Favoritos de lucía

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FAVORITOS DE LUCÍA Del Libro “TESOROS”


EL DESTINO DE LOS MURMURADORES

(Esta historia se encuentra en éxodo 16:31-36; Números 11:1-10,18-24 31-35; Salmos 78:20-32, 105:40) ¡Toda la nación israelita, compuesta por más de tres millones de hombres, mujeres y niños, además de sus enormes rebaños de ovejas y cabras, y su «numeroso ganado», se puso en marcha! Luego de haber cruzado milagrosamente el Mar Rojo se encaminaron hacia el sur de la península del Sinaí. Al cabo de un mes, llegaron al oasis de Elim, en el desolado desierto de Sin, a poca distancia del monte Sinaí. Tras haber levantado sus tiendas bajo la sombra acogedora de las palmeras, diferentes grupos de personas se reunieron en todo el campamento para discutir la situación, que parecía ser grave. Se habían agotado los alimentos que llevaban consigo desde Egipto y se encontraban en medio del árido desierto de Sin. ¡Era una verdadera prueba de fe para ellos, y la mayoría demostró que tenía poca fe o ninguna! En uno de los extremos del campamento un grupo de hombres y mujeres se había


reunido en torno a la tienda de Nabal Mur- Mura que se quejaba abiertamente: --¡Jamás en mi vida me había encontrado ante semejante desolación y aridez! ¡No se ve ni una brizna de hierba! --¡Pero Dios proveerá! --le replicó Caleb, uno de los príncipes de Judá--. ¡El nos prometió guiarnos hasta la Tierra Prometida, y así lo hará! Y además, miren qué oasis tan hermoso, tiene 12 fuentes de las que brota el agua y ... --¡Bah! ¿De qué nos servirá? --se burló Nabal--. ¡Se nos han agotado los alimentos y moriremos de hambre! La multitud enardecida se había puesto del lado de Nabal, pero Caleb exclamó en voz alta: --¡Nuestro Dios es un Dios de milagros! ¡Recuerden que apenas un mes atrás nos libró milagrosamente de las crueles garras de la esclavitud en Egipto! ¡Destruyó también los ejércitos del Faraón en el Mar Rojo! Estoy seguro de que... ¡Pero la gente no se hallaba dispuesta a escucharle ni a mostrar la menor fe! Muy pronto, numerosos grupos de personas provenientes de todos los rincones del campamento se habían congregado frente a la tienda de Moisés, quejándose abiertamente de Moisés y de Aarón. Abriéndose paso entre la multitud, Nabal le gritó a Moisés: --¿Para qué nos has sacado al desierto? ¿Para matarnos de hambre a todos? ¡Si habíamos de morir, mejor nos habría sido hacerlo en Egipto, frente a las ollas de carne, comiendo hasta saciarnos! Pero, ¿qué vamos a comer ahora, Moisés? ¡El Señor había escuchado las quejas y murmuraciones de la gente y estaba enojado ante su falta de fe! ¡Les había dicho que los guiaría hasta la Tierra Prometida, pero ellos no confiaban en Sus promesas! No confiaban en que él los abastecería del alimento necesario y manifestaban deseos de regresar a la «seguridad» de Egipto, ¡aun a costa de convertirse nuevamente en esclavos y morir allí! Sin embargo, el Señor comprendía que en ese desierto desolado las perspectivas no se veían muy alentadoras, y en Su misericordia, decidió esta vez pasar por alto sus dudas y murmuraciones, y le dijo a Moisés: --¡Esta misma tarde comerán carne, y por la mañana se saciarán de pan. ¡Yo les haré llover pan del Cielo! Entonces, Moisés y Aarón dijeron a los israelitas: --En la tarde sabrán que el Señor los ha sacado de la tierra de Egipto. ¡No fue idea mía ni de Aarón! ¡Porque el Señor ha oído las murmuraciones que han lanzado contra El, y les enviará pan y carne! Por cierto, es contra el Señor que se quejan, porque, ¿qué somos Aarón y yo? Y así fue. ¡Esa tarde un fuerte ventarrón arrastró tal cantidad de codornices sobre ellos, que el campamento quedó cubierto de esas aves! ¡Los millones de hijos de Israel tenían por fin carne para varios días! ¡Pero un milagro aún mayor habría de producirse esa noche! Mientras se hallaban dormidos, en la fría noche del desierto, una espesa niebla se


posó sobre el campamento, y al condensarse, el rocío cubrió la tierra. ¡En la mañana, el rocío que cubría el campamento comenzó a evaporarse y las rocas y arena del desierto aparecieron misteriosamente blancas, como si estuvieran cubiertas de una escarcha fina y menuda!

Cuando los israelitas vieron esto, se dijeron unos a otros: --¿Maná? ¿Maná? --que significa: «¿Qué es esto?» Moisés les respondió: --¡Es el pan que el Señor les da para comer! ¡Recójanlo antes de que el sol lo derrita! Cada familia recoja lo que pueda comer, de manera que cada persona tenga tres kilos al día. Pueden cocerlo o hervirlo, como les plazca. La gente recogió entonces en recipientes las hojuelas redondas y finas de maná, hasta tener suficiente. Luego lo llevaron a sus tiendas para cocerlo. Algunos lo molieron con grandes piedras y otros elaboraron harina en los morteros. Luego lo cocieron en ollas e hicieron panes delgados. Nabal le decía jubiloso a su esposa: --¡Es la comida más deliciosa que he comido en mi vida! ¡Se parece a una galleta de miel, pero es aún mejor!


--¡Sí! --respondió ella--, parece que hubiera sido cocido con aceite vegetal nuevo y elaborado con aquella semilla aromática de gusto fuerte, la semilla de culantro, que solo la gente rica de Egipto podía comprar! En eso, apareció Caleb comiendo una galleta de maná y les dijo: --¿No les dije que el Señor proveería? ¡No solo nos guiará a la Tierra Prometida como lo prometió, sino que durante toda la travesía comeremos los panes y tortas más finos del mundo! ¡Pan del Cielo, manjar de ángeles! Durante el año que siguió, la gente no volvió a quejarse por la comida, ya que el maná era delicioso y sumamente nutritivo; además, sabían que contaban con ese maná debido a la milagrosa provisión del Señor. ¡Pero cuando llegaron a Kibrot-hataava, comenzaron nuevamente las quejas! Todo empezó entre los extranjeros, los egipcios que habían escapado de Egipto junto con los hebreos. ¡Ellos estaban acostumbrados a comer mucha carne, y comenzaron a quejarse de que les faltaba! ¡En poco tiempo, la ola de murmuraciones se extendió por el campamento y todo el mundo comenzó a quejarse de que no había suficiente carne! ¡Y muy pronto terminaron quejándose por todos los alimentos que no tenían! Nabal inmediatamente se adhirió a la protesta general pero Caleb le dijo: --Nabal, ¿no te das cuenta? ¡Te estás dejando llevar por la codicia! ¡De vez en cuando sí comemos carne! Poseemos rebaños y ganado, tenemos carne de vacuno y cordero.. --Sí, ¡pero tenemos que sacrificar el ganado con moderación! --objetó Nabal--. ¡No comemos suficiente carne para mi gusto! ¿Acaso no puede Dios tendernos una mesa bien provista en el desierto? Ya nos ha dado pan, ¿no puede darle carne también a Su pueblo? ¡Lo dudo! Pero aun si pudiera, ¿qué tal si nos envía algunas de esas deliciosas codornices que nos dio en Elim? La ola de quejas y protestas creció de tal modo que finalmente toda la gente del campamento se congregó frente a sus tiendas a quejarse y lamentarse: --¡Ojalá tuviéramos carne para la cena! --protestaban--. ¡Qué rico era el pescado que comíamos en Egipto, los pepinos, los melones, los puerros, las cebollas y los ajos! Comenzaron a quejarse incluso del maná celestial que recibían. --Y ahora nuestra alma se seca; ¡pues nada sino este... este horrible maná ven nuestros ojos! ¡Ojalá estuviéramos de vuelta en Egipto! Esta vez el Señor se enfureció de verdad y ordenó a Moisés: --Al pueblo le dirás: Han llorado en los oídos del Señor diciendo, ¿puede darnos Dios carne para comer? ¡Por lo tanto, Yo les daré carne! ¡Mañana tendrán carne para comer! ¡Lo suficiente para un mes entero! ¡Comerán codornices hasta que les salga por las narices y las aborrezcan! Porque han menospreciado Mi voluntad al lamentarse, diciendo: ¿por qué salimos de Egipto? Esa noche el Señor agitó los vientos del oriente y un fuerte ventarrón sopló sobre el campamento israelita. ¡Entonces se produjo el milagro! ¡Millones y millones de codornices


que sobrevolaban el golfo de Acaba fueron arrastradas por el viento directamente hacia el campamento israelita! Como dice en el Salmo 78:27-28: «¡Hizo llover sobre ellos carne como polvo, como arena del mar, aves que vuelan!»

¡Todo el terreno del campamento quedó cubierto de codornices en un área de varios kilómetros! ¡Ese día, durante la noche y todo el día siguiente, la gente se dedicó a reunirlas! ¡Había millones de ellas y hasta los que acapararon menos, reunieron por lo menos 10 montones cada uno! ¡Aquella noche, decenas de miles de hogueras, donde se cocinaba la carne, ardían en todo el campamento en medio de un ambiente de fiesta! ¡Las codornices tendrían que haberles alcanzado para un mes, pero muchas personas enloquecidas con la gula devoraron ave tras ave, atiborrándose de carne hasta empacharse mortalmente! ¡Esa noche, Nabal se divirtió de lo lindo, relamiéndose mientras embutía codornices! ¡Pero a la mañana siguiente, él y miles de otros amanecieron muertos! La Biblia dice: --¡Comieron y se saciaron hasta empacharse! ¡El Señor les dio lo que codiciaban, y luego hizo morir a los más robustos! Y llamó el nombre de aquel lugar Kibrot- hataava («sepulcro de codiciosos») por cuanto allí sepultaron a aquellos codiciosos murmuradores.(Sal.78:29-31;Nú.11:33-34)


REFLEXIÓN (1) ¡Quejarse y murmurar son problemas muy comunes entre la raza humana y es muy fácil caer en ello, lo cual no quiere decir que sea correcto, ni lo justifica! ¡A los ojos de Dios la murmuración es absolutamente inadmisible! ¡El no tolera al murmurador y aborrece los lamentos, las quejas, las protestas y las murmuraciones casi más que cualquier otro pecado! (2) Los Hijos de Israel pasaron dificultades, pero ese no era el verdadero motivo de sus quejas. ¡Murmuraban debido a su incredulidad! ¡No confiaban en que Dios pudiera librarlos de sus dificultades! (Ver Salmos 78:19-22,32) ¡La murmuración es manifestación de duda, la alabanza, en cambio, es la expresión de la fe, y a pesar de que uno se encuentre en una situación sumamente difícil, si tiene fe y confía en que Dios lo sacará del trance, no mumurará! (3) Es muy fácil criticar a los israelitas por murmurar en el desierto de Sin debido los alimentos, pero recordemos que a menudo nosotros caemos ante pruebas mucho más sencillas y de menor importancia y acabamos por quejarnos, por eso no tenemos derecho a criticar! ¡Lo único que debemos hacer es temer a Dios y aprender de los errores que ellos hicieron! (Ro. 11:20-22) (4) Algunas de las preocupaciones de la gente eran legítimas, como preguntarse qué comerían. ¡Ni siquiera puede decirse que desear más carne estaba mal, porque el Señor era muy capaz de dársela! Pero lo importante del asunto es: ¡Aun cuando tengamos una legítima necesidad, o supongamos que la tenemos, eso no justifica ponerse a rezongar para tratar de conseguirla o murmurar porque el Señor decide no concedernos lo que le pedimos! Como dice en Filipenses 2:14, «Haced todo sin murmuraciones ni contiendas.» Mucho depende de la razón de nuestros deseos, como también del espíritu con que se piden. Una cosa es pedir algo con humildad, mansedumbre y fe; ¡pero es algo totalmente distinto pedir con una actitud exigente y rezongona, o andar de un lado a otro quejándose ante los demás del «mal trato que se recibe»! (5) ¡A veces, sencillamente no es posible tener todo lo que uno quiere, y debemos aprender a contentarnos en cualquier situación! (Filipenses 4:11) ¡A estar contentos no solo cuando sabemos que todas nuestras necesidades han sido atendidas abundantemente, sino también a seguir sirviendo a Jesús alegremente a pesar de las dificultades o necesidades, alabando a Dios por todo lo que sí tenemos! En 1Tesalonicenses 5:18 dice: «Dad gracias en todo, porque ésta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús.» ¡Mientras tengamos presente al Señor y las Escrituras y una canción o alabanza en los labios, nos será imposible quejarnos y murmurar de lo mal que nos sentimos! ¡A veces es necesario que suframos pequeñas inconveniencias para estar agradecidos de que no sucedan todo el tiempo! Uno no se sale siempre con la suya ni consigue hacer todo lo que quiere, ni tiene todo lo que le gustaría, porque si no no lo apreciaría.


(6) ¡El maná enviado por el Señor era delicioso y muy nutritivo, y en realidad no necesitaban carne, pero de todas maneras lo exigieron y el Señor les mandó codornices, que engulleron hasta enfermarse! «¡Les dio lo que pidieron; mas envió mortandad sobre ellos!» (Salmos 106:15) Si a veces insistimos en algo, si lo exigimos, diciendo: «¡Dios mío, me es imprescindible, dame lo que te pido!», El nos dará lo que pidamos para hacernos escarmentar y hacernos ver que no era conveniente para nosotros. Aunque terminemos consiguiendo lo que codiciábamos, al final nos quedará una sensación de vacío en el corazón, porque es pecado poner otras cosas delante del Señor y Su voluntad! ¡Cuando uno desea ardientemente algo, por encima del Señor y Su voluntad, pierde su relación íntima con Dios! (V. Santiago 4:3; Salmos 37:4,106:15) (7) «Pan de ángeles les dio el Señor» (Salmos 78:25), ¡y sin embargo, se mostraron desagradecidos y se quejaron! Cuando la gente se queja, murmura y rezonga por lo que no tiene, en vez de apreciar las bendiciones que recibe, Dios pierde las ganas de darle otra cosa. ¡Es más, a menudo retira nuestras bendiciones si no las apreciamos! ¡Y entonces las apreciamos, cuando ya no las tenemos! (8) ¡A pesar de lo que Dios haga por algunos, nunca estarán satisfechos o contentos! ¡Hay quienes siempre encuentran motivos para criticar y quejarse, pase lo que pase! ¡Lo único que alegra al murmurador crónico es tener una razón para quejarse! ¡Pero si le agradecemos a Dios cada una de las bendiciones que nos da, no tendremos tiempo para quejarnos y lamentarnos! (9) En Elim, la gente culpó a Moisés y a Aarón por sus problemas; pero como bien indicó Moisés, ¡en realidad a quien culpaban era a Dios! Mucha gente reconoce que no debe culpar a Dios, por eso culpa a sus supervisores o líderes. ¡Pero en la obra de Dios, los líderes son hombres y mujeres ungidos por Dios, y sería igual que los rezongones le echen la culpa a Dios porque es a El a quien en verdad están culpando! (10) Fue apenas un puñado de personas las que empezaron las quejas en Kibrothataava, ¡pero muy pronto millones de israelitas se quejaban con ellos! Es el resultado de expresar con palabras las dudas y temores del Enemigo y de transmitir sus mentiras a los demás. ¡El efecto que esto tiene es totalmente opuesto al de testificar la Verdad de la Palabra de Dios! Hace que los demás se desanimen, duden, se llenen de temores y descontento, y que finalmente acaben quejándose y murmurando igual que uno. Eso es lo que se consigue cuando comenzamos a comentar nuestras dudas a los demás y a darle rienda suelta a las mentiras del Diablo. ¡Así que no lo hagamos! «Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor.» (1 Corintios 10:10) (11) El murmurador siempre comienza primero a murmurar en su corazón y por eso termina expresándolo con palabras. «Porque de la abundancia del corazón habla la boca.» (Mateo 12:34) ¿Estás tú convirtiéndote en un conducto para las mentiras del Enemigo abrigando murmuración y resentimientos en el corazón?» ¡Cuidado! ¡Murmurar es una enfermedad contagiosa y diabólica; «un poco de levadura leuda toda la masa» (Gál.5:9), y


puede envenenar toda la obra del Señor! ¡La murmuración es la voz del Enemigo, y el espíritu crítico siembra discordia y desunión entre los hermanos, una de las siete cosas que Dios abomina! (Proverbios 6:16- 19) ¡Es por eso que El la aborrece tanto! En Hebreos 12:15 se nos advierte: «Mirad bien, que brotando alguna raíz de amargura os estorbe, y por ella muchos sean contaminados.» ¡Si uno no se despoja de esa pequeña raíz de amargura o murmuración cuando está empezando a crecer, muy pronto «brotará» del corazón y de la boca para estorbar y contaminar a muchos! ¡No hay que abrigar ningún resentimiento ni murmuración en el corazón! ¿Amén? (12) ¡Murmurar no depende de las circunstancias físicas; es una actitud mental y del corazón! ¡El corazón incrédulo murmura pase lo que pase, pero el corazón lleno de fe alaba al Señor contra viento y marea! ¡Que Dios nos ayude, pues, a ser discípulos alegres y no quejumbrosos! ¡No le cedas terreno al Diablo bajo ninguna circunstancia, y cúidate de andar lamentándote y difundiendo las dudas del Diablo!

