La revista de relatos de ficción
Julio - Agosto 2012 La revista es de publicación mensual y se edita en Madrid, España. ISSN 2254-0466 Editor J. R. Plana Ayudante ed. Cristina Miguel Ilustración, diseño y maquetación J. R. Plana Ánima Barda es una publicación independiente, todos los autores colaboran de forma desinteresada y voluntaria. La revista no se hace responsable de las opiniones de los autores. Copyright © 2012 Jorge R. Plana, de la revista y todo su contenido. Todos los derechos reservados; reproducción prohibida sin previa autorización. Búscanos en las redes sociales @animabarda www.facebook.com/ AnimaBarda Anima Barda (g +)
Pulp Magazine
Núm. VI
www.animabarda.com Novela por entregas ESPEJOS ROTOS IV EL MANANTIAL • Terror Rubén Pozo Verdugo EL PERGAMINO DE ISAMU V • Aventura samurái Ramón Plana
41 47
Relatos cortos SEIS MUERTES POR UNA DAMA • Noir J. R. Plana DAME EL INFIERNO, CHICA • Western - Steampunk Carlos Javier Eguren Hernández HAMBRE. COMIDA. SILENCIO. • Terror Z Cris Miguel EL TEMPLO DEL DIOS DEL MAR • Aventuras Diego Fernández Villaverde HISTRIÓN • Espada y brujería J. R. Plana
6 18 25 34 56
El resto JUEGAS O MUERES • Relato juego Cris Miguel y J. R. Plana UNAS PALABRAS DEL JEFE • Editorial J. R. Plana HISTORIAS DEL PULP • De interés general BESTIARIO • Los autores
71 3 4 94
Si quieres contactar con nosotros, escríbenos a respuesta@animabarda.com Si quieres colaborar en la revista, escríbenos a redaccion@animabarda.com y te informaremos de las condiciones.
3
UNAS PALABRAS DEL JEFE
Unas palabras del jefe J. R. Plana
Y
a estamos de vuelta tras un largo mes de ausencia. Veréis que este especial de verano lleva algunas cosas nuevas. Decidimos lanzar un especial que uniera julio y agosto por varios motivos, entre ellos disponer de algo más de tiempo para introducir cambios en la revista. Y este es el resultado. Lo primero, quizá lo más llamativo, es en el formato. Hemos hecho la revista un poco más ancha y alta, para que ocupe menos páginas y se pueda leer mejor (o eso esperamos). También hemos modificado el índice y algunos aspectos del diseño, como las primeras páginas o la disposición de las ilustraciones. Lo segundo es que ha cambiado el funcionamiento de Ánima Barda. En este número no, pero nuestra intención es que los próximos sean un poco más cortos. Una novedad importante es que haremos todo lo posible porque se cubran siempre (normalmente con un solo relato aunque puede haber excepciones) los siguientes géneros: aventuras, terror, erótico, ciencia ficción, noir, espada y brujería o fantasía, western o guerra. Las antiguas revistas pulp solían dedicarse a un tema en concreto: detectives, oeste, guerra, ciencia ficción... Así que nosotros, buscando seguir la estela mientras “evolucionamos”, en vez de dedicarnos a una sola temática hemos decidido tocar las siete en cada número, dejando así nuestra marca personal, que es ser una revista pulp variada y para casi todos los gustos. Y, aunque a veces pueda resultar complicado rellenar todos los huecos, esperamos poder cumplir el objetivo lo mejor posible. Por supuesto, esto no quiere decir que no estemos abiertos a incluir otras temáticas, como por ejemplo el steampunk, la especialidad de nuestro amigo Carlos Eguren. Otra decisión ha sido reducir el número de novelas por entregas, publicando una fija junto con otra que iría alternando de número en número entre las diferentes novelas por entregas que están en el aire. Una tercera opción se dará con las novelas cortas. En ese caso hemos optado por publicar la novela entera en el número, ya que serán de menor extensión que una por entregas. Así, ocasionalmente, los lectores tendréis a vuestra disposición un número especial con una novela corta completa en su interior. Estos son los aspectos más generales de los cambios que se han introducido. Por último, nos hemos puesto un poco estrictos, subiendo el nivel de exigencia a nuestros autores con el fin de ir mejorando poco a poco la calidad literaria de la publicación. Ánima Barda siempre estará abierta a todo el mundo, ya sean profesionales, aficionados o cualquier hijo de vecino, sin embargo, aunque no tengamos grandes pretensiones, queremos premiar la fidelidad garantizando un mínimo de calidad a los lectores, que sepan que cada mes tienen un puñado de páginas de diversión y esparcimiento mental garantizadas. No es nuestro fin último, pero la verdad es que nos gustaría que Ánima Barda se convirtiera en un referente entre las revistas pulp españolas actuales. Ojalá lo consigamos entre todos, y aunque no podamos resucitar el pulp en sus años mozos, por lo menos que mantegamos la llama del homenaje encendida. Gracias por estar aquí un mes más. Esperamos que disfrutéis leyendo Ánima Barda tanto como nosotros haciéndola. Ánima Barda - Pulp Magazine
4
HISTORIA DEL PULP
Historia del Pulp Hoy dedicamos esta página a Solomon Kane, el héroe puritano del siglo XVII que recorre Europa y el continente negro en su eterna lucha contra el mal.
S
olomon Kane es el ejemplo perfecto de un héroe de la literatura popular: un espadachín justiciero, misterioso y solitario que no duda en usar la violencia en todas sus formas. Creado por Robert E. Howard, autor de Conan, este puritano del siglo XVII recorre el mundo luchando con espada y pólvora contra toda clase de enemigos y villanos, desde bandidos hasta esclavistas pasando por arpías y vampiros. Las historias de Solomon Kane aparecieron en Weird Tales en 1928, y a lo largo de ocho relatos distintos e independientes Robert E. Howard nos cuenta las aventuras y peleas de Solomon mientras viaja del Viejo Continente a África, continente que, a ojos del autor, resultaba extremadamente exótico y primigenio. En todas ellas confluyen varios géneros, como el histórico, el folletín, el terror y especialmente la aventura, todo ello con tintes góticos. Y es que Kane se encontrará a lo largo de su camino con multitud de enemigos de lo más extraño. Él mismo, de hecho, considera que sus aventuras son un choque del Bien contra el Mal. Lo sobrenatural está presente en las aventuras de Solomon y son una parte fundamental de la trama, tanto en Europa como en África. Sin embargo, este continente requiere una especial atención cuando hablamos de las obras de Robert E. Howard. Para éste, al igual que para la tradición de la época, África es un continente de fantasía sin verosimilitud de ningún tipo; un continente inexplorado lleno de caníbales tribales, ciudades perdidas y horrores. Es en África, precisamente, donde tiene lugar la mayor parte de las aventuras de este justiciero.
Como hemos dicho antes, se publicaron ocho relatos protagonizados por Solomon. Sin embargo, por algunas referencias que se hacen en estas obras, se deduce que ésta podría haber sido más larga. Existen varios fragmentos inconclusos y un cuento titulado “The Blue Flame of Vengeance” que nunca se publicó y que era un folletín donde Solomon se enfrentaba a un villano local para rescatar a una chica. Tras la muerte de Howard, varios autores realizaron una versión de este cuento, que al final fue publicado con el título “Blades of the Brotherhood” y que se vio modificado de igual manera que muchos otros relatos de Howard: el autor introducía una criatura de estilo lovecraftiano en una escena, persiguiendo conseguir su inclusión en antologías de temática sobrenatural. Solomon Kane, además de las mencionadas versiones de relatos no publicados, ha sido adaptado al cómic y al cine. Lo primero ocurrió en 2008 y de la mano de Dark Horse, y lo segundo tuvo lugar en 2009, película dirigida por Michael J. Bassett y James Purefoy interpretando a Solomon Kane. A España no llegó hasta 2010. Otro héroe del genial Robert E. Howard.
Ánima Barda - Pulp Magazine
PUBLICIDAD
テ]ima Barda - Pulp Magazine
5
6
J. R. PLANA
SEIS MUERTES POR UNA DAMA por J. R. Plana
テ]ima Barda - Pulp Magazine
SEIS MUERTES POR UNA DAMA
Sol, playas, palmeras, hoteles de lujo, luces de neón, placer, vicios caros y chicas guapas. Nunca unas vacaciones fueron tan prometedoras... Ni tan peligrosas.
S
ueles venir mucho por aquí? –Intento hacerme oír por encima de la música machacona y ensordecedora que sale por los altavoces. – Sí, bastante –me contesta al oído. Se echa para atrás un poco, me sonríe, sorbe por la pajita de su cóctel y se vuelve a acercar a mi oreja–. ¿Y tú? – No, qué va. –Ella hace un gesto de no haberme oído. Qué demonios, si casi no me oigo ni yo. La imito y me acerco a su cabeza. Huele bien, a uno de esos perfumes dulzones que se ponen las chicas jovencitas, nada que ver con las solteras de vuelta de todo con las que suelo quedar–. Digo que no. No soy de aquí, estoy de vacaciones. Ella abre la boca como si dijera “Aaahm” mientras asiente. Vuelve a beber de su cóctel y yo aprovecho para echar un trago del mío. ¿Dónde está el alcohol? Esto es a la bebida de verdad lo que las fiestas de pijamas a las orgías desenfrenadas. Dios sabe que no soy hombre de copas llenas de colorines, que lo mio es el alcohol a palo seco, con hielo como mucho, pero estoy de vacaciones, y cuando estoy de vacaciones me dejo parte de mi disfraz en Virginia. Eso incluye el papel de tipo duro, la placa y los fantasmas nocturnos. Ahora estoy al sur de Florida, aquí todo es sol y placer, con su clima húmedo y pegajoso, sus largas playas, sus palmeras, sus hoteles de lujo, sus luces de neón, sus vicios caros y sus chicas guapas y tostadas. Chicas como la que tengo delante, con la que hace tres minutos me he chocado sin querer cuando volvía de la barra con su copa llena de líquido azul y a la que he tenido que invitar a una copa, como un buen caballero y un mediocre ligón. Deja su cóctel sobre la barra y se vuelve a
acercar. – ¿Has estado aquí antes de vacaciones? – Sí. Hace cuatro años. –Muevo los brazos para abarcar el local–. Y en esa ocasión aquí vine un par de veces. – ¡Vaya! –dice sonriendo–. Te gusta la marcha, ¿eh? Soy un dinosaurio desfasado que sólo convive con machos bigotudos y con afición por las armas y no sé cómo carajo tomarme eso. ¿Está ligando? ¿Me está tomando el pelo? ¿Me está llamando viejo salido? – Un poco sí. –Pongo mi mejor sonrisa de culpable–. Pero no me va mucho el desfase. ¿Y a ti? ¿Qué clase de pregunta es esa? Maldito idiota. – No, yo tampoco soy de desfasar. –Entrecomilla desfasar con los dedos–. Pero sí me gusta salir de fiesta de vez en cuando. ¿A quién no? Ella coge su cóctel y vuelve a sorber por la pajita. – Claro, claro… –La imito y me escondo unos segundos en mi copa rosa. Puaj. Mientras, aprovecho el momento para mirar disimuladamente por el rabillo del ojo a… a… ¿Cómo ha dicho que se llama? ¿Claudia? ¿Sophia? ¿Melanie? Mierda… – ¿Y has venido con alguien más? –Ella suelta su vaso y me corta el proceso de recuperación y saneado de memoria. – No, estoy sólo. Que triste suena. – Oh –dice. ¿Oh? ¿Qué quieres decir con “oh”?–. ¿Te apetece bailar un poco? – ¿Cómo? – ¡Que si bailamos! –grita, señalando la pista de baile.
Ánima Barda - Pulp Magazine
7
8
J. R. PLANA Joder, que suerte. – ¡Claro! –Con la pajita aún en la boca, y sin soltarla, asiento varias veces seguidas. Haciendo caso omiso de mi actitud de menguado mental, se levanta de su taburete y me agarra de la mano. Tira de mí a través de la multitud sudorosa. Cuando considera que está lo suficientemente inmersa en el gentío, me suelta, se gira y empieza a bailar. A bailar conmigo. Se mueve al ritmo de la música, con una maestría comparable a la de las bailarinas que suelo ver en las “excursiones” nocturnas con mis compañeros. Se agita, sube, baja, se restriega, se contonea, y yo lo único que puedo hacer es seguir el juego lo mejor que puedo sin parecer un baboso. Las luces de colores de la discoteca la iluminan a rachas. Mientras la música martillea mis oídos yo me quedo embobado con su piel, morena, suave y tersa. Creo que es la primera vez desde que la he visto que me detengo a observarla por completo. Es exageradamente guapa, o al menos eso me parece a mí. Empiezo a examinarla por sus labios gruesos, que enmarcan una pequeña boca. Tiene la nariz respingona, aunque lo que más llama la atención son sus ojos, hay algo salvaje en ellos: bellamente rasgados y de un color azul que hace imposible dejar de mirarlos. La forma redondeada de su cara endulza levemente su expresión, pero el pelo corto despeinado meticulosamente y su mirada la otorgan de todo menos dulzura... Voy bajando poco a poco. Sigo las líneas de su cuello, las clavículas, los hombros tonificados. Me engancho a uno de los tirantes de su vestido y sigo bajando. Es rosa palo, o al menos eso parece con esa luz. De lo que no hay duda es que es ligero, casi etéreo, y después del pecho, donde se ciñe hasta la cadera definiendo perfectamente lo que tiene que definir, sin dejar nada a la imaginación tal y como me gusta a mí, queda suelto y vaporoso, a merced del movimiento de las caderas. Y luego se corta, de repente, a medio muslo, en una especie de tortura placentera para todo
hombre con pasión por las piernas que llegan hasta el suelo. No sé que lleva en los pies, no consigo llegar tan abajo. Me quedo perdido unos segundos en seguir el bamboleo incesante del vestido, y entonces me echa los brazos al cuello. Me doy cuenta de que he sido demasiado descarado y noto que se me agolpa la sangre en la cabeza. Aunque sé que no me voy a ruborizar, sí es probable que se me congestione el rostro, así que disimulo lo mejor que puedo y sigo con el baile. Regreso la vista a las alturas y veo que me está mirando a los ojos, sonriendo de medio lado. Junta su cuerpo un poco más y baila pegada a mí, dejándose llevar por la canción, que de repente ha cambiado y es más lenta que la anterior. Yo, avezado jugador en esto de ligar, me quedo unos segundos con los brazos a lo largo del cuerpo y boqueando como un pececito. Mis impulsos primarios arrancan y me da una patada mental, poniendo en inmediato funcionamiento mis manos que suben para agarrarla por la cintura. Le cojo el gusto rápidamente y consigo dejarme llevar yo también. No sé cuanto tiempo estamos así, pegados, ronzándonos el uno al otro, aspirando y memorizando el empalagoso olor de su fragancia; lo único que sé es que me parece demasiado poco. Cambia la canción y el gilipollas del DJ mete una cañera, de éstas que no se bailan sino que se siguen dando botes, como esas pelotas de goma que saltan como una jodida chinche. No, espera, las chinches no saltaban… Mejor como los piojos. O como una… Da igual, el caso es que cambia la canción, ella se separa de mí con una gran sonrisa y a mi me entran ganas de matar al pinchadiscos. – ¿Fumas? –grita. No. – Sí –grito. – ¿Salimos afuera a…? –Deja la frase sin terminar y se lleva dos dedos estirados a la boca. – Sí –vuelvo a gritar.
Ánima Barda - Pulp Magazine
SEIS MUERTES POR UNA DAMA De nuevo toca el numerito de llevarme de la mano entre la gente, y yo me dejo, como si fuera un perrito. Incluso me dan ganas de sacar la lengua. Arf, arf, arf. Aunque pueda parecer increíble, llegamos bastante rápido al exterior. Los puertas, de riguroso negro, brazos como el torso de la chica y gafas de sol incluidas, nos abren la puerta. Una vez fuera, la brisa marina nocturna me da de lleno en la cara. Está fresca en comparación con el sofocante interior del local, pero lo que más agradezco es el agradable olor a sal y algas. Miro la playa, oscura como la boca de un lobo, e intento distinguir donde acaba el mar y empieza el horizonte. Me gustaría oír el murmullo de las olas, pero mis conductos auditivos están colapsados con un intenso piiiiiii. Ella no se detiene, sigue caminado y se aleja unos pasos, apoyándose al final contra la pared, debajo de las letras luminosas del local. Me mira y sonríe sin enseñar los dientes. Yo me acerco despacio, disfrutando del momento. Llego a su lado y ella se queda unos segundos contemplándome fijamente. Entonces gira la cabeza un poco, eleva las cejas y abre los ojos. – ¿Y bien? –pregunta–. ¿No íbamos a fumar? – Claro –contesto. Tardo unos dos segundos en entender lo que quiere de mí. Echo la mano a la espalda, al bolsillo trasero del pantalón. Frunzo el entrecejo y cambio de bolsillo, fingiendo buscar un tabaco que no existe. – Joder –digo–. Me lo he tenido que dejar en el hotel, qué cagada. Ella se ríe, incorporándose de la pared. – No te preocupes. Si quieres podemos ir a buscarlo. –Vuelve a sonreír sin enseñar los dientes y yo me vuelvo a quedar estupefacto. Se aleja un poco, caminando en dirección a la disco. Llega junto a los gorilas y habla con uno de ellos, que asiente, saca algo de dentro de su chaqueta y se lo ofrece. Ella coge dos cigarrillos, se pone uno en la boca y deja que el puerta se lo encienda. Le da las gracias y
vuelve hacia mí, pisando con fuerza la acera mientras da una calada al pitillo. Me da el mío y me lo pongo en los labios. Reparo en que no tengo con qué encenderlo. Ella se da cuenta, pero por lo visto tiene todo controlado. Se acerca a mí y junta la brasa de su cigarrillo con la mía, sin quitárselo de la boca. Glups. Una vez encendido, vuelve a recostarse. Yo, que tengo el cerebro falto de riego sanguíneo, me atrevo con un semifarol. – Gracias pero... –Pongo mis mejores cejas de Humphrey Bogart– es una lástima. Ahora no podremos ir a buscar tabaco al hotel. Doy una calada al cigarrillo y, como llevo sin fumar desde los catorce años, me atraganto con el humo y me da tos. Lo disimulo lo mejor que puedo y ella, omitiendo mi ahogo, sigue con la conversación. – Quién sabe, quizá nos pasemos más tarde. –Eleva la barbilla un poco y suelta el humo hacia arriba–. Así estás aquí de vacaciones… ¿De dónde eres? – De Virginia. –Cojo un poco de aire, ya recuperado de mi asfixia–. En concreto de Richmond. – Oh, vaya. ¿Y a qué te dedicas allí? Sopeso la respuesta unos segundos antes de contestar. Soy poli, poli de narcóticos. ¿Cómo reaccionará ella ante eso? ¿Le cortará el rollo? ¿Saldrá huyendo? ¿Le gustará? – Me dedico a la seguridad. –Decido mentir a medias–. Ya sabes, seguridad privada. Sobre todo para personas ricas o importantes. – Wow. –Abre los ojos sorprendida–. ¿En plan guardaespaldas? – Hmmm… Algo así, sí. – Vaya, nunca había estado de fiesta con ninguno. – Siempre hay una primera vez para todo. –Ahora me toca a mí preguntarle a ella–. ¿Y tú? ¿Eres de aquí? –Asiente con la cabeza–. Que suerte, ¿no? Será como estar siempre de vacaciones. – No te creas. Esto no es una fiesta continua. No es tan divertido como puede parecer. –Me sonríe, pero me parece percibir un ligero
Ánima Barda - Pulp Magazine
9
10
J. R. PLANA matiz de tristeza en su expresión. Antes de que yo pueda añadir nada más ella vuelve a hablar, dejándome claro que quiere cambiar de tema–. Antes has dicho que viniste hace cuatro años, y si te gusta esto como parece, ¿por qué has tardado tanto en volver? Vuelvo a pensar la respuesta. La verdad es que llevo cuatro años sin poder coger vacaciones en verano. Por suerte para mí, estos dos últimos meses ha habido poco follón en comisaría, así que el jefe no me puso pegas cuando le pedí que me dejara ir una semana para desconectar, alejarme del teléfono, la placa, los traficantes y los sobornos. En cuanto me dijo que sí, metí en la maleta unas camisas, un par de pantalones, la pistola y calzoncillos para siete días, y me largué a toda prisa en mi Chevy Malibú recién estrenado, más que entusiasmado con la idea de conducir casi diecisiete horas con parada incluida. Decido contarle lo mismo con un par de cambios: en vez “poco follón en comisaría” digo “pocos clientes”, y donde tocaba decir “placa, traficantes, sobornos” lo cambio por “chalecos, limusinas, amenazas de muerte”. Suena creíble y me doy una palmada en la espalda por mi rapidez mental. Ella escucha con atención y asiente al final, dándome la razón en que siempre es un gozo conducir por placer y no por obligación. Nos quedamos callados un momento, ella contemplando el mar con el cigarrillo en la boca, yo mirando las farolas del paseo mientras tiro el mío a medias disimuladamente. – ¿Conoces la ciudad? –me pregunta de repente. – La verdad es que no. –Esta vez no he vacilado, consciente de lo que viene a continuación. – ¿Quieres que te la enseñe? – Por supuesto que sí –y me permito rematar la frase con la sonrisa más grande y reluciente que he mostrado en meses. – Guay. –Tira su cigarrillo al suelo y lo apaga con la punta del zapato. Ahora sí que me fijo en lo que lleva: son unas sandalias de cuña, y, como todo, le quedan genial–. ¿Tie-
nes tu coche por aquí cerca o buscamos un taxi? – Lo tengo aparcado aquí al lado –digo, señalando al cruce cercano. Mentalmente doy las gracias a mi yo del pasado por la decisión de venir en coche a la discoteca a pesar de tener el hotel a un par de manzanas. Empezamos a caminar por la acera. Tiene un par de grietas y ella se agarra a mi brazo para andar más segura. – ¿Te importa? –me pregunta. – En absoluto. –Vuelvo a sonreír. ¿Qué aspecto tendré? Creo que nunca me he visto sonriendo de verdad, ni en fotos ni en el espejo, y confieso que no suelo hacerlo mucho. ¿Seré como Arnold Schwarzenegger en Terminator? – ¡Ya he visto tu coche! –dice con ilusión, como si fuera una niña que juega al escondite–. Es aquel, ¿verdad? El que está en la acera de enfrente. Es un Malibú y está muy nuevo, no puede ser otro. – ¡Premio para la señorita! Has acertado, es ese. ¿Te gusta? Ella asiente con la cabeza, sonriendo con los labios apretados. Cruzamos la carretera hasta el bulevar que divide el paseo en dos y esperamos allí a que pasen unos coches. Mientras esperamos, me quedo idiotizado por decimoquinta vez en lo que va de noche. Guapa, joven, sensual, incluso parece inteligente… ¿Cómo puedo tener tanta suerte? Es decir, no es que hayamos hecho nada aún, incluso puede que sea una puta de lujo o una estafadora, cosas peores he visto. Pero aun así… El hecho de que se haya fijado en mí, sea o no una embaucadora, y de que estemos paseando del brazo hacia mi coche pone mi autoestima por las nubes. Estoy envuelto en mis fantasías cuando oigo frenar suavemente a un coche a nuestro lado. La carretera tiene dos carriles y él se detiene en el izquierdo, obstaculizando la circulación. Es un Ford Kuga negro, uno de estos todoterrenos urbanos. La ventanilla se baja y asoma la cabeza un hombre con pinta de tipo
Ánima Barda - Pulp Magazine
SEIS MUERTES POR UNA DAMA duro. Mandíbula cuadrada, pelo oscuro cortado al mínimo, patillas hasta media oreja, mirada penetrante. Lleva una camiseta negra ajustada, de manga corta, que deja claro que le gusta trabajar su torso y sus brazos en el gimnasio. Por detrás de él, en el asiento de copiloto y en la parte trasera, se entrevén dos hombres más, cortados todos por el mismo patrón. Esto no me gusta un pelo. – ¿Qué coño haces aquí, Jennifer? –Eso, Jennifer. Ese es su nombre–. ¿Y quién es este tío? –dice, casi escupiéndome. – ¿Y dónde se supone que tengo que estar, Jackie? –contesta ella–. Soy libre de ir donde me plazca. – Y una mierda. Tú irás donde diga González, y esto no le va a gustar un pelo. –Jackie tiene un marcado acento sureño. – ¿Quién cojones es González? –pregunto yo, empezando a cabrearme. Suenan las bocinas de los coches de detrás, que se frenan según pasan para insultar y pitar. – Es complicado –me dice Jennifer, al mismo tiempo nerviosa y enfadada. De repente me mira un poco asustada y añade–: no es lo que parece. Yo no me debo a González. –Se gira hacia Jackie y sus chicos–. No tengo por qué obedecerle, así que largaos de una vez. – Y una mierda –vuelve a repetir Jackie, alardeando de su amplísimo dominio del lenguaje–. Tú te vienes con nosotros. Te llevaremos con González para que te deje las cosas claras. Chicos –dice mirando hacia atrás–, metedla en el coche. Se abren las puertas y se bajan tres tíos. Vaya, había uno más. Me interpongo entre ellos y Jennifer, en guardia y preparado para pelear. – No os acerquéis –les amenazo. Se echan encima y, antes de poder reaccionar, uno de ellos me pone una pistola en la sien. – Será mejor que te estés quieto, amigo – me suelta el pavo. Tiene acento cubano. La adrenalina se me agolpa en la cabeza. El impulso es quitarle el arma y vaciarle el cargador en la boca, pero, aunque podría ha-
cerlo, la prudencia me aconseja mantener la calma. Jennifer podría resultar herida, y hay tres tipos más que seguro que también están armados. – ¡No le hagáis daño! –grita Jennifer, blanca como la tiza–. ¡No le hagáis nada, por favor! ¡No tiene nada que ver, ni siquiera es de aquí! Los otros dos la agarran con fuerza y la meten en el coche casi en volandas, mientras ella se resiste mirando hacia mí y dando voces. – Vámonos Roque –le dice Jackie en español. Lo entiendo porque di unas cuantas clases en la comisaría, como parte de la preparación para luchar contra bandas traficantes hispanoamericanas. – No hagas ninguna tontería –me dice a mí el tal Roque–. Ponte de rodillas, las manos al cielo. Aunque obedezco, le miro a los ojos, desafiante, memorizando cada uno de sus rasgos: piel morena, pelo oscuro y en melena, bigote fosco, nariz chata y ancha, pómulos y frente prominentes, ojos pequeños y marrones, una cicatriz en la barbilla. Sonríe, dejando a la vista dos colmillos de oro. No sé por qué, pero esa sonrisa me provoca otra oleada de ira. – A ti te mataré el último –le digo, más ancho que largo. Creo que la bravuconada es también de una peli de Schwarzenegger, pero no me acuerdo de cual. La cierto es que seguro que lo dicen en alguna más. – Claro que sí –me responde. Y, para dejarme claro que discrepa, me golpea en la cabeza con el arma. Caigo de boca contra el suelo, con el mundo entero girando como si fuera una maldita noria loca y la vista llena de destellos y estrellitas. Oigo el grito de Jennifer, las risas de los matones y el motor del Ford rugiendo al acelerar. Me palpo la nuca, buscando sangre, pero no hay nada, sólo un fuerte pinchazo y un inminente chichón. Trato de ponerme a gatas y levantarme, pero es como si fuera en una barquita por el océano en mitad de una tormenta.
Ánima Barda - Pulp Magazine
11
12
J. R. PLANA Me arrastro como puedo hasta una palmera, que uso como apoyo para enderezarme un poco. Me fijo en el detalle de que nadie ha venido a ayudarme o a ver si estoy bien. Hay varios curiosos mirando, incluidos un par de coches que se han detenido, pero no se acercan a auxiliarme. – Que os jodan –digo por lo bajo, apretando los dientes por el esfuerzo de ponerme en pie. Para mi sorpresa, aguanto bastante bien, así que reúno energías y voy a trompicones hacia mi coche. Cruzo la carretera sin mirar, provocando la ira de un conductor, que pega un frenazo y aprieta el claxon hasta dejarme sordo. Consigo alcanzar mi Chevrolet y meter las llaves de alguna manera. Antes de que me de cuenta, el coche está en marcha y a toda velocidad por el paseo. ¿Qué hago? ¿Por dónde han ido? ¿Por qué solo veo lucecitas? ¿Para qué narices arrancas sin saber a donde vas? Una rauda visión de mi coche estampado contra las palmeras del paseo hace que me obligue a aparcar para pensar un poco. Me hago a un lado y detengo el coche, dejando el motor en marcha. – El acelerón ha sido un poco irreflexivo, lo acepto –empiezo a hablar en voz alta–. Veamos, qué tienes. –Pienso unos segundos–. Tengo un coche, Ford Kuga negro, pero no tengo la matrícula. Tengo un nombre sin cara: González. Y tengo dos nombres con cara: Jackie y Roque. Tengo que llevan armas y hablan en español, uno de ellos cubano. –Me callo y medito, repasando los acontecimientos, buscando algún detalle, algo que me ayude a tomar una decisión fiable, pero no encuentro nada. Sólo tengo una pista que puedo seguir, aunque es bastante vaga–. Está bien. Empezaré por lo único que tengo: el acento cubano. Eso nos lleva a la pequeña Habana. Me froto la cara y me presiono la parte superior de los ojos. Ya casi veo del todo bien, han desaparecido los destellos, aunque la punzada penetrante en la cabeza sigue ahí, perforando mis sesos sin piedad. Ahora que tengo decidido de qué hilo tirar, pienso en cómo tirar de él. ¿Voy en plan Bruce Willis,
dispara primero y pregunta después? ¿Me acerco hasta la comisaría de la zona y les cuento la historia? ¿Llamo a algún poli amigo en casa? ¿Y si lo dejo y me largo? Morir es una buena forma de joder las vacaciones. Y son las primeras vacaciones desde hace mucho tiempo… Pero es que Jennifer… Y parecía tan asustada… ¿Qué van a hacer con ella? Suspiro y maldigo un par de veces. ¿Qué clase de descanso es este? Menuda mierda. Vuelvo a centrarme en tomar una decisión y mi cabeza elimina posibilidades rápidamente. ¿Llamar a alguien de casa? Descartado, tardaría mucho. ¿Acudir a la policía? Parece lo más sensato, pero sé que tardaran más aún que la primera opción. Sólo con comprobar que soy quien digo ser… ¿Y si alguno está a sueldo de ese tal González? Me parece poco probable, pero hace que la idea parezca menos apetecible… ¿Y largarme al hotel a dormir? Nah, Jennifer merece una noche en vela. Incluso dos. Esto solo me deja una opción, sr. Willis. Echo mano debajo del asiento y palpo hasta encontrar lo que busco. Ahí está. Siempre la llevo conmigo, ya sea encima o en el coche. Y como hoy no llevo americana, sino una ligera camisa de lino, metérmela en el cinto no parecía la mejor opción. Ésta no está registrada ni dejará huella alguna en la bala que puedan relacionar conmigo, es perfecta para la ocasión. La saco de la funda y compruebo que lleve el cargador lleno. Para mi sorpresa está vacío, y entonces me acuerdo de que antes de irme estuve practicando en la galería de tiro y se me olvido volver a cargarla. Abro la guantera y busco entre los papeles. Sé que, oculto en alguna, parte hay un cargador de repuesto lleno, así como una pequeña caja con balas suficientes para llenar uno. Doy con ambas cosas rápidamente, y me pongo a prepararlo todo sin perder un segundo. Mientras repaso en voz alta mi plan y mis intenciones. – Esto es pan comido. –Siempre he tenido esta costumbre, desde pequeño. No sé por qué, pero pensar en voz alta como si hablara conmigo mismo me ayuda a concentrarme–.
Ánima Barda - Pulp Magazine
SEIS MUERTES POR UNA DAMA Te acercas hasta Little Havana para echar un vistazo. Primero buscamos el coche, por si lo hubieran dejado por ahí. No me extrañaría, porque no parecían muy nerviosos o asustados, estaban confiados, se creerán los amos del lugar. Las balas entran suavemente en el cargador. Clic. Clic. Clic. – Si no hay suerte, preguntaré a alguien. Alguna mujer, un hombre mayor quizás. Un niño sería lo ideal. Fingiré estar buscando a Roque porque me dijo que estaría por allí, que preguntara. Eso casi siempre funciona. Y si no, ya me buscaré las vueltas. Ya están todas las balas dentro. Meto el cargador en la pistola. Clac. – Y una vez que les encuentre… Tienen pinta de matones de tres al cuarto, probablemente se achanten cuando vean la pipa, se cagarán encima al saber que han apuntado y agredido a un policía. O igual no. En ese caso habrá que meterles miedo en el cuerpo de otra forma. –Echo hacia atrás la corredera de la pistola dejando que entre una bala en la recámara–. Pase lo que pase, saldré de allí con Jennifer, se pongan como se pongan. Satisfecho con mi plan, totalmente contrario a los manuales de conducta policial o sentido común, meto la pistola entre el cinturón y los riñones, guardo el cargador de repuesto en un bolsillo y arranco el coche. Conozco un poco la ciudad, así que tengo ubicada en qué zona está la pequeña Habana, así que enfilo el paseo y aprieto el acelerador todo lo que puedo sin llamar la atención. Las luces de locales y coches se convierten en borrones luminosos, y las palmeras pasan una detrás de otra junto a mi ventanilla, que bajo a tope para disfrutar de la brisa marina y el viento en la cara. A pesar de la tensión y de que las perspectivas no resultan tranquilizadoras, saboreo el momento. – Falta música –digo en voz alta. Enchufo la radio del coche y pongo una emisora al azar. Justo está sonando Run to the hills, de Iron Maiden, y me parece que la casualidad tiene un gusto impecable.
– Eso es. Mucho mejor. La suerte ha decidido sonreírme, porque en menos de diez minutos he llegado a la pequeña Habana y a la primera vuelta he encontrado el Ford de Jackie y compañía. Está aparcado en una calle estrecha, frente a un restaurante cubano y una peluquería cerrada. En la calle, apoyados en el coche, están los dos tíos que metieron a Jennifer a la fuerza en el Kuga. Están fumándose un par de pitillos, mirando con aire despreocupado por la cristalera del local. Paso con el coche, no muy despacio para no llamar la atención ni muy deprisa para no ver nada. Dentro distingo unas cuantas mesas llenas con gente cenando, pero ni rastro de la chica. En la esquina del restaurante hay un callejón sucio donde tiene los contenedores de basura y una puerta de servicio. Paso de largo y sigo hasta el final de la calle, donde hay un cruce. Giro a la izquierda y me detengo para recapacitar unos segundos sobre cuál es la mejor forma de entrar. Si está abierta, la puerta de atrás es la mejor opción. Además es fácil llegar hasta ella, puedo ir por la calle paralela a la del restaurante y entrar por el otro lado del callejón. Me parece una buena opción, así que arranco y en la siguiente calle vuelvo a girar a la izquierda. Hay pocos coches, así que aparco sin problema a unos metros del callejón. Al acercarme a él descubro que hay una verja que cierra el paso de un lado al otro, así que la salto intentando no caerme de bocas y me acerco agazapado hasta la puerta. Es de metal, bastante gruesa y oxidada. Agarro el tirador y rezo para que no esté cerrada, porque entonces tendré que entrar por delante y con mucho ruido. Giro el picaporte pero no cede. Lo hago con un poco más de fuerza, empujando y tirando. Y entonces se abre hacia afuera con un chirrido. En vez de suspirar de alivio contengo la respiración con el corazón en un puño. Se ha oído mucho. Suelto y me alejo un poco de la puerta, pegado a la pared y con la mano cerca de la pis-
Ánima Barda - Pulp Magazine
13
14
J. R. PLANA tola. Aguardo unos segundos, esperando oír pasos, pero nada ocurre. Me relajo un poco y continúo con mi incursión. La puerta da a un pasillo pintado de amarillo, casi tan sucio como el callejón y que se extiende a ambos lados para luego girar. De la parte derecha me llegan ruidos de cocina, así que decido ir hacia la izquierda, que probablemente lleve al almacén o a la oficina, si es que hay. Camino rápido y sigiloso, con la pistola ya en la mano. Al llegar a la esquina del lado izquierdo me detengo y me asomo con cuidado. El pasillo acaba a los pocos metros, en una puerta de cámara frigorífica. En mi lado de la pared veo dos puertas de madera, cerradas también. Afino el oído, pero no me llega ningún ruido, así que me pongo frente a la puerta número uno. Pego la oreja y trato de adivinar qué habrá al otro lado. – ¿Quién es usted? –Una voz con acento cubano me sobresalta–. ¿Qué hace aquí? Me giro y me encuentro a un cocinero obeso y moreno saliendo de la cámara frigorífica. ¿Cómo cojones no he oído a ese hipopótamo? Le apunto con la pistola y me llevo un dedo a los labios, indicándole que guarde silencio. El hombre se pone pálido al ver la pistola, levanta las manos y asiente rápidamente. Me acerco a él y le señalo la cámara. Él retrocede y yo entro con él. – Será mejor que te quedes aquí y no hagas nada –le digo en un susurro–. Soy policía, colabora si sabes lo que te conviene. –El gordito asiente varias veces y no me pregunta por la placa. Que se atreva–. Quítate el delantal y dámelo. El procede, obediente. Cuando me lo da, le hago girar y se lo pongo de mordaza. Como es lo suficientemente largo, lo uso para atarle también las manos a la espalda. Es un viejo truco que me enseñó mi primer instructor; si tuviera una cuerda en condiciones, podría atarle cuello, manos y pies de una manera que, si se relaja, se ahoga él sólo. El tipo me ha caído bien, ha sabido portarse, así que no veo necesidad de torturarle más. Termino de hacer el nudo, dejándole en una situación un
poco incómoda, con los brazos subidos y la cabeza hacia atrás, y lo sujeto contra uno de las grandes cadenas con ganchos que cuelgan del techo. Así tardará un poco más en liberarse. – Estoy buscando a Jackie y a Roque –le digo al oído–. Han entrado hace poco con una chica rubia, ¿les has visto pasar? –El cocinero asiente, nervioso–. ¿Dónde están? ¿Están en este lado del pasillo? –Vuelve a asentir–. ¿Tras la puerta en la que estaba yo? –Esta vez niega–. ¿En la otra? –Ahora siente con más fuerza–. Muy bien. Si me has dicho la verdad, te librarás de una buena por colaborar. Si no, volveré aquí y hablaremos. Le dejo asistiendo como un loco y a punto de llorar. Está realmente asustado. Vuelvo al pasillo, cierro la cámara frigorífica y me acerco a la puerta número dos. Esta vez sí que oigo ruidos al pegar la oreja, parecen voces hablando. Me concentro, tratando de entender algo. Se oye una voz de hombre, grave y con acento. ¿González, quizás? No distingo bien lo que está diciendo. Se oye otra voz, y ésta la reconozco al instante: es Jackie, con ese acento sureño que me crispa los nervios. Se vuelve a oír al supuesto González, que grita. Entonces suena una chica, sin duda Jennifer. Y luego una bofetada la calla. No hay que ser muy listo para suponer lo que ha pasado. Noto como la adrenalina vuelve a invadirme, con la diferencia de que esta vez no la reprimo. Me alejo de la puerta, agarro la pistola con fuerza, cojo impulso y le pego una patada a la puerta a la altura del picaporte. La madera se parte con un gran crujido y se estrella contra la pared al abrirse hacia dentro. Entro en la habitación como una exhalación, sin pararme a mirar qué o quién hay dentro, embistiendo contra lo primero que encuentro. Roque es el primero en mi camino, que cae al suelo con la cara llena de sangre tras darle un brutal revés con el arma. A la mierda lo de enseñar la placa. Jackie está más alejado, justo a la espalda de un hombre joven, de pelo oscuro, tez morena y bien vestido. Jennifer está al final, casi colgando, con las manos esposadas a una
Ánima Barda - Pulp Magazine
SEIS MUERTES POR UNA DAMA tubería y la cabeza echada hacia delante. Los dos se han girado, agachándose instintivamente por el ruido, y Jackie ha desenfundado una pistola y está empezando a entender qué ocurre. Le ahorro tener que tomar decisiones disparando tres veces contra él. La detonación retumba en toda la habitación. Jackie ya no será un problema. Apunto al otro y avanzo hacia él, decidido. – ¿González? –le pregunto. – S–Sí. –Titubea un poco, a la vez furioso y asustado. Efectivamente, tiene acento cubano–. ¿Quién eres tú? Le ignoro y, sin dejar de apuntarle, me acerco hasta Jennifer. – Jennifer, ¿estás bien? ¿Puedes oírme? Ella levanta los ojos para mirarme. Tiene el izquierdo morado, casi cerrado debido a la hinchazón, el labio partido y la nariz sangrando. Me ve y me reconoce, y sonríe aliviada. – Has venido… –murmura. Apenas puede tener los ojos abiertos. – Bájala –le digo a González. Se muestra reticente a obedecer, así que me acerco más a él y le pongo la pistola contra la frente–. Bájala o te vuelo la cabeza. González saca una pequeña llave del bolsillo de su americana y se sube a una silla para abrir las esposas. Cuando las suelta, Jennifer se vence hacia delante, incapaz de sostenerse en pie. Lo había previsto, así que consigo sujetarla con la mano libre sin perder de vista a González. – ¿Tienes algo roto? ¿Puedes ver bien? – pregunto–. ¿Crees que podrás andar? – Estoy bien… –Apenas la oigo–. Vámonos. Consigue levantarse apoyándose un poco en mí y sin dejar de mirar al cubano. – Antes de irnos hay que arreglar algo – digo–. ¿Quién es este hombre? – Me llamo Enrique Je… – No te he preguntado a ti. –Amartillo la pistola para añadir dramatismo a la escena. – Se llama Enrique Jesús González –me dice Jennifer–. Controla una parte de la pequeña Habana.
