Autor: arq. Alvaro Espejo Chávez
Lima, Perú, agosto del 2017
La ventana del Tío Toño Tanto los medios informáticos como los anhelos de la sociedad, volcados al quehacer del arquitecto, transforman nuestro oficio. Por un lado, se nos exige dominar cada vez más un sinfín de programas y dominios digitalizados (especialmente la fabricación de imágenes purgadas de cualquier “imperfección”: el render) y, por otro, se nos reclama una sensibilidad ponderada que nos conduzca a actuar en favor de la pertinente construcción física de la ciudad. En el primer caso, y esta es una cualidad de los medios informáticos sobre cualquier oficio, la proximidad con la realidad tangible no es ya un requisito indispensable; en el segundo caso, la proximidad es fundamental. De ello, de nuestro sometimiento a dos mundos dispares y, hasta cierto punto, contradictorios, surge el hecho de mantener una absurda búsqueda unidireccional de los recursos para hacer arquitectura, ya sea en las posibilidades que otorga el diseño por computadora o en la responsabilidad social exageradamente limitadora. Debemos reconocer que, si bien la arquitectura pensada desde los hechos cotidianos debería reflejar mejor los problemas espaciales, ya sea cuestionándolos, afirmándolos o negándolos, ello no siempre sucede; sobre todo, cuando la responsabilidad se torna en una interminable crítica carente de propuesta. Puesto que de los hechos sociales per se no se deriva, inmediatamente, una posible justificación para la arquitectura, es necesario interpretarlos y hallar relaciones espaciales que favorezcan la vida, la libertad y la creatividad. Así mismo, estas relaciones deberían poseer un potencial para transformar y mejorar el estado actual en el que se encuentra nuestra arquitectura, sin la necesidad de emplear materiales y procedimientos injustificadamente costosos, los mismos que, muchas veces, disminuyen la claridad al momento de intentar reconocer valores realmente arquitectónicos. No, ésta no es una defensa ciega de la precariedad como prototipo digno de emulación. No se trata, pues, de una postura que pretenda herir el cosmopolitismo de tantísimos arquitectos, ni mucho menos menospreciar el trabajo de quienes se esfuerzan por insertar sus obras en la vanguardia arquitectónica, considerando o forzando, muchas veces a posteriori, algunas ideas contemporáneas dentro de las intenciones de su objeto arquitectónico1. Yendo incluso más allá, y pese a que resulta innegable la posibilidad de dividir la arquitectura en arquitectura hecha para ricos y arquitectura hecha para pobres, vale decir, haciendo hincapié en las condiciones materiales y relativas a las formas económicas; creo que es más importante enfocar el problema desde otra arista que nos permita liberarnos de una visión unilateral y sesgada. No es tanto la redistribución de la riqueza lo que garantiza el progreso de la sociedad como la “liberación del impulso creativo” (Chomsky, 2007, pág. 111). Con ello, parece que para resolver al menos algunos problemas humanos en su versión espacial (Wendorff, 2013), existen otros caminos. No basta con perseguir ansiosamente lo descomunal o lo que nos permita ganar un reconocimiento a lo más innovador (lo innovador está condenado a ser efímero 1
Es más, aquellos que pretendan enlistar sus obras en algo más duradero que las modas que dictan qué materiales hay que usar o qué tipo de arquitectura hay que defender, deberían esforzarse por abrazar aquello que no dependa exclusivamente del mercado y la propaganda (estados pasajeros que mutan de acuerdo a quienes los dominen) y, por otro lado, esforzarse por encajar sus obras con las necesidades humanas más básicas y, por ello, universales.
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Autor: arq. Alvaro Espejo Chávez
Lima, Perú, agosto del 2017
y lo efímero, cuando no se acompaña del respeto por lo permanente, es un discurso vacío y caprichoso); hay que voltear la mirada hacia cuestiones básicas que, muchas veces, por el hecho de ser entendidas como básicas, son olvidadas. En este sentido, Alexander, hace casi cuarenta años en El modo intemporal de construir, señalaba lo siguiente: “En realidad, aunque nos hayamos internado en lo profundo de los procesos mediante los cuales es posible dar vida a un edificio o a una ciudad, finalmente ocurre que este conocimiento sólo nos retrotrae a aquella parte de nosotros mismos que estaba olvidada. Aunque el proceso es preciso y puede definirse en términos científicos exactos, finalmente se vuelve valioso no tanto porque nos enseñe cosas que ignoramos, como por mostrarnos lo que ya sabemos y no nos atrevemos a reconocer, pues parece demasiado pueril, demasiado primitivo.” (Alexander, 1979, pág. 24)