¡UNA VICTORIA IMPOSIBLE!

(2Reyes 18 y 19; 2Crónicas 32) Hubo una época en que Jerusalén, la ciudad de David, tuvo que resistir a solas los embates de los asirios comandados por el rey Senaquerib. Todas las "ciudades fortificadas de Judá" habían sido ya tomadas por los poderosos ejércitos asirios. A esas alturas,


estando la ciudad rodeada por el enemigo, parecía que había llegado el principio del fin para Jerusalén. No obstante, Ezequías, rey de Judá, era un monarca muy bueno que "confiaba en el Señor Dios de Israel". Se mantuvo muy unido al Señor, y por ello El hizo que le saliera bien todo lo que emprendió. (2Reyes 18:5,7) Al ver que Senaquerib había capturado todas las ciudades de la región, a fin de evitar un ataque, el rey Ezequías envió el siguiente mensaje a Senaquerib: "Apártate de mí, y pagaré todo lo que me exijas". Lo que demandó Senaquerib no fue ninguna ganga. ¡Exigió la exorbitante suma de 300 talentos* (17.000 kilos) de plata, y unos treinta talentos (1.700 kilos) de oro! (*Un talento equivale a unos 57 kilos.) Ezequías hizo todo lo que pudo para recaudar el dinero. Hasta mandó retirar los enchapados de oro de las puertas y columnas del templo. Sin embargo, al recibir su recargado tributo, el codicioso rey asirio exigió una suma mayor y advirtió que las puertas de Jerusalén debían abrirse, pues de todas formas tomaría la ciudad. Así y todo, el rey Ezequías se mantuvo firme y lanzó una iniciativa. Consultó con sus oficiales y la plana mayor de su ejército sobre un plan para bloquear las aguas de unos manantiales situados en las afueras de la ciudad. Con un numeroso contingente de hombres, logró tapar los manantiales y cegar las aguas de un arroyo que corría por la zona, pues dijo: "¿Por qué han de venir los asirios y hallar abundantes aguas?" Acto seguido, alzó las murallas defensivas y edificó atalayas en torno a la ciudad, y mandó fabricar gran cantidad de armas y escudos. Nombró oficiales militares sobre el pueblo y los convocó a una reunión en las puertas de la ciudad. Con gran valor, Ezequías habló para alentar a su pueblo: "Esfuércense y anímense. No teman ni se amedrenten ante el rey de Asiria, ni ante la multitud que con él viene, porque más hay con nosotros que con él. Con él está el brazo de carne, ¡mas con nosotros está el Señor nuestro Dios, para ayudarnos y pelear nuestras batallas!" Esa era la mayor fortaleza de Ezequías: su fe en que Dios vendría a combatir por Su pueblo por muy fuerte que fuera el enemigo. Sabía que la asistencia que podía recibir del Cielo era muy superior a la presunta fuerza de los poderosos, por muy numerosos que fueran. Tan es así que dice que cuando hubo terminado su discurso, "el pueblo tuvo confianza en las palabras de su rey". Sus palabras tenían fuerza porque confiaba en el Señor y en las palabras que había oído por intermedio del profeta Isaías, que vivía en Jerusalén y asesoraba al rey con mensajes divinos. El primer contingente del ejército asirio no tardó en arribar. Lo dirigía un comandante, el Rabsaces, que convocó una reunión, a la cual asistieron para dialogar con él tres altos representantes de Ezequías. Las exigencias del Rabsaces fueron muy claras. Pedía en primer lugar que Ezequías no tratara de oponer resistencia y que tampoco se fuera a apoyar en una alianza con Egipto, la cual, según el Rabsaces, sería como "apoyarse en una caña cascada". "Además --exclamó con toda arrogancia--, ¡el Señor me


dijo que subiera contra este lugar y lo destruyera!" Cuando los embajadores de Ezequías le imploraron que hablara en arameo para que los hombres que se hallaban apostados en la muralla de la ciudad no entendieran, el Rabsaces, en cambio, "clamó a gran voz en lengua hebrea, y habló diciendo: '¿Acaso alguno de los dioses de las naciones ha librado su tierra de la mano del rey de Asiria? Si pueden, ¡nómbrenme a uno! ¡No dejen que Ezequías les engañe, diciendo que deben confiar en el Señor! Más bien, salgan de su ciudad y ríndanse. Escojan antes la vida que la muerte'". Sin embargo, obedeciendo las instrucciones de Ezequías que les había dicho que no le respondieran, el pueblo prudentemente guardó silencio. Al enterarse del resultado de la reunión, Ezequías acudió al templo a orar. Simultáneamente envió a sus emisarios para que informaran al profeta Isaías de lo acontecido. Isaías envió un mensaje del Señor en el que le exhortaba a no temer, ya que el Señor haría volver a su tierra al Rabsaces cuando llegasen a sus oídos ciertos rumores. Y eso fue lo que sucedió. Sucedió, sin embargo, que al poco tiempo Ezequías recibió una carta maliciosa de Senaquerib, amenazándolo y hablando contra el Dios de Israel. Subió entonces Ezequías al templo, y extendiendo la carta delante del Señor, oró: "Oh Señor, Dios del Cielo y de la tierra, escucha los insultos que Senaquerib ha pronunciado contra el Dios viviente. Es verdad que los asirios han destruido a muchas naciones y han derribado sus dioses, por cuanto no eran dioses, sino obra de manos de hombres, ídolos de madera y piedra. Ahora, pues, oh Señor --continuó Ezequías--, ¡sálvanos de su mano, para que sepan todos los reinos que sólo Tú, Señor, eres Dios!" El Señor oyó la apremiante súplica del rey y en respuesta le envió un maravilloso mensaje a través de su profeta Isaías. Decía así: "Acerca del rey de Asiria, no entrará en esta ciudad, ni echará flecha en ella. No vendrá delante de ella ni levantará contra ella baluarte para atacarla. Yo ampararé a esta ciudad para salvarla por amor a Mí mismo, dice el Señor". Una vez más, el Señor prometió salvar a Su pueblo, y no había pasado mucho tiempo cuando Su promesa se hizo realidad. Esa noche el ángel del Señor recorrió el campamento de los asirios y mató a 185.000 hombres, de manera que cuando los israelitas se levantaron a la mañana siguiente, ¡por kilómetros y kilómetros a la redonda no vieron más que los cadáveres de sus enemigos desparramados por los montes! Las imponentes fuerzas de su peor enemigo habían sido aniquiladas por el propio Dios. Sin embargo, ni una sola "flecha fue lanzada dentro de la ciudad", cumpliendo la profecía de Isaías. En cuanto a Senaquerib, se retiró y volvió a su tierra, donde al poco tiempo sus dos hijos lo asesinaron mientras rendía culto en el templo de sus falsos dioses. Con ello quedó demostrada la fe del rey Ezequías, del que se dijo que "en el Señor Dios de Israel puso su esperanza; ni después ni antes de él hubo otro como él entre todos los reyes de Judá".


Pero, ¿por qué fue un rey tan noble y valiente, tan distinto de todos los anteriores que se apartaron de Dios para adorar a esos mismos ídolos que eran incapaces de librarlos del cruel y despiadado conquistador Senaquerib? La respuesta es sencilla pero segura: "Porque se aferró al Señor y no se apartó de seguirle". A diferencia de muchos monarcas perversos que tuvo Israel, Ezequías resolvió confiar en Dios y nadie más, enfrentando toda una serie de dificultades y obstáculos aparentemente insalvables, al igual que las arrogantes amenazas de un formidable enemigo. A causa de ello, Dios lo defendió y protegió sobrenaturalmente, resguardando a sus ejércitos de sus enemigos. ¿Qué es lo que infunde a un dirigente --sabiendo el peso de una decisión de tal calibre-- esas ganas de luchar contra la corriente y salir en defensa de la verdad y la libertad ante lo que parece ser una derrota segura? Es la fe nada más, esa fe que se aferra a Dios por medio de las Palabras de Sus profetas. Fe, grandiosa fe que las promesas hace tangibles, se fija en Dios y en nada más, se ríe de lo imposible y exclama: "Sin duda que Dios lo hará". Deposita, pues, tu confianza en Dios y El te salvará y te protegerá, así tenga que obrar milagros para hacerlo. ¿Y por qué no? ¡No sería la primera vez!



¡EL ARDID DEL PAN MOHOSO!

(Josué 9) Cuando la noticia de las milagrosas victorias de Israel en Jericó y Hai se extendió por toda la región, la gente de Canaán se llenó de miedo. Por esta razón, varios gobernantes de las ciudades más grandes decidieron aliarse para luchar juntos contra Israel. Otros pensaron que de ser posible sería mejor procurar hacer un tratado de paz con los invasores; entre ellos, los dirigentes de Gabaón, que tramaron una astuta estratagema a fin de salvar el pellejo. Puesto que su ciudad no distaba mucho de Hai, calcularon que, como no actuaran pronto, serían ellos los próximos en ser destruidos. Así, pues, se disfrazaron de embajadores de un lejano país, «y tomaron sacos gastados sobre sus asnos, y cueros viejos de vino, agrietados y remendados. Los hombres se pusieron sandalias gastadas y recosidas en sus pies, y vestidos viejos; y todo el pan... era seco y mohoso. Y vinieron a Josué al campamento en Gilgal, y le dijeron a él y a los de Israel: --Nosotros venimos de tierra muy lejana; hagan, pues, ahora tratado de paz con nosotros». Algunos de los dirigentes de Israel recibieron con cierto recelo a aquellos fatigados forasteros, y los examinaron detenidamente; pero ninguno se dio cuenta del engaño. Así que Josué les preguntó quiénes eran y de dónde venían.


Con voz pretendidamente cansada y desfalleciente, respondieron: --Tus siervos han venido de tierra muy lejana, por causa del nombre del Señor tu Dios; porque hemos oído Su fama, y todo lo que hizo en Egipto, y a los dos reyes de los amorreos que estaban al otro lado del Jordán: a Sehón rey de Hesbón, y a Og rey de Basán. Tuvieron mucho cuidado de no mencionar para nada a Jericó y Hai, lo cual los habría delatado. Dicho esto y observando que sus palabras habían tenido el efecto deseado en Josué y los príncipes de Israel, pasaron entonces a mencionar los alimentos que habían traído. --¿Ven este pan? --dijeron con tristeza--, lo pusimos aún caliente en nuestras alforjas el día de nuestra partida, pero he aquí, ya está reseco y mohoso; y estos pellejos que eran nuevos cuando los llenamos de vino, ahora están partidos. Nuestras vestimentas y nuestro calzado se han envejecido en tan largo viaje. ¡Qué astucia la de esos farsantes! ¡Y vaya farsa la que metieron! Josué los creyó, al igual que los demás jefes que escuchaban. ¿Qué podían arguir ante una prueba tan palpable como aquel pan viejo? «Y Josué hizo paz con ellos, y celebró con ellos tratado concediéndoles la vida; y también les hicieron juramento delante del Señor los príncipes de la congregación». Naturalmente, no tardó en descubrirse el engaño. Al cabo de tres días ya saldría a relucir la verdad. Te puedes imaginar lo tontos y enojados que se sintieron Josué y los demás, y cómo se enojaron. Sin embargo, cumplieron la palabra que habían jurado delante del Señor, para evitar que se airara contra ellos. Cuando llegaron a Gabaón, no hicieron daño a nadie. Pero como castigo por su engaño, dijeron a los gabaonitas que desde entonces siempre «servirían de leñadores y aguadores» para los hijos de Israel. ¿Cómo es que Josué y los príncipes de Israel se dejaron engañar de ese modo por aquellos hombres astutos? La Biblia explica que «los hombres de Israel examinaron las provisiones de los gabaonitas, pero no consultaron al Señor». Es decir, que se dejaron llevar por el aspecto de los visitantes y por el pan mohoso, y que a pesar de albergar ciertas dudas, no lo consultaron con el Señor. Así como los había dirigido para tomar Jericó y Hai, también en esto Dios estaba dispuesto a aconsejarlos. Pero tal vez porque se sentían un poco soberbios y seguros de sí mismos luego de sus dos grandes victorias, pensaron que no era necesario consultar al Señor acerca de un asunto de tan poca monta. ¡De manera que fueron tomados por sorpresa y engañados con un trozo de pan mohoso! Vaya lección la que tomaron Josué y sus hombres de aquella experiencia: si tan solo le hubieran pedido a Dios que los orientara, él no habría permitido que los engañaran. Si hubieran pedido sabiduría para obrar acertadamente, Dios se la habría concedido


(Santiago 1:5). Respecto a los episodios históricos vividos por el pueblo de Dios de la antiguedad, la Biblia claramente explica que «esas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos (o advertirnos) a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos» (1Corintios 10:11). Y si algo hace falta hoy en día a quienes se encuentran en posiciones de autoridad, es capacidad de juicio y discernimiento, ese agudo sentido para percibir la diferencia entre sinceridad y engaño, entre la gente que actúa honradamente y con veracidad, y aquella que es falsa y fraudulenta. ¿Cómo podemos adquirir ese buen juicio? ¡Es de lo más sencillo! No hay más que pedírselo al Señor, pues él prometió que nos lo daría (Mateo 7:7-11; Santiago 1:5). ¡Cualquiera puede hacer una oración a Jesús pidiéndole orientación y la recibirá de inmediato; mientras que si nos apoyamos en nuestro propio entendimiento, en nuestra propia fortaleza y prudencia, en nuestra confianza en nosotros mismos, cometeremos algún error lamentable y nuestros planes se verán frustrados! La Biblia nos advierte que en los postreros días, «los hombres malvados y los engañadores irán de mal en peor». En una época como la nuestra, en que la mentira y la farsa se han convertido casi en lo más normal para muchos, es preciso que sigamos buscando la guía de Dios, Sus confirmaciones y Su orientación. El Señor dice que «si Lo reconocemos en todos nuestros caminos, él enderezará nuestra veredas» (Proverbios 3:6). «Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces» (Mateo 7:15). «Cuando hablen amigablemente, no les creas... pues con suaves palabras y lisonjas engañan los corazones de los ingenuos» (Proverbios 26:25; Romanos 16:18). «No mires a su apariencia, porque Yo lo he descartado; el Señor no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero el Señor mira el corazón» (1Samuel 16:7). «La Palabra de Dios es viva y eficaz, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón» (Hebreos 4:12). «No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio» (Jn. 7:24).


¡DOS SOLDADOS VENCEN A MILLARES!

