Ánima Barda reducido nº1 año I (nº16) marzo abril 2014

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Año Uno La revista es de publicación bimestral (versión digital) y se edita en Madrid, España.

Pulp Magazine

Relatos cortos Muerte a la Iluminada - Espada y brujería

Felipe Orce

ISSN 2254-0466 Editor J. R. Plana Cris Miguel Ilustración, diseño y maquetación J. R. Plana Cris Miguel Julio M. Freixa Corrección Eleazar Herrera Prensa Ana Nieto Ánima Barda es una publicación independiente, todos los autores colaboran de forma desinteresada y voluntaria. La revista no se hace responsable de las opiniones de los autores. Copyright © 2014 Jorge R. Plana, de la revista y todo su contenido. Todos los derechos reservados; reproducción prohibida sin previa autorización. Búscanos en las redes sociales: @animabarda www.facebook.com/AnimaBarda Anima Barda (g +)

Núm. XVI

El pistolero del sur - Western Ramón Plana

La única alternativa - Ciencia ficción Eleazar Herrera

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El Resto Unas palabras del jefe - Editorial

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Historias del Pulp - Mini-reportaje

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J.R. Plana

Primer libro de Lankhmar - Reseña J.R. Plana

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CARTA DE LOS EDITORES ¿POR QUÉ LA VERSIÓN GRATUITA ES REDUCIDA? Esa es una buena pregunta que merece una clara respuesta. Estos dos años que nos preceden hemos estado publicando de manera gratuita número tras número, pero ahora, con la llegada del número impreso, hemos tenido que variar la fórmula. Imprimir ha sido el primer paso de una larga cuesta hacia el fin último y celestial: que podamos dedicarnos a la revista de forma profesional, pagando a la gente (¡qué locura!) y que escribir relatos para Ánima Barda sea una forma más de ganarse la vida cuando eres escritor. Es decir, crear un formato de publicación que, inexplicablemente, existe en otros países pero no aquí. Nuestra primera intención era conseguir financiación a través de la publicidad, pero los tiempos que corren, la falta de efectivo y la poca fiabilidad que inspira en general el anunciarse nos han dejado sin esa fuente de ingresos. Por lo tanto, dependemos exclusivamente de lo que obtengamos por vender la revista en las tiendas. Este margen es mínimo (apenas 1 euro por ejemplar), así que decidimos que debíamos buscar otra forma de generar dinero. Y de ahí surgió la idea de crear una versión digital de pago para este número y otra más corta y gratuita, para que los que no puedan pagar al menos tengan algo que leer. Hay unos puntos sobre todo esto que debemos aclarar: 1.- El nº1 digital completo cuesta menos de 1 euro. Veremos qué tal resultado nos da con ese precio. 2.- Va sin DRM (obviamente), lo que quiere decir que podéis hacer copias por si el archivo se os borra. 3.- Incluye todos los formatos de archivo: pdf, epub y mobi. 4.- Seguirá habiendo números gratuitos, no todos van a ser de pago. Ha sido solo una medida especial para el número impreso; cabe esperar que la repetiremos en futuros números impresos. La idea es que mediante la compra de la revista nos ayudéis a seguir creciendo y que pueda haber revista pulp por unos cuantos años. Muchísimas gracias a todos y perdonad el haberos dejado sin número gratuito completo. Si todo va bien, el próximo será digital y estará entero gratis. Firmado, Los editores.


UNAS PALABRAS DEL JEFE

Unas palabras del jefe

J.R. Plana

Sed bienvenidos todos al primer número impreso de Ánima Barda. Entre vosotros a buen seguro habrá muchos viejos conocidos, pero es bastante probable que una buena cantidad de caras nuevas se pase por aquí. Así que, con el permiso de los veteranos, voy a dirigirme a los recién llegados. A vosotros, atrevidos que abrís sin temor estas páginas llenas de vayaustéasaberqué, dejadme que os hable un poco sobre todo este follón. No os voy a contar qué es Ánima Barda (una revista pulp) porque eso está puesto al principio, junto al índice y en pequeñito. Tampoco os voy a soltar una de mis habituales arengas sobre temas filosóficos o morales, ni una disertación sociocultural. Y sí, soy de esas personas que antes de hablar advierte previamente de lo que no va a hablar. Tampoco voy a hablar sobre la pesca del atún, o el tiempo de cosecha del fresón. No, de eso tampoco, si habéis venido buscando las 30 claves para sacar adelante tu fortuna millonaria eso lo dan en el aula de al lado. Yo fui. Y es un timo. Ánima Barda surgió hace dos años. Detrás hay un montón de intenciones y buenos deseos, pero tiene un par que me gustaría que todos tuvierais claro: a) Ánima Barda se hace para ayudar a los escritores en general, y a nóveles o amateurs en particular, a coger la sana costumbre de sentarse a escribir con asiduidad. Eso incluye aprender, pues esperamos que todos los que colaboran con nosotros vayan hacia arriba con cada número. b) Ánima Barda se hace para recuperar un formato de publicación muy popular hace años: la revista pulp, revistas baratas

