Paraiso Fugaz - Poesía y cuento.

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paraíso fugaz

Poesía y cuento

Taller de escritura, Teusaquillo I, 2022.

Taller de Escrituras de Bogotá Idartes Localidad de Teusaquillo I 2022.

Primera edición, abril de 2023.

Diseño y diagramación: Ambidiestro Taller Editorial

Editor: Miguel Castillo Fuentes

Corrección de estilo: Melisa Restrepo Gálvez, Paula Castañeda Cárdenas, Alejandra Arias Torres, Slanyeth Girón Gómez, Ma. Antonia Villacís Cerón, Miguel Castillo Fuentes

Portada e Ilustraciones: Margarita Gómez Téllez

Impreso en Colombia – Printed in Colombia

ATRIBUCIÓN-NOCOMERCIAL-SINDERIVADAS CC BY-NC-ND
Contenido Un paraíso fugaz llamado Taller de Escritura Miguel Castillo Fuentes ...............................................................4 Bodega celeste - Teodoro Cuervo.................................................6 La ciudad condenada - Manuel Antonio Iregui.............................8 Somos patria - Alejandra Arias Torres..........................................9 Estallido - Andrés Felipe Núñez Ramírez....................................10 Temazcalli - Jorge López.............................................................10 Me voy a estallar - Juan Pablo Correa......................................... 11 Elanfitrión-AndreaHurtado-Méndez...................................................13 El tesoro perdido - Sergio Clavijo Ortiz......................................15 El Espanto, entre la calle 26 y 63 - Paula Castañeda C. ................15 Apenas - Jefferson Rodríguez da Costa.......................................17 Plexo solar - Slanyeth Girón Gómez...........................................20 Mundo Cactus - Antonia Villacís Cerón.....................................20 Allí - Alexander Madrigal...........................................................22 La calle de neón - Iska Emilio Lozano.........................................23 Zona Cero - Alejandra Arias Torres............................................23 Renacer - Marcela Bermúdez Lesmes..........................................24 Plaza de mercado - Natalia Quintero Gaviria..............................24 Azul como un tractor - Daniel S. Parada.....................................25 Comida y gravedad - Juan Felipe Iriarte......................................26 Ausencia - Licsa Gómez Guarín..................................................27 Revelación - Nancy Castañeda...................................................28 Turbulencia - Mónica Marez.......................................................29 Archi merodea - Alberto Lozada Suárez.....................................30 Cómo convertirse en escritora - Diana Perico Ortiz....................31 Objeto - Manuel Antonio Iregui Rojas........................................32 Tareas incompletas - Melisa Restrepo Gálvez..............................33 Sobre los autores.........................................................................36

Un paraíso fugaz llamado Taller de Escritura

“De tal manera que no cabe decir que uno sea producto de un taller; pero la duda, la discusión, el malestar o el entusiasmo de uno de tus maestros [o compañeros], siempre sirve de acicate para llegar a tu casa y ponerte a corregir, a leer y buscar autores que no conocías.”

En el 2022 tuve la fortuna de ser el director del taller de escritura Teusaquillo I, perteneciente a la red de talleres de escritura de Idartes. Allí pude conocer a un grupo maravilloso el cual puedo presentar hoy como veinticuatro escritoras y escritores de la ciudad de Bogotá, veinticuatro almas con las que tuve la fortuna de encontrarme cada sábado por cuatro meses consecutivos, esto como parte de la estrategia de la Red de Talleres Locales de Escritura de IDARTES 2022. Cuatro meses en los que, en un salón enorme y hermoso de la Biblioteca Pública Virgilio Barco, pude reunirme con ellos para hablar sobre la escritura de poesía, minificción y cuento. El taller perteneció a la localidad de Teusaquillo y estuvo conformado por un grupo diferente y numeroso de personas que tenían en común el deseo por escribir.

Mi papel fue el de director de taller, y esta es una faceta que trato de aprovechar siempre que sea posible, en parte porque hace muchos años yo también fui un muchacho que deseaba escribir, pero no tenía idea de cómo empezar a hacerlo. La otra razón para esto es una muy sencilla: creo en la enseñanza de la escritura literaria; soy docente y soy escritor y soy hijo de los talleres de escritura. Allí encontré un camino que hoy disfruto compartir con quienes, al igual que mi yo de hace muchos años, sienten que la literatura no pertenece a una casta de eruditos ni elegidos, sino todo lo contrario.

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La literatura es un paraíso que se comparte, y es por esto que el grupo que conformó el Taller de Teusaquillo I, de la Red de Talleres Locales de Escritura de Idartes, presenta en las siguientes páginas el resultado honesto de largas horas de lectura, escritura y reescritura. Los recuerdos, la ciudad que habitamos, las ausencias y las obsesiones, todo lo que somos y todo lo que es la literatura está presente en estos relatos y poemas que conforman el presente fanzine.

No quisiera cerrar esta presentación sin antes agradecer a las personas e instituciones que han hecho posible esto: a IDARTES por abrir espacios de formación en una ciudad que no deja de necesitarlos; a la Biblioteca Pública Virgilio Barco y sus trabajadores, quienes siempre estuvieron atentos para recibirnos; a la artista Margarita Gómez Téllez por sumarse a este proyecto con sus hermosas ilustraciones, consejos, trabajo y compañía; a Melisa Restrepo, Paula Castañeda, Alejandra Arias, Slanyeth Girón y Antonia Villacís, por el trabajo realizado en la corrección de estilo de los diferentes escritos que conforman el fanzine, y a cada uno de los asistentes del Taller de Local de Escritura Teusaquillo 1, por la confianza y la amistad ofrecida en el tiempo que duró este paraíso fugaz llamado Taller de Escritura.

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Bodega celeste

Al abrirse las puertas del reino de los cielos, vio el jardín infinito con un único árbol en el centro. El jardín estaba bordeado por un río. Cuando cruzó el puente que se alzaba sobre el agua para llegar al pasto, vio una cabeza que flotaba cuesta abajo y se preguntó a dónde irían los ríos. Pero su pensamiento fue interrumpido por el gran rinoceronte que cruzaba el valle hasta su encuentro. Ella había sido elegida para contar manzanas con los dedos. Olvidadiza como era, había sido encargada de esta simple tarea. El gran rinoceronte le dio la bienvenida y le recordó su misión. Cada mañana, del árbol que estaba en el centro, brotarían sagradamente diez manzanas.

—¿Cuántos dedos tienes, pequeña? —proclamó el gran rinoceronte.

—Diez dedos, señor —dijo ella tras haberse asegurado de que esto fuera cierto.

—Ese es el número de manzanas que deberás contar a diario. Por si lo olvidas, lo dejaré tallado en el tronco del árbol.

Satisfecho se alejó hacia el horizonte. Ella se quedó mirando cómo la figura grande se volvía pequeña y, cuando ya no hubo nada

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T A N T A S M A N Z A N A S C O M O D E D O S

más por ver, se tumbó bajo el árbol a esperar su florecimiento.

