Elcantodelaschiars Ana Claudia Blackaller De la PeĂąa
Primera edición: 2020 ©Ana Claudia Blackaller De la Peña Diseño de portada e ilustraciones: Ana Claudia Blackaller De la Peña Impreso y hecho en México Printed and made in Mexico Este libro no puede ser fotocopiado ni reproducido total o parcialmente por ningún medio o método sin la autorización por escrito del editor. This book may not be reproduced, in whole or in part, in any form, without written permission from the publishers.
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Desde el inicio, la naturaleza devastó a la ciudad de Monterrey, al ruido y al tumulto. Las chicharras marcan el eterno ritmo del verano en una ciudad que respira automóviles e invade los cerros. Cualquiera que viva en Monterrey se desensibiliza al grito estrépito de las chicharras, solo los foráneos conocemos el harto canto de los insectos. Veo las luminarias pasar por el cristal, hasta que todo se vuelve oscuro. El carro se detiene en la cochera. La próxima semana estaré comenzando la mejor etapa de mi vida, como todos la llaman. La universidad es el momento culminante de tu vida, luego todo es colina abajo. Parece extraño que a mis 19 años ya haya llegado al epítome de mi vida. Aunque sinceramente se siente lejos de eso .Mi mamá casi tira las cajas que balancea en su cadera mientras abre la puerta. “Baja rápido y ayúdame con esto.” El departamento es blanco, aunque el único foco lo tornó amarillo y borra las esquinas. Este será mi hogar por los próximos cuatro meses, o tal vez más. A pesar de la luz amarilla, no hay nada que emita calidez. El espacio respira a mi alrededor y me dice que soy una invasora. No pertenezco.
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Después de desempacar, trato de dormir, pero el eterno respirar de la ciudad me mantiene despierta. Parece haber un coro de chicharras en mi ventana. La había abierto para que entrara un poco de aire, pero no sé qué es más insoportable: ahogarme en el calor denso de la noche o el canto incesante.
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Toda mi vida me prepararon para este momento. Todas las clases extracurriculares, las buenas notas, las cartas de recomendación me llevarían a la universidad de mis sueños. O de los sueños de alguien. Seguía los pasos que debía seguir. Ir a la escuela, en donde debía destacar para poder ir a una buena universidad. Graduarme con honores y conseguir un trabajo que me permita mantener una familia. Paso final: jubilarme cómodamente. Siempre con los ojos en la meta. Desde que recuerdo, la meta ha sido estudiar medicina. Mis fotos de pequeña están repletas de batas blancas y estetoscopios de plástico, mis juguetes eran botiquines Mi Alegría. Nunca supe nada fuera de eso. Al llegar de la escuela, mi mamá tenía la comida lista para que no perdiera tiempo de estudiar. Me esperaba religiosamente a que saliera de mis clases de chelo, gimnasia y pintura, para luego vigilarme disimuladamente hasta que completara mis tareas. Cuando llegué a secundaria, ya no necesitaba que me recordara mi horario, estaba tan acostumbrada a él; ya no necesitaba un ángel guardián. Solía disfrutar de ir a mis clases extracurriculares, sin embargo, en secundaria se volvieron una carga más.
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Tuve que dejar la gimnasia para poder enfocarme en mis estudios con mayor rigor. Estaba cada vez más claro que la medicina sería mi camino en la vida, pero debía trabajar muy duro para lograrlo. Terminé la preparatoria con un montón de grupos estudiantiles y reconocimientos bajo mi nombre, que me permitieron entrar a mi universidad de ensueño. Todos los días estaban planeados para obtener el currículum perfecto. Tomé clases avanzadas, en las cuales fui la mejor de la clase. Me uní al club de robótica y fui presidenta. Me uní a voluntariados. Dejé la pintura y continué con el chelo, aunque ya no había más conciertos improvisados como cuando era niña; a duras penas podía practicar una hora a la semana. Mi último año fue una tortura. No hacía más que estudiar, trabajar y estudiar más. Tomé un pequeño trabajo para pagar las asesorías que me ayudarían a conseguir una beca. Dormía muy poco, pero estaba tan cerca de ser aceptada por la universidad que no podía rendirme ante el cansancio; debía ser fuerte ahora para regocijar luego.
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Desayuno.Clase.Comida.Treas.CnaDormi.Reptir.
