Escribruja Ana Fabiola Medina
Ana Fabiola Medina Obra registrada ante los Derechos de Autor. San Pedro Garza GarcĂa, agosto 2020
Escribruja 1
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La burbuja Cierra ya tus ojos Bruja y Hada Llega y se posa Con la mirada infante Bruja y Hada Ángel dormido Dos voces en la niebla No encuentro Dibrujarte Haz que llueva Transfórmate en viento Escribruja El viento De nuevo Sueño marino Eres esa pequeña parte Distintos ¿Si? Sobre el cristal Bruja Hada Me alejo de tu mirada El ciervo
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Burbuja
Un niño sopló la burbuja en la que floto Breve verso de sus labios
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Mundo diminuto frágil perfecto creado con el gesto de un beso Transparencia que me envuelve
Soy burbuja soplo de niño Provocación de sus labios de su aliento
en un abrazo Respiro su aliento
Transparente y tornasol a su mirada Frágil anhelo desintegrarse en el vuelo
Cierra ya tus ojos logré deslizarme en tu mirada refugio inesperado inusitado Esta noche duermo en tus sueños tus párpados me cubren como sábanas
Cierra ya tus ojos
sorprendí tu mirada recorriendo mi cuerpo deseo inadecuado insospechado Esta noche me deslizo en tu pupila a reclamar la caricia cierra ya tus ojos sus párpados oculten nuestros sueños
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Bruja o Hada
Apenas se adentra unos pasos cuando el bosque ya está alerta. Miradas diminutas, redondas, saltonas, intensas, todas pendientes de hacia dónde se dirige.
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Trinos, chirridos, gruñidos, suenan más a cuchicheos. Forman parte de una extensa telaraña que atraviesa el bosque. Su centro es una pequeña choza construida en la oscuridad más profunda, donde los árboles son más altos, frondosos. Ahí vive una mujer frágil, silenciosa. Su presencia es tan antigua como el bosque mismo, tan vital que puede creerse que es su espíritu. A ella le gusta pensar que es hada aunque duda de serlo. Su única posesión, un enorme espejo ennegrecido por la humedad, refleja la figura de una bruja. En noches de luna recorre el bosque, tejiendo, destejiendo la telaraña. Despierta en su caminar a las aves que cantan. Anima a los grillos, a las ranas. A los ojos de estos pequeños, su aspecto no parece tan despreciable. Quizá es bruja: prepara toda clase de brebajes con hierbas y hongos; permite que las serpientes entren a la choza a comer por igual ratones o palomas; un enorme cuervo nunca se aleja de ella. Mas es capaz de crear bellas ilusiones con sus manos; la golondrina no huye de su nido si se acerca; las mariposas cuelgan sus capullos de su cabello: quizá es hada. Desesperada por la incertidumbre teje la telaraña que le advierta la presencia de cualquier extraño en el bosque. Una mirada ajena podrá decirle quién o qué es. La alerta llega de inmediato. Abandona la oscuridad en su búsqueda, siguiendo como suave viento las
veredas. Encuentra a un hombre muy joven que baja por el sendero hacia el río. Es tan apuesto que no se atreve a salirle al paso. Lo espía escondida entre los árboles, hechizada con su varonil figura. Movida por el deseo de sentirlo, empieza a inventar maneras de tocarlo muy cercanas a la travesura: sopla dientes de león que acarician su rostro; musita a su oído desde su espalda; mueve las ramas, rasga su piel; envía bichos que le pican. El joven empieza a sentir su presencia, pero no la ve. Al llegar la tarde, el calor lo hace buscar la sombra de un árbol junto al río. Ahí sobre la hierba, se queda dormido. Sigilosa, se sienta junto a él para contemplarlo. Es tan joven, bien parecido, que el corazón empieza a estremecerse. Acaricia sus manos fuertes, blan cas. Recorre su brazo hasta su pecho desnu- do. Nuevas inquietudes surge en su cabeza. Si despierta, si se marcha sin verla, pasará la eternidad en incertidumbre. Mas ahora dole- rá su ausencia. Sabiendo que tiene en sus manos el suficiente poder de retenerlo, empieza a aventurar ideas. Ahí tendido a su lado, sin voluntad, es fácil verter un poco de elixir en su boca, hacer hervir su sangre. Confundir sus pasos, hechizar el bosque, transformarlo en un laberinto imposible. Estos pensamientos la tientan, la angustian. Tanto egoísmo significa que el espejo muestra la verdad. Lo mira un instante, suspira profundo para tomar valor. Coloca su cuerpo etéreo sobre él, acerca su rostro hasta casi besar sus labios. En esta postura esperará en silencio, reteniendo la respiración hasta que despierte. Quiere verse reflejada en sus ojos apenas los abra, que su mirada le diga al fin, si es bruja o hada.