(Samuel 14) El rey Saúl se veía ante un dilema. Los filisteos habían venido a hacer guerra contra él; pero sus hombres, al ver que las fuerzas enemigas era muchísimo más numerosas que las de ellos, sintieron miedo y corrieron a esconderse en cuevas, en matorrales entre las peñas y en agujeros. Algunos hasta cruzaron al otro lado del río Jordán para estar fuera de peligro. Así las cosas, no quedó con Saúl y su hijo Jonatán más que una pequeña banda de apenas 600 hombres que acamparon cerca de la ciudad de Micmas. Ese era el momento de debilidad que los filisteos habían estado esperando. Planearon una maniobra, mediante la cual una fuerza de asalto, dividida en tres grupos, haría una incursión que allanaría el terreno para lanzar el ataque final. Uno de los destacamentos se aproximaba al paso rocoso de Micmas. Entre las exiguas tropas del rey Saúl, había un soldado que permanecía imperturbable ante la superioridad del enemigo. Se trataba del propio hijo de Saúl, Jonatán. "Ven, pasemos al puesto de la avanzadilla de los filisteos al otro lado del desfiladero," dijo Jonatán a su paje de armas. Pero no se lo dijo a su padres. Es más, dice que "nadie tuvo conocimiento de que Jonatán había salido del campamento". Al acercarse Jonatán al cerro que había al otro lado del desfiladero, dijo valerosamente a su joven escudero, "Ven, pasemos a la guarnición de estos incircuncisos. ¡Quizá haga algo el Señor por nosotros, pues no es difícil para el Señor salvar con muchos


o con pocos!" ¡Qué declaración de fe! Tanto conmovió al escudero, que éste respondió, "Haz lo que quieras. ¡Donde tú vayas, pronto estoy a seguirte!" Cautelosamente empezaron a trepar la empinada pared rocosa en cuya cima se hallaba la guarnición enemiga. Habiéndose aproximado lo suficiente los dos jóvenes soldados, Jonatán dijo, "Asomémonos y dejémonos ver de ellos. Si nos dicen: `Esperen hasta que lleguemos a ustedes', nos quedaremos donde estamos y no subiremos a ellos. Pero si dicen: `Suban hasta acá,' entonces treparemos, ¡pues esa será para nosotros la señal de que el Señor los ha entregado en nuestras manos!" Así pues, llegaron los dos a un claro desde donde los podían ver fácilmente. Tan pronto los advirtieron los vigilantes de los filisteos, se rieron burlonamente, "¡Miren! ¡Los hebreos salen de los agujeros donde se habían metido!" Entonces les gritaron desde arriba, "Suban hasta acá y les daremos una lección." Esa era la señal con la que Jonatán contaba. Así con plena certeza, exclamó a su paje de armas, "Sube detrás de mí, ¡que el Señor los ha entregado en manos de Israel!" Llenos de fe, los dos intrépidos soldados escalaron el último tramo del encumbrado peñasco. Al coronar la cima, los dos jóvenes guerreros desvainaron sus espadas y mataron milagrosamente a 20 hombres. El pánico cundió entonces en todo el ejército de los filisteos, tanto entre los del campo como entre los del acantonamiento, los de las guarniciones y los de las fuerzas de asalto. ¡Y de repente la tierra empezó a temblar y estremecerse! Al ver los centinelas de Saúl que el ejército enemigo se "disolvía", se armaron de valor y se reorganizaron. Luego, cuando Saúl descubrió que Jonatán y su escudero estaban ausentes, envió a sus hombre al combate, sólo para hallar a los ejércitos filisteos sumidos en una confusión total. ¡Tal era el desconcierto que se estaban matando unos a otros con sus espadas! A estas alturas, hasta los propios hebreos que se habían ocultado en los cerros por temor l enemigo, salieron de sus escondrijos y corrieron a ayudar. Al verlos venir los filisteos, pusieron pies en polvorosa, pero los hombres de Israel salieron tras ellos en intensa persecución, ¡y obtuvieron una grandiosa victoria! Así pues, el Señor rescató a Israel ese día, y todo gracias a la fe intrépida del joven Jonatán y su escudero. Dos hombres solitos retaron a un espantoso ejército que, según las palabras de la Biblia, era tan numeroso "como la arena que está a la orilla del mar". No subestimes el poder que te puede otorgar Dios. Cuando tienes a Dios de tu parte, eres invencible, por pequeño que seas. ¡Un hombre que cuente con el favor de Dios, aunque se enfrento solo al mundo, es más que capaz de vencer al Diablo! ¡Un solo hombre, con Dios de su lado, es mayoría "Y esta es la victoria que ha vencido al mundo, tu fe" (1S. Juan 5:4)


¡ARROYOS QUE NUNCA SE SECAN! Virginia Brandt Berg

Nunca olvidaré el día en que me di cuenta del HECHO de que las promesas de la Biblia eran reales y prácticas, y que efectivamente se podían aplicar a mis necesidades diarias. Para mí fue una revelación. Desde muy pequeña me habían enseñado la Biblia, pero nunca me había dado cuenta de que Dios hablaba totalmente en serio en las numerosas promesas que da en su palabra, y que las cumpliría al pie de la letra si extendiésemos nuestra fe y reclamásemos las promesas de forma categórica. La palabra de Dios dice: "Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia.(2ª de Pedro 1:4.) De modo que después de todo es grave eso de pasar por alto o tomarse a la ligera las promesas de Dios, porque por ellas nos hacemos "participantes de la naturaleza divina". Yo jamás habría osado tomar una promesa y caminar conforme a ella esperando que Dios me respondiera, porque según mi limitado conocimiento de la fe, no eran sino cosas del idioma bíblico, muy bonito, que no había que tomar en serio ni considerar que tuvieran aplicación práctica. Me temo que actuaba como la señora a la que le preguntaron: "¿Y por qué piensa usted que Dios hizo todas esas promesas en su palabra? ¿Para qué están ahí?" "Pues de relleno", me imagino. De todas formas, creo que cuando pensaba en ellas anteriormente, si alguna vez lo hacía, me debía de parecer más a aquella señora escocesa muy ignorante que se había pasado casi toda la vida apartada en las montañas de Escocia, y que era tan pobre que no podía ni pagar su alquiler, por lo que tenía que depender de su iglesia para su mantenimiento. Un día, cuando su pastor, que era muy bondadoso, le trajo la cantidad del alquiler, le dijo: "Sra. McKintrick, perdóneme que le hable con tanta franqueza, pero estoy seguro de que entenderá. Sus amigos que le están ayudando a pagar el alquiler no comprenden por qué no la mantiene su hijo. Tengo entendido que goza de una buena posición en Australia, que es muy bueno y que la quiere mucho. ¿No es así?" "Oh, sí," dijo la madre, "y nunca se olvida de mí. Todas las semanas me escribe y me manda mucho cariño; me gustaría que viera alguna de sus cartas." Al instante el pastor indicó que le gustaría ver algunas cartas, curioso por saber algo más de un hijo como ese que podía amar tanto a su madre y sin embargo no la mantenía. La mujer no tardó en regresar con dos paquetes, y poniendo uno de ellos en las manos del pastor, dijo: "Estas son sus cartas." El pastor estaba desatando la cuerda ya gastada que envolvía el paquete, cuando ella dijo: "En cada carta me envía siempre un dibujo bonito. No son muy grandes, y encajan exactamente en el sobre, pero eso demuestra que se acuerda de mí." El pastor


levantó la cabeza interesado. "Un dibujo en cada carta." Tenía más curiosidad que nunca. Dijo: "¿Puedo verlos también?" "Claro que sí,"--respondió ella-- "algunos tienen la cara de un hombre, otros son de un hombre a caballo, y hay unos cuantos que llevan el dibujo del rey. Mire éste del rey de Inglaterra, ¡viva el rey!" "¡Viva su hijo!" - dijo el pastor asombrado. "Amiga mía, ¿se da usted cuenta de que es rica? Esos son billetes de banco, es dinero. ¡Pero si tiene usted una fortuna! ¡Pensar todo lo que ha sufrido y vivido privada de necesidades cuando aquí en casa tenía dinero y creía que sólo eran dibujos bonitos. "

Y ése era sin duda el problema que tensa yo respecto a las promesas de la palabra de Dios. Me parecían sólo ilustraciones bonitas, un lenguaje hermoso. Por ejemplo el salmo 23: "El Señor es mi pastor, nada me faltará . En lugares de delicados pastos me hará descansar, junto a aguas de reposo me pastoreará . " Para mí no era sino poesía hermosa, un relato pintoresco. Ni por un momento soñé que tuviera una aplicación literal, que Jesús puede ser para nosotros une pastor y que puede cumplir en nuestra vida todos y cada uno de los versículos de ese salmo, si confiamos en El. Qué lástima que tantas personas lean hoy en día los cientos de promesas de la palabra de Dios de la misma forma que lo hacía yo . Qué pocos hay que sean como aquella buena mujer que había recibido la visita de un ministro de Dios; mientras ella estaba en la cocina preparando el té, él tomó la Biblia de ella, que estaba muy gastada, y empezó a pasar distraídamente las páginas, y entonces se dio cuenta de que en los márgenes aparecían de vez en cuando estas dos letras: E . C . Cuando regresó ella con el té, él le dijo: "Tía, ¿qué significan estas letras que has escrito en tantos sitios; E.C. ? Y aquí también están, y aquí." "Hermano," --dijo ella iluminándosele la cara de gozo-- "eso quiere decir: 'experimentado y comprobado'. En momentos de gran necesidad he tomado esas promesas y las he reivindicado como si fueran para mí. Esas son las que he experimentado y comprobado que son verdad. "


Realmente son inapreciables. Y esa es exactamente la manera en que el Señor quiere que nos sirvamos de ellas . Desea que pongamos a prueba y nos sirvamos de su Palabra en los momentos de necesidad. "Probadme ahora en esto, dice el Señor", hasta que con fuerza, fe y dulce confianza podamos anotar al margen de muchos versículos: "experimentado y comprobado" .

La palabra de Dios dice: "Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas", y hay cientos de ellas. ¡ Cantidad abundante ! ¡ Fuente ilimitada ! "Arroyos que nunca se secan . " "Entremos y poseamos la tierra", o seremos como los testarudos israelitas para quienes Dios había provisto con tanta abundancia y que nunca llegaron a heredar la promesa a causa de su incredulidad. "Esta es la victoria que ha vencido al nardo, nuestra fe."


¡DIOS ES INFALIBLE! En algún momento de nuestra vida, todos hemos sentido una honda decepción cuando las cosas no nos salían bien, y quizá hasta hemos llegado a preguntarnos si Dios nos había fallado. Ha habido ocasiones en que hemos estado muy ocupados haciendo algo que estábamos convencidos de que era la voluntad de Dios y pensábamos, por tanto, que El bendeciría nuestros esfuerzos. ¡Le rogamos sinceramente a Dios que nos ayudara, pero por alguna razón, pareció que Dios falló y no dio resultado! ¿Alguna vez te ha sucedido a ti? Aun cuando vemos las razones naturales evidentes y las circunstancias adversas para explicar por qué una cosa no resultó, todavía, como cristianos, nos acude muchas veces a la mente el siguiente interrogante: «¡Pero, Señor, yo creía que era tu voluntad! ¿Por qué no hiciste un milagro haciendo que resultara a pesar de todo? ¿Por qué me has fallado, Señor?» ¡En situaciones así, es muy fácil alzar los brazos en desesperación echándole toda la culpa de nuestro fracaso a Dios, guardarle rencor a Dios y permitirnos albergar un poco de resentimiento contra El en un rincón del corazón! La sensación de decepción y desaliento es muy real a veces en tales ocasiones, pero lo que debemos preguntarnos es: «¿Ha fallado Dios?» La respuesta, para los que confiamos de verdad en el Señor y su Palabra y la obedecemos, es naturalmente no. Dios jamás falla, y si las cosas salen mal, debemos aceptar la realidad de que en cierta forma, fallamos nosotros por algún lado; la culpa fue nuestra. Hasta las buenas intenciones y actividades fallan cuando no las hacemos con la motivación debida, o si las hacemos por orgullo o confiados en nosotros mismos sin reconocerle a Dios todo el mérito y toda la gloria. ¡Otra razón importante por la que a veces puede que parezca que el Señor «no responde las oraciones» y permite que «fallen» las cosas --incluso cosas que son sin duda alguna su voluntad-- es que desobedecemos a Dios y no le creemos! Todo puede marchar conforme a su plan y apuntar en la dirección de la cosa por la que hemos orado, ¡pero si no somos consecuentes con nuestra fe ni tenemos la clase de fe que necesitamos para creerle y obedecerle al instante cuando nos lo dice, puede que las cosas no den resultado! Muchas veces Dios «prepara» una situación ideal en respuesta a nuestras oraciones, ¡pero luego nos corresponde a nosotros todavía hacer nuestra parte, obedecer y hacer lo que El nos diga para realizarlo! Nos da una oportunidad muy grande, y luego nos dice: «¡Ahora! ¡Hazlo ya!» ¡Y tenemos que obedecerle en esa fracción de segundo y hacer lo que nos diga! Eso sucede con mucha frecuencia cuando testificamos el amor de Dios: el Señor hace el milagro de poner en nuestro camino a algún alma que busca con todo su ser y nos pone en el corazón un impulso apremiante de hablarle de Jesús. Pero si desobedecemos y no hacemos nuestra parte, si no aprovechamos esa gran oportunidad, todo lo que ha hecho


el Señor por preparar esa situación habrá sido en vano y no se cumplirá su propósito. ¡Pero si obedecemos al instante cuando Dios nos indica lo que tenemos que hacer, lo que El puede obrar por medio de nosotros es ilimitado! ¡Por muchos obstáculos o dificultades que haya! Un claro ejemplo de que la obediencia instantánea es esencial para hacer la voluntad de Dios se encuentra en Hechos 8:26-38: El evangelizador Felipe había estado predicando la Palabra de Dios en Samaria (norte de Palestina) cuando «el ángel del Señor le habló a Felipe diciendo: 'Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a la región desértica de Gaza.'» Dios estaba planeando algo muy grande y quería valerse de Felipe para ello. ¡Dice la Biblia que Felipe obedeció! «Entonces él se levantó y fue.» Cuando llegó al camino, se encontró con un «funcionario de gran autoridad de la reina Candace de Etiopía.» Aquel dignatario etíope creía en Dios, y había ido a Jerusalén a darle culto e iba de regreso a Etiopía. ¡Cuando pasaba en su carro, iba leyendo Isaías 53, que es una de las profecías más asombrosas de toda la Biblia! ¡500 años antes del nacimiento de Jesús, dicho capítulo había predicho la vida y muerte de Jesús con una precisión increíble! ¡Era la situación ideal! ¡Pero Felipe todavía tenía que hacer la parte que le tocaba a él del plan de Dios! «Y el Espíritu Santo le dijo a Felipe: '¡Acércate a ese carro!'» ¿Y qué hizo Felipe? ¿Acaso pensó: «Un momento, será mejor que lo piense dos veces. Es un funcionario extranjero importante, y fíjate en esos guardias armados tan musculosos que lo escoltan. Si me acerco a su carro me puedo meter en un buen lío. ¡Hasta me pueden matar!» ¿Fue eso lo que hizo? No. ¡Obedeció al instante! La Biblia dice: «Aceleró Felipe el paso!» Corrió y se fue derecho a aquel carro que estaba rodeado de todos aquellos guardias armados, y le preguntó al tesorero principal: «¿Entiendes lo que lees?»

