Capítulo XXV –Los hombres –dijo el principito– se meten en los trenes pero no saben a dónde van. No saben qué quieren ni saben que buscar... Y añadió: –¡No vale la pena!... El pozo al que habíamos llegado no se parecía en nada a los pozos del Sahara que son simples agujeros abiertos en la arena. Éste parecía el pozo de un pueblo; aunque resulta que por allí no había ningún poblado y yo creía soñar. –¡Es extraño! –le dije al principito–. Todo está ya listo: la polea, el balde y la cuerda... Él se rió, tocó la cuerda y la polea se movió. El sonido era parecido al de una vieja veleta que el viento no ha movido en mucho tiempo. –¿Oyes? –Dijo el principito–. Hemos despertado al pozo y ahora canta... No quería que el principito hiciera el menor esfuerzo y le dije: –Déjame hacerlo, es pesado para ti. Lentamente subí el cubo hasta el brocal. Lo asenté dejándolo firme en el borde. Aún oía el canto de la polea y en agua se reflejaba el sol. –Tengo sed de esta agua –dijo complacido el principito–, dame de beber...¡Entonces comprendí lo que él había buscado! Levanté el balde hasta sus labios. Bebió con los ojos cerrados. El espectáculo era bello como un día de fiesta. Aquella agua era algo más que un alimento. Había nacido del caminar bajo las estrellas, del canto de la polea, del esfuerzo de mis brazos. Era como un regalo para el corazón...Cuando yo era niño, las luces del árbol de Navidad, la música de la misa de medianoche, la dulzura de las sonrisas, daban su resplandor al regalo de Navidad que recibía. 77