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Llega y se posa
en la rama más lejana pequeñito temeroso indefenso Incita la danza de mi cuerpo
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majestuosa siniestra acechante Temeroso indefenso ligado Siniestra acechante y no me atrevo a tocarle
Me hace disfrutar
mis dotes de hechicera le engaño con guiños le envuelvo con encantamientos le pongo trampas le acecho Más él con una mirada provoca que desaparezca
Con la mirada infante fascinada
mientras te imagino te hago mío en la metáfora y te nombro Algodón de Azúcar Colibrí Suave Viento Ángel del Alba
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Bruja y Hada
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Soy bruja
Soy el ave
soy hada
que aletea
persiguiéndole
y alborota
en el bosque
su cabello
saltándole
El pájaro
al hombro
que le canta
musitándole
la paloma
al oído
que le madruga
Soy la serpiente
Soy bruja
que le sigue
soy hada
deseando
soy espina
su muslo
brote
El gato
escarabajo
que le liga
libélula
la lechuza
araña
que le desvela
luciérnaga
Soy la rama
Soy la rana
que le rasga
que se sienta
la mejilla
a contemplar
por acariciar
su descanso
su rostro
La mariposa
La flor
que se atreve
que se deshace
a posarse
en perfume
en sus labios
para alcanzar su aliento
Soy bruja Soy hada Soy bruja Bruja y hada
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Ángel dormido
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Descubrí a un ángel dormido en medio de la niebla, en el espacio donde el ocaso y el amanecer se confunden, al que llegué sin darme cuenta por qué caminos, fatigada. Me acerqué lento con el deseo de contemplarlo, intentando que mis pies apenas tocaran el suelo, conteniendo la respiración, acallando mis latidos. Las alas recogidas descubrían el cuerpo varonil de rostro sereno. Un leve gesto del entrecejo pareció presentirme más me aceptó en sus sueños. Permanecí sentada junto a él un instante infinito, mirándolo sin atreverme a tocarlo. En su boca cerrada latía un beso apacible. Tan bello era que mi corazón llegó a creer que ninguna imagen se le acercaría. Dejé fluir mi sangre sobre la suavidad de sus plumas, trasgrediendo su blancura sin mancharla. Un delgado río escarlata acarició su mejilla ligeramente pálida, goteó sobre el cuello para bajar a delinear un pecho perfecto de ángel, de hombre. Mi sangre alcanzó su vientre, se arremolinó en su ombligo, ardió en su entrepierna. El ángel abrió los ojos. El impacto de aquella mirada indescriptible, epifánica, me hizo llegar en un destello a la certeza: ya no podría existir nada más hermoso qué contemplar. Una sensación placentera, fría, se alojó en mi corazón. El ángel tomó mis manos, consternado, en un intento de detener el flujo y sostenerme pero yo ya dejaba escapar el último aliento.
