―una vez que llegaran a la sala y disfrutaran mirándola, le pediría a Moira que llamara a Falstad, Muradin y Velen. Entonces Anduin revelaría la segunda razón por la que había ido a Ironforge.
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Mientras caminaban relajadamente hacia su destino, guardias humanos y enanos siguiéndolos a una distancia discreta pero conveniente, Anduin se hundió en la nostalgia. El calo lo asedió cuando pasaron por la Gran Fundición que le daba su nombre a esa antigua ciudad. El aroma distintivo del metal derretido lo llevó de nuevo a su última visita unos años atrás. ―Ha pasado mucho tiempo desde que estuve aquí ―le dijo a Moira. Los ojos verdes de Moira miraban a su hijo cuando respondió: ―Así es. Los años transcurren más rápido de lo que pensamos. Contemplando al niño que claramente estaba luchando para no adelantarse a su madre y al rey humano, Anduin le dijo a Moira: ―Fue un buen gesto de los Tres Martillos el ir a Stormwind para honrar a mi padre. Especialmente cuando tomamos en cuenta que la última vez que estuvo aquí trató de asesinarte. Moira rio. ―Oh, muchacho, sabes que él y yo arreglamos hicimos las pases hace tiempo. Para cuando lo perdimos, habíamos llegado a admirarnos y respetarnos el uno al otro. Tu padre estaba enfadado conmigo por tenerte aquí. Estaba preocupado por tu seguridad. Conforme Dagran ha crecido, aunque parezca imposible, se ha convertido día a día en lo más preciado para mí. Tan grande como era Varian Wrynn, lo habría destrozado con mis propias manos si hubiera secuestrado a mi pequeño ―una expresión fiera relampagueó en su rostro. ―Te creo ―dijo Anduin y lo decía en serio―. Los enanos son luchadores, eso es seguro. ―Estaba orgulloso de ti ―dijo Moira calmadamente―. Incluso cuando no te comprendía. No pienses que sólo te amó en los últimos años, Su Majestad. ―No lo hago. Lo supe. Y por favor ―dijo Anduin―, solo llámame Anduin. Aquí estoy más acostumbrado a la amistad que a la formalidad. Cuando venía de visita, tu padre me pedía que lo llamara tío Magni y Aerin me decía “pequeño león”. ―¿Aerin? ―Una joven que fue la primera mujer en la guardia de tu padre. Te habría agradado. Estaba intentando mejorar mis habilidades con la espada y el escudo antes de que muriera en Kharanos.
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―Ah, ―dijo Moira contemplándolo de forma especulativa―. Perdiste a tu primera amiga, ¿no es así? Lo lamento ―Se iluminó un poco―. Pero por lo que escucho, sus enseñanzas no fueron desperdiciadas. No eres el guerrero que era tu padre, pero no hay vergüenza en ello y entiendo que tu manejo de la espalda no es tan malo estos días. Le sonrió de forma irónica. ―Sorprendiendo a todos, sin duda. ―Bueno, tal vez sólo un poco. Anduin rio. ―Definitivamente no soy el guerrero que era mi Padre. Jamás lo seré. Nadie lo será ―No puedo ser el héroe que eras, había dicho arrodillándose en dónde su padre había muerto. No puedo ser el rey que fuiste. Se giró hacia ella decidiendo confiar en ella. Pero te diré algo. Antes de conocer a Aerin, odiaba los entrenamientos con armas. Los evitaba tanto como me era posible y me volví extremadamente creativo con mis excusas. Pero después de que ella murió, comencé a entrenar con ganas. Ya no me encogía. Quería convertirme, si no en un excelso espadachín, al menos en uno bueno. La Luz me bendijo con otros regalos. Confío en que me ayudará incluso si no tengo ningún arma en mis manos. Aerin prometió volverme de temperamento de enano y lo hizo. Moira soltó una carcajada ante eso. ―¡Ese es el mejor término que jamás haya escuchado! Temperamento de enano, ¿eh? Bueno. Eres un buen espécimen, Anduin Wrynn, y estoy orgullosa de que mi gente haya contribuido a forjar al hombre que eres hora. ―Gracias. Me siento honrado de tener una amistad tan fuerte con los enanos, todos ellos ―dudó―. Todos parecen llevarse bien. ―Somos enanos ―dijo haciendo un mohín―. Las palabras se las lleva el viento. En ocasiones también los tarros de cerveza. Aunque estoy pensando que lo último debe pasar menos frecuentemente cuando están llenos. Estamos más que agradecidos con tu regalo. ―Lo puedo ver ―cuando Anduin había hecho su entrada formal en Ironforge unas horas antes, lo habían recibido los Tres Martillos y una guardia de honor. Lo habían hecho sentir bienvenido en ésta su primera visita como rey gobernante. Y sabía que esa bienvenida era genuina. Sin embargo, cuando los diez vagones cargando el regalo de Stormwind llegaron y la cubierta reveló el primero, sonaron estruendosos aplausos y vítores. 58
El regalo, por supuesto, era apenas el ingrediente clave en lo que era, sin lugar a dudas, la exportación más amada de Ironforge. ―Piensa en esto como una contribución de paz y buenaventura de Stormwind aquí en Ironforge ―dijo Anduin. ―Una vez que hayas terminado con tus viajes, apresúrate a volver y brindaremos con el primer lote ―prometió Moira―. He escuchado que los maestros cerveceros la llamaran la Cerveza Ámbar de Anduin. Aquello le arrancó una plena sonrisa. Ella se le unió. ―No puedo recordar la última vez que me reí así ―dijo―. Se siente… bien. ―Y que lo digas. Para responder a tu pregunta antes de que nos desviáramos hacia el muy importante tema de la cerveza, los Martillos han logrado hacer funcionar ciertas cosas, sí. ―Y… ¿Cómo está tu padre? ―Bueno ―dijo―, ahora es un diamante y la Luz sabe en dónde se encuentra a diario. ¿Te gustaría saber en dónde estaba? ―Sí, me gustaría. Dagran se detuvo. Al frente, Anduin pudo echar un vistazo al esqueleto alado tan familiar a través de los arcos que marcaban la Sala de los Expedicionarios. El muchacho miró con nostalgia y dijo. ―¡Siempre y cuando prometas que volveremos al pteranodón!
***
Magni se había vuelto uno con la tierra en la Vieja Ironforge, una cámara profunda bajo el Gran Trono. Los tres descendieron y Anduin casi pudo sentir la presión de una gran cantidad de rocas y tierra sobre él. Los enanos, por supuesto, no se sentían así mientras su camino los llevaba aún más profundo. Anduin supo que la tarima en donde Magni se había convertido en un diamante estaría vacía. Lo sabía. Aun así, verlo fue una sorpresa.
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Él había estado presente el día que el Rey Magni Bronzebeard realizó ese antiguo ritual. Ahora estaba de pie, sin habla, mientras Dagran ascendía ágilmente los escalones ante su madre y el visitante gobernante, sorteando traslúcidos pedazos de tono azul que alguna vez formaron la carcasa de diamantina del rey diamante. El niño fue directamente por un pergamino que había sido puesto a resguardo detrás de un cristal y comenzó a leer en voz alta. Los vellos en la nuca de Anduin se erizaron mientras escuchaba nuevamente las palabras que habían sido dichas por el Consejero Belgrum, ahora pronunciadas en los tonos agudos del nieto de Magni. ―”Y aquí están los porqués y los cómos, para convertirse de nuevo uno con la montaña. Por contemplación somos terráqueos, pues la tierra y sus almas son nuestras, su dolor es nuestro, sus latidos son nuestros. Cantamos su canción y lloramos su belleza. ¿Pues quién no querría volver a casa? Ese es el por qué, oh niños de la tierra” ―Dagran alzó la mirada―. ¿Debería continuar? ―No, dulce niño ―dijo Moira. Anduin se agachó y recogió uno de los fragmentos. ―Fue algo horrible de presenciar ―dijo con tranquilidad girando el pedazo de diamante en sus manos―. Pasó tan rápido y fue tan contundente. Creí que había muerto. ―¿Y por qué no lo harías? ―dijo Moira―. Incluso nosotros los enanos lo pensamos. ―Debió haber sido una enorme sorpresa cuando despertó. ―Esa frase ―dijo Moira―, ni siquiera comienza a capturarlo. Todo lo que puedo decir es que es muy bueno que los corazones de los enanos sean casi tan fuertes como una roca. Anduin dudó. ―Me alegro tanto. No solamente por mí y mi amistad con él, sino por ti. Hubo un tiempo en el que creí que mi padre y yo jamás seríamos una verdadera familia, pero lo fuimos. Moira se quedó en silencio un momento. Su alegre e inteligente hijo se distraía con otro tomo antiguo, sus ojos verdes escaneando las antiguas palabras. Cuando ella habló, agravó la voz. ―Es más por ese niño que por mí, que eso me gustaría ―dijo―. Es… mucho para deshacer, Anduin. Pero dijo que quería intentarlo.
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―¿Lo harías? ―preguntó Anduin, hablando en voz baja para que el niño no pudiera escucharlo. ―Creo que mi gente y mi hijo estarían mejor servidos teniendo buenas relaciones con un ser que habla directamente con Azeroth ―fue un intento de aligerar las cosas, pero falló. ―¿Pero qué hay de ti? Moira volvió a guardar silencio. Apenas había abierto la boca para hablar cuando una voz la interrumpió. ―Su Alteza, Su Majestad, ¡venga rápido! ―Se trataba de uno de los guardias que usualmente se quedaban en el Gran Trono. Estaba sonrojado y sin aliento. ―¿Qué pasa? ―exigió Moira. ―¡Es su padre! ¡Está aquí! ¡Y necesita verlos a ambos de inmediato!
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CAPÍTULO OCHO IRONFORGE
M
agni Bronzebeard los esperaba en la Sala de los Expedicionarios.
Anduin, que alguna vez pareció desesperado por ayudar mientras el rey era agonizantemente transformado en una piedra brillante, había pensado que estaría preparado para encontrarse con el Magni despierto. No lo estaba. Magni estaba de pie debajo el esqueleto del pteranodón dando la espalda a la entrada, inmerso en una conversación con Velen y el Alto Expedicionario Muninn Magellas. Falstad y Muradin estaba de pie junto a ellos, escuchando atentamente, sus pobladas cejas casi juntas por la preocupación. El Manitas Mayor Gelbin Mekkatorque, el líder de los gnomos de barba blanca cuya actitud alegre desmentía su profunda y callada sabiduría, también había sido requerido. Anduin había agendado una reunión con él para el día siguiente. Los gnomos habían sido invaluables contra la Legión y quería asegurarse de tener una oportunidad de agradecerle a los físicamente pequeños, pero, tal vez, intelectualmente grandes miembros de la Alianza. La presencia del consejero del manitas mayor, el tosco guerrero el Capitán Tread Sparknozzle, cuyo parche negro en el ojo era una prueba de sus años de experiencia en el campo de batalla, indicaban que esa no era una simple visita diplomática de parte de Magni. Cuando la brillante figura giró hacia Anduin, el joven rey se sintió como si lo hubieran golpeado en el estómago. Una cosa hecha de piedra no debería moverse con tanta gracia, ni su barba de diamante debería agitarse con ese movimiento. Magni no era ni el enano que alguna vez fue ni la estatua en la que se había convertido; era ambas y
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ninguna y la yuxtaposición golpeó profundamente a Anduin. Sin embargo, un latido después, la gratitud y la alegría lo embargaron por las palabras de Magni. ―¡Anduin! ¡Vaya, has crecido! La frase que más detestaban los niños de todos lados se transformó por el poder de la nostalgia y la inexorable llegada de la juventud. Era una frase tan ordinaria, tan real, que la ilusión de “otro” quedó tan destruida como la prisión diamantina de Magni. La voz era cálida, vivaz y definitivamente muy Magni. Anduin se preguntó si la “piel” de diamante también sería cálida en caso de que pudiera tocar al ser que se acercaba a él dando zancadas. Pero los espolones y los fragmentos que salpicaban su forma enana impidieron los apretones de manos entusiastas y los abrazos estrujadores que a Magni le gustaba en su anterior encarnación. ¿Moira o Dagran habían encontrado una forma de hacerlo? ¿Magni alguna vez deseó poder otorgar esos gestos que daba tan libremente durante su vida como un ser de carne y hueso? Por el bien de todos, Anduin esperaba que sí. Moira había pedido a Belgrum que cuidara de Dagran quien había protestado pues quería encontrarse con su abuelo. Ya veremos, dijo. Su cara no era exactamente dura pero parecía preocupada. ―Magni ―dijo Anduin―. Es bueno verte. ―Y a ti y a mi hija ―Magni desvió sus ojos de piedra hacia Moira―. Me atrevo a pensar que una vez que mi deber hay terminado aquí, tal vez podré ver a mi nieto. Pero tristemente, ahora no he venido de visita. Por supuesto que no. Magni hablaba por Azeroth ahora y ese era una gran y seria labor. La mirada de Anduin se desvió hacia el draenei. Velen no eran un alma sensible. Sonreía fácil y cálidamente y se reía constantemente. Sin embargo, había conocido tanto dolor que esas viejas arrugas en su cara lo recordaban, traspasando su semblante como si hubiera sido cincelado y ahora tenía una expresión triste. Magni contempló seriamente a Moira, Anduin y Velen. ―Los he buscado a ustedes tres no porque sean los líderes de su gente sino porque son sacerdotes. Moira y Anduin intercambiaron miradas sorprendidas. Anduin estaba al tanto de esa generalidad, por supuesto, pero por alguna razón no había pensado demasiado en ello. ―Ella está sufriendo mucho ―dijo, su rostro diamantino, aparentemente duro, frunció el ceño fácilmente en una mueca empática. Anduin se preguntó si el ritual que había transformado a Magni significaba que podía sentir el dolor de Azeroth literalmente. Anduin pensó en la destrucción de Silithus, del inconcebible tamaño de la espada ahora 63
destacando sobre el paisaje. Si el último intento de Sargeras de destruir Azeroth había estado tan cerca de tener éxito, era un pensamiento aterrador. ―Necesita sanación. Y eso es lo que los sacerdotes hacen. Ella dejó muy claro que todos deben sanarla o todos perecerán. Velen y Moira se miraron. ―Creo que las palabras que tu padre ha dicho son verdaderas ―dijo el draenei―. Si no nos hacemos cargo de nuestro mundo herido, tantos de nosotros como sea posible, entonces seguramente todos de verdad pereceremos. Hay otros que deben escuchar éste mensaje. ―Bien ―dijo Moira―, y creo que es hora de que el muchacho conozca al resto de nosotros. Y como si fueran uno, ambos giraron para mirar directamente a Anduin. Anduin hizo una mueca llena de confusión. ―¿El resto de quiénes? ―Otros sacerdotes ―dijo Moira―. El Profeta y yo hemos estado trabajando con un grupo que estás más que preparado para conocer. Y entonces Anduin lo entendió. ―El Cónclave. En el Templo de la Luz Abisal. Solamente el nombre pareció llenar de calma el alma de Anduin, casi como desafiando la historia del templo como la prisión de Saraka, un señor abisal y un Naaru caído, y su ubicación en el corazón del Vacío Abisal. Durante eones los draenei habían estudiado a ésta criatura. Apenas recientemente habían sido capaces de purificarlo. Ahora, como su verdadero yo, Saa’ra, el Naaru permaneció aceptando su antigua prisión como un santuario ofrecido a otros. Anduin había escuchado acerca de la batalla que se había desarrollado en los primeros días de la invasión de la Legión. Y conoció a muchos de los que ahora caminaban por esos pasillos sagrados, como el propio Naaru, aquellos que habían caído en la oscuridad, pero habían sido llevados nuevamente hacia la Luz. Esos sacerdotes, conocidos como el Cónclave, se habían acercado a otros en Azeroth para que se unieran a ayudar en la resistencia al embate de la Legión. A pesar de que la amenaza había terminado, el Cónclave aún existía, ofreciendo ayuda y compasión a todos aquellos que buscaran la Luz.
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―Lo que el Cónclave hizo y continúa haciendo es muy importante ―dijo Anduin. Durante la guerra, habían deambulado por Azeroth reclutando sacerdotes para atender a aquellos que se encontraban en las líneas de ataque contra la Legión. Ahora ellos todavía atendían a aquellos valientes luchadores mientras lidiaban con las heridas duraderas en cuerpo, mente y espíritu. No todas las cicatrices eran físicas―. Ojalá hubiera podido asistir en sus esfuerzos durante la guerra. ―Querido muchacho ―dijo Velen―, siempre has estado exactamente en donde necesitabas estar. Tenemos nuestros propios caminos, nuestras propias luchas. El destino de mi hijo era mío. El camino de Moira es sobreponerse a los prejuicios y defender a los Dark Iron que creen en ella. El tuyo era suceder a un gran rey y gobernar a la gente que te ha amado desde tu nacimiento. Es tiempo de abandonar los remordimientos. No hay lugar para ellos en el Templo de Luz Abisal. Es un lugar inundado solamente de esperanza y determinación para seguir a la Luz hacia donde nos guíe y llevarla a los lugares oscuros que necesitan su bendición. ―Como es usual, el Profeta está totalmente en lo cierto ―dijo Moira―. Aunque debo admitir que estoy complacida de finalmente poder compartir éste lugar contigo. A pesar de la terrible naturaleza de ésta visita, yo sé que ahí encontrarás algún bálsamo para tu alma. Es imposible no hacerlo. Habló como si ella misma hubiese encontrado tal bálsamo. Anduin pensó en ese extraño material a salvo dentro de su bolsillo. Había planeado mostrárselo a los Tres Martillos después de lo que se suponía sería una caminata agradable. Ahora se daba cuenta de que nadie podría identificar esa piedra mejor que Magni, quien todavía era uno con la tierra. ―Iremos, pero no todavía. Te agradezco por tu mensaje, Magni. Y… hay algo que necesito mostrarte. A todos ustedes. ―Resumió brevemente lo que sabía acerca de ese material de color ámbar, dándose cuenta a medida que hablaba que era bastante poco. ―No sabemos mucho ―finalizó―, pero creo que podrás decirnos más. Sacó el pañuelo y lo desdobló. La pequeña gema brilló en aquellos cálidos tonos ámbar y azul. Los ojos de Magni se llenaron de lágrimas de diamante. ―Azerita ―exhaló. Azerita. Por fin tenía un nombre para eso. ―¿Qué es? ―preguntó Moira.
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―Och ―dijo Magni suavemente, tristemente―. Les dije que estaba sufriendo. Ahora pueden verlo por ustedes mismos. Esto… es parte de ella. Es… bah, esto es difícil de poner en palabras. Su esencia, supongo que eso servirá. Más y más de esto está saliendo a la superficie. ―¿No puede curarse a sí misma? ―quiso saber Mekkatorque. ―Claro, ella puede y lo hace ―respondió Magni―. No han olvidado el cataclismo, ¿verdad? Pero esa cosa vil con la que el bastardo la empal… ―negó con la cabeza, parecía como alguien que estaba perdiendo a su amada. Anduin supuso que era así. ―Esto es un esfuerzo bueno y noble que ha hecho, pero uno que está destinado al fracaso. Azeroth no puede hacerlo por si sola. No ésta vez. ¡Es por eso que ella está pidiendo nuestra ayuda! Todo tuvo sentido. Perfecto y devastador sentido. Anduin pasó la pequeña muestra de Azerita a Moira. Al igual que todos, sus ojos se abrieron mucho con la pregunta de qué era lo que sentía. ―Te escuchamos ―le dijo a Magni, mirando profundamente en sus ojos diamantinos―. Haremos todo lo que podamos. Pero también debemos asegurarnos de que ésta… Azerita… no será usada por la Horda. La piedra de Azerita ahora descansaba en las manos de Muradin. Frunció el ceño. ―Suficiente de esto y podrías destruir una ciudad entera. ―No estamos en guerra ―dijo Anduin―. Por ahora nuestra tarea es doble y es clara. Necesitamos sanar a Azeroth y necesitamos mantener esto —y aceptó la Azerita— lejos de la Horda. Contempló a Mekkatorque. ―Si alguno puede averiguar cómo darle a esta… esta esencia un buen uso para un propósito que valga la pena, es tu gente. Magni nos dijo que Azeroth está produciendo grandes cantidades de ésta sustancia. Te enviaremos muestras cuando las tengamos. Gelbin asintió. ―Pondré a mis mejores mentes en ello. Creo que conozco a la persona correcta. ―Y yo hablaré con los otros miembros de la Liga de los Expedicionarios y enviaré a un equipo hacia Silithus ―dijo Magellas.
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―Todo eso es magnífico ―dijo Magni igualmente mientras movía la cabeza con tristeza. A Anduin le dijo―. Oye, yo sé que todo esto ha sido una sorpresa para ti, muchacho. Váyanse los tres. Diríjanse a la sala de los sacerdotes y háganles saber que el mundo entero podría estar muriendo ―se aclaró la garganta y se irguió―. Muy bien. Mi trabajo está hecho. Me iré. ―Padre ―dijo Moira―. Si ella no… no te ha llamado entonces me gustaría pedirte que te quedaras un momento ―respiró hondo―. Hay un pequeño muchacho que me ha estado molestando acerca de conocerte desde hace un tiempo.
EL TEMPLO DE LA LUZ ABISAL Anduin atravesó un portal hacia un reino de maravillas tan hermoso, tan lleno de Luz que su corazón pareció romperse incluso mientras se hinchaba de alegría. Había pasado tanto tiempo en el Exodar que estaba acostumbrado a la punzante luz púrpura y la sensación de paz que impregnaba el lugar. Pero esto… esto tenía la esencia del Exodar escrita a lo largo, pero con un toque diferente. Las inmensas estatuas talladas de los draenei debieron ser intimidantes, elevándose sobre los visitantes al igual que ellos. En su lugar, se sentían como presencias protectoras y benevolentes. El sonido melódico de los afluentes de agua llegaba por ambos lados de la rampa por la que Anduin descendía; chispas de luz flotaban delicadamente, como si fueran creadas por el suave chapoteo. Inspiró profundamente el dulce y limpio aire como si nunca antes hubiera expandido sus pulmones. Más al fondo del templo, siguiendo la larga y delicada pendiente había un grupo de personas. Él sabía quiénes eran o, mejor dicho, lo que representaban y el conocimiento lo inundó con una alegre y silenciosa anticipación. Velen apoyó una mano en el hombro del rey como había hecho tantas veces durante los últimos años y sonrió. ―Sí ―afirmó, notando la pregunta sin hacer de Anduin―. Todo están aquí. ―Cuando dijiste sacerdotes ―dijo Anduin―, asumí que te referías a… 67
―Sacerdotes igual que nosotros ―finalizó Moira. Hizo una seña hacia los muchos individuos arremolinándose a su alrededor. Entre ellos Anduin no solamente vio humanos, gnomos, enanos, draenei y huargen —esos que estarían en casa en la Catedral de la Luz de Stormwind— sino también a elfos de la noche quienes adoraban a la diosa de la luna, Elune; tauren que seguían a su dios sol, An’she y… ―Renegados ―murmuró mientras se le erizaban los vellos de los brazos y de la nuca. Uno de ellos se puso de pie, su encorvada espalda hacia él, hablando animadamente con un draenei y un enano. Había otro grupo acercándose a una de las alcobas de la sala, cargando cuidadosamente pilas de, sin duda, tomos antiguos. Éste consistía en un renegado, un elfo de la noche y un huargen. Las palabras no le salían. Anduin se encontró a si mismo mirando abiertamente y resistiéndose a pestañear por temor a que todo resultara ser un sueño. En Azeroth, estos grupos se estarían matando mutuamente –o, al menos, sospecharían, temerían y estarían llenos de odio. El melódico sonido de una risa gutural de un elfo de la noche flotó hacia él. Velen parecía completamente satisfecho, pero Moira lo miraba con cautela. ―¿Estás bien, Anduin? Él asintió. ―Sí ―dijo con voz ronca―. Podría decir con toda honestidad que nunca me he sentido mejor. Esto… todo esto… ―sacudió la cabeza, sonriendo―. Es lo que he soñado con ver durante toda mi vida. ―Antes que nada, somos sacerdotes ―llegó una voz. Era masculina, cálida y jovial, aunque tenía un timbre peculiar y, mientras Anduin se giraba, esperaba conocer a un sacerdote de la Luz humano. Se encontró cara a cara con un renegado. Anduin, a quien le enseñaron desde niño a no mostrar sus emociones, esperó haberse recuperado lo suficiente, pero por dentro se estaba devanando. ―Así parece ―dijo, su voz traicionando su sorpresa muy a su pesar―. Y estoy feliz por eso. ―Su Majestad ―dijo Velen ―permítame presentarle al Arzobispo Alonsus Faol.
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Los ojos del renegado brillaron con un espeluznante tono amarillo. Era imposible que brillaran con diversión como lo harían los de un hombre vivo, pero de alguna forma lo hicieron. ―No tema no reconocerme ―dijo el arzobispo―. Sé que no me parezco a mi retrato ―Alzó una mano huesuda y se acarició la barbilla―. Como puede ver, he perdido la barba. También he adelgazado un poco. Oh, sí, esos ojos no-muertos estaban centelleando. Anduin abandonó toda esperanza de comportarse de la forma típica real ahí. Antes que otra cosa somos sacerdotes, el ser no-muerto le había dicho y él descubrió que era un alivio dejar de lado la carga de la realeza, por lo menos temporalmente. Sonrió e hizo una reverencia. ―Es un hombre fuera de la historia, señor ―Anduin le dijo al arzobispo con voz de asombro―. Fundó la orden de los paladines: La Mano de Plata. Uther el Lightbringer fue su primer aprendiz. Y Stormwind no estaría de pie hoy de no ser por sus diligentes esfuerzos. Decir que es un honor conocerlo no es suficiente. Usted fue… usted es uno de mis héroes. Anduin era absolutamente sincero. Había hojeado todos los gruesos tomos acerca del benevolente, el sacerdote Gran Padre Invierno. Las palabras en esas páginas pintaban la imagen de un hombre que reía fácilmente, pero se mantenía tan fuerte como una piedra. Los historiadores, usualmente contentos con grabar simples datos, habían sido elocuentes acerca de la calidez y la bondad de Faol. Los retratos lo mostraban como un hombre bajito y corpulento con una barba tupida y blanca. El no-muerto que estaba de pie frente al rey de Stormwind aún era más bajito que la media, pero irreconocible de otro modo. La barba ya no estaba. ¿Afeitada? ¿Podrida? Y el cabello era oscurecido con sangre seca e icor. Olía como un pergamino viejo: polvoriento, pero no era desagradable. Faol había muerto cuando Anduin era un niño y nunca había llegado a conocerlo. Faol suspiró. ―He hecho y he sido esas cosas que has dicho, es cierto. También he sido un descerebrado esbirro del Azote ―alzó sus huesudos brazos señalando ese glorioso templo y a aquellos que estaban ahí―. Sin embargo, aquí lo único que importa es que primero soy un sacerdote. ―He estado trabajando con el arzobispo desde hace un tiempo ―dijo Moira―. Me ha estado ayudando a mí y a los Dark Iron a encontrar y reunir sacerdotes para el templo. Necesitábamos hacerlo para poder hacer frente a la Legión, no obstante, incluso ahora que la crisis ha pasado, aún continúo viniendo aquí. El arzobispo es una buena 69
compañía. Tomando en cuenta que él es, después de todo… tú sabes ―se detuvo―. Un hombre sin barba. Anduin rio. Sintió una calidez familiar y acogedora en el pecho mientras miraba alrededor, tratando de ser más considerado en su evaluación sobre el lugar. ¿Podría ser un modelo para el futuro? Seguramente si gnomo y tauren, humano y elfo de sangre, renegado y enano podían crear lazos juntos para un bien común, eso podría ser recreado en Azeroth a gran escala. El problema era que los sacerdotes, al menos, tenían un punto en común en el que todos coincidían incluso si cada uno veía a la Luz a través de un lente distinto, como si lo fuera. ―Hay otra persona importante que creo que deberías conocer ―le dijo Faol a Anduin― Ella, también es de Lordaeron. Pero no temas; ella aún respira, aunque enfrentó distintos peligros con coraje y la ayuda de la Luz. Ven aquí, querida ―su voz se volvió afectuosa mientras llamaba a una mujer rubia sonriente. Ella se acercó tomando la mano disecada del arzobispo sin dudar para después girar a contemplar a Anduin. ―Hola, Su Majestad ―dijo. Ella era, adivinó, un poco mayor que Jaina, alta, esbelta de largo cabello dorado y deslumbrantes ojos verdes. Le resultaba familiar de alguna forma, aunque Anduin supo que jamás la había conocido antes―. Por favor, permítame ofrecerle mis condolencias por la muerte de su padre. Stormwind y la Alianza perdieron a un gran hombre. Su familia siempre ha sido muy amable con la mía y me arrepiento de no haber sido capaz de ofrecer mis condolencias. ―Gracias ―dijo Anduin. Estaba tratando de reconocerla y fallando―. Tendrás que perdonarme pero… ¿nos conocemos? La mujer sonrió tristemente. ―No, me temo que no ―dijo―, pero probablemente ha visto un parecido familiar en algunos retratos. Verá… Soy Calia Menethil. Arthas era mi hermano.
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CAPÍTULO NUEVE EL TEMPLO DE LA LUZ ABISAL
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alia Menethil. El suyo era otro nombre directamente salido de los libros de
historia. Calia, igual que el arzobispo, se creía perdida. Se pensaba que la hermana mayor del desafortunado Arthas Menethil había perecido el día en el que el heredero de Lordaeron, quien en ese entonces era un sirviente del aterrador Rey Lich, había marchado al interior de la sala del trono, asesinado a su padre a sangre fría y desató a la Plaga nomuerta en la ciudad. Sin embargo, su hermana sobrevivió y se encontraba ahí en el Templo de Luz Abisal. La Luz la había encontrado. Conmovido de una forma que no podía describir realmente, Anduin cerró la distancia entre Calia y él en tres rápidas, largas zancadas y extendió la mano en silencio. Calia dudó, después la tomó. Anduin estrechó su mano y sonrió. ―Estoy más contento de lo que podría decir de saber que estás aún con vida, mi lady. Después de tanto tiempo sin noticias, asumimos lo peor. ―Gracias. Le puedo asegurar que hubo momentos en los que pensé que lo peor se cernía sobre mí. ―¿Qué sucedió? ―Es… una larga historia ―dijo, claramente incapaz compartirlo. ―Y no tenemos tiempo para una larga historia hoy ―fue Velen. Anduin estaba lleno de preguntas para el arzobispo y la reina de Lordaeron, pues eso era ahora. Sin
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embargo, Velen estaba en lo cierto. A pesar de las agradables sorpresas que habían recibido recientemente, Anduin, Moira y Velen se encontraban ahí con un triste propósito. Le sonrió a Calia y, soltando su mano, volvió a observar a los sacerdotes ahí reunidos. Eran muchos. Como si Faol pudiera leer su mente le dijo: ―Parece que somos muchos, ¿no es así? Pero esto es solo un puñado comparado con todos los que podríamos ser. Hay mucho lugar para todos nosotros. Anduin no era capaz de imaginarlo. ―Han hecho algo maravilloso aquí ―le dijo a Faol―. Todos ustedes. Sabía que estaban trabajando para alcanzar esto, pero verlo con mis propios ojos es algo totalmente diferente. Ojalá esto no fuera más que una visita a un lugar que tanto he querido admirar, pero recibimos terribles noticias. Movió la cabeza hacia Moira. Ella era la hija de Magni, “el Portavoz”, que les había llevado la advertencia. Ella también era conocida y bien vista ahí, mientras que él era alguien nuevo, un rey, en pocas palabras, pero en un lugar en donde no lo veían como la máxima autoridad. La reina de los enanos se irguió y se dirigió al grupo. ―Somos servidores de la Luz, pero vivimos en Azeroth ―dijo―. Y mi padre ahora se ha convertido en el Portavoz de nuestro mundo. Vino a Ironforge, a donde el Profeta y el rey de Stormwind estaban de visita, con terribles noticias. Su discurso contundente y firme flaqueó un poco. Y por un momento Anduin vio en ella el rostro de la niña que alguna vez fue, perdida e insegura. Se recuperó rápidamente y prosiguió. ―Chicos, chicas… nuestro mundo está sufriendo mucho. Está en problemas. Tiene mucho dolor. Mi padre nos dijo que necesita sanación; no puede hacerlo sola. Algunos jadeos suaves escaparon entre el grupo de sacerdotes ahí reunido. ―¡Es una espada monstruosa! ―gruñó un tauren, su voz grave le recordó a Anduin penetrante voz de Blaine Bloodhoof, el gran jefe de los tauren y su amigo. ―¿Cómo podríamos sanar al propio mundo? ―dijo un draenei, una nota de desesperación hizo que su melódica voz se quebrara. Era una pregunta válida. ¿Cómo? Los sacerdotes sanaban, pero sus pacientes eran de carne. Ellos atendían heridas, curaban enfermedades y maldiciones, y a veces, si la Luz así quería, revivían a los muertos. ¿Qué podrían hacerle a una herida del mundo? 72
Él sabía por dónde podrían esperar. Podía sentir la respuesta dentro de su abrigo, junto a su corazón en donde había colocado la pequeña y preciosa pieza de Azerita. Por un momento dudó, mirando los rostros de los renegados, trolls y tauren que giraban hacia ellos. Rostros de la Horda. ¿Eran confiables? Hizo la pregunta de la Luz y de su propio cuerpo. Anduin había sido gravemente herido cuando Garrosh Hellscream hizo que un enorme artefacto conocido como la Campana Divina cayera sobre él en Pandaria. Desde ese momento, sus huesos dolían siempre que estaba en el camino incorrecto (cuando estaba siendo cruel, irreflexivo o cortejando al peligro). En ese momento no había dolor en su cuerpo. De hecho, se sentía mejor de lo que había hecho en mucho tiempo. ¿Era el Templo de la Luz Abisal o la pieza de Azerita lo que lo llenaban de calma? No lo sabían. Pero estaba seguro de que ambas eran buenas influencias. Además, la propia Azeroth les había pedido su ayuda. Anduin dio un paso al frente, levantando las manos para silenciar a la muchedumbre que comenzaba a sentirse ansiosa. ―¡Hermanos y hermanas, escúchenme, por favor! Guardaron silencio, sus rostros tan diferentes voltearon a verlo con expresiones exquisitas y hermosamente similares de preocupación y deseo de ayudar. Y él confiaba en ellos, esos sacerdotes cuyos pueblos le debían fidelidad a la Horda. Les permitió tocar la Azerita, observando sus reacciones. ―Magni alguna vez fue un enano, el padre de los sacerdotes ―dijo Anduin mientras cada uno de ellos tomaba el pequeño ítem―. Tiene sentido que él se convirtiera en el primero de nuestra orden. Estoy seguro de que hay algo que nosotros podemos hacer en algún punto, pero primero necesitamos investigar. Preguntar. Y mientras tanto, debemos buscar a otra clase de sanadores. Chamanes. Druidas. Todos aquellos que tengan lazos más cercanos con la tierra y los seres vivos que nosotros. Anduin hizo una pausa, mirando alrededor del gran salón. Se preguntaba cómo se vería el equivalente druida o chamán. Sin duda sería hermoso y perfecto para ellos, pues ese templo era para el Cónclave. ―Muy pronto viajaré a Teldrassil por mi cuenta ―se corrigió―. No. No muy pronto, al amanecer. ―Deseó haber podido pasar más tiempo en Ironforge. Quería reunirse con Mekkatorque y su gente y agradecerles por su contribución de cerebros y 73
tecnología gnómicos que le ayudar a repeler a un enemigo tan terrible que habían dudado realmente sí podrían llegar a tener éxito. Pero la situación los había sobrepasado a todos. Mekkatorque entendería. ―Han estado ahí afuera encontrando a otros sacerdotes ―continuó el rey de Stormwind―. Ahora necesitamos expandir esa sobre estirada mano de ayuda. Necesitamos extenderla a aquellos que tienen una mejor oportunidad de ayudar justo ahora. No será fácil. Así que le pediré a los miembros de la Alianza y la Horda presentes que busquen a los druidas y a los chamanes en sus propios bandos. Todos comenzaron a asentir, más tranquilos ahora y Anduin se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Había llegado, como un invitado, a ese salón y había asumido que tenía el derecho de dar instrucciones a los miembros del Cónclave. Apesadumbrado, se volvió hacia Faol. ―Mis disculpas, arzobispo. Ellos son tu pueblo. ―Ellos son el pueblo que sirve a la Luz ―le recordó el sacerdote no-muerto―. Igual que tú ―Ladeó la cabeza y sonrió apenas―. Me recuerdas al hermano de Calia cuando era joven, cuando aún seguía a la Luz. Tienes el don de mandar, mi joven amigo. La gente te seguirá a donde quiera que los guíes. Anduin entendió que la comparación pretendía ser un cumplido. Lo había escuchado antes, específicamente de Garrosh Hellscream. Mientras que el antiguo Jefe de Guerra de la Horda había sido encarcelado debajo de El Templo del Tigre Blanco durante su juicio, había pedido que Anduin lo visitara. Garrosh había sacado a colación el fantasma del hombre que se había convertido en el Rey Lich. Alguna vez hubo otro venerado humano de cabellos dorados. Era un paladin e igualmente le dio la espalda a la Luz. Después de todo no era una comparación inesperada dadas sus similitudes externas, sin embargo, era incómoda. Anduin vio que miraba a Calia quien sonreía con aprobación, la nostalgia marcando líneas prematuras en su rostro. Ni siquiera Jaina era capaz de sonreír cuando pensaba en Arthas. Nadie podía excepto aquellos que recordaban a Arthas Menethil como un niño inocente. ―Gracias ―le dijo Anduin a Faol―. Pero no debería involucrarme de nuevo a menos de que me inviten a hacerlo. Respeto al Cónclave y su liderazgo. Faol se encogió de hombros. Un pequeño trozo de piel momificada se le cayó y flotó hacia el suelo por el gesto. Debió haber sido repulsivo, pero Andiun se encontró
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observándolo de la misma forma como si hubiera sido una pluma cayendo de una capa tejida. Estaba aprendiendo a ver a la persona, no el físico. De alguna forma, todos estamos atrapados en un cascarón, pensó. El suyo solamente se comporta de manera diferente. ―Aquí todas las voces son escuchadas ―dijo Faol―. Hasta el acólito más joven puede tener algo importante que decir. Tu voz también es bienvenida aquí, Rey Anduin Wrynn. Igual que tu presencia. ―Me gustaría volver pronto ―dijo Anduin. Miró a Calia y a Faol―. Veo muchas cosas aquí de las que creo que podría aprender. Y demasiado, pensó más no lo dijo, necesito aprender. Una idea comenzó a formarse, atrevida, audaz e inesperada. Tendría que hablar con Shaw. Faol rio, un sonido áspero, pero no desagradable. ―Admitir que no sabes algo es el comienzo de la sabiduría. Por supuesto. Cuando desees… sacerdote. Inclinó la cabeza. Anduin miró a Moira y después a Velen. ―Debo regresar a Stormwind en breve y prepararme para mi viaje. Es urgente ―le dio la muestra de Azerita a Moira―. ¿Por favor podrías llevarle esto a Mekkatorque por mí? Dile que siento mucho no poder hacerlo en persona. ―Claro ―dijo Moira―. Compartiré cualquier cosa que aprenda, por supuesto. Sin duda, mi padre tendrá algunas sugerencias para nosotros. ―Estoy seguro de así será ―dijo Anduin. La importancia de esa tarea volvió a anidarse en su corazón y en su mente, apartando la paz de ese lugar y su curiosidad acerca de Calia… y acerca de los renegados.
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CAPÍTULO DIEZ DALARAN
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uando se sentía inquieto, Kalecgos, el antiguo Dragón Aspecto del vuelo azul
y miembro presente del Consejo de los Seis del Kirin Tor, le gustaba caminar entre las calles de su ciudad adoptiva. Atendía, de forma responsable y confiable, las preocupaciones y problemas en el día (cuando necesitaba estar presente para ayudar a resolver un problema espinoso o sugerir métodos antiguos que el consejo podría no haber investigado). No obstante, en las tardes, sus problemas y preocupaciones eran propios. Los dragones solían adoptar formas de miembros de razas menores. Alexstrasza la Protectora aparecía como un elfo noble. Chronormu, uno de los más importantes investigadores del tiempo dragones de bronce, se decantaba por disfrazarse como un gnomo conocido como “Cromi”. Kalecgos hacía tiempo que se había asentado por el rostro y el cuerpo de un mitad humano, mitad elfo varón. Nunca estuvo seguro de la razón. Ciertamente no era porque lo ayudaba a pasar desapercibido: no había muchos medio elfos por ahí. Había decidido que esa forma le gustaba porque representaba la mezcla de dos mundos. Porque él, “Kalec”, también sentía que era la mezcla de dos mundos: el del dragón y el del humano. Kalec siempre se sintió atraído y protector de las razas menores. Como al gran dragón rojo Korialstrasz, quien había dado su vida para salvar a otros, a él le gustaban los humanos. Y a diferencia de Korialstrasz, quien hasta su último aliento había sido fiel a su adorada Alexstrasza, Kalec había amado a los humanos. Dos, de hecho. Dos fuertes, valientes y gentiles mujeres. Las había amado y las había perdido a ambas. Anveena Teague —quien al final se dio cuenta que no era una verdadera humana después de todo— se había sacrificado para que ese demonio 76
monstruoso y devastadoramente poderoso no pudiera entrar a Azeroth. Y Lady Jaina Proudmoore, ella, también, se había ido, hundiéndose aún más profundo en un pozo profundo de dolor y odio que él temía terminara consumiéndola. Ella solía unírsele en esos paseos. Ellos caminaban juntos, tomados de la mano, usualmente para detenerse y mirar a Windle Sparkshine encender las lámparas de Dalaran a las nueve en punto. La hija de Windle, Kinndy, había sido la aprendiz de Jaina y una de las muchas víctimas del ataque de Garrosh Hellscream. No, pensó Kalec, dilo como es: la destrucción de Theramore. Windle había recibido permiso de crear un memorial nocturno para su pequeña hija; su imagen, dibujada con luces doradas mágicas, aparecía cuando Windle usaba su varita para encender cada lámpara. Pero Jaina se había marchado, envuelta en dolor y frustración como si fuera una capa. Abandonó la organización de los magos conocida como el Kirin Tor y su posición de líder; lo dejó, también, con solamente algunas palabras iracundas dichas entre ambos. La habían llevado al límite y ahora se había ido. Kalec pudo haberla seguido, pudo haberla forzado a hablar con él, exigido una explicación de por qué se había marchado repentinamente. Pero no lo hizo. La amaba y la respetaba. Y aunque cada día que pasaba se volvía menos y menos probable que volviera, él aún tenía esperanza. Mientras tanto, se le había pedido que llenara la posición que dejó el abandono de Jaina y el Kirin Tor había estado muy ocupado durante la guerra contra la Legión. Él tenía un propósito. Él tenía amigos. Él se estaba abriendo paso en el mundo. Había pensado en visitar a su buena amiga, Kirygosa, quien se había quedado en Tuercespina. Después pasar toda una vida en una parte del mundo que solamente conocía el invierno, Kiry ahora disfrutaba de un verano permanente. Tal vez hubiera bueno unirse a ella durante un tiempo. Pero por alguna razón nunca lo hizo. Si Jaina lo buscase alguna vez, sería ahí. Así que se quedó. Esa noche, sus pies lo llevaron a la estatua de uno de los más grandes magos de Dalaran, Antonidas, quien había sido el tutor de Jaina. Había sido ella quien ordenó la estatua que se cernía unos cuantos metros sobre el pasto verde gracias a un hechizo. Y había sido ella quien escribió la inscripción:
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ARCHIMAGO ANTONIDAS, GRAN MAGUS DEL KIRIN TOR LA GRAN CIUDAD DE DALARAN SE LEVANTA UNA VEZ MÁS UN TESTIMONIO DE LA TENACIDAD Y LA VOLUNTAD DE SU MÁS GRANDE HIJO TUS SACFRICIOS NO HABRÁN SIDO EN VANO, QUERIDO AMIGO. CON CARIÑO Y HONOR: JAINA PROUDMOORE
Fue ahí en donde él y Jaina una vez había tenido una horrible discusión. Destrozada por la brutal devastación de su ciudad, Jaina había deseado venganza. Cuando el Kirin Tor no la ayudó a atacar a la Horda, lo había buscado a él. Sus palabras, primero rogando, después mordaces por su ira alimentada por el dolor, aún lo acompañaban. Una vez dijiste que lucharías por mí, por la dama de Theramore. Theramore no existe. Pero yo aún estoy aquí. Por favor. Tenemos que destruir a la Horda. Él se había negado. Esto es implacable… bueno, el odio, no eres tú. Estás equivocado. Ésta soy yo. Esto es en lo que la Horda me ha convertido. De muchas formas, Jaina era una víctima de Theramore tanto como lo era Kinddy. Había sido decisión del Kirin Tor la de admitir a miembros de la Horda entre sus filas. Azeroth era demasiado vulnerable a la Legión como para rechazar la ayuda por miedo y odio. A Kalec le hubiera gustado hablar con Jaina, pero había desaparecido sin decir nada. Entonces se le erizó la piel y un conocimiento repentino llenó su cerebro. Lady Jaina Proudmoore había vuelto a Dalaran. La sintió y ella estaba en lo cierto. ―Creí que podría encontrarte aquí ―dijo una suave voz detrás de él. Con el corazón a mil por hora, Kalec giró. Ella estaba tan hermosa como la recordaba mientras se quitaba la capucha de la capa. La luz de la luna brilló sobre sus cabellos blancos con ese único mechón dorado y dio la impresión de que estaba coronada por un plateado luminoso. Lo llevaba diferente, ésta vez en una trenza. Su rostro estaba pálido, sus ojos eran dos pozos sombríos. ―Jaina ―suspiró Kalec―. E-Estoy tan feliz de que estés bien. Es bueno verte. 78
―Se dice que ahora eres un miembro del concejo ―sonreía cuando lo dijo―. Felicitaciones. ―El rumor es cierto y gracias ―respondió Kalec―. Aunque me retiraré gustosamente… Si volviste para quedarte. ―No ―su sonrisa se desvaneció volviéndose triste. Asintió. Era lo que temía y su corazón dolía, sin embargo, decirlo no haría ningún bien. Ella lo sabía. ―¿A dónde irás? ―dijo en su lugar. La luz era suficientemente brillante para atrapar la pequeña arruga entre sus cejas que era tan única de ella. Afectaba más a Kalec aún más que su sonrisa. ―No lo sé, la verdad. Pero ya no pertenezco aquí ―su voz se endureció un poco con ira ―No puedo aceptar lo que… ―se detuvo y respiró hondo― Bueno. No estoy de acuerdo. Esto es en lo que me convirtió la Horda. Se miraron mutuamente durante un largo momento. Entonces, para sorpresa de Kalec, Jaina caminó hacia él y tomó sus manos. El toque, tan dulcemente familiar, lo conmovió más de lo que había esperado. ―Tenías razón acerca de algo. Quería que lo supieras. ―¿Qué? ―preguntó, tratando de mantener su voz firme. ―Acerca de qué tan peligroso, cuan dañino es el odio. No me agrada lo que me ha hecho, pero no creo que pueda cambiarlo. Sé a lo que me enfrento. Sé lo que me llena de ira. Lo que odio. Lo que no quiero. Pero no sé lo que me tranquiliza, o lo que amo, o lo que quiero ―su voz se volvió suave, aunque tembló con emoción. Kalec agarró sus manos firmemente. ―Todo lo que he sentido o he hecho desde Theramore ha sido una reacción contra algo. Siento… Siento como si estuviera en un pozo y cada vez que intento salir, vuelvo a caer dentro. ―Lo sé ―dijo Kalec con gentileza. Sus manos se sentían tan cálidas entre las suyas. No quería dejarlas ir jamás―. Te he visto luchar muy duro durante tanto tiempo. Y no pude ayudar. ―Nadie podía ―dijo Jaina―. Esto es algo que debo hacer por mí misma. 79
Él bajó la mirada, pasando el pulgar por sus dedos. ―Eso también lo sé. ―No me estoy yendo por el voto. Kalec, sorprendido, la miró fijamente. ―¿No lo haces? ―No. Ésta vez no. La gente debe ser fiel a su propia naturaleza, igual que yo ―rio suavemente con auto-desprecio―. Yo sólo… debo averiguar qué es eso. ―Lo harás. Y creo que no será nada cruel ni feo. Ella lo miró. ―No estoy segura si yo creo eso. ―Yo sí. Y… Te admiro. Por tener el coraje de enfrentarte a esto. ―Sabía que lo entenderías. Siempre lo has hecho. ―La paz es una meta noble para el mundo ―dijo Kalec―, pero también es una meta noble para uno mismo ―se dio cuenta de que estaba sonriendo a pesar del dolor en su pecho humano―. Encontrarás tu camino, Jaina Proudmoore. Tengo fe en ti. ―Tal vez seas la única persona en el mundo que lo hace ―dijo con ironía. Él levantó las manos de ella y dejó un beso en cada una. ―Viaja con cuidado, mi lady. Y nunca lo olvides: si me necesitas, aquí estaré. Ella lo miró un momento, acercándose. Ahora él podía ver sus ojos bajo la luz de la luna. La había extrañado. La extrañaría. Tenía el mal presentimiento de que no volverían a verse y esperaba estar equivocado. Jaina soltó sus manos, pero únicamente para llevar las propias al rostro de él y acunarlo. Se paró de puntitas mientras él se inclinaba. Sus labios se encontraron, tan familiares, tan dulces, en un beso tan tierno que movió a Kalec hasta la médula. Jaina… Él quería besarla para siempre. Pero demasiado pronto, esa preciosa calidez se retiró. Él tragó con dificultad. ―Adiós, Kalec ―ella susurró y ahora él vio las lágrimas agolpándose en sus ojos. ―Adios, Jaina. Espero que encuentres lo que buscas. 80
Ella le dio una sonrisa temblorosa, después retrocedió algunos pasos. La magia giró mientras ella conjuraba un portal. Ella se adentró en él y se marchó. Adiós, mi amada. Kalec se quedó de pie ahí un largo tiempo, su única compañía era la estatua del archimago.
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CAPÍTULO ONCE STORMWIND
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l viaje a Ironforge había tenido que terminar antes y Wyll había terminado
exhausto tratando de arreglarlo todo a tiempo para la siguiente parada en el viaje de Anduin. Anduin, después de mucho esfuerzo, había logrado persuadir a Wyll de quedarse en Stormwind y tener un bien merecido descanso. Una vez que Wyll se marchó, Anduin buscó el candelabro en el tocador. Prendió una de las tres velas y la puso en la ventana antes de dirigirse al comedor por una cena tardía. Esa noche, como sucedió en ciertas ocasiones anteriores, el candelabro tenía otro propósito aparte de brindar iluminación. Mientras Anduin miraba el pollo asado, vegetales y las crujientes manzanas de Dalaran, no tenía apetito. Las noticias de Shaw y Magni eran demasiado inquietantes. Se habría marchado a Teldrassil inmediatamente, pero le había llevado demasiado tiempo arreglarlo todo. El amanecer no podía llegar más pronto para él. ―Come algo ―dijo una voz ronca―. Incluso los sacerdotes y los reyes necesitan comer. Anduin llevó una mano a su frente. ―Genn ―dijo―, lo lamento. Por favor, acompáñame. Aún tenemos cosas que arreglar antes de irme, ¿no es así? ―Lo primero es la comida ―dijo Greymane y acercó una silla mientras arponeaba un poco de pollo. ―Wyll y tú están conspirando en mi contra ―suspiró Anduin―. La parte triste es que me alegro. 82
Genn gruñó con diversión mientras Anduin llenaba su propio plato. ―Tengo los papales arreglados ―dijo Genn. ―Gracias por encargarte de eso. Los firmaré enseguida. ―Primero léelos. No importa quién los escribió. Es un consejo gratuito. Anduin sonrió con cansancio. ―Me has dado bastantes consejos gratuitos. ―Y por algunos estás agradecido, me imagino ―dijo Genn. ―Por todos ellos. Hasta aquellos con los que estoy en desacuerdo y escojo ignorar. ―Ah, ahora habla un rey sabio ―Greymane alcanzó la botella de vino en la mesa y se llenó la copa. ―¿Entonces no hay ningún golpe planeado? ―Anduin se encontró sirviéndose otro plato de pollo. Podría parecer que su cuerpo estaba hambriento, incluso si su mente estaba distraíada. ―No en ésta visita. ―Eso es bueno. Guarda tus conspiraciones para otro momento. ―Sí hay una cosa que me gustaría hablar antes de que te marches ―dijo Greymane volviéndose serio. Había algo en su lenguaje corporal que alertó a Anduin, quien bajó su cuchillo y tenedor y observó al otro rey. ―Claro ―dijo Anduin, preocupado. Ahora que tenía la completa atención del rey de Stormwind, Genn parecía incómodo. Bebió un trago de vino, después miró a Anduin de frente. ―Me honra con su confianza ―dijo―. Y haré todo lo que pueda para gobernar su pueblo con cuidado y diligencia si, la Luz lo prohíba, algo llegase a sucederle. ―Sé que lo harás ―aseguró Anduin. ―Pero soy un viejo. No estaré cerca para siempre. Anduin suspiró. Sabía a dónde se dirigía con eso
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―Ha sido un día largo y difícil. Estoy demasiado cansado para tener ésta plática contigo. ―Siempre has estado demasiado algo y otra cosa cada vez que saco el tema ―apuntó Genn. Anduin sabía que era verdad. Jugó con su comida―. Estamos en la víspera de tu partida para visitar diferentes tierras ―continuó Greymane―. Nuevos peligros se están formando. ¿Cuándo será un buen momento? Porque no me gusta el pensamiento de tener que buscar entre montones de nobles, cada uno empujando su mejor demanda hacia adelante. La imagen hizo que Anduin se riera muy a su pesar, pero se desvaneció con las siguientes palabras de Genn. ―Esto no es un juego. Si el reino cae en manos de la persona equivocada, Stormwind podría verse en una terrible situación. Tu madre fue una horrible víctima de una furiosa multitud iracunda por lo que nobleza estaba haciéndole al pueblo. Y tú ya eres lo suficientemente mayor para recordar lo inestables que estaba las cosas cuando tu padre desapareció. Anduin lo era. Había sido el rey simbólico durante la desaparición de su padre, pero había tenido a Bolvar Fordragon a su lado para ofrecerle consejo. Varian había desaparecido, y el dragón negro Onyxia lo había reemplazado con un impostor, gobernando el reino a través de esa marioneta. Stormwind estaba desestabilizada y tormentosa hasta que Onyxia fue derrotada y el verdadero Varian Wrynn se sentó de nuevo en el trono. El joven rey bebió un sorbo de su vino. ―Lo recuerdo, Genn ―dijo en voz baja. Genn bajó la mirada a su cena a medio terminar. ―Cuando perdí a mi hijo ―dijo suavemente, su voz intensa―, perdí una parte de mi alma. No solamente amaba a Liam. Lo admiraba. Lo respetaba. Hubiera sido un rey enorme. Anduin escuchó. ―Y cuando cayó, cuando esa descorazonada Alma en Pena no-muerta lo mató con una flecha dirigida a mí, mucho de mí murió con él. Creí que jamás me recuperaría. Y no lo hice… no completamente. Pero tenía a mi esposa, Mia. Tenía a mi hija, Tess, igualmente fuerte e inteligente como su hermano.