Era un nuevo día cuando despertó. Lo supo porque el árbol, antes sin frutos, lucía ahora unas manzanas cuyo intenso color alcanzaba a vislumbrar en el reflejo del río. Olvidadiza como era, no recordó lo que debía hacer con ellas, hasta que vio el mensaje tallado. Procedió entonces a contar sus dedos. Diez dedos. Rectificó. ¿Y manzanas? Diez. Al final del día apareció el gran rinoceronte. Ella muy contenta le dio el informe. Tras agradecerle, el gran rinoceronte tomó los frutos y desapareció con pasos lentos.

Sin nada que hacer más que esperar a que hubiera nuevas frutas para contar, se tumbó bajo el árbol. Antes de quedarse dormida, le pareció ver en el río una cabeza flotando.

Recordó que ya había visto otra antes. No sabía si sería la misma. Y no pudo dejar de preguntarse a dónde irían los ríos. Antes de su llegada, ella había visto muchos. Veía el movimiento, pero nunca el destino. Pensó en seguir la cabeza, pero estaba muy cansada. Sin darse cuenta, sus ojos se cerraron.

Era otro día cuando despertó de nuevo. Lo supo por las manzanas que vio brillando. Nueve manzanas en el árbol. ¿Y dedos? Diez. ¿En serio? Nueve. Diez. ¿Qué pasaba? Algo andaba mal. Tantas manzanas como dedos, rezaba la señal. ¿De dónde salía el que le sobraba? No podía decepcionar al rinoceronte, así que sin pensarlo dos veces se afiló los dientes y se lo arrancó. El intruso rodó cuesta abajo hasta el agua. Ahora las cuentas daban. Nueve manzanas. Nueve dedos. Dio el informe al gran rinoceronte que una vez más desapareció. Después de tan ajetreada jornada, se tumbó debajo del árbol. Cuando despertó había nuevos frutos. Y entonces pensó en lo grandioso que sería no tener que levantarse a contar nunca más. Pero tocaba. Siete. Otra vez se lo arrancó. Dio el informe y el gran rinoceronte se esfumó. Ella se tumbó bajo el árbol. Despertó. Cinco. Ya no quería más. Ni siquiera podía comer lo que contaba. Todo se lo llevaba ese tirano animal. Cuatro. La cosa se estaba saliendo de control. ¿Por qué tenía ella que arrancarse los dedos? ¿Por qué tenía que contar? Las heridas le ardían y el gran rinoceronte ni siquiera la veía sangrar.

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—Manzanas, solo importan las manzanas. Tome sus tres, sus dos. Las cuentas cuadran, solo eso importa. Un dedo. Tome señor —. Más agotada que nunca, tras nueve días de juiciosa carnicería, se tumbó bajo el árbol. Esta vez, cuando despertó, no había ni una sola manzana. Eso significaba que todavía no era un nuevo día. Así que se puso a dormir un poco más. Pasado un tiempo, sintió a lo lejos los pesados pasos del gran rinoceronte que empezaban a mover las hojas del árbol. Venía para el juicio final. Cero manzanas. Tome señor.

—¿Y eso rojo que trae el río?

Ella, olvidadiza como era, había olvidado que los ríos no van a ningún lugar. Todo lo que se llevan, lo devuelven. Las manzanas rodaron, los dedos regresaron y su cabeza flotó río abajo.

La ciudad condenada

Al inicio de algún tiempo, veinte demonios se reunieron para definir las fronteras de sus infiernos y sus objetivos hasta el siguiente cambio de era. Cada demonio prometió robar las almas de cuanto hombre y mujer se atreviese a vivir en sus terrenos. Todos acordaron que su trabajo sería deshumanizar a los humanos, llevar el caos y la anarquía, el odio y el sufrimiento a cada habitante de su reino de tinieblas. Al final, uno de los demonios propuso que cualquiera de los veinte infiernos se podría llamar “localidad” y entre todos escogieron el nombre de “Bogotá” para designar a todos los infiernos en conjunto.

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Somos patria

Cuando uno de nosotros enfurece, los demás enfurecemos también. Pocos somos capaces de golpear a un hombre y mantener la frente en alto si no estamos acompañados. Pero juntos, la duda se difumina; se nos encienden la sangre y el orgullo, y nadie –nadie– se interpone sin consecuencias.

Los disparos nos enardecen, especialmente si estallan, cobardemente, en la espalda del blanco. Cuando vemos heridas en alguno de nuestros cuerpos, sumamos fuerzas y estaturas, la estampida que somos se solidifica y convertimos en víctima al victimario.

Llegamos tan lejos que el dedo acusador no nos alcanza. Pero a él lo alcanzamos con toda la potencia de que fuimos capaces: lo destrozamos de pies a cabeza, arrancamos de la inferioridad de su mueca asesina toda figura reconocible, lo arrastramos por el mismo asfalto que ha soportado las pezuñas de nuestros mal llamados dirigentes, manchamos con su sangre el luto de nuestra patria. Nuestra esperanza herida es una fiera de machetes insaciables y el grito desgarrado del enemigo no le alcanza para compensar un desagravio. Ojo por ojo... ¡sí! Por ojos y por dientes y huesos y entrañas y pelos y uñas y cuero. Aniquilar a un hombre es poca cosa cuando ese hombre ha mancillado nuestra lucha.

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Estallido

Bogotá, 28 de abril de 2022

Ella termina de lavar los platos. Ve por la ventana a unos niños del conjunto pasar con sus uniformes sucios. Sabe que son casi las tres. Sale, camina despacio rumbo al colegio. Recorre las calles mientras recuerda la lluvia; los gases; las fogatas y las piedras. Mira hacia la estación “Biblioteca El Tintal” y descubre que funciona de nuevo. Él ya no aparece por allí a esta hora, como solía hacerlo antes. A pesar de esto, sigue esperándolo. Un año ha pasado, pero ella sigue esperando por volverlo a ver.

Temazcalli

Jorge López

Es extraño pasar toda una mañana en el cuarto, a media-semana, por culpa de la fiebre. En el bloque de viviendas y lugares aledaños reina una quietud silenciosa, apenas interrumpida por ecos de ollas en alguna cocina y graznidos de pájaros en algún árbol. Las cortinas a medio-cerrar y el calor de la media-mañana condensan la atmósfera ocasionando que los objetos se diluyan bajo mi mirada. Las tormentas lumínicas son destellos que ocurren en las superficies de los muebles, a veces tan sorprendentes que logran desplegar otros tiempos y espacios. Estos destellos se perciben como luces coloridas que se elevan por los aires y se describen como partículas errantes que transforman el campo magnético del cuarto. Se conocen también como auroras. Aurora era uno de los nombres de las abuelas roca.

