ALMOHADA

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Ana Topoleanu Documental Intimista





He tenido dos madres: una que me enseñó hacer raíces y otra que me enseñó a volar. Viví con mi abuela materna los primeros años de mi vida, debido al comunismo esta era una dinámica normal para las familias rumanas, los niños pequeños eran enviados a los abuelos en el área rural. Ahí es donde he aprendido a comer, hablar, caminar, jugar, amar. Allí se crearon mis primeros recuerdos, en Crivina, con mi mamaia. Desde que murió, en 2016, los recuerdos de ella y de mi niñez comenzaron a encogerse y mis ansias de aferrarme a ellos comenzaron a expandirse. Mi madre me recuerda a ella. Me recuerda a mis primeros años. Y estos flashback diluidos son más vívidos cada vez que visito la casa en la que vivía, la que ahora está deshabitada y se está desmoronando. Como viví en el extranjero la mayor parte de mi vida adulta, el sentimiento de arraigo fue desafiante y de alguna manera una parte de mí todavía está allí, en el camino de tierra, comiendo cebolla directamente de la tierra, recogiendo caracoles y construyéndoles casas, encontrando el mejor maíz para hacer una muñequita, observando cómo un pequeño gusano intenta escapar de la manzana que acabo de morder. Cada verano regreso a mi pais y siempre voy a Crivina en donde tomo fotos sin pensar, solo sentir. Este es un ejercicio visual de mí tratando de recordar cómo descubrí este mundo.





Mamaia, Ioana, nació el 3 de enero de 1924 en Crivina. Su madre era muy buena cocinera y niñera. Fue abandonada por su padre cuando Mamaia era tan joven que no podía recordar. El hombre no huyó demasiado, sino que formó otra familia en el pueblo cercano, Mi mamaia fue entregada a un hombre rico cuando apenas llego a adolescencia. Pero a ella no le gustaba el señor asi que volvió corriendo a casa. Había que tener mucho coraje en los años 40s para hacer eso. No mucho tiempo después conoció a Tudor, 13 años mayor, que venía de la capital y se enamoraron. Se casaron y construyeron su casa juntos y tuvieron 3 hijos, 2 varones y la niña, mi madre. Mamaia crió un poco a todos los nietos. En Crivina vivieron la niñez Doru y Georgiana, Daniel, Mircea y yo. Yo era la sobrina más joven y la última que la gozó.

















































2016 La última vez que vi a mi abuela tenía la mente clara y los ojos melancólicos. Ella tenía 92 años. Hablamos durante horas en la mesa del jardín, frente a la cocina, bajo el joven cerezo. Le hablé de mi vida, hablamos de la suya, sobre temas insignificantes y filosofías profundas. Me escuchaba con mucha atención, de vez en cuando dejaba de temblar su mano derecha con la mano izquierda, luego me miraba en secreto para asegurarse de que no notaba esa desafortunada pista de su vejez. Estaba cada vez más tranquila, dormía mucho más y apenas podía moverse. Nunca se quejaba de sus fuertes dolores, al contrario, insistía en alimentar ella misma a las gallinas, en barrer el viejo establo, en hacer el mejor aguardiente de cerezas del mundo. Sentí desde entonces que sería la última vez que la vería. Mi abuela murió ayer...








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