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Una teoría sobre el capitalismo global de William I. Robinson, notas para una lectura desde el Sur Armando Bartra En el último tercio del siglo XX se hicieron patentes una serie de cambios en el capitalismo global que a su vez generaron gran número de reflexiones. Algunas, apologéticas, veían en el nuevo capitalismo y en la caída del socialismo el momento estelar de la historia humana, otros analizaban con ojos escépticos lo que estaba ocurriendo y para entenderlo en ocasiones echaban mano del arsenal de las viejas teorías críticas y en particular del marxismo. Tal es el caso de William I. Robinson. William se afilia a la tendencia de pensamiento que plantea la existencia, conflictiva y aun en transición pero ya patente y documentable, de un nuevo capitalismo global distinto del que imperó de la vieja mundialidad sistémica. Una nueva forma de la globalidad que define un cambio de época. Una globalización capitalista cuyas diferencias con el pasado no son de grado sino de calidad. Un capitalismo que por su propia condición de “sistema mundo” ha de ser analizado como un todo. Un sistema injusto y contradictorio que tiene que ser criticado con vistas a su transformación mediante una mudanza que será la que nos demande el tipo de capitalismo realmente existente al que nos enfrentamos. En Una teoría sobre el capitalismo global Robinson se ocupa primero de la caracterización del nuevo capitalismo, luego de la naturaleza de la nueva clase global capitalista, más adelante del nuevo Estado global y finalmente de las contradicciones propias del capitalismo global. Coincidiendo en lo fundamental con el análisis y sobre todo con el espíritu crítico que anima a nuestro autor, me ocupare sólo de algunos sesgos interpretativos y algunas ausencias que posiblemente se originan por una parte en la ubicación inicial de William en el corazón metropolitano del sistema y por otra en el tiempo en que el libro fue escrito, el primer lustro del siglo XXI. En cambio, para contextualizar mis comentarios, es necesario tener presente que yo escribo desde una de las periferias o arrabales del sistema, y que lo hago cuando ya llevamos 15 años de vivir en el nuevo milenio. Mis notas remiten sobre todo al Capítulo 1 y al Capítulo 4 y solo marginalmente a los otros dos.
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Como es natural en un texto que sostiene la tesis de que la nuestra es una nueva época, la del capitalismo global, William enfatiza lo que encuentra de distinto en el capitalismo finisecular, la originalidad de algunos rasgos que lo caracterizan. En contraposición con quienes piensan que las diferencias son de grado y enfatizan la preexistencia de muchos de estos rasgos presuntamente novedosos. Estoy de acuerdo con William en que vivimos en una fase del capitalismo distinta de las anteriores, pero pienso que se trata de una de las varias épocas por las que el gran dinero ha pasado y por tanto no más ni menos capitalista que las previas, si por capitalismo entendemos una persistente racionalidad económica que Carlos Marx deconstruyó críticamente en su memorable Critica de la economía política. Fase que se define, entonces, tanto por lo que hay en ella de continuidad con las que transcurrieron antes como por los elementos de discontinuidad que la diferencian. Y algunas de las continuidades deben ser destacadas si no queremos dar la impresión de que en el tercer milenio acabamos de descubrir el hilo negro: un capitalismo del todo inédito. Elementos de continuidad que resultan más evidentes para quienes, como yo, nos ubicamos en las orillas colonizadas del sistema, de modo que rasgos que los teóricos del “capitalismo global” destacan como recientes nos resultan familiares. Dice William “En las primeras épocas cada país desarrolló una economía nacional y las economías nacionales se fueron vinculando unas con otras mediante el comercio y las finanzas en un mercado internacional integral” (26) Y más adelante “La integración anterior a 1913 se realizó mediante un comercio en “igualdad de condiciones”… entre sistemas de producción localizados nacionalmente” (30) Frases que quizá describen lo que ocurría entre los países centrales, pero no lo que pasaba en los periféricos que nunca han desarrollado una economía nacional y que nacieron a la mundialización vinculados a las metrópolis, volcados hacia fuera como un calcetin y carentes de cualquier clase de economía integrada localmente. Más adelante dice William que “Lo que fueron circuitos nacionales de acumulación (se volvieron) circuitos globales de acumulación” (27) Y aquí no. En términos de la modernidad occidental nosotros nos amanecimos en la globalidad, insertados en “circuitos globales de acumulación” y con “circuitos nacionales” siempre marginales, lo que continuó en los tiempos del primer imperialismo financiero y ciertamente continúa