– Me gustan los mafiosos de tres al cuarto. –Le dedico mi pero sonrisa a González–. ¿Te estaba pegando, Jennifer? – Sí –contesta. – ¿Por qué? – Me pidió que nos casáramos y le dije que no. No me ha dejado en paz desde entonces. – Ya veo… –Miro fijamente a González, que empieza a estar rojo de ira–. ¿Te ata algo a este hombre? – No –dice ella. – ¿Te gustaría que muriera? –El cubano abre mucho los ojos y la boca, como si fuera a gritar. – Sí. No necesito más motivos, no me lo pienso dos veces. Jennifer le ha sentenciado. Disparo a bocajarro, su sangre salpica el suelo y el cae redondo, con los ojos y la boca aún abiertos. En pocos segundos su cuerpo está sobre un charco de sangre negra. Se oyen pasos y voces en el pasillo. – Ahora sí –le digo a Jennifer–. Vámonos. –Me agacho junto al cadáver de Jackie, recojo su pistola y compruebo que esté cargada y sin seguro–. Ponte detrás de mí. Nos acercamos a la puerta. Al pasar junto a Roque me fijo a ver si sigue vivo. Tiene la cara llena de sangre y los ojos abiertos, mi golpe le ha hundido el tabique nasal en la cabeza, lo que, si no le ha matado en el acto, lo ha hecho al poco tiempo. Vaya, no he podido cumplir mi promesa de matarle el último. Qué se le va a hacer. Me asomo afuera y veo que vienen los dos tipos del coche, armas en mano, junto a un cocinero con cara de asustado. Antes de que puedan reaccionar, saco los brazos y disparo contra ellos con las dos pistolas. Vacío los dos cargadores, a lo loco, en plan cowboy. El olor a pólvora llena mis fosas nasales y las percusiones me dejan medio sordo. Cuando acabo, los tres hombres están tirados en el suelo. Hay sangre y agujeros en la pared. Me guardo la pistola de Jackie para no dejar mis huellas y recargo la mía con el segundo cargador. Agarro a Jennifer de la
Ánima Barda - Pulp Magazine
15
16
J. R. PLANA mano y apretamos a correr. No nos encontramos a nadie más en el pasillo, aunque se oyen gritos que vienen de la cocina. Cuando salimos al exterior por la puerta de servicio se oyen sirenas a lo lejos. Me pongo la pistola en el pantalón y apremio a Jennifer a seguirme. Llegamos hasta la verja, que me hace soltar una maldición porque no me acordaba de ella. Jennifer está débil, y no podrá escalar ella sola. Las sirenas suenan cada vez más y más cerca. – Cariño, vas a tener que hacer un último esfuerzo. –Miro a Jennifer a los ojos, insultándome mentalmente por no haber contado con esto–. Hay que pasar al otro lado, no podemos salir por la calle del local, nos pillarán. Ella asiente, decidida a hacer un último esfuerzo. A pesar de los golpes y las heridas sigue estando increíblemente guapa. Cruzo las manos para que ponga el pie y ella se agarra a mi hombro y a la valla. Cuento hasta tres y la impulso con todas mis fuerzas. Ella es joven y está en forma, así que consigue saltar con relativa facilidad. Cae un poco mal, pero gracias al cielo se levanta indemne. Se oyen frenazos al final del callejón. Hay que darse prisa. En cuanto paso al otro lado, echamos a correr. Nuestra calle está despejada y no hay mucha gente, así que bajamos un poco el paso para no llamar la atención. Cuando llegamos hasta el Chevrolet las prisas vienen todas de golpe. No acierto con las llaves, Jennifer se pone nerviosa, entramos en el coche a trompicones y arranco con un acelerón. Perfecto para pasar desapercibido. Recorremos las calles de la ciudad totalmente callados, Jennifer mirando por la ventanilla, observando la vida nocturna. Decido romper el silencio. – Te acercaré a casa. Dime dónde vives. Lo he estado pensando todo el camino, he fantaseado con todas las opciones, y ésta me parece la forma más sensata de acabar con la aventura. – No –me dice ella–. No quiero ir.
No sé por qué pero no me sorprende. En el fondo quizá lo esperaba – ¿Y a dónde quieres ir, Jennifer? – No lo sé –contesta–. Donde sea, pero lejos de aquí. Contigo, quizá. Suspiro. – Ni hablar, Jennifer. –Me fuerzo a resistirme, aunque bien sabe Dios que no quiero–. Esta noche he hecho todo lo contrario a lo que debería. No tenía que haber ido así, no tenía que haber matado a estos tipos. No me arrepiento, pero quiero que esto acabe bien. Tu vida está aquí, no te alejaré de ella porque sí. Jennifer se calla durante unos segundos. Sin dejar de mirar por la ventanilla vuelve a hablarme. – Estoy harta de esta ciudad. Estoy harta de mi vida. No quiero quedarme aquí. – Todos estamos hartos de algo, pero no por ello nos largamos a la mínima. ¿Y tu familia? Ríe con amargura. – ¿Por qué crees que acabé saliendo con González? A mi familia únicamente le interesan los negocios… La miro, confuso. – ¿Tus padres te obligaron a salir con el cubano? Ella asiente. – En cierta manera sí. – Vaya… Pensé que eso ya no se llevaba. ¿Quiénes son tus padres? –Aparto la vista de la carretera para mirarla a los ojos–. ¿Quién eres tú? Me mira con tristeza. – Mejor que no lo sepas… por ahora. Sácame de aquí y te lo diré. Medito unos segundos. Llevármela de allí no es lo más inteligente, a nadie con dos dedos de frente se le ocurriría. Demonios, si apenas la conozco. – ¿Me arrepentiré? –Al decirlo me estoy metiendo en terreno peligroso. Por primera vez desde hace horas, sonríe de verdad. – No dejaré que te arrepientas –contesta. Yo también sonrío. Nos callamos, pero el silencio no dura mu-
Ánima Barda - Pulp Magazine
SEIS MUERTES POR UNA DAMA cho. Me doy cuenta de que hay un detalle que convendría aclarar. – Jennifer… Hay algo sobre lo que te he mentido. –Me mira con el ceño fruncido–. No trabajo en seguridad. Bueno, no al menos como te había contado. Soy policía. Inspector, en narcóticos. – ¿Por qué no me lo dijiste? – No quería espantarte. Vuelve a reír con ganas. – No lo hubieras hecho. –Pone su mano sobre mi brazo. No me lo esperaba, y hace que se me ponga la carne de gallina–. Tampoco he estado nunca con un poli. – No es una vida fácil –la advierto–. Si alguien busca tranquilidad, no le recomiendo estar a mi lado. Se encoge de hombros. – No me importa. Volvemos a quedarnos en silencio. Casi sin quererlo, suelto la pregunta que llevo toda la noche queriendo decir. – ¿Por qué conmigo? –pregunto–. ¿Por qué te acercaste a mí en la discoteca? No tarda en responder. – A tu segunda pregunta contestaré que me acerqué porque estaba aburrida. –Finjo molestarme y ella se ríe–. Realmente fue porque me invitaste a una copa. Pocas veces lo han hecho por haberme molestado, sólo para ligar. Tú parecías tan tímido y tan caballeroso que no pude resistirme. –Me hace un guiño de ojo especialmente exagerado–. Y a la primera… Eres el único que se ha arriesgado por mí. –Vuelve a sonreír–. Además sin conocerme. Eso dice mucho de ti. A la mierda. Si después de que Jennifer me diga eso sigo empeñado en llevarla a su casa me merezco que me metan una bala entre ceja y ceja. – ¿Y a dónde vamos? –digo. – De momento al hotel, a recoger tus cosas. – ¿Y tú? ¿Te vas sin maleta? Se encoge de hombros de nuevo. – Qué más da. Llevo las tarjetas conmigo. Sacaré todo antes de que me las cancelen. Ya compraré algo por el camino.
– ¿El camino a dónde? – A donde sea. A tu casa, por ejemplo. Nunca he estado en Richmond. – No es tan glamuroso como esto –digo, riendo. – No quiero lujo. Quiero vivir, tomar yo mis propias decisiones. Arriesgarme. Eso me gusta. Va con mi carácter. Empiezo a paladear el prometedor futuro. – Entonces tenemos un largo viaje por delante. ¿No prefieres coger un avión? – No. ¿No te acuerdas? Te dije que me gustaban los viajes en coche. – Entonces te vas a hartar. Llegamos al hotel y entramos juntos. Cuando he llegado me he limitado a soltar la maleta tal cual en la habitación, sin deshacerla ni nada, así que tardamos poco. Los dos miramos la cama con ojos golosos, pero al final decidimos que es mejor seguir. Bajamos a recepción y les digo que he de dejar el hotel antes de tiempo. Ellos me dicen que me cobrarán la mitad del resto, que es la política. Sé que en este no es así, pero estoy demasiado excitado para pelear. Pago lo que dicen y nos vamos. En media hora, después de desvalijar las cuentas de Jennifer, estamos ya en plena carretera. Son las seis menos cuarto de la madrugada y tenemos otras diecisiete horas de viaje por delante. Intercambiamos una mirada. Ella me sonríe y yo pienso que debería haber echado la lotería, que hoy tengo una suerte increíble. Entonces pone su mano sobre la mía y la aprieta con dulzura. No estoy nada acostumbrado a esto. Desvío de nuevo la vista de la carretera a sus ojos. – Lo siento mucho –me dice. – ¿Lo sientes? ¿Por qué carajo lo sientes? – Por haberte estropeado las vacaciones. – ¿Estropeado? ¿Qué has estropeado? ¿Una semana de playa, hotel, discotecas y bares? ¿Una semana de soledad o compañía pagada en mi habitación? –Me sale una risotada seca–. Que le den por culo a las vacaciones.
Ánima Barda - Pulp Magazine
17
18
CARLOS JAVIER EGUREN HERNÁNDEZ
DAME EL INFIERNO, CHICA por Carlos Javier Eguren Hernández
Ánima Barda - Pulp Magazine
DAME EL INFIERNO, CHICA
Existe un mundo movido por el vapor, los sueños, las pesadillas y las locuras. Es el mundo de Maverick la Mil Veces Maldita y su vida gira en torno a la venganza. Eso le hace seguir respirando y sembrar la muerte. Maverick, el infierno y el cielo a un suspiro es su poder. UNO a ciudad de El Paso estaba antaño en el desierto. Ahora se encontraba sobre él, erigida en un dirigible, frente al sol ardiente del verano, escrutando la desolación bajo ella. Esta es la historia de cómo la ciudad volante se vino abajo.
L
DOS Los locos del vapor llegaron a Estados Unidos plagados de fantasías que cumplir. Una de ella fue la creación de una urbe flotante. Basándose en la tecnología de los dirigibles y en un diseño estabilizador propio, Quincy Wilbur fundó El Paso. Cuando le preguntaron por qué había creado esa locura, con la que finiquitó el oro descubierto en sus años mozos, replicó: – ¿Por qué no? Ahora, llamen a mi mayordomo, me traerá mi sopa de sangre de unicornio. El señor Quincy Wilbur murió en un asilo público, hundido en la miseria. Llamaba a todos “criado”, pero esa es otra historia que no es fundamental para esta en la que nos hallamos, querido lector o lectora. Sea como sea, si El Paso no cayó fue porque le encontraron otro uso al viejo titán loco. Era una enorme base que servía para que los dirigibles llenasen sus estómagos de combustible sin tener que parar en tierra. Esa razón agilizaba los vuelos, que tardaban menos. Como sabrán, a cualquier locura se le puede imponer la razón con cierto esfuerzo y mucha imaginación. TRES En El Paso había una taberna conocida como “Cabeza de muerto”. El nombre se debe porque decapitaron a su dueño en plena tertulia política (y aún así terminó de recitar la
Marsellesa). O eso cuenta la leyenda, ¿quién sabe? Al menos, era su nombre, no muy atrayente, pero era la única de El Paso y eso le garantizaba feligreses. En sus tripas, había clientes de muchos lugares. Era como el centro de unión del mundo. Había dublineses hablando de las guerras que amenazaban el sur, viejos guerreros de las colonias, huérfanos de alguna antigua selva… Sus vidas, que quizás no hubiesen colisionado nunca en tierra, chocaban ahora en aquel trozo del cielo. Peleas y bromas, conversaciones eternas y diálogos de besugo, tenían cabida bajo la música de pianola. Y aquel día, llegó una cliente que nadie esperaba, como nadie desea aguardar la propia muerte. Caminaba tambaleante y su sombra se alargaba a su paso, tras abrir de un golpe la puerta doble, digna del típico bar del salvaje oeste. La música cesó en cuanto hizo acto de presencia. CUATRO Ella dejó que cada paso tuviese un eco. Después, llegó a la barra. Se sentó en el asiento más cercano y sin alzar la mirada, cogió la botella de whisky que le había lanzado el camarero. – Tienes pinta de necesitarla, forastera. La extraña estaba cubierta de tierra. Su rostro, su pelo, sus ropas… A su alrededor, la polvareda caía sobre el suelo de madera. Una de las camareras, a penas una niña de diez años, puso gesto de desagrado ante el trabajo inesperado, pero el gesto de su jefe la advirtió de su osadía; aquella tipa sin nombre era alguien que no soportaba que nadie le alzase la voz ni le dirigiese un mal gesto. El dueño lo había comprendido veloz. La dama cubierta de tierra miró al posadero durante un segundo, bajo la sombra de
Ánima Barda - Pulp Magazine
19
20
CARLOS JAVIER EGUREN HERNÁNDEZ su sombrero de ala ancha. Uno de sus ojos destellaba en rojo, una prótesis artificial. Eso congeló al tabernero. Había escuchado muchos rumores en el pasado, muchas leyendas que harían temblar a cualquiera si era cierto: ¿era ella… La vieja Bruja de Kansas? No se imaginaba que ella era algo peor. Era real, no una superchería. La desconocida fue a hablar, pero tosió y la arena salió por su boca. Cogió la botella, la descolchó con los dientes y escupió a un lado el tapón. Bebió con avidez. Luego, tras lanzar un escupitajo que pareció barro, pudo hablar: – Recuerdas la gloria de tus muertos –dijo a modo de agradecimiento. Dejó un lingote de oro sobre la mesa–. Espero que sirva de pago. – ¡Bill el Tabernero a su servicio! –habló el posadero cogiendo el lingote antes de que alguien osase arrebatárselo–. ¡Está pagada su estancia hasta el final de sus días! ¡Que comience la música de nuevo! “No creo que pueda destrozar nada de este bar que cueste tanto”, pensó Bill frotándose su cabeza calva, degustando todo a su alrededor y agitando su tripa bajo el delantal blanco. No se imaginaba que podía errar. Entonces las puertas se abrieron. La música no regresó. CINCO El primero en llegar fue un hombre con traje de viejo soldado. Azul con toques dorados en distinciones muy antiguas. Todo su brazo derecho era un cúmulo de tuercas y ruedecillas; había perdido el auténtico en una batalla perdida (había vencido tantas otras con aquel ingenio mecánico). Lo llamaban la Zarpa, porque precisamente su muñeca culminaba en una. A su vez, su rostro estaba cubierto, por unas enormes lentes, una caperuza y una mascarilla. Sobre su cabeza, un sombrero de copa. Después, emergió un viejo gordinflón y pequeño… O, quizás, alto y delgado… Su pierna derecha era alta y delgada, pero la izquierda era baja y gorda. Uno de sus brazos llegaba hasta el suelo y el otro apenas salía del
hombro. Su tronco tenía partes esqueléticas y otras llenas de cebo. Su rostro era un montón de parches: la boca de una cabaretera, la nariz de un fumador de opio, la oreja derecha de un vigía y la izquierda de un pescador, la papada de un general y las mejillas y frente de… No recordaba quién. Sobre su cabeza, peinaba un par de pelos de diferentes tonalidades. Parecía un muñeco de trapo roto, que habían arreglado cosiéndolo de forma burda… Y, a lo mejor, era eso. Basurero era un tipo que se dedicaba a construirse su propio cuerpo desde hacía mucho. A quien mataba, le arrancaba algo que le parecía útil. – ¡Venimos a por ti, Maverick! –ladró Zarpa refiriéndose a la mujer cubierta de tierra–. Fue muy divertido lo de enterrarte viva. Pensamos que era algo que jamás podríamos repetir… Pero es hora de terminar con esto. Hubo un silencio tenso, todos miraron a Maverick. Entonces, otro chilló: – ¡He decidido que quiero su pelo! –habló Basurero, sacando su lengua de gato. SEIS Maverick se giró. Las caras de horror atestaban la sala. Muchos se habían empezado a esconder bajo las mesas, alguien había intentado abrir las ventanas (uno se lanzó por ella). Estaban ante Zarpa y Basurero, los dos cazadores de recompensas más peligrosos del mundo. Cualquiera se horrorizaría ante aquellos asesinos sin escrúpulos, pero en la taberna había una pesadilla mayor: Maverick la Mil Veces Maldita, la mujer que mató a un zar y escupió a un dios. – Aquí no, por favor, aquí no –susurró Bill el Tabernero, temblando sin parar. Zarpa le señaló y se orinó encima. – ¡Silencio! Ahora sólo queremos escuchar una voz y es la de aquella que debería yacer ahora bajo la tumba de Paula Quentin. – ¿Qué tienes que decir, guapísima? –preguntó Basurero. A lo largo de su vida había recolectado también diferentes tonos de voz y pasaba del amor al odio y de la rabia al miedo con una facilidad pasmosa. Todas esos senti-
Ánima Barda - Pulp Magazine
DAME EL INFIERNO, CHICA mientos, eso sí, marcados por la repugnancia. – Duelo a las doce –replicó–. No huiré, no escaparé, no planearé nada que no sea enfrentarme a vosotros dos siguiendo vuestros viejos códigos. Estoy dañada, me cuesta respirar… Sólo vais a disfrutar de mi dolor unos segundos más. – ¡CÁLLATE YA! –chilló Basurero–. ¡Menos poemas, estúpida! Menos cháchara, por favor… Te mataremos aquí mismo… ¡NO NOS LA JUGARÁS! Basurero alzó su escopeta de ballenero, Maverick cerró los ojos. SIETE – Tranquilo, cosa –dijo Zarpa, posando su mano mecánica sobre la cabeza de su acompañante–. Muchas cosas se pueden decir de Maverick, pero ¿mentirosa? Por ahora no. Sería un insulto fácil y carente de argumentos para esta zorra vil y despiadada. – ¿Te ha contagiado su labia o qué? –soltó Basurero, furioso y feliz–. ¡Quiero acabar con ella! ¡Quiero desmembrarla! ¡Quiero frotarme con sus órganos! ¡Quiero…! – Es lo más bonito que le han dicho nunca –opinó Zarpa–. Pero recuerda quién manda aquí. La mano mecánica de Zarpa empezó a hacer presión sobre el balón cosido cien veces que era la cabeza del Basurero, cuyos ojos se desorbitaron levemente. – Te concedemos tu derecho a duelo, Mav – habló Zarpas a la mujer–. A las doce frente al campanario de la iglesia. Elegimos de arma un revólver. Nosotros dos contra ti, pequeña. –Contempló su reloj de bolsillo–. Maverick la Mil Veces Maldita, bebe, fornica, respira y haz todo lo que puedas, porque en sesenta minutos estarás muerta. Un duelo al sol, una tumba que te espera. Que te sea leve. Acto seguido, Zarpa obligó a Basurero a salir del antro, pero… OCHO Un arpón salió volando hacia la espalda de Maverick… Si no se hubiera girado en ese
instante, la habría ensartado. El proyectil impactó contra la barra, destrozándola. Los gritos de temor se sucedieron por la estancia. Maverick miró atrás con desprecio. Por la puerta, asomó Zarpa, hastiado, y dijo: – Agh, ¡lo siento! Ese imbécil no sabe mantenerse en sus cabales. No te preocupes, para igualar las cosas tras este incidente he decidido arrancarle un brazo. ¡Lo siento! ¡Nos vemos! No te olvides de nuestra cita, cariñín. Y lanzó un beso volado, tras la máscara, a Maverick. NUEVE Tras encañonar a Bill el Tabernero, que se resistía a darle una estancia, Maverick consiguió la mejor habitación. Ya en ella, abrió una caja de música y dejó que sonará. Tenía el tiempo justo. Cuando terminase la canción, debía bajar y enfrentarse a su destino. Se quitó el sombrero y observó su rostro, lleno de mugre y dolor. Dio un paso y las espuelas le sonaron como un cargador de revólver. Si iba a ser el último día de su vida, quería hacer muchas cosas, pero ninguna estaba allí. Tronó sus dedos y llenó la bañera de agua caliente. Un pequeño y gran privilegio para alguien que nunca carecía de lujos. Miró por la ventana y vio como el sol empezaba a despuntar, la señal del mediodía. DIEZ Tras desnudarse y contemplar su cuerpo con cicatrices y viejas heridas de guerra, dejó que el agua la limpiase… Pero tenía la sensación de que jamás se libraría de todo aquello. Tras un primer baño, se dio un segundo. La tierra enfangó el agua, aunque tras terminar parecía humana. No era ese tipo de suciedad, era la venganza. Encontró a una niña en la habitación. Maverick salió de la bañera, cogió una silla, la rompió contra la pared y usó una de sus patas de arma. En menos de veinte segundos, el
Ánima Barda - Pulp Magazine
21
22
CARLOS JAVIER EGUREN HERNÁNDEZ improvisado cuchillo estaba en el cuello de la pequeña, la camarera de diez años. – ¿Vienes a matarme, pequeña hija de Satanás? – ¡No, no, por favor, Dios! ¡Le traía toallas! ¡Toallas y comida! Maverick arrojó al suelo a la pequeña, tiró la pata a un lado y cogió las toallas. Tiró la comida al suelo. – No tengo hambre y si tu Tabernero ha de envenenar a alguien, que sea a sus ratas. La pistolera se dio la vuelta cubriéndose con la toalla. Su pelo rojizo caía por su rostro, ocultándola, como cuando era una niña y quería esconderse del mundo. Decidía así, al menos, esconderse de sí misma. – ¿Es verdad que ha matado a mil personas? –preguntó la chiquilla. – Es mentira… He matado a más, a muchos más. Te lo puedo asegurar. ¿Qué haces que no te marchas? – Quería saber si me enseñarías a matar. – ¿A quién quieres matar? – A Bill el Tabernero. – ¿Cómo quieres matarlo? – ¿No pregunta por qué? – El vicio se lee en sus ojos. No necesito saber por tu boca qué monstruosidades te ha hecho. Lo veo en tu rostro, en tus piernas, en tus muñecas. La pregunta ya no es por qué, sino cómo. Es preso de la gula y la lujuria. Dale un brindis de champagne y matarratas, hazlo caer por la ventana, pártele el cuello, arráncale la piel a tiras. Seguramente, no sufra tanto como te ha hecho sufrir a ti. La muchacha guardaba silencio, intentando contener las lágrimas. Maverick fue hasta su ropa, pero la niña se le acercó. – No creo que llorar te ayude a nada. Esas lágrimas no ahogarán a tu violador. Ese sufrimiento no dañará al hombre que te ha hecho maldecir tu existencia. Lo único que hará algo por ti es lo que tú hagas contra él. La pequeña se acercó con un macuto que antes había dejado tras de sí. Lo desenvolvió. Era ropa: un pantalón oscuro, una blusa blanca, unas botas.
– De mi madre y mi padre, lo único que guardé de sus cadáveres cuando murieron por el océano de calor de hace tres años, antes de que me tomase el Tabernero. La joven retrocedió hasta la puerta, Maverick sólo dijo: – Que tu venganza sea terrible. Es el mayor agradecimiento que podrá darte nunca nadie. La canción de la caja de música terminó mientras Maverick se vestía y preparaba para el duelo. ONCE Las amplias máquinas surtidoras de combustible seguían su trabajo habitual. Aquella energía generaba el tipo de vapor más fuerte para que grandes zepelines no tuvieran que detenerse en mucho tiempo. Además, permitía que toda la ciudad se mantuviese en el aire. Eran grandes bombas grises que se agitaban en una incesante danza. Todas ellas controladas por Annie la Vieja, quien esa mañana había recibido un paquete con el regalo que le hizo embarcar en un dirigible y marcharse. Atrás, curiosamente, dejó la mayor parte del paquete traído por el correo aéreo. DOCE El Paso había sido rodeada por diez dirigibles que esperaban una recarga de energía para su vapor, pero no la recibían. Los ciudadanos se negaban a salir hasta que terminase el duelo que estaba por ocurrir. Por tanto, a los habitantes de El Paso se sumaron los tripulantes de las diferentes aeronaves que aguardaban ver el crimen. Zarpa y Basurero, con la huella en su cabeza de la garra de su socio, esperaban frente a la Iglesia tras haberla convertido en pasto de las llamas. Pensaban que era un escenario mejor para la batalla final contra su bestia. La diablesa apareció desde la vieja posada. – Vienes con el rostro y la vestimenta limpia para que te metamos en la caja de ma-
Ánima Barda - Pulp Magazine
DAME EL INFIERNO, CHICA dera, ¿no es así, querida? –preguntó Zarpa, siniestro. – Necesito una pistola. Basurero rió mostrando los dientes de varios piratas a los que había destripado, pero Zarpa arrojó una arma por el suelo, haciendo que llegase hasta ella. – Sólo tiene una bala –advirtió Zarpa, sonriente–. No creo que necesites más. – Sois dos. – Ten buena puntería, entonces. Los espectadores miraron ansiosos y, a la vez, temerosos: hombres y mujeres, niños y niñas, viejos y viejas… Una tribu de perdidos que servían de espectadores de aquel siniestro juego a vida o muerte que estaba a punto de comenzar. – Ya sabes cómo va esto –dijo Zarpa, dándose la vuelta caminando lejos de la mitad de aquel campo de batalla. Basurero hizo lo mismo a regañadientes. Maverick también hizo lo mismo. – Tres… Dos… Al llegar al uno deberían darse la vuelta, desenfundar y disparar. Maverick lo hizo en el dos, porque sus enemigos lo habían hecho en el tres.
Primera, dejar que toda la maquinaria de la ciudad se recalentase. Cosa fácil gracias al sol del brutal verano.
TRECE Los dos asesinos a sueldo dispararon. Maverick lanzó la suya contra ellos y dio un salto a otro lado. La bala del rifle de Basurero atravesó el gatillo del arma de Mav y esta explotó. Zarpa sonrió con frustración, ella había descubierto que aquella pistola era una trampa: iba a estallar en su mano si disparaba. Empezaba bien el juego. La bala de este último fue a parar hasta las máquinas de vapor. Atravesó el artilugio y este lanzó una ráfaga de vapor ardiente, capaz de arrancar la piel de aquel mísero que encontrase.
DIECISIETE La explosión cubrió de llamas toda la ciudad. El Paso se convirtió en un infierno bajo un sol de justicia. Las personas empezaron a huir hacia los dirigibles que se habían quedado colapsados debido a no recibir combustible. El estallido fue un estruendo seguido de una luz infernal.
CATORCE La nota que había recibido Annie la Vieja le exigía tres cosas a cambio de su recompensa.
QUINCE Basurero buscó a Maverick en el caos, mientras sonaban las campanas de la iglesia en llamas. ¿Podía ser cierto? ¿Ella había entrado en aquel infierno? Cuando la vio en el campanario, supo que sí. Él y Zarpa empezaron a disparar contra la campana, componiendo una música siniestra. No vieron que algo soltó la campana y no fue ningún balazo. La joya de la torre cayó. Golpeó el lugar que antes habían ocupado los asesinos. El estruendo continuó mientras rodaba hasta el generador de energía. Le dio a la caja abandonada, que acercó hasta el corazón de la máquina. El caos crecía. DIECISÉIS La segunda cosa que pedía la carta era que Annie dejase la caja (con la que vino la nota) cerca de las fuentes de vapor. Al acercarse la madera al metal ardiente no tardó en incendiarse. Colaboró que estuviera regada de pólvora.
DIECIOCHO Basurero había esgrimido su rifle y disparado a discreción. Mató a inocentes en su locura, pero no le importó. Maldijo que Zarpa le arrancase el brazo debido a lo ocurrido con el arpón. Si tuviese otro, habría podido disparar mejor… O más. El calor hizo que el fuego cobrase una mayor fuerza mientras se extendía por la enorme plataforma, que había dejado de recibir
Ánima Barda - Pulp Magazine
23
24
CARLOS JAVIER EGUREN HERNÁNDEZ el impulso que la hacía levitar. Basurero empezó a notar la caída. Pensó en abandonar, pero Zarpa seguía allí. Primero, la matarían. Después, huirían. DIECINUEVE El humo separó al Basurero y a Zarpa. Los dos asesinos se enfrentaron a aquel caos de naves marchándose, la mayoría repletas de los refugiados. Quizás, sin el combustible suficiente para volar muy lejos. El primero que encontró a Maverick fue el Basurero. Sacó su arma de ballenero y escupiendo insultos dignos del averno lanzó su arpón. – Maldita perra del infierno… Te… Se clavó contra una pared, Maverick lo arrancó y usó la punta para atacar. No cortó el cuello del Basurero, que rió hasta que se dio cuenta de que ella lo que había hecho era cortarle los hilos que unían su cabeza y su cuerpo. Se desnucó mientras Maverick le daba una patada al cuerpo lanzándolo de la plataforma. Directo al abismo. VEINTE Inesperadamente, Zarpa empujó a Maverick y ella cayó al vacío. Él se asomó para completar su obra cuando una mano agarró su tobillo. Resbaló y él también compartió el destino de Maverick. Las llamas se cebaron con la parte baja de la estructura. Maverick consiguió agarrarse a uno de los andamiajes de los bajos de El Paso. Zarpa, embadurnado de sudor, empezó a presionar la pierna de Maverick que logró agarrar de milagro. Ninguno gritó pese al dolor. Él fue a sacar otra pistola pero recibió una patada de la joven que hizo que la perdiera. – ¿Qué harás ahora? ¿Eh? –dijo Zarpa–. ¡Entraremos al infierno cogidos de la mano! El Paso se precipitaba al vacío, pero quizás ellos llegasen antes. VEINTIUNO Una mole se precipitó sobre ellos, con el
cuerpo en llamas y gimiendo de dolor. Maverick lo esquivó tras llevarse un golpe. Zarpa no pudo hacer lo mismo y cayó con él. Aquella bola ardiente era el Tabernero. Maverick miró arriba y vio a la niña con una botella. El líquido tenía el verde del veneno para ratones. La joven se había vengado. Tendió una cuerda para la Mil Veces Maldita. – Gracias –le dijo la joven a Maverick. La Mil Veces Maldita le habló de cómo matar. VEINTIDÓS El dirigible “Deméter 2” recibió a dos refugiadas. Una cubierta con una capa apenas se le veía el rostro, la otra era una niña. Estaban huyendo de la ciudad que había caído en llamas. – ¿Puedo ir contigo? –preguntó la joven asustada a la dama. Había matado a alguien, necesitaba que Maverick, que a tantos acribilló, la calmase con la sabiduría de la experiencia. – En la primera parada que haga este transporte, huye de mí o te mataré –le dijo Maverick a la niña, mientras encendía un cigarrillo–. No quiero estorbos de ningún tipo. La pequeña se quedó sola mientras Maverick le daba espalda. Una nube de humo ascendió. La guerrera de la cabellera pelirroja no tenía que maldecir a nadie más con su destino. Ahora, sólo tenía que escapar una vez más de todo, mientras los días la aproximaban a su fin. La Ciudad del Relojero estaba cada vez más cerca. EPÍLOGO Annie la Vieja degustó un bistec y lo bendijo. Debía ser Dios el que le envió aquel paquete cuya tercera exigencia era que disfrutase del oro que llenaba una cámara de un banco de San Francisco. Se sintió feliz, como un peón más del tablero divino.
Ánima Barda - Pulp Magazine
HAMBRE. COMIDA. SILENCIO.
HAMBRE. COMIDA. SILENCIO. por Cris Miguel
Los muertos vuelven a la vida para arrastrar a los vivos con ellos. La ciudad está infestada, y el grupo de Catherine depende de su agilidad y astucia para sobrevivir en un mundo desolado por la más terrible de las plagas. I
S
iento el asfalto bajo mi cuerpo, la cabeza me martillea y no soy capaz de ver nada. “Catherine”. “Cathy”. No lo oigo con claridad, pero alguien está gritando mi nombre. Intento abrir los ojos y los párpados me pesan demasiado. Siento algo caliente sobre mi brazo derecho. Al momento alguien me zarandea, pero la negrura no me deja ir, me quiere para ella. Algo me abrasa en el costado derecho, quisiera alargar la mano y ver qué es, echarme agua; pero mi cuerpo es un peso muerto, sin autoridad. “Vamos, yo te cubro”.