¡El etíope le confesó que no entendía, y le pidió a Felipe que se lo explicara, lo cuál


éste hizo gustosamente! ¡Y como resultado, el etíope se convirtió y se hizo cristiano! ¡Y como era un hombre de mucha autoridad e influencia, cuando regresó fue de mucha utilidad, porque convirtió al cristianismo todo el país de Etiopía! Y todo porque Felipe obedeció e hizo caso del plan de Dios, obedeciendo instantáneamente cuando Dios le dijo: «¡Ahora! ¡Ve!» ¡Eso demostró que sin duda Felipe tenía fe en Dios! Aquí tenemos entonces la respuesta a la pregunta: «¿Por qué no responde Dios a veces nuestras oraciones?» Muchas veces se debe a nuestra falta de fe, a que no creemos de veras su Palabra. ¡Con frecuencia no estamos totalmente convencidos de que Dios está realmente con nosotros y de que va a hacer lo que ha prometido! Puede que con indecisión creamos que Dios va a hacer algo y sigamos el rumbo general que nos marca, pero a la hora de la verdad, cuando Dios nos dice que seamos consecuentes y hagamos nuestra parte, entonces es cuando se ve si realmente creemos que Dios está con nosotros o si simplemente nos estamos dejando arrastrar con la esperanza de que esté con nosotros, aunque en realidad no estamos muy seguros. ¡Si nos limitamos a avanzar cautelosamente sin dar ningún paso concreto ni comprometernos en serio hasta que estemos «seguros» de que va a funcionar o tener éxito, eso no es tener fe! ¡Si no crees sin lugar a dudas que Dios está contigo y te va a proteger y bendecir en tu esfuerzo, no tendrás fe para obedecer al instante cuando te pida que pongas tu fe en acción! ¡Si tienes alguna reserva, si tienes alguna duda, vacilarás antes de obedecer y dar un paso concreto! ¡Y como resultado, es posible que dejes escapar la gran oportunidad que te presenta Dios! ¡Si no obedecemos ni ponemos en práctica nuestra fe creyendo en esa gran oportunidad, en ese momento decisivo, seremos nosotros los que hayamos fallado, y no Dios! Si no confiamos verdaderamente en nuestro corazón y --como dice la Biblia-- somos de doble ánimo, ¿cómo vamos a esperar que Dios consteste nuestras oraciones? Santiago 1:6-8 dice: «Pídele a Dios con fe, sin dudar ni vacilar. El que duda es semejante a la ola del mar, que el viento arrastra y echa de una parte a otra. No piense quien tal haga que recibirá cosa alguna del Señor.» ¡Si tenemos fe, Dios puede obrar milagros, y podremos lograr cualquier cosa! ¡Pero sin fe, no lograremos nada! Como dice 2º de Crónicas 20:20: «Creed en el Señor vuestro Dios y estaréis seguros; creed a sus profetas y seréis prosperados.» Pero Isaías 7:9 advierte: «Si no crees, no permanecerás.» Pero es posible que a veces las circunstancias no nos parezcan «apropiadas». Puede que hayan entrado en escena otros factores y las posibilidades de éxito no parezcan tan seguras. ¡Ahí es donde verdaderamente se pone a prueba nuestra fe! Entonces es cuando se ve si realmente confiamos en que Dios está con nosotros y va a contestar nuestras oraciones. Cuando Abraham tenía 100 años y su mujer Sara 90, el Señor les dijo que ella iba a tener un hijo. Romanos 4:19-21 dice: «Y (Abraham) no se debilitó en la fe... no dudó por incredulidad de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios,


plenamente convencido de que Dios era también poderoso para hacer todo lo que había prometido.» Y Hebreos 11:11: «¡(Sara) dio a luz fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido.!» ¿Crees tú que Dios es fiel? Cuando oras pidiéndole a Dios que te ayude, ¿estás «plenamente convencido» de que te va a ayudar? Si es así, sigue creyendo aunque las posibilidades no sean muy seguras. ¡Y cuando te diga que hagas algo, obedece al instante y El también obrará milagros por ti!

EL VALLE DE LAS ZANJAS ROJAS (2 Reyes 3)

Josafat, el buen rey de Judá, y el joven y malvado Joram, rey de Israel, se encontraban en serios aprietos. Sus ejércitos habían partido a luchar contra los moabitas, que se habían rebelado contra Israel, y habían planeado atacarlos por sorpresa desde el oriente, por lo cual habían tomado un largo desvío a través del desierto. Pero ya no tenían agua para los hombres ni para los animales. Estaban a merced de los moabitas y no sabían qué hacer. Josafat decidió consultar al profeta Eliseo, ya que, según él, «tenía Palabra del Señor». Los dos reyes le explicaron a Eliseo que habían venido a hablarle de un asunto de suma urgencia. De pronto, dirigiéndose a Joram, Eliseo le preguntó por qué razón acudía a un profeta del Señor. --Consulta a tus propios profetas --le dijo--, ve a los profetas de tu padre y de tu madre. Joram era hijo de Acab, uno de los reyes más malvados que haya tenido Israel. Este, además de casarse con la perversa Jezabel, que había perseguido y dado muerte a


muchos profetas de Dios, había construido también un altar a Baal, dando alojamiento y sustento a cientos de profetas de aquel dios pagano, que se sentaban a la mesa de la reina Jezabel (1Reyes 16:30-33; 18:18,19). Aquella no era una manera muy diplomática de hablarle a un rey, pero Eliseo era un hombre muy valiente y quería que Joram supiera que estaba totalmente en contra de su conducta impía e idólatra. Así que agregó: --¡Si no fuese por la presencia de Josafat, rey de Judá, ni siquiera te miraría ni hablaría contigo! Pero debido a que se hallaba presente el rey Josafat, Eliseo accedió a escuchar su petición. Luego de enterarse de la situación, Eliseo dejó en claro que prestaría su ayuda únicamente por consideración al rey Josafat. Pidió que le trajeran un juglar y mientras éste tocaba una agradable melodía, «la mano del Señor vino sobre Eliseo, quien dijo: --Así ha dicho el Señor: Haced en este valle muchos estanques. Porque el Señor ha dicho así: no veréis viento, ni veréis lluvia; pero este valle será lleno de agua, y beberéis vosotros, y vuestras bestias y vuestros ganados. Y esto es cosa ligera a los ojos del Señor; entregará también a los moabitas en vuestras manos. Es fácil imaginar a Joram mofándose: --¡Cavar estanques en un valle desierto! ¡Qué absurdo! Pero Josafat creía en el profeta de Dios y mandó cavar los pozos. ¡Aquellos estanques fueron demostración de la fe de Josafat, pues hacía falta fe para poner a sus hombres cansados y sedientos a cavar zanjas en un valle reseco! Pero su recompensa llegaría pronto... A la mañana siguiente, salió el sol y el cielo se veía completamente despejado. No corría brisa ni había señal de lluvia. De pronto bajó de la montaña, «por el camino de Edom», un rugiente torrente de agua que se esparció por el valle, llenando los estanques hasta rebosar. Los soldados, los caballos y el ganado bebieron hasta saciar su sed y recobrar las fuerzas. Para entonces, los moabitas se habían despertado y estaban listos para presentar batalla. Al mirar hacia el oriente, observaron que los soldados de Israel se comportaban de manera muy extraña. Unos estaban de pie; otros se hallaban de rodillas, y algunos se encontraban tendidos en el suelo boca abajo. El lugar estaba cubierto de sangre, o por lo menos, así les pareció al ver el sol matinal reflejarse sobre el agua que colmaba las zanjas. --¡Miren! --gritaron-- ¡Los reyes se han vuelto uno contra otro y cada uno ha dado muerte a su compañero! Y descendieron de la montaña corriendo para acabar con los invasores. Claro está, cometieron un grave error. Al llegar a los estanques se dieron cuenta de que estaban llenos de agua y no de sangre. Los israelitas, que los habían visto acercarse, los estaban esperando, y se levantaron y atacaron a los moabitas, quienes huyeron de delante de ellos siendo perseguidos por el ejército de Israel en su propia tierra.


Israel logró una gran victoria sobre sus enemigos gracias a las instrucciones aparentemente absurdas que el Señor había dado a su profeta, y a que su rey las obedeció. ¡Si seguimos al Señor, nunca nos equivocaremos, porque lo que Dios nos aconseja siempre sale bien!

«¡HAZME UNA TORTA!» ¡La generosidad de una viuda hizo que salvara su propia vida! (1Reyes 17) . Este relato se refiere a un hecho acontecido en Israel, alrededor del año 900 a.C. ¡Era una época triste y difícil para la nación, pues se hallaba bajo el reinado del peor rey que había tenido hasta entonces: Acab! Acab se hallaba bajo la gran influencia de Jezabel, su esposa extranjera, a punto tal que adoptó su vil religión, el baalismo, que era el culto a Baal, el dios pagano. Bajo el malvado reinado de Acab y Jezabel, los profetas del Dios verdadero fueron metódicamente masacrados, y el baalismo se convirtió en la religión oficial del Estado. Con el objeto de hacer conocer Su desagrado, Dios envió a Su profeta Elías directamente a Acab con un mensaje de advertencia: --¡Vive el Señor, Dios de Israel, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra! Luego de dar aquella advertencia, Elías huyó al desierto, donde se ocultó de los soldados de Acab. El Señor lo condujo a un cañón solitario donde, además de correr un pequeño arroyo del que podía beber, fue alimentado milagrosamente por unos cuervos a quienes Dios ordenó que le llevaran todos los días pequeños trozos de pan y de carne. Tal como había profetizado el profeta Elías, no cayó una gota de lluvia y se produjo una severa sequía en el país. A medida que transcurrían los meses de calor sofocante, el sol abrasador quemaba la tierra en Israel. Los cultivos y las fuentes de agua se secaron y se produjo una gran escasez. Al cabo de poco tiempo, el arroyo Querib, de donde sacaba agua Elías, también se secó por completo. Pero Dios es fiel, y el mismo día que se secó el arroyo, «vino a Elías Palabra del Señor diciendo: --Levántate y vete a la ciudad de Sarepta y mora allí. ¡He aquí, Yo he dado orden allí a una mujer viuda para que te sustente!»


Sarepta se encontraba a 150 km al norte del arroyo Querib y Elías hubo de emprender aquel peligroso viaje a pie, por aquella región calcinada y desolada por la sequía. Luego de un viaje de varios días de penurias, en los que tuvo que cruzar desiertos desolados, peñascos rocosos y escarpados desfiladeros de montaña, finalmente llegó a Sarepta, una ciudad costera en lo que es hoy Líbano. Agotado, agobiado por el calor y cubierto de polvo, llegó al pórtico de la ciudad donde avistó a una mujer que recogía ramas. --¡Agua! --le gritó desesperado--. ¡Por favor, tráeme un jarro de agua para beber! La mujer se compadeció de aquel desconocido exhausto; cuando se levantó para ir a buscar agua, él le dijo: --¿Podrías traerme algo de comer también, por favor? Volviéndose, la mujer dijo: --Vive el Señor tu Dios, no tengo siquiera un trozo de pan, sino solamente un puñado de harina y un poco de aceite en una vasija. Mira, he venido a recoger algunas ramitas con qué cocinar, para llevar a casa y preparar una última comida para mi hijo y para mí, para que comamos y luego nos dejemos morir. ¡Seguramente, en aquel momento Elías comprendió que aquella era la pobre viuda que el Señor había prometido que le daría alimento y cuidado! Entonces le dijo con convicción: --No temas, ve y haz como has dicho. ¡Pero hazme a mí primero una pequeña torta, y luego haz algo para ti y para tu hijo! --Luego profetizó--: Porque el Señor Dios de Israel ha dicho así: «¡La harina de la tinaja no escaseará y el aceite no disminuirá, hasta el día en que el Señor haga llover sobre la faz de la tierra!» ¡Aquella pobre viuda debe de haber quedado completamente absorta ante aquella extraordinaria afirmación! Tal vez pensó: «Le he dicho que soy muy pobre, y que estoy juntando ramitas para preparar una última comida para mi hijo y para mí, y que luego nos moriremos de hambre. ¡Sin embargo me pide que prepare primero un pan para él!» Pero como Elías le había hablado con tanta autoridad en el nombre del Señor, ella sabía que debía de tratarse de un hombre de fe, de un profeta, y creyó que lo que él le decía era Palabra del Señor. Aquella pobre viuda decidió confiar en el Señor y hacer lo que Elías le pediá. Volvió rápidamente a su casa y sacó el último puñado de harina de la tinaja


en que la guardaba. Tomó la vasija de aceite y vertió las últimas gotas hasta dejarla completamente vacía. Después que hubo mezclado la harina y el aceite, y hubo amasado y horneado el trozo de pan para Elías, quedó absolutamente perpleja ante lo que sucedió. Es de imaginarse la escena. La pobre viuda ordenaba las cosas mientras se horneaba el pan para Elías. Al colocar en su lugar la vasija de aceite vacía, de pronto se dio cuenta de que estaba mucho más pesada que un rato antes. Al inclinarla, advirtió estupefacta que salía de ella aceite fresco. ¡Estaba llena! Rápidamente la apoyó en la mesa, y se dirigió a la tinaja donde guardaba la harina, y al destaparla, ¡lanzó una exclamación de asombro! En vez de la tinaja polvorienta y vacía de unos momentos antes, ¡encontró que estaba llena de harina fresca hasta el borde! ¡Había ocurrido un milagro! ¡Su corazón rebosaba de gratitud al Señor por aquella manifestación tan maravillosa de Sus bendiciones! Y tal como había profetizado Elías, «¡la harina de la tinaja no escaseó ni el aceite de la vasija disminuyó durante toda la sequía!» Aquella pobre viuda había estado tratando de salvarse a sí misma, juntando unas pocas ramitas para cocer la última comida de ella y de su hijo antes de morir. Pero cuando apareció el profeta de Dios y le dijo: «Hazme primero una torta a mí, y luego una para ti y para tu hijo», Dios la ponía a prueba para ver si estaría dispuesta a dar prioridad a Dios y a Su mensajero.

¡Y lo hizo! En consecuencia, Dios la bendijo grandemente, ya que en el transcurso de tres largos años de escasez, ¡nunca se le acabó la harina de la tinaja ni el aceite de la vasija! ¡Ella dio lo poco que podía, y Dios le devolvió mucho más de lo que jamás se hubiera


imaginado! Así es como obra Dios: ¡A El le encanta darnos mucho más de lo que nosotros mismos podemos dar! ¡Jamás podremos dar más que El! ¡Siempre nos devolverá mucho más de lo que nosotros podríamos darle a El! ¡Cuanto más demos nosotros, más nos devolverá Dios! David Livingston, el acaudalado misionero inglés que se aventuró a internarse en la selva del Africa y murió allí en servicio al Señor, dijo: «Jamás he hecho un sacrificio por Dios, ya que siempre me devolvió mucho más de lo que yo le daba a El!» ¡No hubo manera en que pudiera dar más que Dios! Y aunque acabó por entregar su vida, sin duda ha recibido recompensas eternas por todas las almas que llevó al Señor, ¡que fueron miles de personas salvadas para toda la eternidad! Lo que mucha gente no parece entender, es que la economía del Señor funciona al revés de la del mundo. La mayoría de la gente mundana piensa: «¡Cuando tenga millones, cuando sea rico, tal vez entonces comience a dar algo a los demás y a ayudar a los pobres y a la Obra de Dios!» Sin embargo, el Señor dice: «¡Comienza a dar lo que tienes ahora, y entonces Yo te lo devolveré y te daré más!» ¡Dios nos dice que la forma de obtener en abundancia es darlo todo! «¡El que retiene más de lo que es justo viene a pobreza, pero al que reparte generosamente le es añadido más!» (Proverbios 11:24) De modo que aunque no tengas mucho, Dios te bendecirá si se lo das a El. Y una de las maneras de dar al Señor es ayudando a los pobres y a Sus misioneros, hacer lo que puedas por ayudar a los que están desempeñando la tarea que Jesús encomendó a Sus discípulos: «Apacienta Mis ovejas» (Juan 21:15-17). El apóstol Pablo escribió lo siguiente a un grupo de creyentes a quienes había convertido al Señor: «Si nosotros sembramos entre ustedes lo espiritual, ¿es gran cosa si segáramos de ustedes lo material? Si otros reciben ayuda de ustedes, ¿no deberíamos nosotros participar aún más de ese derecho? El Señor determinó que los que anuncian el evangelio vivan del evangelio» (1Corintios 9:11-14). Así es como espera Dios que se mantengan Sus misioneros, aquellos que han renunciado a todo lo que poseen para «ir por todo el mundo y predicar el evangelio a toda criatura» (Marcos 16:15). Si los que reciben la Palabra de Dios a través de esos misioneros --tal como recibió la viuda de Sarepta la Palabra del Señor a través de Elías-- ayudan a los mensajeros de Dios en la medida en que pueden, el Señor mismo proveerá para ellos, e incluso «¡derramará bendición sobre ellos hasta que sobreabunde!» (Malaquías 3:10) Como sabrás, nuestra meta no es construir templos religiosos ni adquirir propiedades costosas. ¡No poseemos absolutamente nada! Todo lo que tenemos se emplea en la tarea misionera de llegar a quienesquiera que podamos, donde sea que los encontremos, ¡y compartir con ellos el amor de Dios, llevándoles las Buenas Nuevas de la Salvación eterna manifestada en Jesús! Jesús prometió: «Cualquiera que dé a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, por cuanto es discípulo, de cierto les digo que no perderá su recompensa!» Y:


«¡En cuanto lo hicieron por uno de estos mis hermanos más pequeños, por Mí lo hicieron!» (Mateo 10:42; 25:40) De modo que aunque no puedas unirte a nosotros en nuestra tarea de llevar el amor de Dios a los demás, ¡la Obra del Señor aún te necesita y puedes ayudarnos a alcanzar y convertir a todos lo que podamos, dando lo que puedas! ¡Que Dios te bendiga! ¡Te amamos y apreciaremos cualquier ayuda que puedas ofrecernos para continuar difundiendo Su mensaje de amor! «¡Da y se te dará! ¡Honra al Señor con tus bienes, y con las primicias de todos tus frutos; entonces serán llenos tus graneros con abundancia, y tus lagares rebosarán de mosto!» (Lucas 6:38; Proverbios 3:9,10)


¡LA IRA PUEDE SER MUY PELIGROSA! A uno que es mi amigo, hablé airado con brusquedad, y le produjo una herida que cicatrizó con dificultad. Aquella palabra dicha sin pensar, ojalá se nos borrase de la mente mas su recuerdo en nuestra memoria perdura y vive constantemente. Cierto autor cristiano relata la siguiente historia verídica: «En mi niñez, yo tenía muy mal genio, y eso hacía que muchas veces dijera o hiciera cosas antipáticas en un arrebato de ira.» «Un día, después de que insulté a un compañero de juegos y se fue llorando a casa, mi padre me dijo que por cada palabra que yo dijera enojado sin pensar iba a clavar un clavo en un poste del portón. Y cada vez que yo tuviera paciencia y dijera algo amable y agradable, arrancaría un clavo.» «Pasaron los meses. ¡Cada vez que entraba por la puerta, me acordaba de las razones por las que cada vez había más clavos! ¡Hasta que por fin, llegué a la conclusión de que arrancarlos era un ideal que me esforzaría por alcanzar!» «¡Por fin llegó el día tan ansiado! ¡Sólo faltaba un clavo! Mientras mi padre lo arrancaba, yo saltaba de contento exclamando orgulloso: '¡Mira, papá, no queda ni un clavo!'» «Recuerdo que mi padre se quedó mirando atentamente el poste salpicado de agujeros y respondió pensativamente: 'No, ya no quedan clavos... ¡pero sí quedan las cicatrices!'»


Cuán cierto es el dicho: «La ira de hoy es el remordimiento de mañana. Con cuánto pesar nos lamentamos de las cosas que hemos dicho en un arrebato de enojo, de palabras que hubiéramos preferido no decir nunca. ¡La ira descontrolada puede ser algo muy cruel y terrible! ¡Se ha dicho que «cuando Caín tenía la ira en el corazón, no faltaba mucho para el crimen»! Nunca se es tan vulnerable a los pensamientos del Diablo como cuando se siente una furia irrazonable. ¡El dominio de uno mismo es menor que nunca, la razón disminuye y generalmente se pierde el sentido común! ¡La ira puede ser muy peligrosa! ¡Cuando Moisés mató a un egipcio y tuvo que huir para salvar la vida, lo hizo en un arrebato repentino de cólera! (Exodo 2:11-15) Entonces tuvo que pasar 40 años cuidando paciente y humildemente ovejas en parajes solitarios, donde tuvo tiempo para escuchar la voz de Dios en vez de dejarse llevar por sus propios impulsos antes de estar preparado para la lenta y laboriosa misión de librar a los hebreos de los egipcios, la cual requería mucha paciencia. La Biblia habla mucho de la ira... ¡más que nada en contra de la ira! ¡Al menos en contra de la ira humana impaciente, egoísta, orgullosa, injustificada y sin amor que hace daño. Pablo nos dice: «Dejad toda amargura, enojo e ira.» (Efesios 4:31) Salomón nos advierte: «No te apresures en tu espíritu a enojarte, porque el enojo reposa en el seno de los necios. (Eclesiastés 7:9) La Palabra de Dios advierte asimismo: «No te hagas amigo del iracundo, ni te asocies con el que se enoja fácilmente.» (Proverbios 22:24,25), ¡porque el que se enoja se puede poner violento y hacerte daño o causarte problemas a ti y a otros!

¡Justa indignación! Pero no toda ira es forzosamente mala. Al fin y al cabo, la ira es una emoción natural creada por Dios que, en sí, no es buena ni mala. El hecho de que esté bien o mal depende de la razón o motivación que tengamos para enojarnos. El filósofo griego Aristóteles escribió muy acertadamente: «Montar en cólera es fácil; cualquiera puede hacerlo. Pero enojarse con la persona debida en el momento apropiado, con el motivo adecuado y de la manera debida... ¡eso no es fácil, y no todos pueden hacerlo!» Hoy en día la mayoría de los cristianos piensa por lo visto que la ira es pecado, y desgraciadamente, en la mayoría de los casos lo es. ¡Pero lo cierto es que a veces no es pecado enfadarse! ¡Dios mismo se enoja mucho con frecuencia, sobre todo con los impíos rebeldes que rechazan la Verdad y oprimen, persiguen y maltratan a los demás! Es más, su Palabra dice: «¡Dios está airado con el impío todos los días!» (Salmos 7:11) El sabio rey Salomón, escribió: «Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora» (Eclesiastés 3:1), ¡y desde luego hay ocasiones en que debemos enojarnos! Si no, ¿cómo vamos a tener el espíritu combativo, el ánimo, el ardor y el apremio para «pelear la buena batalla», «militar la buena milicia», «resistir al Diablo»,


«predicar la Palabra, redarguir, reprender y exhortar» y hacer todas las demás cosas que tenemos la obligación de hacer como activos soldados cristianos para resistir y combatir el pecado, el mal y las fuerzas del Diablo! (1a a Timoteo 6:12, 1:18; Santiago 4:7; 2a a Timoteo 4:2) Aunque en la Biblia hay muchos ejemplos que ilustran claramente los efectos negativos de la ira descontrolada, ¡también hay muchos ejemplos de hombres de Dios que se enojaron por una buena razón, por razones justas, y su ira piadosa los impulsó a combatir el mal, corregir lo errado y enderezar lo torcido! Por ejemplo la Biblia cuenta que Sansón --el juez tan poco convencional de quien Dios se valió para librar a su pueblo de sus enemigos-- descubrió en una ocasión que sus enemigos le habían traicionado y engañado, y «el Espíritu del Señor vino sobre él... y se encendió su enojo!» ¡El Señor de hecho lo ungió para que se enojara y se valió de su enojo para que se alzara y derrotara a los enemigos del pueblo del Señor! (Jueces 14:19) Otro ejemplo parecido lo vemos en 1º de Samuel capítulo 11: Saúl acababa de ser escogido rey. Ciertos enemigos de Israel, los amonitas, fueron y sitiaron la ciudad de Jabes de Galaad. ¡Unos mensajeros le llevaron a Saúl la noticia de que los amonitas habían jurado cruelmente no hacer la paz a menos que los hombres de Jabes se rindieran y permitieran que los amonitas les sacaran el ojo derecho, afrentando así a todo Israel! La Biblia dice: «¡Al oír Saúl estas palabras, el Espíritu de Dios vino sobre él con poder, y él se encendió en ira en gran manera!» (1º de Samuel 11:6) ¡Entonces ordenó que todos los hombres de Israel acudieran inmediatamente en ayuda de Jabes, y congregó un gran ejército que derrotó y venció totalmente a los perversos amonitas! Dice el Nuevo Testamento que hasta Jesús se llenaba con frecuencia de ira justa, o indignación justa. En el capítulo 3 de Marcos dice que Jesús entró en una sinagoga judía y encontró a un hombre con una mano seca o paralizada. Algunos de sus enemigos religiosos hipócritas observaban atentamente para ver si desobedecía las leyes de Moisés curando a aquel pobre hombre en el día de reposo (sábado), el día santo de los judíos. Jesús le ordenó al hombre de la mano seca:: «¡Levántate delante de todos!» Entonces, volviéndose a los líderes religiosos hipócritas, les preguntó: «¿Qué es lo lícito en los días de reposo? ¿Hacer el bien o hacer el mal? ¿Salvar la vida o quitarla?» Esta pregunta los dejó en silencio. «Entonces, mirándolos con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones, dijo al hombre: '¡Extiende la mano!'» ¡Y la mano del hombre se curó y sanó por completo! (Marcos 3:1-5) Aquí tenemos un caso en que el propio Jesús se enojó entristecido por la hipocresía y dureza de corazón de sus acusadores. Otra ocasión en que la Biblia dice que Jesús se enojó fue cuando le llevaron niños para que les impusiera las manos y bendijera. Pero sus discípulos reprendieron y trataron de echar a los que habían llevado a los niños. «Viéndolo Jesús, se indignó, y les dijo: '¡Dejad que los niños vengan a Mí! ¡No se lo impidáis, porque de ellos es el Reino de Dios!'» (Marcos 10:13,14) Jesús se enojó cuando vio que sus discípulos trataban de


impedir que los niños se acercaran a él. Y sin duda lo hizo con un tono de voz indignado cuando ordenó: «¡Dejad que los niños vengan a Mí!» Entonces, ¿por qué no nos vamos a enojar también nosotros con cualquiera o cualquier cosa que pueda impedir o evitar que la gente se acerque a Jesús? ¡Por supuesto, el máximo ejemplo de la ira de Jesús fue cuando emprendió un ataque total contra los líderes religiosos falsos, farsantes, fariseos e impostores de su tiempo! Cuando vio que los líderes religiosos les robaban a los pobres y los explotaban en nombre de Dios, hizo un látigo El mismo, irrumpió en el templo y El mismo azotó y expulsó a los cambistas, volcó sus mesas, desparramó su dinero y los reprendió a voces diciendo: «¡Habéis convertido la casa de oración en guarida de ladrones y salteadores!» (Juan 2:1416; Mateo 21:12-13) Más tarde aquel mismo día, Jesús dio su mensaje final a los fariseos, enfureciéndose tanto con su hipocresía y santurronería, su opresión inmisericorde de los pobres y su rechazo de la Verdad de Dios, que estalló como una bomba soltando la verdad, y los desenmascaró, acusó, maldijo y literalmente condenó al infierno! ¡Les puso el dedo en la llaga de tal manera con su mensaje, que a partir de aquel momento decidieron matarle, y lo hicieron crucificar unos días más tarde! ¡Lee Mateo 23!

¡Esos y otros muchos ejemplos de la Biblia dejan claro que hay ocasiones en que hay que enojarse, y que tal «indignación justa» es de Dios! La misma Palabra de Dios nos dice: «¡Airaos pero no pequéis!» (Efesios 4:26) O sea, que el Señor nos enseña que de hecho debemos enojarnos, siempre y cuando sea por razones justas y por motivos justos.


Como por ejemplo contra la hipocresía, contra las injusticias, o si hacen daño o abusan de inocentes. ¡Tal ira piadosa debería motivarnos a tratar de corregir las injusticias, deshacer entuertos y tomar medidas positivas para solucionar situaciones injustas! Esa es la diferencia entre la ira inspirada por Dios y la «ira del hombre», de la cual dice la Biblia: «La ira del hombre no obra la justicia de Dios.» (Santiago 1:20) Pero la ira justa, la ira inspirada por Dios, produce buenos resultados.

Cómo controlar la ira Desgraciadamente, no nos enojamos generalmente por razones tan nobles como las arriba mencionadas. Con frecuencia nuestra ira es fruto de nuestra preocupación por nosotros mismos, del egoísmo. No conseguimos que las cosas salgan como queremos, nos han ofendido en nuestro orgullo o nos parece que de alguna forma nos han menospreciado o maltratado, y por eso nos exasperamos, molestamos y enojamos. ¡Cuando te des cuenta y reconozcas que te estás enojando o alterando de esa manera --y de que evidentemente no es una «indignación justa»-- debes hacer un gran esfuerzo por dominar tal ira en vez de dejar que se desboque el mal genio en forma de palabras o acciones incontroladas! La Biblia dice: «Sea todo hombre pronto para oír, tardo para hablar y tardo para airarse.» (Santiago 1:19) Ser «pronto para oír» equivale a decir «escuchar atentamente». Si puedes escuchar con paciencia lo que pasa y contenerte lo suficiente para pensar y orar a fin de saber cómo hablar y responder, generalmente podrás controlarte y expresar lo que piensas sin peligro. «El necio da rienda suelta a toda su ira, mas el sabio al fin la sosiega» (Proverbios 29:11) No hables cuando estés enojado y alterado en tu propio espíritu, sino después de haberte calmado. Las palabras dichas con impaciencia nunca ayudan a juzgar una situación con serenidad. El sabio controla su genio. ¡Sabe que la ira es causa de errores, hace daño a las personas a las que queremos y acaba con las amistades! La ira es una emoción intensa y hay que expresarla de alguna manera. Es natural que no tengan paciencia los que siempre la están perdiendo. Es cierto que manifestar ira apasionada y violentamente --gritando, con palabras bruscas y alterándose-- obtiene resultados, ¡pero éstos generalmente no son muy positivos! ¡«Subirse por las paredes», como dicen, no es una buena manera de subir de posición! ¡Y, «los que montan en cólera siempre se caen»! Claro que en este caso nos referimos a la «ira del hombre», la que nosotros mismos generamos en nuestro espíritu, no a la indignación justa inspirada por el Señor. Porque si te mueve una indignación justa, tus palabras bruscas y sentimientos alterados pueden lograr resultados positivos y puedes mover a otras personas haciéndolas conscientes del pecado, el mal o las injusticia que te han provocado a ti! Como le dijo el Señor a su profeta