de literatura de ficción, que creemos que aún tienen cabida. Este objetivo es difuso y amplio, pues conlleva varias ideas detrás que nos gustan mucho, como la literatura a precios asequibles, la literatura sencilla, la literatura como diversión y no obligación, etc. Conclusión: Ánima Barda se hace para ayudar a los escritores y, sobre todo, dar algo más a los lectores. Empezamos como aficionados, pero ahora nos hemos puesto metas más altas. Hemos sacado nuestro primer libro, intentando mantener la filosofía de precios lo más bajos posibles (7,50€) y ahora vamos tras el rastro de algunos más. El objetivo es que esto nos permita dedicarnos a ello lo más profesionalmente posible, para así seguir creando historias divertidas y baratas al tiempo que los escritores tienen otra forma de ganarse la vida además del tortuoso camino de publicar una obra. ¿Y por qué os cuento todo esto? Pues fácil: para que sepáis que, al leer o comprar A.B., estáis ayudando directamente a que sigamos con ello, algo que, y perdonadme que lo diga yo, creo que es bueno. Así que gracias y enhorabuena, ahora el mundo (de la cultura) es un poco mejor. ¿Nos vemos en dos meses?

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HISTORIAS DEL PULP

Historias del Pulp ¿Qué es el pulp? ¿De dónde viene y a dónde va? En Historias del Pulp os introducimos un poco en el estilo que ha marcado la cultura del s. XX y el XXI.

Sobre el pulp y sus repercusiones se puede encontrar información de sobra en miles de fuentes. Lo que con esta sección pretendemos es acercaros toda esa información para evitaros el tener que buscar nada en ningún sitio y haceros la vida más cómoda. Hoy, para estrenar el primer número, una pequeña introducción al pulp. Pulp es el nombre que al comienzo del siglo XX se le dio a un formato de revistas de literatura. Son descendientes de las novelas por entregas del siglo XIX y se dedicaban enteramente al relato y al cuento, tocando muchos géneros literarios entre los que se encontraban, especialmente, la fantasía, la ciencia ficción, el terror y el misterio. El nombre viene del papel con el que se fabricaba la revista, que provenía de la pulpa de madera y era amarillento y de mala calidad, pero que a cambio era barato de producir. Se les llamaba Pulp Magazines, y a partir de los años 30 el término pulp se usó para denominar a la literatura que se desarrollaba en estas páginas. Tenían portadas en color con ilustraciones llamativas, alrededor de 100 páginas y la temática más habitual era el terror, la fantasía, ciencia ficción, relato policíaco, aventuras (con predilección por las orientales), el erotismo, héroes misteriosos o fantásticos, deportes y el oeste. También se encuentran casos más peculiares, como historias de boxeadores (Aparición en el cuadrilátero, de Robert E. Howard es un buen ejemplo) o los pulps de

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temáticas gay o lesbiana. Pulp no es la denominación para un género, sino que hace referencia al enfoque que dieron escritores y revistas. El pulp deja de lado la narración para centrarse en la acción y la intriga, prima el músculo y la espada. Es literatura de evasión y entretenimiento, no se preocupa por la verosimilitud pero cuida la calidad. Fueron muchos los autores que se dieron a conocer o escribieron en este tipo de revistas, y muchos los personajes hoy conocidos que salieron de las mismas. Es quizá Lovecraft uno de los más famosos, y junto a él encontramos a Robert Ervin Howard, Sir Arthur Conan Doyle, Isaac Asimov, Arthur Clarke, Walter Gibson o Jack London. Conan, Fu Manchú, Solomon Kane, el Zorro... son sólo unos pocos de la larga listas de personajes que estos escritores trajeron al mundo entre las amarillentas páginas de estas revistas, que quedaron olvidadas con la aparición del cine o el cómic, este último hijo directo de las historias pulp. Un estilo de literatura con carácter y gancho, adaptable a todas las épocas.