Ánima Barda - Pulp Magazine
25
26
CRIS MIGUEL Quiero abrir los ojos, sé que están cargando conmigo, ya no estoy en el suelo. Sin embargo, la pesadez y el escozor del costado hacen que me resigne a esta oscuridad que llega a parecerme atractiva. El destello me hace daño en los ojos, intento enfocar la vista y sólo veo hierro a mi alrededor. Ahora siento un hombro clavarse irremisiblemente en mi estómago. Conocería su cuerpo en cualquier parte. Alargo la mano hacia su cuello y muevo un poco las piernas para que se dé cuenta de que estoy despierta. El ruido que hacen sus botas subiendo las escaleras de incendios cesa para tenderme en un escalón sin soltarme del todo. – ¿Eh, estás bien? Menudo susto nos has dado… –me dice sujetándome la cara con sus manos. – Sí, estoy bien –logro articular, algo aturdida aún. Veo que unos pies se detienen a nuestra altura. – ¡Dormilona! Me alegro de que estés bien. Vamos, os espero arriba –nos dice Max con una enorme sonrisa en la cara. – De acuerdo, enseguida subimos –le contesta Oliver sin soltarme la cara y apartándonos un poco para dejarle pasar. Me siento mareada. Me levanto la camiseta, el costado me quema. Llevo mis dedos por esa zona pero no encuentro nada, ni un mísero arañazo. Absolutamente nada. – ¿Qué te ocurre? ¿Tienes algo? –El miedo se vislumbra en los ojos de Oliver que se inclina apartándome la mano con delicadeza para comprobarlo el mismo. – No tienes nada, cielo. –Me da un beso en la curva de mi cintura y me estremezco. Eso me devuelve un poco a la realidad. – ¿Qué ha pasado? –le pregunto desorientada. Soy incapaz de recordar nada desde que emprendimos el camino de regreso al refugio y giramos esa esquina… la esquina. Estaba lleno. – Te rodearon, perdiste el equilibrio, debiste darte en la cabeza al caer contra el suelo… Me asusté muchísimo, te dije que te mantu-
vieras detrás de mí… Si no fueras tan cabezota… –Apoyo los codos en mis rodillas y me sujeto la frente con una mano–. Creía que te habían mordido, no pude parar a mirarlo… – Tranquilo, estoy bien. –Le cojo una mano entre las mías–. Siento haberte asustado. – Me muerdo el labio, verle tan vulnerable… siempre ha sido lo peor de ir a explorar juntos. Nos damos un intenso beso y subimos más lentamente de lo normal hasta el último piso. En cuanto entramos por la ventana Megan y Esther me interceptan. Está claro que Max ya les ha contado lo ocurrido. Intento sonreír y quitarle hierro al asunto, hasta me dejo mimar un poco por Esther, que tiene ese instinto maternal propio de mujeres nobles que están acostumbradas a estar siempre rodeadas de mochuelos. La miro y me hundo en su hombro, no suelo sucumbir, mis defensas siempre están alerta y soy yo la que cuida de ellas, sobre todo de Megan que aún no ha salido de la adolescencia. – Estoy bien, tranquilas. –En cuanto salen esas palabras de mi boca siento otra vez la quemazón en el costado. Sucumbiendo de nuevo al impulso, me levanto la camiseta y me masajeo la zona. – ¿Qué te ocurre? –Igual que ha hecho Oliver, Esther me aparta la mano y se inclina para inspeccionarme–. No tienes nada, niña –me dice cariñosamente acariciándome el brazo. Asiento, doy un beso a Megan en la frente y voy a buscar a Oliver y a Max. Los encuentro en la cocina, o lo que antes era la cocina, que ahora escasamente cumple esas funciones. Me siento en la encimera y les observo, ambos se han callado en cuanto me han visto entrar. – Vamos, dejad de mirarme como si fuera un cachorro herido. ¿De qué hablabais? – Si te encuentras bien, le estaba diciendo a Oliver que mañana podríamos cambiarnos de refugio –cuenta Max.
Ánima Barda - Pulp Magazine
HAMBRE. COMIDA. SILENCIO. – Yo le he dicho que no, que es peligroso y más si tú estás desorientada. Ellas no saben luchar ni empuñar un arma… Te necesitamos entera –me dice Oliver y un destello fugaz de terror atraviesa su mirada. – Tú decides. –Max me pasa la decisión. – Estoy bien, podemos movernos mañana. – Cathy, nos da igual esperar un día más – dice Oliver mientras se acerca a mí y me acaricia la pierna. – Sabes muy bien que no da igual. No tenemos comida, y si dejamos pasar otro día podrían llegar más a la zona que hemos ido limpiando… Es más seguro ir mañana. – De acuerdo, ahora cuando comamos algo se lo decimos para que se preparen y se conciencien. –Max sale de la cocina dejándonos solos. Oliver esta frente a mí, cabizbajo, contemplando nuestras manos entrelazadas. – No creo que sea seguro… –Le acaricio la mejilla y echo su rebelde pelo rubio hacia atrás con mis dedos. – Para ti nunca es seguro, pero es que ya no hay nada seguro. –Su barba me raspa la mano–. Cuanto antes nos movamos, mejor – digo convencida. Él niega con la cabeza, derrotado. Sabe que no vamos a ceder, que la decisión está tomada. Sus ojos azules me atraviesan y me odio a mí misma por hacerle sufrir, por preocuparle. Pero sé que es lo mejor para el grupo, me encuentro bien, salvo por el dolor en el costado, y mañana estaré en plenas condiciones para enfrentarme a esos putos monstruos. Lo estrecho contra mí pensando que si no le tuviera a él, hace tiempo que hubiese muerto. Le debo todo. Y me insto a mí misma a que mañana yo le protegeré ahí fuera, ya que él estará intentando protegernos a todos. II Miro por la ventana. Ya ha oscurecido. Estamos todos en el salón, trazando el plan, el recorrido y la forma de actuar correcta ante imprevistos. Megan está asustada, no está acostumbrada a salir fuera, de hecho, desde
que la encontramos, siempre se ha quedado aquí con Esther. Es sólo una niña. Con suerte mañana sólo tendrán que correr. – Si las cosas se ponen feas, tras estas dos manzanas hay una tienda en la esquina. Se accede por el callejón de la parte de atrás. Está limpia salvo alguna excepción, es prácticamente segura –explica Oliver–. Así que, si tenemos que huir y escondernos, la parada más cercana es esa. Traga saliva, está nervioso. Le aprieto la mano para darle fuerzas y prosigue con su explicación. – Tras ese refugio no hay ninguno medianamente seguro después de cuatro manzanas. Por ahí hay muchas calles, es fácil escabullirse aunque siempre hay sorpresas, grupos más numerosos de la cuenta… Iremos en grupo, os cubriremos. Ambas llevaréis un arma, pero usadla única y exclusivamente para una gran emergencia. Nos puede costar la vida a todos… Le acaricio la pierna y continúo yo, hay que dar ánimos, fuerza, no podemos tener miedo y arriesgarnos a que Megan tenga un ataque de pánico. – Bueno, todo saldrá bien. Estamos acostumbrados a movernos y deshacernos de ellos. Son lentos, mantened su boca y sus uñas alejadas de vosotras y no pasará nada. – Exacto. Nosotros somos más listos, más rápidos y vemos mejor. Está chupado –me apoya Max. En verdad lo pienso, pero la mente turbada de Oliver me contagia parte de su inquietud. Puedo sentirla, lo transmite por todos los poros de su piel, su mirada, su postura… no quiere ir. – Repito que no tenemos por qué hacerlo mañana. He aconsejado a Cathy que es mejor que repose, pero ya los conocéis, son más tercos que una mula… –se lamenta Oliver. – ¡Venga, tío! Cathy es fuerte, y ellas también. Cuanto más vueltas le demos peor –anima Max. – ¿Os acordáis de cuando me encontrasteis? –Max, Oliver y yo asentimos, y Esther
Ánima Barda - Pulp Magazine
27
28
CRIS MIGUEL continúa–: Ahora sólo estamos dos pisos por encima, pero habéis convertido esto en nuestro hogar, en un lugar seguro. Estaba sola y me salvasteis… –Se muerde el labio–. Me fío de vosotros, lo que decidáis estará bien. Guardo silencio, me acuerdo de ese día. Max trabajaba con Oliver en el hospital cuando todo estalló. Reaccionaron rápido y fueron a buscarme al trabajo. En el todoterreno de Max nos alejamos de la ciudad a unos montes cercanos. Pasamos un día entero en el coche, intentando sintonizar la radio. Sin comida ni agua volvimos a la ciudad y, apenas nos internamos, encontramos una marea entera de esos bichos. Aún sin armas, sólo nos quedaba correr, y eso hicimos, bordeamos la periferia de la ciudad y allí había muchos menos que dentro. El segundo día, ya provistos de algunas armas, empezamos a registras los pisos y encontramos a Esther encerrada en su dormitorio. Hemos perdido la noción del tiempo, pero ha pasado lo suficiente como para haber acabado con los almacenes de las tiendas de los barrios aledaños. Sin comida, tenemos que movernos, otra vez. Max, Oliver y yo hemos estado registrando alejándonos un poco más cada día, saliendo antes y volviendo más tarde, y hemos encontrado un edificio de ocho pisos que nos servirá. Pero está lejos, a varias horas de camino a paso lento. No puedes correr como una loca con la ciudad llena de esos bichos, no sabes qué te vas a encontrar en la siguiente esquina. – ¿Cómo te encuentras? –me pregunta Oliver sacándome de mis recuerdos. – Bien, pesado. –Es automático, cada vez que digo “bien” me escuece el costado. Realmente me debí de dar un golpe fuerte en la cabeza. – Es mejor que intentemos dormir algo, mañana será un día largo –dice Oliver. – ¡Eso! Yo me encargo de la primera guardia –se ofrece Max. Oliver y yo nos levantamos y vamos a nuestro pequeño cuarto, quizás sea la última noche que dormimos en una cama en mucho
tiempo. El edificio al que vamos es seguro, todo lo seguro que puede ser en estos días, pero no sabemos la calidad de las cosas de su interior. Menos mal que tenemos a Esther, que se encarga de poner todo medianamente decente. Me acurruco junto a Oliver, me besa en la frente sin dejar de mirarme. Me duele el costado ahora que estoy tumbada sobre él. Me estoy volviendo paranoica. – Quiero que tengas cuidado mañana y no te expongas en exceso… –me dice seriamente. – ¿Ya estamos? –Siempre sobreprotegiéndome. – Hazlo por el grupo, si te expones más de la cuenta y te separas mucho de mí sólo tendré ojos para ti… No podré proteger a los demás. – Está bien, deja de darle vueltas. – Te quiero –me dice y me levanta la cabeza cogiéndome de la barbilla para besarme. Yo sólo quiero dormir, así que enseguida estoy sumida en un placentero sueño. III Abro tímidamente los ojos, el cielo empieza a clarear. Está amaneciendo. Me doy la vuelta y estoy sola en la cama. Oliver siempre se levanta antes. Me desperezo y voy en su busca. Las chicas aún duermen y Oliver está hablando con Max, sentado ambos en el suelo del salón. Me acerco y les imito. – ¿Habéis dormido algo? –les pregunto. – Sí, tranquila. ¿Cómo te encuentras? –se interesa Max. – Bien, fresca como una lechuga. –Sonrío para quitarle hierro al asunto. – Deberíamos despertarlas, tenemos que aprovechar toda la luz –dice Oliver. Asiento y voy a la habitación de al lado. Tengo una sensación rara en el estómago, además el costado me sigue escociendo aunque no hay nada. Las despierto con dulzura y en unos minutos estamos listos para emprender el camino. Max les ha dado una pistola cargada a cada una, él y Oliver llevan sendas
Ánima Barda - Pulp Magazine
HAMBRE. COMIDA. SILENCIO. escopetas, y yo me conformo con una pistola que rara vez utilizo. Estoy más a gusto con el machete y varios cuchillos, aunque implica acercarse mucho, demasiado. Salimos al fresco de la mañana, a estas horas al menos el calor nos da un respiro. Oliver va delante y Max nos cubre la espalda, yo voy al lado de ellas e intento tranquilizarlas con una leve sonrisa, Megan asiente y seguimos sin decir una palabra a Oliver. La calle está prácticamente desierta, hay algunos diseminados, pero nos movemos con la suficiente diligencia como para no darles tiempo a alcanzarnos. Oliver se para, haciéndonos un gesto para que nos peguemos a la pared detrás de él. – A partir de aquí la zona no es tan segura, no os lo digo para que os pongáis nerviosas, sólo abrid más los ojos si cabe. ¡Vamos! Estamos en una gran avenida, no se diferencia de cualquier calle de la periferia de cualquier ciudad; sin embargo, la desolación impregna cada ladrillo. No sabemos cuánto tiempo llevamos así, pero el deterioro es la figura dominante del paisaje. Miro a mi alrededor, no hay rastro de ninguno. Me parece extraño, porque pululan de un lado para otro en busca de un pedazo de carne, pero ahora, aquí, no hay nada. Avanzamos lo más rápido que podemos exponiéndonos mínimamente. Oliver se acuclilla a tomar aire al lado de un coche. Todos le imitamos, Max sin perder de vista la retaguardia. – Que mal huele –se queja Megan tocándose la nariz. – Ya… es normal, todo está muerto –contesto. Supongo que ella sí notará el olor, pero yo me he inmunizado, tengo el maldito aroma pegado a la nariz día y noche, estén cerca o no. Sólo huelo a descomposición y cadáver, cuánto echo de menos mi perfume de vainilla. Un grito sordo interrumpe mis estúpidos pensamientos, miro a Megan y a Esther, que están a mi lado apoyadas en el coche. Por un segundo mis venas se hielan, pero cuando la
sangre vuelve a circular cojo un cuchillo del cinturón y lo incrusto en la cabeza del muerto. Mierda. – Esther, ¿estás bien? –pregunto, pero su cuerpo se resbala hasta el suelo. Se está sujetando el cuello con las manos y entre los dedos se desliza espesa la sangre. Joder. Miro a Megan que está a punto de gritar, consciente de lo que está sucediendo. Me arrodillo ante Esther, pero Oliver estira el brazo y le tapa la boca. Ya hemos hecho suficiente ruido. – Esther, mírame. –Le cojo la mano. Sé que no puedo hacer nada, pero no quiero dejarla sola. – Tenemos que irnos –dice Max–, vienen algunos. – No podeos dejarla –contesto intentando no alzar mucho la voz. – ¡Joder, Cathy! ¿Cómo que no? –Me mira perdiendo la paciencia–. ¡Hazlo! – Esther… –Ella está inconsciente y su pulso es cada vez más débil. Lo hemos pactado, nosotros queremos lo mismo. Alzo el cuchillo y se lo incrusto en la sien, lo más rápido y efectivo. Megan se retuerce entre los brazos de Oliver sin parar de llorar. Limpio el cuchillo y me lo guardo. Esto no debería haber ocurrido, cómo no le hemos visto. Miro al suelo y Oliver nos hace una seña con la cabeza para que volvamos a ponernos en marcha. – La tienda está aquí al lado, podemos parar para tranquilizarnos ahí. Max y yo asentimos. Oliver me tiende a Megan, la sujeto como puedo y le sigo. No soy capaz de pensar, voy detrás de Oliver sin soltar ni un momento a Megan, que sigue llorando. Me escuece el costado, eso es lo único que me distrae levemente de mi empeño en continuar. Sin más sorpresas logramos entrar en la pequeña tienda de lo que en su día fueron comestibles. Ahora no hay más que estanterías vacías, polvo y porquería. – Megan tranquilízate –digo sentándome con ella apoyadas en el mostrador. – Voy a echar un ojo, por si acaso –dice
Ánima Barda - Pulp Magazine
29
30
CRIS MIGUEL Max. – Megan, no puedes estar así, tenemos que llegar a nuestro nuevo hogar. –Intento consolarla acariciándola el brazo. – ¿Hogar? ¡¿Qué hogar?! ¡Sólo hay…! –La callo atrayéndola contra mi pecho. Oliver nos mira desde arriba, visiblemente nervioso. Esto se nos va de las manos. Si tenemos que estar pendiente de ella nos pondremos en peligro nosotros, y cerca de la nueva zona hay grupos considerablemente grandes que nos pueden dar problemas. El costado me hierve. Inconscientemente me acaricio la zona. Me permito pensar en Esther y los remordimientos me escuecen más que el costado. Ya no está, nunca más… Ahora también me molestan los ojos. Respiro hondo y me obligo a mantener la templanza, aún no estamos a salvo. – Megan, cariño, Esther querría que estuvieras a salvo. Tranquilízate, cuando estemos seguros dedicaremos unos minutos a recordarla. – ¿Unos minutos? ¿No tienes corazón? –Se sorbe los mocos–. No, claro que no. La has matado… –Me quedo sin palabras ante su tono acusador. – Es nuestro pacto, ella lo quería así –intercede Oliver. Se pone las manos en la cara y sigue llorando. Oliver me coge del brazo y me levanta. Me lleva aparte sin soltarme. – ¿Estás bien? – Joder, claro que no –digo susurrando–, pero ahora no podemos lamentarnos. ¿Cómo no nos hemos dado cuenta, Ol? – No lo sé, hemos mirado esos coches un centenar de veces… Ha sido mala suerte. – ¡Ey, chicos! –nos llama Max desde la parte de atrás de la tienda. Vamos a su encuentro, esquivando los trastos que hay en el suelo. Oliver se asoma primero a la pequeña habitación que hacía de trastienda. Le sigo. Max está a una distancia prudencial de una criatura que está tirada en el suelo. – Pero si pasamos por aquí hace un día y
estaba limpio… –se extraña Oliver. – Lo sé… –Me pongo detrás de ellos para verlo mejor. El cadáver viviente, además del hedor habitual, está cruelmente tirado con lo poco que conserva de sus extremidades. – Acabad con él y vámonos, estamos perdiendo mucho tiempo –dice la parte más práctica de mi persona. – Es cierto, tenemos que… – ¡Aaaaaaaaaaaaah! –El grito de Megan hace que salgamos velozmente del cuartucho. Llego antes y tengo un segundo más para asimilar lo que ven mis ojos. Un grupo de criaturas la tienen cogida por los pies desde el escaparate y la intentan arrastrar hasta la calle. – ¡No! –Me lanzo a por ella. Me escuece el costado más que nunca, pero lo ignoro. Cojo el machete y un pequeño cuchillo de mi cinturón y recorro la pequeña distancia que nos separa. Está sujeta por cuatro de ellos. Sin pararme a evaluar nada, me centro en sus hediondas cabezas machete en mano. En escasos segundos sus brazos dejan de tener la poca vida que los movía. Max y Oliver arrastran a Megan al fondo de la tienda. Me separo de lo que antes era el escaparate. ¿Cómo han conseguido romperlo? Con mis sentidos embotados sigo a Max y Oliver sin perder de vista el exterior. Oliver me mira con cara de circunstancia, mientras Max sujeta a Megan que ha perdido el color en las mejillas y está en estado de shock con la mirada perdida. – ¿Está bien? –pregunto acuclillándome a su lado. Max a modo de respuesta levanta el fino pantalón de lino que viste Megan. – No puede ser, si no se mueve. Le tendría que doler muchísimo. –Miro fijamente los mordiscos que tiene en sus jóvenes piernas–. ¿Por qué no reacciona? –Me hago aire con la mano, estoy sudando. – Está en shock –contesta Max como si fuera una explicación que me sirviera. Me levanto y me pongo al lado de Oliver. – ¿Qué hacemos? –Mi voz no suena desesperada, pero en el fondo me siento así. Íba-
Ánima Barda - Pulp Magazine
HAMBRE. COMIDA. SILENCIO. mos a cambiar de refugio, no estamos ni a mitad de camino y ya hemos perdido a dos… Me froto la frente. – No lo sé. –Me coge por la cintura y yo me zafo, además del intenso calor que noto, el costado me escuece muchísimo. – No me toques, estoy empapada… – Todavía el sol no está en lo más alto –me contesta, arqueo una ceja, serán las emociones. – No podemos cargarla –digo, centrándome en lo importante. – Me estás empezando a asustar… –Le miro, sorprendida–. Lo de Esther vale, pero Megan es plenamente consciente de la situación, y ¿qué vamos a hacer? ¿Matarla sin más? – ¿Qué vamos a hacer si no? ¿Cargarla? Apenas puede andar… –Noto que estoy elevando la voz, Max se acerca. – ¿Qué pasa? –inquiere. – Cathy quiere acabar con Megan –Max parece sopesar las palabras de Oliver. – Estoy de acuerdo. – ¿Qué? –exclama Oliver ojiplático. – La han mordido por encima en los pies, es cuestión de tiempo. Cosa que precisamente no tenemos si queremos llegar de día. – Asiento, creo que mi cuerpo está a cuarenta grados, me vuelvo a quitar el sudor de la frente con el dorso de la mano. – Está bien –dice Oliver derrotado–. Encargaos vosotros, yo no pienso tocarla. – Es supervivencia… –intenta explicar Max. – Es inhumano –le corta tajante Oliver y se aleja hacia la entrada de la tienda. – Lo haré yo –me dice Max. Algo que le agradezco profundamente porque me siento muy mareada. Necesito aire, aunque sea el aire contaminado de la ciudad. El agobio no hace más que crecer en mi interior. Reviso una vez más mi costado. Nada. ¿Por qué me escuece tanto, entonces? Apoyo un brazo en una de las estanterías. Oliver me ve y se acerca preocupado. – ¿Qué te ocurre? Tienes mala cara. –Me
levanta el mentón con la mano. – Estoy bien. –Me aparto de él–. Es el puto calor. – No hace tanto calor Cat… –Me toca la frente–. Estás ardiendo. – Joder, te lo estoy diciendo. – A lo mejor tienes fiebre… – No estoy enferma, es… –El grito de Megan me interrumpe. Sé que es lo mejor, pero algo se rompe en mi interior, es sólo una niña… Oliver debe notar mi aflicción porque me coge entre sus brazos y noto que su cuerpo se relaja, supongo que será un alivio ver que tu pareja no es tan desalmada como crees. IV Sin darle más vueltas, salimos lo más rápido que podemos por la puerta de atrás, que da a un estrecho callejón. Los tres solos nos movemos más rápidos, estamos acostumbrados, como si fuera una expedición más, pero no lo es… Me obligo a no pensar en eso, ahora no. Tengo que tener mis sentidos alerta y mi mente despejada. Agradezco el suave aire que nos acompaña, alivia mi sensación de mareo casi por completo. Nos perdemos entre callejuelas, nos encontramos a varios dispersados y acabamos con ellos silenciosamente, sin problemas. Hasta aquí el camino ha sido fácil, ahora viene lo peor. Estamos cerca, pero las calles son más anchas, están más pobladas y es más difícil pasar desapercibido. – Yo creo que lo mejor es intentar andar por la acera pegados a la pared, e ir matándolos sin llamar la atención –dice Oliver. – Suena muy fácil –intento bromear. – Son dos manzanas, ya casi lo hemos logrado. – Me pongo delante contigo y Max nos cubre la espalda. –Max asiente sin decir nada y afrontamos la gran avenida. Putos barrios nuevos con sus calles anchas. Hay varios coches en mitad de la calzada. Vamos por la acera y ponemos en práctica el plan sin sobresaltos. No hay sombras, el sol
Ánima Barda - Pulp Magazine
31
32
CRIS MIGUEL cae implacable sobre nosotros. Tenemos los nervios a flor de piel, la adrenalina corre libre por nuestras venas. – ¡Mierda! –susurra Oliver. Un todoterreno nos impide continuar. No nos queda más remedio que rodearlo. Oliver va obligatoriamente delante. En cuanto estamos en el culo del coche, expuestos en la carretera, vemos que ha sido una mala idea. Hay muchos. El pánico mueve nuestros brazos y como autómatas nos deshacemos de ellos, pero siguen viniendo más. – No os mováis, mantened la espalda pegada al coche, que no nos rodeen –alerta Max. Suena demasiado bonito. De la parte de arriba del 4x4 aparecen cuatro brazos que intentan agarrarnos a Oliver y a mí. Nos separamos como un resorte para verlos. Están demasiado altos como para matarlos. – ¡Joder! Tenemos que movernos. –Se nos está yendo de las manos otra vez. – Yo os cubro, avanzad –apremia Max. Nos vamos abriendo paso, Oliver está a mi izquierda, más expuesto que yo. Clavamos y sacamos, clavamos y sacamos. Acabo con dos que salen a nuestro encuentro, uno más alto de lo normal. – Joder –oigo decir a Oliver. Me vuelvo lo más deprisa que mis reflejos me permiten. Se le ha atascado el arma y no puede sacarla de la cabeza de la criatura. Le cubro y acabo con uno que se ha acercado demasiado. No tardo ni dos segundos en sacar mi machete, pero eso es demasiado, pues Oliver tiene otro muy cerca. Él consigue recuperar su largo cuchillo, sin embargo no le da tiempo. No me lo pienso más, con la mano izquierda empuño mi pistola y disparo. – ¿Qué coño…? –suelta Max. – No podía esperar, no llegaba… –intento excusarme. El miedo atenaza mi garganta cuando me doy cuenta de lo que esto implica. Nunca utilizamos pistolas, el ruido se puede oír a mucha distancia. De momento vemos que todos los que están en la avenida, tanto los que tenemos cerca como los que están en la otra
acera, nos miran y caminan hacia nosotros. – ¡Corred! –grita Max No me molesto en guardar la pistola, el daño ya está hecho. Veo que tanto Max como Oliver sacan las suyas. Entre disparos y cuchilladas nos vamos abriendo paso, somos pura ejecución. De reojo veo que Max echa mano a la escopeta. No me fijo, pero imagino que dejamos un reguero de muertos considerable porque ninguno logra detenernos. – Ya estamos –dice Oliver. Giramos a la derecha, ese es nuestro nuevo edificio, ahí está la escalera antiincendios; sin embargo, nos separa una gran marea de criaturas de nuestro objetivo. – ¡Joder! Pero qué… – Los disparos –sentencia Max–. Que nadie se adelante, entre los tres podemos. La tensión domina el momento. No las tengo todas conmigo, pero no hay otra salida. Guardo la pistola para no gastar, y con el machete en una mano y el cuchillo en la otra, nos vamos abriendo paso. Estoy en medio de los dos, como siempre la más protegida. Desecho esa estúpida idea de la cabeza y me concentro en acabar lo más rápido posible con cada putrefacto cadáver que se aproxima a nosotros. Los brazos me pesan, los músculos de los hombros me laten, sé que estoy agotada y no soy tan rápida como ellos. Me paro dos segundos a tomar aire. Joder. Por detrás vienen más, lentos pero alarmantemente demasiados. – ¡Daos prisa! –apremio, es el miedo quien habla por mí. Max mira hacia atrás, en una fracción de segundo el terror invade sus ojos para automáticamente convertirse en determinación. Ágil y certero limpia los que tiene a su alrededor. Casi podemos tocar ya la escalera. – Yo os cubro que están cada vez más cerca –dice Oliver. Me alimento de la valentía de Max y me entrego a fondo para que esto se convierta sólo en una fea anécdota. Apuñalo y clavo, siempre en la cabeza, siempre a por el cerebro. Empujo el cuerpo de uno para sacar mejor
Ánima Barda - Pulp Magazine
HAMBRE. COMIDA. SILENCIO. mi arma y conseguimos llegar a la escalera. Max la baja con un fuerte ruido. Genial, como casi no llamamos la atención. Sube él primero y gasta las pocas balas que le quedan de su pistola. Pongo un pie en la escalera para subir con el corazón latiéndome a mil por hora. Y, antes de que suceda, lo siento. Un grito gutural sale de la garganta de Oliver. – ¡Noooooo…! –Quiero bajar, pero Max me agarra el brazo. – ¡Es inútil! – ¡Y una mierda! Con el coraje del que no tiene nada más que perder me lanzó contra las tres criaturas que rodean a Oliver. El dolor y la ansiedad dominan mis armas porque en un suspiro acabo con ellos, cojo a Oliver por los hombros porque está tumbado boca arriba y lo arrastro a los pies de la escalera. – ¡Oliver! –Me arrodillo junto a él. Tiene una fea herida en el… costado–. Oh, joder. ¡Oliver! –grito. Instintivamente, me toco el mío que me escuece con renovada intensidad. ¿Por qué no abre los ojos? El corazón se me para de la impresión cuando mis dedos encuentran la misma herida que la de Oliver. El costado me arde más que nunca. Intento mirarla pero todo se vuelve más y más negro.
con la cabeza y se levanta. – ¿Está despierta? –Por la puerta aparece Megan con Max. – Sí, pero creo que no le queda mucho tiempo… –dice Esther. Todo me da vueltas, veo la cara de Oliver, tiene los ojos hinchados y las lágrimas recorren sus mejillas, me cambia el paño que tengo en la frente y siento un alivio pasajero. – Estás ardiendo… –Sin previo aviso, se desmorona–. Lo siento tanto, no sé ni cómo pasó, de repente estabas en el suelo, no nos dio tiempo a nada. –Automáticamente lo recuerdo todo, sé que me mordieron en el costado cuando fuimos de expedición, sé que voy a morir. – Ol… –intento articular–, te quiero, ten… cuidado, y… –Cierro los ojos, la presión que siento en la cabeza es demasiada, no la aguanto, me obligo a continuar–: Ol… no quiero que… lo hagas tú… Max… – Está bien –consigue decir entre sollozos. Mi corazón se llena de pena, por hacer sufrir tanto al hombre que más he amado en la vida. Mi cabeza va a estallar y puede que lo haga literalmente. Me rindo, todo es negro, todo es… Hambre. Comida. Comida. Silencio.
V “Catherine”. “Cathy”. “Se ha movido, creo que está volviendo”. Un destello de luz inunda mis ojos haciendo que lo vea todo blanco. – ¡Cat! ¿Cómo te encuentras? –Oliver me aprieta la mano, estoy tumbada en una cama. Intento contestar pero nada sale de mi boca. – ¿Ha despertado? –Veo una mujer. ¿Esther? – Sí, ha gritado mi nombre, estaba delirando, y ahora se ha despertado. – Mi niña, ¿sabes dónde estás? –me dice Esther, niego con la cabeza. – Ves, entiende, a lo mejor… Percibo que Esther le toca el brazo negando Ánima Barda - Pulp Magazine
33
34
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE
EL TEMPLO DEL DIOS DEL MAR 20 de Julio de 1951. Después de varias expediciones fallidas en Córcega, Cerdeña y Sicilia, mi tío Angus y yo llegamos a la isla de Menorca con la esperanza de encontrar un templo perdido de Neptuno. Espero que el condenado templo esté aquí, o que mi tío se dé definitivamente por vencido. Estoy harto de picaduras de mosquitos y de quemaduras de piel.
por Diego Fdez. Villaverde
E
l viento procedente del mar era fresco y unas pequeñas nubes tapaban el sol de Menorca. Los pocos rayos solares que llegaban eran detenidos por las copas de los pinos para el alivio de Adam. Mientras su tío estaba arreglando el papeleo en la aduana del puerto, el joven inglés había aceptado la invitación de dos jóvenes lugareñas para ir a una pequeña cala a pasar el día. Después de un refrescante baño y del agradable descubrimiento del jamón con melón, decidió que era una buena idea disfrutar de la tradicional siesta española. Desgraciadamente, su sombrilla decidió hacer turismo en algún momento de su reposo, y ahora tenía la espalda roja como un tomate. El más leve roce con la camisa le hacía ver las estrellas. – ¡Vamos, rapaz! Esta vez estoy realmente convencido de que hemos dado en el clavo –gritó Angus.
Su tío abría el camino por el bosque costero, apartando ramas de arbustos y evitando las pegajosas jaras. Angus McBean no se asemejaba a otros arqueólogos del Museo Británico que Adam había conocido, más bien parecía salido de alguna granja de ovejas escocesa. Era alto, ancho de espaldas, tenía unos brazos fuertes y unas manos enormes, y su nariz era un desastre por sus continuas peleas de bares, de las cuales siempre decía salir victorioso. Tenía los ojos de un azul muy intenso, espesas patillas pelirrojas que recorrían su redonda cara y siempre llevaba una elegante boina de cuadros escoceses rojos y azules para esconder su prematura calvicie. Si no fuera porque su madre lo aseguraba, Adam jamás se hubiera creído que esa persona era su tío. Aunque él también era alto y de ojos azules, Adam era una persona delgaducha, de pelo largo rubio y no era muy dado a la aventura ni a meterse en líos. En la ciudad los dos se habían comprado
Ánima Barda - Pulp Magazine
EL TEMPLO DEL DIOS DEL MAR unas camisas de lino blanco, unos pantalones cortos de pana ocres y unas sandalias de cuero crudo con suelas de neumático que los lugareños llamaban abarcas, para caminar por la isla lo más frescamente posible. También llevaban unas pequeñas mochilas con todo lo necesario para una exploración arqueológica. – Creo que es la quinta vez que dices eso este verano, tío –dijo Adam, cansado. Llevaban caminando unas cuantas horas y el sudor empezaba a recorrerle la cara–. ¿Por qué no aceptaste la invitación del gendarme? Ya hubiéramos llegado hace horas en coche. – ¿Y perderme este maravilloso paraíso mediterráneo? –preguntó Angus riéndose–. Disfruta del paisaje y el sol antes de que vuelvas a Oxford. – Créeme que ya he tenido demasiado sol por una temporada. Aunque Angus tenía razón en una cosa: la vista era preciosa. Habían salido de Ciutadella sobre las ocho de la mañana, andando por los caminos flanqueados por grandes muros de piedra blanca, mientras atravesaban las desnudas tierras de cultivos menorquinas salpicadas por solitarios olivos salvajes .Llegaron a Cala Galdana, una playa en una pequeña bahía de agua celeste entre grandes paredes rocosas. Entonces continuaron hacía su destino caminando por la línea de costa, sobre los acantilados. – Además, el gendarme lo único que quiere es tenerme controlado –continúo su tío, mientras escalaba un pequeño saliente–. No se ha creído que seamos turistas. – ¿Has mentido en la aduana? – Pues claro, cualquier cosa que encontremos aquí se lo tendríamos que dar al gobierno español. Todo el tiempo y dinero que hemos gastado en esta investigación serian en vano, y la gloria se la llevaría un estúpido pueblerino venido a más. – ¡Pero es que nosotros no tenemos ningún derecho a llevarnos nada de ese templo! Pertenece a los españoles, en todo caso –dijo Adam, intentando trepar el resalte, pero se resbala continuamente–. ¡Maldita roca!
– ¿Te crees que todo lo que hay en el museo británico se ha conseguido a base de buenos modos, rapaz? –pregunto su tío, mientras le tendía una mano para ayudarle a subir–. Si no fuera por nosotros esos tesoros quedarían olvidados durante siglos. Adam no sabía que pensar al respecto. Lo cierto es que la colección arqueológica del Museo Británico era siempre una fuente de problemas diplomáticos. Todos los países reclamaban sus tesoros, pero el gobierno siempre respondía que los habían obtenido de manera legal. En esta ocasión su tío estaba buscando un templo del dios Neptuno perdido en algún lugar del Mediterráneo occidental. Las descripciones de diarios de piratas y navegantes eran muy vagas, y lo único que sabían con certeza es que se encontraba en una cueva de la costa sur de alguna isla. Su tío había optado por el descarte. Habían empezado por Sicilia y se habían desplazado hacia el oeste. Afortunadamente sólo les quedaban por recorrer las Baleares, y, una vez hecho, Adam podría regresar a Oxford. Él también se había interesado por la arqueología, y a su madre le había parecido muy buena idea que pasará un tiempo con su hermano, que estaba destinado en Atenas por la universidad. Realmente esperaba pasar un tiempo estudiando en las bibliotecas griegas y haciendo dibujos del Partenón en un cuaderno, no hacer senderismo por caminos de mala muerte. – Creo que ya hemos llegado, Adam. La playa que se encontraba ante ellos no era gran cosa. Era muy estrecha y las rocas sobresalían entre la poca arena que había. Ciertamente, no parecía un lugar donde nadie situaría un templo. El acceso era muy malo por tierra, y sólo pequeñas barcas podrían llegar hasta allí. Empezaron a descender con cuidado por la colina, agarrándose en los árboles para perder velocidad. Cuando llegaron a la arena, vieron a una joven morena con un vestido largo de lino sentada bajo la sombra de un pino leyendo un libro, al lado de un caballo
Ánima Barda - Pulp Magazine
35
36
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE negro como el carbón que estaba recostado en la arena. La joven se les quedo mirando y les saludó con la mano. Angus y Adam se acercaron a la muchacha, caminando pesadamente por la blanca arena de la cala. – Bona tarda, senyorita –dijo Angus un tanto nervioso. Adam le había visto en el hotel preparándose unas cuantas frases en catalán “por supervivencia”. – Bona tarde, cavaller –dijo ella, inclinando ligeramente la cabeza. –Nosotres… estam buscant… –continúo su tío, pero paró cuando la chica levantó la mano abierta. – Le ahorraré el sufrimiento señor, aunque podría haber sido muy divertido –dijo ella en un perfecto inglés–. Mi madre es americana. Me sorprende ver a un inglés intentando hablar catalán, los únicos que vienen gruñen si no les hablas en su idioma. –Ah, es que somos escoceses –le explicó Adam–. Bueno, yo soy medio escocés. – ¿Y qué hacen un escocés y medio atravesando la isla de Menorca? – Estamos buscando un lugar llamado Cala Mitlana. ¿Es esto? –preguntó de nuevo Angus, sonriendo. – Mitjana –le corrigió ella–, y no, no es este lugar, pero están muy cerca. Esto es Mitjaneta, Mitjana está detrás de ese acantilado. – Muchas gracias señorita. Adam, vámonos. Adam y Angus se despidieron de ella y se pusieron en marcha. – ¿Por qué no se quedan aquí?– preguntó de nuevo la muchacha–. Al menos tendrán algo de compañía. Hoy no hay nadie en las playas, hay fiesta en el pueblo. – No gracias, estamos buscando una cueva– respondió Adam dándose la vuelta mientras caminaba, y su tío le dio un codazo. – Ah… Creo que buscáis la que está más allá de la playa, ¡pero tendréis que ir nadando! –les dijo gritando la joven, para que pudieran oírla mientras se alejaban. – ¿Por qué le has dicho eso? –le preguntó Angus a Adam en voz baja.