Tenemos, entonces, un tercer camino para afrontar la encrucijada que planteamos al inicio: el camino de las cuestiones referidas a las relaciones espaciales básicas. Nuestras propuestas arquitectónicas no tienen por qué tener como único medio de expresión sintética al render, un recurso que, cuando se abusa del mismo, sólo sirve para mostrar lo poco que conocemos al objeto arquitectónico o a su entorno (cielos limeños descaradamente pulcros y avenidas con peatones extrañamente caracterizados); por otro lado, nuestras propuestas no tienen por qué agotar su fuente de inspiración en los hechos cotidianos, los cuales están muchas veces condicionados por una única manera de valorar la arquitectura: lo “innovador”. Es necesario, además, saber defender las cuestiones permanentes, aquellas que, aun cuando cambian los materiales y los procesos, se mantienen. Respecto a los procesos, comúnmente se nos pide a los arquitectos intervenir para mejorar sólo cuestiones materiales; sin embargo, los procesos se mecanizan tanto y a tal punto que los desafíos intelectuales se suelen reducir a escoger entre una infinidad de acabados, formas y materiales que, más que responder a la estructura espacial y a la idea rectora, sirven para la creación de un ambiente cómodamente ficticio. Todo esto conlleva a una cada vez más aguda desatención de las cuestiones básicas que, a mi entender serían, por ejemplo, que un espacio esté correctamente ventilado e iluminado, lo cual nos ahorraría gastos en equipos que son costosos y a la larga nos generan enfermedades2. Evidentemente, el ejercicio de escoger entre muchas posibilidades implica (o debería implicar) un adecuado conocimiento sobre ventajas y desventajas; empero, debemos señalar que la preocupación por la materialidad actualmente resulta tan asfixiante que deja poco espacio para reflexionar sobre preguntas como: ¿Qué tipo de ideas estamos proponiendo con nuestra arquitectura? ¿Nuestra arquitectura sirve para producir espacios que alienten la reflexión, el descanso y la integración o la estamos tratando únicamente como un escaparate para el consumo? Con ello no pretendo sugerir que la buena arquitectura modifica, inminentemente, a la sociedad o al hombre en favor de un grupo de ideas planteadas inicialmente. La sociedad siempre demuestra ser mucho más
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A propósito, consultar lo referente al SEE (Síndrome del Edificio Enfermo), propuesto por la OMS (Organización Mundial de la Salud) en 1982.
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compleja y muchas cosas se conocen sólo sobre la marcha, sin embargo, dentro de ella, la arquitectura es un medio de comunicación. Vayamos al tema que nos convoca, las relaciones espaciales básicas: ¿Qué son? ¿Por qué se dice que constituyen un recurso impostergable para la arquitectura? Una vez más, leyendo a Alexander, podemos reconocer dos tipos de lo que él llama patrones y que van de lo espacial a lo vivencial: “Más allá de sus elementos, cada edificio está definido por determinados patrones de relaciones entre los elementos (altura, profundidad, apertura)” (pág. 82). Patrón espacial. “(Cada patrón que está vivo) crea condiciones en las que la gente puede resolver por sí misma los conflictos que experimenta reduce el conflicto interior de esa gente, le ayuda a encontrarse en un estado en el que puede afrontar nuevos desafíos y contribuye a que esté más viva” (pág. 101).
De lo anterior, podemos deducir que existen relaciones inmanentes a la arquitectura, que se repiten una y otra vez, con distintos elementos formales, sin embargo, son estables en el sentido de que poseen un carácter que los unifica. Una de estas relaciones, que Alexander llama patrón lugar ventana, es la relación que se establece entre el espacio interior y el exterior mediante la perforación de los paramentos y la posibilidad de usar los vanos a partir de una extensión formal de los mismos, mediante “un antepecho” o “un amplio alféizar”. La existencia de este patrón, según Alexander, responde a la necesidad de luz y de descanso que yace en el hombre; por tanto, ayuda a resolver problemas relacionados a estas necesidades. Otra cuestión, no menos importante, es notar que estos patrones, cuando “están vivos”, predisponen al hombre para resolver otro tipo de problemas, es decir, le devuelven lo que al inicio mencionábamos: la vida, la libertad y la creatividad. El caso de estudio: Restaurante “Toño”
Fotografía tomada por: Patt Santa Cruz (2012)
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Autor: arq. Alvaro Espejo Chávez
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Es uno de los restaurantes más conocidos en Casma y cuenta con unos cincuenta años de antigüedad, la particularidad que hallamos, sin embargo, está relacionada a algo más que su fama y su buena comida. Ubicado en Malecón Grau s/n, Caleta Norte, el recinto le hace frente al balneario de Tortugas; precisamente, esta relación se ha visto fortalecida por el uso del patrón lugar ventana. En este caso no existe una “ampliación del alféizar” u otra modalidad, sin embargo, lo que tenemos son una apertura continua que se dirige al horizonte y unas mesas próximas al vano que se sirven de la iluminación y la ventilación captadas. Lo más resaltante es, como se ha dicho, el encuadre en el que se ha enmarcado el paisaje (la playa Tortugas). En este sencillo pero significativo caso podemos reconocer que existe una manera de hacer arquitectura alejada del espectáculo artificial que muchas veces genera el render (condenado a mostrar “belleza” y “orden”, incluso donde no lo hay) y que, a la vez que se preocupa por aspectos funcionales, trasciende los mismos y ofrece un espacio apropiado para la contemplación y el descanso. Probablemente los dueños del restaurante no necesitaron una “vista” que les sugiera hacia dónde y por qué ubicar la ventana corrida, lo supieron por una cuestión vivencial. Bibliografía Alexander, C. (1979). El modo intemporal de construir. Barcelona: Gustavo Gili. Chomsky, N. (2007). Conocimiento y libertad. Barcelona: Ediciones Península. Wendorff, G. (2013). La crítica arquitectónica en Lima. Lima: Editorial Universitaria.
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