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I

Me voy a estallar por los bordes que nadie ve

Un codo no es un hombro ni se aprecia al tacto

Cómo reventarse por las puntas y que salga a volar algo más que lo móvil de mi ser II

El cuerpo pasa por las palabras por el oído y se siente

El ritmo ha existido siempre inminente dentro de mí Escribir como un ritual de gaitas y tamboras

La música al exterior sucederá porque el sonido sin aire no existe

Juan Pablo Correa

voy a estallarme quizás en los nudillos detrás de las rodillas quebrarme por los codos

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MARÍA GÓMEZ LARA

III

Tomo mis lágrimas Son río de coral agua estancada tan liviana tan llena de nada

Que regresen que se conviertan en sudor burbujas de placer palabras que sí pesen o hilos rojos cuando vuelva a caer

IV

Me quiero deshacer desde adentro desandar el camino de mis células acabar con todo rastro de luz

Que el aire no me llegue a los pensamientos

Se me van a acabar mis palabras hasta dejarme solo (sordo) en esta coraza

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El anfitrión

—¿Los globos de neón? Listos. ¿Las serpentinas de colores? Listas. ¿El ponqué de tres leches cubierto de chocolate? Listo. ¿Las cervezas en la nevera? Listas. ¿Qué me falta, parce?

Ya arreglé el apartamento y barrí la sala con ese pedazo de escoba que me queda. Ya limpié la arenera de mi gata y aspiré sus pelos del sofá. Ya lavé la losa y escondí las copas finas que alguna vez alguien me trajo del extranjero. Ya abrí las ventanas y recogí las cortinas. Estoy decidido a que todos se enteren del foforro de esta noche. Incluso, puse un aviso que dice: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, FERCHITO!

— Sí, sí, sí, ¡Feliz cumpleaños a mí! Es que veintiocho no se cumplen todos los días, y por ahí dicen que después de esta edad el tiempo avanza en zancos.

Hice todas las invitaciones necesarias. Envié un mensaje a todos los grupos que tengo por WhatsApp: al de mis primos borrachos que se pegan a cualquier plan si hay viejas de por medio; al de los compas de trabajo, para seguir rajando de la jefe; al del parchecito de la U, los marihuaneros por excelencia. Invité también a un par de nenas con las que me he pegado varias farras, y con quien ya tengo algo más que seguro con una de ellas. Incluso, por ahí entre los mensajes se me coló Fabiana, mi ex, pero ya qué, que venga. Hasta invité a los amigos del Prom 2018; a las vecinas de cuando me mudé por la Sexta; al parcero que revisa a mi gata cada que se enferma; a mis panas con los que juego futbolito los viernes, y a toda la gente de la cadena de oración a la que me metí hace algunos días. Por el momento todos me han

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confirmado. Quiero que todo el mundo venga, nadie se puede perder este agasajo.

—¡La ropa, parce!

Son las 4:56 de la tarde y la fiesta empieza a las 7:00 de la noche. Yo estoy con la pinta sabática: la pantaloneta roja que sirve para hacer oficio y ejercicio; el buso que alguna vez fue negro, pero de tanta lavada ahora es gris, y las chanclas que alguna vez le robé a mi hermano. Lo mejor es que me empiece a arreglar, seguro y no me alcanza el tiempo, todavía hacen falta un par de decoraciones para la parranda.

—¿Aló? —contesto acercando el celular a la oreja—. Qué pena no contestar, parce, estaba duchándome. Sí, sí, llega a la tienda de rejas blancas y camina dos cuadras a la derecha, ahí está el edificio. ¿Se ubica? Eso, eso, por ahí va bien. En media hora están acá. Ya nos vemos, entonces.

El citófono no deja de timbrar, ya empezaron a llegar. Hay invitados en la recepción, pero hasta que no lleguen todos, a nadie dejo entrar.

—¡Ya casi ya casi! —me digo a mí mismo mientras me pico el ojo, viéndome al espejo.

Me acomodo el cabello como dejándolo caer hacia la derecha. Me abrocho el jean, me aplico desodorante antes de colocarme el saco verde que alguna vez casi quemo con un cigarro y me amarro los tenis escondiéndome los cordones a los lados, mientras miro el letrero que desde el fondo alumbra muy bien el espacio.

—¡Hijueputa! ¿Y la música? ¿Y la cuerda? Esta cabeza ya no me sirve para nada.

Empiezo a arrastrar las sillas para hacer un círculo deforme. Prendo el bafle, volumen 97 y pongo rap. Agarro una cerveza, la destapo y tomo un sorbo grande y profundo. La hora es exacta: faltan quince para las siete ¡Qué rico! ¡Comenzó esta mierda! Abro la puerta para que, cuando todo el mundo entre, lo hagan al mismo tiempo. La dejo abierta de par en par para que la decoración sea visible con facilidad. Me voy hasta el rinconcito donde se asoma el ponqué y mis veintiocho velitas colocadas sobre él en perfecto redondel. Empiezo a reconocer a quienes se asoman por las escaleras. Tomo la silla más

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cercana, me subo y me pongo de pie mientras acomodo la cuerda que ahora adorna mi cuello. Cierro los ojos, tiro la silla y me dejo caer. Todo mi cuerpo cuelga del cuello. Siento los ojos salirse de órbita. Empiezo a perder aire, mi lengua se desprende de mi boca. Alcanzo a escuchar los quejidos de los invitados mientras me ven morir. El anfitrión que hoy celebraba el final de su vida. En tanto yo, sollozando, alcanzo a decir: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, FERCHITO!

El tesoro perdido

Nado de ida y vuelta, siempre en busca del tesoro perdido. Pasan los años y el río es el mismo. Sus olas continúan arrojándome riquezas exóticas, pistas que seguir hacia una felicidad prometida. Sigo nadando, mientras que otras criaturas me dan indicaciones y aventones. Incluso algunas me acompañan por múltiples surcos, contándome siempre sobre sus propios viajes. Sigo nadando, inconforme con el destino al que está búsqueda me lleva: esa nanofracción de mi ser que respira en cada reflejo, y que veo en el torrente de cristales y charcos que es la carrera Séptima, río de asfalto que atraviesa mi vida.

El Espanto, entre la calle 26 y 63

Le temen por sus ojos: dos groseras esferas rojas, fuera de sus cuencas, inyectadas de sangre, palpitantes, hinchadas de secretos, asquerosas. La abuela de alguien comentó que no siempre tuvo los ojos así, que se le deformaron porque cogió la maña de meterse en lo que no le importa, como un castigo de Dios Bendito, Padre del Cielo, por vago y chismoso.

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Muchos en el barrio aseguran haberlo visto espiando a través de las ventanas de los primeros pisos, parado en jardines ajenos entre crotos y dientes de león, escudriñando salas de estar, pasillos y garajes. Pero nadie nunca se ha quejado de verlo en los tejados o colgando de las medianeras, indagando en baños o habitaciones, que es donde normalmente se pierde el pudor.

Seguramente ha visto a más de uno con el plato de natilla en la mano al tiempo que cantan tutaina tuturumá, o remojando la almojábana y el pan en el café con leche. Tal vez, también, a la tía bailando con un vecino, así como al señor de la casa cayéndose de borracho en un bautizo. Sin duda, habrá visto a algún sobrino haciendo mala cara por un mal uso de la palabra maricón, y a dos adolescentes sonrojados en un mismo sofá. Lo que es muy poco probable es que sepa de la llamada infiel; de los detalles de una ideación suicida; del orgasmo mejor fingido del año; del espionaje a un celular mientras su dueño dormía; de las poses desnuda en cientos de selfies, o algo mucho peor.

