EL ROL DEL LAICO EN LA IGLESIA INTEGRANTES: o Andrea Rojas Rioja o Mayra Ruiz Bravo o María José Samamé Llanos o Angie Lucia Sarmiento Ordoñez o Alejandra Serquén Correa
PROFESORA: o Dora Elías Martínez
Grado y sección: 5° “G”
EL ROL DEL LAICO EN LA VIDA CONSAGRADA Los laicos son los fieles cristianos que viven en medio
de
la
sociedad,
y
tienen
como
principal misión la santificación de todas las realidades terrenas o temporales (la familia, el trabajo, el deporte, la cultura, la economía, la política, el entretenimiento, el descanso, etc.) Ordenándolo todo para la gloria de Dios. El laico es, en sentido negativo, el fiel cristiano que no ha recibido la ordenación sacerdotal ni ha profesado votos religiosos. El laico no debe esperar una delegación, por ejemplo, por parte de su párroco, para sentirse comprometido con la Iglesia. Él mismo debe ser consciente que tiene un compromiso con la evangelización de la Iglesia en virtud de su bautismo. Lo mismo que los ministros ordenados y los consagrados, los laicos también son llamados a la plenitud de la vida cristiana, a la santidad. El término “laico” La palabra «laico», proviene del término latino “laos” que significa “pueblo”.
LA FORMACIÓN DE LAICOS La formación de laicos es una prioridad de máxima
urgencia
para
nuestra
Iglesia.
La
formación entendida como el logro progresivo de un modo de ser, de sentir, de pensar y de actuar, personal y comunitario, que sea profundamente cristiano. Una formación para estar en forma cristiana, para una mayor calidad en nuestra vida cristiana, para dar más y mejores frutos.
LOS LAICOS Y EL CLERO: Cuando la Iglesia Católica pasó a ser la religión oficial del Imperio Romano, en el año 313, se especificó un poco más el término laico. Eran personas que no habían tenido acceso a la educación y que no dominaban el latín, pero que participaban activamente en la vida de la Iglesia sin ser sacerdotes, obispos o monjes.
Otro grupo o segundo nivel lo formaban los clérigos. “Cleros” es una palabra latina que se traduce como separados, en referencia a aquellos que se separaban del pueblo y adquirían un compromiso como diáconos, presbíteros, monjes o monjas. Así fue que se formaron dos estilos de vida: los clérigos (los cleros, separados) que se distinguían con el uso de un “hábito”, y los laicos (que pertenecían al pueblo).
EL RESURGIMIENTO DE LOS LAICOS EN LA VIDA DE LA IGLESIA Uno de los aspectos negativos en el caminar de dos mil años en la vida de la Iglesia ha sido, en algunos momentos y en algunos lugares, creer y asumir que la inmensa
tarea
pastoral
depende
únicamente del clérigo. Esto es un grave error que tiene su recurrencia. En el principio de la vida de la Iglesia el papel de los laicos fue muy importante, tanto de los hombres como de las mujeres. El primer impulso evangelizador de la Iglesia se realizó a través de laicos. En 1962, en la celebración del Concilio Vaticano II, uno de los temas obligatorios y centrales fue restituir al laico su lugar imprescindible en la actividad de la Iglesia Católica, para que los laicos no sólo fueran objeto de la evangelización sino protagonistas y responsables de esta tarea; de ahí surgió el Documento del Concilio llamado «Apostolicam actuositatem» , del papa Pablo VI, que está dedicado al laico.
LA
VOCACIÓN
DEL
LAICO
EN
LA
IGLESIA
Desde la celebración del Concilio Vaticano II se ha venido perfilando la vocación del laico como miembro de la Iglesia. La vocación primera del laico es: hombres y mujeres en comunión con la Iglesia, seguidores de Jesucristo, pero que no viven en el convento, que no traen un hábito, sino que viven en el corazón del mundo, y el corazón del mundo son las familias, las fábricas, las oficinas, la política,
le
economía,
comunicaciones; ahí la vocación del laico es santificar el ambiente.
el
deporte,
las
PROTAGONISTAS
DE
LA
EVANGELIZACIÓN
Los laicos, pues, deben ser los principales protagonistas de la evangelización; ellos deben llegar a donde no llega el sacerdote o la religiosa; ellos
deben
ser
los
evangelizadores
de
avanzada. Esta es la hora del laico, de los seglares conscientes que no deben separarse del mundo para realizar su labor. Por lo mismo, no es correcto que cuando a un laico de una parroquia lo llamen a ser ministro o ministra de la Comunión le quieren imponer un hábito o distintivo; lo más correcto es que mantengan su vestimenta seglar. Que los laicos no se clericalicen y que los clérigos no se laicisen.