Muerte a la

Iluminada I

L

por Felipe Orce

a culpa de que Arqaul el Licaón se enfrentara a un simio enloquecido, el cual empuñaba un alfanje con la esgrima de un espadachín tosco pero mortífero, se debía a unos ojos cargados de una pasión trascendente… así como a la visión de un cuerpo de mujer que pareciera esculpido por un artista arrebatado o, tal vez, soñado por un dios ebrio de lujuria. Y Arqaul el Licaón, aun en medio de tan singular batalla, podía asegurar que sus ojos no han presenciado bellezas tan sublimes como la de la piel cobriza de Nur La Sarama, tan embadurnada de embriagadoras esencias de palma y aceite de orquídeas que la hacían resplandecer. Por una piel así, por un cuerpo tal, algunos renegarían de sus vidas, de sus posesiones y de sus más sólidas creencias, o iniciarían insensatas guerras y anegarían en sangre las calles de una ciudad como Zadakár La Fabulosa. Pero, por lo visto, hay quienes preferirían ver a esta mujer sin cabeza antes que disfrutar de ella en un lecho de sedas y plumas de pavo. La culpa de que Arqaul el Licaón se halle en tan procelosa circunstancia también se podría echar a quien dice ser su buen amigo, y es responsable de los embrollos a los que se enfrenta el espadachín zadakariano, Tareq Dientesderratón, también Tareq el Tuerto Fabuloso, para otros Tareq Aliento de Carroña, al que el propio Arqaul muchas veces quisiera arrojar a un pozo con cocodrilos. Todo comenzó con un encuentro no tan fortuito en el Fumadero de Opio de Jabol. Ante una mesa baja, con una jarra de licor de menta ácida y una pipa en mano, flotando sobre su cabeza el humo adormecedor del opio, estaba Arqaul el Licaón, toda su figura envuelta en amplios ropajes negros de bribón, su rostro al descubierto con su sempiterna expresión huraña y con el círculo rojo de Saal pintado en la frente, sus penetrantes ojos del color de la miel escrutando al resto de parroquianos y su alfanje sobre sus piernas cruzadas. En el local entró Tareq, con su paso de ridículo truhán soberbio, ataviado con telas rojas y negras, ostentando con desparpajo las quincallas que rodeaban su cuello y su muy notable apéndice nasal. Tareq descubrió la presencia de Arqaul el Licaón y se dirigió a él, sentándose en su misma mesa sin preocuparse de pedir permiso. —Hermano —pues así se ha dirigido siempre la engañosa lengua de Tareq a Arqaul el Licaón—, que los fantasmas de tus antepasados no te persigan en los sueños más oscuros, que las ratas no roan tus huesos, que el Todopoderoso Saal mantenga todas las plagas alejadas Anima Barda - Pulp Magazine 7


FELIPE ORCE

de tu cuerpo… —…que no obnubilen los genios perversos del opio tu prodigiosa memoria, que siempre tengas dientes con los que masticar el pan más duro y que no te abandone el ardor de tu entrepierna, no vaya a ser que prives a Zadakár de tu progenie, que Saal nos proteja de la misma, hermano —concluyó el saludo Arqaul el Licaón, con el sarcasmo que reservaba a Tareq. Ambos bribones estallaron en una carcajada casi gemela, que tantas veces habían compartido. —Benévolo es Saal al permitirme hallarte aquí, hermano Arqaul, pues ocupabas mis pensamientos —dijo Tareq, tras una prolongada aspiración de la pipa de su contertulio, que arrebató con un grácil movimiento—. He oído que has tenido, dos noches atrás, un encontronazo con los Guardianes de las Calles, tras ofender ante una multitud a un hombre santo. Compruebo que tu suerte de canalla no te abandona, hermano. —Sospecho que mi fama se agranda más con las habladurías ajenas que con mis propios actos, pero en lo que atañe a ese santo y a los Guardianes confieso mi culpa en nombre de Saal y todos sus emisarios. Siempre diré que son los demás los que me van provocando, hermano Tareq, es como si mi mísera presencia atrajera las furias de mis semejantes. Dientesderratón adoptó una postura confidencial, inclinándose sobre la mesa hasta que su rostro estuvo a escasos centímetros del de Arqaul: —Si he venido a buscarte a este tugurio no ha sido para departir sobre tus lances cotidianos, hermano, sino para proponerte, una vez más, un negocio, que quizás te reporte una posición de mayor privilegio en nuestra hermosa Zadakár. Imagínate, todas tus ofensas a los Siervos de Saal perdonadas y jamás serías perseguido de nuevo por los Guardianes. —Te tienes bien ganado el título de Aliento de la Carroña, hermano Tareq, 8 Anima Barda - Pulp Magazine