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Anduin no lo interrumpió. Genn jamás había sido tan abierto con él antes. Ahora el rey gilneano alzó sus ojos azules. Resplandecieron a la luz de la vela y su voz estaba ronca por la emoción. ―Seguí adelante. Pero tenía un agujero en mi corazón en donde él solía estar. Un agujero que traté de llenar con mi odio hacia Sylvanas Windrunner. Gentilmente Anduin dijo. ―Ese tipo de agujero no puede llenarse con odio. ―No. No puede. Pero conocí a otro joven que amaba a su pueblo tanto como Liam hacía. Que creía en cosas que era buenas y justas y verdaderas. Te encontré, mi muchacho. No eres Liam. Eres tú mismo. Pero me he encontrado tratando de guiarte. ―No puedes reemplazar a mi padre y sé que lo sabes ―dijo Anduin, profundamente conmovido por las palabras de Genn—. Pero eres tanto un rey como un padre. Entiendes lo que es ser ambos. Y eso ayuda. Genn se aclaró la garganta. Las emociones no le eran indiferentes, Anduin lo sabía, pero usualmente eran ardientes, violentas, iracundas. Era parte de la maldición de los huargen, sí, pero Anduin sabía que también eran una parte intrínseca del hombre. Genn no estaba acostumbrado a las emociones suaves, y casi siempre, como hacía ahora, las apartaba. ―Le estaría diciendo lo mismo a Liam en éste momento si estuviera aquí. La vida es muy corta. Demasiado impredecible. Para cualquiera en éste mundo, especialmente para un rey. Si amas Stormwind, necesitas asegurarte de que irá a manos que cuidarán de ella. Hizo una pausa. Aquí viene, pensó Anduin. ―Anduin, ¿hay alguien a quien hayas considerado como una posible reina? Alguiuen para reinar en tu lugar si llegases a caer en batalla, que lleve al hijo que continuará con el linaje de los Wrynn? Anduin de pronto se volvió realmente interesando en la comida frente a él. Genn suspiró, aunque pareció más un gruñido. ―Los tiempos de paz son extraños en éste mundo. Y siempre son demasiado breves. Necesitas usar éste tiempo al menos para comenzar la búsqueda. Si estás viajando a todos estos lugares, ¿no podrías tener algunos bailes formarles, visitas a teatros o algo?
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―Lo creas o no, entiendo que necesito hacerlo ―admitió Anduin. Genn no sabía de la pequeña caja con las alianzas de la Reina Tiffin que Anduin mantenía cerca y el joven no estaba dispuesto a revelar esa información―. Y la respuesta es no. No he conocido a nadie todavía que me haga sentir se esa manera. Hay tiempo. Solamente tengo dieciocho. ―No es tan raro que los compromisos matrimoniales sucedan cuando los participantes aún están en la cuna ―insistió Genn―. No conozco bien a la sociedad de Stormwind, pero seguramente hay otros que podrían hacer una lista. Genn era bienintencionado, Anduin lo sabía. Pero estaba preocupado y cansado y su atención estaba en qué hacer con el mundo herido, no en un matrimonio arreglado. ―Genn, agradezco tu preocupación ―dijo, escogiendo sus palabras cuidadosamente―. Éste no es un asunto sin importancia. Te he dicho que lo entiendo. Pero la idea de un matrimonio arreglado, aceptar pasar mi vida con alguien a quien es posible que no conozca antes de hacer ese compromiso, para mí es abominable. Además ―agregó ―, tú no tuviste uno. Genn frunció el ceño. ―Sólo porque no es un camino que yo escogí no significa que no es uno bueno. Sé que no es la cosa más romántica en el mundo, pero no tiene que ser con un extraño. Mi hija, Tess, es casi de tu edad. Ella sería… ―Sería lo mismo si ella estuviera aquí en éste momento ―lo interrumpió Anduin―. Por lo poco que la he visto, está claro que es una mujer excepcional. Pero ciertamente ella tiene su propia vida y voy a tomarme el atrevimiento de adivinar y decir que no creo que ser la reina de Stormwind está muy arriba la lista de cosas que desea en su vida. Tess Greymane, unos cuántos años mayor que él, era al parecer una mujer de carácter fuerte. Había toda clase de rumores acerca de sus acciones, implicando que había tomado una página o dos de Mathias Shaw. Él no le había preguntado a Genn al respecto y ahora que el hombre había presentado a su hija como una reina potencial, no lo haría. Las blancas cejas de Genn se juntaron en una mueca. ―Anduin… ―Volveremos a hablar de éste tema, lo prometo. Pero por ahora, hay otra cosa que me gustaría hablar contigo. Sin quererlo, Genn rio. 86
―Sabe que discutiré con usted en cualquier momento, Su Majestad. ―Claro que lo sé ―dijo Anduin―, y especialmente acerca de esto. Después de la visita de Magni, Moira, Velen y yo fuimos al Templo de la Luz Abisal. No creo que te sorprenderá en lo más mínimo que diga que me pareció… ―negó con la cabeza―. Honestamente no encuentro las palabras. Era tranquilo y hermoso y solamente estando ahí me hizo sentir en paz. Muy concentrado. ―La única sorpresa que tengo acerca de tu visita es cuánto tardaste en llegar ahí ―dijo Genn―. Pero nuevamente, un rey tiene poco tiempo para paz y tranquilidad. ―Mientras estaba ahí, conocí a dos personas que me sorprendieron ―dijo. Llenó de aire sus pulmones. Aquí vamos, pensó―. Una de ellas era Calia Menethil. Genn empezó. ―¿Estás seguro? ¿No era un impostor? ―Ella se parece mucho a su hermano. Y creo que los sacerdotes del templo se aseguraron de que eso era cierto. ―Tienes demasiada fe en la buenaventura de los sacerdotes. Anduin sonrió. ―Lo hago. ―Bueno, sigamos. ¿Qué aprendiste? ¿Cómo fue que escapó? ¿Todavía quiere reclamar el trono de Lordaeron, facilitando que podamos echar a esos ocupantes podridos que desfilan por ahí actualmente? Anduin sonrió con un poco de tristeza. ―Yo no hablé de eso. Regresaré y hablaré con ella después. Me dio la impresión de que no era una historia feliz. ―La Luz sabe que no puede serlo ―dijo Genn―. Esa pobre familia. Lo que la chica debió pasar. Probablemente escapó de esos miserables por muy poco. ¡Debe despreciar a los no-muertos después de eso! ―De hecho, eso era lo siguiente que quería decirte. El Templo de la Luz Abisal es una sala para los sacerdotes de Azeroth. Todos sus sacerdotes. Incluyendo a los de la Horda ―esperó―. Incluyendo a los renegados. Anduin se había preparado para una lluvia de protestas. En su lugar, Genn bajó su tenedor con tranquilidad y habló en una voz cuidadosamente controlada. 87
―Anduin ―dijo―. Entiendo que siempre quieres ver lo bueno en las personas. ―No es… Genn alzó una mano. ―Por favor, Su Majestad. Escúcheme. Anduin frunció el ceño, pero asintió. ―Es un rasgo admirable. Especialmente en un gobernante. Pero un gobernante debe ser cuidadoso para que no lo engañen. Sé que conociste y respetaste a Thrall. Y sé que consideras a Baine un amigo y él ha actuado con honor. Incluso tu padre negoció con Lor’themar Theron y tenía a Vol’jin en alta estima. Pero los renegados son… diferentes. Ellos ya no sienten las cosas como nosotros hacemos. Ellos son… abominaciones. La voz de Anduin fue suave. ―Uno de los líderes actuales del Cónclaves es el Arzobispo Faol. Genn maldijo y se puso de pie de un salto. Los cubiertos cayeron al suelo. ―¡Imposible! ―su rostro se había sonrojado y una vena comenzó a palpitar en su cuello― Eso es peor que una abominación. ¡Eso es blasfemia! ¿Cómo puedes tolerar esto, Anduin? ¿No te enferma? Anduin pensó en el pícaro sentido del humor que él difunto Alonsus Faol solía mostrar. Su bondad, su preocupación. Somos sacerdotes antes que otra cosa. Y lo era. ―No ―dijo Anduin sonriendo―. Al contrario. Verlos ahí, en ese lugar de Luz… me dio esperanza, Genn. Los renegados no son irracionales de la Plaga. Son personas. Tienen libre albedrío. Y sí, algunos de ellos han cambiado para mal. Ellos han seguido adelante con su nueva existencia con miedo y odio. Pero no todos. Vi a los sacerdotes renegados hablando no solamente con los tauren y los trolls sino también con enanos y draenei. Ellos recordaban lo bueno. Moira ha trabajado con Faol desde hace un tiempo y… Genn maldijo. ―¿También Moira? ¡Creí que los enanos tenían sentido común! He escuchado demasiado ―se giró, preparado para salir del cuarto. ―No, no lo has hecho ―la voz de Anduin fue suave pero no mediaba desacuerdos. Levantó una mano y señaló la silla que el otro había dejado vacía―. Te quedarás y escucharás. 88
Genn lo miró, sorprendido, después asintió y volvió a sentarse, aunque con obvia renuencia. Respiró hondo. ―Lo haré ―dijo―. Aunque no me gustará. Anduin se inclinó hacia adelante decididamente. ―Hay una oportunidad aquí si somos lo suficientemente audaces para tomarla. Sylvanas les dio vida a los renegados. Claro que la seguirán. Pero la Alianza se alejó de ellos. Todo lo que teníamos que ofrecerles era nombres, “muertísimos”, “podridos”. Los vimos con miedo. Disgusto. No podíamos siquiera comprender que eran personas. ―Eran ―dijo Genn―. Ellos eran personas. Alguna vez. Ya no lo son. ―Hemos escogido verlos de esa manera. Genn intentó otra técnica. ―De acuerdo ―apoyó la espalda en la silla, los ojos entrecerrados―. Digamos que viste unos cuántos renegados decentes, un extremadamente pequeño puñado, todos los cuales resultaron ser sacerdotes. ¿Has encontrado a otros así? Había otro que Anduin recordaba que definitivamente no era un sacerdote. En el juicio de Garrosh Hellscream, los dragones de bronce le habían ofrecido a la defensa y al fiscal la habilidad de mostrar escenas del pasado a través de un artefacto conocido como la Visión en el Tiempo. En una de esas visiones, Anduin había presenciado una conversación entre el renegado y un elfo de sangre en una taberna poco después de que la taberna hubiera sido destruida por aquellos demasiado devotos a Hellscream. Los dos soldados habían estado en contra de la violencia y la crueldad que Garrosh había personificado. Y habían muerto por sus creencias. Oh, cuál era el nombre… Empezaba con una “F”. ―Farley ―dijo Anduin ―Frandis Farley. ―¿Quién? ―Un capitán renegado que se volvió contra Garrosh. Estaba indignado por la violencia en Theramore. Él vivía justo aquí en Stormwind cuando aún estaba con vida. Genn parecía como si no pudiera siquiera entender lo que Anduin le acababa de decir.
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―Frandis Farly no era un sacerdote. Era solamente un soldado que tenía suficiente humanidad en él para entender la maldad cuando la veía ―mientras Anduin pensaba más en eso, más seguro se volvía. ―Anomalías ―dijo Greymane. ―No acepto eso ―dijo Anduin, inclinándose hacia adelante―. No tenemos idea de los que un ciudadano promedio de Undercity siente o piensa. Y hay una cosa que no puedes discutirme: Sylvanas se preocupa por su gente. Le importan. Y eso puede ser algo que podemos utilizar a nuestro favor. ―¿Para hacerla caer? ―Para traerla a la mesa de negociaciones. ―Los dos hombres se observaron mutuamente, Anduin tranquilo y concentrado, Genn batallando para reprimir su ira. ―Su meta es convertir a más de nosotros en más de ellos ―dijo Genn. ―Su meta es proteger a su gente ―insistió Anduin―. Si le hacemos ver que entendemos su motivación, si podemos asegurarle que aquellos que ya existen jamás estarán en peligro con la Alianza, entonces será menos probable que utilice la Azerita para crear armas para matarnos. Aún mejor, tal vez logremos trabajar con la Horda para salvar el mundo que ambos habitamos. Genn lo miró durante un largo momento. ―¿Seguro que no te contagiaste de algo en Ironforge? Anduin alzó una mano apaciguadora. ―Sé que suena a una locura. Pero nunca hemos tratado de entender a los renegados. Ahora podría ser una oportunidad perfecta. El Arzobispo Faol y los otros podrían ayudar a abrir las negociaciones. Cada bando tiene algo que tal vez el otro quiera. ―¿Qué tenemos nosotros que los renegados quieren? ¿Qué tienen los renegados que nosotros podríamos querer? Anduin sonrió gentilmente. Su corazón estaba lleno mientras respondía. ―Familia.
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***
Sus aposentos estaban oscuros cuando entró, iluminados únicamente por la luz de las lunas. ―Recibiste mi mensaje ―dijo Anduin en voz alta mientras encendía una sola vela y miraba a su alrededor. Su habitación parecía estar vacía, pero estaba claro que no era así. Una sombra que pareció perfectamente ordinaria un momento antes, resplandeció y un marco elástico familiar camino hacia la pobre luz. ―Siempre lo hago ―dijo Valeera Sanguinar. ―Uno de estos días voy a pedirte que me muestres cómo es que entras. Ella sonrió. ―Creo que eres un poco pesado para manejarlo. Anduin rio. Se sabía afortunado de poder tener a tantas personas en quienes confiar. No todos los reyes, sabía, podían decir lo mismo. Pero Valeera se encontraba en un nivel completamente diferente incluso de Velen o Grenn Greymane. Ella y Varian había luchado juntos en las fosas de los gladiadores y Anduin la había conocido hace años. Había salvado las vidas de él y de su padre en más de una ocasión y había jurado lealtad al linaje Wrynn. Y lo que era casi tan importante era que ella era capaz de moverse en círculos que se le negaban a Anduin y sus consejeros. Valeera era una elfa de sangre y era la espía personal del rey. Había servido a Varian de esa forma durante su reinado y había ayudado al rey cuando necesitaba hacer llegar mensajes que pedía fueran mantenidos en secreto incluso de su padre. Aunque confiaba en el Maestro Espía Shaw para hacer lo que sabía mejor para el reino, Anduin no conocía tan bien al hombre para confiar que él haría lo mejor para el reino. Ciertamente él no habría aprobado la correspondencia que Anduin había llevado durante los últimos años. ―Asumo que sabes acerca de la Azerita ―dijo. Valeera asintió su cabeza dorada, sentándose en una silla sin esperar a que se lo pidieran.
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―Así es ―dijo ―Escuché que puede construir reinos, destruirlos y posiblemente condenar el mundo. ―Todo eso es cierto ―confirmó Anduin. Sirvió a cada uno una copa de vino y le ofreció una a ella ―Nunca se me ocurrió la idea de que Alianza y la Horda debían estar siempre en contra. Y me parece que ahora, más que nunca, debemos cooperar y confiar en ambos bandos. Éste nuevo material… ―sacudió la cabeza― Es demasiado peligroso en las manos de cualquier enemigo. Y la mejor manera de derrotar a un enemigo es haciéndolo tu amigo. La elfa de sangre bebió su vino. ―Yo te sirvo, Rey Anduin. Creo en ti. Y estoy casi segura de que soy tu amiga y siempre lo seré. Me gustaría vivir en ese mundo que ves. Pero no creo que sea posible. ―Improbable ―dijo Anduin―, sin embargo, de verdad lo creo posible. Y sabes mejor que nadie que no estoy solo en ese sentimiento. Le tendió una carta. Estaba escrita en un código personal que solamente entendían un puñado de individuos. Valeera la tomó y la leyó. Su expresión se volvió amarga, pero asintió y la guardó cuidadosamente en un bolsillo cercano a su corazón. Como siempre, ella memorizaría el contenido en caso de que la letra se perdiera o fuera destruida. ―Me aseguraré de que el sucedáneo la reciba ―prometió Valeera. No lucía feliz. ―Se cuidadoso ―agregó―. Nadie apoyará esto. Está destinado al fracaso. ―¿Pero qué si funciona? ―presionó Anduin. Valeera miró al fondo del contenido carmesí de su copa, entonces alzó sus brillantes ojos para encontrar los de él. ―Entonces ―dijo ella lentamente con profunda renuencia―. Creo que debo dejar de usar la palabra “imposible”.
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CAPÍTULO DOCE THUNDER BLUFF S
ylvanas Windrunner se reclinó en una piel curtida en el gran tipi en el Alto de
los Espíritus. Nathanos se sentó junto a ella. Él parecía incómodo por sentarse con las piernas cruzadas en el suelo, pero si a ella no le permitían sentarse en una silla o quedarse de pie, tampoco lo dejaría a él. Un mago elfo de sangre, Arandis Sunfire, la había acompañado también para que pudiera retirarse rápidamente si las cosas se volvían muy aburridas o si una emergencia requería su atención. Estaba parado firmemente a la izquierda de la pareja, con un semblante como si deseara estar en cualquier lugar excepto ahí. A la derecha de Sylvanas una de sus forestales, Cyndia, cuya perfecta quietud hacía ver la rigidez de Arandis intensa. Sylvanas se inclinó hacia Nathanos y murmuró en su oreja. ―Estoy tan cansada de tambores ―para ella, era el sonido unificador de la “antigua Horda”. Los orcos, los trolls y los tauren, por supuesto, parecían estar más que dispuestos a golpear felizmente los tambores a cualquier hora. Ahora, al menos, no era el golpe seco de los tambores de guerra de los orcos, sino el tamborileo suave y firme mientras el Archidruida Hamuul Runetotem hablaba sobre la “tragedia de Silithus”. En lo que a Sylvanas respectaba, lo que había sucedido no era realmente tan trágico. En su opinión, un titán loco insertando una espada en el mundo había sido un regalo. Estaba manteniendo el descubrimiento de Gallywix en secreto hasta que estuviera segura de cómo podría utilizar propiamente ese material tan particular para beneficio de la Horda. Gallywix le había dicho que tenía “a gente trabajando en eso también”. También, ¿qué había en Silithus, realmente, sino insectos gigantes y cultores Crepusculares, sin lo que el mundo estaba mucho mejor? Pero los tauren en particular,
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cuyo pueblo había dado a la Horda sus druidas originales y quienes habían perdido muchos miembros del Circulo Cenarion, habían estado devastados ante la pérdida de vida. Sylvanas se había sentado grácilmente durante un ritual para honrar y aliviar sus almas atormentadas. Y ahora estaba escuchando —y esperaba aprobar— planes para mandar a más chamanes y druidas a Silithus a investigar, todo porque Hamuul Runetotem había tenido un sueño horrible. ―Los espíritus gritan ―estaba diciendo Hamuul―. Ellos murieron en un esfuerzo por proteger la tierra y ahora la muerte habita ese lugar. Muerte y dolor. No debemos fallarle a nuestra Madre Tierra. Debemos recrear el Fuerte Cenarion. Baine estaba mirándola de cerca. Algunos días ella deseaba que él pudiera seguir su gran y sangrante corazón y llevara a los tauren hacia la Alianza. Pero su desprecio por la gentileza de los tauren no eclipsaba su necesidad de ellos. Mientras Baine se mantuviera leal —y hasta ahora lo era, cuando contaba— ella seguiría usándolo a él y a su gente para provecho de la Horda. Junto a Baine se encontraba un representante troll, el anciano Maestro Gadrin. La Jefe de Guerra tampoco estaba emocionada por esa conversación. Había una aspiradora de poder en la jerarquía en ese momento y los trolls eran un pueblo caótico. Sólo ahora, tarde, ella se había dado cuenta cuán tranquilo y centrado había sido Vol’jin. Ciertamente, no se había dado cuenta de cómo había hecho parecer que liderar a la Horda era un trabajo sin esfuerzo. Los trolls exgirían una visita, también, sin duda, para que pudieran hablar sobre sus varias sugerencias para un líder. Runetotem había terminado su apelación. Ahora todos la miraban, todas esas peludas cabezas con cornamentas giraron en su dirección. Mientras sopesaba su respuesta, uno de los Caminamillas de Baine, Perith Stormhoof, llegó. Jadeaba pesadamente mientras se agachaba y susurraba en la oreja del Gran Jefe. Los ojos de Baine se abrieron un poco y su cola se movió. Preguntó algo en Taur-ahe, a lo que el corredor asintió. La atención de todos ahora estaba en el líder de los tauren. Con un semblante solemne se levantó para hablar. ―He sido informado de que pronto tendremos un visitante. Desea hablar con usted, Jefe de Guerra, acerca de lo que sucedió en Silithus. Sylvanas se tensó un poco pero por fuera estaba tranquila. ―¿Quién es el visitante?
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Baine se quedó en silencio por un momento, entonces respondió. ―Magni Bronzebeard. El Portavoz de Azeroth. Requiere que envíe a un mago; es muy pesado para que el ascensor lo traiga con bien. Todos comenzaron a hablar a excepción de Sylvanas. Nathanos y ella intercambiaron miradas. Su mente acelerándose a mil leguas por segundo. Magni no podría tener nada que decir que ella apreciaría escuchar. Él era el campeón del mundo, y en ese momento, las profundas fisuras de ese mundo estaban produciendo un tesoro espectacular. Tenía que detener eso, ¿pero cómo? Todo lo que podía hacer, notó, era tratar de minimizar el daño. ―Sé que Magni Bronzebeard ya no es un verdadero enano ―dijo―. Pero alguna vez lo fue. Y sé que, para ti, Gran Jefe, el solo pensamiento de acoger a un antiguo líder de una raza de la Alianza debe ser incómodo, si no enteramente repulsivo. Te dejaré la decisión de acogerlo. Soy Jefe de Guerra de la Horda. Cualquier cosa que él tenga que decir, me lo puede decir a solas. Las fosas nasales de Baine se ensancharon. ―Pensaría que tú de entre todas las personas entenderías cómo una transformación física puede cambiar las opiniones propias, Jefe de Guerra. Una vez fuiste miembro de la Alianza. Ahora lideras a la Horda. Magni ya ni siquiera es de carne. De ninguna forma era un insulto, sin embargo, de alguna forma, le dolió. Pero no podía contrarrestar la lógica. ―Muy bien. Si crees que es seguro, Gran Jefe. Los tauren y los trolls siguieron mirándola y le tomó un momento darse cuenta que estaban esperando que ofreciera a su mago. Apretó los labios un momento, entonces se volvió a Arandis. ―¿Acompañarías a Perith a dónde el Portavoz nos espera? ―Por supuesto, Jefe de Guerra ―dijo de inmediato. En los incómodos minutos antes de que escucharan el zumbido del portal, el cerebro de Sylvanas comenzó a trabajar en cómo manejar de la mejor forma la inminente conversación. Cuando Magni apareció, innumerables aspectos de su cuerpo diamantino reflejando la luz del fuego, Baine lo saludó cálidamente. ―Estamos honrados con tu presencia, Portavoz.
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―Sí, lo estamos ―dijo Sylvanas de inmediato―. Me dijeron que querías verme. Magni asintió a Baine, aceptando su bienvenida, antes de cuadrar los hombros mientras veía a Sylvanas de frente. Apuntó un dedo diamantino en su dirección. ―Así es ―dijo―, y hay mucho que decir. Primero tienes que deshacerte de tus pequeños hombres verdes. Ellos solamente están empeorando algo malo. Sylvanas esperaba eso. ―Están investigando el área ―dijo, manteniendo su voz calmada y suave. ―No, no es así. Están pinchando y picando y a Azeroth no le gusta. Necesita sanar, o va a morir. Todos los presentes escucharon atentamente mientras el Portavoz explicaba que Azeroth estaba en agonía, atormentada en un dolor que poco a poco la destruía. Su misma esencia estaba saliendo a la superficie y esa esencia era inimaginablemente poderosa. La última parte ya la sabía Sylvanas. La primera era problemática. ―Tenemos que ayudarla ―dijo Magni―, su voz raída y ésta vez ella no lo corrigió. ―Claro que debemos ―ella dijo. Esa revelación podía deshacerlo todo―. Imagino que hablarás con la Alianza. ―Ya lo hice ―dijo Magni, claramente esperando tranquilizarla―. El joven Anduin y la Liga de Expedicionarios, el Círculo Cenarion y el Anillo de la Tierra van a enviar equipo a Silithus pronto ―El Magni Bronzebeard que una vez gobernó Ironforge jamás habría revelado lo que ese Portavoz de Azeroth había hecho. Esa era información valiosa. ―Bien ―dijo Baine―. Estamos listos para hacer lo mismo. No debió hablar antes que su Jefe de Guerra, pero Sylvanas comenzó a tener una idea. ―El Gran Jefe Baine habla por todos nosotros. Lo que has compartido son de verdad noticias graves. Por supuesto que haremos lo que podamos para ayudar. De hecho, ―continuó― me gustaría pedirle a los tauren que organicen la respuesta de la Horda. Baine parpadeó un par de veces, pero además de eso no dio otra indicación de cuán sorprendido estaba sin duda. ―Será un honor ―dio y llevó su puño al corazón como saludo. 96
―Gracias por tu advertencia, Portavoz. Todos existimos en éste preciado mundo. Y los eventos recientes nos han traído a casa a todos, no quedan muchos lugares a los cuales huir si destruimos éste ―dijo Sylvanas. ―Eso es… poderosamente iluminado por tu parte ―concedió Magni―. Muy bien, entonces. Mi tarea terminó. Sé que los miembros de la Horda y de la Alianza tienen problemas imaginando que no son las únicas personas en éste mundo. Pero hay otras razas a las cuales debo avisar. Como dices, Jefe de Guerra, todos existimos en éste preciado mundo. Retira a tus goblins. De otro modo tendremos que intentar buscar un nuevo mundo para llamar hogar. Sylvanas no prometió que lo haría, pero sonrió. ―Por favor, permítenos ahorrarte algo de tiempo para llevar a cabo tu tarea. ¿A dónde debería enviarte Arandis a continuación? ―Desolace, creo ―Magni musitó ―Necesito decirles a los centauros. Gracias, muchachita. Sylvanas mantuvo esa sonrisa amable en su rostro mientras hervía por ese término demasiado familiar y condescendiente. Todos estaban callados mientras Arandis conjuraba el portal que abría la desolada y fea tierra y Magni lo atravesaba y se desvanecía. Hamuul suspiró profundamente. ―Es peor de lo que temía ―dijo―. Debemos comenzar a trabajar tan pronto como podamos. Gran Jefe, necesitamos a todos aquellos que han trabajado con la Alianza antes de… ―No. La voz del Jefe de Guerra cortó la conversación con la eficiencia de una cuchilla arrancando una cabeza. ―Jefe de Guerra ―dijo Bain tranquilamente―, todos escuchamos las palabras del Portavoz. Azeroth está gravemente herida. ¿Ya hemos olvidado las lecciones del cataclismo? Las colas se sacudieron. Las orejas bajaron y se agitaron. Los trolls bajaron la mirada y sacudieron las cabezas. Oh sí, todos recordaban el cataclismo. ―No podemos permitir que algo así pase por segunda vez.
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Debí haber hecho esto hace mucho tiempo, pensó Sylvanas. Se levantó con gracia y se dirigió al líder tauren. ―Tengo algo que sólo tus orejas deben escuchar, Gran Jefe ―dijo, su voz casi un ronroneo―. Camina conmigo. Las orejas de Baine se alisaron contra su cabeza por un momento, pero asintió y descendió los escalones que llevaban del tipi a lo alto. Los Altos de Cima del Trueno —Alto de los Espíritus, Alto de los Ancestros y Alto de los Cazadores— estaban conectados por el Alto Central por unos puentes de cuerda y tablas. Sylvanas se maravilló en silencio ante la ingeniería. Parecían tan desvencijados y precarios, pero fácilmente aguantaban el peso de varios tauren cruzando al mismo tiempo. Sylvanas caminó sin titubear por el medio del puente. Se tambaleó un poco. Desde ahí podía ver el suave brillo de la caverna que albergaba las Pozas de las Visiones. Antes de irse, tendía que visitar ese lugar; era la única congregación de renegados en la capital tauren. Necesitaba volver a casa, a Undercity también: para reunirse con el Concejo Desolado. Para valorar la amenaza —o falta de— por ella misma. ―¿Cuáles son esas palabras que deseas compartir conmigo, Jefe de Guerra? ―preguntó Baine. ―¿Mi gente es feliz aquí? El tauren ladeó la cabeza en confusión. ―Creo que sí ―dijo―. Tienen todo lo que han querido y parecen satisfechos. ―Los tauren se hicieron amigos de los renegados cuando fueron rechazados por la Alianza. Por eso siempre estaré agradecida. Hamuul Runetotem, actualmente una espina en su costado, había argumentado exitosamente que los renegados eran capaces de redimirse. Con libre albedrío, podían escoger expiar lo que habían hecho después de ser asesinados y esclavizados a voluntad del Rey Lich. Había convencido al Jefe de Guerra Thrall, quien sabía una cosa o dos acerca de pueblos vistos como “monstruos”, de admitir a los renegados en la Horda. Sylvanas jamás olvidaría eso. Ella se giró a Baine, mirándolo. ―Y por eso fue que hice de la vista gorda cuando intentaste una amistad con cierto humano.
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―Mi interacción con Jaina Proudmoore se conoce desde hace mucho tiempo ―dijo Baine―. Se hizo de conocimiento público en el juicio de Garrosh Hellscream. Me ayudó cuando los Grimtotem estaban en rebelión contra los tauren. ¿Por qué esto te molesta ahora? ―No me molesta. Lo que me molesta es que has seguido intercambiando correspondencia con Anduin Wrynn. ¿Lo niegas? Se mantuvo en silencio, pero su cola en movimiento lo traicionó. Los tauren eran muy malos mentirosos. Al final habló. ―Yo nunca, por palabra o implicación, promoví nada que pudiera hacer daño a la Horda. ―Te creo. Es por eso que no he interferido hasta ahora. Pero el Príncipe Anduin ahora es el Rey Anduin. Ya no es ese soñador ineficaz. Es el hacedor de políticas. Podría empezar una guerra. Si estuvieras en mi lugar, ¿perdonarías mensajes secretos enviados al rey de la Alianza? ―¿Qué harás? ―Baine preguntó con una tranquilidad admirable. ―Nada ―dijo―, siempre y cuando la conexión se rompa. Y para demostrarte que no guardo ningún rencor a lo que algunos podrían etiquetar como traición, mantengo mi oferta de permitirte liderar la respuesta para ayudar a sanar Azeroth. De hecho ―señaló la entrada de la caverna debajo de ellos―. Hablaré con los renegados aquí y veré si las Pozas de las Visiones pueden ayudar de alguna forma. Dejaré atrás a mi guerrera Cyndia. Ella me mantendrá al tanto de todos los desarrollos. Volvió a girar hacia Baine. Él se mantuvo tan quieto como si fuera la estatua de un tauren. Incluso su cola había dejado de moverse. ―¿Nos entendemos? ―Perfectamente, Jefe de Guerra. ¿Eso es todo? ―Lo es. Espero que ésta conversación marque el comienzo de un nuevo nivel de cooperación entre los tauren y los renegados. Baine la siguió, una inminente mole de silencio, mientras regresaban al tipi. Ella informó a aquellos que habían estado esperando ahí acerca de su sugerencia de que los renegados en las Pozas de las Visiones trabajaran con los tauren mientras ellos buscaban sanar al mundo. Cuando Hamuul habló de un nuevo Fuerte Cenarion en Silithus, uno de los trolls habló.
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―¿Y qué hay de los goblins? Deben estar tan hinchados como moscas ―dijo el troll―. ¿Los retirarán como dijo el Portavoz? ―Los goblins ―dijo Sylvanas― saben acerca de los lugares más profundos de la tierra mejor que cualquier otro miembro de la Horda. He hablado con Gallywix y él me asegura que están explorando e investigando ―cuando pareció que muchos estaban listos para objetar ella se les adelantó diciendo―. Él me reporta directamente a mí. Y cuando esté lista, compartiré con la Horda lo que he aprendido. ―¿Pero no con la Alianza? ―dijo Runetotem. Cuidadosamente Sylvanas no miró a Baine mientras respondía. ―Magni ya habló con la Alianza. Estoy casi segura de que Anduin no enviará mensajeros a Orgrimmar con sus últimos descubrimientos. ¿Por qué debería hacerlo yo? ―Porque éste mundo nos pertenece a todos ―dijo Runetotem con tranquilidad. Sylvanas sonrió. ―Tal vez un día pronto “todos nosotros” significará “La Horda”. Mientras tanto, pongo los intereses y el bienestar de mi gente antes que a la Alianza que destruyó Taurajo. Sugiero que todos ustedes lo hagan también. ―Pero… ―comenzó el archidruida. Ella se giró a verlo, su rostro frío, sereno, pero sus ojos llenos de un ardiente e iracundo fuego. ―Objeta de nuevo y no lo tomaré bien. Vol’jin y sus loas me nombraron Jefe de Guerra de la Horda. Y como Jefe de Guerra de la Horda, yo decido qué es importante reverla y cuándo y a quién. ¿Se entendió? Las orejas de Hamuul se aplanaron contra su cráneo, pero habló lo suficientemente calmado. ―Sí, Jefe de Guerra.
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UNDERCITY Parqual Fintallas había sido un historiador cuando todavía respiraba. Sabía todo lo que había que saber acerca Lordaeron y recordaba, con mucho afecto, el tiempo que pasó con su esposa, Mina, y su hija, Philia, en su modesta pero cómoda cámara en la Ciudad Capital. Incluso ahora, podía recordar el olor de la tinta y el pergamino mientras garabateaba notas de varios mohosos tomos antiguos y el tono dorado como la miel de la luz que se filtraba. El chisporroteo del fuego, cálido y reconfortante mientras trabajaba hasta entrada la noche junto a la luz de las velas. A veces Mina enviaba a Philia para entregarle la cena cuando estaba demasiado absorto para ir a la mesa. Él la sentaba en su regazo cuando era más joven y la invitaba a sentarse con él cuando era más grande, animándola a buscar en la masiva biblioteca mientras él se daban un festín con la excelente comida de Mina. Pero no había fuego chisporroteando en Undercity, ni aromas de pergamino y tinta y deliciosa comida preparada con amor por una cálida y sabia compañera de vida. No hija para acribillarlo con preguntas que habría querido responder. Sólo frialdad, humedad, el nauseabundo olor a podrido y el espeluznante brillo verde del río contaminado que fluía a través de la necrópolis subterránea. Esos recuerdos estaban demasiado frescos para ser otra cosa que dolorosos, pero seguían siendo dulces. Los renegados estaban fuertemente desalentados de visitar lugares que habían amado en vida. Su hogar ya no era Lordaeron sino Undercity, un lugar que, igual que sus habitantes que ya no tenían necesidad de dormir, no distinguía entre día y noche. Una o dos veces, Parqual se había escabullido a su antigua morada, llevando libros de contrabando a Undercity. Pero había sido atrapado una vez y amonestado. Sus libros habían sido confiscados. No hay necesidad de recordar la historia humana de éste lugar, le habían dicho. Sólo la historia de Undercity importa ahora. Con los años, había hecho uso de aventureros para obtener más libros, cada uno preciado para él. Pero no podía usar aventureros que buscaban oro o fama para traer de vuelta lo que había perdido. Mina estaba muerta o era una monstruosidad que farfullaba. Y Philia, su brillante, preciosa muchacha, aún era humana, posiblemente estaría viva. Pero, aun así, estaría horrorizada ante lo que se había convertido su adorado padre. Durante mucho tiempo, se había creído único en su melancolía. Pero entonces Vellcinda había fundado el Concejo Desolado para cuidar a la ciudad en ausencia de la 101
Dama Oscura. Lo que había empezado puramente como una necesidad, para Parqual al menos, se había convertido en algo más. Le había dado un sentido de camaradería y el conocimiento de que no todos estaban contentos con solamente servir sin preguntar. Los renegados tal vez no vivían, pero tenían necesidades, deseos, emociones que no estaban siendo atendidas. Vellcinda creía que Sylvanas los visitaría pronto y que escucharía lo que el concejo tuviera que decir. Parqual esperaba honestamente que ella tuviera razón, pero tenía sus dudas. Sylvanas necesitaba dejar de forzarlos a vivir de nuevo si no lo deseaban; necesitaba permitirles aceptar sus antiguas vidas igual que su no-muerte. La historia enseñaba que aquellos que tenían poder generalmente estaban reacios a abandonarlo a menos que se les forzara a hacerlo. Y en todos esos años de vida y no-muerte, Parqual pocas veces había visto que las lecciones de historia fueran erróneas.
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CAPÍTULO TRECE DARNASSUS
L
a capital de los elfos de la noche era uno de los lugares favoritos de Anduin,
aunque pocas veces había podido viajar ahí. Los kaldorei eran gente hermosa y también lo era su ciudad, anidada seguramente en el abrazo del masivo Árbol del Mundo, Teldrassil. Anduin ahora estaba de pie junto a la Suma Sacerdotisa Tyrande Whisperwind y su amado, el archidruida Malfurion Stormrage, en el Templo de la Luna. La calma envolvía a ese lugar mientras los ayudantes del templo hacían sus deberes con gracia y propósito. El sonido rítmico del agua salpicando suavemente era relajante y la estatua de Haidene, sosteniendo arriba el cuenco desde donde el radiante líquido de la Poza de la Luna fluía, era tranquilizante de admirar. Su mente regresó al Templo de la Luz Abisal. La Luz nos encuentra, pensó. A todos nosotros. Escoge la historia o el rostro o el nombre o la canción que vibra más con cada uno de nosotros. Podemos llamarla Elune o An’she o solamente la Luz, pero no importa. Podemos darle la espalda si lo deseamos, pero siempre está ahí. Notó a Tyrande mirándolo, una suave sonrisa curvando sus labios. Ella entendía. ―Me arrepiento de no haber sido un visitante más frecuente de tu hermosa ciudad ―dijo en voz alta. ―La naturaleza de la guerra conspira para mantenernos alejados de los lugares que nutren nuestro espíritu ―dijo Tyrande. Con un suspiro, Anduin se apartó de la estatua y miró de frente a la pareja de líderes.
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―Mi carta describía la naturaleza de la actual batalla que enfrentamos ―dijo―. Una batalla para sanar nuestro mundo. ¿Magni vino ya a ustedes? ―No todavía ―dijo Malfurion―. Es un mundo muy vasto y aunque sea su Portavoz, tiene mucha tierra que cubrir. Ya hemos enviado miembros del Círculo Cenarion de vuelta a Silitus después… después de la tragedia. Queríamos evaluar el daño. Tenemos ojos en ello, le había dicho Shaw antes. ―No es la primera vez y estoy seguro que no será la última, estoy muy agradecido por los fuertes lazos entre nuestros pueblos ―dijo Anduin―. ¿Qué aprendió el Círculo? Ambos intercambiaron miradas. ―Ven ―dijo Malfurion ―Vamos a cabalgar. Anduin caminó con ellos a través del césped primaveral del templo y fuera de la puerta en forma de arco. Dos Centinelas, las fieras soldados femeninos que custodiaban la ciudad, los esperaban con tres sables de la noche. ―¿Sabes cómo montar uno? ―preguntó Tyrande con una sonrisa. ―He montado grifos, hipogrifos y caballos ―dijo Anduin―, pero no un sable de la noche. ―Son similares a un grifo, pero con un andar más suave. Creo que lo disfrutarás. Había uno blanco con manchas, uno que tenía un pelaje gris suave y otro blanco con rayas negras que le recordó al joven rey al gran Tigre Blanco, Xuen, a quien conoció en Pandaria. Demasiado; sintió que sería casi irrespetuoso montarlo. Optó por el gris, balanceándose en la montura con facilidad. El gran felino lo miró, gruñó y sacudió su cabeza antes de estabilizarse en un galope rítmico tan cómodo como había prometido Tyrande. ―Imagino que es tan triste como el Portavoz lo hizo parecer ―Malfurion dijo mientras los tres se encaminaban hacia la rampa alfombrada y sobre la piedra blanca de mármol, alejándose del templo. Mantuvo su voz en un tono suave―. Todos en el Fuerte Cenarion y a través de la región fueron asesinados al mismo tiempo. ―Envié sacerdotisas en cuánto me enteré ―dijo Tyrande y lo dejó ahí. Anduin pensó sombríamente en la horrible escena que debió haber recibido a las gentiles Hermanas de Elune. Sargeras había herido a más que sólo el mundo. El único consuelo era que el titán loco, después de tanto tiempo cortando una hilera de destrucción y tormento por todo el universo, finalmente había sido encarcelado.
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―Nuestro primer pensamiento fue enviar grupos de druidas y sacerdotisas para crear pozas de la luna ―continuó Malfurion. Tenía mucho sentido. Las pozas de la luna contenían aguas sagradas que podrían sanar heridas y restaurar energía y vitalidad y usualmente se utilizaban para purificar áreas corrompidas. O en éste caso, sanar áreas heridas. ―¿Tuvieron éxito? ―preguntó Anduin. ―Es demasiado pronto para decir. Muchos de nuestros grupos ni siquiera tuvieron la oportunidad de crear uno. Los goblins están trabajando duro saqueando a Azeroth ―dijo Malfurion, su usualmente agradable voz grave ahora un estruendo de lastimosa ira―. Y hay mucho para que saqueen. Como Magni te dijo, la esencia del mundo ha salido a la superficie y en gran suministro. Nosotros mismos encontramos una vena. Una vena. La mente de Anduin de inmediato fue a la compleja red de venas y arterias que atravesaban un cuerpo viviente. Extraño como hace tanto tiempo, mucho antes de que nadie entendiera que Azeroth era un titán naciente adormilado, el término “vena” había sido usado para describir lazos de varios minerales que corrían a través del mundo. Malfurion hizo girar a su sable de la noche de rayas negras hacia la derecha, dirigiéndose al Bancal del Guerrero. Conforme pasaban los ciudadanos de Darnassus, mucho giraron para contemplar al joven rey de Stormwind, haciendo reverencias y saludándolo. Anduin sonreía y les devolvía los saludos, aunque el tema que estaba discutiendo con los líderes de los observantes Darnassianos era uno desolador. ―Obtuvimos algunas muestras para estudiarlas ―continuó Malfurion― Es… ―el Archidruida, Anduin sabía, tenía más de diez mil años. Sin embargo, esa sustancia lo había dejado sin palabras. Por un momento, el elfo de la noche pareció superado. Cabalgando muy cerca y en perfecta sincronía con su esposo, Tyrande lo buscó y apretó su brazo brevemente en silencio. Anduin contempló a Malfurion con profunda simpatía. ―La sostuve ―dijo en voz baja―. Sé cómo me afectó. No puedo imaginarme cómo debió haber conmovido a aquellos tan profundamente conectados con la naturaleza y la tierra. ―No puedo negar su magnificencia, ni su poder para el bien o el mal. Y Tyrande y yo, todos los kaldorei, haremos todo lo que podamos para prevenir un mal uso.
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El Bancal del Guerrero surgió más adelante. En la parte de arriba, de pie atentamente, una unidad de cinco Centinelas los esperaba. Su líder era una elfa con cabello largo y de un azul oscuro amarrado en una cola de caballo. Su piel era de un pálido rojo purpúreo y las marcas tradicionales en su rostro parecían como arañazos. Igual que sus hermanas era fuerte y flexible y fiera. Pero a diferencia de las muchas Centinelas que Anduin había conocido antes, ella no tenía una expresión dura. Tyrande desmontó de su sable y saludó a la Centinela cálidamente. Anduin y Malfurion también desmontaron. Con una mano en el hombro de su Centinela, Tyrande se giró a su invitado. ―Rey Anduin Wrynn ―dijo y Anduin se dio cuenta que le tomaría un tiempo acostumbrarse a ese título―, permítame presentarle a la Capitana Cordressa Briarbow. La Capitana miró a Anduin e inclinó la cabeza. ―Estoy honrada ―dijo. ―Un placer, Capitana ―dijo Anduin―. Te recuerdo del juicio en Pandaria. ―Me halaga que me recuerde ―ella sonrió. ―Hemos estado en comunicación con la Liga de Expedicionarios ―dijo Tyrande―. Normalmente ellos facilitan su propia protección. Pero dado el estado de Silithus en éste momento, les he ofrecido la ayuda de la unidad de Cordressa ―sus ojos relampaguearon―. No se debe jugar con los goblins y con tantos de ellos presentes el área es peligrosa. ―Una sabía decisión ―dijo Anduin―, estoy seguro que habrá varias expediciones. Asignaré a algunas de mis unidades para la tarea de protección ―Anduin no era partidario de la guerra, pero sabía que otros estaban deseosos de combatir. Esto les permitiría utilizar su entrenamiento de forma positiva. ―Los druidas y los chamanes pueden cuidarse solos ―dijo Malfurion―, pero los miembros de la Liga de Expedicionarios son por lo general arqueólogos y científicos. Y ahora están realizando un trabajo muy preciado. Un suave espiral blanco acompañado del sonido característico de un portal abriéndose a unos cuantos pies de distancia llamó su atención. Un momento después, un gnomo, todo cejas y bigotes, apareció. Un bordado dorado en su tabardo violeta representaba al ojo que todo lo ve que era el símbolo del Kirin Tor. ¿Qué quería el mago más poderoso de Azeroth con Tyrande y Malfurion? Se preguntó Anduin. Pero cuando el gnomo caminó directamente hacia él, el rey se dio cuenta de que no era a los líderes de Darnassus a quienes el Kirin Tor quería ver. 106
―Saludos, Suma Sacerdotisa, Archidruida ―dijo el gnomo, haciendo un gesto con la cabeza a los altísimos elfos de la noche―. Rey Anduin, éste mensaje es para usted. ―Gracias ―Luz, por favor que esto no sean más malas noticias. Nuestro pobre mundo no podrá soportarlo. Rompió el sello y leyó, sintiendo todos los ojos en él:
Para Anduin Wrynn, Rey de Stormwind, Kalecgos del Kirin Tor envía sus saludos. Su Majestad, espero que se encuentre bien. Entiendo que se ha embarcado en un viaje para agradecer a los miembros de la Alianza por su papel en ganar una terrible guerra. Es exactamente el tipo de cosa que esperaría de usted, mi amigo y espero que todo vaya bien. Nuestro Amigo en Común me visitó de forma sorpresiva hoy. Creo que no volveré a verla pronto. Pero tengo fe en que regresará y su mente estará más tranquila y despejada después de su retiro de éste mundo. Es difícil sanar una herida que es reabierta constantemente. No sé nada acerca de su paradero, pero creí que le gustaría saberlo. ―K
―¿Todo bien, Su Majestad? ―Malfurion preguntó en voz baja. En general eran buenas noticas. Al mismo tiempo, Anduin lamentaba que Jaina todavía pareciera estar perdida. Esperaba, igual que Kalec, que encontrara las respuestas y la paz que buscaba. ―Sí ―dijo―. Una actualización en un asunto personal. Nada grave. ―¿Le gustaría que llevara una respuesta? ―inquirió el gnomo mensajero. ―Puedes decirle a Kalecgos que recibí su mensaje y que comparto sus esperanzas. Gracias. El gnomo asintió. ―¡Buen día, entonces! ―Sus pequeñas manos hicieron ademanes que Anduin no fue capaz de seguir y el aire frente al mensajero resplandeció. Anduin echó un vistazo a
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la preciosa ciudad flotante de Dalaran durante un momento, entonces el gnomo entró a través del portal. Se desvaneció tras él. Anduin se volvió a Malfurion y a Tyrande. ―La carta concernía a Jaina ―dijo―. Está a salvo, según Kalecgos. ―Esas son buenas noticias ―dijo Tyrande―, aunque me hace preguntarme por qué no escogió luchar a nuestro lado contra la Legión después de la Costa Abrupta. ¿Volverá? Anduin negó con la cabeza. ―No de inmediato. Espero que algún día. ―Y esperemos que ese día llegue pronto ―dijo Malfurion ―El mundo necesita a todos los campeones que pueda encontrar. ―Los necesita ―dijo Anduin despacio, pensando. Su plan había sido encontrarse con Velen en el Exodar. Había pasado tanto tiempo ahí hace unos años y era lo más cercano que él tenía a un hogar. Echaba de menos caminar sus pasillos cristalinos una vez más y hablar con el cálido y amigable draenei. Sin embargo, Velen había iluminado a los draenei acerca de lo que Magni les había revelado en Ironforge. Hasta el último detalle todos estaban trabajando duro probablemente. El Exodar y Velen no lo necesitaban en ese momento. Su tarea era difundir la noticia a otros e incitarlos a actuar. Y esa era una tarea que no podía hacer solo. Anduin había tomado una decisión. No viajaría al Exodar. Volvería a Stormwind en breve y después tendría que viajar al tercer lugar que, en su corazón, sentía que podía llamar hogar: El Templo de la Luz Abisal.
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CAPÍTULO CATORCE STORMWIND
E
ra muy tarde cuando Anduin regresó de Teldrassil. Usó su piedra de hogar
para evitar molestar a nadie. Wyll había estado durmiendo por varias horas y Anduin no estaba con ganas de discutir con Genn Greymane todavía. Sin embargo, había alguien con quien deseaba hablar y quería darle la oportunidad de reportarse con noticias antes de marcharse al Templo de la Luz Abisal. Se había materializado en el recibidor en donde él y su padre habían compartido muchas comidas, debates y discusiones. El fantasma de una sonrisa tocó sus labios al igual que el dolor de la pérdida; entonces se giró y se fue a sus habitaciones privadas, encendió una vela y la colocó en la ventana. La tarea estaba hecha, así que se ocupó de otra, llenar su ruidoso estómago. Después de bajar hacia la cocina, en silencio por la hora, colmó un plato con pan, pinchos de Dalaran y manzanas de corteza de oro. Cuando Anduin volvió a sus aposentos, cerró la puerta detrás de él y dijo: ―Me sentiré tonto si estoy hablando conmigo mismo. ―No lo haces ―Valeera estaba ahí. Anduin comenzó a sonreír, entonces vio la expresión en su rostro. De una vez perdió todo el apetito. ―Algo sucede ―dijo. Cuando ella no lo negó, el corazón de Anduin se hundió―. Dime. Ella cerró los ojos y después, en silencio, le tendió una carta. Por un momento, Anduin no quiso leerla. Quería quedarse con esa inocente ignorancia. Pero eso no era propio de un rey, no uno que quería ser un buen líder para su pueblo, a cualquier precio.
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Tragó con dificultad. ―¿Está bien? ―Por el momento ―Valeera señaló la carta con la cabeza. Al menos no ha sucedido lo peor, pensó Anduin. Pero sospechaba saber lo que decía esa carta. Con mucho pesar abrió la carta, la cual estaba escrita en el código acordado. La tradujo mientras la leía.
Durante años he apreciado nuestra amistad. Aún lo hago. Pero con gran pesar y Por el bien de aquellos que me buscan por protección Sé que ha llegado el momento de terminarla.
Anduin sintió un vacío en el estómago. Ella sabe. Continuó leyendo.
No te pondré ni a mi gente ni a ti, amigo, en Ningún riesgo. Todavía creo que llegará el día cuando Podamos hablar abiertamente, con el apoyo de toda nuestra gente. Pero ese día aún no ha llegado. Que la Madre Tierra te cuide.
Anduin había estado esperando eso a medias en cuanto Sylvanas se convirtió en líder de la Horda. Pero, aun así, se sintió como un golpe físico. Desde el día en el que se materializó por accidente en medio de una reunión entre Baine Bloodhoof y Jaina Proudmoore, le había agradado el líder tauren. Como Baine, Anduin había pensado que eran amigos. Pero de pronto ahora estaba siendo asediado por la duda. 110
Baine había expresado sus condolencias por la muerte de Varian, recordándole a Anduin que él, también, había perdido a su padre. Los reportes iniciales de Genn Greymane y otros eran que Sylvanas los había traicionado, abandonando a Varian y aparentemente a todos los miembros de la Alianza, a su muerte cuando ella se retiró de la Costa Abrupta sin avisar. Baine, que había estado ahí, le había contado una historia diferente a Anduin. Otra ola de demonios había aparecido, dijo, y Sylvanas reportó que un moribundo Vol’jin le había ordenado que empezara la retirada. ¿Baine le había mentido? No. El corazón de Anduin estaba dolido, pero no había ninguna señal de peligro o engaño por parte de sus, alguna vez, destrozados huesos. Baine le había dicho la verdad y lo sabía. Sin embargo, nadie excepto Sylvanas, o eso parecía, habían de verdad escuchado la orden de Vol’jin. No dejaré que Sylvanas destruya mi fe en Baine, pensó con decisión. Con un gran suspiro, se levantó y arrojó la carta al fuego, miró cómo las llamas se avivaban intensamente y reducían el pergamino a una retorcida bolla y después a cenizas. ―¿Perith aceptó mi carta? ―Anduin preguntó, forzando su voz a ser calmada y llana. ―No ―respondió Valeera. Otro golpe al estómago―. Pensó que pondría en peligro a su Gran Jefe. Hay muchos ojos sobre ellos. ―Perith es muy sabio ―respondió Anduin. ―Pero dijo que le diría a Baine lo que decía la carta. ―Tenía la esperanza de que Baine apoyara mi plan. ―Puede que lo haga. ―O puede que no haga nada que pueda parecer una deslealtad. No puedo culparlo. Yo haría lo mismo. Un líder que pone en riesgo a su gente no es ningún líder ―Anduin mantuvo su mirada en las llamas. Valeera se paró junto a él. ―Hay una cosa más ―dijo―. Baine quería que tuvieras esto. Ella extendió la mano. Una pequeña pieza que parecía un hueso, no más grande que la uña de Anduin, descansaba en su palma enguantada. Le tomó algunos segundos a Anduin comprender qué estaba mirando, y cuando lo hizo, perdió el aliento.
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Era un pedazo del cuerno de Baine, astillado en una ofrenda de respeto y amistad. Su mano se cerró lentamente sobre él. ―Lo lamento, Anduin. Sé que es decepcionante. Ella lo estaba también. La miró, sonriendo tristemente, recordando los días no tan lejanos cuando ella era mucho más alta que él. ―Lo sé ―dijo―. Y te agradezco por esto. Por todo. Parece que cada día que pasa se reduce el número de personas en las que puedo apoyarme. ―Espero que siempre me cuentes dentro de ese grupo ―dijo Valeera. ―Jamás lo dudes ―le aseguró Anduin. Sus ojos buscaron los de él durante un momento. ―Eres una persona amable, Anduin. Está en tu naturaleza pensar lo mejor de las personas. Pero también eres un rey ―dijo Valeera tranquilamente―. No puedes darte el lujo de ser incauto. ―No ―aceptó con tristeza ―No puedo. Se quedaron de pie junto al fuego durante un largo rato.
SILITHUS Las dos lunas habían salido esa noche. Sapphronetta Flivvers, las miraba después de un largo día de viaje y de establecer el campamento, le dijo a su acompañante. ―Son muy hermosas, sabes. La Centinela elfa de la noche, Cordressa Briarbow dijo: ―¿Sabes su nombres? El calor se agoló en el rostro redondo de la gnoma. ―Uhm… Una es Azul… ah… algo ―ante la suave risa de la elfa de la noche, Saffy se sonrojó aún más. Su ex esposo siempre le había dicho cuán adorable se veía cuando se sonrojaba, lo que Saffy detestaba y lo que la hacía ruborizarse —¡no 112
sonrojarse!— por el enfado cada vez que él lo decía. Algo que por supuesto lo alegraba más. ―Lo lamento ―dijo―. Verás, he pasado casi toda mi vida en el subterráneo o en un laboratorio. Me temo que no salgo mucho. ―Sabes mucho acerca de muchas cosas que jamás podría entender, Sapphronetta ―dijo Cordessa amablemente―. Nadie puede saberlo todo. ―Intenta decirle eso a mi ex esposo. De nuevo una suave risa. ―Las lunas se llaman la Niña Azul y la Dama Blanca, la madre de la Niña. La Dama Blanca tiene nombres distintos. Mi pueblo la llama Elune. Los tauren la llaman Mu’sha. Una vez cada 430 años, algo realmente maravilloso sucede. Las lunas se alinean con la otra y por unos preciosos, gloriosos momentos parece como si la Dama estuviera sosteniendo a su Niña. Nuestro mundo se baña en con una luz blanca azulada y parece que incluso el tiempo se detiene si lo miras con el corazón abierto. Mirando a aquellos hermosos orbes, Saffy dejó escapar un suave suspiro de asombro. ―¿Cuándo pasó por última vez? ―preguntó pensando si había aprendido ese interesante información a tiempo para apreciar el evento. ―Hace cinco años. El rostro de Saffy se apenó. ―Oh ―dijo―. Creo que posiblemente no estaré aquí para verlo. La longeva elfa, quien probablemente estaría cerca para verlo, no respondió. ―Pero puedes verlas a ambas ahora en el despejado y hermoso cielo del desierto. Esa era tal vez la primera vez que Saffy había escuchado la palabra “hermoso” para describir algo concerniente a Silithus. Incluso antes de tener una inmensa espada sobresaliendo de ella, era un lugar horrible. Su mirada viajó a la espada. Era difícil no verla. No sólo era enorme, sino que estaba rodeada de una espeluznante aura de luz roja, así que era una ofensa a la vista a cualquier hora del día y la noche. Esa monstruosidad negra había sido clavada a la mitad del pobre suelo. Fisuras vaporosas se habían revelado, produciendo la misteriosa Azerita en sus dos formas —fluido y pedazos endurecidos de color dorado y azul— Saffy se sentía más que frustrada de que Mekkatorque y Brann Bronzebeard la enviaran en una expedición antes de que ella tuviera la oportunidad de 113
realmente tocar esa cosa. Sus notas ayudaban, pero ella no podía esperar para ver, y sentir, la sustancia por sí misma. Y el desierto que rodeaba la espada era ardiente, llena de insectos de todos tamaños y formas, cultores, cosas misteriosas escondidas en las ruinas… ¿eso era hermoso? Bien, de acuerdo, Saffy podría aceptar que el cielo era hermoso. Ella miró de reojo a su compañera, su rostro respingado y bañado por la luz mientras sonreía un poco. Otros miembros de la Liga de Expedicionarios también se habían detenido para contemplar el par de lunas. De nuevo Saffy las miró. ¿Cómo podían ser tan tranquilas, la Niña Azul y la Dama Blanca? Sólo, navegando a través del cielo nocturno, dichosamente inconscientes de que debajo de ellas una ¡espada gigante sobresalía del mundo! Fue ahí cuando Saffy se dio cuenta de que había hablado en voz alta. Se llevó una mano a la boca. Esperando risas o escarmientos por su arrebato, se sorprendió de que Cortessa hubiera apoyado una mano gentil en su hombro, teniendo que inclinarse para hacerlo. ―Dices todo lo que nosotros pensamos ―dijo―. Su paz es envidiable. Pero nosotros lo sabemos. De alguna forma, envidio a los druidas del Círculo Cenarion y a los chamanes del Anillo de la Tierra. Todos están buscando forma de ayudar directamente a Azeroth. Eso debe ser muy gratificante. Ahora era el turno de Saffy para tranquilizar a la elfa de noche. ―La Liga de Expedicionarios también tiene un papel aquí. La última vez que las cosas se pusieron feas en éste lugar, fue porque algo bastante antiguo se irritó. Señaló con un dedo en dirección a la espada. ―Magni nos dijo que Azeroth estaba sufriendo. Pero tampoco sabemos que tan profundo llega esa cosa; lo que Sargeras pudo haber molestado o despertado que esté contribuyendo a su sufrimiento. Y ésta vez estamos caminando directamente en un área que sabemos es peligrosa. La Suma Sacerdotisa Tyrande y tú están ayudando a Azeroth protegiéndonos. Nosotros. Era la primera expedición de Saffy, aunque había sido un miembro consultor en la Sala de Expedicionario durante un tiempo. Todo eso era terriblemente emocionante, aunque ella estaba mitigada por la proximidad de tantos goblins. Cordressa le sonrió.