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en esta nueva fase del sistema. Claro, antes era la vieja “acumulación originaria”, después el llamado “intercambio desigual” y ahora es la nueva “acumulación originaria” o “por desposesión”, pero la racionalidad es la misma y el modelo muy semejante. Sostiene William que una diferencia cualitativa de la actual globalización es la “fragmentación y descentralización de complejas cadenas de producción (…) así como la centralización de comando y control de la economía global en el capital trasnacional”. Y sí, hoy los eslabones de la producción se esparcen por todo el globo. ¿Pero no estaban ya, de algún modo, esparcidos cuando en el “Nuevo continente” se producía el algodón que procesaban las fábricas del viejo? ¿Cuándo aquí se resinaba el hule que, vuelto caucho, dotaba de correas de transmisión a las máquinas y de llantas a los coches que hacían entre otros Henri Ford”? ¿Cuándo aquí la International Harvester fabricante de máquinas agrícolas se proveía de los hilos de engavillar y los costales que le proporcionaba una burguesía satelizada como eran los hacendados henequeneros de Yucatán? (Máquinas agrícolas que, por cierto, también fabricaba con hierro de diferentes orígenes fundido con carbón de variada procedencia). Claro, los contenidos de la división internacional del trabajo han cambiado, pero nuestras cadenas productivas -las de los periféricos- siempre estuvieron “fragmentadas”, “descentralizadas” y “comandadas” desde otros sitios. Aunque quizá este argumento no vale para William, pues el capitalismo al que se refiere, el capitalismo por antonomasia, es el de los países centrales, no porque nuestro autor sea metrópoli céntrico, pues sé que se compromete con las revoluciones orilleras, sino porque piensa que las formaciones los periféricos estaban solo articuladas al capitalismo y apenas se están integrando en interioridad al sistema en las décadas recientes, es decir en la época de la globalización. Algunas de sus planteamientos confirman esta interpretación. Dice William: “Miles de millones de personas que pudieron estar al margen del sistema o completamente fuera de él han sido atraídas ahora plenamente a sus confines” (14) Y más adelante sostiene: “En la primera parte del siglo XXI una vasta mayoría de la gente en el mundo ya se ha integrado en el mercado capitalista, poniendo en juego relaciones de producción capitalistas. Ningún país o región permanece fuera del capitalismo, no hay modo de producción alguno precapitalista o no capitalista, en escala significativa” (22). Y
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concluye: “Hasta la última década del siglo XX buena parte del área rural de América Latina era de carácter feudal” (25). Entonces, si estoy leyendo bien, lo que sucede es que para William las modalidades de la inserción de la periferia en el capitalismo que existieron antes de la moderna globalización, no la hacían parte interna del sistema pues sus relaciones de producción no eran las del capitalismo sino las propias de “modos de producción no capitalistas articulados al capitalismo dominante”. Lectura que proponían desde hace más de un siglo las teorías de los “residuos feudales” y que replanteó, con argumentos más sofisticados, el estructuralismo de los 60s y 70s del pasado siglo. Y en efecto así percibe William nuestra ubicación sistémica pues, mientras que para muchos el esclavismo y otras relaciones no canónicas del capitalismo en el nuevo mundo son parte del capitalismo disforme o contrahecho realmente existente (ver Kostas Vergopoulos, Armando Bartra o Silvia Federici, entre otros), para él no. “La esclavitud en América no fue un modo capitalista sino un modo esclavista articulado a la vez a un sistema capitalista mundial” (25), nos dice. Razonamiento que explica y justifica la metáfora predilecta de William y de muchos de los teóricos de la nueva globalidad: es en esta época en la que por primera vez el capital trasnacional se apodera realmente de la totalidad del globo. Según ésta versión las incursiones anteriores de un capital que con diferentes ropajes se apersonó en todo el planeta desde hace quinientos años, no conformaban verdadero capitalismo sino solo “articulaciones de diferentes modos de producción con uno dominante”. Entendiendo por verdadero capitalismo sólo aquel en el que predominan de manera generalizada las relaciones de producción canónicas, es decir trabajo asalariado y capital. Interpretación que no comparto y que tiene diferentes problemas, entre ellos el que en pleno época del capitalismo global, es decir propiamente capitalista, bastante más de la mitad de los trabajadores “productivos” no son asalariados y muchos de los formalmente asalariados son forzados (o “semi esclavos”) esto sin contar el trabajo “reproductivo” o doméstico. Por todo esto, muchos hemos tratado de repensar conceptualmente al capitalismo histórico, al capitalismo realmente existente. Y quienes, como yo, lo hacemos apoyándonos en Marx, hemos buscado dilucidar las diferentes mediaciones a través de