Y aunque nadie sabe con exactitud lo que él ha visto, igual todos desean asesinarlo. Por las dudas, por si algún día se le ocurre sacar los trapos sucios al sol; por prevención, por asegurarse de que nada ponga en riesgo su sarta de apariencias bien conservadas, de secretos oscuros. Porque es un misterio lo que él carga en esos ojos inmundos y viscosos, pero uno nunca sabe y esa es razón suficiente para matarlo.

El problema es que el condenado es tan escurridizo que nadie sabe dónde encontrarlo. Desde hace tres meses las cortinas se cierran antes de las seis de la tarde y, por si acaso, se creó la costumbre de susurrar. Incluso, para evitar ser escuchados por él, en las panaderías se dejó de conversar… Ahora se acompaña el tinto con una galleta de tres ojos y una telenovela turca en el televisor del fondo. Eso y nada más.

Las ancianas, con sus perritos crespos de pelo blanco y oxidado, intensificaron su guardia en las ventanas durante el día; los niños que antes se reunían a jugar, ahora cuentan historias de terror en las que no muere nadie salvo por vergüenza; el gremio de los

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pensionados, que en el pasado se reunía en la esquina del barrio, empezó a desaparecer por falta de quorum; en los supermercados dejamos de intercambiar las miradas entre nosotros, mientras que en los parques ya nadie toma el sol, y las terrazas del barrio dejaron de usarse para festejar. En la peluquería alguien sugirió, entre chiste y chanza, que el barrio no debería llamarse El Encanto, sino El Espanto. El comandante del CAI ordenó desconectar el teléfono y dejar de atender a la ciudadanía porque “no podemos hacer nada, mi señora”. La Junta de Acción Comunal está preparando una rifa para llenar los postes de cámaras de seguridad, mandar a arreglar la alarma y poner a alguien para que vigile día y noche. Ya se fumigaron los marcos de las ventanas, se enrejaron los antejardines, se cubrieron los techos con pedazos de vidrio y se cambiaron las guardas, todo por si acaso.

Apenas

Jefferson Rodríguez da Costa

Las madrugadas bogotanas no son ni calurosas ni acogedoras, como sí los son un caldo de costilla, una changua, un tinto o una almojábana recién salida del horno. Mucho menos cuando te levantas a las cuatro de la mañana, después de seis horas de sueño. Parto desde el extremo sur de la ciudad sabiendo que debo atravesar varias bogotás.

Agarro mi celular, aún aturdido por el sueño, deslizo la pantalla de bloqueo para tener acceso a amaneceres más soleados y entre una

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infinidad de videos cortos me doy cuenta de que debo salir a trabajar. Me preparo rápidamente un café; como el pan duro y seco de la mañana anterior; me pongo el saco, los jeans anchos, mis Nike. Recojo mi parlante y mi micrófono. Antes de irme, le pido a la fotografía de mi madre, que cuelga en la pared, su bendición. Me hago la señal de la cruz y me abrigo lo suficiente como sobrevivir a otro día de frío y lluvia. Finalmente salgo rumbo a mi gira intermunicipal; la diferencia entre mis conciertos con los de los cantantes famosos, es que para mí no hay tiempo de ensayo, en un día canto lo mismo que ellos cantarían en una semana, y la entrada a mis shows se pagan con monedas y sonrisas.

Casi una hora después llego al Portal de Usme, que se encuentra en la misma localidad en la que vivo. Antes de entrar llama mi atención una escena fantástica: un anciano apoyado en su bastón de madera se funde con el amanecer; de él sólo se evidencian su cabello blanco y sus sandalias de cuero, que dejan al descubierto sus pies.

Cuando me ve pasar con mi equipo de sonido, me dice en voz baja, casi en susurro: “Para cantar, o passarinho tem que voar”. No entiendo muy bien la segunda parte, así que me acerco y le pido que lo repita.

Él, nuevamente, lo dice: “Para cantar, o passarinho tem que voar”.

—No le entiendo, señor.

El anciano me mira directamente a los ojos, con aire afectuoso, y me pregunta: “Chico, ¿alguna vez te has detenido a observar el comportamiento de los pájaros?”

—¿De los pájaros?

—Las aves están en constante vuelo, de yarumo en yarumo, de mango en mango. Algunas, cuando llega el momento, hacen vuelos más largos. Desde dentro, escuchan los llamados a migrar.

No sé por qué este anciano me habla de pájaros, vuelos y migraciones, pero sigo ahí, atrapado por su presencia, atraído por su charla de tierras lejanas. Él sigue: “aunque estas aves migratorias están en constante transición geográfica, cantan hermosas canciones que les dicen dónde están. Como se alimentan de vida, saben que migrar es necesario para seguir cantando”.

Decido seguirle la conversación al anciano, por lo que le pregunto las formas para migrar sin alas.

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No hay afán en su respuesta. Respira. Dirige la mirada al suelo, parece buscar algo en la acera llena de huecos. Entonces, como si quisiera rescatar algo que duerme dentro de mí, me dice que mire a una paloma.

—¿Qué ves?

—¿Esa paloma? —le respondo bastante confundido.

—Sí. Dime. ¿Qué ves?

En este momento no hay nada más que yo, ese hombre misterioso y la mañana oscura mediando entre nosotros.

—Bueno, no sé. Es gris con algunas rayas blancas y negras.

—Mira más de cerca. ¿Qué ves?

—Bueno, se ve un poco enferma… perdió una pierna.

—¿Qué otra cosa es lo que ves?

—Está compitiendo con otras palomas por las migas de pan. Las demás también están sucias y enfermas.

—¿Cuál es la diferencia entre esta paloma y otras aves?

—¿El color? Ella es un poco más apagada.

—¿Y?

—Sólo comen lo que la gente les da. A veces son restos de comida sucia, vieja e incluso estropeada. Y otra cosa: no cantan como otras aves.

—¿Tienen alas?

—Sí.

—¿Pueden volar?

—¡Epa! Espere un minuto. Ya sé a dónde quiere llegar.

—Qué bueno, me alegra, mijo. Ahora dime, ¿hasta dónde quieres llegar?

Una sensación incómoda en la espalda, en el omóplato izquierdo, me provoca un dolor que nunca antes había sentido. Giro la cabeza, tratando de encontrar la razón. No veo a nadie. Me deshago del saco y la camiseta, dejando al descubierto mi piel iluminada, donde decenas de jeroglíficos aparecen como si fuera el relato de la humanidad misma. Paso los dedos por la piel que empieza a iluminarse con los primeros rayos del sol. Es ese momento cuando veo que un agujero atraviesa mi piel; lo hace de adentro hacia fuera, mientras soy inundado por un deseo indomable de volar.