tu mísera boca se llena con frecuencia de promesas vacías. No serán muchos los que me quieran ver elevado sobre mi condición. ¡Ah, malditos todos los dioses de Zadakár! Cuéntame, hermano, en qué consiste esa empresa que, según tú, me traerá tan singulares beneficios. —Tiene gracia que menciones a los dioses, pues lo que voy a proponerte está relacionado con los mismos. Supongo que no conocerás a la mujer sagrada llamada Nur La Sarama. —Ante el cabeceo negativo de Arqaul, Tareq prosiguió, divertido—. Es una chalada que procede del Desierto y predica una nueva fe… —… justo lo que necesita nuestra espléndida ciudad —interrumpió, con un suspiro de evidente fastidio seguido de un largo trago, Arqaul. —Exacto, otra religión para nuestra magnífica Zadakár, como si nunca tuviera suficientes. Pero déjame, hermano, que te cuente lo que te voy a proponer. La tal Nur La Sarama ha conseguido colarse en la ciudad, por su rápida fama y la cada vez más numerosa legión de adeptos que se ha ganado. Hasta ahora ha recorrido los suburbios de Zadakár, las zonas proscritas, el Distrito de Los Despojos, allí donde ningún buen zadakariano se dignaría a ir, y lo mejor es que ha sobrevivido. Imagina el revuelo que ha provocado esa hembra al engrosar su causa con una buena cantidad de pordioseros. Al parecer, esta iluminada ha despertado el interés de algunos individuos poderosos de Zadakár, tanto como para querer preservar el pellejo de la misma y que siga difundiendo la palabra de su dios por toda nuestra ciudad. Imagino que esos poderosos serán resentidos con el credo de Saal e incluso enemigos del Gran Bardo, el cual no abandonaría su palacio aunque Zadakár sucumbiera a la ira de la tierra, y habrán visto una oportunidad de conquistar el poder. Mucha fe tienen, desde luego, para creer que el dios de Nur La Sarama se impondrá al mosaico de deidades y, sobre todo, a Saal, Que Todo Lo Ve Desde Todas


MUERTE A LA ILUMINADA

Partes. Ya sabes, hermano, que soy partidario de la indiferencia religiosa, que me basta con intuir que Saal revolotea sobre nuestras cabezas, sopesando nuestros crímenes y nuestros aciertos para retribuirnos en la otra orilla. La cuestión es que esos tipos poderosos han recurrido al buen hacer de un servidor con el fin de conseguir escolta para la peregrinación de su mujer sagrada por las calles de Zadakár. Dicen que dirigirá sus pasos hacia La Cola del Dragón, y ya sabes que allí se concentran, en alegre tumulto, todas las religiones que se disputan el alma de nuestra ciudad. —Y el resto de iluminados y santones no están dispuestos a que una advenediza les arrebate acólitos, por eso, la querrán ver muerta. No me digas más, has pensado en mí para que sea el encargado de vigilar el sagrado culo de esa loca del desierto. —Eso es, mi querido hermano, tu labor será vigilar su sagrado, y también hermoso, culo, pero no serás el único. Te acompañarán otros cuatro espadachines experimentados, aparte de su cohorte de fieles que estarán dispuestos a morir por ella. —Espadachines experimentados, dices… Quiero ver cómo son de experimentados cuando estemos en problemas. Porque imagino que nuestros pellejos no van a estar a salvo mientras seamos comparsas de la profetisa. —Imaginas bien, hermano. ¿Cuento contigo como escolta de Nur la iluminada? —Arriesgaré mi mísero pellejo y trataré con una fanática más. ¿Pensabas que me negaría? —Y con otra carcajada compartida, los dos hombres zanjaron su conversación.

II

A

sí Arqaul el Licaón fue llevado ante la mujer llamada Nur La Sarama. Ella aguardaba, junto con un grupo de doncellas pintarrajeadas como mujeres espectrales, en el sótano de una tienda de telas y especias. Allí también estaban los otros cuatro escoltas, cuyas expresiones oscilaban entre la adustez más pétrea y cierto interés lúbrico por la mujer sagrada. Nur La Sarama se exhibía en su completa desnudez, sin remilgos y ni siquiera una sencilla alhaja. En sus labios se dibujaba la sonrisa irreductible propia de los fanáticos, orgullosos de sus conquistas. Las muchachas peinaban con suma delicadeza la exuberante melena negra de la iluminada. Los oscuros ojos de Nur, que parecían encerrar los más profundos abismos, escudriñaban con curiosidad el semblante de Arqaul el Licaón, como si quisieran descifrar cuánto callaba. Y aquella, pudo confirmar el espadachín, era una mirada en verdad hechicera, y su dueña, tal como insinuara Tareq Aliento de Carroña, era una mujer turbadora por su sola belleza. —¿Así que tú eres el famoso Arqaul el Licaón? —preguntó Nur La Sarama. —No hay otro que responda a ese nombre en toda Zadakár —respondió el susodicho. —Dicen que tienes fama de burlarte de todo lo sagrado, que no respetas el nombre ni la ley de ningún dios —señaló Nur La Sarama, y Arqaul el Licaón no supo si había ironía en aquellas palabras, o si, al contrario, contenían un reproche. —Si he sido, soy y seré un sacrílego, ya rendiré cuentas ante Saal El Único Que Sabe. O me postraré ante el Buitre Dorado, que devorará mis entrañas por toda la eternidad. O Kaarsaan, Señor de las Aguas, me ahogará en el pozo más profundo. ¡Espero que no todas las deidades y genios reclamen una deuda conmigo cuando parta de esta vida! La sonrisa de Nur La Sarama se hizo más amplia, como si la irreverencia de Arqaul Anima Barda - Pulp Magazine 9