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―No he trabajado mucho con tu pueblo ―dijo―. Pero si eres una representante típica de los gnomos, claramente debo rectificarlo. Saffy volvió a sonrojarse. ―Todos hacemos lo que podemos ―dijo. Había sido escogida porque era una geóloga muy reconocida especializada en mineralogía. Los arqueólogos del equipo debían estar buscando a los Dioses Antiguos, tecnología antigua del día del juicio, las cosas usuales. A Saffy la había llamado específicamente para estudiar la Azerita. Dado que realmente pudieran obtener algo de Azerita. Los goblins —oh, cuánto odiaba a los goblins— estaban agachado sobre los visibles surcos de esa cosa y estaban gestionando feas incursiones mineras. Durante los últimos dos días, los miembros de la liga se habían mantenido alejados y seguros, observando con sus telescopios y varios dispositivos con los que Mekkatorque los había equipado. A pesar de ser un método frustrante y crudo, Saffy ya había aprendido mucho con su observación. Primero que nada, la Azerita era líquida cuando sangraba de la tierra, volviéndose sólida solamente cuando era expuesta al aire. ¡Fascinante! La otra cosa era que el suelo cerca de la espada era cálido todo el tiempo, no solamente durante el día. Los desiertos tenían temperaturas salvajemente cambiantes, desde abrasador en el día, hasta si no exactamente frío sí considerablemente más fresco en la noche. Pero no Silithus, no ahora. Saffy estaba ansiosa por poner sus manos en más de ese material. Había sido añadida al equipo después de que el rey de Stormwind hubo visitado Ironforge, dejándolos solamente con un pequeño pedazo para estudiarlo. La siguiente tarea sería enviar exploradores para adquirir más muestras de Azerita, de preferencia de lugares diferentes. Entonces Saffy podría hacer lo que más amaba: analizar, estudiar y comprender. Le dolía –le dolía físicamente– pensar en todos esos goblins perdiendo el tiempo con esa sustancia preciosa. El único valor que tenía para ellos era cómo “transmutar” oro líquido en monedas de oro. Goblins. ¿Cómo era posible que alguien pudiera soportar hacer negocios con ellos? Cosas asquerosas. Todo se trataba de llamar la atención, no de la ciencia. ―Tus pensamientos no son felices, Sapphronetta ―dijo Cordressa. Saffy se dio cuenta que, aunque su rostro aún miraba a las lunas, están haciendo muecas―. Ven. Vamos a comer algo. Después algunas de mis hermanas Centinelas se quedarán y te cuidarán mientras duermes. ―¿Algunas? 115
La elfa de la noche sonrió, sus ojos resplandeciendo en la oscuridad tan brillantemente como lo hacían las lunas. ―Algunas. Y algunas otras comenzarán la primera misión de exploración. Eso tenía sentido. Los kaldorei eran llamados elfos de la noche por otra razón demás de los tonos crepusculares de sus pieles y cabellos. Estaban acostumbrados a cazar durante la noche. Saffy estaba emocionada. ―¡Tal vez regresen con muestras que pueda estudiar! ―Tal vez, aunque espero que las muestras vengan después. Debes cultivar la paciencia. Es muy probable que regresemos ésta noche con información acerca de los números enemigos y su localización. Tal vez incluso información acerca de sus planes ―Sonriendo con travesura, tocó una de sus largas orejas púrpuras―. No solamente vemos bien, también escuchamos bien. Saffy rio.
***
La cena, como siempre era el caso cuando los enanos estaban involucrados, era abundante, una comida llenadora acompañada con bastante cerveza. Saffy no quería pensar demasiado acercad e qué era “rociarse con cerveza” ahí. Había escuchado a una de las Centinelas hablando afectuosamente acerca de las viscosas patas de araña que tuvo cuando crecía y eso había sido más que suficiente. Después de la cena, dos Centinelas, incluyendo a Cordressa, se escaparon en silencio hacia la cálida noche. El líder de la expedición, Gavvin Stoutarm, junto a cinco miembros de la liga y les habló. ―Somos un grupo muy unido ―dijo― y no estamos acostumbrados a que los elfos de la noche sean parte de nuestras filas ―Aunque la Liga de Expedicionarios estaba abierta a todas la razas de la Alianza, parecía atraer principalmente a humanos y enanos, con los extraños gnomos y los huargen apareciendo de vez en cuando. Los elfos de la noche eran una vista extraña, pues ellos usualmente estaban en contra de molestar a la tierra con el propósito de remover artefactos de donde se encontraban escondidos.
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―Estoy orgulloso de cómo todos ustedes han estado interactuando con ellos. Todos estamos juntos en éste pobre mundo y todos estamos aunando esfuerzos. Sin ofender a los otros guardias que hemos tenidos, pero creo que estaremos durmiendo más profundamente de lo usual ésta noche. ―¡Och, Gavvin, tú dormirás profundamente porque te bebiste alrededor de seis pintas de cerveza! Las carcajadas llenaron el aire nocturno, con Gavvin Stoutarm, quien ciertamente satisfizo su sed, riendo más escandalosamente. ―A dormir ―dijo. A pesar de las palabras alentadoras, Saffy tuvo problemas para dormir. Dio vueltas en la cama, primero dentro su saco de dormir y después sobre él —estaba haciendo un calor terrible— y después de nuevo dentro porque se dio cuenta de que afuera de su saco de dormir significaba insectos y arena. Estaba acurrucada, sofocada, escuchando los ruidosos sonidos nocturnos de cuatro enanos roncando lo suficientemente fuerte para despertar a los muertos. Era algo bueno que hubiera Centinelas montando guardia, pensó. Por otro lado, los jadeos y los bufidos de Stoutarm hubieran guiado a los goblins hacia ellos masivamente únicamente para callarlo. Saffy debió haber estado más cansada de lo que pensaba. En algún momento entre los ronquidos y los insectos y el calor y la arena, se quedó dormida. Se despertó por el asqueroso sonidos de goblins bramando, el chasquido de rifles y el estampido del acero contra el acero. Se enderezó y batalló por escapar de las limitantes hileras de tela, Saffy fue por la pistola que guardaba bajo su almohada y se recuperó. Su corazón palpitaba salvajemente en su pecho mientras observaba casi frenéticamente, apenas capaz de asimilar la escena que se desenvolvía ante ella. La luz de las lunas, tan agradable y tranquilizante antes, ahora parecía fría e indiferente mientras iluminaba los cuerpos de dos Centinelas muertas. Su sangre se veía negra bajo la pálida luz azulada de la luna y el brillo había escapado de sus ojos, dejándolas como dos pozos oscuros de sombras. Había otro cuerpo también —un cuerpo que Saffy no quería mirar por temor, el pánico estaba arañando la parte posterior de su cerebro y se zambullía a la parte frontal apagando su habilidad para pensar, Saffy, pensar—. Su ex esposo había insistido en que tuviera un arma. Ella le dijo que tomaría un laboratorio antes que un arsenal cualquier día, pero en ese momento deseó haber
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practicado con esa cosa. ¿Por qué no había llevado con ella el Lightning Blast 3000? Hubiera podido hacerlo funcionar. Saffy agarró la pistola con sus pequeñas y temblorosas manos, sacudiéndola hacia el ruido de cada nuevo horror que se desarrollaba. Enanos fieros y escandalosos maldiciendo llevó una avalancha de lágrimas llenas de alegría a sus ojos. Por lo menos Gavvin Stoutarm aún estaba vivo, y golpeando y mordiendo por el furioso sonido de un goblin que chillaba. La suave boca de la goblin se volvió una fuerte línea. Forzó sus manos a dejar de templar y se enfocó, no en los horribles y dolorosos sonidos que sus amigos hacían mientras peleaban y… Morían, Saffy, están muriendo. Y apuntó la pistola a una forma agachada de largas orejas que estaba borrando las estrellas del horizonte. Apretó el gatillo. Hubo un grito de dolor muy gratificante. La bomba que resultó la envió hacia atrás y se revolvió un poco con sus pies solamente para descubrir con horror que el goblin no había sido despachado sino solamente enfurecido. ―Por qué, pequeña… Saffy volvió a disparar, pero ésta vez el disparo se fue desviado mientras la forma oscura se acercó y la tomó del hombro. Él lo apretó fuertemente y con un grito de dolor y furia, la mineralogista fue forzada a dejar caer el arma. ―¡Oye! ¡Kezzig, es una dama gnomo! ―Sí ―dijo el agresor de Saffy, haciendo un puño y retirando su brazo―, y voy a golpearla… oh ―el puño se detuvo a medio camino―. Tal vez ella no sea la indicada. ―Ella se ajusta perfectamente a la descripción. Sabes las reglas. ―Sí, sí, estúpidas reglas ―murmuró el goblin llamado Kezzig. Bajó el puño. Saffy tomó esa oportunidad para retorcerse, tratando al mismo tiempo de librarse y morder el brazo musculoso. Kezzig chilló de dolor, pero no la soltó. ―De acuerdo, pequeña salvaje, se cerraron las apuestas. La última cosa que Sapphronetta Flivvers vio fue un puño enorme y oscuro perfilado contra el demasiado calmado, demasiado imparcial cielo nocturno. 118
CAPÍTULO QUINCE TEMPLO DE LA LUZ ABISAL
E
l momento de paz que inundó a Anduin apenas entró en el Templo de la Luz
abisal fue un bálsamo para su espíritu todavía herido por las noticias de Valeera acerca de Baine. Sonrió suavemente para sí y una vez más se maravilló ante la habilidad de la Luz para reconfortarlo. El Arzobispo Faol alzó la vista de un viejo tomo que había estado examinando mientras Anduin se acercaba. El brillo en sus ojos muertos aumentó con placer y sus labios se torcieron en una sonrisa. ―¡Anduin! ―exclamó con esa curiosamente cálida voz, obviamente recordando que el rey de Stormwind le había pedido no utilizar su título forma― No esperaba verte de nuevo tan pronto. ¡Siéntate, siéntate! ―señaló a una silla a su lado. Anduin le devolvió la sonrisa al renegado con una propia, aceptando el asiento que le ofrecía. Incluso cuando lo hacía, mentalmente negó con la cabeza. Se sentaba cómodamente junto a un renegado. Era algo que él pensaba que jamás sucedería. Si todos pudiéramos experimentar la paz del Templo de la Luz Abisal, pensó. Tal vez entonces dejaríamos de intentar matarnos. Faol rio, ese sonido áspero, como dos pedazos de pergamino restregándose. ―Háblame sobre tu visita a Teldrassil. Un sacerdote elfo de sangre se acercó con una botella de néctar de fruta y un vaso. Anduin le agradeció. Mientras se servía, dijo. 119
―Los elfos de la noche son siempre confiables para cuidar el mundo. Para cuando visité Darnassus, ellos ya habían enviado a varios grupos de sacerdotisas y druidas a Silithus para crear pozas de la Luna. ―Ah, pozas de la Luna. Nunca vi una mientras vivía y, bueno, estos días trato de no mojarme. Pero he escuchado que son dignos de admirar. ―Lo son. Si los kaldorei tienen éxito, esto podría ayudar en gran medida a Azeroth. También enviarán Centinelas para acompañar a las menos militarizadas organizaciones como la Liga de Expedicionarios. ―Todo esto suena bastante positivo ―dio Faol. ―Lo es ―dijo Anduin―. Pero creo que podemos hacer más. Voy a imitar a los elfos de la noche y a enviar también a algunos de los mejores de Stormwind. Lo que le está ocurriendo al mundo… no podremos permitirnos perder a aquellos que podrían ser capaces de encontrar una solución a todo esto. Pensé que podría volver y ver cómo les iba a tus sacerdotes en esto de correr la voz. ―¡Por supuesto! ―dijo Faol― Estoy orgulloso de decir que todos estamos listos para el desafío ―miró hacia arriba e hizo señas―. Calia, querida, ¿no te unes a nosotros? ―conforme Calia se aproximaba, Faol continuó―. Ella tiene muchas ganas de ayudar. La he designado un vínculo para las razas de la Alianza, mientras tanto me he estado familiarizando con todos los tipos de nuevas partes de Azeroth visitando a miembros de la Horda. ¡Ha sido muy esclarecedor! Calia ahora estaba de pie junto a Anduin, mirando a uno y luego al otro. ―Es bueno verte de nuevo, Anduin ―dijo. ―Nuestro joven amigo acaba de regresar de Teldrassil ―dijo Faol―. Dice que los elfos de la noche ya están trabajando arduamente y le informé que tampoco estamos escatimando en nuestros deberes. ―Me alegra escucharlo ―dijo Anduin―. De hecho, vine con la esperanza de poder hablar con ustedes dos de otro tema también, si tenemos tiempo. ―¡Ja! ―dijo Faol, extasiado, mientras Calia se sentaba grácilmente en el asiento junto a Anduin― Saa’ra estaba celosa; usualmente todos vienen a verla. En cuanto a tiempo, no tenemos otra cosa que no sea eso en éste lugar. Le ha hecho bien al Cónclave no quedarse enclaustrados aquí y ser independientes en el mundo nuevamente. Ahora, entonces. Has visitado Ironforge y Teldrassil y parece que ambos ya tomaron acciones inmediatas.
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Durante los siguientes minutos, Calia y Faol le dieron a Anduin un resumen de a dónde habían viajado y a dónde habían enviado a otros. ―Tratamos de tomar en cuenta a aquellos con quiénes hablaremos―dijo Calia―. Por ejemplo, si viajamos a las Islas del Eco, enviamos a uno de nuestros trolls. Un elfo de sangre a Tranquilien. ―Algunos han escuchado ―dijo Calia―, y lamento decirte que otros aún están más interesados en minar Azerita que en ayudar a Azeroth. Anduin asintió. ―No es inesperado, aunque es verdaderamente desafortunado ―suspiró―. Suena cómo que hemos hecho todo lo que podemos. Solamente debemos proteger la Azerita tanto como sea posible y tratar de asegurarnos de que la Horda no obtenga demasiada. Incluso cuando dijo esas palabras, Anduin supo que la idea no era nada más que ilusiones. Por alguna razón, los goblins lo habían descubierto primero. Habían bajado a Silithus en masa y habían puesto minas y formas de procesar el material antes de que Shaw pudiera reportar a Anduin. Esa batalla podría estar ya perdida y el pensamiento le hizo daño. Pero tal vez existía una forma de luchar contra la Horda sin tener que pelear en lo absoluto. Anduin esperaba tener a Baine ayudándolo en silencio desde el otro lado, pero eso no era posible. Si esa idea iba a funcionar, sería responsabilidad de Anduin. Cruzó las manos frente a él y miró a Calia y luego a Faol. ―Quería hablar sobre los renegados ―dijo―. Y me disculpo de antemano si parezco ignorante u ofensivo. Faol no dio importancia a sus palabras. ―No necesitas disculparte en lo absoluto. Preguntando es cómo aprendemos y resulta que yo tengo algunas respuestas. A pesar de la garantía del arzobispo, Anduin estaba convencido de que sonaría grosero. Había empezado a pensar que la discreción era la mejor parte de la valentía y que lo mejor sería disculparse en ese momento ―He visto renegados antes de ahora ―dijo―. Y estaba consciente de que ellos, ustedes, no son unos irracionales y delirantes miembros del Azote. Tampoco he pensado nunca que son propiamente malvados.
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―Pero nos crees capaces de hacer cosas malvadas ―dijo Faol―. No te preocupes por eso. Eso no es otra cosa que ser observador. Seré el primero en admitir que los renegados han hecho cosas terribles. Pero también lo han hecho los humanos. Incluso los tauren tienen un muerto o dos en sus armarios, metafóricamente hablando, claro está. Anduin sonrió, complacido porque Faol lo entendía y continuó. ―Los encuentro… menos próximos que a las otras razas de la Horda, a pesar de que muchos solían ser humanos. Tal vez porque muchos solían ser humanos. La Alianza los rechazó. Personas a las que conocían en vida. Tal vez incluso que amaron. ―El miedo es una emoción ponderosa ―dijo Calia con tranquilidad. Algo en el tono de su voz, en la forma en la que sostenía su propio cuerpo, le recordó a Anduin que su sorprendente viaje de supervivencia debió haber sido horrendo, probablemente más de lo que pudiera comprender. Se sentó con las manos en su regazo, apretadas firmemente y vio que temblaban. ―Calia ―dijo antes de que pudiera detenerse―, ¿cómo fue posible que sobrevivieras? Alzó sus ojos como el azul del mar hacia los de él. Nuevamente le recordaban que ella era la hermana de Arthas, familiar a pesar de que jamás la había conocido. Su sonrisa era triste. ―Por la fe y por la misericordia de la Luz ―dijo―. Algún día te lo diré. Pero aún es muy… muy cercano. No solamente mi viaje, sino… verás, perdí a gente que amaba. Anduin asintió. ―Por supuesto. Tu padre… y hermano ―Era una dolorosa y horrible historia. Arthas, corrompido por la espada Frostmourne y empujado paso a paso hacia un camino alejado de la Luz por los susurros del Rey Lich, no había simplemente convertido a ciudadanos de Lordaeron en monstruos. Había usado una ceremonia pública de bienvenida como una oportunidad de asesinar a su padre mientras Terenas se sentaba en su trono. De pronto Anduin, enfermo, se dio cuenta de que era posible —no, probable, una cercana certeza— que Calia hubiera presenciado ese asesinato. De nuevo se maravilló de que hubiera sido capaz de escapar. ―No solamente ellos ―dijo Calia― También a otros que amé ―los ojos del rey se abrieron. ¿Tenía familia propia?
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―Entiendo. Lamento si te causé alguna angustia ―se mordió el labio, preguntándose si debía continuar. Ella pareció detectar su dilema y se enderezó un poco, sonriéndole de forma cálida. ―Adelante. Pregúntame lo que desees. No puedo prometer que responderé, pero lo haré si puedo. ―Debiste haber tenido una experiencia aterradora con los no-muertos ―dijo en voz baja―, ¿Cómo es que seas tan cercana al arzobispo? Calia se relajó y sonrió a su viejo amigo. ―Él ayudó a salvarme ―dijo―, verás, yo lo recordaba. Y en medio de todo ese horror, cuando estaba huyendo constantemente de tantos a quien amé cuyas mentes y voluntades habían sido robadas… ver el rostro de alguien que todavía era quien solía ser… Ella negó con la cabeza, aún parecía, con asombro por el momento. ―Fue como si la propia esperanza fuese una espada que me atravesaba limpiamente. Excepto que, en lugar de herirme, me ofrecía la oportunidad de seguir a través de mi sorpresa y dolor hacia un lugar de sanación. Así que verás, para mí, los renegados no eran monstruos. Eran amigos. Fue el Azote, las cosas trastabillantes, que arrastraban los pies que usaban los rostros de mis amigos, ellos se habían convertido en monstruos. Faol pareció genuinamente conmovido por sus palabras y Anduin se preguntó si las había escuchado antes. El arzobispo tomó su mando, acariciando gentilmente la suave y sana carne humana con sus marchitos, casi momificados dedos. ―Querida hija ―dijo. Su voz era gruesa, como llena de lágrimas no derramadas. ¿Los renegados podían llorar? Anduin supo que no tenía idea. Había tanto de ellos que no conocía―. Querida, querida hija. La alegría fue mía cuando te encontré con vida. Anduin estaba feliz por haber venido. Había sido, sin duda, la decisión correcta. ―Hay algo que me gustaría hacer ―dijo―. Y me gustaría que los dos me ayudaran. ―Por supuesto, si podemos ―respondió Faol. ―Una Guerra terrible ha llegado a su fin. Una que ha mermado tanto a la Horda como a la Alianza. Decenas de miles de vidas se perdieron, incluidas las de Vol’jin y mi padre. Ahora escuchamos que nuestro propio mundo puede ser otra víctima, con una preciosa sustancia que no puedo permitir que caiga en manos hostiles. Los goblins 123
ciertamente saben de eso y Sylvanas probablemente ya está planeando cómo usarla contra nosotros. Pero eso todavía no ha sucedido. Tenemos una oportunidad aquí para unirnos, unirnos de verdad, y trabajar a gran escala de la forma en la que lo hacen el Círculo Cenarion y el Anillo de la Tierra. De la forma que éste templo hace. Ambos estaban escuchando. No se mofaron de su pasión por la paz como Greymane hizo o lo contemplaban con compasión escéptica como hizo Valeera. Animado, Anduin prosiguió. ―Ya sea Sylvanas u otra facción ya han asesinado a gente inocente que no han hecho nada excepto intentar aprender acerca de la herida del mundo. Tengo una idea sobre cómo podemos detenerlo. Pero no puedo implementarla directamente. No todavía ―hizo una pausa. Lo que estaba a punto de decir debió haberse vuelto más fácil con el tiempo, mas no era así―. Muchos creen que Sylvanas traicionó a mi padre y a la Alianza deliberadamente en la Costa Abrupta. Nadie de nuestro bando va a promover una ofrenda de paz sin obtener algo a cambio. Faol lo miró inquisitivamente. ―¿Tú crees que ella traicionó al Rey Varian? ―preguntó con tranquilidad. Anduin pensó en el reporte de Baine sobre el incidente. ―No sé qué creer ―dijo finalmente―. Pero sé cómo mis consejeros, y gran parte de la Alianza, se sienten respecto a ella. Es el enemigo. Pero no está desprovista de la habilidad de preocuparse por una cosa. Calia pareció un poco confundida, sin embargo, los ojos de Faol brillaban con entendimiento. ―Creo que sé a dónde vas con esto, mi muchacho. ―A ella le importa los renegados, gente a la que ve como sus hijos. Y a la Alianza le importan sus seres queridos caídos. Los ojos brillantes de Faol se abrieron, mas fue Calia quien habló primero. ―Estás diciendo que la Alianza fue devastada después de Lordaeron porque muchos de sus seres queridos fueron asesinados, o convertidos en el Azote. Fue una pérdida personal ―hizo una pausa―. Como la mía. Anduin asintió. ―Sí ―dijo en voz baja―. Y ellos han llegado a creer que los renegados son monstruos no-muertos. Para gran parte de mi pueblo, no son mejores que el Azote. Pero 124
tú lo sabes. Tú encontraste esperanza y ayuda de un renegado quién había sido un amigo en vida y siguió siendo un amigo en la muerte. Pero Faol negaba con la cabeza. ―Tú y Calia son individuos admirables, Anduin ―dijo―. No estoy seguro de que un humano promedio sería capaz de dar los saltos que ustedes dos han hecho. ―Eso es porque no han tenido la oportunidad de hacerlo ―insistió Anduin―. Calia fue rescatada por alguien a quien conoció y confió, alguien que no la decepcionó. En el juicio de Garrosh Hellscream, la Visión en el Tiempo me mostró a otro renegado valiente: Frandis Farley. Hay un Fredrik Farley que es un tabernero en Goldshire. Podrían ser parientes. Me pregunto si a Fredrik le gustaría saber que Frandis murió oponiéndose a un líder cruel e injusto. Quisiera pensar que le gustaría ―se inclinó hacia adelante, hablando desde el corazón―. Ha habido muchas historias, Faol. Muchas. Lordaeron y Stormwind eran más que aliados políticos; eran amigos. La gente viajaba fácil y libremente a través de los reinos. Ha habido parientes que lloran a sus seres queridos como muertos cuando en realidad aún están… El rey se detuvo, dándose cuenta de lo que estaba a punto de decir. Faol sonrió con tristeza. ―¿Vivos? ―el arzobispo negó con la cabeza― Es probablemente misericordia que los piensen muertos. Demasiados no pueden apartar el prejuicio para siquiera tratar de vernos como realmente somos. ―¿Y qué si lo intentaran? ―Anduin se inclinó hacia adelante en su asiento― ¿Qué si algunos de ellos estuvieran abiertos a la idea? ¿Reunirse con sus seres queridos que han sido… cambiados, sí, pero que aún fueran quiénes eran? ¿No es eso mejor que ellos estando realmente muertos? ―Para la gran mayoría no lo es. ―No necesitamos a la mayoría para empezar. Mira a Calia. Mírame a mí. Sólo necesitamos a algunos. Necesitamos una chispa de entendimiento, de aceptación. Eso es todo. Sólo una pequeña chispa. Su voz tembló mientras lo decía y sintió la Luz bañándolo con su dulce y cálida bendición. Anduin supo que estaba hablando una gran verdad. Una que requeriría esfuerzo y cuidado, pero una que podría arder y barrer el mundo. Y cuando lo hiciera, nada sería lo mismo.
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―Creo que tiene razón ―dijo Calia. Su voz era más fuerte de lo que había sido desde que la conversación empezó. Había color en sus mejillas, entusiasmo en su cara. Estaba iluminada desde adentro, igual que él, por el impresionante acto de la esperanza. Calia giró hacia su amigo. ―Estaba perdida, Alonsus. Emocional, física y mentalmente. Me trajiste de vuelta de un lugar muy oscuro. ¿Qué otras maravillas podrías hacer eso de nuevo? ¿Tanto para los renegados como para la humanidad? ―He visto mucha oscuridad ―dijo Faol y por primera vez sus rasgos no eran tranquilos ni cálidos. Estaba serio y las luces en sus ojos brillaron con un tono diferente mientras hablaba―. Mucha, mucha oscuridad. Hay maldad en éste mundo, mis jóvenes amigos y a veces no requiere de corrupción de una fuente externa para florecer. ―¿Pero lo contrario no es verdad también? ―presionó Anduin― ¿No puede una pequeña semilla de esperanza encontrar suelo fértil también? ―Claro que puede, pero no estás hablando de una pequeña semilla ―dijo Faol―. Primeramente, el único renegado que sabes que podrían apoyar algo así son algunos aquí en el Cónclave y yo. Puede que no haya otros que quieran. Y si los hay, entonces debes trabajar con el líder de la Horda, la Reina Alma en Pena. Puede que ella no quiera que su gente piense afectuosamente de su tiempo como seres vivientes. Y finalmente, ¿hay otros humanos además de Calia que quisieran siquiera desear conocer a sus, eh, parientes o amigos aun existentes? Ante la expresión abatida de Anduin, el arzobispo renegado se suavizó. ―Lamento mucho desalentarte. Pero un gobernante, incuso uno sacerdotal, debe conocer todos los obstáculos en su camino. Quieres lo que es correcto, Anduin Llane Wrynn. Y es mi ardiente esperanza que ésta idea tuya tenga frutos. Pero tal vez la hora no ha llegado. Anduin no cayó del todo, pero quería. Pasó una mano por sus cabellos y suspiró. ―Puede que tengas razón. Pero es una oportunidad de reunir familias. Para hacer que todos trabajemos juntos para que no estemos enfocados en tratar de matarnos los unos a los otros. Es una oportunidad de detener dañar a Azeroth. ¡Es muy importante de muchas maneras! ―No dije que estuviera en desacuerdo ―Faol se quedó en silencio por un momento, pensando―. Te diré qué. Hablaré con el resto de los sacerdotes renegados para saber sus opiniones. Podemos empezar a trabajar en la base para esto.
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El joven rey se iluminó un poco. ―Sí. Probablemente esa sea la mejor manera de proseguir. Pero las pausas en las agresiones entre la Alianza y la Horda parecen ser raras. Tenía la esperanza de sacar lo mejor de… ―¿Su Majestad? ―Anduin giró a ver a la Suma Sacerdotisa Laurena. Su semblante normalmente amigable contenía una expresión de preocupación y su voz era sombría. Anduin se quedó frío. ―¿Qué sucede? ―Es Wyll. Creo que es mejor que regrese. De inmediato.
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CAPÍTULO DIECISÉIS STORMWIND
G
enn estaba ahí para encontrarse con Anduin y Laurena mientras ellos
atravesaban el portal. La mirada en los ojos del mayor parecía una mano helada alrededor del corazón de Anduin. ―Su Majestad ―comenzó. ―¿Está…? ―No, no. No todavía. No soy ningún sanador, pero creo que no tardará mucho. Anduin negó con la cabeza. No. Todavía había tiempo. La Luz estaba con él. ―No aceptaré eso ―dijo, casi atropelladamente mientras corría hacia el ala de la servidumbre. ―Anduin ―Genn lo llamó. Pero el joven rey no lo escuchó. Aerin. Bolvar. Su padre. Había perdido a demasiados que le importaban. No iba a perder a Wyll. No ese día. Como era propio de alguien con tan alta estima en la casa, Wyll tenía una habitación bastante grande. Estaba impecablemente limpia, igual que el hombre. Había un lavabo con un cuenco sin manchas, un espejo y suministros para afeitarse junto con un guardarropa, un baúl con ripa y una silla cómoda para leer. Una taza de té y un pequeño recipiente con granos cocidos ahora fríos reposaban en la mesa junto a ella. La única razón por la que la cama no estaba perfectamente hecha era porque Wyll la ocupaba. El corazón de Anduin latió dolorosamente. Wyll jamás decía qué tan viejo 128
era, pero Anduin sabía que había atendido a un joven Varian Wrynn y él había dado a entender que tal vez incluso había servido a Llane Wrynn, el abuelo de Anduin, cuando él, también, era joven. Sin embargo, en la mente de Anduin, Wyll no tenía edad. Él había sido viejo desde que el rey podía recordar, pero siempre había tenido la energía para seguirle el paso al joven a su cargo. Ahora, mientras Anduin contemplaba la figura tendida en la cama, sintió como sí todos los años de Wyll hubieran descendido sobre él al mismo tiempo. Su rostro normalmente rubicundo estaba pálido y sus altos pómulos que siempre lo habían hecho parecer distinguido ahora solamente enfatizaban sus mejillas hundidas. Recordaba haber notado que Wyll había estado perdiendo peso incluso antes de viajar a Ironforge. No había prestado atención entonces. No obstante, era como si el peso simplemente se hubiera esfumado de su alta figura. Parecía disminuido, muy pequeño. Frágil. Anduin sintió una repentina y avergonzada descarga de culpa. ―Wyll ―dijo y su voz se quebró. Los párpados del anciano, como hojas de papel y con venas azuladas, se abrieron. ―Ah ―dijo, su voz aguda―. Su Majestad. Por favor discúlpeme si no me levanto. Les pedí que no lo molestaran. Anduin acercó una silla junto a la cama de Wyll, buscando la mano nudosa. ―Tonterías ―dijo―, me alegra que lo hicieran. Estarás bien en un momento. Wyll, hasta estado aquí desde que recuerdo. Siempre anticipando mis necesidades y deseos como por arte de magia. Me has cuidado durante toda mi vida. Ahora deja que yo te cuide ―respiró hondo y pidió por la Luz. De una sola vez, su mano se volvió cálida. Pero para su sorpresa, Wyll hizo un suave sonido de protesta y apartó su mano. ―Por favor… no. Eso no será necesario. Anduin lo miró fijamente. ―Wyll… Puedo sanarte. La Luz… ―Es algo hermoso y encantador. Y te ama, mi muchacho. Igual que tu padre. Igual que yo. Pero creo que es hora de que me marche. El estómago de Anduin se cerró. Sabía que no podía devolver su juventud al anciano. Aunque no creía que eso estuviera más allá del poder de la Luz, si algo así fuera posible, no era garantía para los sacerdotes ni otros que usaran la Luz para sanar. Pero Anduin podía curar cualquier enfermedad que estuviera drenando la vida de su viejo amigo. Él podía deshacerse de dolores y achaques y rigidez. Wyll, aunque con renuencia,
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le había permitido realizar cosas similares en el pasado. ¿Por qué se negaba a recibir ayuda ahora, cuando era más importante que entes? ―Por favor. Yo… te necesito, Wyll ―dijo Anduin. Era egoísta, pero era verdad. ―No, no es así, Su Majestad ―dijo Wyll con gentileza―. Se ha convertido en un buen jovencito. Necesita un valet, no al sirviente de un niño. Hice una lista de personas que puedo recomendar. Wyll giró su blanca cabeza y señaló con un dedo tembloroso. Seguro, en la pequeña mesa, había un pergamino enrollado junto a un libro. Anduin notó que había un separador insertado a tres cuartos en el interior. Él se aprovechó de eso y dijo: ―Pero tu libro… no has terminado con tu historia. Wyll rio, silbando. ―Oh ―logró decir―, me temo que he terminado mi historia. Y ha sido una muy buena, si me permite decirlo. He llegado a servir a tres reyes, muy buenos. Justos. Uno que necesitaba un poco de guía para estar seguro. Y no te preocupes, mi muchacho. He tenido un propósito y amor verdadero y el peligro justo para hacer las cosas interesantes. Posó los ojos llorosos en Anduin ―Pero estoy cansado, querido muchacho. Estoy muy, muy cansado. Creo que he vivido lo suficiente. La Luz tiene mejores cosas que hacer que sanar a gruñones ancianos que han vivido largas, plenas vidas. No, pensó Anduin. No, creo que sea así. ―Por favor, déjame ayudarte ―dijo, intentando por última vez―. Apenas empiezo mi reinado. He perdido demasiado. A demasiados. ―Los he perdido a todos ―dijo Wyll casi de forma conversacional. Anduin supo que el anciano no lo estaba reprendiendo, pero aun así sintió el calor subir por su rostro―. Sus abuelos. Sus padres. Mis hermanos y hermanas y sobrinas y sobrinos. A todos mis viejos amigos. Y a mí amada Elsie. Todos esperan por mí. Aún no logro verlos, pero lo haré. Será algo grandioso marcharse sin achaques ni dolores, debo admitirlo. Pero será algo más grande abandonar todas estas cargas y estar con aquellos que amé. Anduin no pudo pensar en nada que decir. Se preguntó qué era lo que finalmente se estaba llevando a Wyll. ¿Una enfermedad? Él podría curarla. ¿Un corazón débil u otro órgano que fallaba? Él podría repararlo. Él podría, pero se lo habían prohibido. Le escocían los ojos. 130
Wyll apoyó gentilmente una mano en el brazo de Anduin. ―Está bien ―dijo―. Serás un rey maravilloso, Anduin Llane Wrynn. Uno para los libros de historia. Anduin cubrió su mano con la propia. No llamó a la Luz. Respetaría los deseos de ese buen hombre que había servido a la familia real toda su vida. ―Sería uno mejor contigo asegurándote que mi corona estuviera bien puesta en mi cabeza ―dijo, recordando su viaje a Ironforge unos años antes, cuando Wyll se había tardado unos buenos quince minutos arreglando el anillo del príncipe. ―Oh, te las arreglarás ―dijo Wyll. ―Wyll ―dijo Anduin con cariño―, ¿Me permitirías al menos amainar tu dolor? El viejo sirviente, el viejo amigo, asintió. Agradeciendo esa pequeña oportunidad para ayudar, para hacer al menos un débil intento por pagarle a Wyll todo lo que había hecho, Anduin pidió a la Luz por eso, únicamente por eso. Una suave luz iluminó su mano. La iluminación viajó rápidamente hacia la mano de Wyll, entonces recorrió su cuerpo entero por algunos segundos, brillando intensamente antes de desvanecerse. ―Oh, sí, se siente bien ―dijo Wyll. Se veía mejor. No tan pálido y su respiración pareció volverse más fácil con su pecho moviéndose uniformemente. Pero el propio pecho de Anduin estaba apretado por la tristeza. ―¿Qué más puedo hacer? ¿Algo de comer, tal vez? Escuché que el chef a perfeccionado algunas pastas ―Wyll era igual que un niño de seis años cuando se trataba de dulces. ―No, no lo creo ―dijo Wyll―. Creo que ya he terminado con eso. Gracias, de todos modos, Su Maj… ―Anduin ―su voz se quebró―. Soy sólo Anduin. ―Eres bueno con éste viejo, Anduin. No debería retenerte. Por favor, no te reprendas por esto. Nada es más natural que lo que haré en breve. ―Me gustaría quedarme si me lo permites. Wyll lo miró. ―No quisiera causarte más dolor del que ya he causado, dulce muchacho. Anduin negó con la cabeza.
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―No. No lo harás ―no era mentira. No del todo. Perder a Wyll sería devastador, ya fuera que Anduin estuviera presente o no. Pero al menos si estuviera ahí cuando el viejo tomara su último aliento, Anduin sabría que había hecho todo lo que podía. Se le había negado la oportunidad de estar con su padre cuando Varian murió. Se habían abrazado cuando el rey se fue y sus últimas palabras habían sido amables. Pero Varian había fallecido solo, excepto por la presencia de demonios y su asesino y ni siquiera pudieron recuperar su cuerpo. Wyll se había ganado el derecho de tener a alguien a su lado al final. Se lo había ganado miles de veces. ―¿Qué te parece si te leo el resto del libro? ―dijo Anduin ―Eso sería agradable ―dijo Wyll―, ¿Recuerdas que te enseñé a leer? Anduin lo hacía. El recuerdo lo hizo sonreír. ―Solía enfadarme cuando corregías mi pronunciación ―recordó. ―No, no era así. Eras un niño muy tranquilo. Tan sólo te frustrabas. Hay una diferencia. A Anduin se le formó un nudo en la garganta. Esperaba poder leer a pesar de eso. Por lo menos le debía eso a Wyll. ―De acuerdo. Leeré. Permíteme darte un poco de agua. Salió para llamar a alguien y encontró a Genn paseándose por el pasillo. ―¿Cómo se encuentra? ―preguntó Greymane en voz baja. Anduin no pudo hablar y le tomó un momento recomponerse. ―Se está muriendo ―respondió―. No me permite sanarlo. ―Le dijo lo mismo a la Suma Sacerdotisa Laurena cuando la llamé para que lo viera ―dijo Genn. ―¿Qué? Genn, ¿por qué no me lo dijiste? Genn lo miró. ―¿Habría hecho alguna diferencia para ti? Anduin se encorvó. ―No ―dijo―. Le hubiera pedido que me dejara intentarlo igualmente. 132
Genn se acercó y apretó el hombro de Anduin. ―Si sirve de algo, lo lamento. Y esa es su decisión. No puedes salvarlos a todos. ―Parece como si no pudiera salvar a nadie ―dijo Anduin. ―También conozco ese sentimiento ―dijo Greymane. Anduin pensó en lo que el otro rey había pasado y supo que era verdad. Apenas unos pocos refugiados habían escapado de Gilneas y fue solamente por la amabilidad de los elfos de la noche que habían sobrevivido. El joven rey asintió, su corazón se sentía pesadísimo dentro de su pecho. Respiró hondo. ―Le leeré durante un rato. ¿Te importaría llamar a alguien para que nos traiga agua y vasos? Genn pareció a punto de hablar, después asintió. ―Por supuesto. ¿Quisieras que alguien se quede contigo? ―No. Estoy bien. Yo solo… bueno. Si hay alguna emergencia, sabes en dónde encontrarme. Creo que será pronto. El mayor asintió comprensivamente. ―Dejaré a alguien afuera sólo por si acaso. Estás haciendo algo bueno, mi muchacho. ―Desearía creerlo. ―Cuando tengas la edad de Wyll o la mía, lo harás.
***
Las siguientes horas se escabulleron. Wyll se había animado por un momento y aceptó un poco de agua, aunque no le permitió a Anduin hacer demasiado alboroto. Escuchó el libro, que era una historia acerca de los Dragones Aspecto e inicialmente hizo un comentario o dos. Después habló menos y menos y finalmente Anduin se dio cuenta que el anciano se había dormido. O no… 133
Cuando Anduin se inclinó hacia adelante para asegurarse de que el pecho de Wyll seguía moviéndose, los ojos de Wyll se abrieron de golpe. Anduin notó que Wyll miraba algo que el rey no podía ver. ―Papa… ―murmuró Wyll― Mamá… Anduin bajó el libro y tomó la mano del anciano. Cuán delgada estaba su piel, cuán torcidos sus dedos, igual que raíces de un árbol. Pero, hasta sus últimos días, Wyll había completados sus deberes. Los ojos de Anduin volvieron a escocerle mientras veía esas manos realizando cosas con dificultad que él mismo podía hacer fácilmente. ¿Cómo no lo notó? Lo lamento, Wyll. No quise ver. Entonces, de pronto, Wyll comenzó a quejarse. ―Pero… ¿en dónde está mi Elsie? Debiste haber muerto, querida. Si hubieras sobrevivido al Azote, habrías encontrado una forma de volver a mí. Elsie, ¿en dónde estás? ―extendió el brazo buscando a su fantasmal esposa― ¡No puedo encontrar mi camino sin ti! El corazón de Anduin se estaba rompiendo. Con cuidado, llamó a la Luz y apoyó su radiante mano en el ceño fruncido del anciano. ―Shh ―dijo suavemente―. Tranquilízate. Se encontrarán, viejo amigo. Lo harán. Cuando sea el momento. Pero ahora descansa. Wyll parpadeó rápidamente, frunciendo un poco el ceño y cuando se volvió hacia Anduin, pareció como si hubiera reconocido su carga. ―¿Anduin? ¿También estás aquí? ―Sí. Soy yo. Estoy aquí. No te dejaré. Wyll volvió a tranquilizarse, cerrando los ojos. ―Fuiste un buen muchacho. Fue una alegría cuidar… ―se quebró a media oración. Anduin se mordió el labio inferior. Entonces el anciano continuó. ―Dile que siempre la amé sólo a ella. Mi pequeña Elsie con sus cabellos rojos como el fuego. Si la ves. Dile que la esperaré. Las lágrimas hicieron escocer los ojos del rey. ―Claro que se lo diré. Lo prometo ―tragó con dificultad―. Puedes marcharte. 134
―Creo que lo hare. Es de verdad bastante hermoso ―Wyll suspiró―. Gracias por no retenerme. Anduin comenzó a decir algo, pero entonces cerró la boca. Pudo sentir el pulso del anciano alentándose… alentándose… escuchó un suave suspiro desde la cama. Despacio… Despacio… Y se detuvo.
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CAPÍTULO DIECISIETE STORMWIND
G
enn estaba esperando a Anduin afuera de la puerta. Cuando el rey apareció,
Genn lo miró con ojos que albergaban demasiadas tristezas. ―Estoy bien ―dijo Anduin. No era del todo verdad, pero ahora tenía un propósito y eso ayudaba―. Necesito que hagas algo por mí. ―Por supuesto. ¿Qué necesitas, mi muchacho? ―Por favor pídele a la Suma Sacerdotisa Laurena que prepare el cuerpo de Wyll para enterrarlo con todos los rituales para un amigo cercano de la familia Wrynn. Después diles a mis consejeros que se reúnan conmigo en el salón del mapa en dos horas. Notifica al Alto Exarca Turalyon y a Alleria Windrunner que deseo que vengan también. Las cejas tupidas de Genn se elevaron al escuchar eso, pero se detuvo antes de preguntar la razón. En su lugar, dijo. ―Sabes que no necesitas hacer nada justo ahora. Tu cabeza… ―Está despejada ―respondió Anduin―. Pero agradezco tu preocupación. Estaré en mis aposentos preparándome para la reunión. Se giró y se marchó antes de que Genn pudiera seguir presionándolo. Había estado a solas con el cuerpo de Wyll y su propio dolor durante una hora antes de salir y la primera ola de dolor había aparecido y retrocedido. Ahora necesitaba enfocarse. Anduin pasó las horas antes de la reunión escribiendo furiosamente y consultando varios tomos, después dijo una pequeña oración para tranquilizarse y fue a encontrarse con sus consejeros en el salón del mapa.
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Todos a quienes había llamado estaban ahí: Genn Greymane, Mathias Shaw, Catherine Rogers, Alleria Windrunner y Turalyon. Incluso Velen había viajado desde el Exodar estaba presente. Cuando Anduin les informó acerca de sus planes, Velen lo apoyó. Rogers, por supuesto, no fue ninguna sorpresa. ―¿Ha estado en Costa Sur recientemente? ―habló retóricamente― ¡La criatura con la que ha estado negociando deliberadamente desató la plaga en contra de una ciudad de la Alianza! Tenía amigos, familia, ahí. Ahora solamente hay renegados. ―Los renegados no son el Azote ―le recordó Anduin―Algunos de ellos aún tienen una idea de quiénes fueron y extrañan a sus parientes vivos. ―No los creo capaces de algo así ―replicó Catherine. Anduin se giró hacia Shaw. ―¿Maestro Espía? ―preguntó con calma. Shaw asintió. ―Su Majestad está en lo correcto. Hace poco, me pidió que enviara agentes extra a Undercity. Un cuerpo gubernamental se formó en la ausencia de Sylvanas. Se hacen llamar el Concejo Desolado. Tengo una razón para creer que la propuesta del rey de una reunión será muy bien recibida entre sus líneas. Pero ellos no representan una mayoría de renegados. Rogers pareció aturdida. Anduin dio un paso hacia ella, suplicándole. ―Catherine… tu familia y amigos… ellos podrían estar en el concejo. Durante un momento, él vio algo suave cruzar por el rostro de la almirante del cielo. Entonces apretó la mandíbula y su faz se endureció más de lo que él hubiera visto antes. ―Ellos están muertos ―ella casi escupió esas palabras―. Peor que muertos, monstruos. ¿Cómo es posible imaginarse que me gustaría verlos como son ahora? ―Recuerda, Almirante del Cielo ―dijo Anduin, su voz todavía amable―, estás hablando con tu rey. Todo el color que había abandonado su rostro, volvió rápidamente. Hizo una reverencia inmediatamente.
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―Mis disculpas si lo he ofendido, Su Majestad. Pero los rastreros restos de mis seres queridos son lo último que me gustaría ver. Preferiría recordarlos como eran. Vivos, sanos, felices… y humanos. ―No te preocupes, Almirante ―respondió Anduin―. Y tu punto es comprensible. ¿Rey Greymane? ―Conoce lo que pienso de los renegados ―gruñó Genn. Su voz tan áspera y grave, el viejo rey pudo bien haber estado en su forma de huargen ―concuerdo con la almirante. Son monstruos. Si nos importan un poco nuestros parientes renegados, deberíamos intentar darles muertes reales, no aceptar lo que se han convertido. El corazón de Anduin se hundió más ante cada opinión dicha. ―Las reuniones pueden ser decepcionantes muchas veces ―dijo Alleria sin rodeos―. Puede que no lo sepa, pero Vereesa y yo nos reunimos con Sylvanas recientemente. No fue… bien. ―No, no lo sabía ―dijo Anduin, la tensión sigilosamente inundando su voz. Pensó en sus palabras hacia Valeera: Parece que cada día que pasa se reduce el número de personas en las que puedo apoyarme—. Tal vez te importaría iluminarme. ―Nos reunimos únicamente para ver qué quedaba de nuestros lazos familiares ―dijo―. Le diría más si lo desea. Pero es suficiente con decir que no pondría mi fe en ella, Anduin Wrynn. Ella ha estado demasiado tiempo en la oscuridad y se ha comido lo que quedaba de la hermana que amaba tanto ―su voz era fuerte, sin embargo, tembló un poco. A pesar de lo que le había sucedido, a pesar de su alarmante familiaridad con el Vacío, era obvio para Anduin que ella todavía era capaz de amar profundamente. Todavía era Alleria. Y el fracaso de la reunión entre las tres hermanas la había lastimado. No auguraba nada bueno por su plan de convencer a ese grupo del poder de los lazos familiares. ―Ni tampoco confiaría en los cerebros plagados de podredumbre de los renegados para ser capaces de distinguir entre un aliado si se encontraran cara a cara con sus antiguos seres queridos ―continuó Alleria―. Aconsejaría en contra de ese camino. ―Igual que yo ―dijo Turalyon, sorprendiendo a Anduin. Más que nadie, el paladín entendía el poder de la Luz y cómo podía cambiar las mentes y los corazones. Él incluso había hecho amistad y había peleado junto a un demonio que había sido inundado con la Luz―. Le pregunto cómo estratega: ¿De verdad desea arriesgar el fracaso? Comenzaría una guerra. Si, aunque sea un renegado repentinamente mata a un miembro de la Alianza…
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―Maldita sea ―explotó Genn―, si uno de los miembros de la Alianza estornuda demasiado fuerte, habrá una guerra. Es demasiado arriesgado, Su Majestad ―se tranquilizó antes de continuar con una voz más baja―. La Luz sabe que su corazón está en el lugar correcto. Y es un corazón más grande y generoso que el mío. Pero debe ser un buen rey igual que un buen hombre. Valeera había dicho algo similar. Anduin supo la verdad en sus palabras, no obstante, también debía ser fiel a sí mismo. Genn prosiguió. ―Tenemos más que suficiente para mantenernos ocupados y sin dormir por las noches gracias a los goblins, la Azerita y el mundo lastimado. No empecemos una guerra ordinaria sobre, ¿qué, unas cuantas docenas de individuos en total? Ganamos muy poco y nos arriesgamos a perder mucho. ―Nos arriesgamos a ganar paz ―interrumpió Velen con voz baja. ―Las acciones de unas docenas de… personas ―y Rogers pronunció la última palabra con un tono ligeramente ahogado―, no determinan la paz. ―No ―dijo Anduin―. No en ese instante, quizás. Pero con el tiempo. Si esto va bien… ―Sí ―enfatizó Greymane. Anduin le regaló una mirada afilada. ―Si esto va bien ―repitió y añadió―, y creo que será así, esto podría plantar una semilla. Si éstas pocas personas pueden encontrar un punto medio, ¿por qué no cientos, o miles, o cientos de miles, o más? Consciente de que las emociones negativas se estaban alzando y amenazaban con ensombrecer otros factores, trató de apelar a sus mentes tácticas. ―¿Por qué Sylvanas empezaría una guerra abiertamente? Ella tiene mucho que perder y poco que ganar. La Horda está preocupada con las mismas situaciones que enfrenta la Alianza: cómo recuperarse de la devastadora guerra con la Legión. Cómo sanar a Azeroth y cómo evitar que la Azerita caiga en manos de la oposición. ¿Creen que ella querrá pelear otra guerra abierta con todo eso llevándose a cabo? ―Siempre existe un plan con esa Alma en Pena ―dijo Genn―. Siempre está pasos delante de nosotros.
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―Entonces permitámonos desarrollar esos mismos pasos. En ningún escenario una guerra favorece a la Horda ni a la Alianza. ―Que sepamos ―dijo Alleria―. Y hay mucho que ninguno de nosotros sabemos acerca de Sylvanas ni cómo piensa. ―¿Hay alguien presente que crea que ella desearía ver que el peligro llega a los renegados? ―los retó Anduin. Hubo silencio. ―Los renegados son su pueblo. Sus creaciones. Sus hijos de alguna manera. Hemos visto montañas de evidencia de que ella está tratando de salvarlos, de encontrar maneras para alargar sus existencias. ―Como dije antes, ella quiere hacer más de ellos con nuestras muertes ―dijo Genn―, ¿Y qué si ella piensa esos humanos podrían ser susceptibles a convertirse en renegados? De alguna manera podrían estar con sus seres queridos para siempre. ―Así como podría matar a nuestra gente, reclutar un par de docenas de nuevos renegados, e inmediatamente entrar en guerra. Esa es una táctica excelente ―intentó Anduin, mas no pudo evitar el sarcasmo en su voz. Genn guardó un infeliz silencio. Anduin los miró uno por uno. ―Estoy consciente de que esto podría salir mal. Los renegados podrían sentirse envidiosos de los vivos, lo cual podría solidificar una actitud moderada a una celosa. Lo mismo podría decirse del bando de la Alianza. Podrían encontrarse repelidos por gente que alguna vez amaron y volverse más determinados que nunca en destruir a los renegados. Pero creo que ellos merecen una oportunidad de averiguarlo. Ambos, los humanos y los renegados. Los halcones del grupo se levantaron con los brazos cruzados y los labios apretados. Les era claro que Anduin había tomado una decisión. A pesar de que lo sobrepasaban por cuatro a dos —Shaw pareció no tomar partido— ellos sabían que el encuentro seguiría adelante. Genn trató una última vez. ―Creo que los otros necesitan saber lo que yo ―dijo, sin dejar de ser amable―. Que perdiste a tu viejo amigo hace unas horas. Me dijiste que Wyll quería ver a su esposa, quien murió en Lordaeron. Estás haciendo esto por él y entiendo tus razones. Pero no puedes arriesgar vidas inocentes para hacerte sentir mejor.
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―Tienes razón parcialmente, Genn ―dijo Anduin tranquilamente―. Mentiría si dijera que no deseo con todo mi corazón que Wyll y Elsie hubieran sido capaces de volver a verse. Es muy tarde para Wyll, pero no lo es para los demás. Apoyó las manos en el mapa sobre la mesa y se inclinó hacia adelante ―Si Sylvanas responde con condiciones que son aceptables para mí, términos que yo creo que protegerán adecuadamente a los ciudadanos de Stormwind, esa reunión se llevará a cabo. Espero que todos ustedes lo acepten y centren su atención en seguir mis órdenes para asegurar que todo va de acuerdo al plan. ¿Estoy siendo claro? Asentimientos y algunos “Sí, Su Majestad” murmurados se escucharon alrededor de la mesa. ―Bien. Ahora comencemos los preparativos.
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CAPÍTULO DIECIOCHO TANARIS
S
apphronetta Flivvers despertó con dolor.