– Tío, que paranoico eres. No creo que sea una espía. – Nunca se sabe, rapaz. Nunca se sabe. No tardaron mucho en llegar a la playa. Era mucho más amplia que su hermana pequeña, y la arena llegaba hasta el bosque de coníferas. La cueva en la que creían que estaría el templo se encontraba debajo un peñasco elevado, que, según le habían dicho a su tío, los muchachos utilizaban para tirarse al agua. – ¿Cómo vamos a llegar hasta allí? No nos hemos traído bañador, y no podremos llevar las mochilas a la cueva. – ¡Ah! Por eso me he traído esto. –Sacó de su mochila lo que parecía una pequeña ensaladera de madera. – ¿Nos… nos vamos a subir en eso? – No, bobo. Aquí ponemos lo imprescindible para explorar la cueva y nosotros la llevamos nadando. El resto lo escondemos por aquí cerca. – ¿Y vamos nadando con la ropa puesta? – No –le contestó su tío mientras se desabrochaba la camisa. Al principio Adam no entendía lo que le estaba diciendo, pero entonces lo comprendió y abrió tanto la boca de la sorpresa que pensó que se le desencajaba la mandíbula. – ¡Vamos, no seas remilgado! Solo será un momento. Puedes poner tus calzones y los pantalones en la balsa si quieres. Te aseguro que lo que menos quieres es estar dentro de la cueva con la ropa mojada. – Está bien… ¡Pero pon los tuyos tu también! No quiero verte el trasero más de lo necesario. Decidieron poner en la balsa la linterna, una cantimplora y el cuaderno de dibujos de Adam. La cámara de fotos era muy cara como para arriesgarse a perderla en una ola, así que en la primera incursión deberían confiar en el arte de Adam para documentarlo todo. Escondieron el resto junto a las camisas en unos arbustos cercanos. El joven estudiante se dio la vuelta para desnudarse mientras miraba que no lo viese nadie, aunque a su tío
Ánima Barda - Pulp Magazine
EL TEMPLO DEL DIOS DEL MAR no le dio ningún reparo quitarse la ropa tal y como estaba. Era la primera vez que estaba frente a otro hombre desnudo, así que decidió que lo mejor sería mirar solamente a los ojos. Adam iba a dejar sus sandalias junto a las mochilas, pero su tío le dijo que sería mejor que las llevara puestas, por si en la entrada de la cueva hubiera erizos de mar. Angus cogió la balsita y se metió en el agua. Agarro su invento de madera con las dos manos mientras utilizaba sus piernas para propulsarse hacia la cueva. Adam se metió al agua después de él, por si se caía algo al agua que él pudiera cogerlo. El agua estaba totalmente en calma y se podían ver peces nadando por debajo de ellos. Mientras braceaba sintió el picor del sol en su espalda quemada, como si el astro rey se estuviera regodeándose del desastre que había causado en su piel. La entrada de la cueva estaba ligeramente por encima del nivel del mar. Angus puso la bandeja en el borde de la roca y, apoyándose, utilizó la fuerza de sus brazos para salir del agua, dándole a Adam un desagradable primer plano de las posaderas de su tío. Adam, sin embargo, utilizó las grietas de las paredes del acantilado para subir como si fuera una escalera. Agradeció el consejo de su tío de llevar puestas las sandalias, pues se hubiera hecho daño subiendo por los afilados salientes. Su tío ya estaba con los pantalones puestos y la linterna encendida. Él hizo lo mismo, se vistió y agarró su cuaderno de dibujo y su carboncillo. El suelo de la cueva era resbaladizo por la humedad, y pequeños cangrejillos corrían a esconderse en las hendiduras de la pared. Tras dar unos cuantos pasos, se encontraron en el final de la cueva. No había absolutamente nada ahí dentro. – Genial, otro viaje en vano– dijo Adam, suspirando–. En fin, salgamos cuanto antes. Nos esperan cinco horas de paseo de vuelta a la ciudad. Su tío siguió iluminando la pared de la cueva y se giró hacia su sobrino.
– Sujeta la linterna, rapaz. – ¿Pasa algo? –preguntó Adam. – Fíjate en estas hendiduras en la pared – dijo palpando la pared–. Forman una especie de arco. Además, si te acercas puedes sentir como sale corriente de los huecos. Adam se acercó a la pared. Realmente sentía una brisa salir de las fisuras. Era la primera evidencia que habían tenido desde que salieron de Atenas. Adam sintió un cosquilleo en su interior, y todo su escepticismo desapareció y se sustituyó por verdadera ilusión. ¡Su tío quizás estuviera en lo cierto, al fin y al cabo! – ¿Crees que es una especie de puerta? – preguntó a Angus. – Puede. Cuando Justiniano I elevó el cristianismo a religión oficial, los templos paganos se convirtieron en iglesias, pero muchos de ellos fueron completamente saqueados y destruidos. No me extrañaría nada que los constructores instalaran este tipo de entrada oculta para proteger el templo. – ¿Y qué hacemos? ¿Traemos dinamita? – ¡Rapaz, un poco de respeto! Los romanos no construyeron este mecanismo para que un barbilampiño como tú lo vuele por los aires, ¿no crees? Al menos debemos intentar abrirla con otros medios. – Perdona –respondió Adam, avergonzado. – Busquemos cerca de la puerta. Si hay algún mecanismo para abrirla, tiene que estar por aquí. Sam dejó la linterna en el suelo y se pusieron a palpar la puerta en busca de cualquier indicio. Para Adam era la primera vez que veía a su tío actuando como un verdadero arqueólogo y no como un matón de suburbio. Entonces encontró algo, una especie de agujero cuadrado en la pared, que daba a un recipiente prismático de paredes completamente pulidas. – ¡He encontrado algo! –gritó Adam, emocionado. – Creo que yo también –dijo su tío mientras se acercaba con dos viejas vasijas. Estaban llenas de liquen, pero se podían
Ánima Barda - Pulp Magazine
37
38
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE distinguir algunos relieves en ellas. En una, el busto de un caballo estaba ligeramente borroso, en la otra, un amenazante tiburón enseñaba sus fauces. – No entiendo nada, tío. ¿Cómo vamos a abrir la puerta? – Fíjate en el interior. Parecen iguales, pero la del caballo tiene el fondo más elevado. Luego entra menos agua. – ¿Y? – Creo que la puerta se abre con un mecanismo de presión. Tenemos que echar una cantidad determinada de agua en este hueco para que se abra. Supongo que si echamos una cantidad equivocada tendremos que esperar a que se vacíe completamente, pero eso podría llevar días. La pregunta es: ¿qué vasija utilizamos? –dijo, mientras se acercaba a la entrada de la cueva para llenar los recipientes con agua. – Supongo que la del tiburón. Neptuno era el dios del mar. Parece lo más lógico. – Sí que lo es –afirmó su tío mientras volvía–. Y creo que cualquiera elegiría la misma opción. Angus vació la vasija del caballo en el agujero. Adam no entendía su decisión y, tras un minuto de silencio, se oyó como un mecanismo se ponía en marcha. La parte de la pared de piedra empezó a elevarse. – ¡Genial! –exclamó Adam–. Pero, ¿por qué el caballo? ¿Era un truco? – Más o menos, rapaz. Un truco para evitar que entraran saqueadores, o al menos saqueadores ignorantes. Curiosamente el animal que con el que se asocia normalmente a Neptuno es el caballo. A veces se le dibuja con delfines, pero nunca con tiburones. –Angus se agachó para coger la linterna y el cuaderno de dibujo de Adam–. Vamos, ¡nuestra búsqueda ha llegado a su fin! Tío y sobrino pasaron por el arco de la puerta. La belleza del interior les dejó boquiabiertos. Por las grietas de las paredes entraban rayos de sol que eran reflejados en una serie de espejos, iluminando todo el recinto. El suelo estaba completamente inundado por agua
de mar cristalina, en la que se podían ver multitud de peces y corales de distintos colores. El pequeño templo estaba situado en un islote, al que se accedía por un ancho puente de mármol blanco, decorado con estatuas, la mayoría destrozadas. El templo no era especialmente grande, más bien era una pequeña capilla circular con un frontón sujetado por cuatro columnas. Se accedía atravesando un grueso portón de metal oxidado hace ya mucho tiempo. Adam empezó a hacer un rápido boceto del lugar, mientras Angus avanzaba lentamente hacia la puerta del templo. – ¡Increíble, este lugar parece salido de un cuento! –exclamó Adam. – Un cuento siniestro –dijo Angus, mientras se agachaba en el suelo–. Parece que no somos los primeros en entrar aquí. Junto a su tío había tres esqueletos vestidos con harapos y en sus manos había sables herrumbrosos. – No parecen romanos –apuntó Adam. – No, por las armas y sus ropas dirían que son piratas del siglo XV o XVI. Posiblemente mahometanos –le contestó su tío. – ¿Cómo morirían? – No lo sé, puede que se pelearan por el botín –dijo su tío mientras arrancaba de los dedos de un cadáver la espada–. Supongo que nunca lo sabremos. De repente, se oyeron los mecanismos de la puerta, que empezó a cerrarse. Adam corrió hacia ella, intentando impedir su cierre, pero era demasiado tarde. Una de las estatuas se bajó de su pedestal delante de Angus. La cara estaba tallada como si estuviera enfadada, con ojos furiosos y la boca abierta. – O puede que esta cosa les matara –afirmó Angus tras pensarlo un poco. – ¿Qué narices es esto? ¿Un robot? – Creo que es más correcto el termino gólem. Una ser inerte impulsado por la magia. – ¿Y CÓMO ES QUE ESTO SIQUIERA EXISTE? –gritó alterado Adam. – Lo cierto es que también me pilla a mí de nuevas. Normalmente sólo son trampas con
Ánima Barda - Pulp Magazine
EL TEMPLO DEL DIOS DEL MAR pinchos, fosos de serpientes y rocas rodantes. – Templum est clausa. Hic invenies mortem –rugió el gólem, con una voz sobrenatural que hizo temblar a Adam. – Escóndete Adam –dijo su tío, mientras apuntaba a la estatua con la espada que había recogido del cadáver del pirata. La estatua cargó contra Angus, que esquivó la embestida en el último momento y golpeó con el sable, usando todas sus fuerzas, en el cuello de la criatura. El estruendo del acero chocando contra el mármol retumbo por toda la caverna, pero no causo daño alguno a la criatura. La hoja del sable salió disparada, rozando a Adam que estaba escondido tras una columna. – Cagarro –dijo Angus, mientras miraba su arma rota. El gólem lanzó un puñetazo al veterano explorador, que evitó con facilidad. Utilizando la empuñadura del sable como un puño americano, lanzó un poderoso gancho contra la barbilla de su oponente. De nuevo, no causó daño alguno y sólo consiguió herirse la mano. Adam permaneció perplejo ante la situación. Una criatura mitológica se había levantado para matarles y su tío estaba luchando con las manos desnudas. Pese a que todo su entrenamiento en las peores tascas del mundo estaba dando sus frutos a la hora de eludir los ataques del gólem, él era incapaz de herir a la criatura de mármol. Tarde o temprano, su tío se cansaría, recibiría algún golpe y acabaría todo. Tenía que pensar en algo si no quería acabar como los piratas. Intentó recordar qué había leído sobre los gólem. Era criaturas provenientes de la cultura hebrea. Los romanos conquistaron Israel, quizás encargaron fabricar uno para proteger este templo. Los gólems son estatuas inertes que cobran vida al introducir un papel con una orden en la boca, y no descansarán hasta que hayan cumplido con la orden o reciban una nueva. “¡Mi cuaderno!”, pensó rápidamente el estudiante. Salió de su escondite para buscar el cuaderno de dibujo. Lo localizó al otro lado de
la sala y fue corriendo a por él. – ¡Tengo una idea, tío! –dijo Adam mientras pasaba de la pelea. – ¡Date prisa, no creo que aguante mucho más! –gruñó mientras se agachaba para esquivar un directo. Rápidamente Adam cogió el cuaderno y escribió con el carboncillo en una esquina “duérmete”. Arrancó el papel y corriendo se acercó de nuevo a la pelea. Se puso detrás de la estatua y de un saltó se agarró a su cuello de piedra. La estatua intentó agarrarle, pero no consiguió alcanzar al joven. Adam trepó sobre los hombros de la criatura y le introdujo el papel en la boca. La criatura se detuvo completamente mientras un grave aullido salía de su interior. – ¡Vaya, sabía que aún había esperanzas contigo, rapaz! –exclamó su tío, aliviado–. Finalmente has demostrado tener algo de agallas. – No me creo que haya funcionando –dijo Adam mientras sonreía triunfante. De repente el gólem volvió a la vida con un rugido, agarró a Adam y lo lanzó contra su tío. Los dos cayeron con fuerza contra el suelo. – Ya podías haber cerrado la maldita boca, rapaz –dijo Angus mientras se ponía de pie. – ¡No entiendo qué ha podido ir mal! – ¿Qué has escrito en el papel? – Escribí “duérmete”. – ¿En inglés o en latín? Adam se dio cuenta de su error e intentó llegar al cuaderno lo más rápidamente que pudo. Justo cuando Adam consiguió ponerse de pie, el gólem le propinó un golpe en el pecho que lo lanzó por los aires. – ¡Adam! –gritó su tío. Adam cayó pesadamente, pero al menos seguía con vida. Le costaba respirar y todo le daba vueltas. Su tío trató de socorrerle, pero el monstruo atacó de nuevo, y tuvo que concentrarse otra vez en la estatua. El joven miró a su alrededor. Su cuaderno no estaba muy lejos de donde había caído. Fue arrastrándose hasta él, mientras aguantaba las
Ánima Barda - Pulp Magazine
39
40
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE náuseas. Finalmente alcanzó su cuaderno y escribió “somnum” en él. Esperaba que el gólem entendiera el mensaje. Agarró una piedra cercana, arrancó la hoja de papel entera y envolvió con ella la piedra. – ¡Tío! –gritó lastimosamente Adam, y le lanzó la piedra en la dirección donde estaba Angus. El arqueólogo se giró y al ver el papel lo entendió todo. Se apresuró a coger la piedra. Cuando la agarró, el gólem le tiró al suelo de un empujón. Angus se dio la vuelta en el suelo. La criatura iba lanzarle el golpe final con los dos brazos, así que se lanzó hacia la cara del gólem e introdujo el papel en su boca. Un aullido salió de nuevo de su garganta, y los dos escoceses esperaron intranquilos algún movimiento mientras un silencio sepulcral reinaba en la caverna. Tras unos minutos, los dos respiraron aliviados. Angus se acercó a ver a su sobrino. Le palpó el pecho, en busca de heridas graves. – Creo que te has roto unas costillas. Tenemos que ir a un hospital, por si tienes alguna hemorragia interna. Con suerte, la muchacha seguirá ahí fuera con el caballo. –Angus cogió el brazo izquierdo de Adam, se lo pasó por encima del hombro y le ayudo a levantarse–. Vamos. – Pero harán preguntas en el hospital. ¿Qué les vas a decir? –La verdad, rapaz. Aunque creo que la parte del gólem no se la van a creer. – ¿Qué ha pasado con lo de que un pueblerino te quitara el mérito? – Lo que menos me preocupa ahora es quién se lleva la gloria. Caminaron lentamente hacia la salida en silencio. Pese al orgullo que sentía Adam por haber sido capaz de descubrir cómo derrotar al gólem, sentía una profunda tristeza al pensar que las aventuras con su tío habían llegado a su fin. – ¿Qué vas a hacer ahora, tío? – Pues mientras mejoras lo suficiente para poder coger el avión de vuelta a Londres, escribiré una carta al Museo Británico sobre
nuestro descubrimiento, otra a tu madre suplicándola que no me mate –Angus soltó una carcajada, arrancando una sonrisa a Adam– y haré un poco de turismo por la isla. Dicen que hacen una buena ginebra por aquí. – ¿Y luego? – Me volveré a Atenas, claro. De nuevo se hizo el silencio. Adam estaría en el hospital unas dos semanas, y después volvería a su aburrida rutina en Oxford. Angus se fijó en su tristeza – ¿Sabes? Me han llegado rumores de un templo egipcio escondido en algún lugar del Alto Nilo. Mientras preparo el papeleo, la documentación y el Museo me da permiso, puede pasar un año. ¿Te apetecería venir conmigo el verano que viene? – ¡Me encantaría! –dijo entusiasmado Adam–. Leeré toda la mitología egipcia que pueda durante este año, por si nos ataca un hombre escorpión o algo así. Sobrino y tío se rieron escandalosamente. Las perspectivas de Adam mejoraron bastante. Sólo quedaban doce meses para su siguiente aventura. No se había acabado este verano y ya estaba deseando que llegara el siguiente.
Ánima Barda - Pulp Magazine
ESPEJOS ROTOS IV
ESPEJOS ROTOS IV EL MANANTIAL por Rubén Pozo Verdugo
Jack se embarca hoy en un día idílico para ir a darse un chapuzón en la piscina, pero... ¿quién ha dicho que no se esconden tiburones en el agua? El último capítulo de la temporada, ¡no te lo puedes perder!
I
R
ojo. Es lo único que conseguía ver Jack mientras permanecía con los ojos cerrados. Conocía de sobra aquella sensación. Aquel calor recorriendo su rostro. No había lugar a dudas. Era el sol. – Joder, se me olvidó bajar anoche la persiana –dijo Jack en un susurro que apenas él mismo escuchó. Poco a poco abrió el ojo derecho y el sol le dio los buenos días haciendo colisionar sus cálidos rayos contra él. Un dolor punzante, como un aguijonazo fortuito, apuñaló su córnea. Jack volvió a cerrar los ojos a desgana y mientras se incorporaba escuchaba la banda sonora de todas las mañanas: el crujir de sus articulaciones y el somier de láminas de manera quejándose sobre el peso cargado a su lomo.
Ánima Barda - Pulp Magazine
41
42
RUBÉN POZO VERDUGO Jack ya estaba cubierto de una película de sudor de buena mañana. Pausadamente, se levantó y se dirigió hacia la ventana que daba al patio interior. Una vez abierta, una fresca brisa acarició su cuerpo. En aquel momento sentía como revivían sus ganas de adentrarse en aquel mundo de locura. En ese instante recordó que aquel día sería un día especial, tocaba excursión a la piscina municipal. Su cuerpo sumergido en el agua fría de la piscina se le antojó más placentero que cualquier cosa que pudiera desear. Entonces recordó lo sucedido la noche anterior mientras una sonrisa se dibujaba en su rostro. – Eva… –logró susurrar mientras se dirigía hacia el armario, dispuesto a cambiarse de atuendo. De repente, el móvil vibró varias veces. Aquel sonido le recordó vagamente a los mosquitos que se paseaban cerca de su oreja las noches que dejaba la ventana abierta en su universidad. Habiéndose despojado ya de sus pantalones y camisa y permaneciendo solamente en ropa interior, Jack se dirigió hacia la mesita de noche. Mientras agarraba el teléfono contemplaba el calendario. Éste era un calendario temático de películas, en ese mes el dibujo mostraba a una mujer esbelta y con poca ropa a la que le habían injertado un fusil de asalto donde debía de estar la pierna. En la parte superior los caracteres “Planet Terror” anunciaban el título de la película y en la parte inferior “Julio”. Desde el día uno hasta el veinte estaban marcados con una enorme cruz oscura, esos días pertenecían ya al pasado. Con un ágil movimiento de pulgar, Jack desbloqueó el terminal e indagó hasta encontrar el mensaje: “Eh, tío. Prepárate un bañador y la toalla. Luego pásate por secretaría para pillar el ‘juguetito’. Nos vemos allí. Ciao.” El mensaje había sido enviado desde el móvil de Dante. ¿Qué querrá decir aquello de “juguetito”? El médico dejó a un lado el teléfono y se dispuso a cambiarse. Tenía el pre-
sentimiento de que aquel iba a ser un buen día. II Dante permanecía apoyado sobre el escritorio caoba de Lucy, la secretaria del centro. Ella era una mujer de cabello corto y oscuro como el alquitrán, sus ojos color miel irradiaban sinceridad y bondad y su cuerpo lejos estaba de ser lucido en una pasarela de moda, aunque a ella no le importaba. – ¿Entonces de verdad que no vas a venir a la piscina? – Por última vez. Tengo que trabajar y encima turno doble porque Elvira está de baja. Vosotros podéis iros y disfrutar del día por mí. – Es una pena no ver pasearte en bañador en la piscina, Lucy. – Que bribón eres. ¿Alguna vez te has llevado a una mujer a la cama con frases como esa? – No, pero no pierdo la fe. En ese instante, la figura de Jack sin su bata blanca y con una bolsa de deporte cargada a la espalda irrumpió en el hall bajando por las escaleras. Aunque se había lavado repetidamente la cara, esta permanecía aún con un visible rictus de somnolencia. Él, sin su “café del buen despertar”, no se consideraba persona. – ¡Hombre, aquí llega la alegría de la casa! ¿Listo para darte el primer remojón de la temporada? – Buenos días. Espero no quemarme con este sol de justicia. – Tranquilo –dice Dante mientras observa de arriba abajo el color pálido y mortecino de la piel de su compañero–. Bueno… Mejor que te pongas algo de protector solar, sí. ¿Nos da tiempo a tomarnos un café antes de salir para allá? –pregunta inocentemente a ambos. – Me temo que no, chicos –responde Lucy casi al instante, como si estuviera esperando la pregunta–. No sé qué demonios pasa aquí dentro con la seguridad, pero es el segundo demente que se escapa de su celda en
Ánima Barda - Pulp Magazine
ESPEJOS ROTOS IV dos días. Anoche otro de vuestros “amiguitos” se escapó y rompió todos las cristaleras de la cafetería. –Jack palideció ante la noticia de la secretaria. Él había estado allí en el momento en el que todas las cristaleras volaron por los aires y la fortuita huida junto a Eva a través de la oscuridad que reinaba en los pasillos–. En serio, no sé qué les ha dado a todos por ir ahí a romper cosas. – ¡No me jodas! ¡Tendrían que drogar a todos estos tarados antes de irse a dormir! ¿Qué me dices? – ¿Perdón? –dijo Jack saliendo de golpe de su ensimismamiento gracias a la pregunta de su compañero. – Nada, déjalo. Preciosa, ¿nos das los juguetitos? – Sí, claro. Casi se me olvidan –dice la joven mientras se agacha para rebuscar entre los cajones. Dante echa una mirada furtiva al hilo del tanga que asoma por encima de los pantalones de Lucy. – ¿De qué juguetito estáis hablado? –pregunta Jack intrigado. Sus dudas pronto son solucionadas cuando ve caer dos objetos idénticos encima de la mesa. Son dos pistolas negras con un pequeño filamento amarillo en la parte inferior de la culata. El médico se horroriza al verlas. – ¡¿Pistolas?! ¿Realmente es necesario? – Tranquilo, camarada. Disparan dardos tranquilizantes. Es por si cualquiera de estos se “rebota” un poco y hay que –Dante agarra la pistola y simula el sonido del disparo con la boca– “neutralizarlo”. – Pero estas armas están prohibidas. Solo son para uso animal y por personales de un zoológico cualificado. – ¿Por qué te crees que llamamos “La jaula de los leones” al ala norte? –Dante es el único que ríe su propio chascarrillo mientras se introduce sutilmente el arma en el bolsillo–. Nos vemos en el autobús –comenta mientras se va distanciando, desapareciendo tras la puerta de entrada al edificio. Lucy y él intercambian miradas. Pero no son solo eso. Jack reprocha a su compañera
con el tener que ir armado como un sheriff, y ella parece responder “Órdenes de arriba”. – ¿Está cargada? – Sí. – Crees que… – Dudo que llegues a usarla. La lleváis por si ocurriera algo y para evitar no solo que alguien se autolesione, sino que agreda a cualquier compañero suyo. – Entiendo… – ¿Algo más, Jack? Mauler niega con la cabeza y se limita a imitar el gesto de su compañero. Introduce la pistola en el bolsillo de sus bermudas. Una vez cargado con su bolsa de deporte, y sin mediar palabra, sigue la estela de Dante, como una abeja el dulce olor de una flor, hacia el autobús. III Imponente. Eran las únicas palabras que él encontraba para definir semejante monstruo mecánico. No había vuelto a ver un autobús de dos pisos desde el instituto, cuando enviaron a todos los del equipo rugby y a los pertenecientes al club de ciencias a distintos eventos en la misma ciudad. Era increíblemente grande. En un compartimento abierto en un lateral del mismo, semejante al costillar abierto de un monstruo descomunal, se amontonaban las mochilas y bolsas de deportes de todo aquel que permanecía dentro del autobús. Jack tomó impulso y lanzó la maleta al interior de aquella monstruosa boca. No le importaba que dentro hubieran cinco o seis iguales. Reconocería la suya por el bordado del asa, firma de su madre. “¿Qué estará haciendo ahora mamá?”, se preguntó mientras subía al autobús. – Buenos días, doctor Mauler. – Buenos días, doctor Tucker –respondió Jack algo sobresaltado, ya que la cabeza brillante y despoblada de pelo había aparecido de la nada y ahora se encontraba a escasos centímetros de su oreja–. No le había visto. – Lo sé. Se llama “Factor sorpresa”. Si su-
Ánima Barda - Pulp Magazine
43
44
RUBÉN POZO VERDUGO friera cualquier tipo de trastorno o aversión por mi habría increpado contra mi persona. Ahora me siento más cómodo al pedirle que se siente junto a mí –dijo mientras daba unas delicadas palmaditas sobre su asiento contiguo. – ¿Ahí no debería ir su hijo? – No. Ese truhán ya tiene suficiente con ir detrás de cada falda que se cruza por delante de él. Parece la mismísima reencarnación de Freud. Ante este comentario, Jack observó el rostro del doctor Tucker. Éste parecía el vivo retrato de Sigmund Freud. Parecía que la reencarnación de Freud había sido fragmentada en dos enormes pedazos del mismo. Alma y cuerpo. Mente y carne. Este pensamiento le provocó que sus labios se curvaran ligeramente hacia arriba en lo que casi no se podía denominar una sonrisa. Jack lanzó una mirada furtiva al resto del primer piso del autobús. Salvo los dementes y demás enfermos, no reconocía a nadie. Así que aceptó la invitación de su jefe y se sentó a su vera sin quitarse de la cabeza a una persona. Aquella mujer rondaba sus pensamientos como un lobo a punto de saltar sobre su presa. Un repentino sentimiento había aflorado en él, anegando por completo su raciocinio. Aquel sentimiento era tan fuerte que no podía ser otra cosa. El sentimiento era amor, y la dama, Eva. IV 3597…3598…3599…3600… Jack mantenía la mano sobre su reloj de pulsera esposado a su muñeca. Con cada movimiento de la fina aguja del segundero, añadía un punto a su marcador imaginario. Era lo único que podía hacer por evadirse del mundo. Frente a él, tenía al conductor. Éste solo canturreaba canciones en las cuales sus cantantes o bandas llevaran por lo menos cincuenta años muertos. Tarareaba Daddy won’t you please come home, desafinando en la mayoría de las notas. Un poco más delante, el viejo y oxidado motor del autobús expectoraba cada vez que el “cantante profesional” que
era el conductor cambiaba de marcha. Ronroneaba como si se tratara de un hipopótamo hambriento, mezclándose con los desagradables sonidos de su conductor. A su derecha, el doctor Tucker le hablaba sobre las bases neurobiológicas de la comorbilidad entre consumo de cocaína y trastornos de la personalidad. En la hora que ya había pasado desde que el autobús había arrancado apenas había parado a respirar un par de veces. Aquellos breves segundos en los que el doctor permanecía callado los saboreaba como lo haría un gourmet con un buen vino. En el piso de arriba, las risas y el jolgorio eran evidentes, escuchaba claramente la voz de Dante haciendo comentarios verdes e impertinentes con otros médicos y enfermos. El piso de arriba parecía un guateque en toda regla. El sonido quebrado del motor, sumado al del orondo conductor, pasando por el doctor Tucker, el monótono sonido de los catatónicos que se hospedaban en el primer piso y las risas y jolgorios del segundo, le tenían al borde de un ataque de nervios. Lo único que podía hacer era contar. 3721…3722…3723… “¿Dónde estás, Jack?”. – ¿Eva? – ¿Disculpe, señor Mauler? – ¿Eh? –Jack se encontró con el ceño fruncido del doctor Tucker mientras le observaba con encima de sus redondos cristales–. Nada. Ha sido un pensamiento en voz alta. – Eso quiere decir que no me estaba escuchando. – No… digo, sí. Solo que he recordado a una amiga que padeció ese trastorno y me ha venido su nombre a la mente. – Entiendo… Mauler suspiró internamente, victorioso. Se había librado por los pelos, o al menos era lo que él suponía. De repente, un potente frenazo lanzó a los ocupantes de los asientos violentamente hacia adelante. – ¡Haga el favor de conducir correctamente, señor Hammer! – L…lo…lo siento, doctor Tucker. Ya hemos llegado.
Ánima Barda - Pulp Magazine
ESPEJOS ROTOS IV “¡Por fin!”, pensó de inmediato Jack. “Un segundo más y habría sido capaz de sacar la manecilla del segundero y clavársela directamente en el ojo. Un momento, ¿he pensado yo eso realmente?”. V Los cubitos de hielo chocaron contra los dientes de Jack como lo hizo su hermano mayor contra el titanic hace más de un siglo. Un dolor gélido y punzante brotó de uno de los incisivos, aunque eso no le impidió saborear el refrescante sabor de la cola helada bajando a través de su garganta. La sombra proyectada por la enorme sombrilla con un eslogan publicitario les cobijaba del ardiente sol que abrasaba Texas aquel día. Jack dejó el refresco sobre una mesita auxiliar que le separa de Dante, que permanecía sentado al otro extremo. Al inclinarse para dejar la bebida, se topó con un objeto que ya había desaparecido de la mente del médico. La pistola dentro de su bolsillo. Ellos eran los encargados de observar que todo vaya bien. Cada uno de los enfermos correteaba arriba y abajo por el césped. Los más tranquilos tomaban el sol y los más hiperactivos jugaban en el agua, salpicándose e incluso haciendo carreras de natación. Martha y Anne se encargaban de los enfermos catatónicos. Éstos estaban resguardados en una zona a parte, bajo un techado compuesto por ramitas y follaje que les bloquea el paso del sol. – ¡Esto es vida! –comentó Dante mientras posaba sus manos en la nuca, a modo de colchón improvisado–. Quien nos diría que estamos trabajando. Mira, mira. Ahí viene la señora Smith. La señora Smith iba vestida con bañador de un color rojo pasión. Su cuerpo y su rostro, vivo retrato de una ya desaparecida Marilyn Monroe, se paseaba por el borde de la piscina luciendo probablemente el cuerpo más esbelto y mejor cuidado de todo el psiquiátrico. – Tío, está buenísima. – No creo que debas mirar con esos ojos a las pacientes. Son eso, pacientes.
– ¿Pero es que no la estás viendo? Madre mía. –En ese momento, la señora Smith se dio cuenta de las miradas furtivas lanzadas por el joven médico. Avergonzada, y con su rostro adquiriendo el mismo color que su bañador, se lanzó al agua en pos de evitar sus miradas lascivas–. ¿Acaso has visto a alguna mejor dentro del psiquiátrico? Jack se mantuvo en silencio durante unos segundos antes de contestar. – Sí… – ¿Cómo qué “sí”? A ver, dispara vaquero. – No creo… no creo que deba. – ¿Me estás tomando el pelo? Somos colegas, tío –Dante giró su asiento para tener una imagen completa de Jack, sentándose en una posición que delataba su interés–. Venga, va. Cuéntame. – Bueno… anoche…. –Jack no quería contárselo, pero la presión le podía. Además, aparte de Eva y su jefe, no tenía relación con nadie más allí dentro. Dante podía ser un nuevo y buen amigo–. Me acosté con una. – ¡NO JODAS! –gritó Dante. Él mismo se dio cuenta de todo lo que había alzado la voz y lo siguiente que dijo fue casi un susurro–. ¿Quién era? – Eva. – ¿Eva? ¿Qué Eva? – Eva… ya sabes. Ojos azules, pelo castaño. El rictus de Dante cambió completamente de una euforia incontrolada a una cara seria con ligeros matices de ira. – ¿De qué estás hablando, Jack? – ¿No la conoces? Hemos quedado varias veces en la cafetería para tomar algo. Es muy simpática y, bueno… ayer… surgió –dijo con el tono con el que podría haberlo hecho una quinceañera mientras habla a través de su teléfono móvil con una amiga–. Fue tan… mágico. – ¿Me estás vacilando, Jack? –Ahora el tono de Dante era seco y autoritario, nada que ver con el que había empleado hasta ahora con él. En sus ojos las chispas de la ira brillaban cada vez con más fuerza. – No. ¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Ánima Barda - Pulp Magazine
45
46
RUBÉN POZO VERDUGO – Vete a la mierda. Dante se levantó rápidamente anegado por la rabia. Éste lanzó una patada a la silla en la que había permanecido sentado mientras se iba resoplando vivamente. Jack, asombrado ante el comportamiento de su compañero, salió en su busca. – Pero, Dante… que ha… Su compañero se detuvo bruscamente y sin girar la cabeza se dirigió a él en un tono brusco. – Si se te ocurre seguirme llegarás a casa sedado y en una camilla, ¿me captas? –Pronto Jack se percató que de Dante posaba la mano sobre el bolsillo de su pantalón, donde descansaba la pistola tranquilizante–. Y ahora déjame en paz. Jack se quedó estupefacto, paralizado mientras todas aquellas personas a las que la cordura había abandonado clavaban sus miradas sobre él. Aquella miradas se hundían en su carne como si fueran cuchillos, y dolía. No volvió a ver a Dante en todo el día. VI Los últimos resquicios del crepúsculo gobernaban en cielo cuando el autobús volvió a su lugar de origen. Con calma y dedicación, los monitores y médicos se armaron de paciencia y devolvieron a cada uno de los pacientes a sus respectivas habitaciones. El viaje de vuelta no había sido mucho mejor que el de ida, salvo la excepción de veinte minutos de sueño fortuito que se le antojaron reparadores. La noche era ya cerrada cuando todos los enfermos estaban en sus habitaciones. Jack se dirigía sin prisa alguna hacia la secretaría. No quería volver a tocar una pistola (aunque fuera de tranquilizantes) en su vida, solo lo haría si le parecía estrictamente necesario. En su mente no paraba de bullir el recuerdo de aquella truncada tarde de piscina “¿Qué mosca le habrá picado a Dante?”, pensaba. “¿Y si Eva es su novia? ¿O tal vez una exnovia?”. Las ideas iban apareciendo cada pocos segundos, como el de un detective centrado
en un turbio caso. Cuando atravesó la puerta, la secretaría se encontraba justo frente a él. La luz blanca y pura como un divino rayo proveniente del flexo iluminaba la lectura de Lucy. El libro era Misery e iba ya por más de la mitad. Percatándose de su presencia, ésta introdujo un marcapáginas y lo cerró, como si en su interior se encontrara un secreto que no quería compartir con el médico. – ¿Qué ha pasado, Jackie? –dijo Lucy con una cara que no supo determinar. Estaba a caballo entre enfado y complaciente–. Dante ha llegado muy cabreado y casi me ha lanzado la pistola dentro de la caseta –dijo, mostrando los brazos en cruz para darle a entender que aquel mueble con forma de U era la caseta–. Nunca se ha comportado así. – Ha sido culpa mía, pronuncié el nombre equivocado en el momento equivocado. – ¿Nombre? ¿A quién le nombraste? – Eva. Es una médica que trabaja por aquí y… – ¿Eva? ¿Has dicho Eva? –interrumpió Lucy. – Sí. ¿Qué problema tiene todo el mundo con ella? – Jack, Eva es la hermana de Dante. Desapareció hace meses.