Isaías: «¡Clama a voz en cuello, no te detengas, alza tu voz como trompeta y anuncia a mi pueblo sus pecados!» (Isaías 58:1) La Palabra de Dios nos llega a decir: «Los que amáis al Señor, aborreced el mal.» Y: «El temor del Señor es aborrecer el mal, la soberbia, la arrogancia y el mal camino.» (Salmo 97:10; Proverbios 8:13) Si de veras amas y temes al Señor, tienes auténtica convicción y entusiasmo inspirado por Dios, no te quedarás cruzado de brazos sin decir nada ni reaccionarás con pasividad ante grandes males, fechorías e injusticias, sino que darás la cara hablando en contra de esas cosas. ¡Con enojo si es necesario! Semejante ira justa es saludable y hay que expresarla. El profeta Jeremías, cuando vio la rebelión e iniquidad de su descarriado pueblo, dijo: «¡Estoy lleno de la ira del Señor! ¡No me puedo contener!... ¡Si dijera: 'No me acordaré más de El ni hablaré más en su nombre', su Palabra es en mi corazón como fuego ardiente metido en mis huesos! ¡Estoy cansado de contenerlo, ciertamente no puedo!» (Jeremías 6:11; 20:9) (Ver también «¡Fuego para hablar de Dios!», página 431) Pero si sabes que tu ira no es sino resultado de que te han ofendido en tus sentimientos o tu orgullo, todavía tienes que hacer algo al respecto si se te ha acumulado en tu interior. Pero como ya te hemos indicado, por lo general es muy imprudente desfogar tal cólera en los demás. Una solución cuya efectividad muchos han comprobado es canalizar por otro lado la ira. Canalizar la energía acumulada que ha generado la ira, por ejemplo cortando la hierba, trabajando en el jardín, dando un paseo, haciendo ejercicio, lavando el auto, etc., aparta la mente de lo que nos enojó en un principio, dándonos así tiempo para calmarnos, pensar y orar en busca de una solución al problema. Claro que hay muchos cristianos que sienten remordimiento cuando se enojan, y por eso tratan sencillamente de no pensar en que están enojados y fingen no estarlo. ¡Pero no hacer caso de la ira sería como tomar el cesto de la basura lleno de papeles ardiendo y esconderlo en el armario! Es cierto que el fuego puede terminar apagándose, ¡pero lo más probable es que termine incendiando la casa! ¡La ira acumulada que no se manifiesta es mala para la salud y se ha demostrado clínicamente que produce toda clase de trastornos que van desde las úlceras a la ansiedad y desde los dolores de cabeza a la depresión nerviosa! ¡Así que, si reconoces que te estás enojando de forma irrazonable con alguien, procura confesarlo antes de descontrolarte! Por ejemplo, si la conversación se está poniendo acalorada y te estás poniendo un poco tenso, podrías decirle a la otra persona: ¿Sabes? La conversación está tomando tal cariz que creo que estoy empezando a alterame. No quiero enojare, y sé que tú no quieres que me enoje, de modo que tal vez podríamos detenernos a orar y reiniciar la conversación más tarde, después de que le hayamos pedido al Señor que nos ayude a resolver la situación.» ¡Esa es una manera excelente de reaccionar, confesar tu ira de tal manera que la otra persona sepa que te estás enojando, pero sin hacer que se enoje también! Puedes decirle: «Perdona, me estoy


alterando. ¿Qué podemos hacer para arreglarlo? ¿Podrías orar conmigo?» ¡Si ya es tarde y te has enojado con una persona, no dejes que el orgullo te impida pedir perdón! ¡El mal genio mete a la gente en problemas, pero el orgullo la hace que siga teniendo esos problemas! ¡Y si una persona se ha enojado injustificadamente contigo, perdónala! ¡El mejor remedio para un temperamento brusco es una oración pausada! ¡Si te cuesta dominarte, ora pidiéndole a Jesús que te ayude! ¡Hasta puedes pedirles a otras personas que oren en grupo por ti, porque la oración en grupo es muy efectiva! ¡Apréndete de memoria versículos que hablen de la ira y de cómo debemos comportarnos los cristianos unos con otros! Proverbios 16:32 dice: «¡Mejor es el que tarda en airarse que el fuerte, y el que domina su temperamento que el que conquista una ciudad.» ¡Pídele a Jesús hoy mismo que te ayude! ¡El nunca falla! (Ver también «Argumentos contra las discusiones, en la página 537, y «¡Cómo superar los vicios!», en la 727.) Por supuesto, hay ocasiones en que nos enojamos o alteramos justificadamente con alguien, como por ejemplo cuando nos hace daño adrede y a propósito o se lo hace a otros. Jesús dijo: «Cualquiera que se enoje contra su hermano sin causa, será reo de juicio» (Mateo 5:22, traducción directa de la versión inglesa King James), lo cual demuestra que a veces hay una «causa» o razón para estar enojado, incluso con el propio hermano. Por eso dijo el Señor: «Si tu hermano peca contra ti, repréndele, y si se arrepiente, perdónale.» (Lucas 17:3) Según el diccionario, «reprender» significa «censurar, amonestar». Pero recuerda que el amor, la humildad y la oración resuelven todos los problemas, y que «en la medida en que tú perdones a los demás sus pecados, así te perdonará tu Padre celestial los tuyos.» (Mateo 6:14,15) ¡Y «hazles a los demás como quieras que hagan contigo» (Mateo 7:12), porque ésa es la ley divina del Amor! ¡Que Dios te ayude a tener amor y amabilidad y a perdonar, y a no enojarte ni alterarte sino cuando lo haga el Señor en ti! ¿Amén? ¡Que Dios te bendiga!


¡LA ALMOHADA DEL SEÑOR CURA!

Algunas personas siempre dicen «pero» a todo. Ponen «peros» siempre que escuchan algo que no quieren aceptar. Aun cuando se les dice la VERDAD, responden con: ¡PERO! ¡PERO! ¡PERO! «¡Me parece bien lo que haces, pero...» Es un buen hombre, pero...»; «Sí, sé que tienes razón, pero...» Había una vez una mujer muy dada a los «peros», que se disgustaba con las cosas que le decía un viejo cura muy respetuoso de Dios. Un día, las palabras de aquel anciano le resultaron inaguantables. Eran verdad, «pero» se enfadó tanto que soltó una sarta de «peros». Fue por todas partes contando mentiras y chismes maliciosos sobre él. Se esforzó cuanto pudo por poner a todos en contra del amable cura, con sus terribles habladurías y su cotilleo. Pero cuanto más hablaba, más se entristecía. Al final se sintió tremendamente desdichada y empezó a arrepentirse de todas las mentiras que había dicho.

Por fin, con lágrimas en los ojos, acudió a casa del cura para pedirle que la perdonara.


--He dicho muchísimas mentiras sobre usted --le dijo--. Le ruego que me perdone. El viejo padre tardó un buen rato en responder. Parecía estar profundamente sumido en sus pensamientos y orando. Al fin dijo:

--Sí, te voy a perdonar; pero antes tendrás que hacer algo por mí. --¿Qué quiere que haga?» --dijo un poco sorprendida. --Sube conmigo al campanario y te lo explicaré --le respondió, mirándole fijamente a los ojos--. Pero antes iré a buscar una cosa a mi habitación. Cuando el cura volvió de su cuarto traía bajo el brazo una gran almohada de plumas. La pobre mujer apenas podía ocultar su asombro y su creciente curiosidad. La mujer, nerviosísima, casi no podía contenerse de preguntar para qué era la almohada y para qué subían al campanario. No obstante, guardó silencio; y algo jadeantes los dos llegaron por fin al campanario de la iglesia.


El viento soplaba suavemente por las ventanas abiertas del campanario. Desde la torre se divisaba una gran extensión de campo, hasta más allá del pueblo. De pronto el cura, sin decir palabra, rasgó la almohada y tiró todas las plumas por la ventana.

El viento y las brisas se llevaron las plumas dejándolas caer por todas partes: en los tejados, en las calles, debajo de los autos, en las copas de los árboles, en los patios donde jugaban los niños, aun en la carretera y más allá, hasta perderse en la distancia.


El cura y la mujer se quedaron un rato viendo revolotear las plumas. Por fin el anciano cura se volvió hacia la mujer y le dijo: --Ahora quiero que vayas y me recojas todas esas plumas. --¿Recoger todas esas plumas? --dijo con voz entrecortada--. ¡Pero eso es imposible! --Sí, lo sé --dijo el cura--. Esas plumas son como las mentiras que dijiste de mí. Lo que has empezado, ya no lo puedes parar, por mucho que te arrepientas. Tal vez logres decirles a algunas personas que lo que les contaste de mí era mentira, pero los vientos de las habladurías han desparramado tus mentiras por todas partes. Es fácil apagar un fósforo (cerilla), pero imposible extinguir el gran incendio forestal que puede ocasionar ese mismo fósforo. «Así también la lengua es un miembro pequeño. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!» (Santiago 3:5)

LA FACULTAD DE ELEGIR

Éste es uno de los misterios de la voluntad de Dios y de Su plan, que nos ha otorgado a cada uno la facultad inmortal de elegir, de escoger personalmente entre obrar bien o mal. Ésta es una de las cosas que al parecer la gente no entiende sobre Dios: que a Él le gusta mucho darnos lo que escogemos, del mismo modo que hacemos nosotros con nuestros hijos, en tanto que no sea nada malo para nosotros, ni para los demás. Así que al contrario de lo que cree la mayoría de la gente, Dios no escoge en nuestro lugar, tenemos que escoger nosotros, por nosotros mismos, para eso nos puso Dios en éste


mundo, y eso es lo que tenemos que aprender: a tomar decisiones acertadas mediante un contacto personal con Él, nuestro conocimiento de su Palabra y Su voluntad, y nuestro amor a Él y al prójimo. El hombre fue creado para escoger entre el bien y el mal, entre obrar bien o mal, entre servir a Dios, o a sí mismo y al Diablo, y para que aprendiera las ventajas que le brinda servir a Dios cosechando la alegría, la felicidad y los placeres de obedecer las amorosas normas que Dios le ha dado por su bien, y adorar a Dios y darle gracias por todo ello, como un hijo agradecido a su Padre Celestial, para creer en Él, confiar en Él y en Su Palabra, y obedecerles por su propio bien, y para la Gloria de Dios. Peo el hombre también puede creer las mentiras del Diablo y rebelarse contra Dios, desobedecerle y negarse a creer Su Palabra, siguiendo su propio camino, y pagando las consecuencias de infringir las leyes divinas de salud física, mental y espiritual. Rebelarse contra ella y desobedecerlas es causa de enfermedad, infortunio, dolor y sufrimiento. Es la inhumanidad del hombre contra sí mismo. Genera crueldad, atrocidades, guerras, males económicos, infelicidad, angustia mental, locura, y por último la muerte y el infierno después, como castigo por haber violado las leyes y reglas de Dios, que fueron creadas para nuestra salud y felicidad. ¿Qué vas a escoger tú? ¡Que Dios te bendiga y te ayude a escoger bien, de acuerdo con Su amor. Sino tienes Su amor en tu corazón, puedes recibirlo ahora mismo. Haciendo una sencilla oración, y pidiéndole a Jesús que entre en tu corazón, y te lene de Su amor y vida eternos. ¡Te amamos!


¡LA GRAN FE DE UN SOLDADO! (Lucas 7 y Mateo 8)

Vivía en Capernaum, ciudad de Israel, un importante oficial del ejército romano. Se trataba de un centurión de quien dependía directamente una guarnición de 100 hombres. él y sus hombres habían vigilado de cerca todos los movimientos de Jesús desde el comienzo de Su ministerio en esa región. Tenían el deber de no permitir que aquel galileo hiciera o dijera nada que incitara al pueblo a rebelarse contra Roma. Sin embargo, habiendo oído de vez en cuando a Jesús hablar a las gentes sobre el celestial Reino del Amor de Dios, el centurión le había tomado respeto a Jesús, por entender que el Reino del que él hablaba difícilmente suponía amenaza alguna para Roma, la cual, a pesar de todo su poderío y grandeza, ¡hasta podría beneficiarse un poco de aquel amor que él pregonaba! Un día, al enfermar mortalmente su siervo más querido, enseguida pensó en todo lo que Jesús había hecho por los enfermos y los inválidos, y caviló, "Me pregunto si podría curar también a mi siervo." Había, sin embargo, un inconveniente: ¿Cómo podría él, siendo romano, acudir a un judío pidiendo auxilio, en una época en que la mayoría de los judíos despreciaban a los ejércitos del César? ¿Acaso aquel Jesús, conocido por el amor y el interés que manifestaba por todos, aceptaría alargar la mano más allá de los confines de su propia raza judía, para ayudar a alguien con quien los judíos estaban en pugna? De pronto, se le ocurrió, "Seguramente puedo mandar llamar a algunos ancianos de los judíos" razonó, "hombres respetados con quienes he tenido tratos, ¡y quizá ellos podrían hablar con Jesús en nombre mío!" Los ancianos, pues, que estaban muy agradecidos al centurión por el favor que había demostrado hacia su pueblo, fueron y


presentaron a Jesús la petición del centurión para que curase a su siervo. Le dijeron, "Este hombre es muy merecedor de Tu ayuda. ¡Ama a nuestro país y ha ayudado personalmente a financiar la construcción de nuestra sinagoga!" Así, pues, Jesús accedió a ir a su casa; pero no estando ya lejos de allí, el centurión envió a unos amigos con un recado que decía, "Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo. ¡Solamente di la palabra, y mi criado será sano! Porque soy un hombre con autoridad, y tengo bajo mis órdenes a soldados, y digo a éste, `Ve', y va, y al otro, `Ven', y viene. Y si digo a mi siervo, `Haz esto', lo hace." Jesús, al oír estas palabras, se maravilló, y dijo a los que le seguían, "¡Fe tan grande como ésta no la he hallado en todo Israel!" ¡Quién hubiera creído que semejantes palabras pudieran brotar de los labios de Jesús, afirmando, delante de Sus hermanos judíos, que un gentil romano tenía más fe que cualquier otra persona en todo Israel! No solo era soldado romano, sino un destacado oficial, y ni siquiera se había sentido digno de ir a ver a Jesús en persona, ni de invitarlo a entrar en su casa. ¡Pero creyó que aun desde cierta distancia Jesús podía sanar a su siervo, sin tener así que entrar personalmente a su casa, que fue exactamente lo que ocurrió! La Biblia nos relata que finalmente Jesús se encontró con el centurión fuera de su casa, y en el mismísimo momento en que Jesús lo alabó por su gran fe, ¡su criado se curó! ¡Así, de un momento a otro, aquel centurión que se humilló delante del Señor pasó a la historia junto con los grandes personajes de Dios de todos los tiempos, ya que Jesús vio en él más fe que en los mismos judíos ultrarreligiosos que tanto alarde hacían de sus larguísimas oraciones y de sus tradiciones y ceremonialismo! Es más, era tal el contraste entre aquel soldado y el presunto "Pueblo de Dios", que Jesús declaró lo siguiente: "Os digo que vendrán muchos de todas partes del mundo, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el Reino de los Cielo; mas los hijos del Reino, los que hubieran sido sus herederos, ¡serán arrojados a las tinieblas de afuera!" (Mateo 8:11,12) En esta profecía, Jesús dio a entender que muchas gentes de otros países y naciones le aceptarían como Señor, mientras que otros que vivían muy cerca de él y tenían múltiples ocasiones de conocerle, ¡le rechazarían, perdiendo así su oportunidad de entrar el Reino de Dios! Jesús, satisfecho con la fe del centurión, dijo, "¡Ve! ¡Te será hecho tal como creíste!" ¡Y su siervo fue sanado en aquella misma hora! ¡Imagínate al oficial regresando a su casa y viendo a su criado sonriente y perfectamente sano, lleno de gratitud por lo sucedido! Huelga decir que el centurión probablemente se volvió hacia él y dijo, "¡Da gracias a Dios que te ha curado! ¡Fue por obra de Jesús de Nazaret! ¡Es él quien ha hecho este milagro!" ¿Verdad que es una lástima que hoy en día muchos cristianos releguen a un pasado remoto los hechos de Cristo y de Sus discípulos, y los milagros que obraron? ¡Son muchos los que no se detienen a pensar en el extraordinario mensaje contenido en estos relatos históricos del Hijo de Dios! Inclusive, parecen contemplar estas narraciones como