La gnoma estaba golpeada y amoratada y sus manos y pies estaban atados seguramente. Los flexionó, solamente para asegurarse de que aún tenía buena circulación y comenzó a analizar su situación actual. No era prometedora. Estaba tendida bocabajo sobre algo cálido y podía sentir sus músculos tensándose y contrayéndose bajo ella y podía escuchar el lento batir de unas alas. ¿Un Grifón? No; las alas emplumadas sonaban distintas cuando se movían. Un Wyvern. Ella sabía que su equipo sería abordado. Esa era la razón por la que habían reforzado la seguridad. Saffy sintió una horrible punzada por sus amigos y por las Centinelas que habían sido asignadas para ayudarles. Que el ataque hubiera llegado no era tan sorprendente. ¿Pero por qué le habían permitido sobrevivir? La Horda, por supuesto, no era aficionada de ninguna de las razas de la Alianza, pero tenían poco uso particularmente para los gnomos. Sin embargo, ahí estaba ella, no solamente perdonada sino atrapada. ¡Secuestrada! Trató de recordar las palabras exactas que había escuchado: ¡Kezzig, es una dama gnomo! Sí y voy a golpearla… oh. Tal vez ella no sea la indicada. Ella se ajusta perfectamente a la descripción. Sabes las reglas. Sí, sí, estúpidas reglas. 142
Habían ido a asesinar a los miembros de la Liga de Expedicionarios y a sus guardianes; eso era obvio. No habían estado buscándola sino a alguien que se parecía a ella y querían a la “dama gnomo” con vida. Si tan sólo pudiera descubrir lo que buscaban tal vez sería capaz de fanfarronear para obtener seguridad, y una oportunidad para escapar. Saffy no podía sentir el cómodo y agradable peso familiar de su enorme cinturón de herramientas. Obviamente lo habían tomado. Era una pena que hubieran usado sogas en ella en lugar de encadenarla pues estaba bastante segura de que no le habían quitado las horquillas. No había nada que pudiera usar como un arma y alguien debía estar sentado cerca de ella para asegurarse de que la gnoma por la que se habían esforzado tanto por secuestrar no se cayera a medio vuelo. Urf. Ahora había un pensamiento. Saffy reprimió su leve retorcer y se quedó quieta, pensando furiosamente. Tendrían que aterrizar y tendría que sacarla del saco en el que la habían aventado. Ellos debían querer algo de ella o de quien quiera que pensaban que era, pero no podía imaginarlo… Oh, espera. Sí, sí podía. Podía imaginarlo muy bien. Habían estado en Silithus y sabían que había goblins movilizándose. La actividad de los goblins significaba una de dos cosas: ganancia o tecnología. Bueno, está bien, tres cosas: ganancia, tecnología o mina. Bueno, no: ganancia, tecnología, mina o golpear gente. Y goblins también significaba…Oh, vamos, Saffy, se dijo. Hay muchos goblins en éste mundo. Las probabilidades delo que estás pensando son aproximadamente 5,233,482 a 1. Alguien tendría que saber tu ubicación y… Oh, cielos. No tenían que saber su ubicación. Ellos estaban secuestrando a cada “dama gnomo” que encontraran que encajara con la descripción. El wyvern aterrizó con un golpe. Saffy comenzó a deslizarse y no pudo reprimir un jadeo. Entonces el saco que la atrapaba fue arrastrado abruptamente de la montura y Saffy dejó escapar un uff mientras la echaban en un huesudo hombro. Escuchó sonidos de chirridos, zumbidos y pitidos y una amortiguada conversación en, cómo era de esperarse, goblin. Un lenguaje que había conocido hace tiempo, cuando era joven, inocente y… Estúpida. Vamos, admítelo, Saffy. Estúpida. No pudo entender mucho de lo que estaban diciendo, pero entendió lo suficiente: …muerte… tómala… más vale… saber qué hacer. Su corazón se aceleró. No. No podía ser. Las probabilidades eran… 143
La dejaron caer en el suelo sin miramientos. ―Más vale que esté bien ―habló una voz del pasado de Saffy. Una voz atada a un goblin que ella despreciaba con cada fibra de su ser. Un goblin que ella había esperado no tener que ver jamás por el resto de su vida. Debía guardar silencio. No darle ninguna gratificación. Pretender cooperar con cualquier ruin, despreciable intriga que estuviera planeando. El saco se abrió y ella pestañeó, cegada momentáneamente por la luz. Unas manos ásperas sujetaron sus brazos y la mantuvieron quieta mientras un cuchillo cortaba las sogas. Entonces la pusieron de pie. ―Oye, oye, ¿qué le hicieron? ―llegó una voz aborrecida―. Su cara está… Con un rugido de furia avivado por tantos años de latente resentimiento, Saffy logró zafarse de los dos matones a cada lado y lanzarse como un mini-cohete con ardiente cabello rojo, hacia su archienemigo. El símbolo de la miseria, la frustración y la ira. Tuvo la satisfacción de ver esos pequeños ojos abrirse con horrorizada sorpresa y sus manos grandes y anchas ir hacia su cara. ―¡Tú mentiroso, manipulador, holgazán, horrible, malo, sucio miserable! ―giró Saffy, sus manos, dedos se volvieron garras alargadas para sacarle los ojos. Trágicamente, los matones la detuvieron antes de que pudiera rasguñar ocho perfectas arrugas en esa fea cara verde. Un harapiento trapo con quién sabe qué fétido material fue introducido a su boca y volvieron a atarla de nuevo. ¿Alguna vez aprendería a mantener su temperamento bajo control? Aparentemente no. Entonces de nuevo, ese era Grizzek. Él se merecía todo lo que pudiera arrojarlo. El simple pensamiento la hizo retorcerse con ira impotente. ―Cambiarás de parecer, nos encargaremos de eso ―dijo el más grande y corpulento. ―No hay necesidad, Druz ―dijo el detestable cobarde―. Ustedes lárguense. Yo me encargo. Saffy siguió retorciéndose mientras Grizzek mostró la salida a los matones. ―¡Hola, Saffy! ¡Hola, Saffy!
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Él no podía haberlo… pero lo hizo. Ahí estaba, el hermoso y exquisito perico que ella había creado. Oh, si tan sólo pudiera liberarse por dos minutos… ―Lamento que te hayan lastimado. No se suponía que lo harían. ―¿Mmmphh mhphfmpp oo? ―repitió con incredulidad y lanzó una hermosamente larga pero tristemente ininteligible maldición. ―Lo gracioso es que ese grupo ni siquiera te estaba buscando. Estaban tras tus amigos. Yo… Yo lamento eso también, pequeña. ¡Pero no lamentas haberme secuestrado! intentó decir. Todo lo que emergió fueron más ruidos sordos. ―No, no lamento eso. Además ―dijo, negando con la cabeza, esas grandes y feas orejas aleteando levemente por el movimiento ―suena descabellado, pero creo que para cuando todo esto termine, tampoco lo estarás. Ésta vez se estremeció ante sus negativas. ―Si sigues así, no te quedará nada de voz ―Hizo una pausa ―Lo que, si lo ponemos a consideración, tal vez no sea tan mala idea. Ella mordió el trapo que tenía un sabor horrible, sus ojos apuñalándolo. Después de que su respiración menguó un poco, Grizzek se acercó y desató la mordaza, manteniendo sus grandes dedos lejos de los filosos y pequeños dientes de Saffy. Se miraron mutuamente. ―Aw, Saffy. Debo decirlo, es bueno verte de nuevo. ―El placer es todo tuyo ―soltó Saffy. ―¿Me extrañaste? ―Sí. Repetidamente. Como podrías recordar, mi Lightning Blast 3000 falló cada vez que apunté. ―Te dije que ese pedazo de basura no funcionaría. ―Aww, cariño, también te odio. Te diré algo, ―dijo la gnoma―tú desátame, dame agua y comida y devuélveme a mi perico y me marcharé y no te reportaré a las autoridades ―por supuesto lo haría. En un minuto Gadgetzan, lo haría. Tomando en cuenta que hubieran “autoridades”, donde quiera que estuvieran. ―No puedo hacer eso, Punkin ―dijo, negando con la cabeza―, y no es tu perico. 145
―¡Es mi perico! ―No, lo hicimos juntos. Vamos ―dijo casi con expresión herida―, debes recordarlo. Fue nuestro primer regalo de aniversario para el otro. También había sido el último. Saffy no quería pensar lo locamente enamorada que estaba de ese tonto verde. Bueno, corrigió, simplemente loca, por lo menos. ―Además. Agárrate a tu sombrero un minuto y lo entenderás. ―¡Tus rufianes tomaron mi sombrero! ―gritó detrás de él mientras él se alejaba. Su hermoso y antiguo casco que le dieron expresamente para esa misión. ―Ellos no son mis rufianes ―dijo―. Nunca te hubieran herido si hubieran sido mis rufianes. O tus camaradas. Sabes que no trabajo de esa forma, Punkin. ―¡No me llames así! ―se tensó contra las sogas con toda la fuerza de su pequeño cuerpo, pero los nudos eran buenos. Por supuesto que los nudos eran buenos. Estamos en Tanaris, cerca del océano. Todos son marineros. Incluso los rufianes. Ella estaba hambrienta, sedienta, quemada por el sol y exhausta y cedió contra las ataduras. ―Aquí ―Grizzek dijo casi con amabilidad y tomó una de sus manos que estaban atadas detrás de su espalda. Saffy se retorció con molestia, pero él presionó algo en su palma y cerró los dedos a su alrededor. Ella jadeó una vez. El dolor en su quemado y amoratado rostro se calmó. Su boca ya no estaba seca ni su estómago gruñía por comida. Se sentía alerta, fuerte, aguda. Su mirada se dirigió al perico. ―Hay cerca de cinco cosas diferentes que puedo hacer para mejorar a Feathers si me das una llave inglesa, tres pares de tornillos y un buen destornillador ―anunció. Y después parpadeó. ¿Cómo supo eso? Grizzek soltó su mano. Ella mantuvo su puño bien cerrado alrededor de… lo que fuera que estaba presionado contra su palma. Se movió detrás de ella, sentándose en una sola silla, observando su reacción. ―Es algo, ¿no es así? ―dijo, su voz suave y llena de devoción. ―Sí ―exhaló, tan sobrecogida como él.
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El silencio se alargó entre ellos. Entonces, finalmente Saffy preguntó: ―¿Qué es? ―El jefe dice que se llama Azerita ―dijo Grizzek. ¡Azerita! La sustancia por la que la habían llevado a ese feo desierto a analizar. Ahora Saffy entendió la razón. Su cerebro estaba en llamas, pero calmado, no frenético. Esa cosa era increíble. ―En realidad, el jefe realmente la llama “Mi camino para gobernar Azeroth con muchas estatuas gloriosas de mí.” Saffy de pronto recordó una de las cosas que le había dicho mientras ella estaba gritando y luchando para escapar. No son mis rufianes, él había dicho. Lo que significaba que eran los rufianes de alguien más. Lo que significaba… ―Oh, Grizzek ―dijo ella horrorizada―, ¡Por favor dime que no estás trabajando con ese feo monstruo verde con un terrible sentido de la moda! ―hizo una pausa― Eso podría aplicar a muchos goblins, de hecho. Lo que quise preguntar era… ―Sé a lo que te referías ―dijo, bajando la cabeza y desviando la mirada―. O más bien, a quién te referías. Y sí. ―¿Jastor Gallywix? Asintió miserablemente. ―No creo que jamás haya estado más decepcionada de ti. Y eso ya es decir algo. ―Mira. Él vino a mí con ésta cosa. Ya tuviste una probada de lo que puede hacer. Él accedió a dejarme decidir qué hacer, qué crear y, más importante, cómo usarlo. Y me ha dado todo lo que he pedido en cuánto a suministros para que pueda entenderlo, refinarlo y hacer fantásticas e increíbles invenciones con él. ―Todo, ¿eh? Creo que eso explica por qué me secuestraste. ―Punkin, yo… Ella negó con la cabeza ―No. Lo entiendo. Yo… ―ella tragó. Tragarse su orgullo era difícil―. Es probable que yo haya hecho lo mismo. Haya hecho. Tal vez no. Pero podría haberlo hecho.
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Sus ojos se abrieron en una expresión de gratitud y sus orejas decrecieron levemente con alivio. ―Entonces… ¿me ayudarás? ―Te ayudaré. ―Aw, Punkin, éramos un gran equipo entonces ―dijo. Ella sonrió ―Sí. Lo éramos. Qué mal que nos casamos y lo arruinamos todo. ―Bueno, ahora no estamos casados, así que yo digo que pongamos manos a la obra. ―Primero tienes que desatarme. ―¿Oh? Sí, claro ―él se bajó de la silla, buscando un cuchilo con una mano y se apresuró tras ella. Sus ataduras fueron cortadas por segunda vez esa mañana. Tardadamente, él se detuvo ―¿Lo… lo dices en serio, verdad? ¿No vas a golpearme con algo y huir con Feathers? Se le había ocurrido, pero Saffy no externó esa información. No, ella estaba en eso a largo plazo. Cualquier cosa que pudiera hacer lo que esa Azerita hacía era algo de lo que ella quería ser parte. Qué vehículos, qué aparatos y baratijas, ¡qué dispositivos podrían crear! ―No. No haré eso ―ella se puso de pie tan fácilmente como si o hubiera pasado demasiado tiempo en un saco maniobrando a través de un continente―. Pero tengo una condición. ―¡Lo que sea! ―Cuando terminemos, me quedo a Feathers. Él hizo una mueca, entonces estiró la mano. Ella abrió su pequeña mano rosada, viendo el suave brillo dorado y azul de la Azerita y después quedó atrapada entre sus dos manos mientras lo estrechaban.
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CAPÍTULO DIECINUEVE UNDERCITY
V
ellcinda no extrañaba dormir.
No se había percatado hasta después de su muerte, cuánto tiempo había desperdiciado con sus ojos cerrados y el cuerpo quieto. Había un viejo dicho “Tendrás mucho tiempo para descansar en la tumba”, sin embargo, ella había encontrado que la realidad era totalmente lo opuesto. Había dormido demasiado mientras vivía: una tercera parte de esa vida, qué admirable. Ahora que era una renegada, había hecho todo lo que había podido para hacer de lo que ella, con lo que le quedaba del optimismo incorregible que había tenido en vida, veía firmemente como una segunda oportunidad. Había sido un sirviente cuando murió. Así que, por supuesto, cuando Vellcinda “despertó” como una renegada, lo primero que hizo, mientras su mente se acostumbraba gradualmente a su nueva realidad, fue servir. Era lo que sabía hacer. Había sido amable y paciente con aquellos que despertaron aterrados y desorientados y los había ayudado a re-enterrar a aquellos que habían rechazado el oscuro regalo de Lady Sylvanas. Una parte de ella entendió el rechazo. ¿Quién entre ellos no había estado confundido y asustado ante la realización de su propia piel descomponiéndose? Nadie con medio cerebro. Y por supuesto, algunas de esas pobres cosas ni siquiera tenían la mitad del cerebro. Vellcinda pareció ser una de las pocas afortunados que despertaron con su mente totalmente intacta, gracias al cielo, y habían decidido firmemente darle un buen uso. Ella extrañaba a su esposo y apenas despertó, había querido buscarlo. Él había estado en Stormwind y Vellcinda estaba en Lordaeron haciendo una visita familiar cuando murió. Había estado en el castillo cuando Arthas regresó. Había esperado poder echar un vistazo al amado paladín y su bienvenida triunfal, pero había tenido que quedarse 149
a trabajar en las cocinas mientras él marchaba a través de una lluvia de pétalos de rosa hacia la habitación del trono. No obstante, había estado dentro del rango de lo que se desarrolló inmediatamente después de que Arthas cometiera parricidio y regicidio con un solo movimiento de una ignominiosa espada. Su amado había evitado eso y ella estaba agradecida por ello. Otros le dijeron que intentos de contactarlo únicamente los llevarían a un corazón roto para ambos. Él creía que ella había muerto, y al final, Vellcinda decidió que era mejor así. Él era un buen y amable hombre. Él merecía encontrar a una mujer viva para amar. Muchos otros renegados, tal como su amigo y compañero Gobernador Parqual, parecían echar de menos a sus seres queridos tanto como ella. Otros parecían indiferentes y a otros más no les importaba en lo absoluto. Otros incluso eran… malvados. ¿Qué le había pasado a ella, a ellos, para tener tan diferentes ideas y personalidades? Era uno de los misterios acerca de ser renegados. Ella no tenía recuerdos de su momento como una criatura irracional y eso era algo bueno. Aunque, conforme los años siguieron, Vellcinda se cansó de servir. Pero su cerebro era tan ágil como siempre y Vellcinda comenzó a querer aprender, a tener logros, en lugar de solamente hacer cosas por los demás. Ella encausó su naturaleza genuinamente amable hacia cómo encargarse de los, ah, desafíos únicos de ser un cadáver activo y sentimental. Como, por ejemplo, las heridas. ―¡Ven ―solía decirle a los heridos― sabes que la carne de los renegados no sana por sí misma! ―coser; injertar en músculos nuevos, tendones y piel; y las pociones mágicas eran opciones para su gente en lugar de solamente limpiar una herida, vendarla y confiar en la habilidad innata del cuerpo para repararse solo. El tiempo invertido en reparar carne no-muerta eventualmente la llevó a desear estudiar con maestros boticarios. Aunque Sylvanas hacía que la mayoría trabajara en pociones, Vellcinda estudió formas de mantener a los renegados activos y sanos, física y mentalmente. Ella se dio cuenta que algunos de los heridos parecían estar más asustados de morir ahora que cuando vivían. Mientras inspeccionaba la adecuación de una mano nueva en el brazo derecho de un herrero —un accidente con acero fundido había acortado el trabajo de la original— él le dijo: ―Siempre me pone nervioso venir aquí.
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―¿Por qué, cariño? ―Vellcinda no había sido tan anciana cuando murió. Una joven sesentona, siempre decía― Soy mucho menos aterradora que el Doctor Halsey. El herrero, Tevan Whitfield, había reído, un sonido vacío y ronco. ―Eso es verdad. No, lo que quiero decir… cuando estaba vivo, me sentía inmortal. No cuidaba de mí y era un poco imprudente. Ahora soy inmortal, técnicamente. Pero al ser una lesión lo único que puede amenazar eso, de pronto estoy consciente de lo frágil que es la carne. ―La carne siempre ha sido frágil ―inspeccionó la mano. La había cosido bien. Notó de nuevo que no tenía callosidades ni los músculos estaban fuertes. El antiguo dueño de la mano que el herrero Tevan usaba ahora tal vez había sido un artista o un animador. Dio golpecitos suaves en la carnosa palma de la mano con los huesos de sus índices. ―¿Puedes sentir eso? ―Sí ―dijo. ―Excelente ―lo contempló―. Debo hacerte saber que ésta mano no será tan fuerte como acostumbras. ―Unas cuantas semanas de martillar serán suficientes. Vellcina lo miró con compasión. ―No, cariño ―dijo amablemente―, no lo harán. Ya no puedes hacer crecer músculo. Su rostro decayó. No literalmente. Su rostro no se había descompuesto tanto en lo absoluto. Era, de hecho, bastante guapo para ser un renegado. ―Vuelve si no puedes usarla apropiadamente ―dijo―. Veremos si podemos encontrar una mejor para ti ―golpeó la mano con gentileza. ―¿Ves? ―dijo Tevan― Esto es a lo que me refiero. Con el tiempo, solamente… nos desharemos de nosotros mismos. ―Eso es lo que sucede también en la vida ―le recordó Vellcinda rápidamente―. No podemos ser cosas hermosas, casi inmortales como los elfos. La actitud adecuada es que debemos aceptar lo que tenemos y agradecerlo. Tú y yo y los otros estamos aquí. Y eso es algo bonito. Nada dura para siempre, y si morimos y no podemos regresar, bueno, tuvimos una segunda oportunidad y eso es más de lo que muchos han tenido. 151
Tevan sonrió. En su cara intacta había una expresión agradable. Vellcinda no tenía falsa modestia acerca de su propio rostro, que era de alguna forma peor para tener por ser una vaga holgazana en su tumba durante tanto tiempo. Había sido normal incluso mientras era un humano vivo que respiraba. Aunque su esposo siempre le decía que le resultaba hermosa y ella le creía. Eso era el amor, ¿no era así? Mirar con el corazón, no con los ojos y encontrar la belleza ahí. ―Tienes razón ―dijo el herrero―. No creo haberlo visto antes de esa manera. Escogí recibir el Regalo. Sé que otros no lo hicieron. En ese entonces, creí que eran tontos. Pero ahora me pregunto. Sé que Lady Sylvanas está tratando de encontrar formas para continuar con nuestra existencia. ¿Pero qué si nunca debimos? ―hizo una seña a su nueva mano sin callos― ¿Cuánto más debemos hacer, qué tan lejos debemos ir, sólo para seguir existiendo? Vellcinda sonrió ―Cielos, para ser un herrero, tus pensamientos son bastante filosóficos. ―Tal vez sea mi mano nueva. Tevan había sido el primero con quien Vellcinda había tenido esa discusión, mas no sería el último. Una vez que la idea había llegado a su cabeza, Vellcinda se dio cuenta que no podía dejar de pensar en ella. Ahora, meses después de esa conversación, el líder del Concejo Desolado se paró en el salón del trono de Undercity, en el lugar donde Sylvanas Windrunner se había parado durante tanto tiempo hasta que tuvo que marcharse para liderar a la Horda. A un lado de Vellcinda en el estrado más alto estaba los otros cuatro miembros líderes del concejo gobernante, que eran llamados, simple y llanamente, los Gobernadores. En el segundo escalón, justo debajo de ellos, estaban los siete conocidos como los Ministros, quienes implementarían las políticas que los Gobernadores crearan. Al fondo estaba aquellos que Vellcinda pensaba eran realmente los miembros más importantes del concejo: los diez Escuchas. Cada día ellos se reunían y hablaban con aquellos entre los renegados que tenían preguntas, comentario o quejas acerca de cómo gobernaban los líderes. Ellos le reportaban directamente los Gobernadores. Aunque cada ciudadano de Undercity era libre de pedir ayuda a cualquier miembro del concejo —incluyendo a la Primer Gobernadora, la propia Vellcinda— los Escuchas estaban más disponibles. Hasta ahora, las cosas parecían ir a pedir de boca. Vellcinda miraba hacia la tranquila multitud que llenaba el salón hasta sobrepasarlo y continuaba afuera. Ella estaba
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muy complacida. Hoy, más que nunca, necesitaban estar juntos, trabajar juntos para la mejoría de todos hasta que la Dama Oscura regresara. Hoy estaban ofreciendo un servicio para aquellos renegados que habían experimentado su Última Muerte, peleando contra el terrible mal que era la Legión Ardiente. Vellcinda había hablado con el campeón de la Dama Oscura, Nathanos Blightcaller, durante su visita más reciente a Undercity y le había implorado que persuadiera a Sylvanas para volver. ―Sé que tiene muchas responsabilidades ―le había dicho―. Pero sin duda puede pasar algunas horas con nosotros. Por favor, dile que venga a la ceremonia que estaremos oficiando para aquellos que han aceptado voluntariamente su muerte en beneficio de la Hora. Ella no tiene que quedarse mucho si sus deberes la llaman, pero significaría mucho. Nathanos había dicho que llevaría el mensaje. Pero no había señales de que Sylvanas fuese a ir. Esperó unos momentos más sólo por si acaso. Los renegados en la multitud esperaban pacientemente, como siempre. Finalmente, su líder suspiró. ―Supongo que todos quieren que hable ―dijo Vellcinda―. Así que trataré de decir algo. Discúlpenme si aclaro mi garganta algunas veces; ¡todos estamos familiarizados con el cosquilleo del icor! Eso trajo algunas risas, ásperas y guturales. Vellcinda prosiguió. ―Primero quiero reconocer a nuestros amigos que han hecho el viaje para estar aquí hoy. Veo elfos de sangre, trolls, orcos e incluso a unos cuántos goblins y pandaren. Gracias por estar con nosotros para honrar a aquellos que cayeron de nuestras cada vez más escasas líneas. Estoy particularmente agradecida con todos los tauren. Si no fuera por ustedes, tal vez todos nos habríamos extinguido. Había representantes de todas las razas de la Horda ahí, pero ella vio más tauren que cualquier otro. Fue gracias a los tauren que los renegados habían sido admitidos en la Horda. Vellcinda tuvo escalofríos al pensar en lo que le pudo haber pasado a su pueblo sin esa protección. ―A pesar de eso, con la excepción de nuestros amables amigos que se encuentran con nosotros, me temo que, tristemente, es preciso decir que muchos de los vivos todavía no nos aceptan. Y estos individuos parecen pensar que, porque ya hemos muerto, no nos importa la vida, o como sea que escojan llamar a nuestra existencia. Parecen pensar que deberíamos sufrir menos cuando los nuestros perecen. Bueno, están completamente equivocados. Nos importa. Nos afligimos.
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―Nuestra reina está buscando una forma de incrementar nuestros números trayendo de la muerte a los caídos. Creando más renegados. Pero lo todos los que nos hemos reunido aquí hoy realmente deseamos de ella es saber que valore a los renegados que ya tiene. No solamente a nosotros como su gente, que por supuesto somos, sino como individuos. Que acepte que algunos de nosotros estamos conformes con sólo una segunda oportunidad y tal vez no queramos una tercera o cuarta sino una Última Muerte. ―Nos reunimos aquí hoy, pensando en aquellos que sí experimentaron sus Últimas Muertes. Se han ido al fin. Su sangre ya no corre por las venas de sus hijos ni en las generaciones, por lo menos nos generaciones que algún día vivirán aquí y tendrán interacciones con nosotros. Perdimos a esos renegados, pero también están finalmente en paz. Reunidos al fin con aquellos a quienes amaron en vida. Honremos sus pérdidas nunca olvidando sus nombres. Quiénes fueron. Lo que hicieron. Vellcinda se endureció ―Yo empezaré. En éste día, recuerdo a Tevan Whitfield. Él era un herrero y una vez me dijo que estaba más asustado de la muerte como renegado de lo que había estado como un hombre vivo. Y, aun así, cuando se le pidió servir, lo hizo. Fabricó armas que permitieron a otros combatir al enemigo. Reparaba armaduras cuando se dañaban igual que nosotros reparábamos cuerpos cuando se dañaban. Enfrentó a su más grande temor y perdió esa apuesta. Siempre te recordaré, Tevan. Fuiste un buen amigo. Asintió a Parqual Fintallas, quien estaba de pie junto a ella. Se aclaró la garganta y comenzó a hablar acerca de una mujer que había sido una guerrera en vida y en su nomuerte, hasta que su cuerpo fue hecho pedazos por un atacador vil. Sus restos se extendieron como ondas en un lago. El primero de los que se encontraban en el estrado, después los Ministros y después los Escuchas. Entonces, uno a uno, los miembros de la multitud comenzaron a hablar. Muchos de ellos habían perdido a sus familias en ese horrible y lejano día, cuando Arthas volvió, que era extraño ver a alguno intacto. La mayoría de los renegados formaron nuevas familias, uniones hechas con aquellos que jamás conocieron en vida pero que eran igual de importantes. Conforme Vellcinda escuchaba, abrazando a su amigo Tevan en sus pensamientos, estaba triste, pero también conforme. Todos lloraban, pero ninguno mostraba lágrimas. Nadie despotricaba en contra de la injusticia. Pero lo más importante para ella era que nadie estaba enfadado. Ella había llegado a creer que la ira no era buena para los renegados. Muchos ya no pensaban con claridad, con sus cerebros usualmente podridos a algún grado u otro. En lo que a Vellcinda respectaba, la ira solamente enlodaba las aguas hasta que nadie podía ver hacia dónde trataban de nadar. 154
Había algunos en Undercity que resentía el papel que el Concejo Desolado había creado, sin embargo, Vellcinda había sido firme en que solamente era una medida provisional. Las provisiones necesitan entrar. Los miembros de reemplazo debían unirse. ―Estaríamos honrados ―había sido Vellcinda alguna vez en una reunión pública―, si nuestra querida Sylvanas entrara por esa puerta, estaría más que feliz de decirle “Hola, Dama Oscura, la hemos extrañado mucho. Por favor vuelve a tomar tu puesto gobernando a ésta gran ciudad. ¡Es una cosa muy desgastante!” Como sirviente, había preparado comidas, atendido a los enfermos, había limpiado bañeras y vaciado orinales. Había hecho lo que necesitaba hacerse y en lo que a ella respectaba, preferiría dar un paso atrás y dejar a quienes fueran mejores liderando tomar el puesto. No podía recordar la última vez que se había sentado y disfrutado de ver el flujo tranquilizante de los canales verdes. Se volvió a los presentes, reprendiéndose por soñar despierta. Cuando la última persona terminó de hablar, miró a la multitud reunida. ―Cielos, estoy tan orgullosa de todos ustedes. Y de aquellos que lo dieron todo por la Horda. Gracias por venir. Y eso era todo. La multitud se dispersó y ella los observó irse. Estaba decepcionada de que Sylvanas no hubiera aceptado su invitación para asistir, pero no era inesperado. ―Primer Gobernadora Vellcinda ―dijo una voz tranquila. Se giró, sorprendida y encantada. ―Oh, Campeón Blightcaller ―dijo―. Qué bueno que bueno que vino. Yo… ¿No se supone…? Él negó con la cabeza. ―No. Nuestra reina tenia asuntos urgentes que atender. Pero, ―añadió― me envió para aprender más acerca de lo que sucedía en su ausencia y para hacerte saber que ella pretende visitarlos pronto. Lamenta no haber podido estar aquí hoy. ―¡Oh, es tan amable de su parte! Estoy encantada de escucharlo ―Tocó su brazo―. Soy lo suficientemente anciana para leer entre líneas, jovencito. Lady Sylvanas teme que tenga a otro Putress en sus manos. Pero no teman. Solamente somos un grupo de ciudadanos preocupados, cuidadores de alguna forma, cuidando la casa mientras la señora no está. ¿Por qué no vuelves para una visita ésta tarde? Estaremos felices de discutir lo que hemos tratado de hacer. ¿Tal vez quieras una taza de té? ―a Vellcinda le
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gustaba hacer té, olerlo, sostener la cálida copa entre sus manos, incluso si ella no bebía la preparación. Él parecía ligeramente desconcertado y abrió la boca para responder. Sin embargo, antes de que pudiera hacerlo, Vellcinda escuchó otra voz. ―Ah, precisamente la persona a quien he venido a visitar. Bueno, no tanto, pero cerca. Vellcinda y Nathanos se giraron para ver a un renegado bastante bajo vestido con ropas de sacerdote. Ella no lo reconoció, pero eso no era sorprendente. Undercity no era grande pero todavía había mucha gente ahí, sin mencionar a aquellos que simplemente estaban de paso. ―No he tenido el placer ―dijo ella. El recién llegado hizo una reverencia. ―Arzobispo Alonsus Faol ―dijo. Vellcinda estaba sorprendida. Había sido un nombre reconocido no hacía mucho. Estaba encantada de ver que no había perecido como otros tantos. ―Oh, cielos ―dijo―. Es un honor. Incluso Nathanos Blightcaller hizo una reverencia al arzobispo. ―De verdad lo es. ¿Qué es lo que desea de mí, señor? ―Tengo una carta. Dos, de hecho. La primera es para su Jefe de Guerra. La segunda es para alguien llamada Elsie Benton. Vellcinda se tambaleó levemente. Nathanos la tomó del brazo, mirándola con preocupación, pero ella sonrió y lo apartó. ―Ha pasado mucho tiempo desde que escuché ese nombre. Sólo mi familia y mis amigos más cercanos me llamaban así. La expresión del arzobispo se suavizó. ―Entonces… Tomen. Sus cartas. Les tendió cada una, un pergamino bien enrollado, y Vellcinda tomó la suya con una mano temblorosa. Sus ojos se abrieron desmesuradamente cuando vio el sello, que era azul, con la figura del león de Stormwind. Y supo enseguida lo que era. 156
También Nathanos. ―Esto es del rey de Stormwind ―explotó, sus ojos rojos centelleando de ira mientras se giraba hacia Faol―. ¿Qué haces fraternizando con un enemigo de la Horda? ―Pero como no soy un miembro de la Horda, el rey no es mi enemigo ―dijo el arzobispo amablemente―. Sirvo a la Luz. Soy un sacerdote al igual que el Rey Anduin. Pero ―añadió―, no es tan terrible. Te sugiero que hagas lo que tenías planeado. Pasar tiempo aquí en Undercity. Toma tus pensamientos y la misiva de regreso a la Jefe de Guerra. Y tú, querida dama… Faol apoyó una mano amablemente en su brazo. ―Ésta carta, lamento decir que sí, contiene malas noticias. Lo siento mucho. Vellcinda estaba agradecida por la advertencia mientras rompía el sello, desenrolló el pergamino y leyó:
Para Elsie Benton, No si se aún existes. Pero me veo obligado a pedirle al Arzobispo Faol que te busque mientras está en Undercity. Si estás leyendo esto, asumo que su empresa fue exitosa. Es con una profunda tristeza que debo informarte que tu esposo, Wyll Benton, falleció apaciblemente ésta tarde. Espero que te reconforte saber que no murió solo; yo estaba con él. Wyll sirvió a mi padre y a mí con devoción durante muchos años. Él no me habló de su familia; sospechaba que era muy doloroso para él recordar aquellos tiempos y lo que creyó fue tu destino. Te llamó antes de morir y esperaba verte de nuevo. Sigo el camino de un sacerdote, como debes saber, y le rogué que me permitiera sanarlo. Él se negó y yo respeté su deseo. He decidido hacer todo lo que pueda para que todos los renegados puedan reunirse con sus amigos y familiares humanos, aunque sea por un momento. Hay muchas cosas, creo, que trascienden las políticas de reyes, reinas y generales. La familia es una de ellas. Con éste propósito, he enviado una carta a tu Jefe de Guerra. Espero que concuerde conmigo.
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Concluyo cumpliendo una promesa que me hizo mi amigo Wyll: decirte que él siempre te amo a ti y que te esperará. Nuevamente, por favor acepta mis más sinceras condolencias.
Y una firma de una elegante y educada mano: Rey Anduin Llane Wrynn. ―Mi pobre Wyll ―dijo Vellcinda, su voz temblorosa―. Arzobispo, por favor agradézcale al Rey Anduin por mí. Estoy muy agradecida de que mi esposo no haya muerto solo. Nadie debería morir solo. Dígale al rey que creo que es un buen plan. Espero que nuestro Jefe de Guerra lo piense también. Hubiera estado muy contenta de haber podido ver a Wyll una vez más. ―¿Qué plan? ―exigió Nathanos, mirando tanto a Vellcinda como a Faol de forma sospechosa. ―Esto ―dijo Vellcida, dándole el pergamino. Mientras Nathanos leía, Faol dijo: ―El esquema de la propuesta del rey de Stormwind está más detallado en el pergamino que debe recibir la Jefe de Guerra Sylvanas. Todavía me quedaré unos días y estaré más que feliz de responder las preguntas que tú o Vellcinda puedan tener. Luciendo disgustado, Nathanos devolvió la carta. Aferrándose al preciado pergamino, la Primer Gobernadora del Concejo Desolado corrigió a Faol. ―Elsie ―dijo―. Creo que es momento de que me llamen Elsie otra vez.
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CAPÍTULO VEINTE EL TEMPLO DE LA LUZ ABISAL Lu, la lu, mi querido hijo, Lu, la lu, lu la lay, Lordaeron dice, “ve a dormir” Azeroth dice, “que sueñes bien” Lu, la lu, la lu, la lay, Seguro en mis brazos te quedarás.
C
alia cantó suavemente al niño soñador que sostenía. Esa preciosa pequeña
algún día sería heredera al trono de Lordaeron. No. No, ya no había Lordaeron, no más. Solamente estaba Undercity, habitada por los muertos. La corona de su padre estaba rota y ensangrentada y ahora estaba perdida. Caliar jamás la usaría ahora. Ese adormecido y soñador infante jamás la usaría tampoco. Y eso le dolía. Una solitaria lágrima rodó por su rostro para aterrizar en la mejilla más rosada y suave del mundo. La niña que era por todos los medios una verdadera heredera nacida para el trono parpadeó, la pequeña boca formando un puchero. Calia levantó el bulto y besó la lágrima, saboreando la sal en sus labios. Y el bebé rio mientras su madre volvía a cantar de nuevo esa vieja, vieja canción de cuna, echando un vistazo mientras su esposo se acercaba a besar la coronilla de la cabeza de su esposa. Apoyó una mano en su hombro, apretándolo suavemente… …La huesuda garra enterrándose profundamente y… 159
Calia gritó. Se levantó de un salto, su corazón golpeando contra su pecho, mientras buscaba respirar. Durante un interminable y horrible mmento, pudo sentir el dolor de la mano no-muerta que la agarró. Entonces parpadeó y el horror se convirtió en recuerdo. Escondió el rostro en sus manos, notando que estaba húmeda por las lágrimas y trató de controlar su temblor. Era sólo un recuerdo. No era real. Pero alguna vez lo fue. Se escabulló de la cama, alcanzó su albornoz y entonces fue descalza a Saa’ra. Sin importar la hora, normalmente siempre había alguien en el Templo de la Luz Abisal. Siempre había alguien entrando o saliendo. Aquellos que habían hecho de ese lugar su hogar sabían de los terrores nocturnos de Calia y habían dejado claro que estarían disponibles a cualquier hora si necesitaba compañía o charlar. Pero ella solamente quería hablar con Saa’ra. El Naaru la esperaba, como siempre. Se desplazó sobre ella, una entidad cristalina delineada con un púrpura luminoso y emitía una débil, incesante y exquisita música. Saa’ra a veces hablaba con palabras que todos podían escuchar y a veces directa y privadamente a la cabeza y el corazón de alguien como hacía ahora. Querida. Lamento mucho que ese sueño te haya molestado una vez más. Calia asintió hundiéndose frente a Saa’ra y torciendo los dedos incómodamente. ―Sigo pensando que en algún punto se detendrán. Lo harán, aseguró la amable voz. Una vez que estés lista para que se detengan. ―Eso has dicho. ¿Pero por qué no puedo estar lista ahora? ―se rio un poco, escuchando la petulancia en su propia voz. Hay cosas que debes hacer antes de que se te conceda esa paz. Cosas que debes entender, que debes integrar a tu propio ser. Gente que necesita tu ayuda. Lo que uno necesita para sanar siempre vendrá a nosotros, pero a veces es difícil reconocerlo. A veces los regalos más hermosos e importantes vienen envueltos en sangre y dolor. ―Eso no me está haciendo sentir mejor ―dijo Calia. Podría cuando te des cuenta de que todo lo que te ha sucedido esconde un regalo en su interior. 160
Calia cerró los ojos. ―Discúlpame, pero es difícil pensar de esa forma ―la corrupción de su amado hermano y el asesinato de su padre, de tanta gente de Lordaeron… su fuga, su terror… la pérdida de su esposo e hijo, la pérdida de todo… No. No todo. Nos beneficiamos de aquello en lo que somos partícipes. Por cada fiebre que has curado, cada hueso que has arreglado, cada vida que has mejorado… eso y la alegría que ha conllevado, ahora es tan parte de ti como tu dolor. Honra a ambos, querida hija de la Luz. Diría que confíes en que hay un propósito, pero ya lo sabes. Has visto los frutos de tu trabajo. No los ignores ni los minimices. Saboréalos. Pruébalos. Ellos son tan tuyos como de los demás. Su apretado pecho se calmó mientras la paz se adentraba en su corazón. Calia se dio cuenta de que había estado apretando las manos y mientras las relajaba, vio pequeñas medias lunas en donde sus uñas se enterraron en las palmas de sus manos. Tomó un hondo respiro y cerró los ojos. Ésta vez no vio los horrores de su escape. O, más difícil de asimilar, la visión de su hija. Solamente vio oscuridad, amable y suave. Apaciguó aquello que era tan difícil de asimilar en la totalidad radiante de la luz. Proveía seguridad para las criaturas salvajes y privacidad para aquellos que deseaban crear, sólo por un tiempo, un mundo con solamente dos. Calia sintió la calidez de Saa’ra rozarla como la caricia de una pluma. Duerme ahora, luchadora. No más batallas, no más horrores para ti. Solamente paz y descanso. ―Gracias ―dijo Calia hacienda una reverencia con la cabeza. Mientras caminaba de vuelta a su habitación, una mano en su brazo, la carne fría y anormalmente suave, la hicieron detenerse. Era Elinor, una de las sacerdotisas renegadas. ―¿Calia? ―dijo. Calia no quería nada más que dormir. Pero había prometido siempre estar ahí para aquellos que la necesitaran, y Elinor parecía preocupada. Sus ojos brillantes se movían rápidamente y su voz tenía un tono grave. ―¿Qué sucede, Elinor? ¿Pasa algo malo? Elinor negó con la cabeza. ―No. De hecho, algo podría ir bien por primera vez en mucho, mucho tiempo. ¿Podríamos hablar en privado? 161
―Por supuesto ―respondió Calia. Llevó a Elinor a su pequeña alcoba y las dos se sentaron en la cama. Una vez solas, Elinor no pareció tener más necesidad de hablar. Las palabras escaparon atropelladamente y tan rápido de sus labios curtidos que Calia tuvo que pedirle más de una vez a la sacerdotisa renegada que se repitiera. Los ojos de Calia se abrieron mientras escuchaba y su mente volvió a lo que el Naaru le había dicho: Hay cosas que debes hacer antes de que se te conceda esa paz. Cosas que debes entender, que debes integrar a tu propio ser. Gente que necesita tu ayuda. Lo que uno necesita para sanar siempre vendrá a nosotros, pero a veces es difícil reconocerlo. Los ojos de Calia se llenaron de lágrimas y abrazó a su amiga suavemente. Su corazón se pareció se sentía lleno y esperanzado por primera vez desde que Lordaeron cayó. Ahora tenía un propósito. La sanación venía a ella.
EL PALACIO DEL PLACER DE GALLYWIX, AZSHARA Había muchos lugares en Azeroth en los que Sylvanas Windrunner preferiría no estar. El asquerosamente llamado Palacio del Placer de Gallywix no estaba en lo alto de su lista, pero estaba cerca. Azshara había sido alguna vez una tierra hermosa, llena de espacios abiertos y colores otoñales, y abierta al océano. Entonces los goblins se habían unido a la Horda bajo Garrosh y habían desfigurado la región con su ostentosa marca. El “palacio” en donde ahora se sentaba en una silla demasiado mullida junto a Jastor Gallywix había sido tallado de una ladera. El acantilado de la montaña se había convertido en una “cara” literal para que así el semblante grotesco de Gallywix mirara de soslayo la destrucción de la tierra debajo. El palacio en sí era aún más feo, en la opinión de Sylvanas. Afuera había un gran cesped verde con un camino para alguna clase de juego que incluía una pequeña pelota blanca, una piscina enorme con una zona con calefacción y cantineros y meseras actualmente holgazaneando exceptuando a los que atendían a Gallywix. Por dentro no era 162
mejor. Las mesas escupían comida, mucha de la cual jamás se comerían y unos barriles enormes servían como decoración. Escaleras arriba estaba la habitación del príncipe mercante. Sylvanas escuchó decir que él dormía sobre montones de dinero y ella no tenía ninguna prisa por averiguar si los rumores eran ciertos. Él había estado encantado de recibir su mensaje y siguió ofreciéndole bebidas. Ella declinó todas las veces. Mientras él se daba un capricho, ella le dijo acerca de la reunión en Cima del Trueno, omitiendo la sutil amenaza que le había hecho a Baine, por supuesto. Solamente le daría a Gallywix la información que necesitaba saber. ―Confío en que sus esfuerzos por sanar el mundo no dañarán tus esfuerzos para reunir Azerita ―finalizó. Gallywix rio, su inmensa barriga rebotando y tomó un sorbo de su espumosa y afrutada bebida. ―Nah, nah ―le aseguró, moviendo su gran mano verde―. Ellos pueden tener sus pequeñas ceremonias. En éste punto mi operación es demasiado vasta para ser afectada. Y oye, si los mantiene felices, ese es el punto, ¿tengo razón? Sylvanas ignoró el comentario. ―Hasta ahora tú operación no ha producido mucho que pueda usar ―le recordó. ―Relájate ―dijo―, tengo… ―Gente en ello. Sí, lo sé. ―No, en serio. Tengo a las mejores mentes que conozco en un pequeño lugar en Tanaris. Les di una generosa porción de pegote dorado. Les dije que se volvieran locos ―tomó otro trago y pegó los labios. ―¿Y? ―Y están trabajando en eso ―desvió la mirada. ―¿Exactamente en qué están trabajando? ―Yo, ah… les dije que podían hacer lo que quisieran. Pero ya conoces a los científicos. Ellos pensarán en cosas que ni tú ni yo podríamos imaginarnos. La mejor forma de trabajar. ―Quiero armas, Gallywix. Se terminó la bebida e hizo una seña para que le dieran otro.
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―Claro, claro, tendrán armas para nosotros. ―Quiero que se centren en armas. De otro modo enviaré a cada renegado, elfo de sangre, tauren, troll, orco y pandaren que pueda encontrar y me haré cargo de tu “operación”. ¿Está claro? Huraño, el príncipe mercante asintió. Sin duda sabía que enviaría a su propia gente a tomar las armas que se fabricaban, mientras sus científicos podían hacer otros artículos que él podría vender por su parte para tener una ganancia limpia. Una distracción para Gallywix llegó en forma de un hobgoblin que avanzó pesadamente dentro de la habitación y balbuceó algo que solamente su jefe podía entender. ―Claro, idiota ―dijo el goblin―. ¡Muéstrale el camino de una vez al Campeón Blightcaller! Sylvanas pensó que estaba casi tan aliviada como Gallywix por la interrupción. Nathanos entró, le dio a Gallywix un mínimo asentimiento e hizo reverencia a su reina. ―Mi lady ―dijo―, perdone la intromisión, pero creí que lo mejor sería entregarle ésta carta de inmediato ―se arrodilló frente a ella y le tendió el pergamino. Estaba sellado con cera azul y estampado con la cabeza de un león. ―¡Oh! ¡Conozco ese sello! ―exclamó Gallywix, después dio un sorbo a su cóctel de banana. Sylvanas también lo sabía. Apartó los ojos del pergamino y apuñaló al goblin con una mirada helada. ―Nos disculparás ―dijo ella. Él esperó un momento. Cuando ella se mantuvo en su asiento, alzando una pálida y rubia ceja, Gallywix hizo una cara y se levantó de la silla. ―Tómate tu tiempo ―dijo―. Estaré en el jacuzzi por si quieres venir cuando hayas terminado con éste sujeto ―movió las cejas, entonces se excusó―. Oye, cariño, tráeme otro ponche de piña, ¿quieres? ―¡Claro, jefe! ―respondió la voz chillona de una mujer goblin. Los ojos carmesíes de Nathanos se quedaron fijos en la lejana figura del príncipe mercante. ―Lo mataré ―dijo. ―Oh, no. Ese placer será mío. 164
Sylvanas se puso de pie y miró hacia el pergamino que sostenía. ―Entonces. ¿Esto es de parte del cachorro de Varian? ¿Entregado en Undercity? El rostro de Nathanos era ilegible. ―Sí. Me lo dio el Arzobispo Faol en la mano. Ahora es un renegado. Sylvanas dejó escapar una corta y mordaz risa ante eso. ―Su Luz trabaja de maneras extrañas. ―Así parece. Sylvanas rompió el sello y leyó:
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Sylvanas se puso rígida. Oh, sí. Ella, más que nadie, sabía acerca de familias divididas. Seres queridos asesinados. Ella lo había perdido todo por culpa de Arthas: sus amigos, su familia, su amado Quel’Thalas. Su vida. Su habilidad para cuidar, cuidar de verdad, para sentir realmente cada emoción excepto odio e ira sobre esas cosas. Y ella había intentado una reunión. Había aceptado la oferta de su hermana mayor para llamar a los que Arthas Menethil dejó de toda su familia, para retomar la Aguje Windrunner y limpiarla de todas aquellas oscuras cosas que vagaban ahí. Y tal vez limpiarse ellas mismas de su propia oscuridad al remontarse a un tiempo cuando no existían sombras entre ellas. Pero había sido una tarea inútil. Fueron soles y lunas cuando eran jóvenes. Brillante Alleria, con sus deslumbrantes vestidos dorados, y el joven risueño Lirath. Sylvanas había sido Dama Luna, y Vereesa, la más joven de las tres hermanas, había sido la Lunita. Vereesa se había encorvado y mancillado con la tristeza de un amor perdido. La muerte de su esposo Rhonin en Theramore, una de las tantas víctimas de la bomba de maná de Garrosh Hellscream, la había destrozado. La había destrozado tanto que, por un perdido, solitario, adorable momento, había buscado a su sombría hermana, Sylvanas, y habían conspirado juntas. Vereesa había estado muy cerca de unirse a Sylvanas en Undercity. Muy cerca de unirse a ella en la no-muerte. Pero en el último minuto, el amor por sus hijos vivos había eclipsado el lamento de la Lunita por su esposo muerto. Y así Vereesa se había quedado con la Alianza. Y Alleria, perdida durante tanto tiempo y después milagrosamente devuelta, había invitado a la insondable oscuridad del Vacío en su interior. Le otorgó poderes y fuerza. Pero cambió su aspecto y también quién era, en quién se estaba convirtiendo. Sylvanas sabía lo suficiente acerca de lo que esos poderes podían hacer, para reconocer la marca de dedos fríos en Alleria. En cuanto a sus propias sombras y oscuridad, Sylvanas los conocía demasiado bien para examinarlos ahora. El plan del niño rey era uno muy tonto. Él todavía creía que la gente podía cambiar. Oh, ciertamente podían. Alleria, Sylvanas y Vereesa eran la prueba. Pero no era un cambio para mejor; al menos, Anduin no lo vería de esa forma. ¿Por qué estaba tan enfadada? El cachorro se había metido bajo su piel aún más que el Lobo.
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―Es todavía más tonto de lo que creí si piensa que no veo a través de su trampa ―dijo Sylvanas, haciendo la carta una pelota―. ¿Qué piensas de ese Arzobispo Faol que te dio la carta? ―Realmente es un renegado. Parece genuino, aunque cuando sugerí que te jurara lealtad a ti y a la Horda, él objetó. Dijo que prefería servir a la Luz antes que a reyes o reinas. ―¡Ja! ―dijo Sylvanas con humor― Lo liberé para ser un renegado para que pudiera tener libre albedrío y así me pagan. No importa. Te creo si dices que es inofensivo. ―Es poderoso, Dama Oscura. Pero no es un enemigo. También le llevó una carta a la cabeza del Concejo Desolado. Sylvanas se tensó. ―Veo que los espías del rey están trabajando duro si Wrynn sabe del Concejo ―Wrynn. Durante mucho tiempo significó Varian. Extraño. ―Posiblemente. Debemos recordar que muchos de los nuestros se mueven libremente en el Templo de la Luz Abisal. Además, la carta que le envió no mencionaba al concejo. Resulta que hasta hacer muy poco, Elsie estaba entre los renegados que tenían familia viva. Su esposo, Wyll Benton, sirvió a Varian y Anduin Wrynn. ―¿Elsie? ―Era el nombre que Wyll tenía para Vellcinda y ahora lo ha reclamado ―explicó Nathanos. La mayoría de los renegados habían tomado nuevos nombres o apellidos. Lo habían hecho para marcar su renacimiento como renegados, para dejar a un lado sus viejas identidades y comprometerse juntos como un grupo unificado. Sylvanas se sorprendió al ver que su pecho dolía al escuchar que Vellcinda había rechazado su nombre de renegada. “Vellcinda” era un nombre con dignidad, serio. “Elsie” era… bueno, evocativo de lo que la mujer había sido en vida. Común y ordinario. Y humano. Sylvanas se centró en la otra parte de la información que su campeón le había proporcionado. Éste plan de Anduin de pronto parecía mucho menos estratégico que personal si había perdido a un sirviente devoto. Lo cual lo hacía mucho menos amenazador. Aun así… ―Es probable que Vellcinda haya servido también a la familia real ―Sylvanas no iba a dignificar el nuevo nombre de la Primer Gobernadora al utilizarlo.
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―Sí. Ella trabajaba en las cocinas ―prosiguió Nathanos―. Se entristeció al escuchar sobre el fallecimiento de su esposo. Ésta propuesta tiene su aprobación, pues ella cree que ella ya no está tan sola al tener buenos recuerdos de sus familiares. Sylvanas negó con la cabeza. ―Éste cese al fuego es un error. Tan sólo llevará dolor a mi gente. Ellos no pueden ser humanos y poner ésta tentación de reunión con sus seres queridos solamente resultará en ellos desconectándose de lo que verdaderamente son, renegados. Ellos se volverán cáscaras con el corazón roto, deseando algo que jamás tendrán. No tengo deseos de verlos sufrir así ―De nuevo, ella pensó en su propio intento de conectarse con los vivos y cómo lo único que hizo fue remover viejos fantasmas que estaban mejor descansando en paz. ―Podrías sacar ventaja de esto ―dijo Nathanos―.Vellcinda dijo que muchos renegados desean que su próxima muerte sea su Última Muerte. No desean seguir existiendo. Y una razón bastante citada es que ellos desean estar con aquellos que amaron mientras vivían. Sylvanas giró lentamente la cabeza hacia él, considerando sus palabras. ―Si autorizas ésta experiencia, ésta reconexión con personas que amaron en vida, y se los presentas como algo que tú les has concedido generosamente, tal vez estén más dispuestos a aceptar tu solución: encontrar maneras de evitar que los renegados se extingan. ―Es fraternizar con el enemigo ―dijo Sylvanas―. Dejarlos interactuar con la vida y los vivos. ―Tal vez. Pero, aun así, es solamente por un día. Dales ésta esperanza, éste momento con personas que creyeron jamás volverían a ver. Entonces… ―Entonces yo tengo poder sobre su felicidad, al menos en ese aspecto ―finalizó―. O tal vez decidan que odian a los vivos y serán aún más devotos a su Dama Oscura ―De cualquier manera, Sylvanas ganaría. Él asintió ―Por lo menos les demostrará que escuchas sus preocupaciones. De verdad creo que el Concejo Desolado es completamente inofensivo. No son traidores radicales. Dales esa oportunidad, una vez. Si ves beneficios, puedes decidir si deseas repetirlo. ―Tienes un buen punto ―abrió la arrugada carta y la leyó de nuevo ―Será difícil para mis arqueros detener sus manos con tantos humanos frente a ellos.
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―Te obedecerán, mi reina ―Dijo Nathanos. Era la verdad. Sus forestales oscuras jamás soltarían una flecha sin sus órdenes. Y Sylvanas no estaba lista para una guerra con la Alianza, no por esto, al menos. Ella tomó una decisión ―Aceptaré ésta invitación en nombre de mis renegados. Regresa a Undercity. Informa a Vellcinda Benton que su reina es solidaria con su deseo y que la visitaré para discutir con más detalle ésta reunión. Haz que comience por recopilar una lista de los miembros del concejo que tengan parientes vivos en Stormwind. Obtén sus nombres y su información. Le daré la lista a Anduin para que pueda localizarlos y determinar si ellos también desean participar. ―Hay más que solamente miembros del concejo que desearían poder participar ―dijo Nathanos―. Muchos fueron a la ceremonia conmemorativa y son solidarios con ellos. Pero Sylvanas negó con la cabeza. ―No. Esto debe ser un número reducido para que pueda controlar la situación. Sólo miembros del Concejo. ―Como mi reina desee. Si me permites hablar libremente, creo que has tomado una sabia decisión. Por lo que he visto, creo que esto calmará cualquier rumor de descontento. ―Lo hará de una forma o de otra ―sonrió fríamente―. También pavimentará el camino para tomar Stormwind. Había pensado que un ataque sería la única forma de tomarlo. Pero si el joven rey confía en nosotros, un día cercano podremos cruzar esas magnificas puertas en una bienvenida amigable. Una vez más, sus pensamientos viajaron a la asombrosa sustancia que era la Azerita. Lo que podía hacer. Lo que podía crear. Lo que podía destruir.
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CAPÍTULO VEINITUNO TANARIS
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oco después de que Saffy hubiera accedido —“por tu propio libre albedrío”,
había enfatizado Grizzek— para ayudarle a sondear el potencial de la mágica, maravillosa, milagrosa Azerita, Gallywix les había enviado un único y gran barril con cosas junto con una nota: ¡Ustedes dos chicos creativos vuélvanse locos! Los primeros experimentos habían cubierto los pasos básicos: intensificar las propiedades del material probándolo bajo varias condiciones. Expuesto a la luz del sol y de la luna. Sellado y expuesto al aire. Sumergido en varios líquidos, incluyendo ácido y otros químicos altamente peligrosos. Esa había sido la parte preferida de Grizzek hasta ese momento. Durante un experimento, Saffy notó que la sustancia de un veneno peligroso, espesa parecida a la brea que habían esparcido en un pedazo de muestra había cambiado de color. ―Mira esto ―dijo ella. Rápidamente ella agarró una ampolleta del antídoto y lo dejó a una distancia de fácil acceso. Entonces, antes de que Grizzek pudiera siquiera aullar de sorpresa, había estirado una mano y tocado el veneno descolorido. ―¡Saffy, no! ―Se lanzó hacia ella y tomó su brazo con una mano y el antídoto con la otra. ―Espera un minuto ―dijo Saffy―. Ésta cosa ya debería estarse comiendo mi piel. Pero mira. Estoy bien. Ambos miraron fijamente el veneno en la mano de ella, después el uno al otro. ―Nada arriesgado, nada ganado ―murmuró Saffy. Y lamió la cosa de sus dedos. 171
Grizzek dejó escapar un grito ahogado. Saffy apretó los labios. ―¡Sorprendente! Ésta sustancia altamente corrosiva y venenosa ahora sabe a fruto solar y cerezas ―dijo. ―Tal vez siempre ha sabido así ―ofreció Grizzek. Su voz tembló un poco. ―No, se supone que es totalmente insabora. ―Sí, como sea, sólo… sólo no hagas cosas como esa, ¿de acuerdo, Saffy? ―Ella lo miró y vio que se había puesto pálido. Se había preocupado por ella. No preocupado como oh, voy a perder a mi compañera de laboratorio sino preocupado como si… Saffy no podía permitirse pensar en eso. Tenían trabajo que hacer. Traer viejos sentimientos de vuelta solamente sería una distracción. Además, siempre se habían llevado mejor como compañeros de laboratorio. Ella volvió su atención a su mano. ―Esto es… importante, Grizzy. Realmente importante. A largo plazo, ¿quién sabe lo que pueda hacer ésta cosa? Solamente hemos visto que puede neutralizar veneno. Apuesto que también puede sanar heridas. Tal vez pueda alargar la vida ―sacudió la cabeza con incredulidad―. ¡Qué regalo! ¡Vamos, de vuelta a ello! ¡Hay mucho que necesitamos saber! Después de que terminasen todo, probaron la Azerita en su forma líquida, después estuvieron las pruebas para determinar si, una vez endurecida, se podía romper. Nada podía. Ni una espada, ni un martillo, ni un destructor goblin, ni siquiera un aparato que Grizzek había llamado Crunchola, del cual le hizo una demostración a Saffy. Era un destructor modificado, pero uno de sus miembros operados mecánicamente estaba equipado con una mano incrementada por un rayo de energía. ―La idea ―explicó Grizzek―, es que el pulso de energía aumente la presión para que sea siete veces más fuerte que una mano normal. ―Ese es un número raro ―observó Saffy, perpleja. ―¡Lo es! Le tomó un segundo, entonces dijo llanamente. ―Me refiero a que es inusual. ¿Por qué no diez o quince?