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las que el trabajo -todo el trabajo social- es subsumido en el capital, viéndolas como eslabones internos de un sistema que es por definición contrahecho o disforme. Resumiendo, lo que para mí son modalidades históricas del capitalismo global que convencionalmente podemos agrupar en fases: por ejemplo colonialismo, imperialismo globalización neoliberal; épocas ciertamente distintas pero que en todos los casos reproducen ciertos rasgos propios del sistema como la mundialidad, la lógica codiciosa, la explotación, el despojo, el desarrollo desigual, la depredación de los recursos sociales y naturales, la combinación de modalidades canónicas y modalidades perversas de subsunción del trabajo, entre estas últimas el trabajo forzado etc. Para William no, para él estos momentos del capitalismo parecen funcionar solo como antecedentes de la actual fase del capitalismo globalizado, tiempo en que los rasgos que quizá ya se presentaban antes aparecen de manera acabada o definitiva. Después de quinientos años de prehistoria por fin, en nuestro tiempo, el capital arriba a su forma plena, que es también su forma terminal… Un poco hegeliano, ¿no? Pero suena bien. Sólo que deja a veinte o treinta generaciones de seres humanos que creían estar luchando contra el capitalismo como enfrentados a un fantasma, un fantasma cabrón pero a fin de cuentas un fantasma inmaduro, a un fantasma inacabado… En esta perspectiva lo que hoy sucede parece como si fuera absolutamente nuevo e inédito pues -terminados los ensayos históricos coloniales y neocoloniales en que murieron cientos de millones, se arrasaron selvas y bosques, se agotaron minas- es ahora -y solo ahora- cuando el capitalismo se está tragando de verdad al mundo, cuando está subsumiendo por fin lo que antes permanecía fuera. Sobre algunas de las modalidades de los novísimos tiempos, dice William “Se prepara el camino para la total mercantilización de la vida social. Esferas no comerciales de la actividad humana son transferidas al capital;…esferas públicas que habían permanecido fuera de su alcance” Y más adelante: “Cuando los sistemas (de salud y educación) se privatizan” (…)“esferas de la vida social que estuvieron formalmente fuera de la lógica de hacer utilidades” (p23) caen en manos del capital. No niego que en los recientes 35 años dominó, y aun domina, domina la tendencia a privatizar servicios sociales como la salud y la educación y que esto configura una época distinta a aquella en la que fueron públicos. Lo que pasa es que William lo
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presenta como si ahora entraran en la lógica del sistema y antes hubieran estado fuera de ella, mientras que para mí el que el Estado asuma la educación y salud de los trabajadores ejerciendo parte de lo que son los salarios indirectos, responde igualmente a la lógica capitalista, que necesita fuerza de trabajo educada y sana. Así ocurrió en México y en muchos países de América Latina en la fase desarrollista de la posguerra en que presuntamente mediante la ampliación de los servicios públicos se propiciaba el “despegue”. Fase de plausibles pero en el fondo ilusorios “capitalismos nacionales” auto sustentados, cuyas políticas de gasto social y sustitución de importaciones fueron impulsadas en parte por las luchas sociales justicieras, pero también por instrumentos imperiales como la llamada Alianza para el progreso. Corto período de poco más de treinta años que, visto en perspectiva histórica, se nos muestra como una -relativaexcepción a la regla, norma que para nosotros es el modelo extrovertido y globalizado que imperó antes e imperó después. Y lo mismo pasa con los servicios a la población pasa con las comunidades rurales de Nuestra América que, supongo, William ve como parte del “feudalismo articulado” o de “modos de producción mercantiles simples”, mientras que para mí son perfectamente funcionales al sistema y en su forma moderna fueron refundadas por el capitalismo a través de reformas agrarias como la mexicana y otras posteriores, espontaneas y radicales o tibias y propiciadas por la Cepal. En cambio William solo ve capitalismo cuando ve proletarización: “A medida que las relaciones de producción capitalistas penetraron las reservas precapitalistas, rompieron las comunidades precapitalistas y mercantilizaron la actividad económica ( ) incluyendo la acelerada proletarización de las comunidades rurales” (p24) Resumiendo: mientras que para William “el surgimiento del capital trasnacional es la base de la globalización económica” (25), para mí el capital es trasnacional desde su propio nacimiento… y aun antes pues una parte del atesoramiento que hizo posible la inversión capitalista la hicieron comerciantes, mayor mente comerciantes de ultramar. Y el sistema es global -o, si se quiere, es mundial- desde el mero principio pues está en su naturaleza el ser expansivo. Condición trasnacional del gran dinero y mundial del orden que lo cobija que los periféricos no podemos menos que destacar como crónica pues es la melodía sistémica con la que desde el principio nos tocó bailar.