El fiel laico tiene un lugar en el misterio de la Iglesia La Iglesia es la gran familia de los hijos de Dios. Los cristianos somos hijos adoptivos porque, en el bautismo, hemos recibido de Cristo. La Iglesia es así el Cuerpo Místico de Cristo. Ella prolonga en el mundo su presencia y, como verdadera familia de Dios en Cristo ─en quien todos somos hijos de Dios y hermanos─, testimonia al mundo el amor de Dios y atrae a todos los hombres hacia Él: es «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano». Por esto decimos que la Iglesia es un misterio de «comunión misionera»: de comunión con Dios y con nuestros hermanos en Dios, que invita a todas las gentes a sumarse a esta misma comunión de filiación divina.
¿QUÉ ES LO QUE CARACTERIZA AL LAICO? 1). El laico ha de buscar la secularidad o inserción plena "en el corazón del mundo", es decir, en el orden temporal o ciudad terrena 2). El laico debe ser fermento evangélico con el espíritu de las bienaventuranzas, como exigencias del bautismo y del mandato del amor.
3). El laico debe asumir la responsabilidad específica, como «derecho y deber» que deriva de la peculiar participación en el profetismo, sacerdocio y realeza de Cristo. 4). El laico está enviado a vivir y actuar en comunión eclesial como miembro peculiar del Pueblo de Dios, partícipe «en la misma misión de la Iglesia», en armonía con la apostolicidad de la Iglesia y con los otros carismas y vocaciones.
La participación de los fieles laicos en la Vida de la Iglesia «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Permaneced en mí, y yo en vosotros»
LA MISIÓN DEL LAICO ES: La
participación del laico en el apostolado
personal, irradiación del Evangelio, llevarlo a tantos lugares donde no los conocen. Y es constante, pues es inseparable de la continua coherencia de la vida personal con la fe y también incisiva ya que el laico comparte los distintos ámbitos de la sociedad. Hacer cada día el mundo más cristiano y más humano. Tiene que conseguir que se respete las leyes divinas, un mundo en el cual reine la justicia,
la
paz,
la
comprensión,
esto
lo
conseguirán: Con el testimonio de su vida: cumplir con sus deberes y obligaciones, tanto en su familia como en su trabajo y en su vida social. Con el apostolado: trabajar para que el mensaje divino sea conocido y recibido por todos los hombres y en toda la tierra. También asociándose quien lo desee en algún movimiento apostólico: Grupos juveniles, Catequesis familiar, etc. Con su influencia en las estructuras: haciendo que en todos los ambientes se viva según el espíritu y las enseñanzas de Jesús. El Laico por su vocación cristiana, está más interesado que nadie en el progreso del mundo. Sabe que de esta manera se santifica él y santifica a los demás.
CONCLUSIÓN Estamos llamados a vivir como una gracia nuestra vocación laical, es una vocación plena con sentido en sí misma, como lo es la vocación religiosa o sacerdotal. Tenemos que valorarla y cultivarla mediante la oración, la formación, la celebración de los sacramentos, etc. Para los laicos el mundo es el campo encomendado a nuestro cuidado. Hemos de preguntarnos continuamente ¿cuál es el rostro actual del mundo en el que los cristianos hemos de ser sal y luz? No sea que estemos dando respuestas a preguntas que no interesan o que no se nos formulan. Nuestras asociaciones, parroquias y diócesis a la hora de hacer un proyecto pastoral han de empezar por mirar al mundo, ver sus necesidades, problemas y posibilidades. La finalidad de nuestra vida cristiana es la consecución del Reino de Dios en medio de nuestro mundo. Quien motiva nuestra vida cristiana es Jesucristo a quien seguimos y anunciamos. La experiencia de sentirnos amados por Dios motiva nuestra entrega y compromiso, sabiendo que nosotros somos instrumentos, Dios es quien construye. Nuestros valores, los que se derivan de la fe: solidaridad con los pobres y oprimidos, el amor a todas las personas, incluidos los enemigos, la lucha por la justicia y la denuncia de toda situación injusta. El estilo de vida: el mismo que vivió Jesús y que propone en la Bienaventuranzas. Nuestra vida cristiana debe ser expresión del Mandamiento Nuevo “amaos como yo os he amado”, que implica “ser para los demás”. Esto es lo que debemos reflejar en todos los ámbitos y dimensiones de nuestra vida y acción, y que se cultiva en la formación, la vida comunitaria, la oración y la celebración de los sacramentos, especialmente la Eucaristía.