El viaje de Emiko, en una taza de té (Clase Ejecutiva, septiembre 2017)

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EL VIAJE DE EMIKO, EN UNA TAZA DE TÉ POR ANDREA DEL RIO

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a. Kei. Sei. Jaku. Armonía. Respeto. Pureza. Tranquilidad. Esos son los cuatro principios del chadõ, la ceremonia japonesa del té que, en verdad, es también una disciplina estética —involucra las artes del kimono, la cerámica, la caligrafía, la laca, los arreglos florales, la laca y la arquitectura— así como una práctica de meditación activa que propicia la profunda conexión con el presente a través de la repetición, tan delicada como estricta, de una coreografía de gestos y modales cuya minuciosidad encierra una filosofía milenaria que enraiza y, al mismo tiempo, trasciende. “Cuando se entra en este mundo, es para toda la vida”, susurra la sensei Emiko Arimidzu, de radiantes 86 años. En los albores de la primavera porteña, la presidenta de la Asociación Argentina de Chado Urasenke Tankokai recibió la condecoración Orden del Sol Naciente, Rayos de Oro y Plata, de manos de Noriteru Fukushima, embajador de Japón en la Argentina, en reconocimiento a su dedicación como difusora de esa disciplina a través de los cursos que, desde hace 25 años, dicta en el Centro Cultural de la delegación diplomática nipona. En el Salón de Honor del CCKirchner y con la presencia de su director, Gustavo Mozzi, un selecto grupo de invitados —entre familiares, alumnos, sommeliers de té y #japanesefans— tuvimos el privilegio de presenciar una exclusiva demostración ejecutada por las etéreas discípulas de So-e, “nombre de té” o chamei que obtuvo tras formarse en 1992 en Urasenke, una de las escuelas más prestigiosas de la especialidad, en Kioto. De rodillas sobre los tatami que reprodujeron los 9 metros cuadrados que caracterizan a las típicas casas de té (chajitsu) del país de sus ancestros, la maestra Emiko —quien nació en la Argentina, viajó a Japón con 9 años y, sorprendida por la Segunda Guerra Mundial, se vio impedida de regresar aquí, donde habían quedado sus padres, hasta sus 19—, seguramente percibió, tan próxima como el calor reconfortante de la taza de té verde que se le ofreció, la presencia a la distancia de Malena Higashi, su nieta treintañera, quien recientemente renunció a su empleo en la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares para viajar a Japón y dedicarse, durante un año a estudiar el camino del té, traducción literal del término chadõ. Horas más tarde, 20 mil kilómetros away, Malena me dirá: “Mi abuela es un ejemplo y un modelo para mí”. Y coincidirá con su mentora: “Hoy tenemos nuestra propia ‘guerra’, a menor escala: el estrés. Y esta es una herramienta para afrontar la vida de otra manera porque implica concentrarse en una sola cosa por vez”.◆ adelrio@cronista.com / @andrea_del_rio

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Phs: Gentileza Arigato Consulting y Malena Higashi


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