FELIPE ORCE

el Licaón no la molestara. Nur abandonó su rigidez altiva y se acercó al espadachín; su paso era engañoso, por un momento pareció cercana, una mortal cualquiera, una chica que podría hallar en algún tugurio de Zadakár ofreciendo su cuerpo al mejor postor. Pero sus ojos transmitían una fuerza que abrumaba, que enturbiaba la voluntad de aquel que se atreviera a sostenerle la mirada. A Arqaul le contrariaba el desasosiego que los ojos de Nur La Sarama despertaban en 10 Anima Barda - Pulp Magazine

él.

La mujer tocó con dos dedos aterciopelados el círculo rojo de la frente de Arqaul. —¿Acaso ése que exhibes no es un signo de creyente? —le interrogó Nur La Sarama—. ¿Un símbolo de Saal? —Tengo mis supersticiones, profetisa, y éste es un símbolo de protección. De todos modos, mi vida se la debo a mi acero y a la suerte.


MUERTE A LA ILUMINADA

—A mi lado no necesitas más protecciones. Una espada siempre puede quebrarse o caer de la mano, y la suerte no brinda sus favores siempre. ¿Todavía desconoces al dios cuya palabra predico, bruto? Te olvidarás de Saal, el todopoderoso holgazán, y los demás dioses de Zadakár cuando tus ojos contemplen los milagros que obra Ummu, el Gran Rey Toro del Desierto, que traerá la redención a todo aquel que le abra su corazón y la luz que desterrará la oscuridad en la que viven los hombres. Arqaul el Licaón ya había escuchado innumerables veces un discurso semejante en otras bocas, no tan hermosas pero sí tan llenas de fanatismo como la de Nur La Sarama. —Tú lo has dicho, santona, cuando vea el rostro de tu dios toro y sus actos, puede que reconsidere mis creencias. Ante este comentario, cambió la expresión del rostro de Nur La Sarama, que se tornó más severo e indescifrable. La profetisa enseguida recuperó su pose soberbia y regresó, con un paso distinto, de reina orgullosa que caminara junto a los dioses, al círculo de sus entregadas servidoras, que extendieron sus manos ávidas a su adorada. —Lo verás, aunque no seas digno — concluyó así la conversación Nur La Sarama, con voz gélida. Arqaul el Licaón, con una media sonrisa cargada de ironía, y manteniéndose frente a la mujer sagrada y no a sus espaldas como los otros escoltas, se dedicó a observar cómo la desnuda piel de Nur La Sarama era embadurnada con esencias y aceites que la hacían aún más deseable, cómo escribían en su rostro la exquisita caligrafía de filigrana de las tribus del desierto, lo que no le restaba nada de atractivo. Nur era consciente de cómo la contemplaba aquel hombre insolente y renegado de los dioses, por ello le sostuvo la mirada y su boca volvió a mostrar aquella sonrisa victoriosa, la sonrisa de quien quiere ver al mundo sometido a su voluntad. Arqaul llegó a la conclusión de que

Nur La Sarama era una mujer peligrosa, y el escalofrío que acompañó a este pensamiento no lo tranquilizó en absoluto.

III

L

as calles de Zadakár la Madre de Trampas acogieron la comitiva de Nur La Sarama con inesperada expectación y un silencio inicial. Los cinco escoltas, Arqaul el Licaón, Orzak, Sarel El Salamandro, Yavulan y Emrakut, se hallaban integrados entre los acólitos más próximos y fervorosos de la iluminada, disimulados hasta cierto punto, aunque un ojo sagaz los reconocería al instante. Pronto la tibieza de los zadakarianos se vio desplazada por estallidos de júbilo, lo que desconcertaba a Arqaul el Licaón. Acaso fuera el embrujo de la piel desnuda y aceitada de la mujer, que despertaba el apetito de los varones. O quizás el fulgor apasionado de sus ojos, que transmitían su exaltación a todo aquel a quien ella mirara. Pudieron ser sus palabras, tan infladas de ardor, tan bien dirigidas a los oídos adecuados, los de los muchos miserables que pueblan Zadakár. También podría ser ese raro magnetismo que la envolvía como una segunda piel, y quién sabe si podría ser su dios, ese Rey Toro del Desierto, que la acompañaba. La cuestión es que Nur La Sarama estaba consiguiendo lo que perseguía, que se sumaran, y con gran entusiasmo, nuevos adeptos a su legión de fieles. El desfile proseguía triunfal por los callejones de Zadakár y entre las multitudes curiosas que se agolpaban a ver y a escuchar a la mujer sagrada venida del desierto, cuando aparecieron los ancianos y automutilados Anima Barda - Pulp Magazine 11