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Plexo solar

Entre el vacío ante la caída inminente

El miedo y un paso a la libertad

Decidió comer una hamburguesa en la esquina del barrio. Al masticarla sintió que una luz naranja fluorescente invadía sus venas y, al pasar por su corazón, explotó; sus dientes y huesos se desmoronaron. Un ruido ensordecedor —como un pitido— lo guio por un camino cada vez más oscuro, hasta que finalmente se convirtió en miles de partículas que le decían que avanzara. De repente percibió su respiración. Estaba en otro cuerpo, desconocido e indescifrable, y reconoció únicamente lo que parecía la salida de un túnel.

Continuó caminando y comenzó a escuchar un tictac, una música intercalada de blancas, negras y semicorcheas. Era como si la noche fuera de un color morado oscuro capaz de cubrir el infinito; el espacio visible era similar a un parque, aunque no hubiera nada de color verde, sólo una escala de azules sobre un mundo de cactus que no pasaban de medio metro de altura. Llegó a una especie de oasis; el agua era una gelatina y olía a mandarina (el único olor familiar hasta el momento) y entre dos palmeras había un pequeño letrero en neón que decía: “Tome una máscara, antifaz o disfraz antes de sumergirse”. Tenía miedo. Cogió uno de cada uno y se lanzó a nadar lentamente. Sentía que lo perseguían. Esa cosa viscosa todavía estaba en su piel, pero veía que lo seguía una red de acero.

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Mundo Cactus Antonia Villacís Cerón

Se desprendió de la máscara y el disfraz, y entonces se sintió mejor, más liviano, y así encontró la profundidad. Notó algo al lado derecho, como la puerta a un gimnasio, y, al lado izquierdo, se asomaba la sombra de un estadio de fútbol. Se bajó un rato el antifaz y vio que el gimnasio estaba destruido; el estadio, a pesar de hallarse más lejos, le era conocido y le daba confianza. Se dio cuenta de que para respirar necesitaba el antifaz, se lo colocó y pudo ver luces a su alrededor. Con paso firme caminó en ese mar gelatinoso y profundo, casi desértico, hasta que por fin llegó a una puerta que se abrió automáticamente. Al entrar, toda la grama se diluyó y emergió un laberinto que se dividía en estructuras de metal, madera y líneas que parecían dibujadas por computador. Siguió su intuición: en ciertas esquinas había comida, pero no le apetecía. Pensó que la solución era buscar una hamburguesa, pero sólo encontro ciento de cactus y unas especies de sopas como sancochos o ramen. Estaba sediento y agarró uno de esos platos, pero, al acercarlo a su rostro, su boca desapareció.

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El vendedor en el puente siempre está allí. Temprano, en la mañana, ya tiene su puesto ambulante instalado en el mismo lugar. A veces, él no está, pero su puesto sí, como muñeco de ventrílocuo. Los tapabocas desechables y de tela con colores fundidos, los audífonos baratos en sus cajitas ajadas, los lápices de colores con cabezas deformes, los moños y coleritos en su lámina traslúcida… incluso un stop de protectores de control remoto que ya no se venden y que el sol convirtió en piezas paquidérmicas. Le acompaña un radio que habla por él, anunciando, con ánimo fingido, que no me puedo perder las fantásticas promociones en sus “últimos días”, repitiendo una y otra vez lo mismo, con esa ya ronca transmisión que se apaga por el desgaste de una batería cansada. Cuando llueve, aparece la gran sombrilla de carrito de Hot Dog, color azul con bordes blancos como el manto de Dios, amarrado con unas cintas de pompón y una cuerda desgastada. Él, a veces lleva botas de caucho y siempre usa gorra; también trae una vieja chaqueta que deja en el asiento del butaco, a modo de cojín. Junto a él, pasan los transeúntes y yo soy uno de ellos. Siento que me conoce, pero no le saludo; no me quiero ver dentro de su retina de espejo, y a pesar de esto me sorprende encontrarlo en otras partes, en otros puentes, otras calles, otros barrios y localidades de Bogotá, siendo siempre el mismo, con otros ropajes y productos, unas veces con actitud de quimera y muchas otras de aceptación; es él, como lo es el mecánico, el mendigo, el tendero, el desplazado, el poeta… incluso yo, cuando intento conseguir el sustento del día, idéntico al resto que siempre transitan, que siempre están allí.

23 Allí

La calle de neón

Cuando le digo al taxista la dirección a la que voy en compañía de Margarita, descubro de inmediato, en el espejo retrovisor del carro, la mirada cómplice del conductor. Es Viernes Santo y este el único día en que las luces de neón se apagan en la calle, igual que los chiflidos de los vecinos invitando a las parejas a entrar a los edificios. Supongo que la orden viene directa del cielo, de Jesucristo que no desea aguarles la fiesta a sus excitadas creaciones, o será que somos nosotros, los humanos en la tierra, quienes tenemos miedo por ser castigados y terminemos pegados como perros dentro de sus dominios. Hoy es un día solitario y sin luz, pero el resto de los días del año, todos los años, se ven pasear parejas jóvenes, así como tríos de amantes, amigos borrachos, travestis, solitarios en busca de compañía y los amantes que siempre llevan encima el afán de no ser descubiertos.

Zona Cero

Alguna vez la llamaron Capital, y a sus habitantes, rolos. La brújula interior se les averió cuando desaparecieron las montañas.

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Alejandra Arias Torres

Renacer

¡Pinta! Tomo mi lienzo y carboncillo. Déjate llevar… El coche fúnebre va lento. Llego a los Mártires, imponentes arcos, vestida de negro, mi color favorito, ingreso por el pasillo de los presidentes. Siento frío, veo lágrimas, escucho mensajes ocultos de sanación. Me oculto, posición erguida, imagino el trazo, me inspiro, respiro pausadamente, huelo tranquilidad, presiento soledad, mi pecho se aprieta. Déjate llevar… Cae el tiempo en el reloj de arena en este paraje silencioso y aislado para volver a nacer o apreciar la arquitectura histórica de 1836. ¿Acaso este sería un recuerdo especial para pintar o ser olvidada? No lo sé. Expectamus resurrectionem mortuorum.

Cuando yo tenía ocho años y estaba triste, mi abuela me sentaba en un banquito al lado de la estufa mientras cocinaba. Ella decía: cierra los ojos y disfruta el aroma, porque el olor nunca es el sabor. El cuchillo solo dejaba de sonar rítmicamente sobre la tabla de madera cuando mi abuela hacía una pausa para acariciarme la cabeza o revolver la sopa. Olerla de cerquita era todo lo que necesitaba. Ahora, con 45 años, me refugio en la plaza de Paloquemao y cierro los ojos, porque a veces lo único que necesito es oler de nuevo a mi abuela.

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Plaza de mercado Natalia Quintero Gaviria

como un tractor

Jugábamos sobre un tractor azul con guardabarros blancos, con dos ruedas gigantes, con una espiral de cuchillas, era de mi abuelo.

Yo no lo conocí.