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Ciertamente la nueva globalidad es distinta de la que imperó en el colonialismo, aunque hay rasgos semejantes, y diferente de la que se impuso en los tiempos del viejo imperialismo, aunque sin duda encontraremos un fuerte aire de familia. Y estas diferencias las enfatiza William no solo en el capítulo I que es el que vengo comentando, sino en el II y el III, que se ocupan del capital como clase y del Estado global. Para terminar estas fraternas notas desde el Sur diré que me parece muy afortunado que en el último de los cuatro capítulos del libro, William se ocupe de Las contradicciones del capitalismo global y el futuro del capitalismo global, poniendo énfasis en el carácter hantagónico, desequilibrado y perecedero del sistema y por tanto en la necesidad de su transformación radical. Más me gusta que termine con referencias los movimientos sociales y en particular a los Foros Sociales Mundiales de Porto Alegre Brasil. Me place también que las contradicciones sistémicas fundamentales que encuentra sean la sobreproducción o sub consumo, la desigualdad y la polarización social, la crisis del Estado y, por último, la “crisis de sustentabilidad (…) lo que se puede llamar contradicción entre el capitalismo y la naturaleza” (163), de la que sin embargo no se puede ocupar. Aquí la omisión o vacío que señalaba al principio no es falla del libro o de su autor, sino una limitación que se origina en la temporalidad de su escritura. La obra se publicó por primera vez en 2004, y no fue sino tres años después, en 2007, que el Panel Internacional de la ONU presentó su primer informe sobre el calentamiento global, con su cauda de pronósticos catastróficos; ese año se desata también la carestía alimentaria y se hace patente la crisis de la agricultura mundial; mientras que poco antes los precios del petróleo de nuevo se dispararon, como en los tiempos veleidosos de la OPEP, pero ahora como efecto de una real crisis de escasez de yacimientos fáciles. Fenómenos que, a mi ver, ponen en primer plano la que William llama “crisis de sustentabilidad”. La cual, sin embargo, dice, “no puedo examinar aquí”. Estoy seguro de que si el texto se hubiera escrito después de la fecha en que se escribió, habría sido más prolijo en el análisis de las crisis recurrentes de sobre capitalización o sub consumo, pues en 2008 arranca la larga recesión del nuevo milenio. Lo que resulta
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un pronóstico auto cumplido pues acabo de saber que en 2014 apareció otro libro de William llamado Capitalismo global y crisis humanitaria, en el que, entre otras cosas, aborda ampliamente la que llama “Gran recesión” del tercer milenio. Y aunque de manera marginal también hace referencia a la tensión sistémica que dejó en el tintero: la crisis que tiene que ver con la contradicción entre el capital y la naturaleza. Reflexión, está, que sería extremadamente productiva en la perspectiva del capitalismo globalizado que propone William. Y es que si globalización es intensificación y aceleración de los intercambios e interacciones sistémicas, debe serlo también del inter curso e interconexión de los diferentes sistemas entre sí. El sistema económico con él político, pero también con el social, con el natural, con el tecno científico y con el cultural. Sistemas o esferas que la modernidad separó y autonomizo, y que la crisis multidimensional que enfrentamos muestra como profundamente entreverados y en el fondo inextricables. Entonces la globalización y su crisis son también la crisis de los enfoques parciales y balcanizados de la debacle: crisis económica por un lado, crisis social por otro, pero también crisis política, crisis energética, crisis alimentaria, crisis medioambiental, crisis moral etc. Pienso entonces, que así como William se ocupa con prestancia de la dimensión económica del capitalismo global en el primer capítulo, de su dimensión social o clasista en el segundo, de su dimensión político estatal en el tercero y de sus contradicciones en el cuarto y último, en trabajos posteriores podría ocuparse con provecho para él y para nosotros de las implicaciones de la globalidad en el entrelazamiento de las esferas de la vida y por tanto en el necesario carácter holístico de su abordaje. Enfoque holista que el propone y que practica muy bien al entrelazar las esferas económica, social y política de las que sí pudo ocuparse y con espléndidos resultados en el estimulante y provocador libro que es Una teoría sobre el capitalismo global