Ánima Barda - Pulp Magazine
EL PERGAMINO DE ISAMU V
EL PERGAMINO DE ISAMU V por Ramón Plana Al salir de su cita con Isamu, Atsuo es atacado por unos samuráis que buscan vengar la muerte de Gensai Ebizo. Tras enfrentarse a ellos, el preceptor organizará a sus alumnos para recabar toda la información posible del clan Takayama. *Listado de personajes y lugares al final del relato. IX
T
e dije que te fueras! –le increpó la primera sombra con bravuconería–. Ahora no te dejaré. Pagarás con tu vida la muerte de Ebizo, los Gensai me lo agradecerán. Mientras hablaba lanzó una estocada con la katana, intentando alcanzarle el cuello. Atsuo lo desvió y, agachándose con rapidez, hizo un barrido a su pie adelantado. Cuando el bravucón cayó sobre el costado derecho, le clavó la katana en el pecho empujándola hacia abajo con la palma de la mano. En esa postura se mantuvo mientras giraba la katana con un golpe seco de muñeca, luego se levantó muy despacio y se enfrentó a las otras dos sombras, dejando a su derecha a la que venía corriendo por el callejón. El segundo matón, que estaba enfrente de él, se giró un poco hacia la sombra que llegaba. – ¿Eres tú, Masaoka? – ¡No! –contestó desenvainando la katana–. Me llamo Michiko. – ¡Una chica! ¿Y te enfrentas a mí? ¡Entonces morirás también! ¡Más te hubiese valido no meterte en nuestros asuntos! – Este asunto también es mío, ¡soy del clan Hirotoshi! ¿Y tú quién eres? – Soy Aruki, samurái del clan Takayama – comentó con tono orgulloso. Salió despacio de la oscuridad haciéndose vi-
sible y, poniéndose frente a ella, la miró con sorna, hizo un amago y atacó repentinamente con una serie de golpes y estocadas. Pero enfrente estaba la hija de Takeshi, especialmente entrenada por él en el manejo de la espada desde niña. Bloqueó los golpes y desvió las estocadas sin perder la posición. Siempre con la punta de su katana flotando amenazadora ante los ojos del matón, haciéndole retroceder, inseguro. Mientras, el tercer hombre de Takayama atacó al preceptor intentando abrir un hueco en su guardia con un amplio repertorio de tajos. Pero, para su sorpresa, ninguno lograba su propósito. – ¿Acabamos con ellos Atsuo–san? –sugirió Michiko, ante el desconcierto de los dos samuráis. – Espera, antes quiero hacerles algunas preguntas. Procura que no se escapen. Los dos matones se miraron y empezaron a vacilar. – Mejor será que os vayáis –fanfarroneo el segundo matón–. Estamos esperando a más compañeros. – Antes decidnos por qué queréis arruinar a Isamu –inquirió Atsuo. El contrincante de Michiko intentó sorprenderla con un fuerte golpe vertical que, al fallarlo, acabó en la arena del camino. La joven pisó
Ánima Barda - Pulp Magazine
47
48
RAMÓN PLANA la katana para impedir que la levantara y le propino un tajo en el muslo adelantado. El hombre cayó gritando y sujetándose el corte. – Tú ya no te escaparás –sentenció. – ¡No me matéis! –suplicó acobardado–. Os contaré lo que sé. El tercer matón saltó hacia su compañero y lo atravesó de una estocada mientras gritaba. – ¡No voy a dejar que hables! –Luego se puso a gritar–. ¡Socorro! ¡A mí la milicia! ¡Nos están asesinando! Miró rabioso a ambos lados y maldiciendo se abalanzó sobre la katana de Michiko, la sujetó con la mano y se la clavó en el vientre con rabia. Sus dedos repiquetearon al caer cortados al suelo por el agudo filo, mientras él se desplomaba gritando. Atsuo reaccionó con presteza terminando con sus gritos de un tajo. Al oír voces y carreras, se volvió hacia la sorprendida Michiko. – Vámonos antes de que tengamos que dar explicaciones. Estamos muy cerca de la casa del armero y no quiero implicarle. Ambos corrieron, amparándose en las sombras, hasta la plazoleta de la fuente. Allí torcieron hacia el norte saliendo del barrio de los artesanos y siguiendo la calle durante un largo trecho hasta que avistaron la tapia de la finca. Alertaron a los samuráis de guardia sobre una posible visita de la milicia, y se retiraron a una de las salas de la casa principal. Michiko esperó mientras Atsuo cambiaba sus vestidos por algo más cómodo. Se sentaban los dos cuando aparecieron Fujio, Saburo y Aiko alarmados por la tardanza de su preceptor. – Atsuo–san, estábamos preocupados –empezó Aiko–. Íbamos a salir a buscarte cuando oímos a los samuráis de la puerta alertar a los de la tapia. ¿Qué pasó? – Me atacó un grupo cuando salía de la casa de Isamu. Michiko llegó a tiempo de ayudarme. –Se volvió hacia ella–. Por cierto ¿qué hacías por allí? – Estaba familiarizándome con el barrio
de los artesanos, Atsuo–san. La suerte quiso que cuando ya estaba de vuelta oyera voces y, al investigar, te reconocí. – ¿Familiarizándote? –repitió con sorpresa. – Sí, por indicación expresa de Katsuro debo conocer el barrio con detalle –explicó–. Mi padre y él están seguros de que más adelante nos será muy útil ese conocimiento. – ¡Vaya! Es buena idea, y encaja con el pretexto de preparar el libro para el shogun. Podemos trabajar juntos para hacer unos mapas, y de paso recoger la información que necesitamos. – ¿Vamos a participar todos? –preguntó Saburo. – Seguramente –respondió Atsuo–. Pero puede ser peligroso. – ¡Bien! –exclamó Fujio–. ¡Se acabó el aburrimiento! – Escuchar lo que vamos a hacer –dijo Atsuo–. Somos suficientes para formar dos grupos y observar los lugares clave. – Si te parece, Atsuo–san, yo puedo ir a vigilar la casa del clan Takayama –sugirió Michiko. – Y yo puedo ir con ella –dijo Saburo. – No Saburo, es mejor que la acompañe Aiko. Es la más observadora de todos y la más rápida pintando facciones. Así podrá dibujar a los que visiten la casa –dijo Atsuo pensativo–, y luego los podremos identificar. Tú vendrás conmigo a palacio y me servirás de asistente. – ¿Y yo con quién voy? –se interesó Fujio. – Irás con ellas para ayudarlas, y también seguirás a los sospechosos que te indiquen; debes procurar que no te vean. – Si intentan echarnos de los alrededores de la casa de Takayama, ¿qué hacemos? – Os dejaré mi salvoconducto. Está firmado por la máxima autoridad civil de Edo y nos permite estar en cualquier parte de la ciudad. Podéis alegar que estáis pintando lugares y personajes ilustres. Procurar rehuir las peleas, salvo que tengáis que defenderos. Fujio, mañana vendrás con Saburo y conmigo, y una vez que entremos en palacio llevarás
Ánima Barda - Pulp Magazine
EL PERGAMINO DE ISAMU V el salvoconducto a las chicas y te quedarás con ellas. ¿Entendido? Ahora a dormir. Saldremos temprano. Los chicos le miraron con los ojos chispeantes. Aquello prometía ser divertido. Espiar y seguir gente, quizás luchar. Se retiraron charlando entre ellos, ansiosos de que empezara el nuevo día. Atsuo les vio ir, y se retiró a descansar sonriendo. La mañana le encontró haciendo ejercicios de esgrima en su rincón favorito del jardín. Cuando le vio terminar, Matsushiro se acercó a él para indicarle que Nobu había partido el día anterior por la tarde en dirección a la casa del clan Akashi, su misión era recoger a los heridos y traerlos a Edo. Le acompañaban varios carromatos y un retén de samuráis y alabarderos. – La guardia personal de la señora ya está elegida entre los mejores hombres –le informó Matsushiro–. Y el perímetro de la casa ya está controlado día y noche. Dos clanes afines al nuestro, Hirayama y Otake, nos ayudan con sus hombres; también han venido de la escuela Deguchi. Como sabéis tienen un gran aprecio por Takeshi. El preceptor le agradeció la información y le contó al veterano samurái la conversación con Isamu y el ataque de que fue objeto en la calle. Convinieron en irse informando mutuamente según se desarrollasen los acontecimientos. Luego, Atsuo partió a revisar los equipos de los chicos. Dos cilindros de piel para contener los pergaminos, unos de peor calidad para pruebas y bocetos, y otros de mejor calidad para las obras finales, las bolsas con las tintas y pinceles, dos caballetes, recipientes para las mezclas, cantimploras con agua, un ligero refrigerio por si se alargaba el día y finalmente las armas: katanas, wakizashis y bokken. Y por fin salieron los dos grupos. Uno hacia el palacio y otro a la casa de Takayama. El día se mostraba claro, la humedad y el olor a salitre resultaban agradables y facilitaban la respiración. Atsuo, Saburo y Fujio caminaron hacia el palacio del shogun
mezclándose con la gente que ya poblaba la calle. El palacio estaba en una zona ligeramente elevada desde la que se divisaba toda la ciudad. Mirando hacia el sureste se podía ver el pequeño puerto, que hervía de movimiento a esas horas de la mañana. El camino que ascendía al palacio también estaba muy transitado, la mayoría eran proveedores que acudían a entregar sus productos y que se desviaban al llegar a un pequeño cruce. Uno de los caminos iba a parar a las dependencias de administración, y el otro al portón principal donde iban las visitas. Este último camino estaba bordeado por árboles que daban sombra y frescor a los transeúntes. Desde el portón principal podía verse los espectaculares jardines que rodeaban al edificio principal. El palacio era una sólida construcción con base de piedra, las tres torres alrededor del cuerpo principal rematadas por azoteas, con sus graciosas encorvaduras, les daban aspecto de enormes cometas dispuestas a volar. Alrededor de él, multitud de construcciones de tipo medio albergaban a todo el personal necesario para su mantenimiento. El espléndido y cuidado jardín se engarzaba con las hermosas construcciones, diferenciando las zonas de los señores y las de los vasallos. Unos samuráis con el emblema del shogun pararon al grupo en el portón de entrada. Atsuo mostró al oficial de guardia el permiso de tránsito que le había proporcionado Hirotoshi Katsuro, firmado por el máximo responsable civil de la ciudad, y el paso les fue concedido. Los tres se internaron en los jardines buscando una posición desde la cual pudiesen dibujar algunos detalles del edificio y controlar la puerta principal. Una vez decidido el lugar, Saburo colocó el caballete y desplegó los pergaminos sobre él. Mientras, Atsuo le entregó a Fujio el salvoconducto y este partió hacia la casa de Takayama. El preceptor empezó a seleccionar las tintas observando los tonos de los árboles cercanos. Fujio se detuvo un rato a charlar con los samuráis de la guardia, se fingió impresio-
Ánima Barda - Pulp Magazine
49
50
RAMÓN PLANA nado por su equipamiento y su marcialidad. Su plan era hacerse amigo suyo para garantizar el acceso al palacio sin necesidad del salvoconducto, y a la vez obtener información. Luego partió a visitar al segundo grupo silbando por el camino, como siempre. X Atsuo se dejó conquistar por el encanto del rincón que habían elegido. Situado en un pequeño altozano del jardín, estaba protegido del viento y de miradas indiscretas gracias a la mezcla de árboles y arbustos que se alternaban formando un ambiente fresco y ventilado. Los arces, las coníferas, los cedros y alcanforeros, castaños, moreras, álamos y hayas rivalizaban con los almendros, melocotoneros y perales extendiéndose por el enorme jardín. En distintas zonas se podían ver pequeñas bandadas de pájaros, palomas, faisanes y patos; las ardillas correteaban de árbol en árbol y las flores regalaban al aire su perfume. Un punto entre algunos árboles dejaba ver un poco de agua cristalina de un pequeño estanque con una hermosa linterna tallada en la piedra; al fondo se podía ver la segunda torre destacando contra el cielo. Hacia el sur, la vista de la puerta principal les permitía observar quién entraba y salía de palacio. Saburo observaba como Atsuo mezclaba las tintas, calculando las proporciones de cada uno de los innumerables tonos que ofrecían los cuidados árboles. Cuando tuvo identificadas las familias de los colores, pasó a seleccionar los pinceles según su trazo, espesor y longitud. Mientras, el joven, muy pensativo, se puso a alisar los pergaminos para los bocetos; le intrigaba la postura que había adoptado el clan frente a los ataques a su madre. Si por él fuera, una vez que tuviese la certeza de que la amenaza provenía del clan Takayama, habría ordenado atacarlos en su casa para acabar con ellos de una vez. Al final se decidió a compartir sus sentimientos con el preceptor. – Atsuo–san, ¿por qué queremos saber
quién entra y sale del palacio y de la casa de Takayama? Atsuo volvió la cabeza para mirarle, mientras alisaba el pergamino con la mano. – Para saber de dónde vendrá el siguiente ataque –explicó–. Puede venir de algún consejero que colabore con Kaoru, puede venir del clan Gensai o puede venir de alguna partida de ronin como ocurrió en el bosque. Si sabemos en dónde está Kaoru, con quién habla y quién le visita, podremos prevenir sus ataques. – ¿Y por qué no asaltamos su casa y acabamos con ellos? – Porque se nos echarían encima la autoridad civil y la milicia, y además el shogun castigaría a nuestro clan. – ¿Y por qué a ellos no les castiga? – Porque el shogun no está enterado de lo que están haciendo –explicó Atsuo. – ¿Y no se lo podemos decir nosotros para que lo impida? –argumentó Saburo. – No nos creería sin pruebas. Por eso necesitamos que cometan un error. De esa manera, o bien se descubren o nos proporcionan pruebas. Saburo se quedó pensativo. – Entonces –insistió–, ¿una vez que se descubran o tengamos pruebas, podremos matarlos? – Escucha Saburo, los ciudadanos de un país deben confiar en la eficacia del sistema judicial. No se puede desarrollar una sociedad en donde cada individuo se toma la justicia por su mano. – Pues yo no lo veo tan mal, Atsuo–san – dijo pensativo–. Si no es para defendernos, ¿por qué entrenamos tanto? – A la justicia le cuesta llegar a todos los rincones, Saburo, y en el clan entrenamos para defendernos cuando no puedan llegar los alguaciles o la milicia hasta nosotros para solventar una situación de conflicto. Pero esta duda tuya me lleva a otra cuestión: ¿qué crees que es el camino de la espada? –preguntó Atsuo a su alumno. – Pues creo que es aprender bien las técni-
Ánima Barda - Pulp Magazine
EL PERGAMINO DE ISAMU V cas para ser el mejor, y en caso de necesidad poder matar fácilmente a quien te amenace. – No es eso exactamente, aunque hay mucha gente que así lo piensa. El camino de la espada se rige por un código ético muy severo: el bushido. Inicialmente, los samuráis ponían su habilidad al servicio de un daimio y se comportaban como asesinos; ahora, el camino del guerrero incorpora reglas y un sistema de vida para mejorar el espíritu y convertirlo en un hombre noble. – Entonces Atsuo–san ¿para qué sirve la espada? –preguntó Saburo. – Para que tú tengas el poder de matar y puedas renunciar a él. Así das otra oportunidad a los que te agreden y, con el perdón, tu espíritu se hace más fuerte. – No lo entiendo muy bien. Si matas a los malos, al final sólo quedaran los buenos. Pero si perdonas a los malos, volverán para hacer daño otra vez y terminaran por matar buenos. – No hay simiente mala en el hombre, Saburo. El hombre se vuelve malo cuando no controla sus deseos. –Se volvió hacia él y sonrió–. Te voy a contar una historia que me ocurrió cuando era un estudiante como tú. »Fue en el verano en que cumplí los trece años, uno de los más calurosos del último siglo. En aquella época, mi maestro y yo estábamos pasando un entrenamiento monástico en el templo Okadera, junto al valle de Asuka. Era un lugar de una enorme belleza. Estaba situado en lo alto de un monte, orientado al sur, con la cordillera a su izquierda, rodeado de frondosos árboles y con profusión de arroyuelos que descargaban el agua acumulada en las cumbres, formando pozas y cascadas. Profundos acantilados rompían el paisaje, obligando a los moradores de la zona a construir pequeños pero sólidos puentes de cáñamo y tablas para cruzarlos. »Fuimos acogidos por el monje que cuidaba y vivía en el templo, Saicho, que además de guía espiritual, atendía las enfermedades de la población de varias aldeas de la montaña y de un pueblecito del valle. Era budista, mé-
dico y acupuntor. Cuidaba del espíritu y del cuerpo. »Mi maestro, Shiotani Ichiro, y él se conocían desde su juventud, ambos fueron alumnos de la misma escuela de artes marciales, si bien Saicho dejó la katana y se especializó en el bo, en el que era un auténtico especialista. Una vez cada dos años se congregaban los mejores artistas del país en esta arma para intentar vencerle, pero todavía permanecía imbatido, y las técnicas que enseñaba a quien practicaba con él eran muy buscadas por los maestros del bo. »Acompañado de tres acólitos, mantenían las instalaciones del templo en perfecto estado, ayudados por las limosnas de las aldeas cercanas. Un pequeño terreno en el valle, cedido por los lugareños a cambio de sus atenciones médicas, servía de huerto para mantener a la pequeña congregación con la despensa llena de verdura. »Los días que pasamos allí fueron intensos. Nos levantábamos antes del amanecer a estudiar las enseñanzas de Buda, practicábamos con la espada, nos bañábamos en un salto de agua situado algo más allá de los edificios y después desayunábamos. Luego atendíamos las necesidades del templo y de los lugareños que lo pedían, hasta la hora de la frugal comida. Las tardes transcurrían entre el estudio, la restauración del templo y los objetos de culto, la meditación y los debates sobre política, religión, botánica o arte. »El trabajo, la frugalidad, el esfuerzo, la meditación y la ayuda a los demás eran nuestras asignaturas. Y a ellas nos entregábamos con toda nuestra voluntad, dejándonos impregnar por el espíritu del bushido. »Un amanecer estábamos en la clase de esgrima con Ori, uno de los discípulos de Saicho, cuando una mujer pequeña vestida con un kimono rústico llegó hasta nosotros sin aliento. Nos dijo que vivía en la aldea de Tachibana, a poca distancia del templo en la ladera de poniente, y que había ocurrido una desgracia: un hombre estaba robando a una familia y golpeando a los niños. Ella, que era
Ánima Barda - Pulp Magazine
51
52
RAMÓN PLANA la abuela, había conseguido escapar. Entre sollozos y lágrimas nos pidió que la ayudáramos. »Ichiro le pidió a Ori que avisara al monje mientras nosotros bajábamos. Partimos, caminando deprisa guiados por la mujer. En un momento estábamos ya entrando en la aldea, la cruzamos, y en una casa pequeña vimos arremolinados a unos pocos lugareños. Ellos nos dijeron que el matón aún estaba dentro. »Mi maestro entró decidido en la vivienda, yo entré detrás de él con el bokken en la mano. Era una casa humilde, con un pequeño escalón para descalzarse que hacía las veces de genkan. Luego había una pequeña antesala que daba a una cocina, en la que había un panel de shoji que daba a otra habitación, que debía ser un dormitorio común. En la cocina había cinco personas. Dos adultos postrados en el suelo, dos niños de corta edad, uno tirado en un rincón y el otro sujeto por un hombre grande, de aspecto desaseado, que permanecía de pie en el centro de la habitación con una katana en la mano derecha. »El hombre nos miró con actitud agresiva y nos amenazó con matar a los niños y luego a nosotros si no nos íbamos inmediatamente. Ichiro se hizo cargo de la situación y esperó a que algo distrajera la atención del bruto para actuar. »En ese momento entró Saicho seguido de Ori, y cuando el hombre se giró un poco más para mirar a los recién llegados, Ichiro se deslizó hasta él con rapidez y le golpeó en puntos situados en los hombros y los bíceps dejándole los brazos inutilizados. El bruto abrió mucho los ojos cuando el niño se soltó y se le cayó la katana, luego juró por los dioses del pueblo que nos mataría a todos sin excepción. El monje se acercó a él y le presionó un punto en el cuello que en pocos segundos le hizo perder el sentido. »La gente del pueblo quería lincharlo, pero no les dejamos. Luego nos lo llevamos atado en un palo, entre dos, como si fuera un ciervo, y lo tumbamos en una carreta de bueyes que trajo el jefe de la aldea. En ella lo iba a
trasladar al pueblo más importante del valle, Seitoku, en donde estaba la milicia de la comarca, y además disponía de cárcel y un magistrado nombrado por el shogun. »Durante algún tiempo no supimos nada más del bruto, cuyo nombre era Gorou según nos enteramos más tarde. Los entrenamientos transcurrían con normalidad, igual que los trabajos en el templo y las visitas del monje a los pueblos cercanos. Un día Ichiro interrumpió el entrenamiento por la llegada de un conocido, se reclamaba su presencia en casa de sus padres por un repentino asunto de familia. Y partió, dejándome allí para que ayudara a Saicho en lo que él estimara conveniente. »Todo fue bien, ayudaba en el huerto, en los viajes del monje cuando bajaba a los pueblos, en la restauración preparaba tintas y limpiaba pinceles, y cualquier cosa que el servicio del templo necesitase. Hasta que un día me quedé solo al irse todos a cumplir sus tareas en distintos lugares. Esa tarde me entretuve practicando caligrafía, y luego empecé con la esgrima. Con ella estaba, desarrollando una serie de golpes encadenados que se conocían con el descriptivo nombre de “el pedrisco”, cuando vi de repente a Gorou a unos pocos metros de mí. »Traía una katana en la mano y me miraba fijamente mientras avanzaba despacio. Me preguntó en dónde estaban los demás, y como no le contesté, me dijo que daba igual, que empezaría conmigo. Luego blandió su arma y me atacó. No sentí vergüenza cuando me di la vuelta y salí corriendo. ¿Qué podía hacer un muchacho de trece años armado con un bokken contra un bruto enorme y furioso con una katana? Además, pensé que si lo llevaba hacia los riscos tendría más oportunidades de escapar aprovechando mi agilidad. »El bruto maldecía y resoplaba mientras corría detrás de mí. Así seguimos hasta llegar a unos peñascos cerca de un acantilado de pendiente bastante pronunciada. Allí le hice frente, saltando de roca en roca mientras él intentaba alcanzarme con la katana. Estaba
Ánima Barda - Pulp Magazine
EL PERGAMINO DE ISAMU V tan rabioso que era fácil esquivar sus golpes con un poco de sangre fría. Recordé las enseñanzas de Ichiro y comencé a hacerle frente, esquivándolo y golpeándolo con mi bokken, cosa que aún le ponía más furioso haciéndole cometer más imprudencias. »En uno de esos golpes que lanzaba perdió pie y cayó todo lo largo que era magullándose las rodillas y un codo. Se levantó apoyándose en la katana y cogió una enorme piedra con la intención de arrojármela. Retrocedí hasta el borde del risco, donde las rocas eran más puntiagudas, intentando mantenerlo a distancia. Pero pensó que me tenía acorralado y avanzó hacia mí con una sonrisa de triunfo. Tiró la piedra al suelo porque ahora le estorbaba, y se acercó saltando torpemente de risco en risco buscando la distancia adecuada para descargar un golpe definitivo. »Fue cuando iba a saltar a uno próximo a mí cuando se me ocurrió fingir una huida y volverme para golpearle en el pie adelantado, justo cuando aún estuviera en el aire antes de apoyarlo. Simulé un salto a otra piedra, y al ver de reojo que él me seguía, me giré lanzando un golpe con el bokken a baja altura. El engaño funcionó. El bruto se encontró de repente en el aire sin apoyo y con cara de sorpresa cayó rebotando entre las puntiagudas rocas hasta llegar, treinta metros más abajo, al lecho del riachuelo. Allí se quedó encajado entre unas rocas, sin moverse. »Me llevó tiempo bajar hasta él, ya que la pendiente era muy pronunciada y las rocas muy cortantes. Cuando llegué a su lado, aún estaba sin sentido, con medio cuerpo en el agua, cubierto de sangre de varios cortes en la cabeza y los brazos, además el izquierdo parecía roto y su pierna estaba en un ángulo poco natural. »Cuando bajé iba decidido a matarlo, pero al estar a su lado no me sentí capaz. Lo mejor sería dejarlo allí de momento, hasta que pensáramos entre todos qué hacer con él. Aproveché para examinarle la pierna y el brazo y los entablillé. Luego se me ocurrió que como era muy fuerte, podía recuperarse y atacar-
nos mientras dormíamos, así que decidí dejarlo atado. Cogí unos juncos de la orilla y le até los brazos y las piernas, luego lo amarré también a una gran roca para que no pudiese alejarse. Satisfecho con las medidas tomadas, empecé a subir al templo para contarle al monje lo que había pasado y que decidiera qué hacer con él. »Saicho escuchó mi encuentro con Gorou, y cuando le pregunté qué destino le dábamos, me contestó que era mi decisión, pues al bruto lo había capturado yo y por lo tanto su vida y su destino me pertenecían; él se desentendió del asunto. »Esa noche recordé lo que me había enseñado Ichiro sobre el bushido y la responsabilidad que tiene un samurái sobre sus acciones. Me pasé gran parte de la noche meditando, pero al día siguiente ya había tomado una decisión. Así que, después del desayuno, bajé a ver cómo estaba. »Allí seguía atado, tal y como lo dejé. Pero no tenía buen aspecto, algunos rasguños parecían infectados, los golpes recibidos estaban morados y se le había hinchado un pómulo y el ojo. Cuando me vio empezó a maldecirme y a agitarse, intentando soltar las ataduras. Me amenazó con matarme lentamente y luego seguir con los demás. Me aseguró que esparciría mis tripas por la montaña y se haría un collar con mis orejas y dedos. Me senté frente a él y esperé un buen rato a que terminara. Finalmente, como no paraba de maldecir, me volví al templo. Sus gritos y amenazas me acompañaron durante un largo trecho hasta que dejé de oírle. »Al atardecer bajé de nuevo al riachuelo, esta vez llevaba un hatillo en la espalda. Me vio bajar entre las rocas y no dijo nada. Cuando llegué hasta él le dije que se estuviese quieto mientras le curaba. Antes, saqué un cuenco de sopa y se lo acerqué. Bebió con avidez el nutritivo caldo tragándose la verdura casi sin masticar. Luego me dejó ajustarle las tablillas del brazo y de la pierna. Me pidió que le soltara. Le contesté que antes me tenía que asegurar que no nos haría nada a
Ánima Barda - Pulp Magazine
53
54
RAMÓN PLANA los del templo ni a mí, y como no quiso me negué. Entonces empezó de nuevo a retorcerse y a gritar que me mataría esa misma noche, en cuanto consiguiera romper las ligaduras. Y así le dejé. Sus gritos y amenazas me acompañaron mucho rato. No volví a bajar hasta pasados dos días. »De esta manera estuvimos varias semanas. Ni Saicho, ni Ichiro cuando volvió, quisieron intervenir. Opinaban que era un asunto que debía de resolver yo, puesto que la situación era culpa mía. Al no querer matarlo, él era mi prisionero y ahora dependía de mí. De todas maneras su actitud fue cambiando. La tercera semana le llevaba comida con regularidad, le preparé un cobijo para la lluvia y le aflojaba las ligaduras de los brazos y las piernas. Pero aún tenía accesos de rabia y mucha ira. Cuando le daban, me iba y no volvía en dos o tres días. Así aprendió a controlarse, y por medio de sus padecimientos comprendió lo que era sufrir y depender de la voluntad de los demás. Por primera vez en su vida supo lo que es ser vulnerable. »Pasó el tiempo y su salud empeoró, estaba extremadamente flaco y débil, las heridas no curaban bien, así que le pedí permiso a Saicho para trasladarlo a una de las estancias del templo que se utilizaba para guardar las herramientas de labor y los útiles de restauración. Era un pequeño cobertizo independiente hecho totalmente de piedra, aireado por un estrecho ventanuco, y con un enorme cerrojo por fuera de la puerta. En la pared había argollas incrustadas y cadenas para colgar las herramientas. En un pequeño banco de madera se apilaban los sacos vacios y las esteras para el huerto. En ese momento Saburo interrumpió la narración. – Mira Atsuo–san, está llegando un palanquín con escolta. Ambos miraron hacía el portón intentando identificar al visitante del palacio por sus estandartes. El pasajero descendió del palanquín y fue recibido por la guardia con honores. Luego caminó despacio disfrutando del
jardín, acompañado por su guardia personal, mientras el jefe de protocolo bajaba corriendo desde el palacio a recibirle. El visitante se volvió para hablar con uno de los samuráis de su escolta y, en ese momento, Atsuo lo reconoció.
Este es un listado de los personajes, lugares y términos que aparecen a lo largo de la historia de El pergamino de Isamu. Aiko (13 años): Hija de Katsuro, jefe del clan Hirotoshi. Akashi Jambei: Clan amigo y colaborador de los Hirotoshi. Akita Inu: Raza de perro originaria de Japón. Familiar y equilibrado, utilizado para la defensa. Atemi: Golpe aplicado con el pie o con la mano. Bo: Vara de madera para el entrenamiento y la defensa de unos 180 centímetros. Bokken: Espada de madera para el entrenamiento a imitación de una katana. Chiharu: Mil primaveras. Nombre de la perra Akita Inu entrenada para defender a Aiko. Chinatsu: Mil veranos. Nombre del perro Akita Inu entrenado para defender a Yoko. Dojo: Espacio dedicado a la práctica de las artes marciales y a la meditación. Doku: Veneno. Dou: Peto y parte frontal de una armadura japonesa. Edo: Ciudad donde reside el shogun, actual Tokio desde 1868. Fujio (15 años): Discípulo de Atsuo. Fukiya: Cerbatana de algo más de un metro de longitud. Lanza dardos de 20 cm. Gensai: Familia ninja antagonista del clan Hirotoshi. Gensai Arata: Líder de la familia ninja antagonista del clan Hirotoshi. Gensai Ebizo: Ninja muy cercano a Arata. Primo de su madre.
Ánima Barda - Pulp Magazine
EL PERGAMINO DE ISAMU V Gonnosuke Atsuo (26 años): Samurái y preceptor de los hijos de Katsuro. Hanako: Hija de Okamoto Isamu. Hirotoshi: Clan. Hirotoshi Katsuro (42 años): Jefe del clan, daimio. Isobe Nobu (22 años): Joven samurái del clan Hirotoshi. Discípulo de Takeshi y hábil espadachín. Kamon: Símbolos heráldicos que representan a los clanes o familias en sus estandartes. Katana: Sable japonés curvado de filo único y un metro de longitud utilizado por los samuráis. Mae geri kekomi: Patada frontal penetrante utilizada en el karate Shotokan. Matsumura Hiroto: Consejero del shogun, partidario del clan Takayama y de la milicia. Matsushiro: Veterano samurái del clan Hirotoshi. Michiko (18 años): Hija de Takeshi. Entrenada como mujer samurái desde su niñez. Ninjas: Grupos o clanes de mercenarios entrenados en espionaje, asesinato y sabotaje. Ninjato: Sable corto utilizado por los ninjas, también llamado ninjaken o shinobi. Naginata: Arma compuesta por una hoja curva al final de un asta de madera. Obi: Faja ancha de tela utilizada para sujetar el kimono. Okamoto Isamu (63 años): Armero de Edo. Ronin: Samurái sin un amo o clan a quien servir. Alquila su espada por dinero. Saburo (16 años): Hijo de Hirotoshi Katsuro y Yoko. Saito Takeshi (47 años): Instructor de esgrima del clan Hirotoshi. Satori: Término japonés para designar la iluminación en el budismo zen. Shakken: Estrellas de metal de cuatro puntas afiladas utilizadas como arma arrojadiza. Shima Benkei (45 años): Médico del clan
Hirotoshi con profundos conocimientos de alquimia. Shinzo Kaito: Líder de una familia ninja al servicio de Hirotoshi Katsuro. Shiotani Ichiro: Maestro de Atsuo. Sinzaemon Simada: Consejero del shogun, amigo del maestro de Atsuo (Shiotani Ichiro). Tabi: Calcetines tradicionales de color blanco. Los hombres los usan de color negro o azul. Takayama: Ambiciosa familia que pretende arrebatar su feudo al clan Hirotoshi. Takayama Sora: Padre del actual daimio del clan Takayama. Takayama Kaoru: Daimio del clan Takayama. Tokugawa Iemitsu: Tercer shogun Tokugawa. Gobernó entre 1623 y 1651. Wakizashi: Sable corto entre 30 y 60 centímetros, de forma similar a la katana. Yoko: esposa de Katsuro.
Ánima Barda - Pulp Magazine
55
56
J. R. PLANA
HISTRIÓN por J. R. Plana
Son tiempos tenebrosos y crueles, donde los que juraron proteger y defender a los demás a costa de sus vidas han olvidado sus promesas. Con la maldad campando a sus anchas por el mundo, la necesidad de un paladín que se alce por la humanidad es casi imperiosa. ¿Quién nos asistirá en tal momento de desesperación? Prólogo sta historia tuvo lugar en un mundo imposible durante una época que jamás existió. Eran tiempos oscuros, tiempos de sufrimiento, maldad y perversión. El mundo ha sido abandonado a su suerte y se halla sumido en el caos y la locura. No fue la guerra la que trajo los males. No hubo batallas, ni guerreros, ni espadas. Fue algo más terrible y más sutil, contra lo que no puedes luchar tan fácilmente. Séptico, profundo conocedor de todas las debilidades del alma humana, no llegó a Seisnaciones a lomos de caballos ni al mando de un poderoso ejército, no asedió fortalezas ni ensartó cabezas
E
Ánima Barda - Pulp Magazine
HISTRIÓN en picas. Séptico fue sutil y diestro, dio un golpe de poder tan sigiloso que la población nunca se percató de lo que ocurría y siempre fue demasiado tarde para hacer algo. La bilis de Séptico resbaló impregnando el orden de las cosas, las formas de vida, el funcionamiento del mundo. Los líderes de Seisnaciones, tres hombres y tres mujeres conocidos como los Custodios, fueron los primeros en caer. Siempre se creyeron a salvo en el interior del Octanón, la fortaleza piramidal que flota sobre las aguas del Mar Soberano y desde la que dirigen Seisnaciones. Qué equivocados estaban. Séptico susurró a sus ancianos oídos, deleitándoles con promesas de grandes poderes ignotos, y ellos se doblegaron ante las sublimes tentaciones. Llegó sin que nadie se diera cuenta y los hizo arrodillarse sin que fueran conscientes. Se convirtieron en marionetas, juguetes en sus manos, y él manejaba en silencio y entre sombras el destino de Seisnaciones ante la indolencia de su población. Es entonces cuando cobraron especial sentido las palabras del sabio poeta del Imperio Remulano: “Quis custodiet ipsos custodes?”. Con los Custodios dominados, la podredumbre de Séptico se extendió por doquier. Antiguos y olvidados dioses prohibidos se alzaron de nuevo, dispuestos a recuperar lo que siempre les había pertenecido, deseosos de subyugar y esclavizar. Séptico los invocó y ellos acudieron, impacientes por pactar con él. Así volvieron al mundo los Mil Demonios de la Sierra de Nácar o los íncubos de Al´Kahab; llegaron reptando al amparo de la noche, con el mundo dormido, y se introdujeron en cada rincón, cada casa, cada palacio, cada mente, viciando y alterando la realidad a su antojo. Y, en medio de esta edad sombría, Histrión apareció. No hablaremos ahora de lo poco que se sabe de él ni de lo mucho que se rumorea, no adelantaremos acontecimientos ni describiremos las consecuencias de sus actos; dejaremos, simplemente, que la historia transcurra y nos desvele los misterios de este extraño héroe, si es que se puede conocer alguno.