Subíamos cinco niños como hormigas peleando por el timón y la silla de cuero, los demás se sentaban en los guardabarros. Yo no lo conocí.

Era un azul del cielo, adelante tenía una parrilla blanca, decía Ford seis mil seiscientos, no he vuelto a ver un auto así.

Yo no lo conocí.

Creo que era azul porque el abuelo está en el cielo y esa fue la única manera que tuvo para jugar con nosotros.

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Azul

Comida y gravedad

—Siguiente pregunta.

—Gonzalo Márquez, del Diario Unificado: ¿no cree usted que todo este tiempo y dinero de estudios y ensayos fallidos ha sido una pérdida de tiempo para la humanidad?

—Claro que no. Mire usted, Gonzalo: los procesos para activar estreptococos, lactococcus y lactobacilos en el vacío de las cabinas ameritan no solo el esfuerzo, sino la paciencia. Nosotros, como los molineros de los primeros siglos después de Cristo, debemos ensayar y estudiar los resultados para dar con la proporción exacta, en este caso a nivel molecular, para que nuestros viajeros puedan degustar realmente lo que leen en las etiquetas. Los días de comer pasta de hígado y carne de un tubo de aluminio o trozos de frutas deshidratadas en pequeños empaques quedaron en el siglo XXI.

—¿Y por eso los enviamos a misiones como viajeros de primera clase?

—Gonzalo, no es una decisión apresurada o caprichosa. Por su trabajo, debe estar enterado de que se han hecho decenas de estudios en las décadas anteriores acerca del impacto que tiene la falta de contexto de los alimentos sobre los exploradores. No solo se habla de nutrición, sino de sabores, colores, texturas e incluso impurezas que dan simbología al acto de comer y permiten a una persona que se encuentra en una nave por largos períodos no perder la cordura o, peor aún, el estímulo altruista del explorador frente a lo que queda de la especie humana. Me gustaría invitar al Diario Unificado y demás diarios de todas las naciones a comprender que el centenar de equipos científicos creados por la Global Aeronautics and Space Administration se encargan de labores específicas que no pueden fragmentarse y verse fuera de contexto, sino como un conjunto articulado de avances que permitirán, dentro de unos pocos años, iniciar las exploraciones para solucionar de una vez por todas los inconvenientes de recursos que actualmente nos están diezmando.

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Siguiente pregunta.

—Lo siento, doctor Orduz, pero no hay tiempo para más preguntas —dijo el moderador con aire un tanto acalorado—. Debemos darle paso al equipo de propulsión de hidrógeno para que enseñe sus avances semestrales.

Los trazos del dolor en mi cuerpo, han de verse en la torpeza de un mapa desdibujado. Imperfecto y pintado del rojo líquido de la herida. En mi exigencia, sal en mi boca, baja de la fuente de mis ojos. Amaneceres de soledad, Melancólica estadía. Sorda, inmóvil, estéril. Arrastran del lamento a la memoria, recuerdos.

Un segundo… Dos segundos… Tres segundos. Es solo mío ese tiempo. Tan efímero. En el que jardines silenciosos, reventaban de flores como de risas. En el que la presencia de un hombre, al que le atravesaban dos soles en los ojos, abrazaba la luna con su mano paternal.

En su piel, Saturno. Y en mi presente, tierra ausente.

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Ausencia

Una hora…

Dos horas… Tres horas…

En el fondo de todas las horas, que no me pertenezca el tiempo. Porque en mi regazo, cartas sin respuesta.

Cartas en las que perduraron pequeñas eternidades de mi infancia. Así es para mí ahora.

Y así duerme. Confiado.

En los brazos de una vida que ya ha expirado.

¿Me han imaginado los muertos entre sus brazos?

¿Me han de abrazar entre el sufrimiento? Amarga vida. Que la ausencia de mi ser sea una memoria dulce

Revelación

Dejo que aparezca el impulso por desechar cosas que se guardan con motivo o sin él. Fijo el objetivo en el cajón del armario donde mis padres guardan sus cosas. Entre tantos cachivaches, elijo revisar una cantidad enorme de negativos fotográficos. Al observarlos a contraluz, aparecen los cumpleaños; la visita del abuelo; las tías maternas; la primera comunión; los viajes y la última fiesta familiar, diez años atrás.

Este momento de evocación trae una imagen del pasado que no reconozco al instante: veo un grupo de personas celebrando lo que parece un cumpleaños. Al fijarme detenidamente aparece un niño en el centro, así como varias personas jóvenes y dos adultos a su lado; uno de ellos parece ser mi padre. Esto hace que mi pulso aumente, entonces un pálpito aparece.

Repaso la imagen, la acerco más al cristal de una ventana tratando de pedirle a la luz que disipe esta sensación incómoda que tengo, y en especial que desmienta para siempre a mi intuición. Como

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lo anterior no es suficiente, llevo el rollo a tienda de cámaras antiguas para que allí lo revelen. Días después salgo de la duda: es un cumpleaños, el número cinco del niño. Un niño que no conozco, pero que sonríe igual que lo hace mi padre.

Turbulencia

[Ella], múltiple, plural, amigos míos, no [era] nada. [Era] todo. [Era] aquélla que se quejaba a Dios de no ser río y ser mar, ser clamor y no palabra, ser laberinto y no sencilla ruta, ser colmena y no ser única abeja…

Criatura múltiple. María Beneyto

Terminando la tarde el canto de los copetones se enredaba entre la boñiga de las vacas Nosotros caminábamos con la abuela, mientras la luz tenue que le quedaba al día bailaba a nuestro alrededor.

El andar pausado de mi abuela ralentizaba el camino. Bordeábamos el filo del domingo con la cadencia de sus pasos.

El tufo del lunes nos perseguía: el murmullo del colegio y la inescapable madrugada. El descanso terminaba en cuanto el beso de mi abuela y su abrazo tierno cesaban. Vayan con cuidado, decía, mientras veíamos su figura pequeña

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Mónica Marez

seguir andando al hogar. No dejen que se haga de noche, repetía, cuando veía que el domingo ya era nada más que presagio Abuela, me recorre el anhelo de volver a caminar contigo, de vivir al filo de un domingo incesante. Que tu abrazo y tu beso no sean fugaces.

Archi merodea

Es Nochebuena y llueve. Al interior de un túnel construido con un guacal y cubierto con una cobija verde y roja, con estampados de motivos navideños, una personita acaricia sus propios dedos. Repasa los ingredientes que necesita para preparar la hamburguesa que siempre ha soñado: tomate, cebolla, pimentón, pan fresco, mostaza. Toma una bocanada de aire, cierra los ojos, desliza la lengua sobre sus labios.

Cerca de la personita hay un muñeco de caucho con antifaz. Está recostado en un trozo de madera, sosteniendo una bombilla arriba de una chistera. Sobre el vientre de la personita, unas fichas de lego forman un laberinto. En un corredor del laberinto se ve una crisálida transparente. Por uno de los agujeros de la vieja cobija se asoman los ojos de un ratón. Es Archi, el único ratón blanco de la camada que habita este puente.

