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OPINIÓN HORIZONTE
MARTES, 9 DE JUNIO DE 2015 abc.es/opinion
ABC
PUEBLA
RAMÓN PÉREZ-MAURA
OTITIS MILAGROSA Pastrana, Quiroga, González o Aznar están creando un nuevo ordenamiento para los expresidentes de todo el mundo
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XISTE un dicho en Colombia según el cual lo fetén en ese país no es ser presidente, sino ser expresidente. Hasta que Álvaro Uribe cambió la Constitución en beneficio propio, las reelecciones estaban vetadas. Desde entonces se ha reelegido a Juan Manuel Santos y ya se está cambiando la norma para volver a presidencias de un solo mandato de cuatro años. Como gusta decir Andrés Pastrana, «cuatro años es poco para un buen presidente, pero es muchísimo para uno malo». La cuestión es qué hacen los expresidentes. En Colombia o en cualquier otro país. La gravísima crisis venezolana se ha convertido en un foco de atracción para expresidentes, como nunca antes se había dado en ningún otro lugar del mundo. Los desmanes del chavismo, encarnado hoy por Nicolás Maduro, han comenzado a movilizar a expresidentes hispanoamericanos de manera crecientemente efectiva. Primero fueron el propio Pastrana y el boliviano Jorge Quiroga quienes se pusieron a la cabeza del movimiento por la libertad de Venezuela. Fueron a Caracas y arriesgaron su integridad demandando el derecho de visita a los presos políticos. Con gran constancia por su parte lograron ir sumando a otros exjefes de Estado y de Gobierno, destacadamente a José María Aznar. Y ahora es Felipe González el que ha dado el gran paso de presentarse en Caracas para asistir a la defensa de un preso político perseguido por un Gobierno de izquierda. Algunos medios sostenían el domingo que Maduro había suspendido su visita al Papa en vista de la llegada de González a Caracas. Tampoco es eso. Un gesto así equivaldría a dar una enorme proyección a la visita de González. Lo que ha frenado la visita de Maduro al Vaticano es la carta que el pasado día 3 escribieron Pastrana y Quiroga al Santo Padre. Una carta en la que denunciaban la sevicia del chavismo. Y el secretario de Estado vaticano, Pietro Parolin, que fue nuncio en Venezuela hasta el 31 de agosto de 2013 y, por lo tanto, tiene un conocimiento insuperable de lo que es capaz de hacer ese régimen, con toda seguridad había preparado al Papa Francisco para una dura conversación con Maduro. Y ante ese tipo de potencial confrontación la intervención del Papa desencadenó una otitis milagrosa, adobada con gripe. Maduro, que hace gala de salud de hierro y nunca está enfermo, tuvo que ponerse malo la víspera de ver al Papa. Vaya por Dios. Pastrana, Quiroga, González o Aznar están creando un nuevo ordenamiento para los expresidentes de todo el mundo. Vivimos en un tiempo en que la injerencia es legítima cuando se produce violación flagrante de los Derechos Humanos. Y eso fue lo que movió en primera instancia a Pastrana y Quiroga y es lo que ha movido después a muchos otros. Todos ellos se mueven por una cuestión de principios, con ningún beneficio personal a la vista, y con muchas incomodidades y potenciales agresiones en lontananza. Políticos de los que se puede hablar con orgullo.
COSAS MÍAS
EDURNE URIARTE
EL CUENTO DE LA NUEVA POLÍTICA Ciudadanos debe de tener portavoces y líderes regionales, pero no conseguimos aprendernos uno solo de sus nombres
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OS nuevos partidos aseguraron que nos traerían una nueva política y la chulería se ha convertido en cuento en menos de un año, lo que han tardado en saborear poder. Lo nuevo se ha quedado en excentricidades como las acelgas de Manuela Carmena, sus dos horas de retraso con los periodistas «porque he estado cocinando las acelgas que me han enviado los presos de Soto del Real», o su «me interesa poco la política», como si a un médico le interesa poco la medicina, escribió ayer Carrascal, qué miedo. La nueva política consistiría, decían, en partidos mucho más democráticos y menos jerárquicos en su organización. Y en una acción política que acabaría con la corrupción y regeneraría la democracia. Sobre lo primero, los partidos participativos y asamblearios, no hay más que echar una ojeada a Podemos o a Ciudadanos, sobre todo al primero, que era el que más presumía de revolución organizativa. Iglesias no sólo ejerce de líder supremo y ordena y corta cabezas que ni Rosa Díez, sino que ha adquirido un endiosamiento y una pérdida de contacto con la realidad incomparables. Cualquier síndrome de La Moncloa se queda pequeño al lado del síndrome de estrella político-mediática que lo ha embargado.
Ciudadanos debe de tener portavoces y líderes regionales, pero no conseguimos aprendernos uno solo de sus nombres, con Rivera ocupando en exclusiva las pantallas y las portadas. Quiere imponer primarias a los demás, pero algo nos dice que, en su partido, siempre las ganarán él y los suyos, o que el resultado será exactamente el mismo que en los viejos partidos, en esos donde las primarias las gana el secretario general y, cuando no, lo «dimiten». Sobre la corrupción, ni siquiera les ha hecho falta llegar al poder para darnos una idea de sus posibilidades. Pablo Iglesias estableció la semana pasada que un imputado es inocente, y su imputación, una conspiración política, siempre que el afectado sea de Podemos, además de exnovia, en este caso, Tania Sánchez. La misma que llamaba chorizos, ladrones e impresentables a los imputados de los demás partidos. Albert Rivera ha establecido justamente lo contrario estos días, que un imputado es necesariamente sospechoso y culpable, siempre que no sea propio y se le recoloque como asesor de un eurodiputado con apasionadas defensas sobre su honradez. Sobre la regeneración democrática y lo de dar voz al pueblo, la nueva política consiste en impedir que gobiernen los ganadores con pactos de perdedores. Y en presumir de ello porque ahora la decisión democrática ya no es la de los ciudadanos en las urnas, sino la de los partidos minoritarios en los despachos y en los restaurantes. Lo que justifican con un rostro de hormigón armado que ni el más veterano, aparatero y desacomplejado de los de la vieja política. Hay que reconocerles que sí son nuevos en algo, al menos en España: en su extremada habilidad para utilizar las televisiones y las redes sociales. Han removido el marketing político español. Bien es verdad que el modelo de Podemos viene de Chávez y su Aló Presidente, y el de Rivera, de los políticos estadounidenses. Pero ambos dan muy bien en televisión y saben movilizar las redes sociales. Su vieja política les ha parecido nueva a un buen número de electores y se lo seguirá pareciendo en las próximas g enerales. La realidad suele ir por detrás del marketing.