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Él hizo un mohín. ―Se supone que el siete es de la suerte. Ella rodó los ojos. Sacaron una cubeta de la Azerita líquida de un barril fuertemente sellado que Gallywix les había proporcionado y lo dejaron a la intemperie para que se endureciera. La sustancia se deslizó fácilmente una vez que estuvo lista y era sorprendentemente liviana. La Crunchola o “Crunchy”, como Grizzek, quien parecía inexplicablemente encariñado con esa cosa, la apodaba, agarró el trozo de Azerita en su mano suertuda energéticamente mejorada. Grizzek subió el switch. La Crunchola apretó, fuerte… muy fuerte. Y entonces Grizzek chilló aterrado mientras sus cuatro dedos se rompieron. ―¡Tu mano! ―gritó― ¡Crunchy, lo siento! Saffy miró sus notas y tachó “PRUEBA NÚMERO 345: Crunchola” y escribió “Azerita 1, Crunchola 0.” ―Un recurso que nos hace falta es un mago ―comentó Saffy, echando un vistazo a Azerita intacta y con forma de cubo―. ¡Sería fascinante ver cómo la afecta la magia! ―Si de verdad quieres que se unos una uno, podría preguntarle a Gallywix ―Grizzek no sonaba muy convencido de ello y Saffy se tensó ante el pensamiento. ―Ta vez después. Por ahora llevamos un buen ritmo solamente con nosotros dos ―Estaba sorprendida por lo que decía, pero era innegablemente cierto. El pensamiento de una tercera persona entrando al laboratorio se sentía equivocado de alguna forma. Grizzek pareció alegrarse por sus palabras. ―Sí, es verdad ―dijo. Se bajó de la Crunchola, tocando su brazo tristemente―. Te repararé, amiga ―prometió. Entonces respiró hondo y se volvió hacia Saffy. ―La magia puede ser la segunda fase ―dijo Grizzek―. Primero acabemos con nuestros propios recursos y nuestra imaginación. Dale al pequeño Gally una base de lo que podemos hacer con ciencia pura. Saffy rio ―¿Pequeño Gally? Grizzek se rascó la enorme nariz y rio un poco entre dientes. ―Sí ―dijo―. Tonto, pero el “chico” me molesta mucho”.
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―Creo que es perfecto ―anunció Saffy. Sus ojos se encontraron y la expresión de Grizzek era desprevenida. ―¿Lo crees? ―preguntó con sorpresa. ―Síp ―respondió―. Las bolsas de aire ostentosas necesitan de vez en cuando un firme pinchazo. Desinflarse es mejor que explotar. ―¿Para él o para nosotros? ―Oh, para él, definitivamente. No me importa si él explota. Se rieron juntos, igual que hacían en los viejos tiempos, en esa estrecha banda en la que todo había sido perfecto y se habían vuelto locos por el otro, en lugar de volver loco al otro. Ten cuidado, Saffy, se recordó la gnoma. No lo eches a perder. Todo está yendo demasiado bien para que las cosas se arruinen. ―Hemos reunido una buena base de referencia en la naturaleza de ésta sustancia en aislamiento ―dijo ella―. Reuniré mis notas y después podemos seguir para ver lo que sucede cuando tratemos de darle forma o manipularla, o combinarla con otros objetos. ―¡Oooh! Deberíamos hacer objetos usables. ―¿Cómo anillos y cadenas? ―¡Sí! El pequeño Gally me dio la idea involuntariamente. Usó el primer trozo conocido de ésta cosa como un adorno para su bastón. Podemos experimentar con ello y ver cómo hacer amuletos, anillos y otras baratijas. ¿Crees que lo podamos mezclar con otros metales? ―Lo averiguaremos! ―esa era su especialidad― Pero primero debería reunir éstas notas. Sin embargo, Grizzek negó con la cabeza. ―No. Eso puede esperar. Ve afuera, despeja tu cabeza. ―Nunca salgo. ―Lo sé. Pero debes hacerlo. Las Lunas saldrán pronto. Anda, vete. Yo me encargaré de la cena ―No lo dijo de forma desagradable. ―¿Aún quemas todo cuando cocinas? ―preguntó.
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―Estos días no tanto ―Hizo un ademán como si apartara algo. Con un mohín, Saffy caminó lentamente a la playa. No estaba sola, por supuesto; los rufianes de Gallywix estaban colocados alrededor del enclave e incluso patrullaban las palayas. Pero mantenían sus distancias y no molestaban demasiado ni a Grizzek ni a ella. Había puesto una silla y había una mesa. También estaba puesta una sombrilla, aunque no era como si se necesitara una a esa hora. Mientras Saffy se acomodaba en la silla, tuvo que admitir que el cielo era totalmente glorioso y la luz de la luna en el océano era asombrosamente relajante. Normalmente a Saffy le tomaba un momento relajarse cuando su cerebro estaba fitrando cosas rápidamente. Ella escuchó el ruido de algo estruendoso detrás de ella y giró para ver a Grizzek equilibrando una bandeja en una mano y cargando una silla con la otra. No dijo nada mientras colocaba la bandeja en la mesa y colocaba la silla. ―Vino ―dijo Saffy, sobresaltada—. Serviste vino. ―Sí ―gruñó―. Tenía una botella por ahí. Sabía que te gustaba esa cosa. Realmente él no había cocinado, razón por la que probablemente el lugar seguía de pie. Solamente había recalentado algo de estofado de mariscos que ella había hecho para almorzar y agarró algo de pan. Comieron en silencio, escuchando el sonido del mar. Saffy estaba pensando mucho y no acerca de la Azerita, aunque eso quería aparecerse en las esquinas de su cavilación. ―Grizzek ―dijo ella. ―¿Sí? ―Cuando llegué me llamaste por mi sobrenombre ―al menos uno de ellos; ellos tenían bastante durante ese periodo de tiempo donde las cosas iban bien. Su matrimonio había sido, bueno, bastante corto. Primero habían sido compañeros de laboratorio, y eso había ido bien, pero entonces habían sido lo suficientemente idiotas para enamorarse. Su primero mes había sido glorioso, el epítome de una gran historia de amor. Y entonces se había desmoronado igual que uno de los defectuosos y mal diseñados dispositivos de Grizzek. De pronto, todo lo que uno hacía irritaba al otro más allá de la tolerancia. Muchas cosas fueron arrojadas y rotas, y una vez Saffy se halló gritando tanto que perdió la voz. Ese había sido un día horrible. Grizzek se había sentido libre para mofarse de ella y ella no pudo lanzar una réplica concisa. No obstante, ni siquiera la molestia de ese terrible día parecía coartar su colaboración actual. Trabajaban juntos casi impecablemente, escuchando lo que el otro tenía que decir, ofreciendo sugerencias, formando una verdadera asociación. Saffy estaba 175
reacia a admitirlo, pero las últimas semanas trabajando junto a Grizzek habían sido bastante buenas. Maravillosas, de hecho. Eso era casi tan increíble como el extraño material que ella y su ex-esposo habían estado trabajando. Lo escuchó olfateando y aclarándose la garganta. ―Sí ―dijo―. Creo que sí te llamé Punkin. Lo siento, creo. Saffy bebió un sorbo de su vino y pensó un poco más. ―Éstas últimas semanas han sido buenas. ―Sí, tienes razón. ―Me recuerda viejos tiempos ―dijo con cautela. ―También a mí ―dijo en voz baja. Ella quería hacer mil preguntas. ¿Todavía me extrañas? ¿Por qué crees que ya no nos odiamos? ¿La Azerita está afectando lo que sentimos por el otro? ¿Solamente estamos bien cuando trabajamos? ¿Sería un error volver a intentarlo? En su lugar, dijo. ―Ésta Azerita… es muy sorprendente. Podría ayudar a mucha gente. ―Eres una genio, Saffy. Una absoluta genio. Vas a crear muchas cosas… ―Y tú, Grizzy ―dijo Saffy con entusiasmo―. Tus robots y tus lanzadores y esas pequeñas naves de guerra indivuales, ¡la Azerita ayudará con todo eso también! ―¿Lo crees? ―¡Lo sé! ―Saffy, haremos que éste mundo nos tome en cuenta, a ti y a mí. El cielo es el límite. Despacio, su corazón latiendo tan rápido como el de un conejo, Sapphronetta Flivvers deslizó la mano al otro lado de la mesa. Y sintió la zarpa grande y callosa de Grizzek cerrarse sobre ella. Gentilmente, protectoramente, como si fuera lo más preciado en el mundo. Y Saffy sonrió.
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Entre besos y coqueteos, la reunida y reinteresada pareja tuvo una asombrosa cantidad de investigación hecha. Mezlcaron la Azerita con una gran variedad de metales diferentes e inlcuso la utilizaron como pintura. Hicieron colgantes, anillos, brazaletes y aretes. Y fabricaron una armadura. Era fea, una cosa con diseño goblin, pero no pretendía ser bonita. Sobrevivió tres minutos enteros de bombardeo por un reconstruido Lightning Blast 3000. El único daño fue un leve derretimiento del metal. Todo eso había requerido únicamente una pequeña porción de Azerita. Entonces Saffy decidió volverse una completa alquimista gnómica. Comenzó a experimentar con pociones. Con una sola gota en la cabeza totalmente suave y verde de Grizzy, creció una magnífica melena de grueso y brilloso cabello negro que le llegaba a la espalda. ―¡Aaaah! ―se quejó― ¡Córtalo, córtalo! Cuando una gota de veneno se mezcló con Azerita caliente, se logró un resultado similar al anterior experimento en el que Saffy había lamido el veneno. Cuando vertió la mezcla en una planta con problemas, la palmera dobló su tamaño. ―Esa es una proporción elevada de Azerita al veneno ―reflexionó―. Veamos lo que pasa cuando invertimos la proporción. ―Ten cuidado, Punkin ―dijo Grizzek con preocupación―. Apenas te encontré de nuevo. El corazón de Saffy se sintió cálido, dio un vuelco en su pecho y se volvió pasta. Figurativamente, por supuesto. Ella se acercó y lo besó profundamente. ―Tomaré cada precaución e incluso más. Él rondaba ansiosamente mientras ella preparaba el veneno, entonces se ofreció a ser quien la mezclara con la Azerita. ―¡Oh, Grizzy, eres tan dulce! Pero no sabes con exactitud cuánto usé. Sacando la lengua para poder concentrarse mejor, Saffy vertió la cantidad exacta de Azerita en el vaso de veneno. No hubo cambio visible en la sustancia mientras la movía suavemente para mezclar los contenidos. Entonces respiró hondo y vertió una sola gota en la planta.
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La reacción fue inmediata. La planta pasó de ser casi absurdamente de un saludable y vibrante color verde esmeralda, a un amarillo enfermo primero y después a negro. Se marchitó, totalmente muerta. La miraron fijamente, después al otro. No dijeron nada. Saffy lo probó en otra planta. Pero ésta vez, antes de que los efectos del veneno se manifestaran visualmente, cortó una parte. Los dos científicos juntaron sus cabezas mientras observaban la sección pudrirse ante sus ojos, como si cada fragmento que componía la planta hubiera sido atacada al instante. Saffy habló primero. ―Aumentemos la cantidad de Azerita. Mientras lo hacían, Feathers voló dentro de la habitación e hizo círculos sobre sus cabezas. ―¡Grandes y feos invitados! ¡Grandes y feos invitados! ―graznó. Se miraron con los ojos abiertos. ―Espero que no sea Gallywix ―murmuró Grizzek―. Con algo de suerte sólo son los rufianes. Me desharé de ellos. Ya vuelvo. Los ojos de Saffy lo siguieron mientras se marchaba. Ella nunca antes había contemplado “sólo los rufianes” como una frase esperanzadora, pero la alternativa podría ser mucho peor. Todavía no estaban listos para mostrarle nada al líder del Cártel Pantoque y decir que lo que acababan de presenciar la había dejado intranquila era subestimarlo igual que decir que la Espada de Sargeras era un cuchillo clavado en el suelo. Se tomó un momento para revisar sus notas, catalogando las proporciones exactas, después doblando la cantidad de Azerita en la mezcla mortal. Solamente había vertido una porción en otra planta con resultados casi idénticos cuando Grizzek volvió. Su color normalmente de un sano verde esmeralda se había empalidecido a un verde enfermizo. ―No te ves bien, Grizzy ―murmuró Saffy. ―Bueno ―dijo con pesar―. Tengo buenas y malas noticias. Las buenas noticias son que de hecho solamente eran los rufianes. Saffy dejó escapar un suspiró que no se había dado cuenta que había estado reteniendo.
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―Gracias al cielo por esos pequeños milagros ―dijo. ―Las malas noticias son que Gallywix quiere una demostración en dos semanas. Y, ―Grizzek agregó con pesadez― quiere que nos enfoquemos en armas.
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CAPÍTULO VEINTIDÓS UNDERCITY
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arquall Fintallas estaba de pie con los otros miembros del Concejo Desolado
por lo que, esperaba, fuera su reunión más productiva hasta la fecha. Ésta vez, estaba de pie un escalón más debajo de lo usual, igual que los otros miembros. La misma Primer Gobernadora se paró no en la escalera más alta sino un escalón más abajo. Ésta vez alguien más —alguien que debió haber estado en cada una de las reuniones del concejo— por fin estaría presente y ocuparía ese lugar. El Arzobispo Faol, quien se había convertido en un regular en Undercity durante las últimas semanas, estaba de pie junto a Elsie. Juntaron sus cabezas y hablaron en voz baja. El salón estaba totalmente lleno. Todos aquellos que respiraban hondo, sin dudar encontrarían difícil hacerlo en ese lugar; Parqual estaba muy consciente de eso, aunque algunos renegados se habían secado más que podrido, muchos de ellos habían sido revividos mientras se pudrían y el olor no podía ser uno placentero. Elsie estaba sonriendo. Igual que muchos de los que estaban ahí reunidos. Estaban emocionados por estar presentes en esa reunión. Parqual estaba feliz también, pero no estaba tan esperanzado como ellos acerca de los resultados finales. Él y algunos otros querían avanzar más rápido de lo que hacía la paciente y tolerante Elise. Él no esperaba que Sylvanas se moviera a paso rápido, pero estaba dispuesto a escuchar lo que tuviera que decir. De una sola vez, el salón se quedó en silencio. Parqual se giró y vio la figura de Nathanos Blightcaller de pie en la entrada al final del largo corredor que llevaba a ese gran salón. Nathanos esperó un momento y entonces anunció:
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―La Reina Sylvanas Windrunner, Jefe de Guerra de la Horda y querida Dama Oscura de los renegados, ha llegado. Se alzó un vítor. No tan animado como el bramido de un orco o tan dulce como un hurra de un elfo de sangre, pero tan genuino como podía ser viniendo de gargantas muertas. Y entonces ella estaba ahí. Incluso ahí, en el lugar más seguro del mundo para ella, Sylvanas Windrunner había escogido no quitarse la armadura, reflexionó Parqual. ¿Simplemente nunca se la quitaba? Se paró erguida y alta, no como muchos de aquellos que la adoraban. Aún hermosos, considerando que habían sido devastados por la muerte y el renacimiento. Entonces ella inclinó la cabeza aceptando su adoración y dio zancadas con un suave y elegante andar hacia su lugar como reina de los renegados. ―He extrañado éste lugar ―dijo ella y miró a su alrededor con cariño, asintiendo a algunos individuos que reconoció―. Y los he extrañado, mi pueblo. Los orcos, elfos de sangre, trolls, tauren, goblins y panderen son dignos y leales miembros de la Horda, pero no tienen el lazo único que ustedes, los renegados, y yo tenemos. Hubo un estruendo de apreciación por el reconocimiento. Con otras razas, hubiera habido aplausos y ruido con los pies. Los renegados, por otro lado, habían aprendido que no era sabio desgastar prematuramente sus apéndices con tales gestos. Aplaudir era malo para las manos. Sylvanas miró hacia abajo a Elsie. ―Primer Gobernadora. Escucho de mi leal Nathanos que has cuidado bien de mi reino durante mi ausencia. Elsie inclinó la cabeza e hizo una reverencia tan profunda como pudo. ―Únicamente porque estuvo ausente, mi reina. Todos estamos profundamente contentos de tenerla de regreso. ―Sólo por unas horas, desafortunadamente ―dijo Sylvanas. El arrepentimiento en su voz sonó sincero―. Pero en éste tiempo, espero ser capaz de establecer algunas cosas que complacerán a todos aquí ―nuevamente volvió a mirarlos a todos. ―Entiendo que la Primer Gobernadora también ha recibido una carta del rey de Stormwind. Él propone un día de cese al fuego en las Tierras Altas de Arathi para mantener una reunión de renegados y humanos. Familias o amigos que han sido separados por la matanza que tuvo lugar en ésta ciudad hace apenas unos años. 181
Sylvanas volvió su mirada carmesí al Arzobispo Faol. ―Arzobispo Faol ha estado hablando con él y con el Concejo Desolado. ¿Qué opina al respecto, Arzobispo? Faol no respondió de inmediato. Miró a la multitud reunida, después de nuevo a Sylvanas ―Puede confiar en el Rey Anduin, Su Majestad. No pretende hacer un mal. Sé por mis conversaciones con la Primer Gobernadora y con otros en Undercity que todos los que están reunidos aquí hoy, y otros tantos renegados que no pudieron estar presentes, están a favor de ésta reunión. Aún está por verse si la mitad humana de éste plan también está dispuesto. Si lo están, otros sacerdotes del Cónclave y yo estaremos honrados de supervisar el evento. Un murmullo animado se levantó a través del salón. La Dama Oscura caminó de un lado a otro durante un momento, considerándolo. O fingiendo que lo consideraba, pensó Parqual. Ella ya sabe lo que hará. Éste momento es para nuestro beneficio. Finalmente se detuvo y encaró a la muchedumbre. ―Lo permitiré. Se elevó un vítor. No un murmullo de aprobación sino uno genuino, incluso más fuerte que el que había recibido a la Dama Oscura. Sylvanas dejó que sus labios se curvaran en una débil sonrisa, entonces alzó su mano, llamando al silencio. ―Pero ante todo debo asegurar la seguridad de mis queridos renegados ―dijo―. Así que esto es lo que le diré al rey cuando responda. Cada miembro del Concejo Desolado proporcionará cinco nombres, ordenándolos por preferencia, de personas en Stormwind que les gustaría ver. Si estos individuos aún viven, serán contactados y se les preguntará si desean participar. El rey y un sacerdote seleccionado por el buen arzobispo solamente aceptarán a aquellos que consideren serios para asistir. Le diré que su gente podrá reunirse en el Castillo de Stromgarde. En la fecha pactada, volaremos a la Muralla de Thoradin antes del atardecer. El Campeón Blightcaller, yo y doscientos de mis mejores arqueros estaremos ahí… en caso de que el rey humano decida traicionar nuestra confianza. Era posible. Era improbable de ese rey si la mitad de las cosas que Parqual había escuchado acerca de él era verdad, pero era en verdad posible. Y debía admitir que las palabras de Sylvanas eran reconfortantes. ―Veinticinco sacerdotes irán montados en murciélagos y estarán patrullando activamente el campo. En caso de un ataque abierto, equipos de mis forestales oscuras y 182
otros serán enviados a defenderlos. Permitiré que el rey mantenga un número similar de sacerdotes defensores, aunque no espero que ningún miembro del concejo inicie los enfrentamientos. Era mucho para proteger a veintidós renegados. Sin embargo, Parqual estaba muy consciente del significado de esa reunión, tanto como lo estaban, claramente, Anduin y Sylvanas. ―Al amanecer, se encaminarán hasta la mitad del punto que será marcado por los estandartes de la Horda y la Alianza. El Arzobispo Faol y su asistente se encontrarán con ustedes ahí. Igual que sus equivalentes de la Alianza. Parqual había pensado que ya estaba bastante más allá de la forma en la que esas cosas le causaban una profunda emoción, pero aparentemente no era así. Philia. ¿Serían capaces de encontrarla? ¿Le gustaría ir? ¿Qué pensaría si lo hiciera? De pronto él estaba sumamente consciente de cuan encorvado y retorcido estaba su cuerpo, de carne que apestaba, colgando de huesos expuestos. ¿Estaría aterrorizada? No. Ahora que la posibilidad se manifestaba, se dio cuenta que la había agraviado al temer su repugnancia. No su Philia. Tenía una tranquila certeza de eso. Si su corazón todavía pudiera latir, estaría latiendo deprisa por la emoción. Sintió un toque gentil en su hombro derecho y se giró hacia Elsie. Ella sonreía por él. Oh, Elsie, si tan sólo tu Wyll hubiera vivido un poco más. Sin embargo, Sylvanas, aparentemente ignorante de cuán profundamente lo habían afectado a él y a los demás, prosiguió. ―A todos los participantes se les permitirá quedarse en el campo hasta el atardecer. A esa hora, regresarán al muro y los humanos al Castillo de Stromgarde. Se detuvo nuevamente, escudriñando a la multitud. ―Obviamente lo que acabo de decir es asumiendo que todo se desarrolle sin contratiempos. Existe una posibilidad de que no sea así. Si percibo cualquier tipo de peligro para ustedes, optaré por ordenar una retirada inmediata. Una bandera renegada, no una de la Horda, ondeará en las defensas del muro, y sonará un cuerno. Si la Alianza decide ordenar una retirada sucederá lo mismo, excepto que ondearán la bandera de Stormwind en el Castillo de Stromgarde y sonará su propio cuerno. Si cualquiera de los cuernos suena, deberán dar la vuelta y volver de inmediato al muro. Su voz sonó como un látigo e hizo eco en la gran cámara. El efecto fue helado y la multitud se quedó totalmente en silencio.
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―Ahora pues. ¿Hay alguna pregunta? Parqual se calmó y levantó su mano. La brillante mirada roja cayó sobre él. ―Habla ―dijo Sylvanas. ―¿Se nos permitirá intercambiar cosas? ―Se permitirá intercambiar baratijas de la siguiente manera ―dijo Sylvanas―. Antes del evento, cualquiera cosa que deseen darle a sus contrapartes serán examinadas. Habrá áreas en el campo en dónde deberán colocarse en mesas cuando lleguen al lugar de reunión. La Alianza hará lo mismo. No toquen nada que hayan dejado en las mesas mientras estén en el campo. Al final del día se recolectarán esos objetos y se revisarán para asegurarnos de que son seguros y no contienen nada sedicioso. Serán distribuidos a ustedes más tarde ese día. La Alianza hará lo mismo con sus regalos, espero. ―Nuestra Dama Oscura es muy generosa ―dijo Parqual. Sylvanas inclinó la cabeza ―Me imagino que tienes un objeto que te gustaría compartir. ―Sí ―pensó con cariño en un juguete que Philia alguna vez quiso. Lo había dejado atrás cuando… ―Entonces espero sinceramente que la Alianza no decida tirarlo ―dijo Sylvanas en una voz suave, ronroneante. Era un pensamiento cruel y Parqual no quería entretenerlo. ―¿Alguna otra pregunta? Otra mano se alzó. ―¿Podremos tocarlos? ¿A nuestros seres queridos? ―Podrán ―respondió Sylvanas―. Aunque no puedo garantizarles que ese toque sea bienvenido. De nuevo un pensamiento desagradable. La duda se removió en la mente de Parqual pero la forzó a quedarse atrás. No su Philia. Él había esperado que escuchar acerca de su líder lo haría sentir mejor, en cambio, se sentía inestable e infeliz. Otros también parecían sentirse de ese modo. Y entonces entendió. Sylvanas no quería que lo hiciera, pero no podía salir y simplemente prohibirlo. Había demasiados de ellos. Sus ideas comenzaban a propagarse. Incluso gente como Elsie, que eran completamente leales a la Dama Oscura, que la amaban… incluso Elsie
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quería llevar a los renegados en una dirección diferente. Así que Sylvanas estaba haciendo lo que podía para robarles cualquier pequeño placer en la planeación. De pronto vio a su “reina” bajo una nueva luz. Vio muchas, muchas cosas bajo una nueva luz. Como si estuviera leyendo su mente, Sylvanas dijo. ―Me doy cuenta que no sueno optimista. Eso es porque no lo soy. Les confieso ahora que no me gustaría que lo hicieran. No porque me gustaría negarles alguna alegría sino porque no me gustaría verlos heridos. Están preparados para abrazar a sus parientes vivientes. ¿Pero ellos sienten lo mismo? ¿Qué harán si ellos no desean verlos? ¿Si piensan que ustedes son abominaciones, monstruosidades en lugar de los admirables y valientes renegados que son? Si soy cruel es únicamente por ser compasiva. ―¡Todos lo sabemos, mi lady! ―exclamó Elsie. ―Gracias, Primer Gobernadora ―dijo Sylvanas―. ¿Hay más preguntas? Tenían que haber. Pero nadie se atrevía a hacerlas y Parqual pensó que ya había atraído demasiado la atención a sí mismo. ―Si no las hay, Primer Gobernador, tengo algunas para ti. ¿Te reunirás conmigo más tarde para discutirlas? ―Como desee mi reina ―dijo Elsie. Ella se volvió a la multitud―. Todos, espero que compartan mi placer e ilusión por el evento venidero con sus seres queridos. Me gustaría agradecer nuevamente a la Jefe de Guerra Sylvanas por permitir que esto pase. Es mi más afectuoso deseo en el mundo que esto vaya sin contratiempos para que podamos ver a nuestros amigos y familiares más en nuestro futuro. ¡Por la Dama Oscura! Otro vítor se alzó y Sylvanas sonrió fugazmente, después bajó de la tarima. La multitud de renegados se abrió para ella. El vítor continuó hasta que Sylvanas, flanqueada por dos forestales oscuras, desapareció en el corredor. Parqual se giró hacia Elsie. ―Pareces un poco melancólica ―dijo―. Creí que estarías feliz. ―¡Oh! Oh, sí, lo estoy. Aunque admito que me estoy autocompadiciendo un poco. Deseo haber sido capaz de ver a mi Wyll. Mostrarle que después de todo éste tiempo aún tengo mi anillo de bodas. Sorprendido, Parqual bajó la mirada a su mano. Ella rio.
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―Oh, no, por supuesto que ya no me queda. Mis manos son demasiado huesudas y no me gustaría arriesgarme a perderlo. Sin embargo, está seguro en mi habitación en la posada. Él pensó en Philia. ―Elsie, lo siento mucho ―dijo. Ella agitó la mano. ―No te preocupes por mí. He tenido más suerte y amor que muchos. El legado de Wyll será que muchos otros serán capaces de experimentar algo maravilloso gracias a él. Está bien si nosotros dos no pudimos tenerlo. Uno no puede tenerlo todo. Ella se inclinó a Parqual como si quisiera conspirar y susurró. ―Aun así, pondré el anillo en una cadena y lo usaré en la reunión. ―De alguna forma creo que él lo sabrá ―dijo Parqual y lo decía en serio.
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CAPÍTULO VEINTITRÉS STORMWIND
F
rancamente Anduin había esperado o un rechazo inmediato de parte de
Sylvanas o una cadena de comunicación de ida y vuelta muy retrasada. Para su alegría —y sorpresa— la líder de la Horda había respondido prontamente que estaba en verdad interesada en apoyar su propuesta. Pero, Sylvanas había escrito:
Empezaremos con un pequeño y bien examinado grupo. No me arriesgaré a tentar a los menos nobles entre tu gente para asesinarlos.
También había una segunda carta. Ésta había cimentado la rectitud de la decisión en su mente, y también había tocado su corazón.
Querido Rey Anduin, Gracias por tomarte el tiempo de escribir una nota tan amable informándome del fallecimiento de mí querido Wyll. Él estaba terriblemente encariñando con tu familia y me alegra saber que el niño que él cuidó se conviritió en el hombre que lo reconfortó mientras él dejaba éste mundo. Eventualmente todos moriremos, incluso nosotros los renegados. Me conmueve más de lo que pudieras imaginarte saber que sus últimas palabras fueron para mí. Él nunca ha estado alejado de las mías.
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El Arzobispo Faol ha sido una presencia muy amable aquí y te escribo hoy no sólo para agradecerte sino para hacerte saber que los veintidós miembros del Concejo Desolado aceptaron alegremente tu propuesta de reunirse con sus seres queridos que aún respiran, si ellos quieren reunirse con nosotros. Nuestra amada Dama Oscura ha pedido a cada miembro del concejo por cinco nombres para enviarle. De ésta forma, si una persona ya no vive o no desea presentarse, habrá otras opciones para la reunión. En cuanto a mí, no me queda nadie para ver durante ésta reunión de los vivos y los no-muertos. Wyll y yo no éramos jóvenes cuando la muerte nos separó, y gran parte de nuestras conexiones eran con familias reales y sirvientes. Si me presionan, diría que me gustaría mucho reunirme contigo para expresar mi gratitud en persona, pero entendería que algo así serían demasiado riesgoso para ti. Incluso el sugerir ésta reunión muestra mucho valor y te elogio. Debes saber que tu carta es una de mis más apreciadas pertenencias, tal y como están, en segundo lugar, solamente por el anillo de bodas que Wyll me dio hace tanto tiempo, cuando ambos éramos jóvenes y felices y el mundo estaba lleno de esperanza. Gracias por haberme sentir nuevamente llena de esperanza, aunque fuera sólo por un día. Con respeto, ELSIE BENTON
Anduin se sintió sonreír. Se desvaneció mientras mentalmente reconocía que había otros que, aunque estarían ciertamente sorprendidos por ambas respuestas, no estarían muy felices. Un golpe en la puerta lo trajo de vuelta de sus cavilaciones ―Adelante ―llamó. Se preparó para otro regaño por parte de uno de sus consejeros, pero se sorprendió cuando el guardia abrió la puerta y entró Calia Menethil. Se levantó y se acercó a ella.
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―Calia ―exclamó―, es bueno verte. ¿A qué debo éste placer inesperado? ―Había estado trabajando en su mesa y ahora acercaba una segunda silla para su invitada. Ella se deslizó en el asiento proporcionado. ―Hablé con Laurena. Estaba preocupada por tu amigo. Lo lamento mucho, Anduin ―sus ojos, del mismo color del azul del mar que Anduin había visto en viejas pinturas de Arthas, estaban llenos de simpatía―. Entiendo que Wyll te pidió que no lo curaras. Como sacerdote, sé cuán difícil es honrar esa petición. Especialmente cuando es alguien que quieres. ―Gracias. Wyll era una presencia constante en mi vida, y también en la de mi padre. Me apena saber que sabía muy poco sobre él a nivel personal. Para mí, él solamente era… Wyll ―Anduin hizo una pausa―. Has estado con los moribundos, Calia. Tú sabes que a veces cuando la gente fallece, ellos creen que ven a sus seres queridos. Ella asintió su cabeza dorada. ―Sí. Pasa con frecuencia. ―En sus últimos momentos, Wyll estaba buscando a su esposa, Elsie ―la miró intensamente―. Ella estaba en Lordaeron. Calia inhaló rápidamente. ―Oh ―dijo―. Y ahora estás mucho más determinado a hacer que ésta reunión suceda. ―Estoy totalmente comprometido a ello. Mis consejeros no estaban… exactamente felices con la idea, pero va a pasar ―alzó ambas cartas―. Dos cartas. Una es de la Jefe de Guerra. Aceptó. El rostro de Calia se derritió en una sonrisa. ―Oh, Anduin, ¡estoy feliz! ¿Y la segunda? ―De Elsie Benton. La líder del Concejo Desolado de Undercity. Ella era la esposa de Wyll. Y ella también quiere ésta reunión. De pronto Calia ya estaba de pie lejos de su silla y lanzaba los brazos alrededor de él, riendo encantadoramente. Él también rio un poco, la primera risa que había abandonado sus labios desde la muerte de Wyll. La abrazó de vuelta. Calia tenía casi la edad de Jaina, un poco mayor. Había echado de menos a su “tía” y estaba feliz de haber podido encontrar a alguien tan similar en Calia.
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Ella se apartó, dándose cuenta de pronto de lo que había hecho. ―Mis disculpas, Su Majestad. Estaba tan contenta… ―No debes disculparte. Es bueno tener a alguien que… bueno, que es parecido a mí de muchas maneras. Ambos crecimos como niños reales y ambos fuimos llamados por la Luz para convertirnos en sacerdotes. Si Moira decidiera aparecer ahora, podríamos formar un club. Anduin se arrepintió de haber mencionado de una sola vez la antigua vida de Calia. Ella se tensó y bajó la mirada. Era claramente algo que ella todavía no deseaba discutir. Antes de que ese momento se volviera incómodo, él habló de nuevo, cambiando el tema. ―Sylvanas envió una lista de nombres reunidos de todos los miembros del Concejo Desolado. Me preguntaba: ¿Te gustaría asistirme cuando entreviste a estas personas? Ambos sabían, pero Anduin no lo dijo, que ella sería particularmente de ayuda porque podría recordar a algunos del Concejo Desolado por su tiempo como seres vivientes. Y ella tal vez podría reconocer algunos de los nombres en la lista del concejo. Ella asintió. ―Por supuesto. Estaré feliz de hacerlo. ―Antes de que empecemos con las entrevistas, hay alguien que creo que deberíamos conocer ―le dijo a Calia―. Estará aquí ésta tarde. ―¿Oh? ¿Quién? ―Alguien que, espero, nos dé una idea de cómo podrían responder otros. Llamémosle probar las aguas.
***
Fredrik Farle estaba acostumbrado a preveer comida, bebidas y entretenimiento para una posada llena. También estaba acostumbrado a romper las subsecuentes riñas que resultaban por esa combinación. Había limpiado sangre una vez o dos y había tenido que expulsar a algunos individuos demasiado ruidosos de la Posada Orgullo de León, pero más que nada él simplemente hacía feliz a la gente. Sus clientes, ya fuesen locales o 190
aquellos que solamente iban de paso, venían a cantar canciones, contar historia o sentarse cerca del fuego con un tarro de cerveza. A veces abrían sus corazones a él o su esposa, Verina, mientras ellos ofrecían un oído comprensivo. A lo que Fredrik Farley no estaba acostumbrado era a estar frente al rey de Stormwind. Su primera reacción cuando se le presentó con la citación fue terror. Él y su esposa habían sufrido mucho para dirigir una posada legítima en Orgullo de León. Había estado en la familia Farley por años y había ofrecido infusiones a visitantes sedientos desde los tiempos del Rey Llane. ¿Alguien había presentado una queja por alguna riña reciente? ¿Los habían acusado de rebajar la cerveza? ―El Joven Rey Anduin tiene una reputación amable ―había dicho Verina, tratando de alentarlos a ambos―. No puedo imaginármelo arrojándote al almacén o cerrando nuestro establecimiento. Tal vez quiera hablar contigo acerca de alguna fiesta privada. Fredrik amaba a Verina, lo había hecho desde que ambos estaban en sus veintes. Y ahora la amaba más que nunca. ―Creo que, si el Rey Anduin quisiera hacer una fiesta, tiene un bonito fuerte en dónde hacerla ―dijo, besando su frente suavemente―. Pero quién sabe, ¿cierto? La carta que el mensajero le presentó hablaba de un “asunto personal” y le pedía presentarse “a su conveniencia más pronta”. Eso, por supuesto, significaba buscar su abrigo y sombrero después de la rápida conversación con su esposa y acompañar al mensajero de vuelta al Castillo de Stormwind. Fue escoltado a la Cámara de los Ruegos. Era una habitación grande y austera. Alumbrada por lámparas y velas, incluía un área con una alfombra gruesa y lujosamente bordada y unas cuántas bancas además de una pequeña mesa al centro con cuatro sillas. Un noble con una barba elegantemente recortada y dos largas y entrecanas trenzas lo recibió, presentándose como el Conde Remington Ridgewell. Fredrik fue invitado a tomar asiento. ―No, gracias, mi lord… eh… Conde ―tartamudeó. ¿Cómo se dirigía uno a un conde? ―Prefiero quedarme de pie si no le importa ―dijo. ―No me importa en lo absoluto ―dijo el conde. Retrocedió algunos pasos y aferró sus manos detrás de su espalda, esperando. Fredrik se quitó el sombrero y lo sostuvo, pasando de vez en cuando una mano por su cabeza calva. Esperaba que lo mantuvieran esperando durante un buen rato. Los 191
Reyes, suponía, tenían bastantes cosas que hacer en un día. Miró alrededor de la gran cámara. ¡Es tan grande! Podría meter a todo el Orgullo de Leon aquí y todavía quedaría espacio, reflexionó. ―¿Me estoy dirigiendo al posadero Fredrik Farley? ―llegó una agradable y juvenil voz. Fredrik volteó, esperando ver a un escudero, y en su lugar se encontró cara a cara con el Rey Anduin Wrynn. Pero el gobernante de Stormwind no estaba solo. Una mujer mayor estaba de pie junto al rey, vestida con una túnica blanca suelta. Y ligeramente detrás de él había un hombre mayor musculoso con cabello blanco, una barba recortada prolijamente y unos penetrantes ojos azules. ―¡Su Majestad! ―dijo Fredrik, su voz escalando con sorpresa― Discúlpeme, no estaba… Es tan joven, pensó Fredrik. Mi Anna es mayor que él. No me había dado cuenta... Ese sorprendente joven rey sonrió fácilmente y le indicó una silla ―Por favor, siéntate. Gracias por venir. Fredrik bordeó hacia la silla y se sentó, aun sujetando su sombrero. El rey se sentó frente a él y la sacerdotisa y el hombre mayor que lo había acompañado hizo lo mismo. El Rey Anduin entrelazó sus manos y contempló a Fredrik firme pero amablemente. El hombre mayor cruzó los brazos y se recargó en su asiento. En contraste con el rey y la sacerdotisa, parecía casi enfadado. Fredrik pensó que le resultaba familiar pero no pudo ubicarlo. ―Lamento todo éste misterio, pero es un asunto un poco delicado y quería hablar personalmente contigo. Fredrik supo que sus ojos eran tan grandes como huevos en ese punto, pero era totalmete incapaz de hacer algo al respecto. Tragó. Anduin hizo una seña al noble encargado. ―Vino para el Sr. Farley, por favor, Conde Ridgewell. ¿O prefiere una cerveza? El rey de Stormwind me está preguntando si quiero vino o cerveza, pensó Fredrik. El mundo se había vuelto loco. ―Lo mismo que usted, Su Majestad.
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―Una botella de Gran Vino Tinto de Dalaran ―dijo y el conde asintió y se fue. El rey volvió la mirada a Fredrik―. Eres un posadero. Estoy seguro que estarás familiarizado con mi selección. Fredrik en verdad estaba familiarizado con la cosecha, pero no era algo que se pidiera mucho en el Orgullo de León pues el precio era muy elevado. ―Te estoy ofreciendo una copa ahora porque vamos a brindar por un hombre muy valiente ―prosiguió el rey― Y entonces voy a pedirte si tú estarías, si fuera posible, dispuesto a hacer algo muy valiente. Fredrik asintió ―Por supuesto, señor. Como usted desee. La sacerdotisa apoyó una mano gentil en su brazo. ―Sé que es difícil no estar nervioso, pero te prometo que eres libre de marcharte en cualquier momento. La petición de Su Majestad es sólo eso, no una orden. Fredrik sintió un poco de su temor disminuir, y su corazón, que había estado latiendo furiosamente desde que el mensajero había llegado a la posada, finalmente comenzó a desacelerarse a pesar del ceño fruncido del hombre mayor. ―Gracias, Sacerdotisa. Anduin continuó. ―Tengo entendido que perdiste a tu hermano por el Azote. Quiero que sepas que lamento mucho tu pérdida. Eso no era en lo absoluto lo que Fredrik estaba esperando. Sintió que le habían dado un golpe en el estómago. Pero los ojos azules del joven rey se mantuvieron amistosos y compresivos y Fredrik se halló hablando libremente. ―Sí ―dijo Fredrik―. Éramos cercanos de niños. A Frandis siempre le gustó jugar con espadas. Era bueno en ello, mucho mejor que yo. Obtuvo un trabajo cuidando caravanas con provisiones de los rufianes. Iba de aquí a Ironforge o a donde quiera que las caravanas fueran. Ese día fueron a Lordaeron. El muchacho —¡no, Fredrik, el rey!— bajó la mirada por un minuto. ―Y tú pensaste que Frandis murió, ¿verdad? Esperanza repentina embargó al posadero.
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―Él no… ¿él está vivo? El rey negó tristemente con su rubia cabeza. ―No. Pero él eventualmente se convirtió en un renegado. Y fue como un renegado que se volvió un héroe. Fue asesinado porque desafió a un tirano, el Jefe de Guerra de la Horda, Garrosh Hellscream. Murió porque no siguió órdenes que sabía que eran crueles y equivocadas. El Conde Ridgewell regresó cargando una bandeja con cuatro copas y el vino prometido. El rey agradeció con un asentimiento y llenó las copas. Fredrik se acercó por la suya, cuidando de no agarrar el frágil vidrio soplado demasiado fuerte. No eran los pesados tarros a los que estaba acostumbrado en su taberna, eso era seguro. Frandis —su hermano— había sido un renegado. Fredrik comenzó a temblar abruptamente y su vino bailoteó alrededor del hermoso cáliz. Tomó un trago para calmar sus nervios, después se reprendió por no saborear la extraña cosecha. ―Un héroe ―dijo Fredrik, repitiendo las palabras del Rey Anduin―. Eso no suena como un renegado ―añadió con cautela, preguntándose si era alguna clase de juego. ―No por lo que pensamos de los renegados ―dijo la mujer. A su lado el hombre de cabellos grises comenzaba a parecer más irritado. ―¿Pero suena como Frandis? ―preguntó el rey. Las lágrimas relucieron en los ojos de Fredrik ―Sí ―dijo―. Era un buen hombre, Su Majestad. ―Lo sé ―dijo el rey―. Y era un buen hombre incluso después de morir. Hay otros renegados que todavía se mantienen aun después de… su transición. Ciertamente no todos. Pero algunos. ―No parece posible ―murmuró Fredrik. ―Déjame hacerte una pregunta ―dijo el rey―. Supongamos que, por alguna razón, Frandis todavía estuviera con nosotros. Como un renegado. Sabiendo que todavía era mayormente él mismo, todavía el buen hombre que era tu hermano, ¿te hubiera gustado encontrarte con él? Fredrik clavó la mirada en su regazo. Vio que sus grandes y fuertes manos habían estado agarrando y torciendo su sombrero hasta que había perdido totalmente su forma.
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¡Qué pregunta! ¿Le gustaría eso? ―Ten en cuenta mientras respondes, que podría ser tu hermano, pero también sería un renegado ―por primera vez, el más viejo había hablado. Su voz era grave y casi gruñía―. No estaría vivo. Podría estarse pudriendo. Probablemente los huesos estarían emergiendo de su piel. Podría haber hecho cosas terribles como miembro del Azote. Y serviría a la Reina Alma en Pena. ¿Todavía estarías interesando en reunirte con tu “hermano”? El Rey Anduin no parecía complacido con las palabras del otro hombre, pero tampoco lo había silenciado. Fredrik se sintió helado, atemorizado por la imagen tan gráfica que le habían pintado. Sería aterrador encontrarse cara a cara con… ¿Con qué? O, más importante, ¿con quién? ¿Con un monstruo? ¿O con su hermano? Fredrik tendría que averígualo por sí mismo, ¿no era así? El posadero tragó con dificultad y primero miró directamente el rostro aniñado de su rey, después al gentil de la sacerdotisa, luego, con menos disposición, al casi enfadado hombre mayor. Su respuesta fue para su rey. ―Sí, Su Majestad ―declaró―. Me hubiera gustado verlo. Y si él era como dice que era, alguien que trató de detener algo malvado, entonces aún sería mi hermano. El rey y la sacerdotisa intercambiaron miradas de satisfacción y el rey rellenó la copa de Fredrik mientras el hombre mayor negaba con la cabeza y suspiraba con frustración.
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CAPÍTULO VEINTICUATRO STORMWIND
D
urante los días siguientes, Anduin y Calia tomaron la lista de nombres
humanos que Sylvanas les había proporcionado y enviaron cartas a todos los mencionados. El mismo Anduin las escribió en lugar de que lo hiciera un escriba. Dejó claro que la participación en la Reunión, como él y Calia se encontraron llamándola, era completamente voluntaria. No habrá ninguna consecuencia sobre ti o tu familia si te reúsas, decía él en la misiva. Ésta no es una orden sino una invitación, una oportunidad de ver a tus seres queridos nuevamente, aunque son diferentes de aquellos que recuerdas. Los mensajeros entregando las cartas habían sido órdenados no marcharse sin una respuesta. Algunos en esa lista eran letrados y escribieron sus propias respuestas; otros se las dictaron a los mensajeros. Anduin vio a la pila de respuestas y suspiró. ―Contando el montón de hoy, hay más rechazos que aceptaciones ―dijo. Calia sonrió triste pero amablemente. ―Eso no debería sorprenderte ―respondió. ―No. No lo hace ―Y es por eso que es doloroso, pensó, pero no lo dijo. ―Pero hay algunos que aceptaron de inmediato ―le recordó―. Y cada miembro del concejo presentó cinco nombres, anticipando que algunos no querrían involucrarse. ―Cierto ―era bueno para él recordar eso. Su tarea aún estaba comenzando; toda la gente que respondió positivamente tendría que ser entrevistada para asegurarse de que su deseo de reunirse con su familia o amigos provenía del amor y la preocupación mas no por la venganza. Otros de sus consejeros se habían ofrecido a ayudar a Calia y Anduin 196
en el proceso, pero el joven rey los había rechazado. Era algo amargo, pero no confiaba que fuera imparciales. Había visto que tan infeliz había estado Genn con Fredrik Farley. La gente necesitaba entender lo que podrían encontrar, pero no necesitaban ser intimidados a negarse. Anduin había sido informado de que el sentimiento negativo no era limitado a sus consejeros. Guardias y la gente de Shaw habían reportado que había murmullos en algunas tabernas y en las calles. A los guardias se les había ordenado interrumpir esas conversaciones si rozaban la sedición o se volvían violentas. Hasta ahora nada adverso había sucedido: el odio expresado, reportaban los guardias, era hacia Sylvanas y la Horda por lo que le habían hecho a sus seres queridos. Algunos aún creían que la muerte era mejor que convertirse en “monstruos”. La comunicación entre él y la Reina Alma en Pena continuó de forma sorprendentemente buena. Habían elaborado un conjunto de reglas a la cual cada uno aceptó atenerse y que incluso había sido revisada por sus consejeros para propósitos de seguridad. Todos estaban, aunque no precisamente felices, aprobando el lugar seleccionado, los números escogidos y los pasos que se seguirían desde la llegada de las fuerzas de cada facción hasta el tiempo y la forma de su partida. En un punto, Genn había confrontado a Anduin y le había preguntado sin rodeos. ―¿Cómo puedes trabajar tan fácilmente con la criatura que traicionó a tu padre? ¡Hay más sangre en sus manos que agua en el océano! ―No es fácil ―había respondido Anduin―. Y efectivamente ella tiene sangre en sus manos. Todos la tenemos. No, Genn. No puedo cambiar el pasado. Pero si esto se desarrolla bien, entonces puedo cambiar el futuro: una persona, una mente, un corazón a la vez. Y tal vez eso será suficiente para que un nuevo brote de guerra provocado por la Azerita no nos aniquile a todos. Los días pasaron. Anduin y Calia continuaron reuniéndose con aquellos cuyos nombres estaban en la lista proporcionada. Algunos eran como Fredrik: individuos que batallaban con el concepto de un renegado como “persona” pero anhelaban una conexión. Otros, aunque habían expresado una disposición a reunirse con su pariente renegado en la carta, fueron considerados no aptos. Calia era una observadora perspicaz y Anduin confiaba en las viejas heridas que había obtenido por la Campana Divina para guiar sus decisiones. Y a veces, tristemente, era bastante obvio que la “reunión” hubiera resultado en violencia. Había una tendencia subyacente a la hostilidad, un acallado deseo de castigar a los renegados simplemente por el acto de haber muerto y ser renacidos. Otros, usualmente
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con razón más que suficiente, estaban abiertamente enojados con Sylvanas. Se les habían dado monedas y refrigerios por su tiempo y se les había despedido. ―El odio ―le dijo una vez Anduin a Calia―, siempre me sorprende. No debería. Pero lo hace. Ella asintió tristemente con su dorada cabeza ―Como sacerdotes, no podemos endurecer nuestros corazones y seguir haciendo lo que la Luz nos hace hacer. La vulnerabilidad es tanto nuestra fortaleza como nuestra debilidad. Pero no lo querría de otra forma. Las velas casi se habían consumido en la cámara en el último día mientras la última persona se colocaba en la silla. Su nombre era Philia Fintallas y la persona que había solicitado por ella era su padre, Parqual. Philia parecía tener alrededor de quince años, si eso. Tenía ojos grandes y expresivos y una pequeña nariz como un botón. Con la vitalidad de su comportamiento, ella parecía tan remotamente lejana de un renegado como el verano del invierno. ―Mi padre era un historiador en Lordaeron y yo nacía ahí ―dijo―. Pero teníamos familia aquí, tías, tíos, primos, y yo había venido de visita. Se suponía que debía haberme ido a casa el día anterior… ―ella dejó de hablar y las lágrimas se agolparon en sus ojos. Anduin sacó un pañuelo y se lo ofreció. Ella lo aceptó con una sonrisa de agradecimiento temblorosa y bebió el agua que Calia le había servido. ―A la llegada de Arthas ―Anduin terminó por ella. Miró de reojo a Calia. No podía contar el número de veces que el nombre de su hermano había sido mencionado durante esas reuniones con los sobrevivientes. Y cada uno de ellos lo había maldecido enérgicamente. En algún nivel debía herir a la hermana del hombre. Anduin nunca identificó a Calia por su nombre, y ella nunca reaccionó a las infames cosas que se decían acerca del Rey Lich. Él admiraba su fuerza, tomando en cuenta especialmente lo que ella había dicho sobre no endurecer el corazón. Philia asintió miserablemente, después respiró hondo y prosiguió. ―Nunca escuchamos nada de Mamá y Papá, así que asumimos que habían muerto. Esperamos que estuvieran muertos, tomando en cuenta todo lo que habíamos escuchado acerca del Azote. Oh, no es tan malo ahora que lo sé… Debo decirle que mi tío no quería que viniera cuando recibí su carta, Su Majestad. Pero debía hacerlo. Si por algún milagro todavía es él, tengo que verlo. ¡Tengo que ver a mi papá! Su voz se atoró mientras las lágrimas que había luchado tanto por contener rodaban por sus mejillas. 198
Indudablemente Calia había sido amable y había consolado a todos con los que ella y Anduin habían hablado, pero el amor indudable claramente la había golpeado poderosamente. Ella se levantó y fue con Philia, abrazándola fuertemente, dejándola llorar en su hombro. Anduin pensó haber visto lágrimas en los ojos de la sacerdotisa mientras las dos mujeres se aferraban a la otra y un pensamiento lo atacó. Era un tema delicado, pero era uno que debía tratar con Calia apenas terminaran su tarea. ―Es verdad, te lo prometo ―él le dijo a Philia―. No he conocido a tu padre, pero me he encontrado a muchos renegados que recuerdas quiénes eran y que estarían muy felices de volver a reunirse con aquellos que creían muertos o destruido más allá de reconocimiento. Calia se apartó de la chica un paso, apoyando las manos en sus hombros. ―¿Philia? Mírame ―La chica obedeció, tragando, sus ojos rojos e hinchados―. He escuchado de tu padre por alguien que lo conoce como es ahora. Habla muy bien de él y me dice que todavía es amable e inteligente. Creo que será una reunión muy feliz para ambos. ―¡Gracias! ¡Muchas gracias! ¿Cuándo se llevará acabo? ―Enviaremos a un mensajero con las indicaciones ―le prometió Anduin―. Esperamos que sea pronto. Cuando la chica se fue, radiante de alegría, Calia le sonrió a Anduin a pesar de que su rostro todavía estaba sonrojado por las lágrimas de empatía que había derramado. ―Espero que veas ahora el bien que haces, Anduin Wrynn. Él le sonrió ladino. ―Espero que sea bueno ―dijo―. Me relajaré cuando todo haya terminado. No podría haberlo hecho sin ti, Calia. Tienes un don para leer a la gente. ―Eso es algo que aprendí a temprana edad como una niña real, igual que tú. Trabajar tan cercanamente con tantos compañeros sacerdotes solamente me ha ayudado a afilar ese don y templarlo con compasión. Hubo una pausa. Calia misma le había dado un sigue hacia la conversación que deseaba tener con ella, pero, aun así, Anduin se armó de valor. ―Calia ―comenzó con cuidado―, has sido una ayuda muy grande. Y no eres una ciudadana de Stormwind. Si éste plan lleva eventualmente a la paz, serás una heroína de la Alianza.
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Ella sonrió con un toque de tristeza. ―Gracias, pero no me considero un miembro de la Alianza. Soy una ciudadana de ningún lugar excepto, tal vez, el Templo de la Luz Abisal ―dijo―. Voy a dónde la Luz me guíe. Realmente creo que éste es el camino correcto para zurcir otras y más grandes grietas. Anduin no pudo dejarlo ir sin estar completamente seguro. Había demasiado en riesgo. ―El reino de Lordaeron es tu derecho. Pocos estarán dispuestos a dejar ir ese título y el poder que les daría ―presionó―. Entiendo tu razonamiento, pero muchos no. Puede que tengas algunos campeones nacionalistas levantándose, listos para tomar la ciudad en tu nombre. De pronto su expresión se volvió pensativa y ella buscó sus ojos. ―¿Estarás entre ellos, Anduin? ¿Es por eso que preguntas? ¿El rey de Stormwind haría guerra con la Horda y purgar Undercity, para garantizarle a la reina de Lordaeron su reino vacío? El trono era suyo por derecho. ¿Pero valía la pena una guerra si ella mostraba un deseo de reclamarlo? Ella vio el conflicto en su rostro y puso una mano en la de él. ―Entiendo. No te preocupes. Aquellos que actualmente habitan Lordaeron vivieron ahí en vida. Los renegados son los verdaderos herederos. Ahora les pertenece. Lo mejor que puedo hacer por aquellos a los que hubiera gobernado es exactamente lo que estoy haciendo. He encontrado paz y una vocación en la que de verdad importo. Eso es más importante que una corona ensangrentada. ―Sacrificar paz y una vocación es usualmente el precio de una corona ―dijo Anduin. ―Tú no has dejado que sea así. Stormwind es afortunada de tenerte. Pero si realmente deseas agradecerme, tengo un favor que pedirte. A ti y al arzobispo. Me gustaría participar en la Reunión. Anduin frunció el ceño levemente. ―No creo que sea sabio ―dijo―. Puede que haya algunos que te reconozcan. Podría ser peligroso. Podría ser… malinterpretado ―podría, de hecho, llevarlos a la guerra. ―Si alguno de los renegados me reconoce, me dará la oportunidad de mostrarles que no represento ningún peligro ―contraatacó ―Que no tengo deseos de sacarlos del 200
lugar que ha sido su hogar durante tanto tiempo. Quiero que ellos se queden ahí. Quiero que estén seguros. Anduin la miró cuidadosamente, respirando y centrándose. Luz, hazme saber si ella quiere hacerles daño. Él no sintió ningún dolor en sus huesos como respuesta, ninguna señal de que Calia Menethil estuviera planeando alguna clase de golpe asesino. Sus intenciones estaban alineadas con la Luz a la que ambos servían. ―Ya establecí un lazo de confianza con ésta gente que hemos entrevistado ―continuó―. Y nadie conoce al arzobispo mejor que yo. Eso era cierto. Y nadie la conocía mejor que Faol. ―Hablaré con el arzobispo ―dijo al final Anduin―. Si él acepta, entonces yo también. Calia estaba radiante. ―Gracias ―dijo―. Significa mucho más de lo que crees. Había una cosa más que se sentía obligado a decir. ―Tengo una pregunta y es importante que sepa la respuesta. Su cabello dorado, tan dorado como el de Arthas, tan dorado como el suyo, cayó en una brillante cortina para esconder su rostro mientras bajaba la mirada. Su voz estaba disminuida cuando habló. ―Confío en ti, Anduin ―dijo―. Si sientes que debes saber la respuesta, entonces pregunta. Él respiró hondo. ―Calia… ¿Hay un niño? ¿Tienes un heredero?