Dos voces en la niebla
—Hace tanto que no escribo
—Yo sé que estás aquí
Te extraño
adivino tu presencia
extraño nuestros encuentros
miras en la distancia
la hoja en blanco
permaneces al margen de la
Me atrevo a entrar de nuevo a
hoja
la página
temes entrar
Te busco
perderte en su blancura
Trazo a trazo
me acerco desde tu espalda
línea a línea
acaricio tu mejilla con los
te imagino
labios
te invento
musito a tu oído: No desaparezcas
—Mis ojos te miran a cierta distancia
—Escucho tu voz murmurar mi
recorres la niebla
nombre
mueves los brazos en el aire
me acerco desde tu espalda
dibujas una figura que no
para cubrirte con mis alas
encuentras
No estas perdida en la niebla
sé que me buscas
duermes en mi abrazo
más no me acerco
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Mis ojos se cercioran mirando a milímetros de distancia
No encuentro
dónde escribir mi poema las palabras se disipan en la vaguedad de lo intangible Me abrazas
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Hueles a sueños a deseos descubro así un espacio en tu cuerpo sobre la clavícula justo donde inicia tu cuello Parece vacío
no hay inscripciones ninguna huella de caricias ni la más leve herida que haya dejado escritura Pego mis labios a tu piel Murmuro mi poema verso a verso una y otra vez quiero que tus células vibren y lo recuerden
Dibrujarte
Dibrujarte, mirar cada detalle de tu rostro y tu cuerpo como besándote lento para atrapar tus formas y matices. Detenerme en tu mirada, introducirme en su pupila, adivinar tus pensamientos, hechizar tu alma. Tocar el abanico de tus pestañas, tus párpados, tus cejas. Sentir la débil oscuridad de tus ojeras. Bajar por el puente de la nariz y llegar a los labios que contemplo largo rato, imaginando tu beso. Me llama la atención el suave vello que luces en tu barba, breve aún, viril. Continúo por la línea del mentón hasta tu oído, donde quisiera musitar te amo, pero guardo silencio y subo para alborotar tu cabello con mi nariz que se hunde en la suavidad de su aroma. Después tu nuca, la vena de tu cuello y tu pecho, provocan en mí sensaciones distintas y no sé si mis ojos te recorren o son mis manos, o mis labios, que te tocan. Luego, con tu imagen que palpita en mi memoria, urge la necesidad de recrearte sobre el blanco del papel. Te dibrujo, trazo a trazo, con un simple lápiz revivo cada instante del encuentro de tu presencia y mis sentidos, poseyendo tu figura, estremeciéndome en un acto de intimidad nuestra, sin nada más que tu imagen en mi pensamiento. Te dibrujo, mis manos que te recuerdan, te expresan en sus caricias y reapareces como en un conjuro.
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Haz que llueva
Destacar el carmín
las tonalidades de mi piel
con el ultramarino
Para derramar
sobre tu cuerpo Escurrirme en colores en tu cuello
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tu pecho tu vientre Matizar con fucsia naranja y azul tus formas varoniles
de tu deseo de mis sueños Manchar del pigmento morado de mis labios los músculos de tu espalda y de ocre tus muslos Estremecerte con violeta y marrón como haces conmigo desde la primera gota cuando empiezas a llover.
Transfórmate en viento
de manera que sólo yo te sienta suave intenso y en el secreto de tus caricias elévame elévame elévame
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Escribruja
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Encorvada sobre las hojas amarillentas de un pesado diario, la oscura silueta de la bruja. A su alrededor, sobre la gran mesa de viejas tablas, frascos de un cristal opaco que destilan líquidos viscosos de tonos azul-verde musgo o sanguinos, insectos de alas brillantes, hierbas y flores provenientes de lo profundo del bosque. El largo cabello ensortijado flota como el humo y se expande a los rincones. Los mechones de pelo se frotan entre sí de tal manera que producen una melodía apenas audible, como de un cello invisible que se confunde con el elixir que emana de los pomos cristalinos. Alquimista, empeñada en perseguir hasta el cansancio su fórmula mágica sin lograrlo, sólo deja de lado la pluma y desvía la mirada del escrito para alargar el brazo y tomar de entre las flores, una rosa. La coge de los pétalos deshaciéndola entre sus dedos al tiempo que hunde su nariz en ella. De su mirada surgen dos enormes cuervos que elevan el vuelo. Por un momento se pierden en la oscuridad de la noche pero regresan al poco tiempo trayendo algo entre las garras. Como ráfagas de viento entran de nuevo a dar vida a aquellos ojos que inmediatamente vuelven a su escritura. Muy entrada la noche, sube al tejado. Trepa con agilidad por la enredadera. Mantiene apretado contra su pecho aquel diario. No lleva la pluma. Alguien le dijo que mirar el cielo nocturno desde un lugar alto era una epifanía. Evoca ese pensamiento mientras mira la luna. Su semblante está entristecido.