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que representaban a los adoradores de Grauz el Emperador de las Pestes. Era un espectáculo cómico ver a aquellos ridículos espantajos enarbolando espadas, puñales y hoces que parecían escapárseles de las manos. Pero Arqaul el Licaón no rio, porque sabía que la locura podía inspirar la mayor de las fuerzas; y porque los adoradores de Grauz irrumpieron atravesando y amputando los cuerpos de los desdichados más próximos, para abrirse paso hasta la emisaria de Ummu. Arqaul y sus compañeros reaccionaron con la misma celeridad y desenvainaron casi al unísono sus aceros, deteniendo a aquellos asesinos esperpénticos. Pero no fue fácil librarse de ellos, pues presentaron batalla con fiereza y la mayoría aguantó unas cuantas estocadas antes de caer destripados o sin cabeza. Ni siquiera la escolta de Nur La Sarama salió tan bien parada como hubiesen esperado: Yavulan y Orzak se llevaron varias heridas,… y Sarel el Salamandro fue derribado por cinco ancianos y un desfigurado que hundieron sus armas en su carne como si fuera un animal en un matadero. Un viejo loco que agonizó ensartado en el alfanje de Arqaul tuvo tiempo de decir esto: —Esa... esa bruja... trae... un demonio. Arqaul el Licaón, en aquellos momentos, desconfiaba de todos los que observaban la procesión. Cualquiera podría atentar contra Nur La Sarama. Y los hechos confirmaron sus sospechas. Alguien arrojó, con precisión y demasiada buena puntería, una cobra, que acabó enredada y mansa en las manos de la iluminada, la cual no abandonaba su sonrisa. Un individuo desesperado se arrojó con un puñal curvo y con diamantes incrustados para acabar ensartado en el alfanje de Emrakut. Luego aparecieron los simios espadachines, aullando como posesos, quizás hipnotizados por algún hechicero. Cayeron sobre el tumulto de acólitos de Nur La Sarama, provocando una masacre más 12 Anima Barda - Pulp Magazine

brutal que la de los desdichados fanáticos del Emperador de las Pestes. El pánico se extendió como un fuego devorador, y muchos fueron los muertos. Los cuatro escoltas que quedaban cerraron filas en torno a la mujer sagrada y formaron una barrera mortal de acero, parando ataques con destreza, dibujando espirales en el aire que mutilaron manos, abrieron alguna garganta y destriparon a los monos más incautos y torpes. Parecía que los simios caían como polillas quemadas por la llama de una vela, hasta que dos de ellos consiguieron herir a Orzak en las piernas y luego decapitarle. Le siguió Yavulan, casi partido por la mitad. Sólo quedaban Emrakut y Arqaul el Licaón, que no dejaban de danzar como letales saltimbanquis en torno a Nur La Sarama mientras surcaban el aire con sus aceros y concedían el don de la muerte. El combate concluyó con el último simio exhalando su último suspiro a los pies de Arqaul. A éste le impactó la expresión de horror en el rostro de su víctima, y maldijo en silencio las oscuras brujerías que proliferaban no tan secretamente por Zadakár. Arqaul reservó un puesto a los dioses en su blasfemia. Por fortuna, la peregrinación de Nur La Sarama no conoció más altercados hasta su fin. Y el fin era el Gran Templo de Saal en el distrito de la Cola del Dragón, uno de los muchos santuarios dedicados al dios que poblaban Zadakár. Nur La Sarama penetró en el edificio con el porte de una conquistadora, y Arqaul el Licaón pensó que, si ella chasqueara los dedos, bastaría para que el edificio se derrumbara. —Contempla, hombre sin dioses, mi gloria, que es la gloria de Ummu —estas palabras las dirigió Nur La Sarama a Arqaul, que la veía encaminarse hacia el altar, el núcleo del templo—. Vuestro venerado Saal abandonará este edificio en manos de mi señor en cuanto demuestre su magnificencia. Nur La Sarama se alzó sobre el altar, la piedra piramidal sobre la cual los santones de Saal recitaban de memoria a las multitudes