Un paisaje sonoro de villancicos y juegos pirotécnicos inunda el lugar. Una mujer de cuerpo pesado mueve cuidadosamente el guacal. Una pelota de playa tumba al muñeco del antifaz y de la chistera sale una mariposa de cristal. Suenan doce campanadas y la algarabía crece, entonces la personita retira la cobija de su rostro y descubre a su padre metiendo un paquete bajo su almohada.

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Cómo convertirse en escritora

Viva sola Llévese mal con la familia

No tenga novio… solo amantes ocasionales Conserve pocos amigos y véalos de vez en cuando Llévese mal con los vecinos, dejando apenas el saludo como señal de paz

En el trabajo haga sólo lo necesario y nunca, pero nunca, se exceda con sus deberes guarde siempre esa energía para escribir.

Cuando vaya al gimnasio no hable con nadie ni sonría, Recuerde que puede estar bajo riesgo de amistad si olvida esto. Y cuando se sienta por completo aislada del mundo, escriba sobre el mundo.

Escriba sobre todos aquellos que no pudieron ser sus familiares, novios, amigos, vecinos, compañeros de trabajo o ejercicio. Verá como las letras no defraudan.

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Objeto

Revista La Ciencia de Hoy

El hallazgo de un objeto de tan inusuales características en pleno centro de la capital (y del país) es una noticia que va más allá del mero acontecimiento arqueológico. El origen del objeto y la identidad de quienes lo dejaron allí nos plantea una cuestión de enorme interés.

Emisión central del Noticiero Independiente

Coincidencia o no, desde la aparición del objeto misterioso se han presentado cambios importantes e innegables en todo el territorio nacional. Las estadísticas lo demuestran: han disminuido los índices de violencia y criminalidad. Y no solo la delincuencia común ha mermado; en general la gente se muestra más proclive a la honradez y el pacifismo como estilo de vida. Es como si este objeto irradiara alguna especie de energía que saca lo mejor y esconde lo peor de las personas.

Diario El Análisis

Ha aumentado el inconformismo por la situación actual del país. Políticos de izquierda y de derecha parecen haber firmado un pacto silencioso para convencer a la gente de la peligrosidad del misterioso objeto, descubierto hace ya seis meses. Argumentan que todo es parte de una conspiración para restringir las libertades individuales.

Intervención del líder del movimiento Cero Política

“Lo que los políticos quieren realmente es que el país vuelva a la misma problemática de siempre: corrupción, desigualdad, inseguridad, porque si la gente ya no tiene problemas, ellos ya no tienen soluciones que ofrecer y se quedan sin trabajo.”

Boletín informativo del Canal 10

Nos encontramos aquí, en el centro de la excavación, donde

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manifestantes se disponen a derribar las barreras de contención y destruir el objeto que ellos mismos catalogan como maldito. Recordemos que todos los partidos políticos han sido acusados de financiar y proveer de armamento a estos grupos irregulares; aunque sus portavoces han desmentido tal versión.

Semanario La Verdad

Hoy se cumple un año desde que nos liberamos de aquel objeto nefasto. Tenemos problemas, como cualquier país. La pobreza y la criminalidad han aumentado y la economía no da señales de recuperación. Pero somos libres, no le debemos nada a nadie, y conservamos nuestra democracia, podemos votar por el candidato que nos proponga mejores soluciones.

Tareas incompletas

Melisa Restrepo Gálvez

Rómulo García y Alonso Cascarilla prepararon todo cuanto es posible prever en la víspera de un viaje: dieron de comer y beber a sus mulas y las ensillaron, empacaron las arepas amarillas a medio asar y llenaron de agua sus cantimploras de cuero, besaron la frente de quienes habitaban sus afectos, limpiaron sus sombreros y lustraron sus botas, enfundaron sus machetes y se colgaron el rejo en el cinto. La nostalgia se hizo húmeda en los ojos de Rómulo cuando vio a Alonso, su amigo de infancia, despedirse de su esposa. Nos vemos en una semana vos, la criatura y yo, le oyó decir a Myriam Franco, redonda de preñez, pero determinada.

Los parientes y vecinos brotaron de los demás ranchos plantados al borde de la carretera y les brindaron sonrisas amenas. Desde la penumbra de las casas, algunas siluetas agitaron las manos fuera de las ventanas en señal de despedida. Las mulas caminaban imperturbables sobre caños, huecos y piedras de todos los tamaños. Los cuerpos de los dos hombres se movían de arriba abajo,

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manteniendo siempre el equilibrio sobre el caminar sereno de los animales. En el primer tramo del viaje, ninguno de los dos abrió la boca, salvo para tomar agua. Rómulo pensaba en Myriam y su panza deformada, y se preguntaba si la mente de Alonso estaba en el mismo lugar. En la vereda vecina hablaron con algunos habitantes, que los miraron, primero con curiosidad, después con desconcierto, cuando Rómulo y Alonso no supieron qué decir ante la pregunta de cuál era el motivo del viaje. Para la gente del común, dijo Alonso una vez habían retomado la ruta, se camina para ir al pueblo, a la escuela o a misa, no cuando uno quiere dejar de mirarlos de frente. Los viajeros se detuvieron en una vereda desconocida antes de que el día muriera por completo. Fueron acogidos por una familia que llamó la atención de ambos, aunque ninguno lo mencionara cuando al fin estuvieron solos: una madre, tres hijos y una casa sin el rastro de un padre. Después, tumbado en la cama que sería suya por una noche, Alonso evocó un recuerdo lejano: el rostro turbado de su madre y hermanos al ver a su perra parir y alejarse a paso lento, dejando atrás a unos cachorros sentenciados a muerte. Ser padre y ser hijo es un lujo que pocos se dan, pensó antes de apagarse de cansancio.

Diez años más tarde, la única profesora de la escuela habría de pedirles a sus estudiantes de primaria que dibujaran un árbol genealógico para la siguiente clase. Rodrigo Franco entregó la tarea con decorosa puntualidad. Sentía, sin embargo, que algo le faltaba.

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Sobre los autores

Teodoro Cuervo

Nació en Tunja, Boyacá. Es Licenciado en Español y Filología Clásica. Se mudó a Bogotá en el año 2014. Actualmente se desempeña como profesor de literatura y filosofía.

Manuel Antonio Iregui Rojas

Nació y creció en Bogotá. Es ingeniero industrial y, tal vez, escritor. No escribe para él, ni para los demás; escribe para sus personajes, para las historias que viven, los cambios que anhelan y los finales que merecen. Y también para saber que vendrá después.

Alejandra Arias Torres

Llegué a la vida el 1 de octubre de 1991. A la lectura llegué unos 20 años después y otros años más tarde me acerqué a la poesía y la escritura, allí encontré mi hogar. Con las palabras me descubro y me construyo.

Andrés Felipe Núñez Ramírez

Nacido en Bogotá en 1997, de familia campesina y fascinado por las historias que se cuentan en las reuniones familiares. La imagen del niño que se sienta con una revista bajo un árbol, cuando apenas puede leer, puede resumir su vida.