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CAPÍTULO VEINTICINCO STORMWIND
L
as palabras no dichas se quedaron entre ellos, pesadas y tristes y Anduin supo
la respuesta antes de que ella la diera. ―Había un niño ―dijo Calia Menethil tan suavemente que él tuvo que esforzarse para escucharla. Era suficiente, pero Anduin esperó para ver si estaba lista para contar su historia. Al tiempo que él tomó aire para cambiar el tema, ella comenzó a hablar. ―Debes entender… mi padre era ordinariamente un hombre bueno y comprensivo, pero había una cosa en la que era firme. Él iba a escoger el hombre con el que me casaría y yo debía aceptarlo. Sus ojos verde mar llenos de tristeza se alzaron de las manos apretadas en su regazo. ―He cometido muchos errores y he tomado muchas malas decisiones en mi vida. Todos lo hemos hecho, pero como realeza, nuestras decisiones importan más que las de otros porque afectan a muchas más personas. Debes sentir que necesitas encontrar a una reina, tener un heredero. Tus consejeros querrán que tengas un casamiento políticamente bueno. Otros serían capaces de vivir con cosas como esa. Pero no la gente como nosotros. Prométeme esto, Anduin: cualquier cosa que sea que otros te digan que debes hacer, no te cases si tu corazón no te dice que lo hagas. Su rostro era fiero, pero todavía hermoso y encantado, y sus palabras lo golpearon con la fuerza de la verdad. Aun así, Anduin supo que al final tendría que hacer lo que era mejor para su reino. ―No puedo hacer una promesa que tal vez no sea capaz de mantener ―dijo―, pero si vale de algo, comparto tus sentimientos al respecto. 202
―Todos hacemos lo que debemos ―dijo Calia―. Yo no era la heredera directa. Yo no tengo tus responsabilidades. Si las tuviera, hubiera accedido sin protestar. Pero Arthas era el heredero, el primogénito y mientras crecía, Papá comenzó a centrarse más en él. Parecía como si él y Jaina pudieran ser la pareja perfecta, una unión por amor además de una simplemente política. Al menos hasta que Arthas por alguna razón decidió que no era perfecta. Ella hizo una pausa, entonces alzó la mirada hacia él. ―Jaina… He temido preguntarte. Ella… ―Ella está viva ―se apresuró para tranquilizarla―. No sabemos en dónde se encuentra, pero puede cuidarse por sí sola ―no le habló de los esfuerzos de Jaina o de su aparente abandono de la Alianza. Calia ya tenía suficientes tristezas en su corazón. Anduin no tenía deseos de añadirlos a menos que ella lo pidiera. Sus palabras parecieron ser suficientes para ella. Ella sonrió, sus ojos distantes y dijo. ―Me alegro. Era muy querida para mí cuando éramos jóvenes. Cuando el mundo era menos cruel que ahora. Y con lo que Arthas se convirtió… Estoy muy agradecida de que ella no se hubiera casado con él. ―Pero mientras los ojos de Papá estaban en mi hermano, yo dirigía mi propia rebelión silenciosa. Me enamoré de alguien a quien Papá jamás habría aprobado: uno de los lacayos. Nos robamos todos los momentos que pudimos, y una vez, en la oscuridad de la noche, nos escapamos y le rogamos a una sacerdotisa que nos casara. Al principio se negó, pero insistimos. Volvimos una y otra vez, mi dulce amor y yo, y al final, con la bendición de la Luz, nos casamos. Su mano bajó hasta su vientre, ahora plano pero alguna vez abultado por un hijo. ―Cuando estuve segura de que estaba encinta, se lo confié a Mamá. ¡Oh, estaba furiosa conmigo! Pero se dio cuenta por mi cara que eso era amor verdadero y le aseguré que mi hijo sería legítimo. Padre estaba demasiado ocupado con Arthas para objetar demasiado cuando mi madre y yo nos fuimos a un largo retiro a las partes más alejadas del reino. La mano de Calia dejó de moverse en su abdomen y ambas manos se volvieron puños. ―Llegué a abrazar a mi pequeña y hermosa hija y cuidarla durante algunas semanas antes de que se decidiera que mi esposo la criaría lejos de Lordaeron e ignorante de su derecho de nacimiento. Mamá prometió que cuando llegara el momento correcto 203
—cuando Arthas finalmente se hubiera casado y procreado un heredero— podríamos reconocer a mi hija y tal vez elevar a mi esposo a un estatus de noble para que su nombre quedara inmaculado. Ese día jamás llegó. Pero el Azote sí. Anduin escuchó, su corazón lleno de simpatía. Calia estaba describiendo el ser vendida como ganado al mejor postor. Se había rebelado, enamorado y concebido un bebé. Una hija. Durante un breve momento, Anduin se preguntó cómo se vería un hijo o una hija suyo. Sin importar la apariencia o el género, ese bebé gobernaría el mundo un día… y hasta ese momento sería amado profundamente. ―No recuerdo mucho de esa época. Recuerdo estar tumbada en una zanja mientras el Azote pasaba sobre mí. Hasta éste día creo que fue gracias a la Luz que nunca me encontraron. Me abrí camino hasta Costa Sur, en dónde mi esposo y mi bebé se habían estado escondiendo. Los tres lloramos cuando nos reunimos. Pero no duró. No. No una segunda vez. Anduin se acercó por una de las manos hechas puños. Por un momento, estaba tensa bajo la suya y entonces, lentamente, el puño se relajó mientras Calia permitía que sus dedos se entrelazaran con los de él. ―No tienes que decir nada más, Calia. Lamento haberte molestado. ―Está bien ―dijo―. Ya he empezado. Creo que quiero terminar. ―Sólo si es lo que quieres ―le aseguró. Ella le dedicó una leve sonrisa. ―Tal vez si le digo a alguien, las pesadillas se detendrán. En su interior, él se contrajo por el dolor; no tenía una respuesta para eso. Ella prosiguió. ―Nadie me reconoció. Todos asumieron que estaba muerta. Fuimos felices durante un tiempo. Y entonces vino el Azote. Huimos. No estaba dispuesta a abandonar nuevamente a mi familia, pero nos separamos en la multitud. Me paré en medio de la calle, gritándoles. Alguien se apiadó de mí, subiéndome a su caballo y galopando hasta pasar los límites de la ciudad apenas a tiempo. Había un grupo de refugiados en el bosque. Muchos de nosotros esperamos, desesperados por noticias de nuestros seres queridos. A veces las plegarias eran respondidas y hubo reuniones que fueron… ―Su voz se desvaneció― Nunca los vi de nuevo. Y entonces, con una realización que hizo que dejara de respirar por la sorpresa, Anduin entendió por qué Calia había decidido hacer amistad con un renegado. Por qué,
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en lugar de verlos como destructores de su ciudad, su modo de vida y toda su familia, había escogido identificarse con ellos. ―Estabas esperando que tu esposo y tu hija también se hubieran convertido en renegados en lugar de morir como el Azote ―dijo suavemente― Esperabas que podrías tener noticias de ellos en la Reunión. Calia asintió, secándose las lágrimas con una mano. La otra se mantuvo aferrada a la del joven rey. ―Sí ―dijo―. No fue hasta que conocí al arzobispo que comencé a entender que los renegados no eran monstruos. Ellos eran… nosotros. Las mismas personas que tú y yo seríamos si nos hubieran asesinado y otorgado un tipo de vida diferente. ―No sabes si tu familia hubiera sido así ―advirtió Anduin―. Pudieron haberse vuelto locos o crueles. Podría ser devastador para ti verlos de ese modo ―las palabras de Genn a Fredrik volvieron a él mientras hablaba. ―Lo sé. Pero debo resistir por la oportunidad. ¿La Luz no se trata de eso, Anduin? ¿Esperanza? La mente de Anduin regresó al juicio de Garrosh Hellscream. Cuando ese orco había ejecutado su escape, lo había logrado gracias al caos levantado por un inesperado ataque en el templo. En esa batalla, Jaina había sido herida de gravedad. No, se corrigió. Se había estado muriendo. Muchos, tanto de la Alianza como de la Horda, intentaron sanarla. Pero la herida era demasiado. Anduin recordó haberse arrodillado en el suelo de fría piedra del templo, viendo le respiración trabajosa de Jaina y viendo burbujas rojas formarse en sus labios, sus manos en su capa ensangrentada. Por favor, por favor, había rezado, y la Luz había venido. Pero él, igual que otros, estaba exhausto. Y la Luz que él llamó no sería suficiente para salvarla. Recordó a otros decirle que se retirara, que había hecho todo lo que podía. Pero él se quedó ahí en esos desoladores e impotentes momentos ante la muerte de esa mujer que había amado como una tía. No, le había dicho a aquellos que querían que él se retirara. No puedo. Y entonces la voz de su maestro, Chi-Ji, la Grulla Roja. Y así, el estudiante recuerda las lecciones de mi templo. Anduin citó a Calia las palabras de Chi-Ji
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―La esperanza es lo que tienes cuando todo lo demás te ha fallado ―dijo―. En dónde hay esperanza, haces espacio para la sanación, pues todas las cosas que son posibles, y algunas que no lo son. Sus ojos brillaron y ella le dedicó una sonrisa temblorosa. ―Tú entiendes ―dijo. ―Lo hago ―dijo― Y sé que tenerte participando en la Reunión es lo correcto ―mientras hablaba, sintió una calidez y una calma invadirlo. Esa calidez viajó desde sus manos aferradas a Calia, y vio que las arrugas alrededor de sus ojos y boca disminuyeron, su cuerpo se relajó. Lo que sea que ocurriera, ese actor de bondad era lo correcto. Anduin tenía que esperar que no pagaran un precio muy alto por ello.
TANARIS El equipo del ingeniero goblin y la mineralogista gnoma encontró su ritmo. Saffy interrogó a Grizzek acerca de todo lo que sabía acerca de su “jefe”, y lo destrozaba ver su rostro, usualmente tan alegre y animado —especialmente en los últimos días— volverse sombrío y más retraído. A veces Grizzek se reprimía acerca de cómo su gente eran consideraros o, con mayor exactitud, injuriados. No todos los goblins estaban dispuestos a vender objetos peligrosos a precios descabellados. Había algunos que incluso eran bien considerados: Gazlowe, quien operaba a las afueras de Trinquete, al sur de Orgrimmar, vino a su mente. Pero Jastor Gallywix era el epítome de lo peor que podía decirse posiblemente acerca de los goblins. Era astuto, egoísta, arrogante, completamente despiadado y libre de remordimiento. Él incluso había vendido a su propia gente en la esclavitud justo después de que llegó el Cataclismo, por todos los cielos. Grizzek y su querida Punkin se habían vuelto tan absortos en la asombrosa magnificencia de la Azerita, que había perdido de vista lo que seguramente estaba realmente en el corazón del deseo de Gallywix de aprender sobre ella: su habilidad para matar a quien el goblin escogiera. ―Todo esto es mi culpa ―dijo Grizzek en algún momento, más miserable de lo que jamás había sido en su vida―. Nunca debí haber confiado en que Gallywix
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mantendría su promesa. Debí haber sabido que él quería que fabricara armas. Y lo peor de todo, nunca debí haberte arrastrado hasta eso. Lo siento mucho. ―Hey ―dijo Saffy, deslizándose entre sus brazos y acurrucándose contra su hundido pecho verde―. Aunque no puedo aprobar tus métodos, me alegra que estemos trabajando juntos en esto. Tenías razón. Sabías que me gustaría estar involucrada. Puede que haya venido aquí pateando y gritando, literalmente, pero me quedé porque lo quería. Y porque… Grizzek contuvo el aliento. ¿Ella iba a decir…? ―Porque me alegra que nos hayamos encontrado de nuevo. Ésta Azerita es algo poderoso. En su estado natural se inclina hacia el crecimiento y la sanación. Tal vez incluso Gallywix entenderá que es mucho mejor utilizarla para esos fines. ―Pookie ―dijo―, es un goblin. Nos gusta hacer estallar cosas. Por supuesto, ella era incapaz de negar la verdad en eso. ―Bueno ―dudó―, construir y sanar es casi tan importante como destruir y matar. Sapphronetta era tan ingenua. Y la amaba mucho por eso. Para cuando Gallywix se apareció, todo enorme barriga, mala actitud y enorme sonrisa, ellos estaban listos. ―Príncipe Mercante ―dijo Grizzek―, por favor permítame presentarle a mi compañera de laboratorio: Sapphronetta Flivvers. Saffy hizo una reverencia, que se vio ridícula pero adorable pues estaba usando overol y botas gruesas. Gallywix pareció encantado. ―Encantado, encantado ―retumbó con su abrasiva y áspera voz, tomado su mano y presionando sus labios en ella. Saffy se puso pálida pero no se apartó―. Valiste cada centavo del secuestro, querida, y aún no he visto tu trabajo. ―Uh… gracias ―dijo ella. Sus ojos se entrecerraron y era obvio que ella no quería nada más que golpearlo, pero de nuevo ella se abstuvo de hacer algo que probablemente resultarían en el encarcelamiento de ambos y/o ejecución. ―Hemos estado trabajando en una variedad de cosas ―comenzó Grizzek pero Gallywix lo interrumpió.
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―Gran cantidad de armas, espero ―dijo Gallywix mientras se arrastraba a través de la puerta hacia el patio―. Nuestra Jefe de Guerra está extremadamente interesada en cosas que explotan. Y le dije “Jefe de Guerra, yo digo, no te preocupes, cariño. Tengo al mejor tipo que hace que las cosas exploten”. ―De hecho ―dijo Saffy, forzando una sonrisa―, los goblins ya sobresalen en hacer que las cosas exploten. En lo que hemos estado trabajando es mucho más valioso. Lo guiaron al interior del laboratorio. Arreglados para impresionar estaban todos sus trabajos de amor. Procedieron a poner los objetos a su ritmo mientras Gallywix observaba, sus pequeños ojos fijos en la Azerita. Primero mostraron los objetos usables: la joyería y las baratijas. ―Obtuvimos nuestra inspiración de ti ―dijo Grizzek―. ¡Tu bastón fue el primer adorno hecho de Azerita! ―Gallywix sonrió de alegría y acarició el brillante orbe dorado del que hablaban. Saffy habló de las propiedades de las diferentes baratijas y Grizzek sacó la armadura que habían hecho. ―Santo cielo ―exclamó Gallywix mientras miraba la armadura recibir minuto tras minute de fuego directo proveniente del Lightning Blast 3000. Lo siguiente era la demostración de Crunchy. Grizzek había reconstruido la mano dañada e hizo una mueca nuevamente al ver que era destruida cuando el destructor modificado trató de aplastar el pedazo de Azerita. ―¡Vaya, vaya! ―dijo Gallywix― Ésta cosa es dura. ―Piensa en el material de construcción que podrías producir a partir de ella ―dijo Saffy―. Podría aguantar incendios, terremotos… ―¡Piensa en los destructores que podríamos hacer! ―Eh… sí. Continuemos ―luego, Saffy demostró lo que Grizzek llamaba su “mejor truco” de neutralizar veneno y lamerlo de su propia mano. ―No necesitarás crear antídotos específicos ―dijo―. Solamente lleva contigo un poco de esto y mantenlo líquido, y sin importar el veneno, ¡ya no será un problema! ―¡Ja ja! ¡Cuando lo usemos, el veneno nunca será un problema! ―todas las papadas de Gallywix, y también su barriga, se sacudieron con sus carcajadas. Grizzek comenzaba a sentirse enfermo del estómago. Su pobre Saffy parecía sentirse de la misma forma. Para el final de la demostración, Gallywix no se veía muy feliz. 208
―Pedí armas ―dijo―. Específicamente. Por su nombre. ―Ah, sí ―dijo Grizzek―. Acerca de eso. Nosotros, eh… ―Algunas cosas podrían modificarse en armas ―dijo Saffy, sorprendiendo a Grizzek―. Pero yo recomiendo encarecidamente no hacerlo. Lo que te hemos mostrado podría salvar vidas. Vidas de la Horda ―admitir eso era difícil para ella, pero persistió―. Pueden construir estructuras que la Alianza no puede atacar. Pueden extender vidas, sanar heridas, salvar personas que de otro modo hubieran muerto. Esto ayuda a la Horda. No necesitan armas. Gallywix suspiró y miró a Saffy con una expresión que era casi amable y respetuosa. ―Eres una belleza y una sabelotodo ―dijo―, así que te lo diré amablemente. Estamos en un mundo que siempre estará en guerra, cariño, y los únicos que sobrevivan son aquellos con las armas más grandes. Grizzek entiende. Ustedes los gnomos parecen tener problemas con ese concepto. Seguro, seguro, ésta Azerita hacer todas las cosas que dices que hará. Construiremos edificios y curaremos enfermedades y salvaremos vidas. Pero también vamos a aplastar a la Alianza bajo nuestros talones y Señorita Sabelotodo, necesitas decidir si estarás en el bando ganador cuando todo eso pase. Créeme cuando te digo que eso espero. Él miró a Grizzek, señalándolo con un dedo para remarcar sus palabras. ―Armas. Pronto. Entonces inclinó su espantoso sombrero a Saffy y se marchó. Durante un largo momento ni Grizzek ni Saffy hablaron. Entonces, en voz baja, Saffy dijo. ―Lo que él hará con la Azerita… esos serán crímenes contra la gnomanidad. Y humanidad, y goblins, y orcos, y todos. Todos, Grizzy. ―Lo sé ―dijo también en voz baja. ―Y nosotros habremos hecho posible que lo haga. Grizzek se quedó en silencio. Eso también lo sabía. Ella giró hacia él, sus ojos abiertos y humedecidos por las lágrimas.
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―La Azerita es parte de Azeroth. No podemos permitirle que le haga eso a ella. No podemos permitir que nos lo haga a nosotros. Tenemos que detenerlos de alguna forma. ―No podemos detenerlo, Saffy ―respondió Grizzek. Sus ojos observaron las cosas magníficas que ambos habían hecho gracias a su pasión por la ciencia y a jugar, y por el otro. Todos ellos hicieron que su corazón se hinchara con orgullo y después doliera con el miedo a cómo podrían ser usados. Ella se acercó a él y comenzó a lloriquear suavemente. Él la rodeó con sus brazos, tratando de abrazarla lo suficientemente fuerte para apagar el dolor de su complicidad. Entonces un pensamiento vino a él. ―No podemos detenerlo ―repitió―, pero creo que tengo un plan sobre cómo detener algo.
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CAPÍTULO VEINTISÉIS STORMWIND ―Gracias por venir ―dijo Anduin a sus invitados―. Sé que es tarde, pero es importante. ―Así decía su carta ―respondió Turalyon. Era en verdad tarde, muy pasada la medianoche, pero el joven rey sospechaba que ni Greymane ni Turalyon habían visto su cama. Demasiado estaba ocurriendo. El rey había solicitado sus presencias en la Catedral de la Luz. Algunos acólitos y novicios estaban activos incluso a esa hora, pero muchos de los sacerdotes no estaban. Los esperó en el nártex de la catedral y les indicó que debían unírsele mientras caminaba por el pasillo hacia el altar. ―Quería darles una actualización sobre nuestra opinión por la Reunión ―dijo Anduin. Ellos fruncieron el ceño, intercambiando miradas. ―Su Majestad ―dijo Genn―, ya le hemos dado nuestra opinión sobre esto. ―Es verdad ―dijo Turalyon―. Con todo respeto, Su Majestad, tenemos una discrepancia fundamental sobre las intenciones y el propósito de la Luz ―dudó―. Yo no lo condeno por sus sentimientos. No sería la primera vez que un devoto haya malinterpretado la Luz. Sé que lo he hecho. No pretendo ser perfecto o tener una comprensión verdadera al respecto. Nadie puede. ―¿Pero ambos sienten que esto está mal? ―Anduin presionó― ¿Qué no hay nada que ganar al tener a los renegados y humanos reuniéndose cuando un lazo previo ha existido entre ellos? ―Hemos dejado eso claro, Su Majestad ―declaró Turalyon―. Si nos ha pedido venir aquí a ésta hora simplemente para reavivar éste argumento con usted… 211
―No ―dijo Anduin―. No conmigo. ―Conmigo ―dijo una voz rica, cálida y extrañamente llena de eco. Ellos se giraron. El Arzobispo Alonsus Faol estaba de pie en los escalones azules que llevaban al altar. Estaba vestido con una túnica que hablaba de su estatus en vida. Anduin había buscado concienzudamente los adornos. Era, se dio cuenta, más fácil para los humanos el reconocer los adornos externos de un arzobispo que lo que quedaba del propio hombre. Ambos, Greymane y Turalyon parecían aturdidos. Anduin esperó, pero no habló. Eso tenía que desarrollarse entre Faol y sus más viejos y queridos amigos sin interferencia externa. Anduin dijo una plegaria silenciosa, que todos en esa habitación pudieran mirarse con ojos que recordaran la amistad y vieran verdaderamente. ―Estoy bastante consciente de que no me veo cómo me recuerdan ―continuó Faol―. Pero creo que reconocen mi voz. Y mi rostro está casi intacto, aunque le falta esa abundante barba blanca que tanto me gustaba. Turalyon se quedó tan quieto como si fuera la estatua que se encontraba en la entrada de Stormwind. Lo único que probaba que no era así era el rápido subir y bajar de su pecho. La expresión en su rostro era una de gran adversión, pero no se movió ni habló. Si la reacción de Turalyon era fría, la de Genn era fuego puro. Él giró hacia Anduin, su rostro desencajado por la ira. No por primera vez pues el joven rey estaba consciente del poder puro del hombre incluso aunque no estaba en su forma huargen. No necesitaba ni garras ni dientes, ni siquiera una espada para matar. Y en ese momento, se veía como si estuviera a punto de destrozar a Anduin con sus propias manos. ―Has ido demasiado lejos, Anduin Wrynn ―Greymane gruñó―. ¡Cómo te atreves a traer ésta cosa a la Catedral de la Luz! Estás persiguiendo éste ideal retorcido de lo que es realmente la paz. Y ahora has traído eso aquí ―su voz tembló― Alonsus Faol era mi amigo. Era el amigo de Turalyon. Habíamos aceptado que se había ido. Fue enterrado en la Tumba de Faol. ¿Por qué nos haces esto? Anduin no retrocedió. Había estado esperando esa reacción. Cuando no obtuvo respuesta, Greymane se giró hacia la fuente de su aborrecimiento. ―¿Tienes al chico bajo alguna clase de hechizo, desgraciado? ―bramó― Sé que hay sacerdotes que pueden hacer esa clase de cosas. Deja ir a Anduin, márchate y no haré trizas ese pútrido cuerpo tuyo. Tú escogiste ésta… ésta existencia rastrera. Escogiste ser 212
ésta criatura de pesadilla. Y debes saber lo que me ha pasado. A mi pueblo. Lo que los tuyos me hicieron y cuánto repudio lo que te has convertido. Si tuvieras alguna decencia, cualquier respeto por aquellos que alguna vez llamaste amigos, ¡te hubieras lanzado al fuego durante el primer Halloween y nos hubieras ahorrado todo esto! Anduin cerró los ojos, dolido por la hostilidad que Greymane le arrojaba al hombre que había amado en vida. Sabía que eso sería difícil, pero no había esperado que Genn fuera tan malvado en su furia. Aunque Faol parecía no estar sorprendido en lo absoluto por la reacción y miró tristemente a Genn. ―Tú te paras aquí, a algunos pasos de un viejo amigo y me atacas con palabras escogidas por su poder para herir ―dijo Faol―. Y sé por qué lo haces. ―¡Lo hago porque eres una monstruosidad! ¡Porque tu gente son una abominación y nunca debieron ser creados! Faol negó con la cabeza. Su voz se mantuvo tranquila, teñida con una pizca de pena. ―No, mi viejo amigo. Haces esto porque estás asustado. Anduin parpadeó, sorprendido. Genn Greymane era muchas cosas, pero no era un cobarde. Anduin no quería entrometeré, pero si parecía que Faol estaba en peligro, lo haría. Aunque Faol era probablemente un sacerdote muy poderoso, incluso en su estado actual, más de lo que Anduin podría llegar a ser. Greymane se quedó totalmente inmóvil. ―He matado por insultos menores a ese ―las palabras salieron con un tono bajo, un gruñido. ―Eso lo sé ―continuó Faol―. Y de nuevo lo digo: estás asustado. Oh, no de mí ―puso una mano marchita en su huesudo pecho―. Estoy seguro de que crees que puedes derrotarme en uno de tus latidos. Puede que tengas razón en eso, pero yo no lo averiguaría tan pronto ―negó tristemente con la cabeza―. No, Genn Greymane. Estás asustado porque crees que, si reconoces aquí, ahora, conmigo, que los renegados no son monstruos irredimibles, si muestras cualquier señal de entendimiento o amabilidad o compasión o amistad, entonces significará que tu hijo murió por nada. Un grito humano de ira y dolor se convirtió en el aullido de un lobo cuando el rey gilneano arqueó la espalda. Su forma cambió, cubierta en un humo místico tan gris como
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la piel del lobo. Mucho más alto, masivo, se agachó en sus patas de lobo y se preparó para saltar hacia Faol. Turalyon agarró al huargen por el brazo, negando. ―No derrames sangre en éste lugar ―dijo. ―La criatura ni siquiera tiene sangre ―gruñó Genn, su voz grave y ronca―. ¡Está cosido junto como una marioneta de palo con icor y magia! ―Sé algo acerca de pérdida ―prosiguió el arzobispo. Anduin se maravilló ante la calma de Faol―.Y sé algo también de ti. Te has aferrado a ese dolor. Te ha servido bien. Te ha permitido pelear con una ferocidad desenfrenada. Pero como cualquier arma afilada, puede cortar de ambos lados. Y justo ahora, lo hace entre tú y un entendimiento que podría cambiar tu mundo. ―¡No puedo cambiar mi mundo! ―chilló Grenn en una voz entrecortada. Las palabras todavía destilaban furia, pero entre ellas había un profundo hilo de dolor que hizo que a Anduin le doliera el corazón ―¡Quiero a mi hijo de vuelta, pero esa Alma en Pena lo asesinó! ¡Ella y su gente, tú gente, casi destruyeron a mi pueblo! ―Sin embargo, estás aquí ―continuó Faol casi plácidamente ―Muchos de ustedes todavía están sanos. Fuertes. Vivos ―por primera vez desde que comenzó el enfrentamiento, el sacerdote no-muerto dio un paso al frente―. Respóndeme esto, viejo amigo. Si no hubiera venido solo, si hubiera traído a Liam conmigo, levantado, como yo, y aún fuera él mismo, como yo, ¿tu respuesta sería diferente? El huargen se hizo hacia atrás con palabras que se le hacían más daño que cualquier hoja afilada. Jadeó, las orejas se aplanaron hacia atrás en su cráneo, su cola azotando el aire. El mismo Anduin, tambaleándose por la sorpresa de las palabras del arzobispo, alzó las manos, ahuecándolas en preparación para recibir la Luz. Antes de que pudiera actuar, Greymane aulló con furia, cayó en las cuatro patas y corrió fuera del cuarto. Anduin comenzó a ir tras él, pero Faol lo detuvo. ―Déjalo ir, Anduin. Genn Greymane siempre tuvo un temperamento y ahora se le forzó a mirar a algo triste y horrible dentro de él. Él volverá en su propio tiempo o no lo hará. Pero ahora, no importa lo que diga, se dio cuenta que no puede medirnos a todos con la misma vara. Es una pequeña victoria, pero la aceptaré. ―Victoria. Esa única palabra estaba imbuida del más frío aborrecimiento que Anduin jamás había escuchado, tan llena de molestia que le dolió físicamente. En esos momentos tan
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tensos con Genn, casi se había olvidado del silencioso paladín. Los dos hombres habían reaccionado diferente, pero con la misma repelencia. Turalyon no tenía espada ni usaba armadura. Sin embargo, todavía se vislumbraba alto y poderoso en la catedral mientras se enderezaba en su estatura verdadera. Si Genn había sido golpeado por una furia angustiosa, Turalyon, uno de los primeros paladines de la Mano de Plata, estaba rebosante de ira justificada. ―Tú blasfemias a los que una vez fue un buen hombre ―soltó―. Has robado su forma y lo paseas, usándolo como si fuera una pieza de ropa. Tu boca rota no sirve para nada excepto escupir sucias mentiras. Los no-muertos son impíos. Los que sean tus poderes sacerdotales han venido de las sombras de la Luz, no de la Luz misma. Si queda algo en ti de ese buen y amable hombre que amé tanto, tú pedazo de carnaza, acércate a mí y lo explotaré hacia un olvido misericordioso. ¿Cómo era posible que Turalyon no viera lo que veía Anduin? ¡El alto exarca había acogido a un señor del terror redimido como compañero y soldado! El joven rey, al principio, también había estado horrorizado. Pero, aunque el legendario paladín había encontrado más cosas oscuras sin dudarlo, incluidos renegados realmente malvados, que Anduin jamás encontraría, el hijo de Varian había visto valentía demostrada por una de las creaciones de Sylvanas. Se había aferrado al recuerdo de presenciar a Fandris Ferley siendo asesinado por atreverse a oponerse a la crueldad innecesaria y a la violencia. Recordó la carta de Elsie, cómo casi había roto su corazón. Había visto cosas que Turalyon, en sus mil años de guerra contra la Legión, jamás había presenciado. Y ahora Turalyon se estaba negando a ver algo —a alguien— que estaba de pie justo frente a él. ―Yo creé la Orden de la Mano de Plata ―lo amonestó Faol, su voz volviéndose más fuerte―. Vi en ti algo que nadie más tenía. Eras un buen sacerdote, pero eso no era lo que la Luz quería que fueras. La Luz necesitaba campeones que pudieran pelear tanto con las armas de la humanidad como con el amor y el poder de la Luz. Los otros eran más fuertes con lo primero y vinieron a la Luz después. Tú eras lo contrario. Eran amables, buenos hombres. Eran paladines nobles. Pero todos se han ido y tú te has convertido en el alto exarca de la Luz. Eres demasiado sabio, Turalyon, para negar la verdad. Niega eso y estarás negando a la propia Luz. Para Horror de Anduin, Faol cerró la distancia entre él y el paladín. Abrió los brazos. Turalyon tembló y sus puños se apretaron, pero no atacó. ―Busca la Luz en mí ―le indicó Faol―. La encontrarás. Y si no lo haces, entonces te ruego que acabes conmigo, pues no deseo existir como un cadáver roto que la Luz ha abandonado. 215
Anduin bajó la mirada para ver que Calia se había parado a su lado. Ella alzó la vista hacia él y vio que estaba asustada por su amigo. Él también lo estaba, aunque había conocido al arzobispo recientemente. Todo será como la Luz lo quiera, pensó. Durante un momento, Anduin pensó que el paladín estaba tan iracundo que ni siquiera lo intentaría. Pero entonces Turalyon alzó un brazo. Un rayo de lo que parecía un puro y dorado rayo de sol, imposible a esas horas de la noche cuando ese orbe escondía su cabeza, brilló sobre ambas formas. El rostro de Turalyon era tan duro como una roca. Era la imperdonable expresión de la justicia lo que parecía ser lo correcto. Pero entonces, mientras Anduin observaba, estupefacto por la lucha silenciosa que se desarrollaba entre la creencia y la fe, que ese rostro de granito se suavizó. Los ojos de Turalyon se abrieron; entonces la luz dorada y radiante que envolvió al vivo y al muerto atrapó el brillo de lágrimas no derramadas. La alegría se expandió por su rostro y entonces, mientras Anduin observaba, conmovido más allá de las palabras, Turalyon, paladín de la Mano de Plata, alto exarca del Ejército de la Luz, cayó de rodillas. ―Su Excelencia ―exhaló―. Discúlpame, mi viejo amigo. Mi arrogancia me cegó hacia lo que estuvo claro todo el tiempo si hubiera visto con los ojos correctos. Y agachó la cabeza para recibir la bendición del arzobispo. Faol también luchaba con la emoción. ―Querido muchacho ―dijo con una voz que temblaba―, querido muchacho. No hay nada que perdonar. Hubo un tiempo en el que habría concordado contigo. Eres el único miembro viviente de la Orden original, el último de los únicos hijos que jamás tendré. Estoy agradecido de no haberte perdido también, ni por la muerte, o el Vacío, o por tus propias limitaciones. Él apoyó la mano, descompuesta y sin vida, sobre la cabeza gris y dorada del paladín. Turalyon cerró los ojos en alegría silenciosa. ―Mi bendición, tal cual es, está sobre ti. No hay nadie, vivo, muerto o en cualquiera de las misteriosas sombras entre ellas, que no se beneficie de siempre mirar con ojos, corazón y mente bien abiertos. Levántate, mi querido muchacho y guía mejor ahora que tienes un entendimiento mayor sobre los caminos de la Luz. Turalyon lo hizo, pareciendo torpe por un momento antes de enderezarse. Miró hacia Anduin.
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―También te debo una disculpa ―dijo―. Pensé que era alguien que esperaba lo major a costa de la sabiduría. No podía haber estar más equivocado. Anduin escuchó a Calia suspirar con alivio. ―No hay necesidad ―respondió―. Nos enseñan a temer a los renegados. E incluso el arzobispo entiende que hay muchos cuyo renacimiento los volvió fríos y crueles. Pero no a todos. ―No ―convino Turalyon―. No todos. Estoy extasiado de tener a mi viejo amigo y mentor de regreso. ―Trabajaremos juntos ―le aseguró Faol. ―Si tan solo Greymane hubiera presenciado esto ―dijo Calia. ―Como todas las personas, lo verá cuando esté listo ―dijo Turalyon―. Definitivamente lo tranquilizaré de la mejor manera que pueda. Pero por ahora, permítanme hacer lo que pueda para ayudarles. Otros deberían ser capaces de tener el obsequio que el arzobispo y yo hemos recibido ésta noche. Anduin sonrió. No podía ver el futuro. Sin embargo, podía ver ese momento y su corazón estaba lleno ―Aceptaré felizmente tu ayuda.
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CAPÍTULO VEINTISIETE TANARIS
―S
abes ―observó Grizzek mientras él y Saffy preparaban su huida―, la
vida contigo nunca es aburrida. ―Seguimos saltando, ¿no es así? ―respondió y le dio una mirada que derritió su corazón. Grizzek, no siendo un completo idiota, había anticipado que, en algún momento, alguien que no le deseaba arcoíris y sol y una vida larga y feliz, podría llegar a molestarlo. Se había preparado para esa eventualidad excavando –bueno, modificando un segundo destructor para que cavara– un túnel que se abría en un lugar aleatorio en Tanaris. Después de que Gallywix se marchara, habían decidido utilizarlo. Empacaron todo lo que pudieran llevar con ellos en un pequeño carrito de mina, incluyendo unos cuantos barriles herméticos de Azerita y todo lo demás… bueno, algunas de esas cosas no podían destruirse, pero habían desmantelado lo que pudieron. La bomba ajustada para detonar una hora después que se hubieran marchado debía ayudar. Todas sus notas iban con ellos. Habían programado a Feathers para volar a Teldrassil con una advertencia acerca de lo que había pasado y una petición de rescate en un lugar específico. Le ofrecerían a la Alianza lo que habían descubierto con la condición de que crearían cosas que solamente pudieran ayudar, no dañar. Era un riesgo. Uno loco y glorioso, pero era la única opción que tenían. Habían decidido que ninguno podría vivir sabiendo que sus descubrimientos serían utilizados para matar con tanta efectividad. 218
Justo antes de marcharse, Grizzek echó un último largo vistazo alrededor. ―Echaré de menos éste lugar ―admitió. ―Lo sé, Grizzy ―dijo Saffy, sus grandes ojos llenos de simpatía―. Pero encontraremos otro laboratorio. Uno en dónde podamos crear lo que hay en nuestros corazones. El giró a verla. ―En cualquier lugar del mundo. Siempre y cuando sea contigo ―entonces, mientras sus ojos se abrieron por la sorpresa, él se arrodilló frente a ella―. Sapphronetta Flivvers… ¿te casarías conmigo? ¿De nuevo? En su larga mano verde, sostenía uno de los anillos de Azerita que habían creado. La base era áspera porque ninguno de ellos era un joyero y la Azerita era una imperfecta gota que habían permitido que se endureciera. Pero cuando Saffy dijo “¡Oh! ¡Grizzy, sí!” Y lo deslizó en su pequeño dedo, él pensó que era el anillo más hermoso del mundo. La abrazó fuertemente. ―Soy un goblin feliz ―besando su coronilla―.Vamos, Punkin. Encaminémonos a nuestra próxima aventura. Ellos bajaron hacia el túnel. ―Espero que no haya caído ―dijo Grizzek―. No lo he revisado en un par de años. ―Supongo que lo averiguaremos ―dijo Sapphronetta sonriendo. Era un largo camino subterráneo desde el laboratorio de Grizzek hasta las colinas que separaban Tanaris de Thousand Needles, en dónde Grizzek prometió a Saffy que emergerían. Durante el camino, hablaron abiertamente por primera vez. Acerca de lo mucho que se querían y que siempre había sido así. Acerca de lo que habían hecho mal y cómo sentían que habían fallado. Durante las comidas, analizaron lo que había resultado esa vez que no lo había hecho la vez anterior. Y cuando dormían, se acurrucaban muy cerca del otro. Afortunadamente ni hubo derrumbes. Y, finalmente, la pareja llegó el final de esa fase de su viaje. ―De acuerdo con mis cálculos, es cerca de media noche ―dijo Saffy. Grizzek le creyó.
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―Perfecto ―dijo Grizzek―. Es un lugar bastante remoto, pero, aun así, no me gustaría salir de éste agujero en plena luz del día. ¿Cómo es que los gnomos soportan vivir bajo tierra, Saffy? Me vuelvo loco sin sol. ―Hay sol ahí ―Saffy le aseguró. ―Pero estaremos viviendo con elfos de la noche. ―También hay sol en Teldrassil; solamente prefieren dormir cuando lo hay. ―Ustedes la gente de la Alianza son muy extraños ―la besó―. Pero lindos. Definitivamente lindos. Grizzek había dejado una escalera al final y la subió primero para quitar el pestillo. ―Cuidado abajo ―dijo. ―¿Eh? ―después ―¡Hey! ―Lo cubrí con arena ―explicó cuando los granos amarillos cayeron sobre ellos. A él no le importó. La libertad y una vida con el gnomo a quien le había dado su corazón años atrás lo esperaban arriba. Se limpió el rostro y subió el resto del camino, sacando la cabeza y parpadeando incluso en la tenue luz de las lunas y las estrellas. Nada parecía fuera de lo común. Grizzek ladeó la cabeza, escuchando. No escuchó nada. ―Bien, creo que estamos bien ―dijo y se alzó hasta el suelo. Extendió una mano para ayudar a Saffy. Ambos se pusieron de pie, se estiraron y se sonrieron. ―Fase uno completada ―dijo―. Iré abajo y traeré el resto de nuestras cosas. ―De hecho ―llegó una voz―, eso no será necesario. Ambos se giraron. Un goblin alto se dibujó contra el cielo estrellado. Grizzek conocía esa voz. Buscó la mano de Saffy y la aferró con firmeza. ―Druz, tú y yo siempre nos llevamos bien. Te diré algo. Yo volveré y trabajaré para Gallywix. No más trucos. Haré lo que quiera. Puedes tomar todo lo que tenemos. Sólo deja que Saffy tenga algo de comida y agua y déjala ir. ―Grizzy… ―No te dejaré morir, Saffy ―dijo Grizzek―. ¿Tenemos un trato, Druz? Druz bajó, seguido de no menos que tres altos y visiblemente irritados goblins. 220
―Lo siento, amigo. Los estuvimos siguiendo todo éste tiempo. Apenas cinco minutos después de que te metieras en tu agujero, desactivamos la bomba que dejaste en tu laboratorio. Y en cuanto a tu perico, le disparamos. Solamente necesitamos lo que tomaste y entonces… ―él hizo un mohín. ―¿No vas a matarnos? ¿A sangre fría? ―Saffy tartamudeó. Druz la miró y suspiró. ―Pequeña dama, tu amado aquí sabía en lo que se metía. Esto viene directo del jefe. Está fuera de mi alcance. Los otros goblins saltaron hacia adelante, agarrando a Grizzek y a Saffy sin cuidado. Grizzel hizo un puño y lo estamó en el estómago del más cercano. Escuchó un jadeo y un gruñido de Saffy y descubrió que también había asestado algún tipo de buen golpe. Pero cualquier resistencia de su parte era solamente un gesto. En unos pocos minutos, el goblin y la gnoma habían sido registrados, golpeados un poco y atados espalda con espalda. Incluso sus pies estaban atados. ―¡Hey, Druz! Tengo algunas notas del gnomo ―dijo uno. ―Buen trabajo, Kezzig ―dijo Druz. ―Esto es estúpido, Druz ―murmuró Grizzek a través de su boca llena de sangre y dientes rotos―. Y tú no eres estúpido. Valgo mucho más para ti vivo que muerto. ―No realmente ―dijo Druz―. Tenemos todas las cosas que hiciste en el laboratorio. Tenemos todas las cosas que intentaste robar. Y ahora tenemos las notas del gnomo. Podemos encargarnos a partir de aquí. Eres un riesgo muy grande. ―Mantenme prisionera ―comenzó Saffy―. Garantizarán que no escape. ―¡Saffy, cállate! ―siseó Grizzek con enojo―¡Estoy tratando de salvarte! ―Tengo mis órdenes ―dijo Druz, casi sonando arrepentido―. Molestaste al jefe y esto es lo que nos han ordenado hacer contigo ―hizo una seña con la cabeza a Kezzig―. Pon la bomba. ―¿Q-qué? ―espalda a espalda con Saffy como estaba, Grizzek no podía verla. Pero ella sonaba pálida. ―Intentaste explotar tus propias cosas, nosotros te explotamos a ti. Aunque con una bomba más pequeña ―Kezzig se aproximó y metió algo duro y frío entre la atada pareja―. Lamento que no haya funcionado, Grizz. Míralo de ésta forma: será rápido. No tenía que haberlo sido. 221
Y entonces se marcharon, riendo y charlando. Grizzek analizó la situación. No era buena. Él y Saffy estaban sentados espalda a espalda, atados fuertemente juntos con lo que parecía ser una fuerte soga. Sus manos estaban inmovilizadas, presuntamente para que no pudieran liberarlas y después liberarse ellos. ―Crees que, si nos sacudimos, ¿podemos alejarnos de eso? Saffy. Siempre pensando. A pesar de lo malo de esa situación, Grizzek se sintió sonriendo. ―Vale la pena ―dijo, aunque no añadió que tal vez podría causar que la bomba explotara de inmediato. Probablemente ella ya lo sabía―. A la cuenta de tres, corremos hacia la izquierda. ¿Lista? ―Uno… dos… tres… ¡corre! ―Se movieron cerca de seis pulgadas a la izquierda a través de la irregular superficie del angosto camino. La bomba seguía pegada sólidamente entre ellos― Eso no va a funcionar. Punkin, ¿puedes ponerte de pie? ―E-Eso creo ―dijo. A la cuenta de tres, lo intentaron. Se tambalearon hacia la derecha la primera vez. Después intentaron una segunda vez apenas se habían enderezado. El pie de Grizzek se torció en una piedra suelta y se cayeron de nuevo. ―¡Uno, dos, tres! ―dijo Grizzek nuevamente y entonces, con un gruñido, se levantaron. La bomba estaba firmemente calzada entre ellos. ―De acuerdo, Pookie, no se va a caer por sí sola. Tenemos que movernos. ―Eres el experto en explosivos, pero no puedo imaginarme que sería productivo mantener una bomba que no ha explotado. ―Creo que es la única oportunidad que tenemos. ―Yo también. De nuevo, a la cuenta de tres, comenzaron a saltar arriba y abajo. Sin creerlo, Grizzek sintió la bomba cambiar. Había estado presionando, silenciosamente amenazante, contra su espalda baja. Ahora estaba en su coxis. ―¡Está funcionando! ―chilló Saffy.
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―Creo que sí ―respondió Grizzek, tratando de no estar muy esperanzado. Continuaron saltando. La bomba se deslizó más y más abajo. Y entonces Grizzek ya no sentía esa presión. Se preparó para lo que secretamente pensó inevitable: detonación en contacto con el suelo. Pero su suerte parecía continuar. La escuchó caer en la arena, pero nada más. ―¡Lo hicimos! ―Saffy gritó felizmente― Grizzy, lo… ―Guarda silencio un momento ―dijo Grizzek. Saffy obedeció. Grizzek cerró los ojos. En el silencio de la noche del desierto, pudo escuchar el tic-tic. La bomba tenía temporizador. ―Todavía no salimos de ésta ―dijo―. Brinca a la derecha y sigue brincando. ―¿Por cuánto tiempo? ―Hasta que lleguemos a Gadgetzan. Brincaron. Incluso cuando creyó que la bomba estaba contando los segundos de su vida segundo a segundo, Grizzek se maravilló de lo que habían hecho juntos. Incluso ahora, estaban trabajando juntos en perfecta coordinación. El cliché de la máquina bien aceitada. ―¿Grizzy? ―¿Sí? ―Brinco. Brinco. Brinco. ―Tengo una confesión. ―¿Qué es, Pokie? ―No te dije de algo que hice porque pensé que te enfadarías conmigo ―brinco. Brinco. Ahora estaban a tres yardas de la bomba. Si tan sólo los dos tuvieran piernas más largas… ―No puedo enfadarme contigo por nada, Punkin. ―Quemé las notas. Grizzek estaba tan sorprendido que casi tropezó, pero logró mantener el ritmo. ―¿Tú… qué?
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―Rompí todas nuestras notas y las quemé ―brinco. Brinco. ―No hay forma de que Gallywix pueda recrear nuestros experimentos. Tiene algunos prototipos y un par de venenos ya mezclados, pero eso es todo. Cualquier cosa horrible que trate de hacer con la Azerita, no será por nosotros. Brinco. Brinco. ―Saffy… ¡aw, eres un genio! En ese momento, el pie derecho de Grizzek se torció en una roca resbalosa cubierta por arena y escuchó algo romperse. Se tambalearon, y ésta vez, supo con amargo miedo que no iba a ser capaz de volver a levantarse. Tumbado bocabajo en la arena, no pudo determinar cuánta distancia tendrían que poner entre ellos y la bomba, y en la oscuridad, no había logrado identificar el tipo de explosivo que Druz había metido entre los dos. ¿Estarían lo suficientemente lejos para sobrevivir si detonaba? Hizo rechinar sus dientes contra el dolor mientras decía. ―Saffy, se me rompió el tobillo. Tenemos que gatear, ¿de acuerdo? La escuchó tragar. ―De acuerdo ―dijo valientemente, aunque su voz tembló. ―Rueda para que ambos estemos de nuestro lado izquierdo; de esta forma puedo impulsarme con mi pierna buena. Lo hicieron y comenzaron a alejarse. ―¡Grizzy! ―Saffy respobló mientras jadeaba― ¡Aún tengo mi anillo! ¡Mi anillo de compromiso! El anillo, hecho de un vulgar y feo metal. Y adornado con una pequeña y brillante gota de Azerita. ―¡Podría ser suficiente para protegernos! ―dijo. ―Podría ser ―dijo Grizzek. Esperanza, vertiginosa y maravillosa, fluyó a través de él, y comenzó a retorcerse con ganas―. También tengo una confesión que hacer, Punkin. ―Lo que sea, te perdono. Él se mojó los labios. Todos esos años, él nunca lo había dicho. Desperdiciados, estúpidos años. Pero todo eso iba a cambiar a partir de ahora.
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―Sapphronetta Flivver… Te a… La bomba explotó.
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CAPÍTULO VEINTIOCHO TIERRAS ALTAS DE ARATHI, CASTILLO DE STROMGARDE
A
nduin estaba de pie en lo más alto de las arruinadas murallas del Castillo de
Stromgarde. El viento que revolvía su pelo rubio era húmedo y frío, y el cielo nublado hacía poco para despejar el sentimiento de tristeza que permeaba ese lugar. Las Tierras Altas de Arathi eran parte de la rica historia de los humanos y los renegados. Aquí, la poderosa ciudad de Strom se irguió alguna vez y antes de eso, el imperio de Arathor, que había dado luz a la humanidad. El antiguo Arathi había sido una raza de conquistadores, pero habían reconocido la sabiduría en extender cooperación, paz e igualdad a las tribus desterradas. Esas cualidades habían hecho fuerte a la humanidad. Esas tribus antiguas de los Reinos del Este se habían unido, triunfando en tallar a una nación que había cambiado al mundo. Éste, también, era el lugar de nacimiento de la magia para la humanidad, un regalo de los asediados elfos nobles de Quel’Thalas a cambio de la ayuda del poderoso ejército contra su enemigo común, los trolls. Todas las grandes naciones humanas habían sido asentadas por aquellos que dejaron Arathor: Dalaran, fundada por el primer magi instruido por los elfos, igual que Lordaeron, Gilneas y más tarde Kul Tiras y Alterac. Aquellos que se quedaron atrás habían construido una fortaleza en la que ahora estaba de pie el rey de Stormwind.
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Escuchó el sonido de botas en la piedra y se giró para contemplar a Genn. El hombre mayor se paró junto a él, sus ojos recorriendo pensativamente por el paisaje de pinos y colinas verdes. ―La última vez que me paré aquí ―dijo Genn―, Gilneas era una nación poderosa y la estrella de Stromgarde era menguante. Ahora ambos reinos están en ruinas. Éste es hogar solamente para criminales, ogros y trolls. Y el mío es su hogar. Señaló al otro lado de las colinas hasta la piedra gris de lo que era conocido como la Muralla de Thoradin. Anduin, Greymane, Turalyon, Velen, Faol y Calia, junto a exactamente doscientos de los mejores de Stormwind, habían llegado unas cuantas horas antes del Puerto de Stormwind. Había sido aleccionador ver esas ruinas aparecer tras la neblina, su piedra tan gris como el mismo cielo; aún más, el pararse en dónde lo hacía ahora. La Muralla de Thoradin y el pequeño campamento renegado a las afueras marcaban el punto más lejano del alcance de la Horda en esa tierra que era el lugar de nacimiento de la humanidad. Gilneas no se encontraba muy lejos, envuelto por la plaga, invadido por los renegados que habían llevado al pueblo de Genn a convertirse en refugiados y habían asesinado al hijo del rey. Genn levantó un cantalejo, gruño suavemente y le tendió el instrumento a Anduin. Anduin lo imitó. A través de la herramienta gnómica, pudo ver figuras armadas patrullando el antiguo muro. Justo como hacía su gente en las murallas del Castillo de Stromgarde. Todos eran renegados. Mañana, a primera hora, el Concejo Desolado se reuniría en el arco de la Muralla de Thoradin. Marcharían hasta un punto medio marcado por una bifurcación en el sencillo camino de tierra. Al mismo tiempo, los diecinueve humanos seleccionados para reunirse con sus amigos o parientes se acercarían. Calia y Faol conducirían las reuniones. No habría otra interferencia de la Horda o la Alianza, aunque cada bando había aceptado permitir que un grupo de sacerdotes volara sobre ellos por si acaso. Anduin le devolvió el catalejo a Genn. ―Sé que debe ser difícil para ti. ―Sabes muy poco acerca de esto ―respondió. ―Entiendo más de lo que piensas ―prosiguió Anduin―. Tengo a Turalyon y a Velen para asistirme ―amablemente, añadió―. No necesitabas hacerte pasar por esto.
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―Claro que sí ―dijo Genn―. El fantasma de tu padre me perseguiría de no haber venido. Igual que Liam te persigue, porque lo hiciste, pensó Anduin tristemente ―Todo terminará pronto ―dijo―. Hasta ahora, Sylvanas parece haber mantenido su palabra. Los Exploradores reportan que todo parece estar en orden con los términos que discutimos. ―Si realmente honra su promesa, sería la primera vez ―dijo Genn. ―Cualquier cosa que pensemos de ella, debemos estar conscientes de que es una gran estratega y que por lo tanto acceder a esto beneficiará a la Horda y a ella. ―Eso es lo que me temo ―respondió Genn. ―Está preocupada por perder su control en Undercity por el Concejo Desolado, pero es suficientemente inteligente para saber que no son una amenaza real. Así que accede a un día en el que únicamente miembros del concejo se encuentren con sus seres queridos. El concejo está satisfecho. Además, es algo honorable y eso aplaca a cualquier orco, troll o tauren. Es política astuta. ―Ella podría traicionarnos fácilmente y asesinarnos a todos. ―Podría. Pero sería una idea terrible. ¿Ir a la guerra por esto justo cuando la Horda se está recuperando de una brutal guerra? ¿Cuándo podría estarse enfocando en Silithus y la Azerita? ―Negó con la cabeza―Una terrible pérdida de recursos. No confío en ella para mantener su palabra por el bien del honor. Pero sí confío que no será estúpida. ¿Tú no? Genn no tenía respuesta para eso. ―Sus Majestades ―llegó la voz grave de Turalyon―. He puesto a los sacerdotes en posición. Según lo acordado, veinticinco de ellos montarán sus grifos mañana y serán sus ojos en el campo de batalla. ―No es un campo de batalla, Turalyon ―le recordó Anduin―. Éste es un sitio de reunión pacífico. Si todo va de acuerdo al plan, nunca será un campo de batalla. ―Mis disculpas. Me expresé mal. ―Las palabras tienen poder, como sé que sabes. Asegúrate de que los soldados bajo tu cargo se abstengan de utilizar ese término. Turalyon asintió. 228
―No hemos visto nada que indique engaño de parte de la Horda. Ellos parecen tener a los números correctos y mantener sus posiciones. Anduin sintió un revuelo dentro de su pecho que rápidamente calmó con un respiro hondo. A pesar de toda su insistencia de que esto no provocaría una guerra, compartía las preocupaciones de sus consejeros. Sylvanas era de verdad una buena estratega y casi con certeza tenía planes que incluso el SI:7 se había visto incapaz de descubrir. Aunque, por el momento, haría a un lado esa aprensión. El Arzobispo Faol y Calia estarían liderando un servicio dentro de poco y antes de eso él tendría que moverse entre aquellos que habían sido lo suficientemente valiente —y quienes amaban lo suficiente— para aceptar la oportunidad de reunirse con la gente que no sería como eran en los recuerdos pero que estarían presentes. Estarían, tanto como le era posible a los renegados, vivos. Aunque quedaba algo del viejo santuario del fuerte. Era más que suficiente para albergar a diecinueve civiles que habían venido a formar parte de la reunión, los sacerdotes y otros soldados que quisieran unírseles. Faltaban algunas maderas en el techo y gotas de la llovizna cayeron en algunos de los que se habían reunido. A nadie parecía importarle. La esperanza brillaba en sus rostros en el día gris, y Anduin se conmovió con esas expresiones. Esto, meditó, es cómo combates el miedo y los largos rencores. Con esperanza y corazones abiertos. Calia y Faol esperaron hasta que todos estuvieran reunidos y entonces Faol habló. ―Primero, quisiera asegurarles que pocas personas disfrutan aguantar hasta el final un servicio religioso durante mucho tiempo en los mejores momentos. Y hoy ―continuó, mirando hacia las nubes grises―, basta con decir que les ahorraré pasar una prolongada sesión de pie en un viejo edificio con corrientes de aire. Hubo algunas risillas y sonrisas. Turalyon estaba de pie junto a Anduin y dijo en voz baja ―Todavía se están acostumbrando a la idea de un sacerdote renegado. Anduin asintió. ―Era de esperarse. Por eso le pedí a Calia que participara también. Verlos a los dos lados a lado, sacerdotes de la Luz, obviamente cómodos con el otro, es una buena introducción para lo que van a encontrar dentro de poco. ―¿Alguien ya la reconoció?
