Leopoldo López: el fin y los medios por Andrés Pastrana Arango
Con Leopoldo López nunca nos hemos visto cara a cara; entre otras razones porque sus torturadores, Nicolás Maduro y Diosdado Cabello, nos lo han impedido. Pero, aún así, me atrevo a decir que hoy Leopoldo es un gran amigo que he venido a conocer y admirar a través de su lucha, sus principios, su sacrificio, su extraordinaria familia y, en cada esquina venezolana, por sus amigos y su gente. Leopoldo López es un luchador por la libertad. Su causa por Venezuela es libertadora. Y, siendo la Libertad universalmente una y única, su sacrificio infunde ánimo y esperanza a los intransigentes espíritus demócratas del mundo entero que, como él, podrán ser encarcelados por los tiranos pero jamás habrán de perder su libertad. La injusticia con que el régimen dictatorial castiga a Leopoldo López y a los patriotas que hombro a hombro luchan con él, es hoy, paradójicamente, el mayor estímulo de su causa justa. La abusiva negación de sus derechos humanos es vergüenza universal para quienes pretenden poner bajo su yugo al bravo pueblo y a sus preclaros dirigentes.
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El solo hecho de escribir, reflexionar, denunciar, orar con devoción y amar profundamente desde las más infames condiciones, muestra que Leopoldo López es un espíritu inquebrantable. Que la pasión por su patria y su gente desborda los muros de su prisión. Que convoca y conmueve. Y con el ejemplo, con la pasión de sus compañeros de lucha, siembra. Su gesta, que encarna a los millones de venezolanos maltratados a diario, es una epopeya democrática. Hoy, como hermanos de una patria común amenazada por los arrebatos del despotismo, también venimos a agradecer a todos los luchadores venezolanos de la libertad. Porque cuando Colombia se mira en el espejo de Venezuela, el reflejo espanta. El desprecio del orden constitucional y la informalidad jurídica, los recursos del pueblo asaltados y malgastados, tántos desmanes de uno y otro lado de la frontera que se hoy diferencian apenas por plazos en el tiempo y grados de latitud. Esa frontera hoy cerrada para los ciudadanos de bien y abierta de par en par a las guerrillas terroristas y sus cómplices de las mafias del narcotráfico es símbolo de la complicidad y la corrupción. La democracia amenazada de Colombia se mira en el espejo de la Venezuela oprimida y desbaratada. Y de ello apenas queda la satisfacción de ver a los valientes venezolanos trayendo a su país de vuelta a la sensatez mientras la alucinada dirigencia política colombiana marcha hacia el abismo del derrumbe institucional.
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Se equivocan los políticos colombianos cuando embarcan de mala fe a una nación en la nave de “El Fin Justifica Los Medios”. Se equivocan cuando pretenden infundir la noción de que la separación de poderes y el orden constitucional no son nociones generales y abstractas para el bien común sino instrumentos personales y específicos de sus intereses y negocios políticos. Están profundamente equivocados cuando manipulan las garantías constitucionales básicas, como el umbral electoral y los debates mínimos de reforma constitucional, para simular voluntad popular. Se equivocan cuando, para satisfacer al cartel de drogas más grande del mundo, pretenden hacer del narcotráfico sujeto de Derecho Humanitario y elevar la manipulación política de su negocio a nivel de pétrea norma constitucional. Mientras los venezolanos vienen de vuelta, los colombianos emprendemos un peligroso camino. En Colombia también se cocinan cosas contra las instituciones democráticas. Los atropellos seudoconstituyentes y anticonstitucionales; las leyes habilitantes; la revocatoria ‘de facto’ de un Congreso de enmermelada vocación suicida; la suplantación de las Cortes y los organismos de control por un Tribunal diseñado por delincuentes y enemigos de la democracia. Hay cosas que ni siquiera se le ocurrirían a Maduro, acertó a decir hace unos días el columnista Juan Lozano. Pero el Presidente Santos, audaz apostador de naipe, se juega los restos en Colombia por la doctrina de “el fin justifica los medios”.
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Así, los demócratas de nuevo cuño, la izquierda colombiana que encontró en Chávez y Maduro a sus nuevos ídolos, piden democracia de este lado de la frontera cuando se relamen viendo los golpes de Maduro a la libertades democráticas; exigen un nuevo orden para Colombia mientras aplauden los desmanes de la bota chavista que pretende cerrar las instituciones que el pueblo le arrebató en las urnas. Esos viejos y nuevos revolucionarios que desprecian la doctrina de la separación de poderes. Esa izquierda colombiana que gana con la entrega de Santos –antidemócrata por acción y omisión- y gana con la tiranía de Maduro. Porque son, al fin y al cabo, dos caras de una misma moneda. Que Venezuela sea reconocida por el agradecido hermano del presidente Santos como la guarida de la narcoguerrilla colombiana, es apenas una evidencia más de este corrupto doble discurso ante el que no se puede callar. Ojalá no tengamos que lamentarnos, a la manera de Niemoller, de que primero vinieron por los venezolanos pero yo no dije nada, porque yo no era venezolano. En medio de estas naciones atormentadas, ¡qué ejemplo el de Leopoldo López!. Pacífico, limpio, implacable. Y, ante todo, invencible. Contra el consejo de tantos que velan por su bienestar, se sometió a la injusticia en un desafío tranquilo, pero potente. Se sacrificó, junto con otros próceres de la democracia, para demostrar que la mejor política es la que se hace con el ejemplo.
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Cuando los jueces de Maduro le inventaron una condena, esperó tranquilamente a los perros de presa. Y luego, desde la cárcel, dejó este conmovedor y estimulante testimonio que se fugó del penal letra por letra. Porque ellos, los tiranos, son los dueños de los medios; de la injusticia del sátrapa y de su fuerza bruta. Pero Leopoldo y los patriotas que lo acompañan han de vencer, porque se oponen a la dictadura con la convicción y la fuerza del fin puro y claro de la democracia. En esta lucha Leopoldo López y sus compañeros son invencibles. Porque nada les pueden quitar. Porque apenas quieren eso. Esa verdad tan sencilla -la democracia con la fuerza de la fe y el espíritu- que los hace libres.
Bogotá, 19 de mayo de 2016
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