MUERTE A LA ILUMINADA

que allí se congregaran el mensaje inviolable de El Que Todo Lo Ve. La mujer alzó sus brazos e invocó el nombre de Ummu con energía: —¡Ummu, Rey Toro del Desierto, escucha a tu mensajera! ¡Manifiéstate en este miserable lugar! ¡Enseña a los hombres tu faz y tu poder, que tiemblen ante tu grandeza! Acto seguido, un vendaval venido de cualquier parte se esparció por el interior del recinto y envolvió el cuerpo de la profetisa, que pareció elevarse unos cuantos palmos del suelo. Los desgraciados que la adoraban se arrojaron, llenos de asombro a la par que de congoja, al suelo, clamando por igual el nombre de la mujer y el de Ummu. Arqaul, que no se había arrodillado como tampoco lo hizo el otro escolta aún vivo, Emrakut, observaba aquel espectáculo con demasiado recelo. El templo se llenó de un grito desgarrador, que no procedía del misterioso viento ni de garganta humana. El suelo se estremeció con notable violencia, y pareció que fuera a hundirse. Arqaul el Licaón creyó ver extrañas y retorcidas formas en el aire, y no pudo evitar recordar las palabras del adorador de Grauz. “Esa bruja trae un demonio”. El ataque fue inesperado, pero no lo suficiente como para que Arqaul no lo detuviera con un ágil movimiento. Emrakut había dado el primer paso y se dispuso a continuar. —Insignificante zadakariano, no ofrezcas demasiada resistencia y acepta el honor de ser sacrificado en nombre de Ummu —dijo el hasta ahora silencioso Emrakut. La traición no sorprendió demasiado a Arqaul el Licaón: le bastaba con ver la piel desnuda de Nur y recordar la demencia de sus palabras. Así se inició el brutal combate entre los dos espadachines. Emrakut procuró no dar el mínimo respiro a Arqaul, pero éste se defendió con bastante rapidez de cada agresión. Arqaul no pudo detener, sin embargo, dos ataques. En el primero, la hoja de Emrakut rozó su mejilla izquierda, por debajo del ojo, y fue algo más que un rasguño. El segundo se aproximó peligrosamente al costado derecho y poco le faltó para hundirse en las costillas. —Escúchame, bastardo —espetó Arqaul, mientras los dos alfanjes entrechocados rechinaban—. Pienso lucir estas cicatrices con orgullo, pero tú... tú no sobrevivirás a este día y tu espíritu vagará entre los muertos balbuceando mi nombre. Como si aquella bravata le hubiera infundido la fuerza que antes no tenía, Arqaul el Licaón contraatacó, haciendo retroceder a Emrakut. En los ojos de éste, hasta entonces impertérrito, se podía advertir un destello de sorpresa. Aunque llegó a contener las acometidas de Arqaul, Emrakut se sintió acorralado. Un movimiento casi imperceptible le arrebató su espada de las manos y concluyó con el acero de Arqaul abriéndose paso desde el vientre de Emrakut hasta su esternón. —Perra del desierto, te voy a enviar a ti y a tus conjuros al reino de tu dios demonio — masculló Arqaul, que se dirigió hacia Nur La Sarama con una fría determinación, aferrando con todas sus fuerzas la espada. El alfanje, sin experimentar Arqaul rastro de debilidad ni duda alguna, atravesó la espalda de la iluminada. Nur La Sarama se desplomó, y con su muerte se desvanecieron los extraños fenómenos que invadieran el templo. Arqaul se alejó, con un regusto amargo, del hermoso cadáver de Nur, que ahora parecía una niña desamparada, y pasó por entre los estupefactos acólitos. El espadachín pensaba que Zadakár nunca estaría libre de matanzas absurdas en nombre de los dioses más variopintos. Y, mientras, Saal seguiría sobrevolando las cabezas de fieles y blasfemos, observándolo todo.

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el PISTOLERO del

S

sur

oy de la Pinkerton, y llevaba más de dos meses sobre el caballo para llegar a Montana. Aún me parecía mentira cómo se produjeron los acontecimientos, y me veía entonces envuelto en una misión en la que tenía interés el propio Lincoln. Todo empezó en la oficina de Chicago, cuando me llamó el capitán. —Pasa Matt, tengo un trabajo para ti —comentó mientras por revolvía y separaba unos papeles—. Tienes que ir a Stanford, un Ramón Plana pueblo de Montana. Parece que hay un individuo del sur que está estafando a los lugareños. Eso a los que no ha matado. Se cree que intenta quedarse con la comarca para criar ganado y especular con la carne. Es evidente que se está aprovechando del final de la guerra y de que la ley aún no ha llegado a todas partes. Creemos que el sheriff está de su lado. —Levantó la vista para mirarme—. El error que ha cometido es que uno de los muertos era el sobrino del presidente, y al conocerse el hecho se ha despertado la indignación de su ilustre tío. Ha hablado con el jefe, quiere que castiguemos a los culpables y acabemos con la situación. En tus manos lo dejo. Tienes carta blanca. Pásate por intendencia para que te den todo lo que necesites —dijo, extendiéndome los papeles con las órdenes presidenciales—. ¡Ah! Y llévate munición de más. Te hará falta. Te veré dentro de tres meses. Después de cruzar Illinois, Iowa y Dakota del Sur, llevaba varios días cabalgando en Montana hacía las montañas. La mayor parte del terreno estaba compuesto por grandes llanuras onduladas, verdes de pasto y con abundante agua. No me extrañaba que el individuo aquél quisiera quedarse con una buena parte para engordar cuanto más ganado mejor. La guerra había terminado hacía apenas dos años, y la necesidad de reconstruir el país y levantar la economía era acuciante, además por todas partes la gente demandaba carne. Me hacía gracia que me mandasen a mí, que también era del sur, para acabar con un rebelde. Había algo irónico en la situación. Dejar que los rebeldes se mataran entre ellos. 14 Anima Barda - Pulp Magazine