El tiempo eterno se detiene para ella y sus manos sueltan el diario que viene a caer cerca del escondite desde el que la espío. Sin dudarlo por un instante, tomo el libro de la bruja y me apresuro a alejarme, como si ella o su sombra pudieran evitar que lo lea. Aún se sienten latir. Corro casi toda la noche, hasta alcanzar la claridad de la aurora. Me siento junto a un arroyo con mi precioso hurto. El tacto de aquellas páginas es extrañamente suave, despiden un aroma delicioso. Empiezo a leer curiosa; quizá encuentre secretos mágicos, la revelación de poderes ocultos. Un tanto decepcionada descubro poesía. Todas estas noches, la bruja se había dedicado a tejer la imagen de su joven enamorado en poemas que lo dibujan con la claridad de la luz de la luna. Lo sensible de aquellas palabras arrebata mi alma. Inscrito en ellas queda la desesperanza de un amor que no se consuma. No puedo soltar el diario, sus páginas infinitas me sumergen en el abismo de un sentimiento que no reconozco. De la negra tinta dos enormes aves alzan el vuelo para penetrar a través de mis ojos hasta el alma. En sus alas azules resplandece el bello rostro de un muchacho. El corazón desvela su vacío, el de la bruja y el mío. Del alba se llega el ocaso sin que yo lo advierta. El hechizo hace su efecto: en mí sólo habita el anhelo del joven amante cuya imagen traslucen los versos escribrujados. Mi semblante está entristecido.
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El viento
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No se qué escribir
quebrándolas en pedazos
me relajo
pequeños
e intento buscar en mi interior
gozamos como niña y niño
aquel verso que se me niega
hasta agotarnos
En lugar de palabras
y caer al sueño
viene a mi
Rodamos
la imagen de un espacio amplio
los trozos de hojas se enredan
es un parque
en el cabello
es otoño
se pegan en nuestro rostro
el suelo está cubierto de hojas
forman caprichosos motivos
secas
amarillos café
que piso por el placer de
que empiezas a retirar de mi
sentirlas crujir
mejilla
Me distraigo
uno a uno
y olvido por un momento
a pellizcos
el poema pendiente Alguien se suma a mi juego
Tumbados
divertidos
siento el peso de tu cuerpo
saltamos entre montones de
contemplo en silencio tu rostro
hojas
Te reconozco eres el viento Musitas en mi oído “Ya tienes tus versos” al tiempo que con tu aliento alborotas mi pelo y te alejas para elevar una cometa Celosa intento acercarte halo del cordón que la sujeta tú te dejas atraer sonriendo como niño pareces burlarte halo enfurecida te acercas retando mi boca trato de sujetarte de la barbilla pero eres el viento y escapas de nuevo robándote mi poema con un beso.
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De nuevo
tu presencia gota de lluvia que estremece al espejo de agua
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Sueño marino
Sueño marino
entre sus cabellos
Cierro los ojos
se sueña en tu boca
al fin los cierro
y ríes
pesados párpados
despierta tu risa
cansados
a la sirena
sábanas me cubren
que canta tu nombre
me sueño
la ostra se abre
ostra dormida
te mira
en fondo marino
enamorada
se sueña sirena
Mis ojos se abren
mientras la perla
buscan en vano
que descansa en sus senos
cansados se cierran de nuevo Me cubren las sábanas me sueño ostra sin perla sirena sin canto en fondo marino que sueña tu risa.
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Eres esa pequeña parte
en la superficie de mi corazón blandita sensible Que si toco sueño Que si toco duele
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Distintos
A través del cristal, entre gotas de lluvia que se estrellan, resbalan y pintan sinuosas líneas húmedas, para hacer de esa superficie un juego de pequeñas luces y diminutos espejos convexos que multiplican las formas, te miro joven, gentil. Ríes con tus amigos, movimientos ansiosos, reacciones espontáneas y tu mirada que me advierte y me hace regresar, descubierta, a la conciencia al tiempo que aparezco reflejada en la misma superficie que te observo. El cristal inicia su juego: en intervalos rebota mi imagen o trasluce la tuya, que ahora me mira. Te veo y me veo, tan distintos, tan distantes. El cristal llovido es metáfora de aquello que nos separa: concreto al tacto e intangible a la mirada. Una superficie que sólo está húmeda de mi lado, pues sólo de este lado llueve. El mismo espejo traslúcido que ahora inventa un espacio en el que tu imagen y la mía se encuentran, se funden. No hay más que un hombre y una mujer. Me miras y te acercas un poco. ¿Dónde queda lo distante? ¿dónde lo distinto? Me alzo de puntas para hacer coincidir el reflejo de mi boca con la tuya, mientras tú, como adivinando mi fantasía, sonríes.