I Al final del Laberinto de los Infinitos Caminos, esos que recorren las llanuras de arena, y junto al comienzo del Desierto Eterno, que es donde acaba el mundo, está Gul´sige. Erigida entre cambiantes dunas y los deslucidos huesos rotos de gigantescos cadáveres, Gul´sige, la ciudad mercado gobernada por Moordenaar el ogro, lanza la oscura luz de su faro negro sobre la sofocante arena. Aquí empieza nuestra historia. Una caravana formada por tres carretas y una veintena de personas avanza penosamente por un camino empedrado del Laberinto. Al fondo, recortándose contra el horizonte, se vislumbra Gul´sige, de murallas gruesas y planas y un altísimo torreón. Y sobre ella, nubes púrpuras se arremolinan en el cielo, rugiendo y lanzándose rayos las unas a las otras. Los viajeros caminan despacio, arrastrando los pies, como cuerpos sin vida animados por magia. Solo uno de entre ellos, una joven chica llamada Nashama, parece albergar algo de vida en sus ojos. Contempla la ciudad fijamente y el miedo tiene paralizado su rostro en una expresión de horror. Sus dedos agarran con fuerza la brida de su camello y sus pies apenas avanzan. Nadie parece darse cuenta cuando se para en seco, incapaz de dar un paso más. Es una voz a su espalda la que la saca de la parálisis. – ¿Tienes miedo? Nashama se gira bruscamente, sobresaltada por la cercanía de la persona que habla. Resulta ser una mujer de rostro cuadrado, aunque bello y proporcionado, de ojos grises y mirada intensa. Nashama asiente en silencio, impresionada por los raros ropajes de la desconocida. Ésta protege su cabeza con un pañuelo de tal manera que sólo deja visible su rostro, y esto es lo único que oculta por completo. Tanto el vientre como las piernas y brazos los lleva destapados. En el pecho lleva una tela enrollada y en las caderas un enorme cinturón, muy parecido al de las bai-
Ánima Barda - Pulp Magazine
57
58
J. R. PLANA larinas del viento, del que cuelgan tres tiras de seda teñida, dos hacia los lados y una por delante, que le llegan por las rodillas. Calza unas sandalias de tiras de cuero, y todo está teñido en el tono de la arena. Es raro ver a alguien tan ligero de ropa en el desierto. – ¿Qué es lo que te asusta? –pregunta la mujer. Su voz es suave, casi un susurro, pero Nashama la oye perfectamente, como si estuviera en su cabeza. – Los ogros –responde la chica. La mujer asiente y hace un gesto con la mano, para que camine con ella. Nashama comienza a andar casi sin querer, arrastrando a su camello con ella. Se fija entonces en que la extraña lleva brazaletes de cuero con extrañas inscripciones en las muñecas, y que se apoya en una especie de vara de madera casi tan alta como su portadora. – Cuéntame, ¿por qué les temes? ¿Qué sabes de ellos? – He oído algunas historias –responde Nashama, dedicando unos segundos a rebuscar en su cabeza–. Dicen que son voraces, violentos, mucho más fuertes que los uglos que tiran de estos carros, y que capturan gigantes. Les gusta mucho el oro y están siempre de mal humor. Tienen a su servicio a montones de cin de arena, esos asquerosos y chillones trasgos enanos. –Levanta la vista para mirar a la mujer a los ojos–. Les temo porque esclavizan a la gente, los obligan a trabajar para ellos en sus horribles ciudades y jamás les dejan salir. A veces se los comen porque sí. Esto último lo dice Nashama muy por lo bajo, como si temiera que solo por mencionarlo le fuera a ocurrir a ella. La mujer no aparta la mirada de ella. – Si tan peligrosos son, ¿por qué viajas entonces a Gul´sige? – No lo sé –contesta Nashama visiblemente molesta. Señala con la cabeza a la carreta que va por delante–. Es cosa de mis padres. Hace tres noches decidieron que no podíamos seguir comerciando en el Laberinto y que lo único que podíamos hacer era ir a una ciudad de ogros. He intentado convencerles de
que no es buena idea, pero no me escuchan. Ellos –añade haciendo un ademán a toda la caravana– conocen igual que yo las historias sobre ogros, pero parece que les da igual. No sé porque no lo ven. Las dos alzan la vista de nuevo hacia Gul´sige. Cada vez están más cerca y la ciudad resulta más y más imponente. – ¿Y tú sí lo ves? –pregunta la mujer. – Claro. – ¿Y por qué crees que es? Nashama se encoge de hombros. La mujer sonríe y su dentadura blanca contrasta con las caras tristes y resignadas del resto de la caravana. Entonces vuelve a hablar. – Los ogros son ciertamente todo eso que dices. Pero tienen sus puntos débiles. Son vagos, su número es escaso y su inteligencia es aún menor. –Le guiña un ojo a Nashama–. Yo te cuidaré ahí dentro, no tienes nada que temer. La joven, aunque frunce el ceño con preocupación, se siente más relajada. No se para a pensar de qué la protegerá ni por qué lo hace, ni siquiera pregunta su nombre, simplemente disfruta de la temporal sensación de seguridad que sus padres son incapaces de proporcionar. Vuelve a dirigir su mirada hacia Gul´sige, en concreto hacia el faro de luz negra. El aire parece crepitar a su alrededor y una oleada de náuseas invade a Nashama. No le gusta el faro de Gul´sige, no presagia nada bueno, y parece que las nubes forman un torbellino a su alrededor. Aparta los ojos de la ciudad con desagrado y mira entonces al Desierto Eterno. Duna tras duna, el Desierto se extiende hacia el horizonte, un mar de arena interminable. Aquí y allá se ven manchas blanquecinas, probablemente los huesos deslucidos de alguna criatura milenaria. A quién o qué pertenecen los esqueletos que salpican el paisaje es un misterio. Nadie se interna en el Desierto porque nadie vuelve para contarlo. Ni siquiera lo hacen las aves. – Dicen que aquí acaba el mundo –comen-
Ánima Barda - Pulp Magazine
HISTRIÓN ta Nashama con la vista perdida en los ondulantes vapores de la arena–. Dicen que si llegas al otro lado, si sobrevives al calor, a los gusanos tragahombres y a los titanes escorpiones, te encuentras un gran cortado donde la arena se precipita al vacío. El cielo se vuelve negro como la noche, pero sin estrellas ni lunas, y un viento de mil colores te empuja a la oscuridad. –Nashama gira la cabeza para mirar a su compañera–. O al menos eso me… A su lado no hay nadie más que su camello, que la observa indiferente mientras mueve la boca rítmicamente. Se detiene y mira alrededor, alarmada, buscando entre los viajeros a su nueva amiga, pero no la encuentra. Sólo ve a hombres y mujeres vestidos como ella misma, arrastrando a sus camellos o dirigiendo a los pellejudos y pesados uglos que tiran de los carromatos. La llamaría a voces, pero se da cuenta de que no sabe su nombre. II Las altas murallas de Gul´sige se alzaban frente a la caravana. Sólo hay una forma de pasar al interior, y es a través de las Fauces, una enorme puerta de doble hoja con cientos de remaches de acero en punta. A los lados, rodeando la madera como se rodea a una hoguera con piedras, hay incrustados colmillos y cuernos afilados tan grandes como el brazo de un hombre y que dan a la entrada tan merecido sobrenombre. Custodiándola están dos terribles ogros. Es la primera vez que Nashama ve ogros, así que se acerca instintivamente a los carromatos. Los ogros tienen forma humanoide, aunque son el doble de altos, el triple de anchos y con la piel un grisácea. Salvo unas piezas de metal unidas por cadenas sobre la enorme panza, unos pantalones sucios y unas botas con puntera de hierro, los ogros van completamente desnudos. Aunque parecen estar gordos y llenos de grasa se adivinan grandes masas de músculos fuertes. La cabeza, unida al tronco casi sin cuello, es lo más grotesco, pues sus facciones son anchas y bastas, más parecidas a las de los trolls que
a las de los hombres. Blanden enormes clavas con pinchos, que alzan con soltura para detener a la caravana. – ¡Alto! –dice uno de ellos. Su voz es grave y profunda, y se oye a lo largo de toda la columna–. Quiénes sois y qué queréis. Un hombre, que va a la cabeza del convoy, se adelanta y habla con él. Nashama, que está detrás de la carreta, no consigue oírlo bien, pero al poco tiempo las Fauces comienzan a abrirse con un crujido y los centinelas se apartan para dejarles entrar. Al pasar junto a ellos, Nashama ve pintada en sus rostros una sonrisa que la hace estremecerse. Si el exterior de Gul´sige resulta amenazador, el interior es aún más aterrador. Las calles son oscuras, en pendiente y desiguales, estrechas a veces y anchas otras, y las casas, de colores grises y marrones, se apiñan llenas de suciedad y escombros. La ciudad entera huele a rancio y en el aire flota un polvillo parecido a la ceniza. En todo momento, por encima y recortándose contra el cielo, se ve el faro de Gul´sige rodeado de su luz negra, y sobre él las nubes ocultan el sol y el cielo, haciendo que la urbe resulte aún más claustrofóbica. La ciudad es un caos, por todas partes pululan los pequeños cin de arena, de piel aún más gris que los ogros y las casas. Corretean a toda prisa lanzando grititos y exclamaciones, cargando trastos y cosas de un lado para otro, peleándose cuando se chocan y chillando y señalando a los viajeros de la caravana cuando pasan junto a ellos. De vez en cuando se ve algún humano, normalmente mujeres ancianas que se asoman brevemente para observar a los recién llegados. Todas tienen un aspecto aún más cansado y macilento que ellos. ¿Quién querría comerciar allí? Al doblar en una esquina, la caravana entra en una calle más ancha y la pregunta obtiene su respuesta. Aquí no hay cin de arena ni tampoco personas, son los yehksan los que habitan en esta parte. Son los vendedores más evitados y poseen las mercancías más deseadas. Unos caminan y otros los contem-
Ánima Barda - Pulp Magazine
59
60
J. R. PLANA plan sentados en el suelo o a la sombra de sus tenderetes. Al principio Nashama los confunde con montones de ropa tirados en el suelo, hasta que uno se mueve y ella da un bote, sobresaltada, reconociendo al instante de qué se tratan. Los yehksan, los más extraños de todos los habitantes del Laberinto, son criaturas de forma humana que cubren su cuerpo con túnicas y trapos ocultando cualquier resquicio salvo una rendija para sus ojos, que brillan amarillentos. Nadie sabe que hay detrás de la tela, pues cuando matas a un yehksan su cuerpo desaparece. A su alrededor el aire parece ondular. Los viajeros caminan en silencio, atemorizados por la presencia de estos seres, que los observan sin emitir un solo sonido. Nashama respira hondo y aliviada cuando por fin dejan atrás la calle. Al instante le dan arcadas y tos a causa del polvo en suspensión del ambiente Tras dar un par de vueltas más, llegan a una zona donde las calles son más amplias. Allí empiezan a ver ogros de nuevo. Tal y como dijo la extraña mujer, son pocos y no tienen aspecto de ser muy listos. Un guardia armado con un hacha enorme les detiene y el hombre de la puerta vuelve a hablar en nombre de todos. El ogro hace un gesto y les precede en dirección al centro de la ciudad. Nashama comprueba con horror que cada vez están más cerca del horrible faro. Un rugido ensordecedor se oye por toda Gul´sige. Toda la caravana mira alrededor y hacia el cielo, temblando de miedo y buscando el origen del estruendo. Pronto lo descubren, tras seguir al guardia hasta una amplia plaza. Allí, encadenado a un titánico monolito negro, hay un gigante del desierto vestido únicamente con un taparrabos. Es dos veces el ogro más alto, de brazos y piernas largos y desproporcionados, y de él emana un hedor casi insoportable. Le tienen rodeado por una recia cadena de eslabones grandes como sus puños, con espinas de acero que se clavan en su piel, hiriéndole en cien sitios a la vez. El gigante balancea la cabeza agonizante, rugiendo con fuerza cada vez que un ogro le
aguijonea con una lanza en las piernas. Varios ogros contemplan el espectáculo y alzan sus puños entre voces cada vez que el de la pica ataca al gigante. Los viajeros de la caravana pasan despacio, contemplando con asombro al gigante. Es raro ver uno, y aún más raro verlo en cautividad. Nashama se pregunta cómo lo habrán hecho, cuán terribles serán los ogros capaces de doblegar a un gigante. Pronto deja de pensar en ello, pues entran en una pequeña plaza con columnas donde les espera, para su sorpresa, una mujer. Va vestida con una túnica blanca que le cae desde un hombro, dejando el otro al descubierto. Es una mujer joven y bella, con el pelo oscuro y largo, y de curvas marcadas y sensuales. – Bienvenidos a Gul´sige –dice, haciéndose oír por encima del murmullo de la caravana–. Mi nombre es Cornelia y mi función es supervisar la llegada a la ciudad en nombre de Moordenaar, que os recibirá más adelante. –Se toma un instante para observarnos a todos y sigue hablando–. Por cortesía del señor de Gul´sige, se os proporcionará comida y cobijo hasta que ya no sea necesario. A cambio se os pide que colaboréis con vuestro trabajo al mantenimiento y crecimiento de la ciudad. Ahora os distribuiremos las tareas según vuestras capacidades. –Levanta el brazo derecho y cuatro ogros salen de entre las columnas–. Que me acompañen primero las mujeres. Y diciendo esto, se da la vuelta y se marcha. Las personas de la caravana se miran los unos a los otros, nerviosos. Entonces los ogros empiezan a acercarse y a separar a empujones a las mujeres de los hombres. Una de ellas es empujada con tanta fuerza que se rompe la cabeza contra una columna. Los ogros estallan en risas y las demás, para evitar un destino similar, comienzan a separarse del grupo y a ir en la misma dirección que Cornelia. Después de recorrer un pasillo, llegan a una pequeña sala oscura con una cortina al
Ánima Barda - Pulp Magazine
HISTRIÓN final. Frente a ella está Cornelia junto a otra mujer que viste de la misma manera. Ésta, sin embargo, no observa a los recién llegados con altivez, sino que mira al suelo con la cabeza agachada. – Iréis entrando de una en una –dice Cornelia, señalando a la cortina–. Vais pasando cuando yo lo diga. Cornelia y la otra mujer desaparecen detrás de la cortina, dejando a todas sumidas en un estado de nerviosismo e inquietud. – ¡Que pase la primera! –grita Cornelia. El chillido surte efecto, pues una de las mujeres sale a toda prisa y sin pensárselo más en dirección a la cortina. Nashama se percata tarde de que se trataba de su madre. La sorprende descubrir el desapego que siente por sus progenitores, que parece que hayan perdido las ganas de vivir. Tras un corto rato de silencio absoluto, Cornelia vuelve a hablar. – ¡La siguiente! Otra mujer se separa de las demás y va con Cornelia. Cuando el resto comprueba que no se oyen gritos ni nada sospechoso, comienzan a relajarse un poco y a hablar con susurros entre ellas. Nashama, que hasta ahora se había preguntado qué sería de su madre por simple curiosidad, aprovecha para buscar en el grupo a la extraña mujer que le habló antes de llegar a Gul´sige. Primero trata de encontrarla por su vestimenta, pero cuando ya ha revisado tres veces sin éxito decide fijarse en las caras. Siete mujeres han pasado ya cuando Nashama desiste: no hay rastro de la mujer desconocida. Nashama se deja caer en el suelo sumida en sus pensamientos. ¿Quién sería la mujer? ¿Por qué no ha preguntado su nombre? – ¿Es que no me oyes? –grita Cornelia haciendo gestos desde la cortina–. ¡Pasa, vamos! Nashama levanta la cabeza, asustada, y se da cuenta de que está sola en la sala, el resto de mujeres deben de haber terminado ya. Se levanta de un salto y va corriendo junto a Cornelia. – Ponte ahí y túmbate –dice señalando una mesa.
Nashama obedece. El interior es una pequeña habitación con una lámpara de aceite colgando del techo. Al otro lado hay otra cortina. La joven se dirige hacia donde le ha indicado Cornelia. Es una mesa alta, larga y estrecha con una sábana encima, y tiene que empujarse con los brazos para poder subir. Se tumba y se estremece al comprobar que la mesa está muy fría a pesar de la sábana. Gira la cabeza y ve en un rincón a la otra mujer que viste como Cornelia. Está ante una jofaina llena de agua, donde mete las manos una y otra vez. Cornelia se acerca a ella. – Apoya los pies, dobla las rodillas y abre las piernas. Nashama empieza a hacer lo que la ordena con cierta reticencia, sabe que esa postura no puede llevar a nada bueno. Se oye entonces un forcejeo seguido de un crujido y un golpe sordo. Nashama levanta la cabeza alarmada y se encuentra con Cornelia tirada en el suelo, boca abajo, pero con la cabeza del revés. A todas luces, Cornelia está muerta. Junto a ella, agazapada, está la otra mujer de blanco, que rápidamente se lleva el dedo a los labios para indicar silencio. Nashama reconoce al instante los ojos grises que la miran con complicidad: es la desconocida con la que habló en la caravana. La mujer se mueve con ligereza y en un abrir y cerrar de ojos lleva el cadáver de Cornelia sobre el hombro, como si fuera un saco de dátiles medio vacío. – Ven conmigo, vámonos –dice en un susurro–. No hagas ruido. Nashama está asustada, pero se deja guiar por la confianza que le inspira la mujer. Salen por la cortina de detrás, que lleva a una nueva habitación alargada hacia los lados. En la pared del fondo se abren varios huecos con escaleras que descienden. Las dos se dirigen hacia el que está más a la derecha. La mujer asoma la cabeza al interior con cuidado y luego se vuelve hacia la joven. – Baja por aquí –dice–. No hace falta que corras, pero no te detengas. Abajo encontra-
Ánima Barda - Pulp Magazine
61
62
J. R. PLANA rás algunas mujeres. No digas nada, únicamente quédate con ellas. Por supuesto no le cuentes a nadie nada de esto, ¿de acuerdo? –Nashama asiente en completo silencio. La mujer sonríe tranquilizadoramente–. No te preocupes, dije que te cuidaría, ¿no? Sin dar tiempo a Nashama para contestar, la empuja al interior de las escaleras, que son de caracol. La chica pierde el equilibrio y se ve obligada a bajar a trompicones, despellejándose las manos al frenar contra las paredes. Después de un descenso atropellado, Nashama llega a una habitación estrecha, oscura y que huele a humedad. Un grupo de cuatro mujeres, todas bastante mayores que ella, la observan con curiosidad pero sin decir nada. Nashama apenas distingue sus rostros, pues la sala está iluminada únicamente por dos teas sujetas por hierros burdos a las gruesas piedras de las paredes. Acordándose de las instrucciones de la mujer, se sienta en el suelo sin hablar con nadie, frotándose las manos heridas. Un golpe seco rompe el silencio. Una alta puerta de madera, que Nashama ni siquiera había visto, se abre al fondo de la habitación con un chirrido. Por ella entra una mujer que hace que la joven pegue un brinco. ¡Se trata de Cornelia! Se mueve y respira, y tiene la cabeza bien puesta. Nashama siente la sangre congelada en las venas y la cabeza le da vueltas por la impresión. Unos pesados pasos al otro lado la sacan de su conmoción. Una enorme figura pasa junto a Cornelia. Es un ogro. En la mano izquierda lleva un guantelete de hierro plagado de pinchos y en el cinturón una desproporcionada y oxidada cimitarra. Se detiene un paso por delante de la mujer y observa a todas las de la habitación. – ¿Cuál? –gruñe. Cornelia repasa la estancia con la mirada y levanta un dedo. – Esa –contesta ella. Nashama vuelve a sentir el helor en el cuerpo, pues el dedo la señala a ella. El ogro la mira frunciendo el entrecejo. Tiene la boca desproporcionadamente grande y de la man-
díbula inferior le salen un par de pequeños colmillos. Los ojos apenas se ven, de diminutos que son. – Sígueme –vuelve a gruñir el ogro, haciendo un gesto con la mano a Nashama y saliendo por la puerta. La joven se queda paralizada, temblando de miedo. Cornelia la mira fijamente y abre velozmente los ojos, únicamente durante un instante, tratando de atraer la atención de la chica. Después hace un gesto con la cabeza en dirección a la puerta, apremiándola a ir. Nashama duda, pero un extraño destello en la mirada de Cornelia hace que se le pase el pánico y sus piernas reaccionen. El ogro camina lenta y pesadamente, resonando a cada paso el metal de su armadura improvisada. Nashama le alcanza rápidamente y se ajusta a su paso. La guía por varios pasillos de piedra hasta llegar a un salón circular. En el suelo hay una reja de hierro y a través de ella se ven cientos de hombres famélicos y encadenados trabajando en la piedra. Unos pican, otros cargan carretas y los últimos echan paladas de roca negra a una caldera que ocupa todo el centro, elevándose a través de la reja hasta el techo. Cin de arena corretean entre sus piernas, pinchando a algunos con pequeños palos y dirigiendo el trabajo. Dos pares de ogros vigilan, sacudiendo sus látigos a la menor oportunidad. Algunos hombres tienen las espaldas en carne viva, y uno está tirado en el suelo, inmóvil, con los ojos abiertos y los huesos al aire. – Considérate afortunada –dice el ogro, dirigiéndose a Nashama por encima del hombro–. Tú no tendrás que trabajar como ellos. Abandonan la sala y continúan por otro largo pasillo mal iluminado. No hay ventanas ni luz natural, y, aunque no hay polvo en el aire como en la superficie, está muy viciado y cuesta respirar. El ogro se para a mitad de camino y empuja una puerta tan grande como él. Nashama le sigue y entra en un sitio que tiene el olor y el aspecto de una cocina. – Espera –le ordena el ogro, señalando una silla de madera desvencijada.
Ánima Barda - Pulp Magazine
HISTRIÓN La bestia sale y cierra la puerta con llave. Nashama se sienta e inspecciona lo que hay alrededor. Una olla enorme esta puesta sobre el fuego, dentro de una tosca chimenea. Sale humo y se oye agua hirviendo. En el centro hay una larga y sucia mesa llena de cuchillos, sartenes, platos, cacerolas y todo tipo de utensilios de cocina. Las paredes están cubiertas de estanterías con botes de cristal y extrañas sustancias en su interior. Del techo cuelgan más cuchillos y sartenes. Se oye entonces descorrerse el cerrojo y entra otro ogro distinto. Éste es más gordo que los otros, una mole de grasa casi amorfa. Lleva un delantal lleno de manchas secas que recuerdan a sangre. – Así que ere´ tú –dice, rascándose el trasero y cerrando la puerta–. Mú bien, tiene´ güen a´pecto. Empieza a trastear con los cacharros que hay por la cocina. Al darse la vuelta, Nashama observa con horror que tiene la espalda atravesada por varios ganchos de los que cuelgan cuchillos y objetos afilados. Si aquello le duele, el ogro no da muestras de que así sea. Remueve el líquido de la olla y, cogiendo un bote de una estantería, empieza a echar polvos en su interior mientras farfulla algo que parece una oración. El líquido burbujea aún más y desprende humo de colores. El ogro asiente satisfecho, se sacude las manos y se gira hacia la chica. – ¿Cuánto´ año´ tiene´? –pregunta, sonriendo. – Dieciséis –responde Nashama casi automáticamente. El ogro abre los ojos todo lo que puede y se echa a reír, aporreándose la tripa. Sus risotadas llenan la cocina y se imponen por encima del borboteo de la olla. Cuando se calma un poco, se pasa una mano por la cara y se acerca a Nashama. – Qué presumida´ soi´ la´ mujere´. –Agarra el brazo de la joven y la alza en vilo–. Casi tiene´ edad de ser abuela y quiere´ hacemme creer que es una chiquilla. –Con una sacudida, se pone a la chica al hombro–. Al señó
Moordenaar le gustan mujere´ mayore´. Carne ma´ güena. A pesar de que no entiende qué quiere decir el cocinero con lo de la abuela, el horror invade a Nashama al oír las últimas palabras, pues al instante comprende lo que se propone hacer con ella. Se revuelve y patalea, lanzando gritos y golpeando al ogro con todas sus fuerzas. Esto sólo sirve para hacerle reír aún más fuerte mientras la acerca más a la imponente olla. Aterrada por la idea de hervir, Nashama coordina sus movimientos y dirige un fuerte rodillazo contra la nariz de cerdo del ogro. Se oye un crujido y el ogro gime de dolor, soltando a Nashama, que cae contra el suelo golpeándose en la cabeza. El ogro se sujeta la cara con la mano, por la que resbala entre los dedos sangre negra. – ¡Te voy a decuatizá, puta! –brama llevándose la mano a la espalda y sacando un cuchillo de uno de los ganchos. Nashama se retuerce en el suelo, con la cocina desdibujándose y dando vueltas a su alrededor. Se oye un chasquido y la puerta sale disparada con violencia. Una figura, que Nashama ve borrosa y no es capaz de distinguir, se yergue bajo el marco. Parece un humano, pues es más pequeña que un ogro. El cocinero ruge algo y desengancha otro instrumento de su espalda, que lanza contra el recién llegado. Este parece esquivarlo con agilidad para después agitar en dirección al ogro algo que parece una lanza o un palo. Se oyen otros dos chasquidos y el aire se llena de olor a ozono. El cocinero se encorva primero y sale propulsado hacia atrás después, estampándose contra la pared con un crujido sordo. Cacerolas y estantes se derrumban con el impacto, lanzando una lluvia de frascos de cristal que estallan al llegar al suelo. Uno de ellos se estrella contra la cabeza de Nashama, sumiéndola en una repentina oscuridad. III Un frío intenso seguido de un calor reconfortante la trae de vuelta a la realidad. Abre los ojos, cuyos párpados nota especialmente
Ánima Barda - Pulp Magazine
63
64
J. R. PLANA pesados, y se remueve en el suelo. Una fuerte punzada en la cabeza le señala el punto donde el frasco chocó contra ella. Alguien la obliga a quedarse tumbada chistándola suavemente. – Quieta, aún no te muevas. –Pone su mano sobre la cabeza de la joven–. Dame un segundo. De nuevo Nashama vuelve a sentir frío y después un ligero calor, y el dolor empieza a disolverse lentamente. Consigue fijar la vista y levanta los ojos al techo. Sobre ella descubre el rostro de Cornelia, y lo primero que recuerda es que estaba muerta. – ¿Estás bien? –pregunta la mujer–. ¿Puedes oírme? Nashama asiente sin decir nada más, paralizada por el dolor, el mareo y el miedo de tener a un cadáver animado que, con total seguridad, es obra de un demonio. – Intenta levantarte poco a poco. –La ayuda agarrándola de la mano. La chica consigue enderezarse y quedarse sentada. Ahora la sorprende comprobar que la cocina está en perfecto orden y el cocinero ha desaparecido. Mira a Cornelia con los ojos muy abiertos. – ¿Lo has hecho tú? –pregunta. Se calla y vuelve a hablar, esta vez más rápido–: ¿Por qué estás viva? – Ahora no te lo puedo explicar, lo entenderás en su debido momento. –Cornelia ofrece apoyo para que Nashama se ponga en pie–. Ahora necesito que hagas un último esfuerzo para que todo esto pueda acabar. La chica la observa, más desconcertada que desconfiada. – ¿Para qué? ¿Qué quieres hacer? – Vamos a acabar con Gul´sige y Moordenaar. –Cornelia sonríe ampliamente, casi de forma infantil, mostrando unos dientes blancos y en buen estado. – ¿Cómo? –pregunta Nashama incapaz de encajar lo que está ocurriendo–. ¿Y por qué? – No te preocupes más –la regaña Cornelia, quitándole importancia con un ademán–. Lo que tienes que hacer es muy fácil, en seguida
habremos acabado. – ¿Qué quieres que haga? –Nashama, aunque reticente y confusa, empieza a sentir el gusanillo de la curiosidad. – Tienes que tumbarte ahí –contesta, señalando una gran bandeja sobre un carrito–. Quédate sin ropa y muy quieta. Nashama contempla la bandeja llena de frutas y verduras, en cuyo centro había un gran hueco que casaba perfectamente con su tamaño. – ¿Quieres que me coman? –pregunta con un hilillo de voz. – No, qué cosas dices –contesta sonriendo–. Pero de momento vamos a fingir que sí. Nashama contempla la bandeja sin estar muy segura de que sea buena idea. Entonces se gira hacia Cornelia y hace una nueva pregunta: – ¿Por qué debo hacerte caso? ¿Por qué debo confiar en ti? La mujer no responde, sino que se queda mirándola fijamente con la sonrisa permanente en sus labios. La joven percibe un destello en los ojos de Cornelia, que cambian durante un instante de color, volviéndose grises. Nashama se sobresalta, impresionada por semejante prodigio. – Eres tú –dice en un susurro. Cornelia asiente y, tirando suavemente de su brazo, la anima a subir a la bandeja. La joven se deja llevar, sintiendo una peculiar confianza a pesar de lo raro de la situación. Cornelia la ayuda a desnudarse y la sube a la bandeja con cuidado de no estropear ni tirar nada. – Muy bien –dice–. Ahora cierra los ojos y quédate quieta. No respires muy fuerte. Cornelia empuja el carrito y juntas salen de la cocina, que vuelve a tener la puerta en su sitio. Como Nashama lleva los ojos cerrados, pierde el sentido de la orientación al tercer giro en una esquina. Recorren más y más pasadizos, cambiando el ambiente y los olores de unos a otros. La travesía se le antoja eterna. El carrito se detiene y Nashama oye a Cor-
Ánima Barda - Pulp Magazine
HISTRIÓN nelia manipular algo cerca de ella. Se oyen crujidos y el rozar de cuerdas y cadenas, y entonces, con una sacudida, Nashama se siente izar por encima del suelo. – Estamos en un elevador al pie del faro –dice Cornelia por lo bajo–. Esto nos llevará ante Moordenaar. Estate tranquila, ya queda menos. Empiezan a ascender y la chica nota que dejan atrás el aire sofocante de los sótanos. Una nueva y peculiar sensación invade a Nashama, como si todo a su alrededor palpitara y tuviera vida. Siente que se erizan levemente los pelos de sus brazos y un cosquilleo por todo su cuerpo. Al otro lado de las paredes se oye un bullicio constante que Nashama supone será el ruido de Gul´sige. Con otra sacudida, el elevador se detiene de golpe. Inmediatamente, resuena la voz de un ogro. – ¡Detente! –ruge. Nashama reprime la necesidad de echarse a temblar–. No poder entrar, Cornelia. Sólo ogros. – Lo sé, Golk –responde la mujer–, pero Murdu el marmitón me ha encargado traer esto ante Moordenaar. Lo hubiera traído él mismo, pero está terriblemente ocupado. – ¡No creer! ¡Eso no ser posible! – ¡Calla y mira, bruto! –grita Cornelia con potencia. Se oye el roce de un papel al desdoblarse–. Murdu, sabiendo que no le creeríais, ha escrito la orden en una nota. No se fía de vosotros porque sabe que le arrancaréis un brazo para probar, y eso hará enfadar a Moordenaar. ¡Lee y verás! Se oye un tintineo de metales y el sonido del papel al cambiar de manos. Durante unos segundos el silencio reina en el lugar, interrumpido únicamente por la fuerte respiración de los ogros. – Yo no entender letra de Murdu –dice el ogro en un tono mucho más calmado que antes–. Marmitón escribir muy mal. –Hace una pausa–. Tú venir conmigo, yo acompañar ante Gran Señor Moordenaar. Nashama siente de nuevo la presencia de Cornelia, que empuja el carro sacándolo del
elevador. Delante de ellas, unas puertas pesadas resuenan al abrirse. Avanzan un poco más y, tras empujar otra puerta, Nashama percibe a través de los párpados la luz del día. Igualmente, el barullo que ha oído mientras subían también se intensifica. Temiendo ser descubierta pero incapaz de contener su curiosidad, la joven entreabre un ojo para observar a su alrededor. Lo que contempla es tan imponente que la deja aún más paralizada de lo que consigue con su actuación. Están en una amplia estancia circular con ventanas cada pocos metros cubiertas de cortinas moradas. En el centro se alza, del techo al suelo, un cilindro de metal negro con gruesos remaches. Al otro lado, enfrente de la puerta, hay un gigantesco trono de mármol, lleno de calaveras y filigranas de oro. Sobre él, rebosando por todos lados, se halla el ogro más grande de todos los que Nashama ha visto. Es más alto que los guardias de la entrada y más gordo que el cocinero, y tiene una doble papada que se mueve cuando habla. Va cubierto de joyas y piezas de metales preciosos, y cubre su cabeza con un casco dorado con cuernos. En la mano derecha sujeta una gigantesca maza que mueve como si fuera un cetro. Nashama no necesita más para saber que se halla ante el aterrador Moordenaar, señor de Gul´sige. – ¿Qué haces aquí, Cornelia? –pregunta él. A su lado está el ogro del puño de hierro, y tras ellos se entrevé una escalera con una estrecha puerta. – Murdu mandar a ella con comida –responde el guardia–. Escribir una nota diciendo que no fiar de nosotros. – ¡Golk, estúpido zoquete! –grita Moordenaar. Ante las voces de su señor, el ogro del puño de hierro da un paso al frente y desenvaina la cimitarra–. ¡Murdu no sabe escribir! ¡Ningún ogro de esta ciudad sabe escribir o leer, por eso yo soy el jefe! –Nashama cree oír un gimoteo proveniente del guardia–. ¡Cornelia! ¿Por qué engañas a este imbécil? ¿Qué quieres? ¿Todo esto solo para traerme la co-
Ánima Barda - Pulp Magazine
65
66
J. R. PLANA mida? La conversación se ve cortada por un sonoro portazo. Detrás del trono de mármol se abre la portezuela y un hombre delgado baja por las escaleras. – ¡Maldito sea Halamar el Infame! ¿Qué ocurre aquí? ¿Qué son todos esos gritos? –Su voz suena cavernosa. El hombre lleva una túnica morada de varias capas sobre sus escuálidos hombros. Camina encorvado y a grandes zancadas, y tanto las manos como la cara son delgadas y huesudas. Nashama no sabría decir si es viejo o joven, ya que a veces le parece una cosa y a veces otra, pero cuando se acerca más se percata de que tiene una corta barba gris que cubre únicamente su mandíbula. La nariz ganchuda, muy parecida al pico de un águila, sostiene dos lentes redondas tras las que se adivinan dos enormes ojos de pupilas cuadradas, que hacen que Nashama no pueda reprimir un estremecimiento. El resto de la cabeza la lleva tapada con un casquete de cuero negro. – Murdu manda mi comida, brujo –responde el señor de Gul´sige ligeramente atemorizado, aunque tratando de conservar la dignidad–. Y Golk dice que ha mandado a Cornelia con ella, cosa que no es posible porque... – ¡Calla! –grita el supuesto brujo, pasando de largo del trono y acercándose a una de las ventanas–. No lo digo por vuestro vocerío, sino por el que viene de ahí fuera. ¿Es que no lo oís? Los ogros permanecen quietos, algo avergonzados. – Yo sentir… –dice de repente Golk–. Error mío. Yo llevar a Cornelia de vuel… El ogro se calla tan rápido como ha empezado a hablar cuando el brujo se da la vuelta bruscamente con expresión de alarma. – ¡La ciudad! –exclama–. ¡Están atacando la ciudad! Los ogros se miran, confusos. El del puño de hierro da dos grandes zancadas y se acerca a la ventana junto al brujo. – ¡El gigante está libre! –gruñe.
Moordenaar le mira abriendo y cerrando la boca, sin saber qué hacer. Nashama oye entonces un gemido. Busca el origen del sonido y ve al brujo con cara de pánico. Éste tiene los ojos muy abiertos y mira fijamente a Cornelia. Da un paso hacia atrás visiblemente alterado y casi se tropieza con la túnica. – ¿Cómo has entrado aquí? –El brujo ya no suena tan poderoso, y la voz se le quiebra cerca del final de la frase. Mete la mano en un pliegue y saca algo que parecen pequeños huesos. Cornelia traza con la mano tres círculos de derecha a izquierda en el aire, por encima de ella y de Nashama. La chica nota el mismo cosquilleo en la piel que ha sentido al subir. El ambiente se pone tenso. Golk mira a unos y otros sin saber qué hacer, al igual que Moordenaar desde su trono. El ogro del puño de hierro percibe que algo malo va a pasar y se pone en guardia al lado del brujo. Por su parte, éste cierra las manos alrededor de los huesos y empieza a agitarlos mientras reza en un espantoso idioma que Nashama no conoce. Afuera el ruido se intensifica, y hasta se pueden distinguir los bramidos de un gigante. Todo ocurre muy rápido. Cornelia da un golpe de brazo y la vara de la mujer desconocida se materializa en su mano justo antes de que el brujo lance los huesos en su dirección. Estos se remueven y retuercen en el vuelo, rodeados de un resplandor entre negro y morado. Cornelia golpea el suelo con la punta de la vara y en el aire se forma, con un resplandor dorado, el círculo que ha trazado momentos antes. Los huesos colisionan contra una barrera invisible, que coincide con el círculo, y caen al suelo echando humo. Golk, que ha observado paralizado el breve duelo mágico, reacciona y alza su arma para golpear a Cornelia, pero ella es más rápida. Hace un molinete con su vara y la estira horizontal hacia Golk. Suena un chasquido y el guardia sale despedido contra la puerta, partiéndola en su trayectoria. El brujo da un alarido y sale corriendo ha-
Ánima Barda - Pulp Magazine
HISTRIÓN cia las escaleras de detrás del trono al mismo tiempo que el ogro del puño de hierro y Moordenaar se lanzan a la carga, este último entre grandes bamboleos de grasa. Cornelia se pone entre el carrito y los atacantes con las piernas estiradas y firme. Acerca el extremo superior de la vara a su mano izquierda y, diciendo algo entre dientes, traza un arco en el aire. Un rayo azul crepitante sale del bastón hasta su mano y permanece materializado, contorsionándose y cambiando pero sin perder sus anclajes. Justo cuando Moordenaar y el ogro están a punto de caer sobre Cornelia, ésta estira los dos brazos violentamente y, con un cegador destello, dos rayos salen despedidos impactando contra sus enemigos, que son propulsados hacia atrás. Nashama, que hasta ahora había permanecido tumbada pero con los ojos bien abiertos, se endereza bruscamente incapaz de aguantar más, impaciente por ver cómo ha acabado la pelea. Cornelia está frente a ella, de espaldas, con la mano izquierda y el báculo rodeados de finos rayos azules. Moordenaar y el ogro están tirados a unos metros, humeantes y chamuscados. Nashama no puede evitar sorprenderse por la facilidad con la que ha matado a tan brutales criaturas. – Ven –le dice de repente Cornelia–. Terminemos con esto. – ¿No estaré mejor aquí? –pregunta Nashama. – No me arriesgaré a que venga un ogro despistado y te pille aquí sola. Toma –dice dejando el báculo sobre el carrito y empezando a quitarse la túnica–, ponte esto. Cornelia se desnuda y le da la ropa a Nashama. La joven baja del carrito y se la pone y, aunque le queda un poco holgada pues Cornelia tiene más pecho y caderas que ella, agradece volver a estar cubierta. Cuando ha terminado de ajustarse el cinturón que le ciñe la túnica, Nashama levanta la vista y no se sorprende al descubrir junto a ella a la mujer desconocida. Sí que la sorprende, no obstante, ver que está vestida con las mismas ropas con las que la conoció. ¿Cómo lo ha hecho?
Los ojos grises de la mujer la observan y luce una sonrisa guasona. – Ya te explicaré –dice, guiñándola un ojo–. Ahora vamos ahí arriba. La coge de la mano y las dos se dirigen a paso ligero hacia las escaleras y la pequeña puerta. La encuentran cerrada, pero con un toque del báculo de Cornelia se abre como si nada. Al otro lado hay una escalera que sube encajonada entre la pared exterior y una interior. Ascienden a toda prisa hasta que llegan a una plataforma. Allí se encuentran con el brujo, que está de rodillas dentro de un cuadrado pintado con tiza morada en el suelo, sujetando entre sus manos un trozo de piedra negra como los que ha visto Nashama en las minas. Están en la parte más alta del faro y no hay paredes, son todo láminas de vidrio grueso, y en el centro está el final de la caldera que tenía sus orígenes en las minas del subsuelo. Termina en una especie de rejilla, y en su interior hay un enorme cristal oscuro incrustado en la tubería negra. Nashama ve que los vapores se acumulan en el interior del cristal, que lanza destellos aleatorios a través de las láminas de vidrio. Esa es la famosa luz negra de Gul´sige, la que se puede ver desde una distancia de tres días de marcha. Además de eso, en la habitación hay un camastro estrecho, una mesa abarrotada de libros y viales y una sombra oscura que empieza a materializarse por encima del brujo. La mujer se aproxima a él y acerca la punta del báculo. Cuando pasa por encima de los dibujos, se oye un chisporroteo y la vara es empujada hacia atrás. La sombra empieza a gritar en un idioma incomprensible, pero la mujer le ignora y repite el movimiento desde distintos ángulos y siempre obtiene el mismo resultado. Se queda observando pensativa a la sombra, que crece y grita cada vez más, y al brujo, que está profundamente concentrado. Entonces agita la vara y golpea con fuerza el escudo protector. Se oye una explosión fuerte, pero no pasa nada más. Lo único que ha logrado es que el brujo abra los ojos sobre-
Ánima Barda - Pulp Magazine
67
68
J. R. PLANA saltado por el ruido. La mujer sonríe y empieza a trazar líneas imaginarias en el suelo de alrededor con el bastón. – Tápate las orejas –le dice la mujer a Nashama cuando termina. Ella obedece y se queda a un lado. Ve que la sombra está tomando forma y distingue unas mandíbulas descomunales llenas de dientes y dos pares de ojos a los lados. La mujer agarra la vara con las dos manos, la alza por encima de su cabeza, pronuncia unas palabras que Nashama no entiende y descarga un golpe sobre la chimenea de la caldera. Se oye como el tañido de una campana muy amplificado, el faro tiembla y la sombra aúlla. Su rugido suena distorsionado y llega de más allá del éter. El brujo suda y frunce el ceño entre gestos de dolor y Nashama siente un picor molesto en los tímpanos. La mujer repite el proceso tres veces, y las tres se oye la campana, tiembla el faro y la sombra aúlla. No es necesaria una cuarta, pues el aire parece rielar y todo vibra alrededor. El brujo da un alarido y se lleva las manos a los oídos, de los que salen un hilillo de sangre, y al instante la sombra desaparece. – Si quieres protegerte de este mundo –le dice la mujer borrando las líneas moradas del suelo con el pie–, acuérdate también del sonido. El brujo se revuelve y gatea en dirección a la mesa. Se levanta como puede y empieza a rebuscar entre los libros y trastos de la mesa. La mujer se va acercando, lentamente. – ¿Cuánto tiempo creíais tú y Séptico que podrías mantener oculto este faro? –pregunta, visiblemente iracunda–. Usar rocademonio es peligroso, atrae atenciones indeseadas. El brujo se da la vuelta con un libro abierto y empieza a agitar la mano hacia la mujer mientras pronuncia palabras extrañas. Bolas de humo negro salen disparadas de sus dedos hacia ella, pero las desvía con un simple movimiento del báculo sin dejar de acercarse a él. – Habéis pasado límites, Ulaji –dice ella, mostrando una sonrisa que casi podría deno-
minarse voraz–, y no habéis sido precavidos. Nos habéis dado una excusa para acabar con vosotros. Prepárate a morir. El hombre da un alarido histérico, tira el libro y se lanza a por la mujer blandiendo un pequeño cuchillo que ha sacado de una de sus mangas. Ella le desarma con barrido de báculo en la mano, le golpea con el extremo inferior en el estómago y, haciendo un giro, le estampa la parte de arriba en la cabeza. Suena un chasquido más fuerte que las otras ocasiones, el cuello se le dobla en una posición antinatural y el brujo sale propulsado, atravesando el vidrio y precipitándose al vacío. Nashama se acerca con rapidez para contemplar el final del hombre, que se convierte en un puntito negro en el suelo de Gul´sige. Al asomarse, la joven, que había permanecido ajena, ve lo que ocurre abajo. Las calles están llenas de gente y criaturas. Los hombres que estaban esclavos en el sótano recorren ahora los suelos de arena armados con picos y palas, cargando con ferocidad y desesperación contra los ogros. Estos se defienden con brutalidad, pero son pocos y pronto se ven superados en número por las oleadas de enfurecidos esclavos, que atraviesan sus cabezas como si fueran piedras. En otra parte de la ciudad, el enorme gigante aporrea y machaca ogros, izándolos en el aire y desmembrándolos a mordiscos, mientras que con la otra mano hace barridos con la cadena de pinchos. Nashama ve también correr a los cin de arena, que huyen despavoridos en todas direcciones. También le parece distinguir borrones de retales deshilachados por el aire, señal inequívoca de que los yehksan escapan de Gul´sige usando su magia voladora. Nashama oye el sonido del cristal al romperse y se da la vuelta. La mujer ha introducido su báculo entre las rendijas de la chimenea y golpea con ahínco el cristal negro, que empieza a desquebrajarse. Con un último bastonazo, el cristal se hace añicos y el aura de negrura que rodea el faro desaparece, junto con la sensación extraña que eriza el vello de los brazos. La mujer se gira, satisfecha, y
Ánima Barda - Pulp Magazine
HISTRIÓN sonríe a Nashama. – Ya está –dice–. Ya hemos acabado. ¿Qué te parece? La joven la mira perpleja. – ¿Lo de ahí abajo también lo has hecho tú? La mujer asiente. – Mi plan inicial no incluía al gigante, pero al verlo pensé que sería un excelente aliado. – Pero… ¿cuándo los has liberado a todos? –pregunta Nashama. – Mientras el ogro de puño de hierro te llevaba a las cocinas. –La mujer resopla, fingiendo cansancio–. He tenido que correr para llegar a tiempo. – Pero al pasar yo todavía estaban abajo trabajando… –replica Nashama. – Lo sé –contesta la mujer ensanchando la sonrisa–. Ha sido una excelente ilusión, ¿verdad? Casi temí que lo descubrieran antes de tiempo. Las dos guardan silencio mientras observan la maraña de calles y callejones llenas de sangre y muerte. – ¿Quién o qué eres? –pregunta repentinamente Nashama–. ¿Por qué has hecho todo esto? La mujer suspira y se gira hacia la joven. – Digamos que soy una especie de maga – responde–. Pero de las buenas. –Señala con la cabeza en dirección a la caldera–. Respecto a esto… Ulaji estaba alimentando ese cristal mágico con rocademonio, una piedra mágica, y usaba el faro para proyectar su luz negra sobre el desierto. Había pactado con seres oscuros para realizar un poderoso hechizo de atracción. Por eso la gente venía a la ciudad sin saber por qué, respondían a la voluntad de Ulaji. El brujo eligió Gul´sige por su faro, que es el más alto de todo el desierto. Doblegó con su magia a Moordenaar y sus ogros y se aprovechó de su brutalidad para conseguir esclavos con los que alimentar su caldera. – La mujer calla un instante mientras observa la mesa de Ulaji–. Creo que buscaba una forma de amplificar el poder del cristal y la rocademonio para llegar a todo el mundo. Por fortuna nos dimos cuenta a tiempo.