La vida universitaria es fácil. Mi alarma me despierta a las 7:00 a.m. para empezar mi rutina del día. Miro mi celular. Tomo un baño. Me visto. Me preparo un desayuno balanceado para arrancar el día. Camino siete minutos hasta el campus. Asisto a seis horas de clases. Voy al baño entre mis clases de 11 y 12. Camino otros siete minutos de regreso a mi departamento a la hora de la comida. Me siento la tarde frente a una computadora tecleando. Tomo un snack a las 5:30 p.m. Continúo tecleando hasta que anochece. Ceno un plato de cereal rápido. Duermo ocho horas contadas para rendir el siguiente día de la misma manera. Las únicas variaciones, son que los martes por la tarde compro despensa. Los lunes y miércoles voy al gimnasio.
Según todos los libros de autoayuda para estudiantes que he leído es la fórmula perfecta para una vida perfecta.
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“¿Cómoestá?” “Bien.”
Mi madre llama cada día. Me habla sobre cómo desearía estar conmigo, que tan aburrida es la vida de madre con nido vacío, y cómo imagina que debe ser la universidad. Ella no acabó la preparatoria, por lo que siempre ha dependido de mi papá; por eso se esforzó tanto en que estudiara una carrera, para que yo no tuviera que vivir con el miedo de ser abandonada.
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Estar bien es un reflejo, no es un estado emocional real. No estoy bien, pero no le puedo decir eso. Hoy no pude bañarme ni desayunar y me perdí mi primera clase por quedarme dormida. No sé qué pasó, si todos mis días están calculados hasta el último momento para cumplir con mis deberes. El tiempo no se puede desperdiciar, pero hoy mi alarma no sonó o no la escuché. No entiendo porque estaría cansada si llevo durmiendo 8 horas todos los días por el pasado mes. He tenido que sacrificar mi vida social un poco para poder terminar con mi trabajo y descansar lo suficiente, pero es necesario para rendir y ser lo más productiva posible. No importa si me siento sola. No he hecho muchos amigos fuera de mis compañeros de clase, que solo veo durante el horario del aula. No puedo permitirme que me distraigan en mis horas de estudio, por lo que he rechazado sus invitaciones a sesiones de estudio grupal, a las cuales ya dejaron de invitarme. Sacrificar es parte de la vida ¿no? Todo por terminar la carrera y poder mantener a una familia, comprar los lujos que quiera y retirarse cómodamente. Cuando sea vieja descansaré y haré amigos.
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ENosvem .Cuídatel.”cantodelaschiars
“Ay se me olvidó que tengo que hacer el mandado.
Mi mamá cuelga la llamada. Se escucha la línea vacía del otro lado. Camino hacia la ventana y cierro el vidrio. Ya no sé si el estruendo viene de los árboles o está dentro de mi cabeza.
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Llega otro fin de semana. Se supone que avanzaría toda la teoría de anatomía, pero apenas puedo levantarme de la cama. Cuando finalmente lo logré, solo miré las hojas en el libro. No pude enfocar la mirada en ninguna de las letras ni los diagramas. Me rindo. Camino a la cocina y me sirvo un plato de cereal; mi única comida del día. Soy un fracaso. Sé que debería estar haciendo mis tareas, pero no puedo. Estoy tratando de dormir para olvidarme del día, pero las chicharras parecen cantar con mayor gusto esta noche. Ni siquiera la almohada ahoga su serenata.
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Todo se estaba arruinando. Los tiempos parecen no existir. No puedo completar nada, siempre que acabo una tarea ya hay otra esperando. Tenía que perder horas de sueño para acabar algo antes de la hora de entrega. Mi cuerpo ya no rendía para seguir el ritmo de clases, ni siquiera podía seguir el hilo de palabras que salían de las bocas de mis maestros. Mi mente debía acarrearme en el día a día, pero ya está demasiado cansada. Siempre dicen que la mentalidad es lo importante, una buena actitud. Pero por más libros de autoayuda y frases motivacionales que ponga en mi celular, nada resulta. Trataba de mantener mi rutina inicial, pero el trabajo se volvía demasiado y lo único que quería era descansar en paz aunque fuera unos minutos más. El frío del suelo se vuelve reconfortante. Después de la noche sin descanso, me adormece los sentidos y puedo cerrar los ojos al fin.
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Eltrabjodurtelvarálejos
El café reactivó mis sentidos. Los engranajes recibían una chispa y comenzaban su jornada. Me sentí mejor automáticamente; podía volver a trabajar. Al llegar a mi departamento, saqué mis libros y computadora.