fantasías desvinculadas de toda realidad. Dicen: "¡Todo eso está lejísimos, Dios está lejísimos, el Cielo está lejísimos! ¡Jesús hace ya siglos que murió, todo parece tan distante!" ¡Cuando lo cierto es que esas cosas todavía pueden ocurrir hoy en día, y de hecho, ocurren a las personas provistas de suficiente fe como para creer que Dios habla en serio cuando dice lo que dice! ¡Su presencia sigue siendo tan real como siempre! Dios aún vive, se encuentra bien y obra con tanto poder como siempre entre aquellos que confían en El. Dice: "¡Yo, el Señor, no cambio!" (Malaquías 3:6) Y, "Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos." (Hebreos 13:8) "Si crees, ¡al que cree todo le es posible!" (Marcos 9:23) ¡El día de los milagros no ha pasado! ¡Dios aún se ocupa de transformar los cuerpos que lo necesitan, así como también los corazones, mentes y espíritus! ¡A El, que es el Dios de la creación, curar no le resulta difícil! ¡El, que creó el cuerpo humano, puede arreglarlo! ¡Aquel que nos hizo, sin duda es capaz de curarnos! Su Palabra dice: "¡Mas a vosotros que teméis Mi Nombre, nacerá el Sol de justicia, y en Sus alas traerá curación!" (Malaquías 4:2) REFLEXION--¡La Gran Fe De Un Soldado! Esta historia nos ofrece una magnífica ilustración de cómo se obtienen respuestas a las oraciones. El centurión depositó su fe en la Palabra de Jesús. Para conseguir lo que necesitaba, no tenía que ver ni tocar a Jesús. Es más, Jesús le dijo: "Ve, y como creíste, te sea hecho" (Mateo 8:13). Pese a que Jesús jamás entró a la casa ni llegó a ver al siervo, lo sanó igualmente. ¡Acuérdate de que tienes a tu favor todas las promesas que ha hecho Dios en la Biblia! Cuando reces, trae contigo esas promesas. Cuando le recuerdas a Dios Su Palabra, demuestras que tienes fe en ella. Lo que agrada a Dios es esa firme declaración de tu fe en Su Palabra (Véase Hebreos 11:6). ¡A aquel soldado no le hicieron falta años de estudiar en un seminario y de formación teológica para tener fe! Simplemente creyó con una fe sencilla e infantil, y Dios lo bendijo. El centurión hizo una firme declaración de fe. No se limitó a pensar: "Vaya, quizá Jesús pueda hacer algo"; sino que dijo con certidumbre: "¡Solamente di la Palabra, y mi criado será sano!" (Mateo 8:8) No solo profesó su fe ante Jesús, ¡sino que envió ese recado por medio de sus amigos, que también fueron testigos de aquella poderosa respuesta divina! La gran fe del centurión no fue obra de sí mismo. Al contrario, se sintió desmerecedor e indigno de que Jesús entrara siquiera en su casa. Depositó su fe en el amoroso poder de Dios, no en su propio mérito, pues en realidad se avergonzaba de sí mismo. Pese a sentirse indigno, su fe lo llevó a tomar medidas concretas, razón por la que


envió mensajeros para que fuesen al encuentro de Jesús. Muchas veces nosotros también nos sentimos apocados e indignos del socorro divino; ¡sin embargo, si vamos al encuentro de Jesús mediante el poder de la oración, cumplimos con la parte que nos corresponde a nosotros, la parte que nosotros podemos hacer, y Dios hará el resto, la parte que nosotros no podemos! Cuando necesites seguridad y fe para creer que Dios contestará a tus oraciones, he aquí unos magníficos versos para que los leas y te afirmes en ellos al momento de orar: Juan 15:7 -- Si permaneces en Mí, y Mis Palabras permanecen en ti, pide todo lo que quieras y te será hecho. Jeremías 29:13 -- Y me buscarás y me hallarás cuando me busques de todo tu corazón. 1Juan 3:22 -- Y cualquier cosa que pidamos la recibiremos de él, porque guardamos Sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. Santiago 4:8 -- ¡Acércate a Dios, y él se acercará a ti! 1Juan 5:14 -- Y esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a Su voluntad, él nos oye.

¡LA NECEDAD! ¡NO ES COSA DE RISA!

En el mejor de los casos, la necedad es más bien algo así como bromear y hacer tonterías en general. Puede parecer inofensiva e inocente, simplemente una forma de desahogarse, pero con frecuencia conduce a actuar en forma ridícula, irreflexiva y absurda. Los que se dejan atrapar por un espíritu de necedad hacen o dicen con frecuencia cualquier cosa para llamar la atención o hacer reír a los demás, hasta bromas pesadas o


cosas que hacen daño. «El hacer maldad es como una diversión al insensato.» (Proverbios 10:23) «Los labios del necio causan su propia ruina. Al principio sus palabras son necedad, y el fin de su charla, nocivo desvarío. El necio multiplica sus palabras.» (Eclesiastés 10:1214) La Biblia dice: «La boca de los necios habla sandeces.» (Proverbios 15:2) ¡A la luz del sentido original de las palabras traducidas del hebreo por «necio» y «necedad», esto quiere decir literalmente que la boca de los irreflexivos, los faltos de entendimiento, seguros de sí mismos, vacíos, testarudos, estúpidos, atolondrados y rebeldes derrama tonterías, cosas sin sentido, vaciedades, presunción y cosas sin gracia! ¡Como ves, para el cristiano, la necedad no es cosa de risa! Hay una gran diferencia entre tener sentido del humor y ser necio. Tener un gran sentido del humor es muy útil en la vida. Pero la necedad excesiva es un problema que hay que superar mediante la oración y un estudio serio de la Palabra de Dios. La necedad es un medio del que se vale frecuentemente el Diablo para introducir un poco de pecado en nuestra vida. Al principio la necedad empieza haciendo chistes y gracias, incluso gracias para entretener a los demás, aparentemente inofensivas. ¡Pero si continúan, generalmente terminan volviéndose lo que la Biblia llama «profanas y vanas palabrerías que conducirán a más y más impiedad»! (2a a Timoteo 2:16,17) Hablar de necedades conduce con frecuencia a exagerar y distorsionar la verdad y a decir mentiras y embustes descarados. Puede que parezca una jugarreta inofensiva hecha «en broma», pero la Biblia dice: «Como el que enloquece y echa llamas o saetas mortales, es el que engaña a su amigo y dice: '¡Lo hice en broma!'» (Proverbios 26:18,19) «La insensatez del hombre tuerce su vida.» (Proverbios 19:3) ¡Las conversaciones ociosas, vacías y sin rumbo le dan una oportunidad al Diablo de hacernos bajar la guardia para que él pueda entrar y hacernos decir cosas imprudentes y faltas de amor! Por eso les advirtió Jesús a sus discípulos: «Mas Yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta el día del juicio. ¡Porque por tus palabras serás justificado, y por tus palabras serás condenado!» (Mateo 12:36,37) ¡Es seguro que tu vida va a afectar la de otras personas! «Ninguno de nosotros vive para sí.» (Romanos 14:7) Todo el mundo influencia a alguien. A veces, una simple palabra, o una mirada, una sonrisa, o la falta de una sonrisa, pueden hacer una gran diferencia. No olvides que las palabras son cosas vivas: ¡o bendicen o maldicen, alientan o abaten, salvan o condenan! «El que guarda su boca y su lengua, su alma guarda de angustias.» (Proverbios 21:23) ¡El mundo trata de zambullirse en placeres, espectáculos y diversiones, y la gente desperdicia incontables horas viendo películas estúpidas y programas tontos y absurdos de TV, o leyendo novelas vanas y frívolas, o escuchando sus equipos estéreo a todo volumen para quitarse de la cabeza las cosas en las que tendría que estar pensando! Si bien es cierto que necesitamos dedicar tiempo a relajarnos y evadirnos de problemas serios y


trabajo agotador, el exceso de «diversiones frívolas» puede convertirse en una trampa del Diablo para distraernos ahogando la voz de Dios! Con el poco tiempo que tenemos la mayoría de nosotros en nuestro apretado horario para orar, leer la Palabra de Dios y llevar su amor a los demás, es una verdadera lástima desperdiciar nuestros ratos libres participando en conversaciones superficiales, bromas y necedad. La boca de algunos es como un agujero en un balde. ¡En el momento en que la abren se les escapa todo lo que tienen en la cabeza! «¡La lengua de los sabios emplea bien la sabiduría, mas la boca de los necios habla sandeces!» (Proverbios 15:2) ¡Si no tienes la ayuda de la sabiduría de Dios, puedes ser muy estúpido! Las conversaciones necias se han convertido en pasatiempo de los intelectuales en la actualidad; es algo que se vuelve un alarde egotista de «inteligencia» mundana, además de un hábito de muy difícil erradicación. Con frecuencia está mezclado con sarcasmo y cinismo, lo cual, combinado con la ridiculización y crítica de otras personas, las ofende y es causa de contiendas. ¡Aunque sean cincuenta millones de personas los que dicen una estupidez, sigue siendo una estupidez! «¡El que anda con sabios, sabio será, mas el que se junta con necios será quebrantado! ¡Por tanto, vete de delante del hombre necio, porque en él no hallarás labios de ciencia!» (Proverbios 13:20 y 14:7) ¡Es muy mal ejemplo y testimonio que los hijos de Dios sean tontos, hagan y digan tonterías y se les pueda acusar de necedad! «El pensamiento del necio es pecado.» (Proverbios 24:9) Lo único que muchos conocen en este mundo es la superficialidad, la frivolidad, el querer agradar a los hombres y la hipocresía. A muchos les alegra mucho tener una oportunidad de conocer a alguien serio y que se interese por ellos, y a quien le puedan contar sus más íntimos pensamientos y sentimientos o hasta temores. Bajo la capa y fachada artificial de la necedad, la mayoría de los corazones alberga un anhelo de amor verdadero, una comunicación más profunda y auténtica comprensión. La mundanería y la necedad son prácticamente una misma cosa. «La sabiduría de este mundo es insensatez para con Dios! ¡Porque el Señor conoce los pensamientos de los sabios del mundo, que son vanos!» (1a a los Corintios 3:19-20) ¡No te puedes llenar los ojos, los oídos y la mente de la sabiduría mundana, de la necedad del hombre, sin que te influya en el corazón y el espíritu de un modo negativo! ¡Así que ten cuidado con lo que lees y ves en la TV, y con las cosas de las que hablas con los demás! La mejor solución y remedio para la necedad es leer y vivir la Palabra de Dios. Jesús dijo: «¡Las Palabras que Yo os he hablado son Espíritu y son Vida!» (Juan 6:63) Si dedicas un poco de tiempo cada día a llenarte la mente y el corazón de la Palabra vivificadora, alentadora y edificante de Dios, te empapará el corazón y el espíritu


manifestándose en tus pensamientos, tu vida y tus conversaciones. «Ni debe haber obscenidad, necedades ni chistes groseros, que no convienen, sino antes bien acciones de gracias.» (Efesios 5:4) Es peligroso que los cristianos sean superficiales, que no tengan profundidad en el Señor, profundidad en el Espíritu, sino que sean superficiales en la carne, carnales en su entendimiento y su mentalidad. «¡Dejad las simplezas y vivid, y andad por el camino de la inteligencia!» (Proverbios 9:6) Con la excesiva confianza se pierde el respeto. «La necedad es alegría al falto de entendimiento; mas el hombre entendido endereza sus pasos.» (Proverbios 15:21) ¡Las vasijas vacías son las que hacen más ruido! «La voz del necio se conoce por la multitud de palabras.» (Eclesiastés 5:3) «¡Así como las moscas muertas hacen que huela mal el perfume del perfumista, así también una pequeña necedad al que es estimado como sabio y honorable!: (Eclesiastés 10:1) ¡Pídele a Dios que te ayude a saber cuándo reír, cuándo estar serio y a saber distinguir! ¡Pídele a Dios que te ayude a ser moderado en todo y a encontrar un justo término medio! No seas ni demasiado serio ni demasiado necio. «Todo tiene su tiempo, hay tiempo de llorar y tiempo de reír.» (Eclesiastés 3:1,4) La Biblia dice: «La necedad está ligada en el corazón del niño (o sea, que el corazón del niño está lleno de necedad), mas la vara de la corrección la alejará de él.» (Proverbios 22:15) A veces hay que hacer uso de una disciplina firme para enseñarles a los niños a no hacer y decir tonterías. ¡De la misma manera, el Señor tiene muchas veces que hacer uso de su vara de castigo para alejar la necedad de las personas mayores! ¡Puede ser peligroso estar en compañía de personas superficiales e irreflexivas que no están sintonizadas con el Señor, porque si tú no las corriges, puede que Dios tenga que hacerlo, pero es posible que a ti te toque pagar los platos rotos! «Dejad las simplezas, y vivid, y andad por el camino de la inteligencia.» (Proverbios 9:6) ¡Líbranos, Señor Jesús, de la repugnante superficialidad, frivolidad, desechos y basura que no contienen nada de provecho, ningún sentido ni mensaje, ningún valor auténtico, ni tienen buen fruto!


¡TODAS LAS COSAS REDUNDAN EN NUESTRO BIEN!! ¡Una de las cosas más alentadoras y reconfortantes que necesitan aprender y recordar constantemente los cristianos -sobre todo cuando atraviesan épocas difíciles, de pruebas y tribulaciones- es que nuestro Padre celestial nos ama y controla total y absolutamente nuestras vidas, y que no nos puede suceder nada sin Su autorización, o que no sea voluntad Suya! De modo que, aunque nosotros por nuestra parte no comprendamos siempre con exactitud por qué tenemos que pasar esas pruebas, ¡Dios sabe lo que hace! Él sabe los objetivos y las razones que hay detrás de cada prueba, batalla, aflicción, etc. El Señor promete en Su Palabra: «A los que aman al Señor, todas las cosas les ayudan a bien» (Romanos 8:28). ¡T-O-D-A-S, toditas! ¡Como hijo del Señor que eres, Él no permitirá que te pase nada que no sea para tu bien! Claro que tal vez sientas la tentación de pensar: «¡Pues... caramba, han pasado un montón de cosas que no me parecen nada buenas!» Pero me atrevo a decir que tarde o temprano siempre terminaste por comprobar que sí habían sido buenas para ti de alguna manera... ¡o si no, algún día ya lo verás! El relato verídico que contamos a continuación ilustra hermosamente este principio: Una fría mañana de invierno, una flotilla de pescadores salió de un puertito de la costa este de Terranova. Por la tarde se levantó una tempestad terrible. Al caer la noche, no se había presentado en el puerto ni un solo barco. Las esposas, madres, hijos y novias de los pescadores se pasaron la noche recorriendo la playa de arriba abajo aguantando un viento fuertísimo, mientras se retorcían las manos de angustia y le suplicaban a Dios que salvara a aquellos hombres. Para colmo de horrores, una de las casitas se incendió. Como los hombres no estaban allí, no lograron apagar las llamas y no quedó nada de la casa. Al despuntar el alba, todos se regocijaron al ver que la totalidad de los barcos regresaban a la bahía indemnes. Sin embargo, entre los rostros de las mujeres había uno que era la viva imagen de la desesperación: el de la señora cuya casa se había incendiado. Al poner pie en tierra su esposo, ella lo recibió sollozando: -¡Cariño, estamos arruinados! ¡Nuestra casa se incendió y se quemó todo lo que teníamos! Pero se quedó sorprendidísima cuando su marido exclamó: -¡Dale gracias a Dios por ese incendio! ¡La luz del incendio de nuestra casa fue la que nos salvó a todos, pues nos indicó dónde estaba el puerto!