– ¿Y yo? ¿Para qué me necesitabas? –pregunta Nashama algo molesta–. Tú sola te has bastado para acabar con todos. La mujer se echa a reír con ganas. – Te pido disculpas por haberte usado, pero me temo que tu intervención era necesaria. Cuando en la caravana vi que eras la única que no reaccionabas ante el poder del faro supe que jugarías un papel fundamental. Si hubiera entrado de frente y a lo bruto, Ulaji me habría descubierto antes de tiempo y habría huido. Por eso te necesitaba, gracias a ti hemos llegado directamente hasta Moordenaar. – ¿Para eso me querías? ¿Para llegar a Moordenaar en una bandeja? – En parte sí. –La mujer se ríe para quitarle hierro al asunto–. Mira la parte buena, has demostrado tener una gran resistencia a la magia oscura, muy pocos son inmunes al hechizo de Ulaji. Nashama medita las palabras de la mujer. ¿Resistencia mágica? Nunca se le hubiera ocurrido pensar eso. Un detalle que no ha comprendido le asalta la mente y sale en forma de pregunta. – Oye… Cuando el cocinero me quería meter en la olla… dijo que tenía edad de ser abuela, ¿por qué? La mujer la mira de reojo y Nashama cree descubrir algo de culpabilidad en sus ojos, pero rápidamente desaparece bajo un gesto de socarronería. – Eso fue culpa mía –confiesa–. Tejí un hechizo de ilusión a tu alrededor, todo el mundo te veía como una mujer madura, casi anciana. –Se muerde el labio–. Lo siento, pero si no, jamás hubieran pensado en comerte. A Moordenaar le gustaban las mujeres adultas, a pesar de que su carne es menos tierna. Jamás lo comprenderé. Nashama quiere enfadarse con la mujer por hacerla eso, pero descubre que no puede. Un sentimiento de felicidad y alegría la invade por completo sin motivo aparente. – ¿Me estás haciendo tú eso? –pregunta sonriendo sin poder evitarlo.
Ánima Barda - Pulp Magazine
69
70
J. R. PLANA – Sí –contesta la mujer. – ¿Qué más cosas sabes hacer? ¿Tiene tu poder algún límite? – Oh, por supuesto que sí. Todos tenemos límites, y aunque nos esforcemos por mejorar siempre hay una meta superior que no podemos alcanzar. –Mueve su báculo en el aire y surgen pequeñas ráfagas de viento de color naranja y verde. – Tú mataste a Cornelia, ¿verdad? –La mujer asiente–. Y luego te transformaste en ella. –La mujer vuelve a mover la cabeza afirmativamente–. ¿Cómo lo haces? – Ese es uno de los poderes de los que estoy más orgullosa –dice, ensanchando su sonrisa–. Pero es difícil de explicar. – Ya, como todo… –refunfuña Nashama–. ¿Y es este tu verdadero rostro? – No. –La respuesta sorprende a la joven. – ¿Y cuál es? Ante sus ojos, el aire se enturbia y la figura de la mujer se desdibuja. Nueva ropa aparece sobre sus hombros. Ahora lleva una túnica de muchos pliegues, que sólo le dejan al aire las manos y los brazaletes con inscripciones, con una capucha sobre el rostro. Únicamente se le ve la mandíbula y la boca, pero Nashama aprecia que empieza a cambiar de forma. En menos de un minuto casi un centenar de caras pasan por debajo de la capucha, tanto de hombre como de mujer, de todos los tipos, pieles y razas. Incluso Nashama cree distinguir el rostro de un lagarto. El aire deja de vibrar y la figura se vuelve más nítida. Tiene la cabeza inclinada, de manera que no le puede ver lo poco del rostro que lleva descubierto. Entonces la levanta y Nashama descubre con turbación que lleva una máscara de metal pulido que tapa toda la cara. Tiene la boca y los rasgos tallados, lo que la hace aún más espeluznante. Nashama se queda paralizada sin saber qué decir. – Aún no me has dicho tu nombre –dice la figura, que ya no se sabe si es mujer u hombre. La voz no da pistas de su sexo y suena metálica y lejana, como alguien que te habla en sueños.
– Me llamo Nashama –dice la joven en un tono casi inaudible–. ¿Y tú? – Puedes llamarme Histrión. Y, sin decir nada más, desapareció, dejando tras de sí la ciudad de Gul´sige tomada por los hombres esclavos, con los cadáveres de los ogros y de un gigante esparcidos por las calles, y las artes oscuras de Ulaji erradicadas de esta dimensión. De lo que fue de Nashama, quizá hablemos otro día.
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES
RELATO JUEGO:
JUEGAS O MUERES por Cris Miguel ¿Te atreves a vivir tu propia historia? Sólo necesitas papel y lápiz para apuntar, un dado o una moneda y toda tu valentía, porque, en el relato juego, o juegas o mueres.
E
stás de vacaciones en un pueblecito que ni siquiera te acuerdas de cómo se llama, sabes que está cerca de Salou, pero tu memoria prefiere centrarse en otros menesteres. Como, por ejemplo, la chica tan guapa que has conocido hoy en la playa, Claudia. Es rubia y su piel ya está bronceada por el sol, está claro que lleva más días que tú allí. Después de tomar una cerveza en el chiringuito os habéis despedido hasta esta noche, su hermana la estaba esperando; pero, antes de irse, te ha dado una dirección, la dirección exacta a su apartamento. Estás en el número 19, el mismo que pone en la servilleta. Llamas a la puerta, fantaseando con lo que puedes encontrarte en su interior. Lamentablemente, al otro lado no está Claudia. Hay una chica que se parece peligrosamente a ella. – ¿Está Claudia? –preguntas tímidamente. – No, ha dicho que te espera en la Casa Abandonada. –Tu cara de asombro la insta a continuar–. Sí, la que hay a las afueras del pueblo. Ha dicho que quería darte una sorpresa. Te despides de su hermana y las dudas se agolpan en tu cabeza, ¿qué haces? + Sospechando que puede ser una broma, decides volver a tu hotel. No estás para tonterías, ya conocerás a otra chica mejor. Ve al 109. + Con dudas, decides ir a la Casa Abandonada. Ve al 89.
1 Sientes un dolor intenso y sabes que algo caliente cae por tu cuello. Intentas quitártela de encima, buscas a Claudia con la cabeza pero sale precipitadamente por la ventana. Te sientes débil, la niña tira de ti y te arrastra al armario de donde la has dejado salir. Todo se vuelve oscuro. TU AVENTURA HA TERMINADO. 2 Sales goteando y oliendo fatal a una habitación demasiado rosa para tu gusto, está claro que es una habitación de ni… ¡Hay una niña! Está sentada en minitocador. Al oír la puerta se vuelve hacia ti sonriendo. Lleva un collar de perlas demasiado grandes para que sean suyas, lleva los labios pintados y al levantarse y caminar hacia ti, ves también que lleva unos zapatos de tacón que le están grandes. – Hola –te dice sonriente. Ve al 118. 3 La criatura se lanza contra ti e inevitablemente te tira contra el suelo. Se sube con sus pequeñas patas de perro a tu pecho y, desde esa posición de superioridad, te golpea con sus puños tu, hasta ahora, preciosa cara. Gimoteas intentando zafarte, pero no puedes. Finalmente, cuando ya prácticamente no puedes abrir el ojo izquierdo, el mono–perro se quita de encima y vuelve a su rincón. Puto híbrido. Ve al 66. 4 Antes de que puedas pegarle, su puño se clava en tu estómago y te caes de culo a la acera. Intentas respirar pero es prácticamente im-
Ánima Barda - Pulp Magazine
71
72
CRIS MIGUEL posible, reaccionas tarde y la criatura te ha cogido por una pierna y te lanza a mitad de la calzada. Sabes que has perdido y no te das la vuelta. Echas a correr, aunque incómodo porque has perdido una chancla. Ve al 137. 5 El duende desaparece antes de que puedas pegarle, apareciendo de nuevo a tu espalda. Te da un puntapié y te tira al suelo. Sientes que no puedes mover un solo músculo. Te obliga a tragar una pastilla verde. – Aquí nadie obliga a nadie a hacer nada. ¡Fuera de mis tierras! –grita. De lejos oyes que chasquea los dedos y la sensación en el estómago vuelve a aparecer. ¿Qué será esa pastilla que te ha dado? Por lo menos estás regresando. Ve al 21. 6 Los escalones crujen bajo tu peso, iluminas malamente mientras te fijas dónde pones los pies. Es un tramo bastante largo de escaleras y la pendiente es más pronunciada. Cuando alcanzas el último escalón, resoplas. Miras al frente y estás ante un estrecho pasillo, o eso es lo que imaginas, porque sólo hay oscuridad. Tanteas con las manos las paredes y caminas. – ¡Claudia! –exclamas – Estoy aquí –te contesta. No puedes creerlo, y te das más prisa por recorrer ese largo pasillo. Por fin la has encontrado. Ve al 82. 7 Le das un golpe en todo el centro, pero está demasiado duro como para penetrar el caparazón. Con una de sus pinzas convierte tu hacha en astillas. Ahora sólo tienes tus manos y tu desentrenado cerebro. Ve al 19.
8 – Oh, una cita, que romántico, ¿qué ha sido de la cena con velas y un baile a la luz de la luna? –te pregunta. – No lo sé… –logras decir – Oh, pobre muchacho, no te pongas nervioso que tu damisela te espera. –El extraño fantasma desaparece sin más. Echas un vistazo a tú alrededor y ves que en la encimera hay un objeto extraño, te acercas y… te sorprendes al descubrir que es un pollo de goma; lo coges, nunca se sabe… ¿Qué haces ahora? + Ves que hay una puerta prácticamente cubierta a tu derecha, decides ver que hay. Ve al 36. + A tu izquierda hay un corredor que comunica con el arco que has visto fuera, decides ir por él ve al 84. + Investigas a fondo la cocina por si encuentras algo que te puedas ser de utilidad. Ve al 80. 9 Sintiéndote un cazador furtivo, buscas que tienes en tus bolsillos que te pueda servir: + Te alegras de haber cogido el hacha, eso servirá. Ve al 27. + Crees que es mejor distraerle con comida y le ofreces unas cuantas chuches. Ve al 55. + No encuentras nada que te pueda servir, así que sales enfurruñado y con las manos vacías. Ve al 142. + Estando cerca de él sientes la magia y no puedes evitar acariciarlo, ¿quién haría daño a una criatura tan pura como esa? Ve al 52. 10 Tomas aire, qué horror, te ha faltado poco. Te propones no entrar en más habitaciones sin necesidad y te encaminas hacia el corredor. Ve al 84. 11 Te guardas la estaca en el pantalón por si la necesitas más adelante mientras piensas
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES que todo esto es una locura. En una mesa ves una bolsa de chuches, lo que te hace recordar que no has cenado. Te las guardas también por si te entra hambre y sales de la habitación. Ve al 105. 12 No quieres terminar, quieres que este momento dure siempre. Su piel, su olor, sus gemidos… Sin embargo, el placer está dentro de ti y estalla arrasando todo a su paso, oyes gritos, oyes la puerta, pero te da igual. Te derrumbas a su lado con una sonrisa en la cara y empapado. Poco a poco tu corazón recupera el ritmo normal. ¿Qué quieres hacer? + Propones ir a tomar algo. Ve al 126. + Cierras los ojos profundamente relajado después del placer. Ve al 148. 13 No puedes dar crédito a lo que estás viendo, una enorme armadura de caballero se acerca a ti. ¿Qué haces?
+ Te pones en posición de ataque. Ve al 111. + Intentas hablar con esa cosa. Ve al 83. + El miedo te domina, sales corriendo. Ve al 23. 14 Te quitas la camiseta y la atraes hacia tu pecho, ella te acaricia y sus manos contra tu piel son como un resorte. Os entregáis a la pasión del momento, por muy de noche que sea hace mucho calor. Le quitas la camiseta y ella no deja de besarte. Te desabrocha el pantalón, la quieres aquí y ahora. + La desabrochas el sujetador. Ve al 70. + La quitas los pantalones cortos. Ve al 18. 15 No sirve de mucho, pero algo de luz te da. Te das cuenta que no estás en un armario como creías, estás en un cuarto mucho más grande, una habitación. Avanzas torpemente y oyes un sonido gutural procedente de enfrente de ti. Algo empieza a oler muy mal, temes que hayas sido tú por la impresión del momento. Ve al 119. 16 Cuando la planta se acerca con sus enormes fauces abiertas, te sirves de la valla para aporrearla. Es una planta, no puede verte. La atacas sin remisión mientras te alejas cojeando poco a poco de ese horrible jardín. Ve al 40. 17 Respiras agitadamente después de la carrera, miras la casa y de golpe se te vienen a la cabeza todas las películas de terror que has visto. Piensas cómo se le ha ocurrido a la chica quedar allí. La brisa te despeina levemente el pelo, tienes ganas de irte a tu cama, pero te da miedo cruzarte otra vez con esa extraña criatura. La brisa también trae consigo un gutural ruido, es inconfundible, no la has despistado. Ves que la criatura está al final
Ánima Barda - Pulp Magazine
73
74
CRIS MIGUEL de esa larga avenida y sabes que va a por ti. Te levantas como un resorte del bordillo, pensando que dentro de la casa no puede haber cosas peores. Ve al 145. 18 Sus piernas están muy suaves, te sumerges en cada poro de su piel inhalando su aroma. Vas a explotar. Rasgas un sobrecito y, con un asentimiento de ella, la penetras con precaución. Ve al 114. 19 El cangrejo se mueve rápido hacia ti y con su pinza derecha te coge del pantalón, separándote del suelo. Tira un dado o una moneda. + Si sacas cara o, 4 o más, ve al 91. + Si sacas cruz o, 3 o menos, ve al 102. 20 La miras fijamente, te da la impresión de que le falta un ojo. Al instante sientes lástima por ese extraño fantasma. Armándote de un valor desconocido le preguntas: – Disculpe, ¿sabe si ha entrado en esta casa una chica? –Ella parece tardar en asimilar la información, finalmente sonríe. – ¿Estás enamorado de ella, muchacho? –te pregunta acercándose ¿seductoramente? a ti. “¡Genial!”, piensas. A ver como le explicas a una muerta que sólo quieres tirártela, que ni siquiera la conoces... ¿Qué contestas? + No la conozco lo suficiente aún –respondes con una media sonrisa y mirando al infinito. Ve al 136 + No, nos acabamos de conocer. Hoy es nuestra primera cita –decides ser honesto con ella. Ve al 8. + No, la he conocido en la playa y me he sentido atraído por ella desde el primer momento –contestas alzando la ceja y sonriendo de medio lado. Eso nunca falla con las mujeres. Ve al 124.
21 Abres los ojos y estás tendido en el polvoriento suelo de madera. Consigues enfocar la vista y te pones de pie. Tienes un ligero dolor de cabeza y te sientes levemente desorientado. Tocándote la frente miras a tu alrededor. Estás en el pasillo, enfrente de ti está ese peculiar cuadro. Niegas con la cabeza pensando que todo es una locura y que te has debido desmayar. Miras el fondo del pasillo, decides continuar y acabar cuanto antes la búsqueda de Claudia. Como todo sea una broma se la devolverás, por muy guapa que sea… Ve al 97. 22 Abres la puerta, y, aunque es suave, la luz te deslumbra. Todo el desván está iluminado con velas, en el centro hay un colchón, o eso piensas, cubierto por mantas. Claudia está recostada en él. – Has tardado mucho… –Arrastra un poco las sílabas y te mira fijamente mordiéndose el labio. – Es que… –tartamudeas. ¿Qué le vas a contar? No se lo va a creer–. Es que no te encontraba. – Bueno, ¿dónde iba a estar? En la mejor habitación… –sonríe y te hace un gesto para que te acerques. ¿Qué haces? + Te acomodas a su lado y sigues hablando con ella. Ve al 62. + No quieres perder más el tiempo, te ha costado mucho llegar, así que te lanzas sobre ella. Ve al 98. + Te sientas a su lado poniendo tu cara más seductora, dispuesto a conquistarla. Ve al 42. 23 Como un cobarde intentas llegar a la puerta de la habitación, pero es imposible, la armadura ha embestido contra ti mandándote contra la cama. Por lo menos caes en blando… ¡Ay! Un momento… no es blando. ¡Y se mueve! Un enorme cangrejo aparece de debajo de la manta. Mierda, no puede ser verdad… Sal-
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES tas de la cama para valorar la situación. Por un lado tienes a la armadura, por el otro el iracundo cangrejo gigante al que has despertado de su placentero sueño. Ve al 135. 24 Aprietas el pollo de goma, y el mono–perro empieza a aullar y a… ¿sonreír? Lo haces sonar de nuevo y su expectación aumenta, se acerca a ti y te lo quita. Lo aprieta él y vuelve a aullar divertido. Estás atónito, no puedes apartar la vista, sigilosamente sacas el móvil (si es que no lo has perdido en algún incidente) y le haces una foto. Se ha subido a la lámpara que cuelga del techo con su brazo libre. Te ríes para ti y sales cautelosamente del comedor. Ve al 120. 25 Estás completamente desorientado, pero es
inconfundible. Estás dentro del cuadro. ¿Qué haces? + Te agarras las rodillas y te balanceas adelante y atrás llamando a tu mamá. Ve al 143. + Decides seguir el camino amarillo. Ve al 53. + Te apoyas en un árbol y te echas una siesta. Ve al 113. 26 Giras el pomo y entras. La habitación está llena de estanterías y las estanterías a su vez están repletas de libros bien encuadernados. Al lado de la ventana hay un sofá donde poder disfrutar de las letras. Pero algo falla en la estancia, algo que te deja totalmente boquiabierto. En la esquina derecha, comiéndose las… cortinas, hay un unicornio. No habías visto nunca algo tan bello y fuera de lugar. Desprende magia. ¿Qué haces?
Ánima Barda - Pulp Magazine
75
76
CRIS MIGUEL + Sientes un magnetismo tal que te acercas a tocarle el lomo. Ve al 52. + No puedes apartar la vista de su cuerno y te acercas con la firme intención de quitárselo. Ve al 9. + Le haces una foto con tu móvil si no lo has perdido y sales de la habitación. Y si lo has perdido, lamentas no poder llevarte el recuerdo. Ve al 142. 27 Desalmadamente empuñas el hacha y arremetes con fuerza hacia el cuerno, pero no llegas a rozarle, conforme el hacha se ha acercado a la cabeza del unicornio ha topado con algo duro e impenetrable. Sales disparado hacia atrás empotrándote contra una de las estanterías. Joder, puto bicho. No quieres volver a intentarlo, sales de la biblioteca sin más. Ve al 142. 28 Entras y la estancia está prácticamente en penumbra, sólo una tímida farola del exterior da algo de luz. Sacas el móvil como buenamente puedes, pero antes de que puedas iluminarte, sientes una ráfaga fría que te deja paralizado y manda tu móvil al suelo de, lo que descubres, es una siniestra cocina. – ¿Hay alguien ahí? –preguntas con un hilo de voz, dándote cuenta que es la frase que precede al asesinato. Tragas saliva. Ves algo mejor, tus ojos se acostumbran a las sombras; aún así no te parece ver nada. ¿Qué haces? + Sales corriendo de la tenebrosa cocina con lágrimas en los ojos. Ve al 139. + Das unos pasos para recuperar tu móvil. Ve al 64. 29 El gato desaparece antes de que tu chancla pueda alcanzarle. ¿Qué se habrá creído? Emprendes el camino amarillo. Ve al 53.
30 – ¿Te ha gustado? –te pregunta ella coqueta. – ¿Tú qué crees? –le contestas seguro de ti mismo. La abrazas con dulzura, serán las endorfinas. ¿Qué haces? + Propones ir a tomar algo. Ve al 126. + Cierras los ojos profundamente relajado después del placer. Ve al 148. 31 Aprovechas que el cangrejo se acaba de despertar y arremetes contra la armadura, para evitar verte entre los dos. Tira un dado o una moneda. + Si sacas cara o, 4 o más, ve al 71. + Si sacas cruz o, 3 o menos, ve al 43. 32 De cerca, el olor que desprenden te embriaga. Una de las vallas es una puertecita, la abres y te arrodillas para olerlas mejor. Hmm… Tocas una amarilla, su tacto es muy suave. Cierras los ojos disfrutando de este utópico momento. De repente sientes algo gelatinoso en el dedo. Abres los ojos y miras extrañado a ver qué puede ser. Una especie de gelatina transparente te impregna el dedo, en cuestión de segundos sientes que se te duerme. Te das cuenta que la flor ha desparecido y la planta está mucho más cerca y es mucho más… Es enorme. Ha cambiado los pétalos por una gigantesca boca. Estás alucinado, no puedes moverte y la planta te escupe más sustancia pringosa que te da en la pierna. Te lamentas en ese instante de haberte puesto pantalones cortos. ¿Qué haces? + Intentas alejarte de esa cosa arrastrándote por el césped. Ve al 104. + Miras a tu alrededor y resueltamente arrancas un trozo de valla para usarla como arma. Ve al 16. 33 Por muchos brazos que tenga, te sientes ágil y rápido.
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES + Si te sale cara o un 4 o más, ve al 65. + Si te sale cruz o un 3 o menos, ve al 4. 34 – ¿Los cacahuetes? –inquiere el espantapájaros–. Bueno… Por ser tan creativo, eres digno merecedor del honor de cruzar este sombrío pasillo. La bañera comienza a levitar lo justo para que pases por debajo al otro lado del pasillo. Ve al 141. 35 De nuevo en el rellano, ignorando la puerta de enfrente, enfilas el pasillo. Ve al 99. 36 Abres con prudencia la puerta, esperabas encontrarte un armario de la escoba, pero ante ti se abre un elegante despacho, eso sí, lleno de polvo. Las paredes están cubiertas de estanterías llenas de libros. En la estancia hay una mesa con una silla. Lo único que desentona es el esqueleto que hay en una de las esquinas. Piensas que quizás el dueño fuera médico. Das unos pasos y decides observarlo de cerca, siempre te han hecho gracia. Delante de él le coges un brazo con una sonrisa en los labios, anda que no habrás hecho veces eso en el colegio en clase de conocimiento del medio. De repente sientes un pinchazo en la cara y el sabor amargo de la sangre en la boca. Te echas para atrás aturdido. El esqueleto te ha dado un puñetazo en la mandíbula. + Si tienes un hacha ve al 56. + Si te hicieron tomar una pastilla verde ve al 108. + Si no tienes nada y lo único que quieres es salir corriendo de allí ve al 132. 37 El hacha está clavada a conciencia en la puerta. Tira un dado o una moneda. + Si sacas cara o 4 o más, ve al 117. + Si sacas cruz o 3 o menos, ve al 57.
38 – Si quieres voy a mirar a ver qué es… –te ofreces intentando incorporarte. – Eso ni hablar –ella te empuja sobre el colchón y te libera de tus calzoncillos. Ve al 69. 39 – Un cutre cuerno de unicornio, todo el mundo sabe que con unos mimos el bicho tonto te lo da. Anda vete no me molestes. Derrotado sales de la habitación. “Que duende tan raro”, piensas. Ve al 35. 40 Echas un vistazo al jardín y a la casa. La silueta parece que está cavando cerca de los límites del bosquecillo que hay al otro lado. Decides acercarte a él. Quizás te diga algo interesante. Ve al 60. 41 Corres hacia la puerta, pero él es mucho más rápido y te corta el paso. Se acerca a ti y te huele. Tiene los colmillos desplegados. Tú gritas y corres por toda la habitación. El vampiro va detrás de ti. Sintiéndote protagonista de una novela adolescente, te fijas que en el asiento del piano hay una estaca. Te lanzas hacia ella. Cuando el vampiro se te pone delante se la clavas sin miramientos. Le ves sonreír antes de hacerse cenizas. Recoges la estaca y sales de la habitación como si no hubiera pasado nada. Ve al 105. 42 – Anda que podíamos haber ido a tomar algo en vez de quedar en esta siniestra casa –le dices arqueando una ceja. – Así tienes más emoción. –Ella sonríe y roza su hombro con el tuyo. – Que sepas que sólo haría esto por alguien que merece la pena de verdad. –Le dedicas tu mejor media sonrisa.
Ánima Barda - Pulp Magazine
77
78
CRIS MIGUEL Funciona, ella sonríe, te mira azorada y acto seguido se lanza a tu boca. Te apartas un poco haciéndote el duro y valiéndote de toda tu fuerza de voluntad. – ¡Qué rápida! ¿Llevas mucho esperando? –Vuelves a arquear la ceja. Como respuesta ella te empuja y se tiende sobre ti. Te empieza a desnudar y tú sabes que todo ha merecido la pena. Oyes un ruido, sale de una puerta a la izquierda. Ella levanta el cuerpo. – Lleva sonando un rato… –te dice ella, para luego concentrarse en ti de nuevo y en tus calzoncillos. + Te ofreces ir a mirar. Ve al 38. + Te callas y disfrutas del momento. Ve al 86. 43 Intentas esquivarla y ponerte a su espalda, pero la armadura te ve y se anticipa a tu movimiento. Arremete contra ti y te estampa contra la pared del dormitorio. Entre las estrellitas que ves en tu cabeza, percibes que el cangrejo gigante se ha bajado de la cama y al hacerlo se ha chocado con la armadura. Ahora son ellos quienes pelean. Ve al 107. 44 No sabes de dónde te sale la determinación, pero le das una patada a su rótula, rompiendo la pierna en dos, lo que le hace perder el equilibrio. Aprovechas el momento y sales de allí. Ve al 10.
y se lanza a tu cuello. Tú, paralizado por el shock, no haces nada, y en una fracción de segundo sientes el dolor punzante y un líquido caliente por el cuello. ¡Te ha mordido! Gritas pero sabes que Claudia ya está abajo. La niña zombie te arrastra por los pies aprovechando tu desventaja y vuelves con ella al puto armario que has abierto. Todo se vuelve oscuro. TU AVENTURA HA TERMINADO. 47 – Otra vez tú, ¿tienes más comida para mí? – Eres el duende de los tratos, te daré más si me dices donde está Claudia. – Hmm… muchacho listo. La encantadora señorita está en la buhardilla –le das un puñado de chuches–. Pero tendrás que encontrar las escaleras… Y se esfuma. Sales de la habitación sintiéndote el mejor negociador del mundo. Ve al 35 48 El mono–perro no deja de observarte. Tú, inconscientemente, tienes los brazos alargados hacia él. La criatura te huele. Tu olor le desagrada y se echa para atrás. ¿Dónde has metido las manos? Sorprendido ves que se está dando golpes en su pecho y te mira iracundo. Te va a atacar. Tira un dado o una moneda. + Si sacas cara o 4 o más, ve al 96. + Si sacas cruz o 3 o menos,ve al 3.
45 Tus chuches son muy preciadas, decides ofrecerle unas cuantas. El duende, contento, chasquea los dedos y la sensación en el estómago se vuelve a repetir. Estás regresando. Ve al 21.
49 Con decisión caminas hacia el final de la calle pero, cuando vas a llegar a la esquina, la figura se mueve en tu dirección y te das cuenta de que tiene los grandes puños cerrados y gruñe con más fuerza, ¿qué haces? + Te das media vuelta y echas a correr. Ve al 137. + Te enfrentas a él. Ve al 33.
46 Sobre ti cae una ¿niña? El miedo te atenaza los músculos, la niña tiene los ojos blancos
50 El placer es tan intenso que estallas y tu cuerpo se convierte en un temblor de la cabe-
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES za a la punta de los pies, no eres consciente de nada y te sientes más pesado que nunca. Sonríes, ella se tumba a tu lado y te acaricia la cara. La puerta sigue sonando, pero os da igual. Poco a poco recuperáis la respiración. – ¿Te ha gustado? –te pregunta ella coqueta. – ¿Tú qué crees? –le contestas, seguro de ti mismo. La abrazas con dulzura, serán las endorfinas. ¿Qué haces? + Propones ir a tomar algo. Ve al 147. + Cierras los ojos profundamente relajado después del placer. Ve al 148. 51 Abres la puerta y el color rosa baña tus pupilas. Está claro que era la habitación de una… ¡hay una niña sentada en un minitocador! Al oír la puerta se vuelve hacia ti sonriendo. Lleva un collar de perlas demasiado grandes para que sean suyas, lleva los labios pintados y al levantarse y caminar hacia ti, ves también que lleva unos zapatos de tacón que le están grandes. – Hola –te dice sonriente. Ve al 118. 52 Es tan suave… De la garganta del unicornio surge un ruidito muy gracioso parecido al que hacen los delfines. Le gustan tus caricias. Cuando ya te estás girando ves que abre la boca y que en su lengua tiene un cuerno semejante al de su cabeza. Dubitativo lo coges, le haces otra carantoña y sales de la habitación mágicamente feliz. Ve al 142 53 El sol es abrasador. Pasas por delante de la casa morada y decides no desviarte, quieres salir de ese extraño lugar enseguida. Sólo hay bosque y más bosque, caminas y caminas. Te detienes en seco, a lo lejos ha vuelto a aparecer la misma casa morada. Corres con el pulso acelerado y te quedas delante. ¿Es la
misma casa? Arrancas unas flores y las pones en mitad del camino. Siguiendo un impulso continúas hacia delante y, otra vez, la casa que al parecer has dejado atrás, está ahí delante. Estoy en un bucle, piensas. Nervioso miras a todos los lados. De lejos te parece oír una risa. Viene del bosque. Te encaminas hacia ella. Ve al 121. 54 Entre más besos y caricias tus pantalones desaparecen y haces lo propio para que también lo hagan los shorts de ella. Respiras entrecortadamente y prefieres tumbarla debajo de ti para controlar y tocarla mejor. Te deleitas en sus pechos y la besas el ombligo. Vas a explotar. Rasgas un sobrecito y con un asentimiento de ella la penetras con precaución. Ve al 114. 55 El unicornio te agradece las chuches, son dulces y le gustan. Mientras mastica tu único plan es tirarle del cuerno, obviamente no consigues nada, sólo un certero mordisco que te deja la mano derecha dolorida. Sales cabizbajo de la habitación. Ve al 142. 56 Te alegras muchísimo de haber entrado en ese baño, empuñas el hacha y con un golpe limpio la cabeza del esqueleto sale disparada. No puedes evitar reírte. Cediendo a un perverso impulso, le cortas el brazo por el codo al esqueleto y te guardas su mano. Sales victorioso a la cocina y decidido te adentras en el corredor. Ve al 84. 57 La coges y tiras fuerte, haces tanto esfuerzo que sientes tu cara roja como un tomate. Pero el objeto del demonio no se ha movido un ápice. Desistes y sales del baño, sin hacha y sin fuerza. Ve al 140.
Ánima Barda - Pulp Magazine
79
80
CRIS MIGUEL 58 – ¡Soy guapa! ¡Soy guapa como mi mami! – grita el pequeño fantasma mientras se arranca el collar y tira varios botes que tiene en su mini tocador. Aprovechas la distracción para salir del cuarto de esa pobre niñita, que, pobre o no, está loca. En el pasillo te diriges a la puerta que tienes casi enfrente. Tiene que estar ahí, demonios. Ve al 75. 59 Aprovechas que el cangrejo gigante se acaba de despertar para lanzarte contra él. Buscas en tus bolsillos qué te puede servir: + Utilizas el hacha, te parece lo más efectivo. Ve al 7. + Utilizas la pala. Ve al 79. + En tus bolsillos no crees que haya nada que te pueda servir, sólo tienes tus manos. Ve al 19. 60 Te acercas con cierto respeto. – ¿Hola? Inmediatamente, el hombre, que resulta ser bastante más mayor de lo que indicaba su espalda, te observa con curiosidad. – ¿Qué quieres muchacho? –Se apoya en la pala sin dejar de mirarte. – Hmm… Nada, no quería molestarle, ¿ha visto pasar a una chica a la casa? –preguntas con toda la educación que te ves capaz de exteriorizar. – Por su bien espero que no. –Dudas ante su respuesta. – ¿Por qué dice eso? – En la casa… hay… cosas, y no siempre inofensivas. –Das un paso atrás inconscientemente. ¿Será todo una broma de Claudia? – Pero… ella me ha citado aquí… –Miras al suelo. – Bien, si estás decidido a entrar, llévate esto. Quizás lo necesites. –Te da su pala y un pequeño saco y se aleja. Lo abres y dentro encuentras unas cuantas
zanahorias. Ve al 76. 61 Sabías que la zanahoria que cogiste del huerto te sería útil. Al duende le encantan las zanahorias. Éste chasquea los dedos y la sensación en el estómago se vuelve a repetir. Estás regresando. Ve al 21. 62 – ¿Y cómo es que conoces este lugar? –le preguntas apartando la mirada. Siempre te pasa igual a la hora de la verdad, te mueres de vergüenza. – Es un sitio muy conocido, ya sabes… –Y alza las cejas dos veces sin dejar de sonreír. – Ah… –tú miras al suelo, de repente sientes una inmensa curiosidad por esa madera vieja. Cuando te giras hacia ella, te besa por sorpresa y, sin saber muy bien dónde poner las manos, apoyas tu espalda contra el colchón con ella encima de ti. Sin dejar de besaros, empiezas a sentirte más cómodo y la agarras por la cintura. ¿Qué haces? + Empiezas a desnudarla. Ve al 122. + Te empiezas a desnudar tú para que se sienta más cómoda. Ve al 14.