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¿Si?
La pregunta abandona tu mirada
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Recoges mi vida
penetra mis oídos sin tocar mi
entre las gotas de lluvia
piel
que entran por la ventana
penetra hondo
sobre páginas esparcidas
y termina por ignorar mis
Me preguntas
fuerzas
Repegada a la pared
Conjuro resumido en una
cuelgo mi historia
palabra
sin marco
entonada sugestivamente
en el clavo que sobresale
a medio paso de distancia
Las dudas se resbalan
tan quedo
caen como pétalos con mis
que quizá no han sido tus
prendas
labios sino el silbido del viento que engaña mis deseos Recupero la conciencia y el aliento para arriesgar la respuesta y no es mi boca sino un leve gesto de mi mano el que expresa finalmente Ven
Sobre el cristal tus palabras
aparecen letra a letra
ante mis ojos
tu imagen pequeño icono sonriente Frases sueltas cruce de ideas Sobre el cristal
Risas silabeadas Inventan un espacio un planeta Burbuja traslúcida donde flotamos ¿Es usted poeta? Bebo de un sorbo tu pregunta No lo soy más no he deseado tanto algo desde aquel momento
mis palabras
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Llueven Se estrellan se aplastan como gotas resbalan
mueren
sobre el teclado Insisto obsesionada
sin
respuesta Sobre el cristal empañado un poema escrito con ojos cerrados para besar tus labios si lo lees.
Bruja
Ha caído en la gran olla sumergido hasta el pecho en el agua tibia perfumada con hojas de menta
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Hada
Ha entrado a mi bosque en lo más profundo ha penetrado su cuerpo Le atraje con perfumes
gotas de miel
y murmullos
a fuego lento
cegué sus ojos
Acerco mi boca a su carne tierna
Acerco mis labios a su oído
sin aún decidir qué hacer con él
sin aún decidir qué hacer con él
si deshacerle lento beberle o atizar el fuego y que su sangre hierva.
si adormecerle con hechizos retenerle o pronunciar un conjuro y que me vea.
Me alejo de tu mirada
con el dolor que se desprende la lĂĄgrima recorro tu mejilla en una Ăşltima caricia que en medio del desconsuelo prolonga la fantasĂa de alcanzar tus labios
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El ciervo
Me sorprende su presencia en el prado, de la misma manera en que lo hace una melodía en el pensamiento. Se trata de un ciervo joven que una tarde, sin más, se acercó dócil. Desde entonces me acompaña. El paisaje ya no es el mismo desde que lo impregna su belleza, su energía. Aprendí a amarle, a esperar el momento en el que el sol baja para entregarlo. Ese instante ha llegado a ser el único importante del día.
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Abro los ojos cada mañana, animada por la esperanza del encuentro. Los latidos de mi corazón se han sincronizado a la vibración de su trote. Mi alma depende tanto de su presencia que, entre apariciones y ausencias, es flama que se debate en el juego de extinguirse, encenderse y extinguirse de nuevo. La ansiedad empieza a doler. Creo necesario cercar el prado e impedir que se aleje para tenerlo siempre al alcance de mis ojos. Entonces desaparece y enloquecida le busco entre el follaje espeso, lloro, hasta quedar vencida por la certeza de que el joven ciervo no me pertenece. La inutilidad de las cercas me lleva a derribarlas y las tardes se vuelven más apacibles. Sus huellas perduran profundas en el prado. Él sigue aquí. De vez en vez se acerca a recostar su cabeza en mi regazo, con esa mirada transparente que besa la mía. Entonces puedo acariciarle.
Burbruja en quĂŠ instante del vuelo revientas