Es la frase motivacional que dejó mi madre en un post-it junto a mi buró. La nota amarilla me mira con su felicidad y positivismo. Me he vuelto adicta al café en las últimas semanas. Ya no funciono si no empiezo mi día con una taza de café caliente, pero es la mejor solución que he encontrado a mi problema. Estoy más activa durante el día y puedo completar más tareas. He vuelto a la normalidad.
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Hoy se acabó el café. Creí haber comprado el martes pasado, pero no fue así. No pude concentrarme durante mis clases. La cabeza me daba vueltas. Más de una vez un compañero me pidió que dejara de rebotar mi pierna; no podía evitarlo, necesitaba café. Cuando regresé del supermercado, había un carro conocido estacionada en la banqueta. Al entrar al departamento me recibió mi mamá con un abrazo. “¡Sorpresa! ¡Cuánto tiempo sin verte!” “¿Cuándo llegaste?” “Hace unos 20 minutos, pero no me importó esperar. Tienes un poco descuidado el lugar.” “No he tenido tiempo de limpiar .” “¿Te sientes bien? Te ves un poco cansada.” “Estoy bien, solo que he estado trabajando mucho últimamente.” “Pues nada como un descanso para curar el alma. Vamos, quiero que me muestres la ciudad.” “¡Mamá es miércoles! Estoy ocupada.” “¿Cómo que no puedes pasar un rato con tu madre? Estuve en carretera por tres horas para verte.” “Lo siento, solo que no te esperaba.”
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“¿Y cuál es tu lugar favorito?” “La verdad es que no he tenido tiempo de visitar. No cambio mucho de escenario fuera del departamento, el supermercado y el campus…Vamos por un café y después a conocer Monterrey por primera vez.”
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Al regresar sentí las mejillas calientes y la visión borrosa. Mi mamá se veía tan feliz de verme y yo la recibí como una extraña. Se despidió con el abrazo más cálido que había recibido en semanas. Mientras caminábamos por la Macroplaza, me preguntaba sobre mi vida: mis amigos, las fiestas, algún chico interesado, los lugares que había visitado, mis historias chistosas, pero no pude contestar a nada. Me sentí como en un examen al que no había estudiado y que obviamente terminé reprobando. El estómago se me contrae. Había estado trabajando tan duro todos estos meses para ella. Siempre fue su plan que yo estudiara medicina, pero no mostró ningún interés por mis calificaciones. Ni siquiera preguntó cómo iban mis clases. Me quedé sin palabras, quería que estuviera orgullosa de mí, que viera que todas los sacrificios y esperas de mi niñez y adolescencia habían valido la pena. En vez, sentí que las palabras se quedaban atoradas en mi garganta y solo pude pintar una sonrisa en mi rostro. Ya no pude más. Dejé que las lágrimas fluyeran hasta quedarme vacía.
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En el espejo veo a alguien extraña. Sus ojos son huecos y su piel de papel. Había pasado demasiado tiempo enfocada en el trabajo que ignoré las señales que avisaban sobre un mantenimiento urgente. Era irreconocible. ¿Qué le había pasado a esa niña que iba a ser doctora? Se consumió con la búsqueda de perfección. Quería aparentar que todo mi esfuerzo no fue en vano. Mis emociones eran plásticas: todo estaba bien. No iba a dejar que se interpusieran en mi camino. Debía mantener un ritmo de productividad para lograr mis metas. Aunque tenía que esconderme detrás de una máscara para aparentar perfección y control. Me convencí que era máquina y olvidé que soy humana.
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Abro el agua caliente. No recuerdo la última vez que había disfrutado el agua escurrir por mi cabello. Siempre tomaba duchas cronometradas para no perder el tiempo. Los baños eran solo parte del ajetreo cotidiano. Busqué mi bolsa de maquillaje y pinté mis ojos. Borré las ojeras y me puse un poco de brillo. Escogí mis pantalones favoritos e hice un esfuerzo por escoger algo que no fuera una sudadera. Quería reconocerme; sentir que era sangre lo que corría por mis venas y no aceite. Sabía que tenía cosas que hacer, pero decidí dejarlas para otro momento. Al salir a la calle sentí el último respiro del verano regio. Parecía que las chicharras cantaban su última balada del año para mí. En ese momento, su canto ya no era parte del ruido de la rutina cotidiana, sino era música que me hizo bailar y cantar y olvidar un poco la monotonía que había vivido.
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