Ánima Barda - Pulp Magazine
63
JUEGAS O MUERES El troll te escupe y la saliva te quema los brazos y el pecho, se acerca más, intentas huir, el corazón te late velozmente en el pecho. La criatura te coge con sus fuertes brazos y… te traga. Ve al 127. 64 Das un paso cautelosamente. Nada, no pasa nada. Avanzas más rápidamente y te agachas con decisión recuperando tu móvil. Cuando te levantas, el shock atenaza tu cuerpo y un chillido insoportable te daña los oídos. Te tapas instintivamente las orejas con las manos, mientras sientes que algo helador te atraviesa el cuerpo. Te das la vuelta ojiplático, el ruido ha cesado, pero el terror no. Tienes ante ti a un espectro, un fantasma, vestido de asistenta. Te mira fijamente evaluándote. ¿Qué haces? + Sales corriendo como alma que lleva el diablo. Ve al 112. + Intentas recuperar la respiración y pruebas a hablar con ella. Ve al 20. 65 Te acercas a él con precaución, lleva una capucha que no te permite ver su rostro. Ahora gruñe con más intensidad. La criatura ataca primero, esquivas los dos primeros golpes, pero notas que tiene los brazos muy largos y que tú no tienes ninguna posibilidad. Decides correr para evitar un vapuleo asegurado. Ve al 137. 66 Notas que la cabeza te va a estallar y sientes el sabor del hierro de la sangre en los labios. Tienes ganas de irte de ahí, pero a cabezota no te gana nadie. Vuelves al pasillo y subes pesadamente la escalera. Ve al 68. 67 Lamentablemente la madera no escasea en ese extraño universo donde te encuentras. El duende desprecia tu estaca, y espera a que
le ofrezcas algo mejor. Ve al 81. 68 Te fatigas más de la cuenta y lamentas no ser más deportista. En el rellano ves dos puertas y un pasillo. ¿Qué puerta eliges: la que tienes enfrente o la que tienes a tu espalda? + La que tienes enfrente. Ve al 26. + La que está a tu espalda. Ve al 128. 69 Te quita la camiseta y ella se deshace de la suya, no puedes creer la suerte que tienes, es una diosa. Te besa el torso y llega a tu tripa, evita a propósito tu miembro y se entretiene en tus muslos, te da dulces mordisquitos y se centra en tu erección. Pierdes la noción de tiempo, estás en el cielo. Cuando aparta su boca de ti ves que está rasgando un paquetito que te coloca cuidadosamente. Ve al 110. 70 Te entretienes con sus pechos, madre mía, vas a explotar. Rasgas un sobrecito y, con un asentimiento de ella, la penetras con precaución. Ve al 114. 71 Afortunadamente para ti, la armadura es muy lenta. Sujetas el casco por detrás de ella, amenazándole con quitárselo. – Ayúdame contra el cangrejo o te quedas sin cabeza –le intimidas. La armadura hace un ruido que tú interpretas como un asentimiento y el uno al lado del otro encaráis al cangrejo. Ve al 87. 72 Te descalzas y mueves la chancla nerviosamente de un lado a otro, captando su atención. El mono perro te la arrebata con su enorme mano de gorila y la tira a un lado. Lo
Ánima Barda - Pulp Magazine
81
82
CRIS MIGUEL tienes frente a ti, está claro que no ha funcionado, ¿qué haces? + Pruebas a distraerle con el pollo de goma. Ve al 24. + Le lanzas la mano del esqueleto. Ve al 88. + No tienes nada más en tus bolsillos, das un paso atrás, cauto, pensando de nuevo en la comodidad de tu habitación. Ve al 48. 73 En el interior está muy oscuro, te alumbras con el móvil, pero hay poco a lo que iluminar. El suelo está encharcado, te mojas los pies. Pones cara de asco y lanzas una rápida mirada. No hay nada, es un simple baño. Abres un poco más la puerta pero algo te lo impide. Das un paso al interior, mojándote más los pies, y lleno de valor miras que hay detrás de esa mohosa puerta. Te quedas de piedra: un hacha es lo que impide abrirla del todo. Las imágenes del Resplandor se agolpan en tu mente. ¿Qué haces? + Coges el hacha. Ve al 37. + Sales del baño, cierras la puerta y sigues tu camino… Ese hacha te da mal rollo, además ¿para qué la necesitas? Ve al 140. 74 El espantapájaros te mira sorprendido como si le extrañara tu presencia más que a ti la suya. – Si quieres pasar a esto has de contestar: ¿Qué está por todas partes y es más peligroso que una bomba? + La estupidez. Ve al 94. + Los paraguas. Ve al 130. + Los cacahuetes. Ve al 34. 75 Abres la puerta y en su interior encuentras un gran dormitorio, sorprendentemente bien conservado. A tu derecha hay una puerta que, por lo que supones, será un baño privado. Andas hacia la derecha y, tras lo que piensas que es el baño, hay otra puerta, te asomas y ves un enorme vestidor. Como la moda no es que te entusiasme, te giras para inspeccionar
la otra parte de la alcoba, pero conforme te giras oyes un ruido a tu espalda. Ve al 13. 76 Miras la casa y el miedo te invade, pero si ha quedado aquí contigo no puede ser muy peligroso, ¿no? Sientes las zanahorias en el bolsillo, te aferras a la pala y subes los escalones que van a parar a la cocina. Abres la puerta y la atraviesas. Ves un pasillo escasamente iluminado y amplio, como si fuera el hall de una mansión. La puerta se cierra a tu espalda con un fuerte golpe y te giras sobresaltado. No es la puerta por la que has pasado y, obviamente, no es una cocina. Miras por uno de los grandes cristales que hay a los lados y reconoces al instante la parte frontal de la casa. ¿Qué ha pasado? Sientes que el estómago se encoge, pero luego te acuerdas de Claudia y sus curvas de vértigo y eso te infunde valor. O al menos calor. Das un paso, dubitativo. – Claudia –susurras. Nadie contesta. Oyes una música muy suave. Das otro paso, crees que viene de algo que parece un salón. ¿Qué haces? + Entras a ver de dónde sale esa música. Ve al 85. + No quieres molestar (ni conocer) a quien quiera que esté tocando, prefieres seguir por el pasillo. Ve al 105. 77 Te acercas más al cuadro. Te llama la atención porque no pega nada en esa tétrica casa. Parece una pintura infantil, está lleno de colores, hay una casa morada, un bosque con flores blancas y un camino amarillo que se pierde por el horizonte del cuadro. Te sientes tan atraído por el dibujo que lo tocas. De repente sientes un hormigueo en el estómago y ves como todo da vueltas, no puedes evitarlo y cierras los ojos. Cuando la sensación desaparece los abres. Estás sentado en el camino amarillo. Ve al 25.
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES 78 Te empiezas a marear, sientes unos pasos. Claudia estrella algo en la cabeza de la niña zombie, que cae al suelo como un muñeco roto. Se arrodilla junto a ti. – Oh no… –exclama. Tus ojos se llenan de lágrimas y ella alza algo que tiene entre las manos. Cuando cae sobre ti, todo se vuelve negro. TU AVENTURA HA TERMINADO. 79 Golpeas con todas tus fuerzas el caparazón de ese gran cangrejo. A la derecha de la habitación la armadura contempla la escena y, para tu imaginación, sonríe. El enorme crustáceo convierte tu pala en virutas de madera. Ve al 19. 80 Abres cajones y armarios pero están todos vacíos y llenos de polvo. En el fondo no te extraña. Al lado de la ventana ves que algo reluce, te acercas. Es un zippo. Lo enciendes y compruebas que aún funciona y te lo guardas en el bolsillo. ¿Qué haces? + Tomas el pasillo que tienes enfrente. Ve al 84. + La curiosidad te puede y quieres ver que hay detrás de esa puerta. Ve al 36.
focas varias veces. Es el borde de una bañera. Alumbras dentro y ves unos pies de paja. El corazón te late velozmente, subes hasta pasar tu altura y no das crédito. Hay un espantapájaros en la bañera. Ve al 74. 83 La vena diplomática es poderosa en ti. – ¡Hola! –saludas dubitativo, sin saber si entenderá tu idioma–. ¿Has visto pasar a una chica? La armadura hace un ruido y empieza a gesticular, sus brazos se mueven tan rápido que no puedes interpretar nada. Además te distrae un ruido, un ruido extraño a tu espalda. La armadura se queda quieta y se pone delante de ti. Un cangrejo gigante se despoja de la manta que tiene encima. ¡Hay un cangrejo gigante en la cama! La armadura se pone en posición de atacar y tu sangre está de vacaciones porque deja que tu boca se quede abierta como un buzón. Ve al 87.
81 Desgraciadamente tus bolsillos están vacíos. El duende deja la copa en el suelo y se levanta para irse, pero tú sabes que es la única oportunidad que tienes para salir de ahí. Sin pensártelo saltas sobre él, derribándolo. Tira el dado o la moneda. + Si sacas cara o 4 o más. Ve al 133. + Si sacas cruz o 3 o menos. Ve al 5.
84 El pasillo está repleto de ventanales que van del techo al suelo, eso te permite ver el jardín de la parte de atrás, con su… jardinero. No te distraes y avanzas con las grandes ventanas a tu derecha. Llegas a un espacio grande con una gran mesa, el comedor. Del techo pende una gran lámpara de araña que otrora debió de ser muy bonita, pero que ahora sólo sirve para acumular telarañas. Te acercas más al gran comedor y conforme te aproximas oyes un leve ronquido incesante. Sabes que ahí no está Claudia, pero la curiosidad te puede y te asomas para comprobar de dónde procede el ruido. Ve al 116.
82 Tus pasos se vuelven más firmes aunque casi no ves lo que tienes delante. De hecho te das un golpe debajo de la rodilla, alumbras en busca del obstáculo y, sorprendido, lo en-
85 Parece que la música viene de la primera puerta que tienes a tu derecha. Pones la mano en el picaporte y la abres intentando hacer el mínimo ruido posible. El interior
Ánima Barda - Pulp Magazine
83
84
CRIS MIGUEL está medio en penumbra, unas cortinas que te parecen de terciopelo atrapan la escasa luz proveniente de las farolas del exterior. Tus ojos se detienen en un enorme piano blanco que se encuentra en el centro de la habitación. La música te atrapa y te quedas embelesado por esa melodía.
Ella te libera de tus calzoncillos, pero un fuerte golpe rompe la atmósfera. No estás dispuesto a que haya lo que haya ahí dentro te estropee el momento. Intentas incorporarte decidido a ir a ver, pero ella no te deja, eres preso de sus manos y de su sensual cuerpo. Ve al 69. 87 El crustáceo sólo presta atención a la armadura, como si tú no fueras un contrincante de altura, y tu empeño en ayudarla se ve frustrado porque ninguno de los dos repara en ti. Ve al 107. 88 El mono–perro sigue con la mirada el lanzamiento de la mano del esqueleto. Se acerca y la coge con sus manos de gorila. Dejándote a cuadros se empieza a rascar la espalda con ella. Intentando no llamar la atención retrocedes sigilosamente y sales del comedor. Por los pelos. Ve al 120.
Tus pies adquieren vida propia y se acercan al piano para poder disfrutar mejor de esa adorable composición. De repente, la música deja de sonar y vuelves de golpe y porrazo a la realidad. Estás apoyado en el piano y ahora puedes ver perfectamente quién lo tocaba. Un ser con la piel completamente blanca te mira fijamente, sus ojos son como pozos negros y por la comisura del labio ves que le cae un hilillo de… ¡sangre! ¿Qué haces? + ¡Oh dios mio, un vampiro de verdad! Sales corriendo de la habitación. Ve al 41. + Las imágenes de Crepusculón se te agolpan en la cabeza y decides intentar hablar con él. Un vampiro no te lo encuentras todos los días. Ve al 129. 86
89 Te paras enfrente de ella. No tenía pérdida, está justo a la entrada o, según se mire, a la salida del pueblo. Desde luego no te parece un sitio muy apropiado para tener la primera cita, pero ya que estás ahí no pierdes nada por entrar, ¿de qué tienes miedo? Te recriminas, serás idiota. Ve al 145. 90 Tu hombría te molesta en el pantalón, quieres volver junto a ella así que abres la puerta sin más miramientos. Sobre ti cae una ¿niña? El miedo te atenaza los músculos, la niña tiene los ojos blancos y se lanza a tu cuello. Tú, paralizado por el shock, no haces nada, y en una fracción de segundo sientes el dolor punzante y un líquido caliente por el cuello. ¡Te ha mordido! Ve al 78.
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES 91 Te mueves como si no hubiera un mañana y consigues zafarte de su pinza, con la única consecuencia de tener un trozo menos de pantalón. Te arrastras sin dejar de mirar al cangrejo y tu espalda topa con los pies de la armadura. Le miras con miedo, crees firmemente que vas a morir a manos de un ser que debería ser inanimado. En cambio, para tu sorpresa, la armadura ataca al cangrejo. Aprovechas y te escabulles como puedes. ¡Buf! Ve al 107. 92 Realmente has molestado al esqueleto, te da un capón en la cabeza y te da patadas en el culo hasta que te lleva hacia la puerta por donde has entrado. El esqueleto te la cierra en las narices. Estás aturdido y cansado. Enfilas el corredor con distintas partes de tu cuerpo doloridas. Serás idiota, eso te pasa por curioso. Ve al 84. 93 Te acercas al gato y le miras con suspicacia desde abajo. – ¿Hablas? –le preguntas, ya puestos… – Por supuesto que sí –te contesta con una amplia sonrisa. – ¿Dónde estoy? – ¿Dónde te gustaría estar? – Eso no viene al caso –le contestas–, quiero saber cómo salir de aquí. – Para salir primero hay que entrar. –La sonrisa empieza a ponerte de los nervios. ¿Qué haces? + Le tiras una chancla al jodido gato. Ve al 29. + Emprendes el camino amarillo, dejando al gato en su árbol. De ti no se ríe nadie. Ve al 53. 94 – No vas mal desencaminado, doy por co-
rrecta tu respuesta. Puedes pasar –dice el espantapájaros. La bañera comienza a levitar lo justo para que pases por debajo al otro lado del pasillo. Ve al 141. 95 – ¡Un pollo de goma! ¿Por qué clase de duende me has tomado? Está enfadadísimo empiezas a retroceder pero no te da tiempo y te ves dentro del armario. De repente se queda todo oscuro y oyes un plof. + Si tienes un mechero o un zippo ve al 15. + Si prefieres utilizar el móvil para iluminarte y todavía lo tienes, ve al 103. + Si no tienes nada y te quedas a oscuras ve al 146. 96 Se nota que eres el siguiente paso de la evolución, la criatura no domina del todo sus patas traseras y tú aprovechas para hacer un quiebro y salir corriendo del comedor. Desde luego no parecía muy peligrosa. Ve al 120. 97 A los pocos pasos ves una puerta a tu izquierda, la parte de abajo está verde como si hubiese estado en contacto con el agua demasiado tiempo, ¿qué haces? + Entras, prefieres investigar todo, por si acaso… Ve al 73. + Esa puerta no te da buena espina, prefieres continuar… Ve al 140. 98 Ella te pone las manos en el pecho para frenarte. – Eh… tranquilízate. –La observas, ¡y una mierda! Con lo que te ha costado llegar… La besas y te aferras a ella, ella te devuelve los besos intentando zafarse. Forcejea y de repente ois un golpe seco en la puerta del fondo del desván. ¿Qué cojones será ahora? Tú quieres ignorarlo pero ella te mira preo-
Ánima Barda - Pulp Magazine
85
86
CRIS MIGUEL cupada. Te vuelves a cagar en la puta y te levantas a ver. Ve al 106. 99 El pasillo no es muy largo, de hecho sólo tiene tres puertas. ¿Cuál abres primero? + La derecha. Ve al 123. + La izquierda. Ve al 75. 100 Tienes la mano en el oxidado picaporte pero al sentir su tacto te corre un escalofrío por la espalda. Miras a tu alrededor, a tu izquierda hay un arco y detrás de ti las escaleras, ¿qué haces? + Te lo piensas mejor y prefieres ir al piso de arriba, tantas puertas cerradas no pueden tener nada bueno. Ve al 68. + El arco, en el que antes no has reparado, te seduce más. Te encaminas hacia él. Ve al 84. + Tragas saliva y sigues en tu empeño de investigar todas las habitaciones. Abres la puerta, ve al 28. 101 Según avanzas bordeando la casa ves que está bastante perjudicada, a la fachada apenas le queda pintura. En fin… por eso la llaman la Casa Abandonada, ¿no? En la parte de atrás ves que hay un pequeño huerto y a lo lejos te parece entrever una figura, ¿un hombre? Te acercas más. A tu derecha está la casa y a tu izquierda hay un pequeño vallado de flores preciosas que te llaman la atención por su colorido. Te extraña ver ese tipo de vegetación en la parte de atrás de una casa abandonada. ¿Qué haces? + Los colores te dejan obnubilado, no puedes dejar de mirarlos y te acercas más, apoyándote en la pequeña verja, para contemplarlas mejor. Ve al 32. + Decides acercarte al hombre, quizás él pueda decirte si ha visto entrar a alguien en la casa. Ve al 60.
102 El cangrejo te destroza los pantalones y te pellizca el culo, tus piernas te empiezan a escocer ahí donde el supercrustáceo ha traspasado tu piel. Te zarandea y te tira, cayendo justo encima de la armadura. La armadura se levanta enseguida y arremete contra el cangrejo, parece que no le ha gustado nada esa ofensa. Aprovechas su distracción para separarte lo máximo de esas dos criaturas. Ve al 107. 103 La pantalla del móvil te permite ver todo el cuarto y morirte de miedo a la vez que ves toda tu vida pasar cuando una criatura gigantesca y horrible que te recuerda a un troll viene corriendo hacia ti. Ve al 63. 104 Sirviéndote de los brazos, te arrastras cerrando la puertecilla que tan incautamente habías abierto. Serás idiota. Afortunadamente es una planta, así que te alejas de ahí sin problemas. Eso sí, cojeando. Ve al 40. 105 Das unos pasos por el pasillo y a tu izquierda ves una puerta, intentas abrirla pero está cerrada. Sin darle más importancia, continúas. Conforme te alejas de la puerta, todo se pone cada vez más oscuro. Sacas el móvil para alumbrarte. Enfocas a la pared de tu izquierda y ves un siniestro cuadro. + Si quieres pararte a inspeccionar ve al 77. + Si prefieres continuar por el pasillo ve al 97. 106 Abres la puerta sin pensártelo dos veces, por fin la has encontrado, sólo quieres disfrutar de ella. Un ser que no te llega a la cintura arremete contra ti. De la sorpresa te tira al suelo. Es una niña, una niña con ojos blancos
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES y cuya boca se acerca peligrosamente. – ¡Joder! –gritas. La niña zombie aprovecha tu breve estado de shock y se lanza contra tu cuello. Ve al 1. 107 El cangrejo y la armadura continúan en su particular batalla. Tú observas la habitación, hay una puerta en la esquina izquierda. Te acercas sigilosamente para no interrumpir y la abres. Ves escaleras ascendentes. Con el único propósito de no interferir en la pelea, porque es de mala educación, las subes. Ve al 6. 108 El cuerpo se te revuelve por el puñetazo, pierdes parte de la visión y sientes que te vas a caer al suelo, estás profundamente mareado. “Puto duende de los tratos”, piensas, “te ha dejado inútil”. El esqueleto viene hacia ti con determinación y empieza a zurrarte en la cabeza y en el culo. Sientes unas terribles ganas de vomitar mientras intentas esquivarlo. Ve al 92. 109 Emprendes el camino de vuelta, ya eres mayorcito para colarte en propiedades ajenas. Levantas la vista de tus chanclas y te fijas en una pared que está llena de grafitis. Ahí está escrito: No pensarás abandonar tan pronto… Es una pena, yo te seguiré esperando ya sabes donde. ¿Qué haces? + Sigues de vuelta al hotel, es obvio que te ha sorprendido, pero ya os reiréis de esto si la vuelves a ver al día siguiente en la playa. Ve al 125. + Cambias de opinión y vas a la Casa Abandonada. Ve al 89. 110 Se sienta sobre ti y sientes un placer embriagador, ella marca el ritmo, te dejas hacer, pero sabes que estás demasiado excitado como para aguantar mucho más rato. Cierras
los ojos para concentrarte en la respiración. Es inútil. + Te dejas ir. Ve al 50. + Cambias de postura. Ve al 12. 111 La armadura se siente ofendida por tu postura agresiva y arremete contra ti con la cabeza. Eso te pilla desprevenido y te ves empujado hasta la cama, la cual, cuando caes encima, se empieza a mover. La cama es muy dura, pero qué cojones… Debajo de la gran colcha, a la altura del cabecero, distingues unas gigantescas pinzas. ¡Es un enorme cangrejo! Por la impresión te caes de culo contra el suelo e intentas poner la mayor distancia posible, pero por un lado tienes a la armadura y por el otro el gran cangrejo que parece furioso por haber sido despertado. Ve al 135. 112 Definitivamente no eres un héroe literario, cierras la puerta tras de ti. ¿Qué coño era eso? Cuando recuperas el ritmo de respiración normal, te planteas donde ir ahora. + Atraviesas el arco que hay a tu derecha. Ve al 84. + Harto de esta planta decides probar suerte en el piso superior, ¿habrá algo peor? Ve al 68. 113 El sueño ha sido reparador. Crees que han pasado algunas horas, sin embargo, el sol sigue reluciendo. Sin nada mejor que hacer, emprendes el camino amarillo. Ve al 53. 114 Sus gemidos son embriagadores, pero se oyen golpes en la puerta del rincón, la cual no habías visto. Los ignoras. Con cada embestida oyes menos y te sumerges en el placer, tanto el tuyo como el de ella. Temblando te aferras a sus caderas y te dejas ir, agotado, en ese nirvana de sensaciones.
Ánima Barda - Pulp Magazine
87
88
CRIS MIGUEL – ¿Qué será eso? –pregunta ella intentando recuperar la respiración normal y mirando a la puerta. + Te levantas a ver. Ve al 134. + Decides ignorarlo y seguir recostado con ella. Ve al 30. 115 – Otra vez tú, saco de huesos –te increpa el duende. – Lamento molestarle –dices dando un paso atrás. – Más lo vas a lamentar –amenaza. Tira de ti y te ves dentro del armario. De repente se queda todo oscuro y oyes un plof. + Si tienes un mechero o un zippo, ve al 15. + Si prefieres utilizar el móvil para iluminarte y aún lo tienes, ve al 103. + Si no tienes nada y te quedas a oscuras, ve al 146 116 No puedes dar crédito a lo que ves, ante ti tienes un híbrido, la cabeza y las ¿patas? delanteras son de un mono, pero el tronco y las patas traseras son de un perro. Te quedas embobado mirando la criatura, inconscientemente te acercas más.
De improviso, la criatura gira la cabeza hacia ti, ¿es furia lo que desprenden sus ojos? Parece que va a atacar, ¿qué haces? + Lo tienes claro, intentas distraerle con una de tus chanclas. Es medio perro, ¿no? Ve al 72. + Utilizas tu pollo de goma, lo aprietas y suena. Ya has captado su atención. Ve al 24. + Sabías que la mano de esqueleto te serviría para algo, sintiéndolo mucho te desprendes de ella tirándosela a la extraña criatura. Ve al 88. + En tus bolsillos no tienes nada que te pueda servir así que con el miedo instalado en tus rodillas te pones en posición defensiva. Ve al 48. 117 Tiras fuerte, pero el hacha no se mueve. Le pones empeño y sigues tirando, notas que empieza a ceder. Haces un último esfuerzo y el hacha sale, pero por el impulso te caes de culo al suelo encharcado. “Mierda”, te lamentas. Te levantas evaluando el estado de tus pantalones y sales del baño con el hacha en la mano. Ve al 140. 118 Estás sin habla, tiene la piel muy pálida y en tu fuero interno sabes que es un fantasma, pero tu parte más racional se niega a aceptarlo. – Hola, ¿qué tal? –le contestas. – ¿Quieres ser mi novio? –te pregunta, pestañeando repetidamente. – Soy… –te pasas la mano por el cuello– soy un poco mayor para ti, ¿no? – No –dice sonriendo–, mi papi le sacaba a mi mami doce años. – Ah… –Te quedas sin habla–. Es que yo… ya tengo novia. Y te arrepientes en el mismo instante en que sale de tu boca. – ¡Todos tenéis novia! –grita. Con el miedo atenazándote las venas, te pones rígido contemplándola.
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES Ve al 58. 119 El gruñido es más fuerte y sientes avanzar algo hacia ti. Mueves la llama frenéticamente y tienes que encenderlo más de una vez. Lo que sea que gruña está muy cerca, temerosamente vuelves a alzar el mechero y te topas con un feo troll que suelta espumarajos por la boca. Es el final. Ve al 63. 120 Llegas al pasillo principal, miras las escaleras, suspiras. Tiene que estar arriba. Y te encaminas al piso superior. Ve al 68. 121 Un duende que no debe llegarte por encima de la cintura está sentado sobre un tronco caído. Va vestido de barman y en su mano lleva una copa de color rojo y una guinda en su interior.
– ¿Quién eres? –preguntas harto de ese lugar. – Soy el duende de los tratos. ¿Necesitas algo, muchacho? –te pregunta. – Sí, quiero salir de aquí. – Yo puedo ayudarte, chico. Sólo con un chasquido de mis dedos estarás de vuelta. – Hazlo –le apremias. – He dicho que soy el duende de los tratos. ¿Tienes algo para mí? + Si tienes una bolsa de chuches, ve al 45. + Si crees que la estaca le puede interesar, ve al 67. + Si tienes una zanahoria, ve al 61. + Si no tienes nada que ofrecer, ve al 81. 122 Le subes la camiseta hasta sacársela por la cabeza, lo que te permite ver un sujetador rosa no lo suficientemente grande como para que guarde todo para lo que está diseñado. Le sujetas las caderas y la atraes hacia ti, estás totalmente excitado. Ella te besa y te quita la camiseta. De repente se oye un ruido procedente de una puerta en la cual no habías reparado. + Te dejas de historias y sigues dando a tus manos la libertad que necesitan. Ve al 54. + Ves que ella se asusta un poco, sacas el macho que llevas dentro y te acercas a esa puta puerta. Ve al 90. 123 Abres la puerta y te encuentras el típico cuartucho de limpieza. La cierras sin más. + Optas ahora por la que está enfrente de ti. Ve al 75. + Prefieres avanzar a la puerta de la habitación de al lado. Ve al 51. 124 Ella se acerca aún más a ti. Contienes el aliento, ¿te atacará? Cierras los ojos y de repente sientes algo frío sobre tus labios, los abres y ves que la tienes encima. ¡Te está besando! – ¡Qué suerte tienen algunas! Tu chica está
Ánima Barda - Pulp Magazine
89
90
CRIS MIGUEL arriba –dice y desaparece tan espontáneamente como ha llegado. Por lo menos sabes que está en esta extraña casa. Echas un vistazo a tú alrededor y ves que en la encimera hay un objeto extraño, te acercas y… te sorprendes al descubrir que es un pollo de goma; lo coges, nunca se sabe… ¿Qué haces ahora?
+ Ves que hay una puerta prácticamente cubierta a tu derecha, decides ver que hay. Ve al 36. + A tu izquierda hay un corredor que comunica con el arco que has visto fuera, decides ir por él. Ve al 84. + Investigas a fondo la cocina por si encuentras algo que te puedas ser de utilidad. Ve al 80. 125 Decides evitar la avenida principal porque está llena de turistas y te metes por una calle estrecha donde hay chalets con las toallas en las barandillas. Sólo hay una farola encendida, con lo cual la oscuridad se impone. Aceleras el paso y al final de la calle ves a una figura oscura parada en mitad de la calzada. Conforme te acercas oyes que gruñe. Te detienes dubitativo, ¿qué haces? + Pasas al lado de la figura extraña, seguro que son imaginaciones tuyas y te ignora. Ve al 49. + Te das media vuelta y echas a correr. Ve al 137. + Te enfrentas a ella. Ve al 33. 126 Ella acepta, la verdad es que quieres salir de esa horrible casa. ¿Cómo habrá evitado ella a todos sus… huéspedes? Se acerca a la
ventana, tú te terminas de poner la camiseta. – ¿Has subido por ahí? –preguntas. – Claro –dice ella sonriendo. Eso lo explica todo. La puerta de la izquierda no hace más que sonar, ahora más insistentemente. Ella se descuelga por la cuerda. Pero lo que te ha llevado allí es tu naturaleza curiosa, así que decides abrir esa maldita puerta. Ve al 46. 127 Abres lo ojos profundamente desorientado, qué mal huele… estás mojado y sucio, y tienes… manchas marrones en la camiseta y en los pantalones… ¡qué asco! Sólo recuerdas esos brazos atrayéndote y ¿comiéndote? Por tu aspecto parece que la criatura te ha devuelto o algo peor… Profundamente asqueado sales de ese cutre baño. Ve al 2. 128 Abres la puerta decidido, la habitación parece sacada de un hotel. Hay una cama, una mesilla, un armario… todo muy diáfano, y deduces que será un cuarto de invitados. Te diriges al armario que está a tu izquierda, es empotrado pero la puerta esta entreabierta. ¿Qué haces? + Ya puestos, te acercas a ver qué hay. Ve al 131. + Has tenido suficiente y seguro que Claudia no estará en el armario. Sales de la habitación. Ve al 35. 129 – ¿Qué haces aquí? –preguntas. El vampiro te mira con admiración o tal vez con hambre. – Soy presa de una terrible maldición, hace varios siglos el Clan de los Vampiros me desterró a este horrible lugar por no ser digno de mi naturaleza. – ¿De tu naturaleza? –El vampiro te mira con ojos vidriosos y continúa. – Sí, yo soy muy romántico además de vegetariano. Hubo un tiempo que hasta hicieron
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES historias sobre mí los humanos… –Suspira melancólicamente–. El Clan me dijo que era una vergüenza para nuestra raza, que gracias a mí los vampiros no iban a ser vistos de otra forma. Yo dije que esta manera es mejor, sin sangre, sin matanzas… No me dejaron seguir hablando, me mandaron aquí… Por lo menos me trajeron mi piano. Sientes una profunda pena por el vampiro sensiblero. – ¿Puedo ayudarte de alguna manera? –le dices. – Sí –te tiende una estaca–, mátame. Es la única manera de acabar con mi sufrimiento. Le miras sorprendido, pero sabes que habla completamente en serio. ¿Qué haces? + Le estrechas la mano y le clavas la estaca. Ve al 11. + Las fuerzas te flaquean, no puedes hacerlo. Te disculpas y sales de la habitación. Ve al 105. 130 – Buena elección, muchas veces el paraguas es más peligroso que una bomba –dice el espantapájaros satisfecho. La bañera comienza a levitar lo justo para que pases por debajo al otro lado del pasillo. Ve al 141. 131 Te acercas sigilosamente y abres la puerta. Dentro te encuentras con una criatura pequeña que te llega a la cintura de orejas puntiagudas: el duende. + Si te has tomado la pastilla, ve al 115. + Si ese bicho te parece lo más feo que has visto nunca, ve al 144. + Si te alegras de volver a verle, ve al 47. 132 No tan rápido. El esqueleto se mueve con gran agilidad para tu sorpresa y te bloquea el paso, está realmente enfadado, ¿por qué te habrás acercado a tocarle? Te reprendes. Tira el dado o una moneda. + Si sacas cara o 4 o más, ve al 44.
+ Si sacas cruz o 3 o menos. ve al 92. 133 El duende no opone resistencia y empieza a gimotear en cuanto te ve encima de él inmovilizándolo. Le obligas a que chasquee los dedos e inmediatamente sientes ese cosquilleo en el estómago. Estás regresando. Ve al 21. 134 Tus neuronas aún no han vuelto al sitio que les corresponde y sin pensarlo abres la puerta. Ve al 46. 135 Estás entre las dos criaturas, a la derecha la armadura, enfrente el cangrejo. ¿Qué haces? + Atacas primero a la armadura. Ve al 31. + Atacas primero al cangrejo. Ve al 59. 136 – Oh… las primeras miradas, las primeras caricias –dice…¿risueña?–. Es una chica con suerte, con gustos raros por venir aquí, pero con suerte. Te acaricia la cara, si a eso se le puede llamar caricia, y desaparece. Echas un vistazo a tu alrededor y ves que en la encimera hay un objeto extraño, te acercas y… te sorprendes al descubrir que es un pollo de goma; lo coges, nunca se sabe… ¿Qué haces ahora? + Ves que hay una puerta prácticamente cubierta a tu derecha, decides ver que hay. Ve al 36. + A tu izquierda hay un corredor que comunica con el arco que has visto fuera, decides ir por él. Ve al 84. + Investigas a fondo la cocina por si encuentras algo que te puedas ser de utilidad. Ve al 80. 137 Corres como si te fuera la vida en ello, de hecho crees que es así. Te giras un par de
Ánima Barda - Pulp Magazine
91
92
CRIS MIGUEL veces y la criatura te sigue de cerca. Te das cuenta de que corre ayudándose con los brazos, como si de un gorila se tratara. Tomas una avenida ancha pero no muy habitada que lleva a las afueras del pueblo. Te giras y te das cuenta de que lo que te perseguía no está por ningún sitio. Te sientas en el bordillo para tomar aire. Levantas la vista. “¡No me jodas!”, dices. Estás delante de la Casa Abandonada. ¿Qué haces? + Te levantas y entras en la Casa, ya que estás… Ve al 145. + Te quedas sentado pensando qué hacer. Ve al 17. + Rodeas la Casa para evitar sorpresas y dar más tiempo por si la criatura sigue por los alrededores. Ve al 101. 138 – ¡Oooooh, chuches! Me encantan. Te las arrebata de la mano y con la boca llena te dice: – La chica está arriba en la buhardilla, pero antes tendrás que encontrar las escaleras para subir. –Con una risa traviesa seguido de un plof se esfuma y te deja solo. Sales del cuarto con un destino claro, encontrar esas dichosas escaleras. Ve al 35. 139 Estás temblando, toda la valentía se te ha congelado en las venas. Te da igual que el móvil se haya quedado allí en mitad de la cocina. No volverías a entrar ni muerto. Más asustado que nunca vuelves a mirar a tu alrededor. ¿Dónde vas? + A la derecha, hacia el arco. Ve al 84. + Te decantas definitivamente por el piso de arriba. Ve al 68. 140 Sigues avanzando por el pasillo, te parece ver al fondo una luz. De hecho es la única luz que entra aparte de la de la puerta principal. Sigues avanzando y ves a tu izquierda unas escaleras que suben y a tu derecha una puer-
ta. ¿Qué haces? + Te sientes cansado y prefieres examinar toda la planta inferior primero. Escaleras, ¡qué pereza! Vas a la puerta de la derecha. Ve al 100. + En esta planta no parece haber nadie, si Claudia estuviera por aquí te hubiese oído. Decides ver si está en el piso superior. Ve al 68. 141 El corredor sigue estando a oscuras. Sigues iluminando malamente y por suerte no te das de cabeza con la pared que tienes enfrente. Giras en el último segundo, llevándote sólo un golpetazo en el hombro derecho. Sigues andando y al final del pasillo, a mano izquierda, hay una puerta. ¡Por fin! Ve al 22. 142 Una vez de nuevo en el rellano, ¿por dónde vas? + Sigues por el pasillo. Ve al 99. + Vas a la puerta que tienes en frente al otro lado de las escaleras. Ve al 128. 143 En medio de tu trance, no te percatas de que en un árbol cercano ha aparecido un gato. Esto es demasiado surrealista, piensas. + Si quieres ir a hablar con el gato, ve al 93. + Si te sabes el cuento y prefieres tomar tu camino, ve al 53. 144 – ¿Quién eres tú? –le preguntas intimidado. – Soy el duende de los tratos –dice sonriente. – ¡Oh! –exclamas realmente sorprendido. – ¿Necesitas algo muchacho? –te pregunta. – Hmm… bueno… ¿Ha visto usted a una chica entrar en la casa esta noche? – Te responderé si me das algo a cambio, chico. Buscas en tus bolsillos, ¿qué crees que le
Ánima Barda - Pulp Magazine
JUEGAS O MUERES puede interesar más al duende de los tratos? + Puede que le haga gracia el pollo de goma, se lo ofreces. Ve al 95. + Como buen hijo de tu madre, crees que a todos se nos conquista con el estómago, le ofreces unas cuantas chuches. Ve al 138. + Es lo más valioso que tienes pero, pensándolo bien, ¿a ti para que te sirve? Le ofreces el cuerno de unicornio. Ve al 39. 145 Subes los escalones de la entrada, de cerca parece más terrorífica si cabe. La puerta está entreabierta, empujas. Ves un pasillo escasamente iluminado. Sintiéndote uno de los cinco pero estando solo, entras. La puerta se cierra a tu espalda. “Qué típico”, piensas. Das un paso dubitativo. – Claudia –susurras. Nadie contesta. Oyes una música muy suave. Das otro paso, crees que viene del salón. ¿Qué haces? + Entras a ver de dónde sale esa música. Ve al 85. + No quieres molestar a quien quiera que esté tocando, prefieres seguir por el pasillo. Ve al 105. 146 Te quedas muy quieto, esperando a que tus ojos se acostumbren. Mientras, olisqueas el aire y te das cuenta de que eso no huele como un armario. Una de tus inhalaciones suena más fuerte y te sorprendes. ¡Qué pedazo de pulmones! Entonces oyes dos más… pero tú no eres. Un gruñido gutural llena la estancia, una rendija de tenue luz se cuela por algún sitio y ante ti ves recortada en la oscuridad la silueta de un enorme y feo troll. Muerto de miedo, ve al 63.
placer. Sin ser muy dueño de tus movimientos, te diriges a la puerta. – Esa no es la salid… –Oyes que Claudia dice algo, pero la ignoras inconscientemente. Ve al 134. 148 Os quedáis adormilados, parece mentira que sin conoceros tengáis tanta complicidad, como si dos mecanismos independientes encajaran a la perfección. Suena un fuerte golpe proveniente de la jodida puerta. Os desperezáis y os vestís. – Vámonos, anda –dice ella. – Tengo curiosidad por saber lo que hay – dices. – No seas tonto, seguro que es un perro con rabia y hambriento. –Tira de ti hacia la ventana. – ¿Has subido por ahí? –le preguntas. – Claro, a saber lo que hay aquí dentro. – Tú sabes muy bien lo que hay. – Quiero ver qué es… –Tu curiosidad habla por ti. – No… venga… –Ella pone carita de pena y no te puedes resistir, dejas la curiosidad a un lado. Te descuelgas por la ventana y caéis al césped entre risas. Vais cogidos de la mano, hacia la playa. Es verano y hay que disfrutar. TU AVENTURA HA TERMINADO.
147 Os quedáis adormilados, – ¿Vamos a tomar algo? –propones. – Bueno, vale… –dice ella. Os levantáis y os vestís. Tú estás un poco ido, aún sumergido en la reciente vorágine de Ánima Barda - Pulp Magazine
93
94
BESTIARIO Revisión de las extrañas y retorcidas criaturas responsables de las desgracias de esta publicación.
Carlos Javier Eguren Hernández @Carlos_Eguren
Diego Fernández Villaverde @LordAguafiestin
Cris Miguel @Cris_MiCa
Ramón Plana @DocZero48
J. R. Plana @jrplana
Rubén Pozo Verdugo @RP_Verdugo
Ánima Barda - Pulp Magazine