Jesús nos dijo: «Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo» (Mat.28:20). Él también promete: «¡No te desampararé, ni te dejaré!» (Heb.13:5) Hasta en la hora más oscura y en los momentos más difíciles, el Señor es siempre «¡un amigo más unido que un hermano!» (Pro.18:24) «Aunque ande en valle de sombra de muerte, ¡no temeré mal alguno, porque Tú estarás conmigo!» (Sal.23:4) Por muchos recodos y obstáculos que te encuentres por el camino, Jesús te acompaña. Él te quiere, y de alguna forma hará que hasta las situaciones más sombrías y aparentemente desalentadoras redunden en tu bien; ¡es una promesa Suya! Algunas veces, en la encrucijada de la vida, divisamos lo que parece ser el fin de todo; mas Dios ve mucho más horizonte y nos dice que es sólo un recodo. ¡Pues el sendero sigue y es más llano, y aquella pausa en la canción es un reposo, y el fragmento inconcluso, no cantado, es el mejor, el más vibrante y melodioso! Descansa, relájate y cobra fuerzas, Deja tu carga; deja en Sus manos tu destino. Tu misión no ha concluido, no ha terminado;


¡sólo encontraste un recodo en el camino! Nosotros sabemos que el Señor nos ama, y que siempre quiere hacer todo lo posible por ayudarnos si nosotros hacemos todo lo posible por obedecerle a Él. Por lo tanto, cuando las cosas no van del todo bien, sabemos que no es por culpa Suya, sino que seguramente quiere enseñarnos algo; o tal vez es que estamos descaminados en algún aspecto, fallando en algo o equivocados en nuestra forma de actuar. De modo que lo primero que hay que hacer cuando empiezan a andar mal las cosas es buscar al Señor y orar, preguntarle si hay algo que estamos haciendo mal, o de qué forma podemos hacer mejor las cosas, y averiguar si estamos equivocados en algo o hasta desobedeciéndole. La Palabra de Dios nos dice que «la maldición nunca viene sin causa» (Proverbios 26:2), ¡lo cual quiere decir que los cristianos no sufren dificultades, accidentes, problemas y demás «así porque sí»! ¡A un cristiano no le ocurren accidentes propiamente dichos! ¡Si nos suceden cosas aparentemente malas, es porque Dios las permite por algún motivo, con algún fin, aunque no siempre nos lo revele ni lo entendamos en el momento! Todo lo que ocurre a los hijos del Señor no es casualidad, es parte de un plan genial. Todo problema, revés, castigo o dolor es un toque del Escultor celestial. Todo lo que ocurre a los hijos del Señor no es casualidad, por Su mano está trazado; ajustó a Su Hijo todo pormenor y lo que sucede está todo programado. Lo que a Su pueblo le acontece -sea lo que sea-, toda prueba de la vida, de Dios es de quien vino; todo hecho grandioso y toda desgracia fea no son casualidad, ¡siguen un plan divino! Muchas veces el Señor permite que nos sucedan cosas que nos parecen «malas» para acercarnos más a Él, para que no nos enorgullezcamos y para obligarnos a apoyarnos más en Él; es lo que la Biblia llama «disciplina», son palizas que nos da el Señor. Como a todo buen padre, al Señor le duele ver que Sus hijos desobedecen y van por mal camino, porque nos ama y sabe que con nuestras desobediencias y pecados nos hacemos daño a nosotros mismos. Por eso procura corregirnos con amor. Si una oveja se empeña en alejarse del pastor, en apartarse del redil y del buen camino, muchas veces el pastor, para hacerla volver a donde tiene que estar, no tiene más


remedio que darle un buen golpetazo con su vara por su propio bien. Claro que cuando nos dan una paliza, la mayoría no consideramos que nos haya pasado nada bueno, pero el Señor dice que «el Señor, al que ama, disciplina, y castiga a todo el que recibe por hijo, y que aunque ninguna disciplina, al momento de recibirla, parece ser agradable, sino dolorosa, ¡sin embargo después produce un fruto de justicia y paz en los que en ella han sido ejercitados!» (Hebreos 12:6,11) Es decir, que cuando nos cae encima una paliza, desde luego que la sensación no es buena, pero nos viene bien, sobre todo si nos hace arrepentirnos de nuestro mal camino y volver al Señor. Él se vale de los castigos porque nos ama y sabe que son necesarios para meternos en vereda, mantenernos en buena salud espiritual y unidos a Él. Aunque a veces nos cuesta recibirlos, son una manifestación de Su Amor, Sus «ásperas atenciones»; forman parte necesaria de nuestra preparación, ¡y sin lugar a dudas redundan en nuestro bien! ¡A veces Dios tiene que permitir que nos sucedan ciertas cosas simplemente para conseguir que le prestemos atención, sobre todo si estamos muy distraídos y pensando en cantidad de otras cosas, en «los afanes, las riquezas y los placeres de esta vida»! (Lucas 8:14) Cuando estamos tan interesados en esto, lo otro y lo de más allá y tan preocupados por esas cosas que dejamos de pensar en el Señor, muchas veces Él permite que sucedan ciertas cosas para darnos como una sacudida y hacer que caigamos en la cuenta de cuáles son los verdaderos valores eternos: ¡Él, Su Palabra y Su Obra! El rey David, el gran salmista, comprendió esto mismo cuando le tocó a él recibir su castigo y el Señor lo afligió; escribió lo siguiente: «Antes que fuera yo humillado, descarriado andaba, ¡pero ahora guardo Tu Palabra! ¡Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda Tus estatutos!» (Salmo 119:67,71) Claro que otras veces el Señor permite que nos sucedan cosas que para nosotros suponen una decepción o que nos parecen malas, y no en plan de castigo, sino porque misericordiosamente nos quiere evitar peligros o problemas graves en que nos meteríamos si fuera todo como a nosotros nos gustaría. Muchas veces Él no responde nuestras oraciones tal como queremos porque ve lo que sucedería y sabe que si obtuviéramos lo que deseamos, saldríamos perjudicados o heridos. Las respuestas que da el Señor a nuestras oraciones son infinitamente perfectas, y a la larga siempre se ve que cuando le pedimos una piedra que a nosotros nos parecía pan, Él nos dio pan, ¡pan que a nosotros, por nuestra miopía espiritual, nos pareció una piedra! (Mateo 7:7-11) La siguiente anécdota ilustra perfectamente esta realidad: Una noche de tormenta de 1910, llegó a Riga, a orillas del mar Báltico, una orquesta de músicos cristianos que se hallaba de gira. Tenían previsto dar un concierto aquella noche en la ciudad. Ahora bien, como hacía muy mal tiempo y la sala donde iban a actuar se encontraba muy lejos de la ciudad, el director trató de convencer al gerente del local para que


cancelara el concierto, ya que le parecía que nadie se arriesgaría a salir en una noche tan tormentosa y borrascosa. El gerente se negó a cancelar el contrato, pero se comprometió a permitir que los músicos partieran temprano si no se presentaba nadie, ya que les interesaba tomar el barco de la noche para Helsinki (Finlandia). Cuando los músicos llegaron a la sala de conciertos, descubrieron que sólo había una persona sentada en las butacas: un señor mayor bastante corpulento que parecía sonreír a todo el mundo. La orquesta se vio obligada a tocar todo el concierto para aquel anciano amante de la música, de modo que no pudieron salir temprano para tomar el barco. Al terminar el concierto, el anciano seguía en su butaca sin levantarse. Un acomodador se acercó y le tocó el hombro, pensando que se habría quedado dormido. Entonces por fin descubrieron que aquel anciano no estaba vivo; ¡los músicos habían tocado todo un concierto para un muerto! Ahora bien, eso les salvó la vida; el barco que pensaban tomar para trasladarse a Helsinki se hundió aquella noche tormentosa, y todos los tripulantes se ahogaron.

Aunque a aquellos hijos de Dios, a aquellos músicos, les hacía ilusión no tocar el concierto para poder tomar el barco, ¡el Señor sabía mejor que ellos qué era lo más


conveniente, y se valió de lo que en principio pareció un chasco para salvarles de la catástrofe! Otro motivo por el que el Señor permite a veces que nos sucedan cosas que a primera vista parecen malas es simplemente para humillarnos y quebrantarnos, para poder rehacernos y convertirnos en lo que Él quiere que seamos. (V. «¡Dios nos moldea quebrantándonos!», página 723.) En muchos pasajes, la Biblia compara al Señor con un alfarero, y a nosotros con el barro que Él trabaja con Sus manos (Isaías 45:9; 64:8; Romanos 9:20,21), ¡barro con el que Él desea modelar una vasija «útil al Señor»! (2Timoteo 2:21) Muchas veces, cuando un alfarero trabaja el barro para modelar una vasija y descubre que está estropeada porque tiene una imperfección, un bultito o una falla, agarra el barro y lo aplasta, le añade un poco de agua para ablandarlo otra vez, y lo vuelve a amasar, trabajar y modelar; lo machaca, aplasta y aprieta hasta que vuelve a ser barro blando, suavecito y moldeable otra vez. Porque entonces puede darle nueva forma y hacer otra vasija mejor, ya que la primera no salió bien. «Y la vasija de barro que hacía el alfarero se echó a perder en su mano; y volvió y la hizo otra vasija, según le pareció mejor hacerla. “¿No podré Yo hacer de vosotros como este alfarero hace con el barro, pueblo Mío? ¡He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en Mi mano!”» (Jeremías 18:4, 6) Probablemente, al principio a la vasija no le parece muy bueno eso de que su hacedor se ponga a machacarla, aplastarla, molerla y rehacerla; pero a la larga, gracias a eso, se convierte en una vasija mejor. «¡Redunda en su bien!» Muchas veces el Señor permite que nos sucedan ciertas cosas para ponernos a prueba, para limpiarnos, refinarnos y convertirnos en vasijas mejores más útiles para Su servicio, más humildes y más amorosas. ¡Nos hace pasar por pruebas de fuego para quemar la escoria, por las tormentas de las tribulaciones para que se lleven la paja, y por aguas profundas para que aprendamos a nadar! El Señor se vale de esas pruebas para darnos victorias mayores, inclusive a partir de lo que parecen derrotas, porque las luchas nos obligan a vivir más unidos a Él y a recurrir a Él desesperados, buscándole de verdad con todo nuestro corazón. De lo contrario, tendemos a seguir la misma rutina de siempre. ¡De modo que todas esas cosas -las tormentas, fuegos, pruebas y tribulaciones de esta vida- son buenas para nosotros, porque ponen a prueba nuestra fortaleza y resolución y nos brindan una oportunidad de combatir al Diablo! ¡Sirven para ver si vamos a rendirnos y descorazonarnos o si vamos a seguir «peleando la batalla de la fe» y confiando en el Señor pase lo que pase! (1Timoteo 6:12) Suele suceder que permite que nuestra fe y paciencia sean sometidas a prueba para ver hasta qué punto vamos a «despertarnos» para buscar al Señor y pedirle Su ayuda y fortaleza (Isaías 64:7). Naturalmente, cuando el Señor permite que pasemos por una gran dificultad o que tengamos un problema grave, es una verdadera prueba para nosotros y, lamentablemente,


muchas veces terminamos protestando y murmurando, ¡y algunos a veces se lo echamos en cara a Dios! En vez de aprender lo que Él quiere enseñarnos con los problemas, enfermedades o lo que sea que Él ha permitido que suframos, nos ponemos a murmurar y preguntamos: «¿Por qué me has hecho esto a mí, Dios?», en vez de decirle: «Señor, ¿por qué me merezco esto? ¿Por qué motivo lo necesitaba?» Casi como que nos ofende que Dios consienta que nos sucedan esas cosas, en vez de darnos cuenta de que Dios quiere apretarnos las clavijas y hacernos ver algo. Algunos son tan santurrones que se preguntan: «¿Cómo ha podido hacerme Dios algo así? ¿Cómo me trata de esa manera si yo me porto tan bien con Él?» Llegan a resentirse por lo que les pasa. Eso fue lo que hizo Job al principio cuando Dios empezó a apretarle las clavijas. (V. «¡La impaciencia de Job!», p.266) ¡Fíjate en lo que tuvo que hacerle pasar el Señor hasta que por fin quedó bien humillado y confesó que no era más justo que Dios! Los que son santurrones siempre le echan a Dios la culpa de todos sus problemas en vez de responsabilizarse ellos mismos, o en vez de aceptar que, por el motivo que sea, Dios lo está permitiendo, con lo que aprenderían lo que tienen que aprender. Hay gente que tiene problemas y dificultades y se pasa el tiempo diciendo: «¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me hace esto Dios? ¿Por qué permite Dios que sufra de esta manera? Y eso que yo he procurado ser bueno y hacer esto y lo otro por Dios, ¡pero sigo sufriendo! ¡Todavía no me ha librado de esto! ¿Por qué?» Cuando alguien empieza a preguntarle a Dios por qué con esa actitud, ¡es por pura santurronería, porque se cree mejor que nadie! ¡Dios detesta esas murmuraciones y quejas, esa santurronería, y mató a una generación entera de millones de judíos en el desierto del Sinaí por murmurar y pretender que eran más justos que Dios! «Nosotros no habríamos hecho eso, Dios. ¿Por qué nos has hecho esto, Dios? ¡En Tu lugar, nosotros habríamos sido más buenos que Tú, Dios!» (V. «¡El destino de los murmuradores!», pág. 480.) ¡El Diablo se encarga de valerse de esas pruebas y tribulaciones para procurar convencernos de que Dios no nos ama y de que no responde a las oraciones! El Señor permite que el Enemigo haga eso para poner a prueba nuestra fe y para ver cuánto amamos en realidad al Señor y qué precio estamos dispuestos a pagar para servirle, para ver si «maldecimos a Dios y morimos» -que fue lo que le recomendó a Job su incrédula esposa- o si seguimos amando al Señor de todas maneras y declaramos: «¡Aunque Él me mate, en Él seguiré confiando!», ¡que fue lo que hizo Job, a pesar de todo lo que sufrió! (Job 2:9; 13:15) Las aflicciones y pruebas o bien nos endurecen y amargan, o bien nos hacen humildes y mejores, ¡una de dos! De modo que cuando encares pruebas, reveses y tribulaciones, ten cuidado para no endurecer tu corazón, para no amargarte ni resentirte con el Señor. Su Palabra dice: «¡Mirad bien, no sea que alguno deje de recibir la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados!» (Hebreos 12:15)


¡La solución no es endurecernos! Dice: «¡No endurezcáis vuestros corazones!» (Hebreos 3:15) Más bien: «Echa sobre el Señor tu carga, ¡y Él te sustentará! ¡Buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano! ¡Cercano está el Señor a los quebrantados de corazón, y salva a los contritos y humildes de espíritu!» (Salmo 55:22; 34:18; Isaías 55:6) Todo lo que Dios hace es siempre con amor. Tal como dijimos al principio, nunca consentirá que te suceda nada que no sea para tu bien, porque está claro que «a los que aman a Dios, ¡todas las cosas les ayudan a bien!» (Romanos 8:28) Así pues, cuando la situación se ponga muy negra, no agaches la cabeza: ¡mira hacia arriba! ¡No murmures y te quejes! ¡Ponte a alabar al Señor, y muchas veces las alabanzas te sacarán del hoyo de dudas, derrota y desánimo al que el Diablo trata de arrojarte! Al Señor le encanta la alabanza y la acción de gracias. ¡Su Palabra dice que mora en las alabanzas de Su pueblo! (Salmo 22:3) ¡Las dudas, el temor, el desaliento y la murmuración son mortales! ¡En cambio la fe, la confianza, el valor y las alabanzas al Señor dan vida! ¡Procuremos, pues, soportar dignamente nuestras pruebas y tentaciones, y hasta agradecidos! El Señor promete que jamás nos dará más de lo que podemos soportar, y que siempre nos dará una salida; si le pedimos ayuda, de una u otra manera hará que nos resulte más fácil o por lo menos nos ayudará a soportarlo. Dice: «No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana, ¡pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar! (1Corintios 10:13) Tal vez pienses: «¡Pero esta prueba no sé cómo la voy a soportar, este castigo o esta prueba es demasiado para mí!» Pues fíjate, por ejemplo, en lo que le hizo pasar el Señor al profeta Jonás cuando no quiso obedecerle. Dios le había mandado que fuera a Nínive para advertir a sus impíos habitantes. Así que se lo tragó una ballena inmensa, ¡y él pensó que le había llegado su fin! ¡Pero Dios se valió precisamente de esa ballena que se lo había tragado para llevarlo sano y salvo a la orilla! ¡Fue una bendición disfrazada de desgracia! ¡No hay mal que por bien no venga! Jonás pasó tres largos días y noches en el vientre de la ballena, hasta que por fin dejó de quejarse, se sometió al Señor y se puso a dar gracias y alabar a Dios, ¡y entonces el Señor ordenó a la ballena que vomitara a Jonás en tierra seca, y éste quedó libre! (Véase Jonás 1 y 2) ¡Recuerda siempre, pues, que el Señor te ama, y que muchas veces los momentos más oscuros de la vida se presentan justo antes del amanecer! ¡Por muchas que sean las dificultades que se te presenten, no desesperes, no te rindas, no te des por vencido! Lo que has de hacer es buscar a Jesús en tu hora de angustia, invocar Sus promesas y aferrarte a ellas, y creer lo que dice Su Palabra -que por muchas pruebas que pases, Él siempre hará que redunden en tu bien-, ¡y Él lo hará! ¡Tiene que hacerlo, porque lo prometió! ¡Él nunca falla! ¿Amén? ¡Que Dios te bendiga!



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