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Calia se había puesto un vestido práctico y nada revelador vestido y una pesada capa con capucha. Casi todos tenían puestas sus capuchas en la suave lluvia, así que ella no destacaba. Valeera alguna vez le había dicho que los mejores disfraces eran sencillos; ropa apropiada, comportarse como si uno encajara. Hoy nadie estaba buscando a una reina que creían muerta. ―No que haya escuchado. Para ellos, ella es una sacerdotisa rubia. Turalyon asintió, pero todavía parecía preocupado. Faol continuó. ―Su rey ya les ha dicho lo que esperamos demostrar y les ha aconsejado acerca de lo que hay que hacer si se levanta un estandarte ya sea en la Muralla de Thoradin o aquí en el fuerte. Deseo evitar repeticiones tediosas, así que solo diré que estén alertas y se muevan rápido. Pero de verdad espero que eso no suceda. Mi compañera sacerdotisa y yo estaremos ahí afuera con ustedes. Otros estarán cerca para prestarles ayuda si lo necesitan. Podrán ser tenderos, o herreros, o granjeros. Pero hoy son mis hermanos y hermanas. Hoy todos somos sirvientes de la Luz. Si tienen miedo no se avergüencen de ello. Están haciendo algo que nadie ha hecho antes y eso siempre asusta. Pero sepan que están haciendo el trabajo de la Luz. Y ahora, acepten éstas bendiciones. Calia y él levantaron los brazos, levantando sus rostros hacia el cielo. El sol podía estar oculto tras las nubes, pero eso no significaba que no estuviera ahí, enviando sus rayos dadores de vida a aquellos que moraban en la faz de ese mundo. Era lo mismo con la Luz, pensó anduin. Siempre estaba presente incluso cuando parecía estar más allá del alcance de uno. Un destello dorado llenó el área: no una explosión de iluminación cegadora, sino un gentil resplandor que hizo que la opresión en el pecho de Anduin se soltara mientras inhalaba profundamente. Había estado despierto toda la noche, incapaz y reacio a dormir, pero mientras cerraba los ojos y se abría a la energía sanadora, se sintió renovado, refrescado y tranquilo. Salió justo cuando las nubes se apartaron por un momento y algunos solitarios y hermosos rayos de sol cayeron sobre el grupo mientras caminaban fuera del santuario. Esto, también, era una bendición de la Luz, aunque sencillo y mundano si algo tan magnífico como si el propio sol pudiera ser llamado de esa manera. Muchos de los presentes —incluyendo al propio Anduin— nunca habían estado en ese sitio histórico. Se les permitía recorrer dentro de los confines de la fortaleza mas no afuera de ella. Anduin no pondría a nadie en riesgo innecesario al permitirles aventurarse demasiado lejos. Él creía que Sylvanas mantendría su palabra, pero ninguno 230
de ellos había dicho nada acerca de espías. Su presencia era otro motivo para preocuparse por Calia y ella estaba bajo instrucciones estrictas de mantener la capucha de su capa puesta cada vez que se aventuraba fuera de un espacio cerrado. Muchos regresarían a los barcos a dormir, aunque otros habían pedido quedarse dentro del Castillo de Stromgarde. Se les había suministrado mucha comida, agua potable, tiendas y leña seca para su comodidad. Anduin los observaba mientras se marchaban de la capilla, algunos en grupos de nuevos amigos encontrados, otros en soledad. Algunos se quedaron atrás para hablar con Calia y Faol y eso hizo sonreír a Anduin. Entre ellos, notó a la apasionada y voluntariosa Philia, que parecía casi de forma palpable, irradiar alegría a Emma, una mujer mayor que había perdido a muchos por la guerra de Arthas contra los vivos, una hermana y su familia y más trágicamente, a los tres hijos de Emma. “La vieja Emma” como Anduin había aprendido que algunos la llamaban, no era la mujer más resistente y su mente tenía una tendencia a divagar. Pero parecía alerta y su color era bueno mientras hablaba primero con Calia y después, con precaución, con Faol. ―En muchas formas, he aprendido que lecciones en los últimos meses que en mil años ―dijo Turalyon, siguiendo la mirada de Anduin―. Hay mucho sobre lo que he estado equivocado. ―Genn todavía piensa que es una mala idea. ―Tiene todo el derecho de preocuparse. Sylvanas es… resbaladiza. Pero nadie puede conocer de verdad el corazón de otro. Tienes que tomar la mejor decisión con la información que tienes, y con tus propios instintos. Genn se alimenta de ira y odio, no todo el tiempo, pero seguido. Tú y yo nos alimentamos de otras cosas. ―La Luz ―dijo Anduin en voz baja. ―Sí, la Luz ―convino Turalyon―. Pero debemos dejar que nos guíe, no que nos ordene. También tenemos nuestras propias mentes y corazones. También deberíamos usarlos. Anduin no dijo nada. Había escuchado de las batallas que Turalyon y Alleria había librado por un milenio. Sabía que habían sido devotos de una Naaru llamada Xe’ra, quienes, pensaban, había personificado lo que más amaban de la Luz. En cambio, Xe’ra se había revelado dura e implacable y también peligrosa. ―Un día pronto ―dijo Anduin al final―. Hablaré contigo sobre tus experiencias con la Luz. Pero por ahora, entiendo tus palabras y concuerdo con ellas. Turalyon asintió
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―Compartiré lo que pueda con la esperanza de que te ayude a ser el gobernante que fueron tu abuelo y tu padre. Y le pediré a mi hijo, Arathor, que venga pronto a Stormwind. Ustedes dos con muy similares. ―Por lo que he oído, él es un mejor espadachín ―Anduin sonrió. ―Casi todos los espadachines que conozco dicen lo mismo, así que estás en buena compañía ―Turalyon miró al cielo―. Todavía es el final de la tarde. ¿Qué planes tienes? ―Caminaré con Genn. Que me cuente lo que recuerda de éste lugar. Ayudará a distraernos a ambos. Después… ―hizo un mohín― no creo que tendré mucho descanso ésta noche. ―Ni yo. Raramente duermo antes de la batalla. ―Esto no es una batalla ―dijo Anduin, no por primera vez. Turalyon lo contempló amablemente con sus cálidos ojos marrones, la insinuación de una sonrisa en su rostro con cicatrices. ―Mañana, tú, las cuarenta y un personas en éste campo y todos los observadores estarán participando en una batalla no por propiedad o riqueza sino por los corazones y mentes del futuro ―dijo Turalyon―. Yo lo llamaría batalla, Su Majestad, y una que vale la pena luchar.
***
Esa noche, se encendieron antorchas a lo largo de las murallas de la vieja fortaleza, algo que las murallas no habían visto en muchos años. La cálida luz danzante ahuyentó la oscuridad, pero coexistía con las vacilantes sombras de su propia creación. La noche estaba extrañamente clara, y la luz de la luna era amable con el área. Anduin se había envuelto en una capa y ahora estaba de pie mirando sobre el paisaje ondulado. La Muralla de Thoradin era únicamente una leve mancha de piedra pálida en la distancia. Anduin no vio nada moverse ahí o en el campo que se extendía entre los dos puestos de avanzada. Cerró los ojos por un momento, respirando el aire frío y húmedo. Luz, me has guiado y formado durante casi toda mi vida. Y desde que murió mi padre, me he despertado cada mañana con la fe de decenas de miles de personas descansando en mis hombros. Me has ayudado a cargar éste peso y he sido bendecido teniendo a muchas personas sabias en las cuáles apoyarme. Pero ésta vez recae en mí. Se siente como si 232
fuera lo correcto. Los huesos que fueron destruidos por la campana están tranquilos ésta noche. Mi corazón está despejado, pero mi mente… Sacudió la cabeza y dijo en voz alta ―Padre, siempre pareciste tan seguro. Y actuabas rápidamente. Me pregunto si alguna vez dudaste como lo hago yo. ―Nadie excepto un loco o un niño están completamente libres de duda. Anduin giró, riéndose un poco avergonzado. ―Mis disculpas ―le dijo a Calia―. Te tropezaste en mis balbuceos. ―Yo me disculpo por entrometerme ―dijo ella―. Pensé que tal vez querrías compañía. Consideró declinar su oferta, entonces dijo: ―Quédate si quieres. Aunque tal vez no sea la mejor compañía. ―Ni yo ―admitió―. Entonces estaremos incómodos juntos. Anduin rio. Comenzaba a encariñarse con Calia. Casi a los cuarenta, ella era mucho mayor que él, pero se sentía menos como una figura paterna, como lo había sido Jaina, y más como una hermana mayor. ¿Era la Luz en ella lo que lo hacía sentir tan tranquilo en su presencia? ¿O era simplemente lo que ella era? Ella había sido una hermana mayor una vez. ―¿Te dolería hablar de Arthas? ―preguntó― Antes de que… Antes. ―No. Amé a mi hermano pequeño, pero muy pocas personas parecen comprenderlo. No siempre fue un monstruo. Y ese pequeño niño es como siempre lo recordaré —una repentina sonrisa atravesó sus facciones―, ¿Sabías ―dijo—, que era muy malo manejando la espada?
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CAPÍTULO VEINTINUEVE ALTAS TIERRAS DE ARATHI, MURALLA DE THORADIN
E
lsie esperó que los participantes de la Alianza en la reunión hubieran tenido
un viaje placentero. Era un viaje mucho más largo para ellos que para los renegados. Las Tierras Altas de Arathi estaban comparativamente más cerca, solamente a un corto viaje en murciélago. Por supuesto, un corto viaje en murciélago seguía siendo emocionante, aunque rara vez viajaba a algún lado que no fuera Remól para visitar a algunos amigos. Ella casi no podía recordar que el día hubiera llegado al fin, que esa reunión realmente estaba pasando mientras su murciélago aterrizaba y ella se bajaba de él en el suave pasto en un sitio llamado Caída de Galen. Era un nombre apto, pues el príncipe humano Galen Trollbane, alguna vez heredero de la alguna vez gran reino de Stromgarde, había sido asesinado en ese lugar años antes por los renegados. Los maestros boticarios de Lady Sylvanas lo habían levantado del agarre de la muerte y él le sirvió durante un tiempo. Entonces él se rebeló, tomando a sus hombres y declarando que él no debía ninguna lealtad a nadie más que a él mismo y que él restauraría a Stromgarde a su antigua gloria. El Castillo de Stromgarde, se encontraba al sur; uno podía verlo desde ahí. Todavía estaba en ruinas y Galen había caído dos veces, una como humano y otra como renegado. Ese, pensó Elise, es el destino de aquellos que desafíen a la Reina Alma en Pena. 234
Un renegado entrenador de animales tomó las riendas del murciélago y le dio de comer un gran insecto muerto, el cual masticó alegremente mientras se lo llevaban lejos. Parqual la estaba esperando, sus labios verde grisáceos se torcieron en una sonrisa. En sus brazos llevaba un viejo oso de peluche andrajoso. ―Me alegra que vinieras ―dijo―, a pesar de que no tienes a nadie esperando por ti. ―Claro que tenía que venir ―dijo ella―. Tenía que verte reunirte con esa hija de la que no dejas de hablar ―ella asintió al ver el juguete―. Debes recordar que Philia será una niña grande ahora. Puede que sea un poco mayor para un oso de peluche. Han pasado algunos años. Él rio. ―Lo sé, lo sé. Solamente estoy muy contento porque quisiera verme ―Señaló al peluche ―Oso Bizcocho fue el primer juguete que le di cuando nació. Temía olvidarlo en su viaje a Stormwind, así que lo dejó. Es… una de las pocas cosas de mi vieja vida que aún conservo. Y quise compartirlo con ella. Elsie miró a su amigo, dejando que su ánimo y su anticipación fueran de ella por un momento. Miró alrededor con satisfacción. Aunque muchos en el consejo se habían encontrado con rechazo en su primer –o a veces el segundo o el tercer– intento de contactar a los vivos, cada miembro encontró al final a alguien que aceptara venir. Iba a ser un día memorable. ―Todavía no ha llegado ―continuó Parqual―. Me pregunto si tuvo dudas acerca de venir. ―No veo por qué ella nos diría que vendría y luego no lo hiciera ―dijo Elsie. Mientras miraba alrededor, notó que Annie Lansing tenía una cesta de bolsitas aromáticas, flores en flor y bufandas y le permitía a los miembros del concejo a seleccionar. Annie no tenía mandíbula y actualmente tenía una bonita bufanda verde alrededor de la parte baja de su rostro. ―Oh, es muy bonito lo que Anna está haciendo ―exclamó Elsie―. Será difícil para nuestros seres queridos ver lo que nos ha ocurrido. Una bufanda o una bolsita ayudará ―algunos renegados había sobrevivido su tiempo con la muerte mejor que otros; ocultar un poco su descomposición ayudaría a los miembros de la Alianza a ver más allá del cuerpo, que había soportado tanto, para que en su lugar pudieran enfocarse en la persona.
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―¡Esa es una buena idea! ―la cara de Parqual no estaba demasiado desfigurada y un par de pantalones cuidadosamente escogidos y una chaqueta cubrían sus huesos expuestos. Pero estaba consciente de que, para los vivos, podría no oler particularmente bien― Creo que escogeré una bolsita. ―Deberás apresurarte; ¡parecen ser muy populares! ―Elsie sonrió mientras Parqual, aferrando a Oso Bizcocho, caminaba rápidamente hacia la amontonada Annie. Elsie volvió su atención a las murallas de aquel gran muro y a la línea de arqueros en lo más alto. Cuando uno a uno se giraron, Elsie se asustó al darse cuenta que esas mujeres fuertes, ágiles y aún hermosas incluso en su no-muerte, solamente podían ser las forestales oscuras de élite de Sylvanas. Estaban de pie tan quietas como si estuvieran talladas de la piedra, sus carcajs llenos de flechas, sus arcos en una mano. Solamente sus capas y sus largos cabellos se mecían con la brisa. Nathanos Blightcaller estaba en lo más alto de la muralla también, hablando en voz baja con ellas. Encontró la mirada de Elsie y asintió hacia ella. Ella regresó el gesto. ―¡Ahí está! ―dijo alguien y Elsie giró. La Dama Oscura estaba llegando. Sylvanas montaba en uno de los murciélagos, sus cabellos blancos y dorados y sus brillantes ojos rojos la hacían tan inconfundible como a su transporte. El murciélago se preparó para el aterrizaje y Sylvanas saltó con gracia de su espalda. Ningún movimiento rígido de sus huesos o desprendimiento de piel para ella. Su rostro era suave, con pómulos altos y sus movimientos eran tan ágiles como habían sido cuando todavía respiraba. Elsie sintió una abrumadora sensación de gratitud porque su líder estaba ahí para apoyarlos a pesar de las preocupaciones de Sylvanas. La mirada roja como el fuego barrió a la pequeña multitud y se posó en Elsie. ―Ah, Primera Gobernadora ―dijo Sylvanas―. Es bueno verte de nuevo. Confío en que nadie haya olvidado el procedimiento que tracé sobre lo que está por venir. ¿Olvidado? Elsie lo tenía grabado en la mente y estaba segura de que los demás también. Nadie quería arriesgar futuras reuniones al causar algún problema en la de ese día. Sylvanas giró y señaló a las figuras en el muro. ―Unos cuántos recordatorios, por si acaso. Estas arqueras están aquí para su protección. Anduin tiene al mismo número a lo largo de las murallas del Castillo de Stromgarde. Ya conoces al Arzobispo Faol. Él y otro sacerdote estarán acompañando a 236
los humanos de la Alianza mientras se acercan al sitio de reunión, que será a medio camino entre las fortalezas. Estarán moviéndose contigo para facilitar las conversaciones, y para monitorearlos. Su mirada deambuló por los miembros del concejo reunidos. ―Cuando se acerquen a sus parientes de la Alianza, no hablarán de nada excepto su historia pasada con ellos. No discutirán su existencia conmigo en Undercity. Ellos no hablarán de sus vidas actuales tampoco. Faol y el otro sacerdote han accedido que, si se encuentran a alguno, renegado o humano, hablando de esos temas, o cualquier cosa que podría comenzar una traición o falta de respeto al otro bando, esas partes recibirán un recordatorio. Una segunda vez y se les retirará del campo. Traten al arzobispo y al otro sacerdote con la cortesía apropiada y obedézcanlos. El atardecer casi está aquí. Una vez que el cielo se rompa, si estamos listos, haré sonar el cuerno una vez, y podrán tomar el campo. Tienen hasta el amanecer. Si por alguna razón consideró necesario llamar a un alto en la reunión, haré sonar el cuerno nuevamente tres veces y alzaré el estandarte de los renegados. Si esto sucede, regresen de inmediato. Elsie quiso saber que tan pronto era “de inmediato”. Claro, si alguien quería expresar una palabra final de afecto o tal vez incluso un abrazo si el miembro de la Alianza era lo suficientemente valiente, eso no era una acción amenazadora. Pero no se cuestionaba a la Dama Oscura. ―Cuando la reunión haya concluido, el cuerno los alertará de que es tiempo de volver a casa ―finalizó Sylvanas―. ¿Queda claro? Uno obedecía, especialmente en esa situación, en la que cualquier mal comportamiento o incluso un simple malentendido en cualquiera de los bandos podía significar un nuevo brote de una guerra que, bueno, con seguridad nadie necesitaba en ese momento. Así que Elsie se quedó callada. Cuando el cuerno sonara, su gente debería despedirse y regresar de inmediato. Estaba claro y no arrojó ningún desacuerdo. Estaba el suave galope de las pezuñas en el pasto mientras una de las forestales oscuras de Sylvanas guiaba el caballo huesudo de la Dama Oscura. Ella asintió y tomó las riendas, después volvió su miraba brillante a sus súbditos. ―Cabalgo ahora para encontrarme con el joven rey humano. Hago esto por ustedes. Porque son renegados. No tardaré. Y entonces podrán continuar y reunirse con los humanos que alguna vez fueron parte de sus antiguas vidas. Verán si ellos todavía tienen un lugar en sus existencias actuales.
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Hizo una pausa, y cuando habló de nuevo, Elsie pensó que escucharía hilos de arrepentimiento hilando sus palabras. ―Deberían prepararse para una gran decepción. Aunque lo intenten, los vivos no pueden entendernos realmente. Sólo nosotros podemos. Sólo nosotros sabemos. Pero me han pedido esto y se los doy. Volveré enseguida. Sin decir otra palabra, ella se lanzó en la silla y giró la cabeza esquelética del caballo. Sola y desarmada, Sylavanas Windrunner, la Dama Oscura de los renegados, la Reina Alma en Pena, cabalgó para encontrarse con el rey de Stormwind. Elsie jamás se sintió más orgullosa de ser una renegada.
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CAPÍTULO TREINTA TIERRAS ALTAS DE ARATHI
P
or supuesto, Anduin había visto a Sylvanas antes. Todas las grandes figuras
políticas en Azeroth se habían congregado en el Templo del Tigre Blanco para atestiguar el juicio hecho a Garrosh Hellscream. Él sospechó, mas no supo a ciencia cierta que ella estaba involucrada en la conspiración contra la vida de Hellscream. Ciertamente él no lo dejaría pasar. Sylvanas, ella quien estaba muerta y sin embargo “vivía”, no tenía remordimientos acerca de acabar con las vidas de otros. No había duda en la mente de Anduin que prohibirle a Genn acompañarle a ese encuentro había sido lo correcto. Greymane había probado ser un aliado digno y valioso y había sido honesto acerca de su afección hacia Anduin. Pero había algunas situaciones por las que simplemente no podías hacer pasar a alguien. Tan cerca de la persona que Genn odiaba más que a nadie en el mundo era una de ellas. Anduin confiaba en Genn y le tenía cariño, pero sabía que ahí, a unos cuántos pasos lejos de sus enemigos, Genn probablemente hubiera atacado. Y ya fuese que Genn muriera o Sylvanas, la guerra se desataría en el peor momento posible. Anduin no necesitaba a Shalamayne o siquiera a su mazo más familiar, Fearbreaker. Su arma era la Luz. Y por supuesto, Sylvanas ya era bastante mortífera sin su arco. Todo lo que necesitaba era abrir su boca y pronunciar un gemido y todo perecería. Mientras cabalgaba a Reverence a lo largo del camino de tierra suave hacia el punto de reunión, una pequeña colina a medio camino entre sus respectivas fortalezas, vio una pequeña figura acercándose.
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Sylvanas iba montada en uno de sus desconcertantes corceles esqueléticos. Las fosas nasales de Reverence se abrieron al captar el aroma a muerte y descomposición, pero fiel a su nombre, el caballo no titubeó. Los caballos comunes se habrían inquietado por el aroma a sangre o a cuerpos. Ellos habrían evitado pisar a otras criaturas de ser posible. No los caballos de guerra. En batalla, Reverence sería una extensión de Anduin y un arma adicional, atropellando enemigos y pisoteándolos bajo sus patas. El caballo fue entrenado para actuar en contra de sus instintos. Igual que yo, pensó Anduin. Ambos estamos preparados para ir contra nuestras naturalezas de ser necesario. Continuó acercándose a la Reina Alma en Pena. Podía verla con más claridad ahora. Sylvanas había llegado desarmada, cómo él había exigido que fueran. Pudo ver sus ojos rojos brillando bajo la capucha que usaba, su piel de un verde-azul apagado no del todo fuera de lugar en la tierra sombría y con llovizna, las marcas bajo sus ojos viéndose extrañamente como manchas de lágrimas. Era hermosa y letal, tan hermosa y letal como las flores de la hierba tóxica Tormento de Doncella. Las emociones le abatieron por dentro por la vista: Aprehensión. Esperanza. Y, sobre todo, ira. Baine le había dicho que Vol’jin ordenó la retirada; Sylvanas la había llevado a cabo. ¿Pero realmente Vol’jin lo había hecho así? ¿De verdad no hubo otra alternativa? ¿Sylvanas había traicionado a su padre y lo había dejado a él y a todos en esa nave de guerra para morir? Y si lo había hecho… ¿debería Anduin siquiera estar hablando de paz con ella ahora? Las palabras que había dicho recientemente sobre Varian Wrynn a la multitud reunida en Reposo del León, volvieron a él. Él sabía que nadie —ni siquiera un rey— es más importante que la Alianza. Anduin también lo sabía. Si todo iba bien ese día, la Alianza pronto podría estar más a salvo de lo que jamás había estado. Lo que fuera que Sylvanas hiciera o no, Anduin tenía la certeza de que ese era el camino correcto. Y a veces el camino correcto era uno peligroso y doloroso. Se acercaron a diez pies de distancia del otro y detuvieron sus monturas. Durante un largo momento, simplemente se midieron el uno al otro. Los únicos sonidos eran los suaves suspiros del viento que revolvía los cabellos dorados y plateados, las patas de las pezuñas de Reverence y el chirrido de la silla cuando el gran caballo se desplazaba. Sylvanas y su montura no-muerta se quedaron perfecta y antinaturalmente quietos. Entonces, impulsivamente, Anduin se balanceó para bajar y dio unos cuántos pasos hacia Sylvanas. Ella alzó una ceja. Después de una pausa, ella lo imitó, caminando casi lánguidamente hasta que estuvieron separados por menos de una yarda. Anduin rompió el silencio. 240
―Jefe de Guerra ―dijo y asintió en reconocimiento―. Gracias por honrar mi petición. ―Pequeño León ―dijo en ese tono gutural y extrañamente lleno de eco que tenían los renegados. El término le dolió más de lo que debía. Aerin, la valiente enana que había muerto tratando de salvar vidas, lo había llamado así con calidez. A él no le gustó que Sylvanas torciera esa memoria en un insulto. ―Rey Anduin Wrynn ―dijo―, y ya no tan pequeño. Harías bien en no subestimarme. Ella sonrió levemente ―Aun eres lo suficientemente pequeño. ―Estoy seguro de que podremos usar mejor nuestro tiempo que quedándonos aquí lanzando insultos. ―Yo no ―ella lo estaba disfrutando. Él imaginó que, para ella, de verdad parecía pequeño. Después de todo, por sus acciones en la Costa Abrupta, órdenes o no, ella había sellado la muerte de Varian. ¿Qué era su hijo para ella si no una mota, una pulga, un inconveniente menor? ―Sí, lo tienes ―dijo, no permitiéndose ser hostigado―. Eres Jefe de Guerra de la Horda. Sus miembros lucharon valientemente contra la Legión. Y la gente más cercana a ti, los renegados, te ha solicitado algo que significa mucho para ellos, y has escuchado. Ella encontró su mirada de forma implacable. Él no tenía idea si estaba consiguiendo llegar a ella. Probablemente no, pensó tristemente. Pero esa no era la razón por la que se habían encontrado. ―Esto no es una ofrenda de paz ―continuó―. Tan sólo un cese al fuego por un periodo de doce horas. ―Así lo dijiste en tu carta. Y yo respondí que aceptaba tus términos. ¿Por qué estamos teniendo ésta conversación? ―Porque quería verte en persona ―respondió el rey―. Quiero escuchar por tus propios labios que ningún miembro de la Alianza será herido. Ella rodó los ojos. ―¿Tu preciosa Luz te dice si alguien está mintiendo? 241
―Lo sabré ―dijo simplemente. Eso no era exactamente cierto. Él pensaba que lo sabría. Él creía que lo sabría. Pero no estaba seguro. La Luz no era una espada. Siempre podía confiarse que una hoja bien afilada cortaría la carne si el golpe se daba de cierta manera. La Luz era más nebulosa. Respondía a la fe, no solo a matar. Y extrañamente, era por esa razón que confiaba más en ella que en Shalamayne. Algo se movió en su rostro y entonces se marchó. Alzó la barbilla levemente y respondió. ―¿Entonces no confías en que mantendré mi palabra? Él hizo un mohín. ―Ya lo has hecho antes. Ahí estaba. La muerte de Varian. Sylvanas no respondió enseguida. Entonces, casi cortésmente dijo ―Te doy mi palabra. Como la Dama Oscura de los renegados y como Jefe de Guerra de la Horda. Ningún miembro de la Alianza será herido por ningún miembro de la Horda hoy. Incluyéndome. ¿Eso te satisface, Su Majestad? Hubo un énfasis extra en las últimas palabras. Ella no estaba mostrando al usarlas. Ella usaba su nueva posición como un no tan sutil cuchillo entre las costillas. Porque ambos sabían que en un mundo mejor habría sido Varyan Wrynn quien hablara con ella. Y esa reunión habría sido menos teñida con tensión, resentimiento y desconfianza. Anduin habló antes de que pudiera evitarlo. ―¿Traicionaste a mi padre? Sylvanas se tensó. El corazón de Anduin se aceleró, golpeando contra su pecho. No era una pregunta que había tenido intención de hacer. Pero era la que necesitaba hacer. Tenía que saber. Tenía que saber si Genn Greymane estaba en lo cierto, si Sylvanas había enviado a su padre y al ejército de la Alianza a morir.
***
Las palabras estaban ahí.
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Sylvanas se quedó quieta como una roca, su rostro inexpresivo. Su pecho no subía y bajaba con aliento. Su corazón no bombeaba sangre. Pero, aun así, ella estaba sorprendida de que el muchacho tuviera el coraje de confrontarla tan francamente y tan rápido. Ella no había pensado mucho en los eventos de la Costa Abrupta. Había mucho más para captar su atención y ella no era mucho de meditar. Pero ahora sus pensamientos viajaron atrás hacia ese sangriento y caótico momento como si de nuevo estuviera de pie en ese risco con el ejército de la Alianza debajo de ella, luchando ferozmente mientras la Horda dejaba todo su poderoso corazón en el ataque. Nosotros aguantamos aquí, había dicho a sus arqueros. Y así lo habían hecho, disparando flecha tras flecha, como una lluvia letal, una tormenta sobre el enemigo ágil y alimentado de energía vil. Y estaba funcionando. La Legión llegó, ola tras ola de monstruosidades demoniacas, cada una más horrible y aterradora que la anterior. Pero la gente de Varian era buena. Igual que los suyos. Los bramidos de sorpresa y advertencia habían causado que se agitara. Sylvanas había observado, aturdida, cómo un flujo de demonios caía a través de la abertura detrás de ella. Ella observaba a Thrall, poderoso guerrero y chamán, el fundador de la Horda actual, de rodillas, su cuerpo verde temblando por el simple esfuerzo de tratar de ponerse de pie. Baine se mantuvo sobre él, defendiendo salvajemente a su amigo. La sorpresa la paralizó por un momento. Y entonces las palabras de su Jefe de Guerra: ¡Están llegando por la retaguardia! ¡Cubran el flanco! La lanza. La horrible lanza atravesando el torso de Vol’jin mientras él gritaba esa orden. Debió haberlo matado de inmediato, pero Vol’jin no estaba listo para morir. No todavía. El propósito lo alimentó. Antes de que Sylvanas lo supiera, ella estaba en su caballo, cabalgando hacia su líder, levantándolo para llevarlo fuera del campo de batalla hacia un lugar seguro. En lo que debió ser un esfuerzo agonizante, el troll giró y la miró. Él le susurró la órden en el oído, su voz demasiado débil para que otros lo escucharan sobre el ruido de la furiosa batalla. No dejeh’ que la Hoh’da muera éh’te día. Era una orden directa de su Jefe de Guerra. Y era la correcta. El esfuerzo de la Alizana abajo, valiente como era, dependía de la asistencia de la Horda. Si la Horda se retiraba ahora, el ejército de Varian caería. Pero si la Horda se quedaba y luchaba, ambos ejércitos caerían. 243
Sylvanas había cerrado los ojos, cada opción inaceptable para ella, pero tomó la única decisión que pudo: obedecer la voluntad de su Jefe de Guerra, quien más tarde moriría por la lanza envenenada y, para sorpresa de todos, señalaría a Sylvanas Windrunner como líder de la Horda. Ella llevó el cuerno a sus labios e hizo sonar la retirada. No le había dicho a nadie acerca del remordimiento que había sentido cuando, de pie en la popa de su nave, vio el humo verde de la explosión abajo, en dónde Varian había caído y se preguntó si estaba mirando los últimos y enloquecedores momentos de un guerrero poderoso. Sylvanas no le diría nada de eso a nadie ahora tampoco. Pero mientras se paraba ante el joven rey, ella pudo ver trazos de su padre en él, que habían venido con los últimos años. No sólo físicamente, en la estatura y el físico más musculoso de Anduin o incluso en la línea fuerte de una quijada determinante. Ella vio a Varian en su porte. ¿Traicionaste a mi padre? Más tarde, ella se cuestionaría su decisión en responder. Pero en ese momento, ella no tenía deseos de ofrecer falsedad. ―El destino de Varian Wrynn estaba grabado en piedra, Pequeño León. Los números de la Legión se habrían asegurado de eso sin importar la decisión que tomara ese día. Sus ojos azules buscaron en los de ella la mentira. No encontró ninguna. Algo en su interior se relajó levemente. Asintió. ―Lo que suceda aquí hoy beneficia a la Horda y a la Alianza. Estoy feliz de que hayas accedido a honrar éste cese al fuego. Por esto te juro que yo también acataré a ello y ningún miembro de la Horda será herido por ninguna mano de la Alianza éste día ―inclinó la cabeza en reconocimiento añadió, imitando sus palabras―. Incluyendo la mía. ―Entonces no hay nada más que decir. Él sacudió su cabeza dorada. ―No, no tenemos. Y me arrepiento de eso. Tal vez otro día nos volvamos a reunir y hablemos de otras cosas que podrían ayudar a ambos pueblos. Sylvanas se permitió una pequeña sonrisa. ―Lo dudo mucho.
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Sin mediar otra palabra, Sylvanas giró, ofreciéndole una clara vista de su espalda, saltó hacia la silla de su corcel no-muerto y galopó camino abajo hacia el lugar por el que había venido.
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CAPÍTULO TREINTA Y UNO TIERRAS ALTAS DE ARATHI, CASTILLO DE STROMGARDE
A
pesar de las duras palabras de parte de la líder de la Horda mientras se iba,
Anduin se sintió esperanzado. Él le creía… Las fuerzas de la Legión habían estado apareciendo por todos lados, le había dicho Genn. Si los soldados de la Horda habían sido sorprendidos en esa cresta, y Anduin creía el reporte de Baine de que así era, no era irrazonable suponer que permanecer ahí los habría condenado a ellos y a la Alianza. Había pensado que nunca sabría la historia real y completa. Pero si las cosas iban bien ese día y en futuros encuentros así, entonces tal vez muchas preguntas podrían ser respondidas, y no solamente las suyas. Un escudero se acercó y tomó las riendas de Reverence mientras el rey se deslizaba del lomo del caballo. ―Volviste en una pieza ―observó Genn. ―No suenes tan decepcionado ―bromeó Anduin. ―Entonces todo fue bien ―dijo Turalyon. Anduin se puso serio mientras contemplaba al paladín. Era un gran héroe personal para el joven rey como lo era Faol. Turalyon amaba a una mujer que bordeaba la línea entre el Vacío y la Luz, cuya hermana era con quien justo se había reunido.
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―Sí ―dijo―. Así fue ―tomó una decisión en el momento―. Le pregunté sobre Papá ―le dijo a Genn―. Dijo que no había nada que ella pudiera haber hecho para salvarlo. Y le creo. ―Claro que diría eso ―se burló Genn―. Anduin… ―negó con la cabeza―. A veces simplemente eres muy ingenuo. Me temo que algo vendrá y te lo quitará uno de estos días. ―No soy ingenuo. Esto… se sintió verdadero. Genn siguió frunciendo el ceño, pero Turalyon asintió. ―Lo entiendo. Anduin se colocó entre ellos, palmeando el hombro de cada uno. ―Comencemos. Hay gente ansiosa por estar con sus familias. ―Le diré a los sacerdotes que se mantengan listos junto a los grifos ―dijo Turalyon. Que sean requeridos solamente para bendiciones, pensó Anduin, pero no lo dijo. En voz alta únicamente dijo “Gracias, Turalyon”. Caminó al frente, mirando a las diecinueve personas que esperaban de pie. En sus rostros había expresiones de aprensión y emoción. Su rey entendió ambas emociones totalmente. ―Es tiempo―dijo―. Que hoy sea un día de cambio. De conexión. De esperanza y de mirar hacia adelante a un día en el que reunirse con sus seres amados se vuelva una ocurrencia normal en lugar de una histórica. Estarán vigilados y protegidos. Ya habían sido bendecidos por dos sacerdotes, pero esa bendición sería de su rey. Él alzó sus manos y llamó a la Luz sobre aquellos reunidos. Los ojos cerrados. Los labios se volvieron sonrisas suaves y él pudo sentir la tranquilidad posarse en aquellos presentes. Incluyéndose. ―Que la Luz esté con ustedes ―dijo Anduin. Primero miró al Arzobispo Faol, quien puso una mano en su quieto corazón e hizo una reverencia, y después a Calia, quien se había quedado despierta con él toda la noche distrayéndolo con historias. Ella sonrió, sus ojos brillando. Ese momento era tanto de ellos como lo era para los participantes activos.
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Hizo un gesto a Turalyon, quien agachó la cabeza y saludó a Genn Greymane. El ceño fruncido del jefe consejero de Anduin no había desaparecido desde que llegaron, pero ahora sintió y gritó órdenes. Lo que quedaba de las enormes puertas de madera rechinaron y se estremecieron al abrirse. Anduin recordó su conversación con Turalyon. El paladín había dicho que todos estarían combatiendo “no por propiedades o riquezas sino por los corazones y las mentes del futuro.” Por un momento, el grupo simplemente se quedó quieto. Entonces uno de ellos —Philia— se abrió paso entre la gente y comenzó a caminar al frente valientemente, su cuerpo erguido, su mandíbula apretada, sus pies cubiertos por botas viajando rápidamente sobre el césped verde. Como si fuera la señal que los demás habían estado esperando, comenzaron a moverse también, algunos con pasos más veloces que otros. Nadie tenía permitido comenzar a correr a menos que alguien confundiera la prisa con el peligro. Pero ellos fluyeron fuera de la puerta y hacia el grupo de personas que ahora salían de la Muralla de Thoradin. Sobre los sonidos de conversaciones, una risa feliz sobresalió, sonando amable y extrañamente vacía. Era el Arzobispo Faol. Y de pronto Anduin encontró lágrimas de alegría escociéndole los ojos. Tú lideras el Ejército de la Luz, Turalyon, pensó Anduin y su corazón se animó. Pero éste es el ejército de la esperanza.
***
La vieja Emma seguía preguntándose si eso estaba de verdad sucediendo o era solamente uno de sus sueños. Decidió que el dolor en sus articulaciones mientras caminaba a través del suave césped, a un paso mucho más rápido de lo usual, era prueba de que en verdad era real. Emma caminaba mucho a diario, llevando agua desde el pozo a su pequeño y limpio hogar, así que la resistencia no era un problema. La velocidad lo era. Ella deseaba mucho ser como Philia y todo menos correr hacia el centro del campo, pero su edad no se lo permitiría. Se dijo que, sin duda, Jem, Jack y Jake habían aprendido a ser pacientes en sus años como no-muertos. Podrían esperar un poco más para verla. Ella era quien no quería esperar.
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Alguien la alcanzó. Él llevaba un yelmo hermosamente tallado y se presentó como Osric Strang. ―Soy Emma Felstone ―dijo Emma―. Eso parece muy pesado. Osric, un hombre poderosamente musculoso con cabello rojo y una barba, rio. ―Lo suficientemente pesado para hacer su trabajo. Hice esto para la, la persona que voy a ver hoy. Tomas fue como un hermano para mí. Solíamos discutir sobre quien hacía la mejor armadura cuando servíamos como guardias, él en Lordaeron y yo en Stormwind. Creí que lo había perdido para siempre ese fatídico día. ―Osric hizo un gesto hacia el yelmo―. Pensé que, si había sobrevivido su conversión en un renegado con su cerebro intacto, era mejor que hiciera lo que pudiera para mantenerlo así ―le sonrió―. ¿A quién va a ver? ―Mis muchachos ―respondió Emma. Pudo escuchar la sonrisa en su voz―. A los tres. Estaban en Lordaeron cuando… ―no pudo terminar. Osric la contempló con profunda simpatía. ―Yo… Siento mucho que los hayas perdido. Pero estoy muy feliz de que se unieran al concejo para que puedas verlos de nuevo. ―Oh, yo también lo estoy ―dijo Emma―. Tienes que centrarte en lo que tienes, ¿no es así? ―Eso mismo ―el armero pasó el yelmo hacia el pliegue de un brazo y extendió el otro hacia Emma―. Puede ser un poco complicado caminar en éste terreno. Agárrese. Es un buen muchacho, pensó mientras se agarraba con agradecimiento. Igual que los míos. El punto de reunión —exactamente a medio camino entre el Castillo de Stromgarde y la Muralla de Thoradin— había sido preparado para el evento. Había dos mesas, una en cada lado. Una era para que la Horda pudiera colocar sus regalos para la Alianza, y la otra era para que la Alianza pudiera poner sus propios regalos. Osric caminó hasta la mesa de la Alianza y puso el yelmo, entonces se reunió con Emma. Los sacerdotes que los habían entrevistado sonrieron victoriosos bajo sus capuchas a los participantes reunidos, entonces les pidieron que formaran una larga línea de frente a sus equivalentes de la Horda. Antes, el clima había sido húmedo y frío, el cielo nublado. Ahora, las nubes estaban desapareciendo y la luz del sol se asomaba. Mientras todos se ponían en posición, Emma miró alrededor ansiosamente buscando a sus hijos. Con una punzada de 249
preocupación, se preguntó si hubiera sido capaz de reconocerlos. Aunque había conocido al Arzobispo Faol, Emma no estaba del todo preparada para qué tan mal se veían algunos de los renegados. Nadie los confundiría con seres vivientes y la luz del sol no era amable con ellos. Huesos sobresaliendo a través de la piel gris verdosa. Sus ojos brillaban misteriosamente y ellos se encorvaban y arrastraban los pies al caminar. Bien, se dijo. Mi piel está toda arrugada y a veces también me encorvo y arrastro los pies. Hubo un largo silencio. El Arzobispo Faol se movió al frente. ―Si desean marcharse ahora, pueden hacerlo ―dijo en esa extraña, pero agradable voz. Al principio, nadie se movió, pero entonces Emma vio cerca de cuatro o cinco humanos, sus rostros llenos de sorpresa y casi tan grises como los de los renegados, girar y apresurarse de vuelta al fuerte. Uno de los que habían sido rechazados, gritó a una de las figuras con una voz vacía que cargaba un mundo de dolor. Los otros se quedaron de pie por un momento, entonces giraron y comenzaron la larga caminata por donde habían venido, sus cabezas agachadas. Oh, pobrecitos, pensó Emma. ―¿Alguien más? ―preguntó Faol. No hubo ninguno ―Excelente. Cuando diga su nombre, por favor acérquense a mí. Se les unirá su ser querido y entonces podrán recorrer el campo libremente. Desenrolló un pergamino y leyó. ―¡Emma Felstone! El corazón de Emma se agitó. Consultó a Osric con voz temblorosa ―¿Ya es hora de que los vea? ¿Después de tanto tiempo? ―Si quieres ―dijo la sacerdotisa―. Si no, puedes volver a la fortaleza. Emma negó con la cabeza. ―Oh, no. No, no. No voy a decepcionarlos como esa otra gente ―Osric palmeó su mano tranquilizadoramente y Emma se apartó, erguida y caminó sin ayuda hasta donde se encontraba Faol. ―Jem, Jack y Jake Felstone ―llamó el arzobispo. Tres renegados altos caminaron al frente desde su propia línea, avanzando dubitativos. Emma los miró fijamente mientras se acercaban. Todos habían sido altos y 250
corpulentos en vida. Ahora eran carne y huesos y de pelo lacio. Le tomó un momento leer sus expresiones. Sus hijos, una vez confiados y risueños parecían… asustados. Tienen más miedo aquí, frente a mí, que, en un campo de batalla, notó Emma. Y entonces todas las diferencias entre ellos y ella de pronto ya no importaban. Ella comenzó a llorar, aunque sintió su boca curvarse en una enorme sonrisa. ―Mis muchachos ―dijo ―¡Oh, mis muchachos! ―¡Mamá! ―dijo Jack dando tumbos hacia ella. ―¡Te hemos extrañado tanto! ―dijo Jem. Y Jake simplemente agachó la cabeza, superado por el momento. Entonces, los tres renegados se inclinaron para abrazar a su madre.
***
Gracias, le dijo Calia a la Luz mientras miraba a la matriarca de esa familia reunida derramar lágrimas de alegría. Gracias por esto. Ella escuchó, sonriendo, mientras se llamaban otros nombres. Ellos dieron pasos al frente, titubeantes o alegres. Algunos simplemente negaron con la cabeza e, incapaces de dar esos pasos finales ahora que había llegado el momento, regresaron en silencio, dejando a sus renegados solos de pie hasta que ellos, también, se giraron y volvieron al muro. Calia rezó por ellos: por los que se habían negado y por aquellos que habían sido rechazados. Todos estaban dolidos. Todos necesitaban la bendición de la Luz. Pero sorprendentemente eran pocos. La mayoría de las reuniones habían sido cautelosas al principio: afectadas, incómodas. Pero eso también estaba bien. ―Philia Fintallas ―leyó el arzobispo. Philia estaba en la primera línea y su padre, Parqual, ya la había encontrado. Al escuchar su nombre, ella corrió directo a él, gritando: ―¡Papá! Esos dos no necesitaban ser instados o meditar. Corrieron hacia el otro, deteniéndose a poco de tocar y ambos tenían sonrisas tan grandes como se sentía el corazón de Calia.
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―De verdad eres tú ―dijo Philia, cargando demasiado en una sola palabra. Después de las primeras presentaciones, las cosas fluyeron mucho más rápido y sin problemas. Los renegados y los humanos estaban hablando. ¿Quién hubiera podido creer que ese momento pasaría? Un hombre, un rey, lo había hecho. Y si eso podía suceder, entonces tal vez más también. Más eventos que debieron haber pasado pero que Arthas había destruido de forma trágica. Hay tal cosa como un nuevo comienzo, ella pensó. Para todos nosotros. ―¿Crees que habrá otra reunión? ―preguntó Calia. ―Eso espero, pero eso queda totalmente en Sylvanas. Tal vez incluso ella encontrará que todavía tiene un corazón, igual que éstas personas. ―Podemos tener esperanza―dijo Calia. ―Si, por supuesto ―respondió Faol―. Siempre podemos tener esperanza.
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CAPÍTULO TREINTA Y DOS TIERRAS ALTAS DE ARATHI, MURALLA DE THORADIN
S
ylvanas Windrunner estaba de pie en lo más alto de la antigua muralla.
Nathanos, como siempre, estaba a su lado. Su mirada estaba fija en la escena desarrollándose en la distancia. ―Parece estar yendo sin contratiempos ―dijo Sylvanas―. ¿Alguna razón para creer que no sea así? ―Ninguna que yo sepa, mi reina ―dijo Nathanos. ―Aunque he visto que algunos humanos han despreciado la interacción con aquellos que tenían esperanza ―dijo―. Eso fue cruel de su parte. ―Lo fue ―aceptó Nathanos. No dijo nada más. ―Estaba reacia a acceder a ésta reunión, pero tal vez es algo bueno. Ahora mis renegados comienzan a entender cómo los perciben aquellos que alguna vez dijeron amarlos. ―Fuiste sabia por haberlo permitido, mi reina. Déjalos ver por ellos mismos cuál es la situación. Si es doloroso para ellos, entonces no desearán repetir la experiencia. Si es agradable para ellos, tienes algo con que sobornarlos para que se mantengan obedientes. No ―añadió―, que hubiera algo que temer de éste grupo.
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―Fue bueno para mí presenciar esto. He aprendido mucho. ―¿Lo repetirás? Sylvanas entrecerró los ojos por el sol. ―El día aún es joven. No he terminado de observar. Ni tampoco relajaré mi vigilancia. Al cachorro de Varian le gusta aparentar como si no tuviera absolutamente nada de astucia, pero podría ser más astuto de lo que parece. Podría haber planeado un ataque en su propio pueblo con intención de culparnos por ello. Entonces sería visto como un líder fuerte para declararnos la guerra. El más grande protector de los débiles. ―Es posible, mi reina. Ella le regaló una de sus extrañas y torcidas sonrisas. ―Pero tú piensas de otra manera. ―Con todo respeto, eso suena más a una estrategia que tú emplearías ―dijo. ―Lo es ―dijo―, Pero no hoy. No estamos preparados para una guerra ―ella miró a las forestales oscuras que había posicionado en lo alto del muro. Sus carcajes estaban llenos, sus arcos atados a sus espaldas para un alcance rápido. Atacarían en el momento que ella se los ordenara. Sylvanas sonrió.
CAMPO DE LAS TIERRAS ALTAS DE ARATHI Parqual y Philia habían deambulado por la mesa de intercambio de los renegados. Elsie los observó felizmente mientras Parqual señalaba a un viejo y andrajoso oso de peliche y las lágrimas recorrieron el rostro de la muchacha. ―Quiero abrazar a Bizcocho ―Elsie la escuchó decir―. Quiero abrazarte, Papá.
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―Oh, mi pequeña, o no tan pequeña ―rio―, Bizcocho está fuera los límites hasta que tu rey diga que es seguro. Y en cuanto a mí, mi piel no puede soportar esos abrazos de oso que recuerdo. Philia se secó el rostro. ―¿Puedo sostener tu mano si lo hago con cuidado? La gente pensaba que, porque la piel de los renegados estaba muerta, estaba limitada en cuanto a lo que pudiera comunicar. Nada podía estar más lejos de la verdad. Una miríada de expresiones surcó el rostro de Parqual: alegría, amor, miedo, esperanza. ―Si quieres, hija ―dijo. Los renegados venían en todas las etapas de la muerte: recientemente muertos, parcialmente podridos, casi momificados. Parqual era el último de estos a pesar de que había empeñado en guardar una bolsita en su bolsillo y Elsie quería abrazarlos a los dos mientras él extendía su mano marchita y frágil como pergamino y la posaba en la suave y viva de su hija. Elsie quería permanecer con Parqual y Philia para saborear la reunión de padre e hija. Pero había otros que se encontraban sin palabras o no sabía cómo reaccionar y podían apreciar la ayuda de alguien. Esos dos estarían bien. Habían llegado con amor y azoramiento es sus corazones. Pero también habían venido con algo más: esperanza. ―¿Madre? ―la voz pertenecía a Jem, el mayor de los chicos Felstone. Parecía preocupado. Elsie lo buscó. Lo encontró con Jack y Jake, formando un círculo alrededor de su pequeña madre; entonces uno de ellos se apartó, buscando ayuda. Elsie vio que su madre, Emma, pálida y parecía tener dificultad para respirar ―¡Sacerdotisa! ―gritó uno de ellos, su voz sepulcral teñida de miedo ―¡Por favor, ayúdela! La mujer con capa se apresuró y levantó una mano. La Luz llegó a ella, llamada como si fuera del propio sol y entonces lo envió directo a la madre. La mujer mayor jadeó suavemente. Su rostro pálido retomó un humanamente cálido y rosado tono, y parpadeó buscando a la mujer que la había sanado. Sus ojos se encontraron y la sacerdotisa sonrió. ―Muchas gracias ―dijo Elsie. ―Es un honor estar aquí ―respondió la sacerdotisa―. Discúlpeme, no pude evitar darme cuenta que estás sola. ¿Tu reunión no fue bien? ―su rostro estaba en su mayoría ensombrecido, pero Elsie vio que su sonrisa era amable.
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―Oh, cariño, eres tan dulce ―dijo Elsie―. Estoy bien. Solamente estoy aquí para compartir la alegría del concejo. La sacerdotisa jadeó suavemente y se movió hacia Elsie. ―Debes ser la Primera Gobernadora Benton ―dijo. Buscó las manos de la mujer renegada ―Escuché lo de Wyll. Lo lamento. Elsie comenzó a retirarse, entonces se detuvo. Ciertamente alguien en quien Faol confiaba para ayudarle no encontraría repugnantes las manos correosas y frías de Elsie. La sacerdotisa las tomó entre las suyas con mucho cuidado, ya consciente, como la valiente y joven Philia estaba descubriendo, que debían ser cuidadosos con los renegados. Su carne era muy frágil. Y, aun así, Elsie había observado, muchos de ellos parecían añorar el contacto físico. Las manos de la sacerdotisa eran suaves y cálidas. El toque se sentía muy placentero. Entonces ella soltó las manos de Elsie pero se quedó cerca. ―Gracias ―dijo Elsie―. El arzobispo ha sido muy amable con nosotros. Estamos agradecidos de que tú y él estén hoy aquí con todos nosotros. ―Estoy más feliz de estar aquí de lo que crees ―le aseguró la mujer humana―. Quería asegurarme de encontrarte y agradecerte por estar tan dispuesta a trabajar con nosotros. Debes saber que el Rey Anduin se arrepiente profundamente de no poder agradecerte en persona. Elsie agitó una mano displicente. ―Éste no es el lugar más seguro para el rey humano. Tiene que pensar en su pueblo. Tengo una deuda con él que nunca podré pagar. Él estaba con Wyll cuando murió, cuando yo no pude estarlo. Y te lo diré, Wyll amaba a los muchachos Wrynn como si fueran sus hijos. Las dos mujeres se mantuvieron juntas, mirando el evento que seguía desarrollándose. Aquí y allá escuchaban el sonido de la risa. Le sonrieron a la otra. ―Esto es bueno ―dijo Elsie―. Algo muy bueno. ―Su Majestad espera que, si todo va bien hoy, su Jefe de Guerra pueda aceptar otra reunión de éste tipo más adelante. La sonrisa de Elsie se desvaneció un poco. ―No creo que eso suceda ―dijo la Primer Gobernadora―. Pero de nuevo, nunca creía que pasaría en lo absoluto. Así que supongo que demuestra lo que sé ―ella rio. 256
―Si hay una segunda Reunión ―prosiguió la sacerdotisa―, el Rey Anduin quisiera conocerte. ―Oh, cielos, ¡eso sería adorable! ―Elsie miró atrás hacia la fortaleza. Estaba lo suficientemente lejos para que ella no pudiera distinguir los rostros, pero parecería que el joven rey no se avergonzaba sobre dejar que lo vieran. Se paró usando su distintiva armadura cubierta con un tabardo azul con el león dorado de Stormwind. Los relucientes rayos de sol parecían buscarlo, atrapar el resplandor de su armadura y su cabello dorado. ―La Reina Tiffin era una belleza. Y muy amable ―Elsie pensó―Anduin tiene su cabello. “Un chico del sol” lo había llamado Wyll. ¡Nadie sabía en ese entonces, cuando yo todavía respiraba, que el chico del sol sería algún día el rey de la Luz! Mientras observaban, otro se paró junto al rey de Stormwind: alto, robusto, con cabello blanco. ―¿Quién es ese caballero? ―preguntó Elsie. Durante un momento, una sombra más profunda surcó las facciones de la sacerdotisa. ―Él es el Rey de Gilneas, Genn Greymane ―dijo. ―Oh, cariño ―dijo Elsie―. Imagino que no estará muy feliz con todo esto. ―Puede que no lo esté ―respondió la sacerdotisa―. Pero está de pie junto a su rey, y nos está cuidando ―alzó el brazo―. Es posible que no seas capaz de conocer al Rey Anduin, pero puedes saludarlo ―le dijo a Elsie. Titubeante, Elsie la imitó. Al principio, sus movimientos eran cortos y avergonzados, pero cuando el rey Anduin las vio y devolvió el gesto, la alegría la recorrió y saludó con más vigor. Como era de esperar, Greymane no se unió. Pero eso estaba bien. Él estaba ahí. Tal vez vería algo ese día que lo conmovería. ―¡Imagíname a mí, Elsie Benton, saludando a un rey! ―murmuró. Y cuando Anduin le hizo una reverencia, la Primera Gobernadora del Concejo Desolado se rio animadamente por la sorpresa.
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TIERRAS ALTAS DE ARATHI, MURALLA DE THORADIN Sylvanas tenía la intención de hablar con cada miembro del concejo que habían regresado, enojados y desilusionados, al muro. Ella estaba afligida y satisfecha mientras hablaba con ellos. ―Temía que esto sucedería ―les dijo―. Ahora entienden, ¿no es así? Lo hacían. El golfo entre los humanos y los renegados no podía juntarse. Sylvanas se sintió particularmente validada cuando Annie Lansing, quién había trabajado en hacer bolsitas aromáticas y bufandas para hacer que los renegados parecieran más atractivos a los humanos, caminando penosamente de regreso lentamente. ―Te esforzaste tanto por agradarlos ―dijo Sylvanas. ―Creí que si no se distraían por nuestro aspecto… por nuestro aroma… podrían vernos realmente ―Anne respondió con tristeza―. Verme realmente. ―¿Quién fue? Hubo una pausa. ―Mi madre. ―El amor de una madre es supuestamente incondicional ―dijo Sylvanas. ―Aparentemente no lo es ―dijo Anne amargamente. Ella se quitó la bufanda y Sylvanas vio sin inmutarse su rostro mutilado―. Debimos haberte escuchado, Dama Oscura. Estábamos terriblemente equivocados. Las palabras eran tan dulces como la miel. Tan dulces como la victoria. El concejo estaría dividido y el conflicto entre sus miembros lo destruiría. Y Sylvanas no tuvo que hacer nada. Sylvanas ascendió el muro con pasos rápidos y ágiles y sacó su catalejo. Con algo de suerte, vería a más renegados recientemente iluminados, volviendo a donde 258
pertenecían. ¿En dónde se encontraba la Primera Gobernadora en medio de todo esto? ¿Estaría sacudida por el desgaste? Sylvanas la encontró. Toda su satisfacción se evaporó. Vellcinda estaba de pie cómodamente junto a una sacerdotisa cubierta y encapuchada que Faol había llevado con él. La Primer Gobernadora miraba hacia la fortaleza, hacia arriba, a alguien en lo alto de la misma. Y entonces saludó. Rápidamente, Sylvanas movió su catalejo, las imágenes que revelaron ante ella girando locamente hasta que se posaron sobre la figura del rey de Stormwind. Anduin, sonriendo, saludaba también. Mientras Sylvanas observaba, la furia hirviendo dentro de ella, él puso la mano en su corazón y se inclinó. Se inclinó. A Vellcinda Benton, la Primera Gobernadora del Concejo Desolado. Sylvanas abrió la boca para ordenar la retirada. Pero no. Todavía no. Eso no era suficiente para condenar a Vellcinda en los ojos del concejo. Sylvanas necesitaba proceder con cautela. Le dijo a Nathanos ―Quiero a alguien vigilando a Vellcinda en todo momento. Y ―añadió― también a la sacerdotisa.