Jorge López

No se conoce ningún dato fidedigno sobre este autor. Si el lector tiene información que se pueda agregar a este apartado, la editorial agradecerá su ayuda.

Juan Pablo Correa

Violinista bogotano. Sueña con dedicarse a la música de cámara y tocar en pequeños ensambles con amigos. Desde hace un tiempo le interesa la poesía, sentir la sonoridad de las palabras en su boca y leer cada vez más voces colombianas. Actualmente está buscando respirar algo más que música.

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Andrea Hurtado-Méndez

También conocida como Satuple, nació un viernes verso de febrero de 1998. Es una pensadora más de la ciudad de Bogotá y sus alrededores. Se dedica a escribir, tallerear, pedalear y crear, pues considera que el arte encierra toda la energía de esto tan modesto que llamamos vida.

Sergio Clavijo Ortiz

Bogotano de toda la vida, escritor creativo desdoblándose principalmente entre el guión para cine y televisión y la ficción corta. Loco por la música, curioso empedernido, y muy agradecido de poder participar en cuanto taller de creación se le atraviese.

Paula Castañeda Cárdenas

Soy bogotana, lesbiana, feminista, capricorniana y vegana en formación. Psicóloga, multitasker profesional y parladora experta. Tengo una fuerte afición por el fanzine y coqueteo intensamente con la filosofía, el chisme, el collage y el linograbado. Soy lectora ferviente y escritora aficionada, todavía tímida y desorientada.

Jefferson Rodríguez da Costa

Lingüista, educador, escritor y mentor de adolescentes. Brasileño de São Paulo, ayudo a mis estudiantes a reconocerse como latinoamericanos, devolviéndoles toda la belleza que su ancestralidad carga. Lo hago a partir de clases de idiomas, música, cine y escritura.

Slanyeth Girón Gómez

Nací en la ciudad de Bogotá en el cobijo de una familia fuerte y grande. Tengo dos hijas peludas que amo con toda mi alma. Comparto mis aventuras con mi mejor amigo, a él le debo días de paz y otros tantos de guerra. Yo soy los retazos de cada ser dicho en estas líneas. Soy una mujer que transita este mundo de fuego con la ilusión de encontrarse en el reflejo del agua y sentir el aire de la libertad.

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Ma. Antonia Villacís Cerón

(Pasto, 1991) Entre investigadora, creadora y bruja. Usualmente en intersticios y movimiento. Sus pasiones: el Diseño; la Literatura; los estudios del cuerpo; las performatividades; la danza y la comida. En continuo diálogo entre diferentes artes, siendo la escritura el puente entre ellas. Le gusta aprender idiomas. De frontera. Adoptada por Bogotá desde el 2007.

Alexander Madrigal

Docente-investigador universitario, nacido en Bogotá D.C., en 1984, hijo de la localidad 19, Ciudad Bolívar. A pesar de ser un académico, aún duda en reconocerse como “escritor”, por lo cual se declara aprendiz o escritor experimental. Participante de los espacios de diálogo y formación literaria de la ciudad.

Iska Emilio Lozano

Sagitariana y amante al arroz en todas sus presentaciones. Educadora comunitaria y codirectora en la organización Libros del Armario. Ama la gestión y la creación cultural. Le gusta viajar y fumar. Ama escuchar cuando otros leen en voz alta. Coordina el área de formación de la Estrategia para el Desarrollo Audiovisual de la Cinemateca de Bogotá.

Marcela Bermúdez Lesmes

Bogotana. Mercadóloga y publicista. Emprendedora de @ marcelabpasteleria. Madre cabeza de familia. Mujer guerrera, resiliente, soñadora y feliz. Voluntaria del medio ambiente. Amante del cine y el arte. Apasionada por los gatos y el chocolate. Mi divertimiento favorito es viajar con mi hijo.

Natalia Quintero Gaviria

Actriz. Docente. Empresaria. Escritora de corazón y en formación. En el 2019, durante mi primer taller de escritura creativa, inicié una conflictiva relación con el verbo borrar. Hoy, después de tres años, no puedo pensar la vida y la escritura sin el borrador.

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Daniel S. Parada

Abogado – Poeta. Hijo del mito de la palabra entre lo orfebre y lo místico, de los astros mayores y las diosas. Uno más de esta civilización desorientada. Un conejo mirando el reloj y por dentro un tigre bajo el Sol. He elegido no ser parte o todo, estar fuera, exiliado, espiritrompa, apátrida, refugiado y alíen, pero no alienado. Extranjero.

Juan Felipe Iriarte

Conservador/restaurador de arte, escritor autodidacta de microrrelatos y aficionado a la ciencia ficción escrita. Desde joven seguidor de la imagen erudita de mi padre y la actitud pragmática de mi madre. Participé en el taller de escritura creativa 2022 con el fin de tener las bases mínimas para escribir, pero tuve la sorpresa de ganar grandes compañeros.

Licsa María Gómez Guarín

Comunicadora social y Periodista. Lectora de vocación y escritora minuciosa, apasionada y poética. Amante de las almas sensibles que hacen del mundo poesía y aprendiz de la prosa en el género de la crónica narrativa. Fiel creyente de que el buen periodismo y la buena literatura hacen magia.

Nancy Edelmira Castañeda Quitian

Las inquietudes por la vida familiar me han llevado a reconocer la escritura como un camino para el autodescubrimiento, así escribir hace parte de mis días de manera más íntima.

Mónica Marez (Márquez Ramírez)

Boyacense que está descubriendo la escritura. Su trabajo como escritora apenas nace, pero el resultado logrado ha sido hecho con intención y deseo.

Alberto Lozada Suárez

Nací en la “Ciudad de los parques” al oriente del país del “Sagrado Corazón”. Hijo de comerciante y de campesina de voz recia. He

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cultivado el arte de contar historias e intento, para apaciguar el espíritu del transeúnte que habito, sacudir mi universo con versos.

Diana Perico Ortiz

Máster en estudios literarios y culturales hispánicos de la Universidad de Alcalá. Magister en escrituras creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Bibliotecóloga del Centro Cultural y Educativo Español Reyes Católicos. Lectora, viajera y crítica literaria. IG @perico.books

Melisa Restrepo Gálvez

Socióloga y magíster en Estudios Políticos en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Escapó de las ciencias sociales y trabaja como editora y traductora de obras de literatura infantil y juvenil. Le interesa lo que ocurre en los pueblos perdidos en las montañas.

Margarita Gómez Téllez (Ilustradora)

Dibujante, fotógrafa y artista plástica en formación de la Universidad Nacional de Colombia. Su cuenta de Instagram es @_ mar6arita_

Miguel Castillo Fuentes

Magíster en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional de Colombia. Ha publicado los libros de cuentos Peces para un acuario (2010), Tres hombres solos (2013) y El resplandor de la derrota (2018). Director del Taller de escritura Teusaquillo I en el 2022.

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