El huérfano vez asegurada su retaguardia, Ahmose emprendió la reconquista del delta. Ávaris estaba bien fortificada y defendida. Disponía de suficientes víveres y agua para resistir un largo asedio. Sus muros eran altos y gruesos, con aspilleras y troneras desde las que los defensores podían disparar sus proyectiles con mortífera precisión. Las murallas contaban también con altas torres y todo el perímetro estaba rodeado por un foso. La ciudad se encontraba junto a un brazo navegable del río y atravesada por uno de sus ramales. Esto sería su perdición. La flota y el ejército se pusieron en camino. El rey tenía un plan. Este consistía en desviar el agua del ramal que penetraba en la capital hicsa. Una vez seco el cauce, las tropas irrumpirían a través de él sorprendiendo a los desprevenidos defensores. Una vez tomadas las torres adyacentes, sería el momento de abrir las puertas, y por ellas penetrarían nuestros hombres. La rapidez y el efecto sorpresa resultaban claves para el éxito de la operación. Una vez asegurada La expulsión de los Hicsos. (Ambrose Dudley). la entrada, un destacamento especial de soldados avanzaría en dirección al palacio para tratar de capturar o dar muerte a Apofis. Mientras, el resto del ejército penetraría dividido en tres columnas; la central, para partir en dos las defensas en el interior, y las dos restantes para cubrir sus flancos y eliminar la capacidad de respuesta de los defensores. En el río la flota cortaría toda posibilidad de ayuda externa bloqueando los brazos adyacentes. El plan era perfecto. A medida que las naves se acercaban a su objetivo, los habitantes del delta huían en dirección a la ciudad fortificada, creando el caos y difundiendo el pánico a su paso. Muchos soldados hicsos se rindieron sin luchar. Hombres, mujeres, niños y ancianos marchaban cargados con sus pertenencias y animales en busca de refugio en Ávaris, pero las puertas de la ciudad les fueron cerradas. Tal como estaba previsto, el agua fue desviada y el ramal se secó. Lo que vino después fue una carnicería. Creo que a los asiáticos se les dio un ultimátum: debían abandonar Kemet en el plazo de tres días y encaminarse hacia el este, atravesar el Sinaí y luego dirigirse al norte, permitiéndoles portar sus enseres y animales. Algunas de sus unidades se reorganizaron y trataron de estabilizar el frente en los alrededores de una ciudad llamada Saruhen. Fue en vano, los carros de batalla de Ahmose los arrollaron y, la última fortaleza de los hicsos en Kemet fue tomada. Allí pereció Jamudy, el sucesor de Apofis I, muerto en Ávaris. Había comenzado el gran éxodo. Los soldados y los civiles que encontraste en tu viaje a Tebas eran los asiáticos en retirada. Tu venganza se ha cumplido. “Cuando no se tiene nada que perder se es libre” (Ahotep, reina de Egipto) Rubén Mira Pascual 26 Boletín de la Asociación de Egiptología Iteru