CAMPO DE LAS TIERRAS ALTAS DE ARATHI Se ríe como una niña pequeña. Casi como algo viviente. El corazón de Calia estaba lleno, muy lleno. Trató de grabar ese momento en su mente para que pudiera recordarlo cuando despertara con brazos dolorosamente vacíos por las pesadillas que aún la perseguían en sueños. Cuando escuchaba palabras horribles proferidas por los dos bandos de la aparentemente interminable guerra de Azeroth entre 259
la Horda y la Alianza. Ella recordaría estar de pie en ese campo mientras el crecido chico del sol saludaba a la mujer cuyo esposo lo había cuidado toda su vida. Ella recordaría ese día y todos sus obsequios, como el día cuando todo comenzó a cambiar. ―Yo traje algo para él para que le dé a Wyll cuando lo entierren ―Elsie palmeó su pecho, tocando un simple anillo dorado que colgaba de una cadena alrededor de su cuello―. Quiero usarlo hasta el último momento posible y después lo colocaré en la mesa. Es mi anillo de bodas. Lo utilicé hasta el día que morí… y también después, hasta que ya no pude ―ella mostró sus huesudos dedos―. Se vuelve difícil mantener los anillos puestos. O dedos, en general. Pero me quedé con esto. Estaría muy agradecida si te aseguraras de que llegue al rey. La sacerdotisa miró fijamente el anillo y pensó en su familia. En su hija, a quien imaginaba haber crecido como Philia: valiente, leal y amable. En su propio esposo, quien había mantenido el secreto y la había amado por quien era. En toda la gente de Lordaeron, quienes no merecían lo que les había ocurrido y que habían luchado con valentía. En cada uno de aquellos en el campo hoy, suficientemente valientes para mirar más allá de la fealdad hacia una belleza interior o a la inversa, suficientemente valientes para superar su miedo al rechazo y ver a sus seres querido una vez más como tales y no cómo el enemigo. En Philia, que quería abrazar a su padre. En Emma y sus hijos, reunidos en el crepúsculo de los ojos de una madre. En el incalculable número de personas igual que ellos, en ambos bandos, deseando volver a unirse. En su hermano, que era responsable por todo el dolor, toda la pérdida. Un Menethil había hecho esto. Un Menethil tenía que repararlo.
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CAPÍTULO TREINTA Y TRES TIERRAS ALTAS DE ARATHI, CASTILLO STROMGARDE
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urante muchos largos instantes Anduin se quedó mirando, una sonrisa
queriendo aparecer en sus labios. Recordó su primera experiencia con el Cónclave, cómo se sintió estar caminando en ese lugar de completa seguridad, ver razas que de otro modo estarían sentándose en las gargantas del otro, riendo juntos, o discutiendo filosofías, o investigando, o simplemente sentándose lado a lado en una silenciosa y alegre coexistencia. Y ahora escenas similares se desarrollaban debajo de él, pero unas de una importancia posiblemente mayor para el futuro de Azeroth. Observó a Calia, quien se había escondido en una zanja durante dos días mientras criaturas iracundas e irracionales pululaban y buscaban arriba de ella, moviéndose entre la multitud, hablando con pequeños grupos y bendiciéndolos. Él la vio sanar a Emma, cuya reunión con no uno sino sus tres hijos casi había sido más de lo que pudo soportar. Había visto a Parqual y Philia respondiendo alegre y libremente al otro, como si la muerte nos los hubiera separado en lo absoluto. Calia estaba demasiado lejos para que Anduin pudiera saber su expresión, pero ella alzó un brazo y saludó. De pie junto a la sacerdotisa había una mujer renegada que parecía no tener un familiar de la Alianza. Mirando a Calia, ella también levantó un brazo y saludó al rey de Stormwind. Ella debía ser la Primera Gobernadora, Elsie Benton. Anduin no pudo reprimir una sonrisa mientras la saludaba e impulsivamente hizo una rápida reverencia. ―Así no es como te felicitas a ti mismo ―Anduin rio y giró hacia Genn, palmeando el hombro del viejo monarca―. Lo confieso, tal vez quisiera felicitarme un 261
poco. Pero creo las felicitaciones les pertenecen a ellos. Los que están ahí abajo. El coraje que debió requerir para que cualquiera de ellos estuviera dispuesto a hacer esto… es casi increíble. Él esperaba una réplica irritada. En su lugar, Genn Greymane estaba callado, como si estuviera considerando las palabras de Anduin seriamente. Y eso, pensó Anduin, era una victoria.
CAMPO DE LAS TIERRAS ALTAS DE ARATHI Philia creía que su padre, como está ahora, no sería tan diferente del hombre que había amado tanto. Ella estaba descubriendo mientras hablaban y paseaban juntos alrededor del campo que ella estaba en lo correcto y en lo cierto. La apariencia de Parqual, especialmente de cerca, la había impresionado al principio. Por un breve instante, aunque nunca se lo diría, el horror y la repugnancia habían cerrado su garganta y había impulsado a su cuerpo a marcharse. Pero entonces él había sonreído. Y era la sonrisa de su papá. Diferente, claro. Cambiado más allá de lo imaginable. Pero todavía era él mismo. Había olvidado algunas cosas y eso le había dolido. Pero de muchas formas, todavía era tan él que casi apenas podía creerlo. En algún punto, estaban conversando felizmente de historia, un tema en el que ambos eran apasionados. Sin pensarlo, a Philia se le escapó ―¡Oh, Papá, deberías escribir sobre Arthas y lo que sucedió ese día! ―horrorizada, se cubrió la boca con una mano mientras su padre se tensaba―. Lo siento mucho ―dijo―. No debí haber… ―No, está bien ―respondió Parqual rápidamente―. Es algo sobre lo que he pensado. Un relato de primera mano. Las fuentes primarias son las más importantes, lo sabes. Philia lo sabía y sonrió levemente.
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―Nunca lo hice, porque cada persona que lo leería tiene su propio relato de primera mano. Pero ahora… Las posibilidades. ―¡Papá, podrías escribirlo, y podríamos compartirlo con la Alianza! Solamente sabemos rumores y murmullos. ¡Podrías hacernos saber lo que sucedió en realidad! La miró con tristeza. ―No creo que la Dama Oscura permitirá una segunda reunión, cariño. Philia sintió como si su corazón hubiera caído hasta sus pies. ―¿Es… es ésta nuestra única oportunidad de vernos? ―Podría serlo. Ella negó con la cabeza. ―No. No, no aceptaré eso. Apenas te encontré de nuevo, Papá. No te perderé una segunda vez. ¡Tiene que haber una forma! Philia esperó más negativa triste, pero en su lugar su padre estaba callado. Su centelleante mirada no estaba en ella sino en la mujer que había sido elegida como la líder del Concejo Desolado. Elise Benton estaba ahora de pie con la sacerdotisa humana que había sido tan amable con los renegados. Como si sintiera la mirada, la sacerdotisa giró la cabeza y miró a Parqual. ―Creo que podemos haber encontrado la manera ―murmuró Parqual. Gentilmente, puso una mano en la espalda de su hija―. Ven. Hay personas que me gustaría presentarte.
***
Calia siguió manteniendo los ojos en el campo mientras hablaba con Elsie. Parecía como si todos los que quedaban estuvieran teniendo conversaciones positivas con sus seres queridos. Ella escuchó risas y vio sonrisas. Así es cómo debería ser. La gente de Lordaeron no ha sido libre de ser quiénes o lo que desean ser. Por éste momento, lo son. Estaba Orsic, hablando con su amigo Tomas. Por allá, dos hermanas estaban reunidas. Estaba la Vieja Emma, a quien Calia había sanado, viéndose diez años más 263
joven mientras sonreía a sus hijos. Y Parqual y Philia se acercaban para unírseles. Hablaron durante algunos instantes; Calia estaba muy lejos para escuchar lo que decían. Parqual dijo algo a su hija, después se acercaron hacia Calia. Sintió un parpadeo de preocupación; no debería estar acercándose a ella de esa forma. Nadie debía saber que ella y Parqual se conocían. En voz alta, él dijo. ―Sacerdotisa… ¿podría éste renegado tener su bendición? ―Claro ―respondió. Él inclinó su cabeza, murmurando. ―Te necesitamos. Es hora. ―¿Q-qué? ―Lo verás. Debes estar lista. Calia se tranquilizó y llamó a la bendición de la Luz. Llegó, bañándolo con su cálido resplandor dorado y blanco. Parqual hizo una mueca; la Luz Sagrada sanaba renegados, pero no era agradable para ellos. Con una señal de apreciación, él se giró y volvió a unirse al grupo. Ella los miró, ahora alerta. Durante un rato, ellos simplemente conversaron. Y entonces, demasiado casuales, Philia y Parqual se alejaron de los Felstones. Después de un instante, la familia Felstone también comenzó a andar. Lenta e indirectamente, para no llamar demasiado la atención, comenzaron a moverse del centro del campo hacia el Castillo de Stromgarde. Las palabras de Saa’ra volvieron rápidamente a Calia tan rápido que se tambaleó. Hay cosas que debes hacer antes de que se te conceda esa paz. Cosas que debes entender, que debes integrar a tu propio ser. Gente que necesita tu ayuda. Lo que uno necesita para sanar siempre vendrá a nosotros, pero a veces es difícil reconocerlo. A veces los regalos más hermosos e importantes vienen envueltos en sangre y dolor. ¿Era ese el momento en el que había estado pensando desde que había encontrado su camino al Templo de la Luz Abisal y al Arzobispo Faol? Muchas cosas habían caído en su lugar perfectamente: el Concejo Desolado, el noble llamado de Anduin para ésta reunión. Y ahora, de forma espontánea un humano y un renegado habían tomado un paso tan valiente que Calia se sintió inspirada y avergonzada. Sí. Parqual tenía razón. Era hora.
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Ella se giró hacia Elsie, su capucha cayendo por el movimiento. ―Elsie, hay algo que necesitas saber. Y ruego a la Luz que me ha enviado aquí hoy para que lo entiendas y lo apoyes ―Ella tragó con dificultad ―Me… apoyes.
TIERRAS ALTAS DE ARATHI, MURALLA DE THORADIN ―Algo está mal ―murmuró Sylvanas―. Pero no puedo saber exactamente lo que es. La sacerdotisa le había dicho a Vellcinda que había agitado a la Primer Gobernadora. Nadie más en el campo pareció notarlo. Estaban demasiado ocupados paseando con sus seres queridos. Y eso era todo. ―Están desertando ―soltó Sylvanas. Nathanos se puso instantáneamente alerta, escanéando el campo con su cantalejo. ―Varios de ellos se están moviendo con dirección al castillo de Stromgarde ―confirmó ―pero puede que no sea intencional. ―Averigüémoslo ―dijo Sylvanas. Ella llevó el cuerno a sus labios e hizo sonar tres largas y claras notas. Ahora veremos quién viene cuando se le llama… y quien abandona y corre. En ese momento, uno de los sacerdotes regresó, instando a su murciélago a ir tan rápido como pudo. Parecía asqueada y sorprendida. ―¡Mi lady! ―jadeó― La sacerdotisa… No la reconocí hasta que su capucha cayó… Apenas puedo creerlo… ―Escúpelo ―gruñó Sylvanas, su cuerpo tenso como la cuerda de un arco. 265
―¡Mi lady… es Calia Menethil! Menethil. El nombre estaba cargado, pesado con significado y portento. Era el nombre del monstruo que la había creado. Quien había asesinado y destruido. Era el nombre del rey que había gobernado Lordaeron. Y era el nombre de la hija del rey… su heredera. Y pensar que ella había creído que el rey de Stormwind era un tonto ingenuo. Él hacía política mejor de lo que jamás se pudo haber imaginado. Anduin Wrynn había traído a una usurpadora con él. Y ahora, esa chica, esa maldita hija humana que debía estar más que muerta, estaba llevando a la propia gente de Sylvanas a unirse a la Alianza. ―Mi lady, ¿cuáles son sus órdenes?
CAMPO DE LAS TIERRAS ALTAS DE ARATHI En el centro del campo, Elsie miró fijamente a la reina de Lordaeron ―No es posible ―dijo. Pero supo que era verdad. Calia había tomado la precaución de mantener su rostro cubierto en la sombra de su capucha. Pero ahora la capucha no estaba y se había girado para ver directamente a Elsie, y Elsie no podía apartar la mirada. ―Ustedes son mi pueblo, y quiero ayudarlos ―suplicó Calia―. Solamente vine aquí a observar, a comenzar a conocer a los renegados de Lordaeron. ―Undercity ―dijo Elsie―. Vivimos en Undercity. ―Alguna vez no lo hiciste. No tendrás que vivir más en las sombras. Sólo… por favor. Ven, camina conmigo. Parqual, los Felstones, todos los otros… ¿los ves? Ellos están desertando. Anduin va a darles asilo y protegerlos a todos; ¡sé que lo hará! ―Pero… la Dama Oscura…
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Como en respuesta, el cuerno dio tres afilados soplos. Elsie giró su rostro verde grisáceo atrás, hacia el muro y el estandarte renegado que había sido desplegado. ―Lo siento, Su Majestad ―dijo Elsie―. No puedo traicionar a mi reina. Ni siquiera por ti ―Ella giró y gritó―. ¡Retirada! ¡Retirada!
TIERRAS ALTAS DE ARATHI, STROMGARDE KEEP Anduin escuchó el sonido del cuerno. Desconcertado, miró hacia abajo tratando de averiguar qué lo había causado. Por lo que él podía ver, nada había cambiado de un momento… Apretó los labios para prevenir que se le escapara un gruñido. Hubo un repentino dolor profundo, sordo en su interior. ―¿Qué pasa, hijo? ―preguntó Genn bruscamente. ―Es la campana ―dijo Velen sombríamente, tristemente. Turalyon pareció confundido, pero el rostro de Greymane se endureció. Él sabía acerca de la campana. Acerca de la advertencia que significaba para su joven rey. ―La retirada ―logró decir Anduin, haciendo una mueca mientras el dolor aumentaba―. Es peligroso ―un segundo dolor golpeó a Anduin, diferente pero todavía más devastador para él. Pues éste no era el dolor de huesos obra de la Campana Divina sino el dolor de una puñalada de un sueño destrozándose ante sus ojos. Con una sacudida enferma, Anduin vio que las pequeñas figuras que estaban atentas en la Muralla de Thoradin ahora montaban en murciélagos y volaban hacia el campo. Forestales oscuras. ―Se acabó ―murmuró y se inclinó en el parapeto―. ¡Llévenlos a un lugar seguro antes de que sea muy tarde!
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Abajo en el campo, desperdigados como marcadores en el salón del mapa, había otras pequeñas figuras. Algunos de ellos regresaban a la Muralla de Thoradin. Otros volvían a la fortaleza. Y otros aún seguían en el campo como si estuvieran paralizadas. El dolor no menguaba, y Anduin apretó la mandíbula mientras miraba de nuevo hacia el muro. Forzó sus manos en puños a abrirse y alzó el catalejo. Su mente vio cosas con una extraña y rápida claridad, e inmediatamente encontró al Arzobispo Faol y a Calia. El primero estaba cerca del muro, instando a sus cargas a apresurarse a través de las puertas para su seguridad. Pero Calia se quedó en el campo, discutiendo con Elsie Benton. La capucha de la sacerdotisa estaba abajo. Calia… ¿qué estás haciendo? Calia se separó de la Primera Gobernadora y corrió hacia adelante unos cuantos pasos, sus manos acunadas alrededor de su boca y gritó ―¡Renegados! ¡Soy Calia Menethil! ¡Diríjanse a la fortaleza! ―¿Qué está haciendo esa mujer? ―gritó Genn. Pero Anduin no estaba escuchando. Su mirada estaba clavada en el par de mujeres en el campo, una humana, una renegada, y en ese momento, Elsie Benton cayó al suelo como una piedra con una flecha negra sobresaliendo de su pecho. Calia giró hacia Elsie pero era muy tarde. Una mirada de horror surcaba su rostro, pero no había nada que pudiera hacer ahora por la asesinada Primera Gobernadora. Calia volvió a gritar ―¡A la fortaleza! ¡Corran! Anduin retrocedió, su mente devanándose. Ahora vio que todos, humanos y renegados, habían echado a correr. Sylvanas había comenzado una ofensiva, así como así. Justo bajo sus miradas atentas. Y él, Anduin Wrynn, había puesto a civiles inocentes y desarmados directamente en su camino. El único modo de corregir ese terrible error era haciendo todo lo que pudiera para salvarlos, incluso si significaba comenzar una guerra. Pero incluso con ese pensamiento, el dolor no menguó. Todos le gritaban, pidiendo órdenes, diciéndole una cosa mientras alguien más gritaba otra. Pero Anduin no 268
podía escuchar a ninguno de ellos. Él sabía que necesitaba escuchar a lo que ese extraño y contradictorio regalo de la Campana Divina tenía que decirle. Él apretó los ojos y suplicó en silencio, Luz, ¿qué está pasando? ¿Qué puedo hacer? La respuesta llegó. Fue rápida, franca y brutal. Proteger. Y llorar. ―No ―murmuró, incluso protestando mientras aceptaba las palabras. Sus ojos se abrieron de golpe. Genn estaba enfurecido con él ―…tenemos que llevar a los soldados ahí afuera y… ―…estar listos para defender a nuestro pueblo por… ―era Turalyon, radiante con la Luz. Anduin no pudo hablar, pero hizo saber a Turalyon que debía proceder. Los murciélagos se precipitaban y se lanzaban sobre el campo, sus jinetes trazaban líneas negras. Cada una golpeó a su objetivo. Y Anduin entendió. ―Genn ―dijo, su voz con tono duro y áspero―. Genn… los está matando. Los está matando a todos. Sylvanas Windrunner había mantenido su palabra. Sus forestales no estaban atacando humanos. Estaban atacando renegados. Incluso a los que estaban regresando al muro. Esto está mal, pensó. Y yo estoy mal por quedarme aquí. Él tomó su decisión y el dolor menguó de una vez. ―Lo que sea que pase ―dijo sobre su hombro, apresurándose hacia uno de los grifos que quedaban―. No ataquen a las forestales a menos que nos ataquen. ¿Está claro? ¡Necesito tu palabra! ―La tienes ―declaró Turalyon. Anduin se preguntó si el paladín tenía algún atisbo de lo que estaba por hacer o si solamente estaba siendo un buen soldado. Sin embargo, nunca se podía contar con que Genn obedeciera sin protestar.
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―¿Qué estás planeando? ―exigió― Ellos no son tu gente. ¡Son los de ella! ¡Ella te matará, muchacho! Anduin estaba a punto de averiguarlo.
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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO CAMPO DE LAS TIERRAS ALTAS DE ARATHI
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urante un terrible momento, la matanza alrededor de Calia Menethil se
sobrepuso y se mezcló con el recuerdo de aquellos dos atemorizantes días, años atrás, cuando ella se había quedado quieta en una zanja mientras no-muertos enloquecidos destrozaban todo solo a unos cuantos pies de distancia. Ella estaba congelada y sólo podía mirar con horror mientras las forestales oscuras de Sylvanas Windrunner lanzaban sus flechas sobre los miembros del Concejo Desolado. Ellos habían llegado sin odio en sus corazones hacia Sylvanas. Ellos eran gente que únicamente quería ver a sus amigos y familiares que creyeron estaban fuera de su alcance para siempre. Pero su Jefe de Guerra, su propia Dama Oscura, aquella que los había creado y que sobre todos los demás debería estar salvaguardando su bienestar, había ordenado a sus forestales disparar en medio de ellos. Ni siquiera están armados, dijo la mente de Calia estúpidamente, como si eso fuera lo más importante en esa horrible traición. Solamente habían llevado anillos, cartas de amor y juguetes a ese campo. Ellos no querían nada más que cariño y conexión. No era mi intención que esto ocurriera, pensó. Pero eso no importaba. Ni tampoco importaba que la idea inicial de buscar asilo con la Alianza hubiera venido de Parqual. Ellos habrían sido su pueblo de haber vivido, y ellos eran su pueblo en la no-muerte también. Y ella no huiría a la salvación como una cobarde mientras su gente estaba siendo
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masacrada por una celosa reina usurpadora por atreverse a correr hacia lo que ellos creían que era un santuario. Ella era Calia Menethil. Heredera al trono de Lordaeron. Y lucharía —y moriría— para defender a su pueblo. Solamente debía ponerlos a salvo en el Castillo de Stromgarde y mantener una barrera de Luz entre ellos y las flechas que seguían reclamándolos. ―¡A la fortaleza! ―gritó ―¡Corran! Y se apresuró a hacer lo que pudiera para proteger a su gente de la ira de la falsa reina.
TIERRAS ALTAS DE ARATHI, MURALLA DE THORADIN ―Mi reina, ¿qué estás haciendo? Sylvanas escuchó la sorpresa en la usualmente calmada voz de su campeón. Ella escogió no prestarle atención. En la superficie, lo que se desarrollaba debajo, el disparo de las flechas, los gritos y súplicas del Concejo Desolado mientras probaban sus Últimas Muertes podía parecer confuso y perturbador. ―Lo único que podía hacer y seguir teniendo mi reino tal cual es ―dijo―. Estaban desertando. ―Algunos estaban volviendo aquí, a un lugar seguro ―respondió. ―Lo estaban ―aceptó― ¿Pero cuánto de eso era miedo? ¿Qué tan tentados estaban hasta ese punto? ―negó con la cabeza―. No, Nathanos. No puedo arriesgarme. Los únicos miembros del Concejo Desolado en quiénes confío son los que regresaron a mí más temprano, rotos y amargados. Realmente Desolados. Todos los demás… No puedo permitir que ese sentimiento, esa esperanza, crezca. Es una infección lista para esparcirse. Debo deshacerme de ella. Lentamente, aceptando sus palabras, asintió. 272
―Estás dejando ir a los humanos. ―No tengo deseos de comenzar una guerra cuando no estoy lista para hacerlo ―ella miró al creciente número de cadáveres renegados inmóviles en el campo. Muchos habían optado por la muerte―. No creo que el niño rey arreglara esto. Era estúpido. Él es ingenuo, pero no es estúpido. No arriesgaría una guerra por un puñado de renegados mercantes y obreros ―su sospecha inicial se había evaporado rápidamente. Si hubiera pretendido una deserción, la hubiera planeado mejor. No, Sylvanas ponía toda la culpa en la chica Menethil, tan temeraria y engañosa como su odiado hermano. Había embaucado tanto al rey de Stormwind como al Jefe de Guerra de la Horda. Y estaba a punto de morir por eso. ―Me cansé del juego ―dijo Sylvanas―. Materé a la usurpadora yo misma. Y entonces los renegados volverán a casa a donde pertenecen. Conmigo. Le regaló una sonrisa fría a su campeón. ―Uno de los deseos del Concejo Desolado era no renacer una y otra vez. Así que les he otorgado dos regalos hoy. Una reunión con sus seres queridos y sus muertes finales. ―Y ahora ―dijo, agarrando su arco y saltando ligeramente hacia un murciélago que esperaba―. Estoy a punto de consignar a Calia Menethil a los anales de la historia de la realeza muerta.
CAMPO DE LAS TIERRAS ALTAS DE ARATHI Anduin rezó a la Luz como nunca antes había hecho. Esas personas —tanto humanos como renegado— no habían hecho nada excepto tratar de ver más allá de su viejo odio, sus miedos. Se habían acercado en amor y en confianza… …confía en mí… …para hacer lo que es correcto, y bueno, y noble. Incluso aunque instó a su grifo a ir a su máxima velocidad, se dio cuenta con un horror enfermo y devastador que llegaría demasiado tarde. 273
Más adelante, Osric Strang corría junto a su amigo Tomas. El joven rey se acercó a la Luz, pero antes de que pudiera lanzarla sobre el renegado que corría, una flecha silbó más allá de su oreja y se clavó en el huesudo pecho de Tomas. Lo atravesó limpiamente, clavándose en su espina con una precisión inhumana. No… Anduin miró alrededor salvajemente. Ahí estaba Philia con su padre, Parqual, corriendo con un brazo protectoramente alrededor de él, como si ella fuera el padre y no él. Pero las flechas de las forestales oscuras eran tan inmisericordes como quienes las disparaban. El golpe fue certero y Parqual se tambaleó a media zancada. Philia cayó de rodillas, sus brazos yendo alrededor del cuerpo en descomposición y sus sollozos destrozando a Anduin en pedazos. No pudo alcanzar a ninguno de ellos a tiempo. Ni siquiera a los chicos Felstone, quienes corrían hacia la fortaleza tan rápido como podían sus piernas. Uno de ellos acunó a la atemorizada y anciana Emma en sus brazos, tratando de protegerla con su propio cuerpo, sin entender que él y sus hermanos no-muertos eran quienes estaban en peligro, no su madre. Tres flechas silbaron. Tres flechas alcanzaron sus objetivos. Tres cuerpos cayeron al suelo, su madre golpeando la tierra fuertemente y gritando sus nombres. Los otros renegados en ese mortífero campo estaban demasiado lejos. Anduin supo que no podía salvarlos. Pero podía salvar a Emma. Él llevó el grifo hacia abajo y saltó de su lomo, abrazando a la llorosa mujer y llamando a la Luz. Ahora los ha perdido a los tres. Por favor, dale esperanza, así como sanación. Sus hijos querrían que viviera. Los ojos de Emma se movieron ligeramente. Los abrió y alzó la mirada hacia él. Sus ojos estaban llenos de lágrimas. ―Todos ellos ―dijo. ―Lo sé ―dijo Anduin―. Y debes vivir por ellos, ya que ellos no pueden ―él la levantó —era tan delgada, tan frágil— y la acomodó en lo alto del grifo―. Te llevará de regreso sin peligro. Ella asintió, llamando a su coraje y se aferró fuertemente mientras la bestia se preparaba y ascendía hacia el cielo lleno de murciélagos y grifos que llevaban forestales oscuras y sacerdotes. A pesar de la provocación, los sacerdotes de Anduin no habían atacado, algo que Anduin agradecía.
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Sylvanas Windrunner había matado a su propia gente. Pero había ordenado que se abstuvieran en cuanto a los humanos. Al menos hasta ahora. La mirada de Anduin barrió el campo. Había algunos residentes de Stormwind corriendo hacia la fortaleza, pero no fueron lastimados por las forestales oscuras. Pero una advertencia comenzó a sonar en su mente. Si ya habían terminado con la matanza de su propia especia y no querían atacar a los humanos que habían participado en la Reunión, ¿por qué estaban ahí? Y la respuesta golpeó su cabeza. Comenzó a escanear desesperadamente el campo por la única persona, viva o no-muerta, que podría presentar una posible amenaza a Sylvanas Windrunner: Calia Menethil. Ella corría lo más rápido que podía. Un campo dorado y cálido la envolvía: la Luz, protegiéndola de cualquier daño. Por ahora. Anduin hizo un hechizo en sí mismo mientras corría tras ella, tratando de cerrar la distancia entre ambos. Una sombra pasó sobre ellos. Anduin miró hacia arriba y su corazón se agitó al ver a un único murciélago volar sobre él, bajo y cerca, una intimidación y una mofa. Él vislumbró unos brillantes ojos rojos, y entonces el murciélago ya no estaba, moviéndose más rápido de lo que jamás pudo haber corrido hacia la reina sin corona de Lordaeron protegida por la Luz. Sylvanas la estaba cazando como un halcón a un conejo. El escudo protegería a Calia, pero no duraría para siempre y entonces habría un par de latidos durante los cuales estaría totalmente vulnerable. Si él pudiera alcanzarla justo a tiempo, podría llamar a otro escudo para ella. Pero su decisión de enviar a la anciana Emma de regreso a un lugar seguro en su grifo significaba que estaba confiando en sus propios pies. Llamó a la Luz por fuerza y rapidez y un escudo propio. Sabía que se había hecho el objetivo perfecto. Que así fuera. Si Sylvanas quería una guerra, la dejaría comenzar una. Pero incluso cuando cerró la distancia, sabía que no sería suficiente. El grito de negación desgarró viva la garganta de Anduin mientras lo profería. El mundo a su alrededor pareció romperse como cristal; todos sus brillantes fragmentos de esperanza a idealismo y alegría fueron hechos añicos dentados y filoso. La resplandeciente aura de protección alrededor de la verdadera reina de Lordaeron brilló y luego se desvaneció. Él miró, sólo a unas cuántas yardas de distancia, demasiado lejos para salvar a Calia, como Sylvanas Windrunner sacó una flecha negra, despacio, lánguidamente, saboreando el momento, y después la dejó volar. 275
Zarcillos violáceos de humo se enredaban alrededor del arma mientras volaba infaliblemente hacia su objetivo. El tiempo pareció desacerlerarse cuando Calia, su capucha abajo y su cabello dorado volando, fue golpeada en el centro de la espalda, directamente a través del corazón. Ella se arqueó y cayó hacia adelante, golpeando el suelo fuertemente, sus brazos y piernas en jarras, haciendo sus últimos movimientos torpes y sin gracia. Anduin llamó a la Luz, pero estaba muy lejos, muy lento y no hubo respuesta. Calia Menethil, heredera al trono de Lordaeron, estaba muerta. Ahora, más allá de toda habilidad para ayudar, para sanar, la alcanzó y cayó de rodillas a su lado. Una vez más, una sombra cayó sobre su cuerpo, así como sobre su corazón, y miró hacia arriba, devastado y furioso de ver a Sylvanas Windrunner sonriéndole satisfecha, otra flecha lista en la cuerda de su arco. El aire se llenó con el sonido de alas membranosas batiéndose mientras se le unía una multitud de sus forestales. Ellas, también, tenían flechas listas, todas dirigidas a él. Un arranque de miedo lo recorrió velozmente, después una ira absoluta al rojo vivo. El escudo de Luz todavía resplandecía a su alrededor, pero no duraría. Tenía una opción. Podía salvarse y correr de inmediato hacia la fortaleza, protegido por la Luz o podría agarrar la figura flácida de Calia, vulnerable para una simple y ordinaria flecha, y llevarla fuera del campo. Turalyon seguía llamándolo un campo de batalla. Continué diciéndole que estaba equivocado. Silencisamente, Anduin recogió el cuerpo todavía cálido de Calia en sus brazos y se levantó. Miró hacia las forestales oscuras y a su señora oscura y miró fijamente a esos brillantes ojos rojos. ―Tú no quieres una guerra ―dijo tranquilamente. ―¿Ah no? ―ella tensó aún más la cuerda del arco. Anduin pudo escuchar el hueso del arco crujir―. Si te mato hoy también, tendría una pareja de realeza muerta: una reina y un rey. Él negó con la cabeza. ―Si quisieras guerra, no estaríamos teniendo ésta conversación. Pero tengo el derecho a declararla. Prometiste no matar a nadie de los míos ―levantó el cuerpo de Calia, dejando que su figura inmóvil dijera todo lo que necesitaba decirse.
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―Ah, pero ella no es de los tuyos, ¿no es así? ―la voz de Sylvanas tenía un borde frío pero enojado, y el vello en los brazos de Anduin se erizó―. Ella es, era, una ciudadana de Lordaeron. Su reina. Trajiste a una usurpadora al campo, Anduin Wrynn. Haría bien dentro de mis derechos al considerar eso una acción hostil. ¿Quién violó el tratado primero? ―¡Ella vino como sanadora! ―Ella se va como un cadáver. ¿Creíste que no descubriría lo que habías hecho? ―Te juro por la Luz que actué de buena fe. No le ordené a tu gente que desertara. Puedes creerlo o no. Pero si me matas, mi pueblo y todos los aliados de Stormwind tomarán represalias. Y lo harán sin contenerse. Sus ojos se entrecerraron. Anduin supo que ella entendía la lección de los trágicos eventos de ese día. Ella no era universalmente querida entre su pueblo. Él sí. Ella reinaba con puño de hierro. Él reinaba con compasión. Ninguno de ellos estaba listo para una guerra. Anduin dijo una plegaria silenciosa para que Sylvanas no comenzara una. El silencio se alargó. ―Me aflijo por los caídos el día de hoy ―dijo Anduin―. Pero ellos no murieron por mi mano. Calia Menethil en efecto no era mi súbdito. Y acerca de lo que ella pensaba que podría lograr… realmente no lo sé. Cualquiera que fuera, pagó el precio por ello. Me llevaré su cuerpo de vuelta al Templo de la Luz Abisal y al Cónclave que tanto amó. Si quieres guerra, puedes empezarla ahora. Él giró, sintiendo un hormigueo fantasmal en su espalda expuesta mientras comenzaba a andar tranquilamente, sin apresurarse, hacia el Castillo de Stromgarde. El escudo a su alrededor se desvaneció y desapareció. Nada pasó. Entonces escuchó a los murciélagos proferir sus desconcertantes y agudos sonidos y un rápido y ruidoso aleteo de alas correosas. Y entonces ya no estaban. No habría guerra entre la Alianza y la Horda ese día.
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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO TIERRAS ALTAS DE ARATHI, CASTILLO DE STROMGARDE
L
os días siguientes fueron un emborro de arrepentimiento, dolor y un examen
a conciencia para Anduin Wrynn. Genn, predeciblemente, había estado furioso, pero para sorpresa de Anduin, se había mordido la lengua cuando el joven rey había atravesado las puertas de Stromgarde cargando el cuerpo de Calia Menethil. Faol estaba destrozado, recibiendo el cadáver de su querida amiga humildemente de los brazos de Anduin, tan aturdido como había estado Anduin por giro de Calia y acribillado con remordimiento por no anticiparlo. ―Nunca la habría traído aquí hoy si hubiera tenido la menor idea ―dijo. ―Lo sé ―dijo Anduin―. Llévala a casa. Y yo haré lo mismo con mi gente. Iré al templo tan pronto como pueda. Lo destrozó ver a la gente que una vez había estado llena de esperanza verse tan sorprendidos y devastados mientras abordaban los barcos que los habían llevado a las Tierras Altas de Arathi y a sus fantasmas. Incluso aquellos que no se habían despedido bien de sus contrapartes renegadas parecían afectados. Normalmente Anduin era capaz
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de encontrar las palabras correctas en el momento preciso, pero ahora no encontró ninguna. ¿Realmente qué podría decirles? ¿Cómo podría reconfortarlos? No había un camino fácil y obvio de vuelta de esto, así que se retiró a su camarote, perdido en oración por guía. Llegó en la forma de un golpe en la puerta y la aparición de un viejo amigo. ―No deseo molestar ―dijo Velen. Anduin sonrió cansado. ―Jamás podrías ―dijo e invitó al draenei a pasar. Le ofreció un refresco, pero Velen declinó. ―No me quedaré mucho―dijo Velen―. Pero sentí que debía venir. Ahora eres el rey, no el joven que guie apenas unos cuántos años atrás en el Exodar, pero siempre estaré ahí si alguna vez deseas la sabiduría que la Luz ve correcta para que te otorgue. Sin duda, Velen pensó que el recordatorio del tiempo de Anduin entre los draenei sería reconfortante. Pero en lo único que Anduin podía pensar era en lo mucho que añoraba esos días. Por esa paz. Y antes de que supiera lo que estaba sucediendo, había soltado ―Me siento impotente, Velen. Le prometí a mi pueblo una reunión con sus seres queridos. En cambio, ellos los vieron ser asesinados. Quiero reconfortarlos, pero no tengo palabras. Extraño mi tiempo aprendiendo de ti. Extraño el Exodar. Extraño O’ros. Velen sonrió con tristeza. ―Todos lo hacemos ―dijo―, pero no podemos volver a los tiempos felices. Solamente podemos vivir el presente, y justo ahora el presente es doloroso. Pero sí tenemos una forma de estar con un Naaru. Somos sacerdotes, Anduin, pero no podemos sanar a otros hasta que no estemos tranquilos y serenos en nuestro interior. Ve al Templo de la Luz Abisal ahora. Comparte tu dolor con Faol y al hacerlo, ayúdense mutuamente. Habla con Saa’ra. Ve lo que tiene que decirte. Hay tiempo. Entonces podrás saludar a tu gente en los muelles y, si la Luz lo quiere, sabrás que decirles para ayudar a sus corazones heridos. Anduin sonrió. ―Jamás seré tan sabio como tú, viejo amigo. Velen rio y negó tristemente con la cabeza. 279
―Mi única sabiduría es entender que no lo soy.
EL TEMPLO DE LA LUZ ABISAL Cuando Anduin entró at templo, vio de inmediato que algo estaba sucediendo. Parecía como si todos en el templo se hubieran amontonado alrededor de la entrada a la cámara de Saa’ra, que estaba marcada por su constante resplandor. Con el ceño fruncido, Anduin se apresuró hacia la multitud, abriéndose paso entre los sacerdotes que estaban de pie o arrodillados, silenciosos, reverentes. Más adelante, Anduin pudo ver la resplandeciente forma liliácea de Saa’ra, y a pesar de su dolor y confusión, sintió el roce reconfortante del Naaru sobre su espíritu. El cuerpo de Calia Menethil estaba suspendido frente a Saa’ra. Ella estaba en el aire como si estuviera durmiendo, sus manos plegadas en su pecho. Su cabello rubio resplandecía casi tan brillantemente como el propio Naaru, cayendo suavemente, su túnica blanca y dorada vistiendo su esbelta figura. Faol se arrodilló frente a la entidad cristalina, su cabeza agachada en una plegaria. La Suma Sacerdotisa Ishanah se colocó junto a Anduin y dijo en voz baja. ―Algo le está sucediendo a Calia. Su carne no ha comenzado a descomponerse. Faol ha estado con ella desde que la trajo aquí ―la draenei giró, mirando hacia abajo a Anduin mientras ella decía―. Saa’ra le dijo que esperara por ti, mi joven rey. Un escalofrío recorrió la espalda de Anduin y tragó. Respiró hondo y caminó hacia el arzobispo. ―Estoy aquí, Su Ilustrísimo ―dijo en voz baja―. ¿Qué necesita que haga? Faol giró su rostro para mirar a Anduin. ―No estoy seguro ―dijo―. Pero Saa’ra insistía en que tú debías ser parte de esto. Y entonces Saa’ra, que había estado en silencio, habló en sus mentes.
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Calia venía a mí cuando sus sueños de lo que era pasado eran demasiado dolorosos para soportarlo, dijo Saa’ra. Le advertí que debía tener paciencia. Había cosas que ella debía hacer antes de que sus sueños cesaran, cosas que ella debía entender. Personas que necesitarían su ayuda. Y le aseguré de ésta aparentemente extraña verdad: que a veces los regalos más hermosos e importantes venían envueltos en dolor y sangre. La verdad de esas palabras golpeó el corazón de Anduin. Esos eran regalos que nadie jamás quería, que uno haría lo que fuera para que no le fueran otorgados. Pero ellos eran verdaderamente como Saa’ra dijo: hermosos e importantes. Ahora no habrá más de esas batallas para ella. Calia Menethil será liberada de los dolores de los vivos, de las pesadillas que alguna vez rasgaron su corazón. Ella entendió que aquellos en ese campo eran su gente. Y ella aceptó esa responsabilidad al dar su vida para tratar de salvarlos. No humanos, como eran cuando ella era joven, sino renegados, como eran en ese momento. Luz y oscuridad. Sacerdote renegado y sacerdote humano. Juntos deberán traerla de vuelta como la Luz y ella misma tendría que ser. La boca de Anduin estaba seca y él tembló. Miró a Faol, pero el sacerdote solamente asintió. Se movieron sin palabras junto a Calia, de pie mientras ella flotaba en el aire, y cada uno tomó una de sus pequeñas y pálidas manos. Tráiganla de vuelta como la Luz y ella misma tendría que ser, había dicho Saa’ra. Él no sabría a qué se refería el Naaru con esas palabras, y sospechaba que Faol tampoco. Pero de alguna forma, él supo, Calia lo sabía. Anduin sintió la Luz venir a él, cálida y tranquilizadora. Se filtró a través de su cuerpo, calmando su espíritu y su mente tumultuosa. Era una sensación familiar, y sin embargo, había algo distinto. Normalmente pel experimentaba el poder de la Luz fulyendo a través de él como un río. Pero ahora parecía como si un océano entero lo estuviera usando como contenedor. Anduin sintió un pequeño atisbo de miedo. ¿Sería capaz de contener y dirigir algo tan poderoso? Él esperaba sentirse abrumado, estirado hasta su límite, pero la marea de la Luz que se precipitaba a través de él ahora era una que lo revitalizaba incluso cuando le pedía estar totalmente presente, que diera todo de sí para la tarea a continuación. Sí, dijo en su corazón. Lo haré.
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La Luz lo iluminó con su tono cálido y envolvió el inmóvil pero completamente intacto cuerpo de la reina de Lordaeron y giró sobre el arzobispo renegado. Anduin lo sintió aumentar como una ola, entonces crecer y romperse, vaciándolo mas no agotándolo. La fría mano en la suya apretó. Anduin jadeó mientras Calia abría los ojos. Resplandecían con un suave y amable blanco, no el misterioso tono amarillo de un renegado. Una sonrisa surcó el rostro que no tenía un rubor de vida en él. Lentamente su cuerpo se inclinó de horizontal a vertical y sus pies se apoyaron en el piso de piedra. Calia Menethil estaba muerta, pero vivía. No era un salvaje no-muerto, pero tampoco era un renegado. Había sido resucitada por un humano y un renegado, ambos usando el poder de la Luz, bañados en el resplandor de un Naaru. ―Calia ―dijo Faol y su voz tembló―. Bienvenida, querida muchacha. ¡No me atreví a esperar que volverías con nosotros! ―Alguien me dijo una vez que la esperanza es lo que tienes cuando todo lo demás te ha fallado ―Calia le dijo. Su voz tenía un eco sepulcral, pero igual que la de Faol, era cálida y amable. Su mirada blanca viajó a Anduin. Ella sonrió gentilmente. ―Donde hay esperanza, se hace espacio para sanar, por todas las cosas que son posibles, y algunas que no lo son. Anduin observó mientras todos respondían a la… ¿qué? ¿Resurrección? De Calia. No, ella todavía estaba muerta. ¿Un regalo oscuro? Eso tampoco sería correcto, porque fue la Luz que estuvo presente hoy. No había nada de oscuridad en esa mujer no-muerta. Aunque, después de un corto momento, ella giró hacia Anduin y le sonrió con tristeza. ―Gracias ―dijo―, por ayudar al arzobispo a traerme de vuelta. ―La Luz no necesitaba mi ayuda ―dijo. ―Bueno, entonces por no abandonarme en el campo. ―No podía hacer eso ―frunció el ceño y preguntó en voz baja― ¿Ese fue tu plan? ¿Usar mi trabajo en la Reunión como una oportunidad de reclamar tu trono? La pena revoloteó su pálido rostro ―No. En realidad no. Ven a sentarte conmigo. ―encontraron una pequeña mesa y todos les dieron privacidad.― Desde que conocí al Arzobispo Faol, había creído que 282
un día, si tenía la oportunidad, podría mostrar que aunque no fuera un renegado, podía tratarlos como mi pueblo y gobernarlos bien. Mi hermano había tratado de destruirlos. Yo quería ayudarlos. ―Así que cuando escuchaste de la Reunión, quisiste participar. Ella asintió. ―Sí. Quería conocer a más renegados que no fueran sacerdotes. Quería ver cómo reaccionaría a una reunión con sus familias. Pero eso era todo lo que pretendía para la Reunión. Lo juro. ―Te creo ―dijo, la vio relajarse visiblemente. ―No lo merezco, pero gracias. Él plegó sus manos en la mesa y la miró fijamante. ―¿Entonces que cambió tu mente? ―Parqual Fintallas se me acercó y dijo que ellos… ellos me necesitaban ahora. Que era tiempo. No supe a qué se refería al principio, pero entonces me di cuenta de que estaban desertando. Tenía una opción: apoyarlos, revelar mi identidad y llevarlos a ellos y a otros a un lugar seguro, o rechazarlos y hacer que los mataran ―ella apartó la mirada―. Pero hice que los mataran de todos modos. ―Casi comenzaste una guerra ―dijo Anduin, su voz severa―. Pudiste haber sido responsable por la muerte de cientos de miles. ¿Comprendes eso? Ella pareció llevar una carga. ―Sí lo sé ―dijo―. Nunca me enseñaron como gobernar, Anduin, porque nadie esperaba que lo hiciera. Nunca estudie política formalmente o estrategia. Así que cuando salí… ―Solamente seguiste a tu corazón ―dijo Anduin, su molestia volviéndose pena―. Lo entiendo. Pero un gobernante no siempre tiene ese lujo. ―No. No estoy lista para reinar. Pero deseo servir a la gente de Lordaeron. Ellos son mi pueblo, y ahora soy como ellos. Se siente… correcto ―sonrió―, Aprenderé. Y del arzobispo aprenderé lo que es ser… esto. Ser un no-muerto y aun así caminar en la Luz. Debió haber sido horroroso. Debió haber sido macabro. Pero mientras Calia Menethil, cambiada pero todavía ella, miraba al rey de Stormwind, en lo único que 283
Anduin podía pensar era en las palabras del Naaru: Calia estaba libre para siempre de las pesadillas que la atormentaban. Y él estaba feliz. Era el único consuelo en uno de los días más sombríos que hubiera conocido.
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EPÍLOGO LAS TIERRAS ALTAS DE ARATHI
V
elen había aconsejado a Anduin que fuera al Templo de la Luz Abisal, que
hablara con Saa’ra y que escuchara lo que el Naaru dijera. Entonces, Velen había sugerido que Anduin sería capaz de encontrar a su pueblo en los muelles y “Si la Luz lo quiere, sabrás que decirles para ayudar a sus corazones heridos.” El draenei había tenido razón. Cuando los barcos llegaron al Puerto de Stormwind, Anduin estaba ahí para recibirlos, pero no para darles la bienvenida a casa. Estaba ahí para llevarlos de vuelta a las Tierras Altas de Arathi. Trajo consigo a los talladores de lápidas y a los cavadores de tumbas. La gente de Lordareon —de Undercity— no serían abandonados para pudrirse olvidados en un húmedo campo verde. Anduin había invitado a aquellos que desearan volver a quedarse en el barco; los otros eran bienvenidos a volver a sus hogares. La mayoría se quedó. Ahora caminaba entre ellos, observado, pero sin sentirse perturbado, por los renegados que estaban en la Caída de Galen, cerca de la Muralla de Thoradin, mientras ellos identificaban, hablaban y enterraban a aquellos que habían sido lo suficientemente valientes para tratar de ir más allá del prejuicio y el miedo. Anduin escuchó mientras los humanos contaban historias acerca de los caídos mientras los renegados eran, al final, puestos a descansar.
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Velen podía desviar cumplidos acerca de su sabiduría, pero Anduin sabía más. Eso era sanación. Eso era respeto. Cuando enterraron a Jem, Jack y Jake —Anduin no creía que podría olvidar sus nombres jamás— Emma se rompió. Philia estaba ahí, deslizando un brazo a su alrededor para apoyar a la mujer mayor, sus propios ojos enrojecidos por el llanto. ―Ahora se han ido, todos ellos ―dijo Emma―. Estoy completamente sola. ―No, no lo estás ―dijo Philia―. Nos ayudaremos.
***
Genn había regresado a las Tierras Altas de Arathi con Anduin. Él aún no había tenido la oportunidad de hablar con el muchacho y no le apetecía dejarlo volver sin acompañarlo. Ahora él escuchaba mientras Philia y Emma se reconfortaban mutuamente y observaba como Anduin, claramente conmovido, se alejaba unos cuántos pasos. Genn se acercó detrás de él. ―Sabía que los gatos eran silenciosos, pero los lobos son casi tan cautelosos ―dijo Anduin. Genn hizo un mohín. ―Sabemos cómo movernos para acoplarnos a la tarea ―dijo. ―Es lo que descubro… repetidamente. ―He llegado a conocerte bastante bien en los últimos años ―dijo Genn, ignorando el golpe―. Te he observado crecer, una tarea más dura para ti de lo que debería haber sido. Pero parece ser que nada es fácil en éste mundo. ―No ―aceptó Anduin. Sus ojos azules observaron el campo―. Ni siquiera mantener la paz por un solo día. ―Ya deberías saber que la paz es una de las cosas más difíciles de mantener en éste o en cualquier mundo, mi muchacho ―dijo Gen, sin ser poco amable. Anduin sacudió la cabeza con pena e incredulidad. ―No puedo borrar las imágenes del Concejo Desolado corriendo tan rápido como podían hacia lo que creían era un futuro con sus seres queridos. Me siento responsable. 286
Por ellos. Y por ellos ―dijo, haciendo un ademán a los vivos aun moviéndose en el campo. ―Sylvanas mató a su propia gente, Anduin ―le recordó Genn―. No tú. ―Claro que lo sé, racionalmente. Pero no importa. No en mis huesos. Y no aquí ―Anduin apoyó una mano en su pecho durante un momento, después la dejó caer―. Aquellos que perecieron en éste campo, lo hicieron porque el Rey Anduin Wrynn de Stormwind les había prometido que estarían a salvo mientras se reunían con sus seres queridos. Y ellos murieron por esa promesa. Por culpa mía. La amargura en su voz fue cómo ácido. Genn, quien nunca la había escuchado de él antes, se quedó en silencio. Después de un rato, Anduin habló. ―Has venido a sermonearme, obviamente. Adelante. Me merezco cada palabra. Genn olisqueó y se mesó la barba por un momento, sus ojos en el horizonte. ―De hecho, he venido a disculparme. La cabeza de Anduin giró violentamente, y no se molestó en ocultar su sorpresa. ―¿Disculparte? ¿Por qué? Todo lo que hiciste fue advertirme en contra de esto. ―Me pediste que observara. Así que lo hice. También escuché ―señaló una de sus orejas―. Los lobos tenemos una audición excelente. Observé sus interacciones. Vi lágrimas. Escuché risas. Vi el miedo abrirle camino a la alegría ―él mantuvo su mirada en la gente de Stormwind honrando a sus muertos mientras continuaba hablando―. También vi otras cosas. Vi a un guardia de Stormwind salir hacia éste campo. Habló con una mujer renegada, su esposa o hermana, tal vez. Pero finalmente él sacudió la cabeza y se alejó de ella, de vuelta a la fortaleza. El ceño de Anduin se frunció en confusión, pero permaneció callado. ―La renegada bajó la cabeza y se quedó quieta un momento. Sólo… se quedó ahí. Y entonces, muy lentamente, caminó de regreso a la Muralla de Thoradin. Ahora Genn miraba de frente a Anduin. ―No hubo violencia. Ni… ira u odio. Pareció que ni siquiera palabras duras. Y mientras esas reuniones felices fueron notables, extraordinarias, me pareció que eso era mucho más importante. Porque si los humanos y los renegados podían reunirse, con tanta emoción implicada, y discrepar, disgustar o incluso sentirse repelido él uno al otro, y simplemente alejarse… ―Greymane negó― todo lo que había visto de los renegados era traición, engaño, y un hambre de acabar con la vida. ―He visto a mi muchacho morir en 287
mis brazos, dando su vida por salvar la mía, pensó mas no lo dijo―. Vi terribles monstruosidades que arrastraban los pies, descendiendo hacia seres vivientes con ningún otro deseo que no fuera respirar esa luz de vida. Nunca había visto lo que vi hoy. Nunca pensé que podría. Anduin escuchó. ―Creo en la Luz ―declaró Genn―. La he visto, me he beneficiado de ella, así que debo hacerlo. Mas nunca la había sentido realmente. No pude sentirla de Faol. Solamente vi lo que consideraba como un desgarrador juguete de trapo, un viejo amigo, muerto, animado como alguna clase de chiste. Declamando cosas que no podían ser verdad. Entonces dijo algo que era cierto. Demasiado cierto. Cortó como una cuchilla y no pude escucharlo. ―Genn respiró hondo―. Pero estaba en lo cierto. Tú estabas en lo cierto. Todavía creo que lo que les hicieron a los renegados contra su voluntad fue aterrador. Pero me queda claro ahora que algunos de ellos no han sido corrompidos por ello. Algunos de ellos todavía son las personas que fueron alguna vez. Así que estaba equivocado y me disculpo. Anduin asintió. Una sonrisa surcó su rostro fugazmente, entonces se fue. Estaba claro que aún estaba afectado con culpa y testarudamente no renunciaría al dolor. Todavía no. ―Tenías razón sobre Sylvanas ―dijo Anduin, esa fría amargura persistiendo en su voz―. La Luz lo sabe, ojalá hubiera escuchado. ―Tampoco tenía razón acerca de ella ―dijo Genn, asombrando a Anduin por segunda vez en muchos minutos―. No totalmente. Sabía que no podía dejarlo ir sin hacer algo. Creí que nos atacaría. No a su propia gente. Anduin se contrajo del dolor y apartó la mirada ―Pudo haberlos matado, pero yo le prometí al Concejo Desolado que tendrían un paso seguro. Esas muertes ahora están en mi consciencia. Me perseguirán. ―No, no lo harán ―dijo Genn―. Porque mantuviste tu parte de la negociación. Nadie sabía qué tan mal Sylvanas Windrunner podría lidiar con algo que no fuera de su completa y absoluta obediencia. Si me preguntas, el Concejo Desolado firmó su propio certificado de muerte al existir como un cuerpo gobernante. Ella les hubiera hecho algo tarde o temprano. Sus fantasmas, si los renegados pueden tener fantasmas, no te perseguirán a ti, mi muchacho. Hiciste algo maravilloso por ellos. Ahora Anduin se giró hacia Greymane, mirándolo completamente a los ojos.
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―Respóndeme esto: ¿Habría sido suficiente para ti, Genn? ¿Ver a tu hijo una vez más y pagar ese encuentro con tu vida? La pregunta era completamente inesperada, y por un momento, Genn se desconcertó. Un viejo dolor lo atravesó y tensó la mandíbula. No quería responder, pero había algo en el rostro del joven que no permitió que el mayor se negara. ―Sí ―dijo al fin―. Sí. Lo habría sido. Y era verdad. Anduin tomó un hondo y tembloroso respiro y asintió a Genn. ―No obstante, es una tragedia, y le ha hecho un gran daño a cualquier oportunidad de paz. Ha destruido el prospecto de trabajar junto con la Horda para sanar al mundo. La Azerita continuará amenazando el equilibrio del poder. Ha herido a la Alianza también. Sylvanas utilizó un momento que pudo haber sido un verdadero cambio como una oportunidad de eliminar gente que ella veía como sus enemigos. Y lo hizo con tanta delicadeza, tan bien, que ni siquiera pude recriminarla por eso. Ella no faltó a su palabra. Calia era una posible usurpadora. No puedo pedirle a Stormwind que vaya a la guerra porque el Jefe de Guerra de la Horda escogió ejecutar a individuos que ahora hará ver como traidores. Así que se sale con la suya. Ella ha ganado. Eliminó a la oposición, mató a la legítima heredera de Lordaeron, y lo hizo mientras parecía una líder noble por no atacar a la Alianza y empezar una guerra. Genn no dijo nada. No necesitaba hacerlo. Simplemente se mantuvo junto a Anduin y dejó que el joven rey lo averiguara por sí solo. Los minutos pasaron, y entonces, Anduin finalmente habló. ―Yo nunca, jamás dejaré de esperar la paz ―dijo. Su voz tembló con emoción―. He visto mucho bien en demasiadas personas para pintarlas a todas como malvadas y merecedoras de una matanza. Y, además, jamás dejaré de creer que la gente puede cambiar. Pero ahora me doy cuenta que he sido como un granjero esperando cultivar en un campo envenenado. Simplemente no es posible. Greymane se tensó. Él muchacho se dirigía a algo. ―La gente puede cambiar ―repitió Anduin―. Pero algunas personas nunca, nunca desearán hacerlo. Sylvanas Windrunner es una de esas. Él respiró profundamente. El dolor y la tristeza lo hicieron parecer mayor. Genn había visto expresiones similares en los rostros de aquellos que habían sido encomendados con un deber desgarrador. 289
Cuando el chico habló, Genn estaba satisfecho por las palabras, pero entristecido por su necesidad de decirlas. ―Creo ―dijo Anduin Llane Wrynn―, que Sylvanas Windrunner está verdaderamente perdida.
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