EL PISTOLERO DEL SUR

Yo nací en Georgia, mi padre era el juez Bradley, y teníamos una plantación de algodón. También teníamos un hobby: disparábamos sobre todo lo que veíamos. El motivo era que Samuel Colt y mi padre eran amigos desde la infancia, y continuamente estábamos probando las armas diseñadas y fabricadas por él. Samuel pasaba muchas temporadas en mi casa, con disgusto para mi madre y alegría para mí y mis tres hermanos. En mi casa a las moscas se las mataba a tiros. Las botellas se abrían a tiros. Nos llamábamos a tiros. Lo que no se podía hacer a tiros, no lo hacíamos. Así que, en mi acémila, debajo de la lona embreada con mi muda, mi capote, la sartén, la carne seca, la harina, las alubias, el café y la sal, llevaba abundante provisión de municiones para mis armas. Consulté mi brújula, debía ir en dirección noroeste, el aire estaba fresco y amenazaba lluvia. Estaba atardeciendo y era hora de buscar un cobijo para pasar la noche. Un movimiento rápido en los arbustos a unos quince metros a mi derecha me alertó, y antes de darme cuenta sonó mi colt 38 abatiendo un despistado conejo. Ya tenía la cena. De algo me tenía que servir el haber probado tantos revólveres durante mi juventud. Desenfundar y disparar se había convertido para mí en un acto reflejo totalmente involuntario y, a veces, descontrolado. Recogí la pieza y me aproximé a un arroyo donde una formación rocosa y algunos árboles me ofrecían protección. Allí, con la tela embreada improvisé un cobijo para mí. A mi caballo pinto y a la acémila les dejé pastando cubiertos por las ramas de un grupo de árboles. No se alejarían estando cansados del viaje. El fuego y un café caliente me supieron a gloria mientras se asaba el conejo. Luego me serví un poco de whisky. ¡Dios, cómo me gusta mi trabajo! La noche fue agradable de temperatura y no llovió, lo cual me permitió dormir plácidamente y reponer las fuerzas. Mi pinto me avisaría con su relincho si se acercaba un

puma o algún intruso. A la mañana siguiente, después del desayuno, monté en mi mesteño y me puse en marcha. Si no me equivocaba, a medio día llegaría a Stanford. Desde que salí de Chicago había pensado bastante sobre el caso, tenía decidido hablar primero con el sheriff para ver de qué lado estaba, luego intentaría contactar con los ciudadanos que aún no habían cedido a las amenazas, para que me situaran, y por último hablaría con el individuo para convencerle de que abandonara la idea de matar a más gente y devolviera lo robado. O quizá lo hiciera al revés: primero hablar con los ciudadanos y luego con el sheriff. El capitán me dijo que yo era el más indicado para resolver la situación a gusto del presidente, y me figuro que no lo diría por mi diplomacia o por mi habilidad negociadora. A medio día avisté el pueblo y en un par de horas entraba en la herrería. Me acerqué a un sujeto fornido, cubierto con un delantal de cuero y que golpeaba sobre una fragua. —Buenas tardes —dije—, ¿puedo dejarle el caballo y mis cosas? —Claro, amigo —respondió con una sonrisa amable—, baje del caballo y refrésquese, hay agua fresca para beber en la cántara colgada. —Gracias. Me gustaría que le revisara las herraduras a mi montura y mi acémila. —Eso está hecho. Tiene usted un bonito caballo pinto —dijo palmeándolo. —Sí. Es un mesteño muy fuerte y rápido. —¿Mesteño? —me miró con sorpresa—. Caballo sin doma. Por estas tierras no se ven muchos. —Sí. Bueno, le dejo aquí mis cosas. ¿Hay hotel en el pueblo? —Quizá encuentre cama en la cantina. Y si no, la última casa saliendo del pueblo es de una viuda que a veces coge huéspedes, es muy limpia y buena cocinera. —Gracias señor. Luego vendré a por mis cosas. —De nada. Me llamo Pete. Aquí me tendrá. Anima Barda - Pulp Magazine 15


RAMÓN PLANA

Me sacudí el guardapolvo y lo doblé sobre las alforjas. De refilón vi cómo el herrero miraba mis armas con asombro. Mi Colt 38 en su funda, a la derecha, sobre mi cadera y un poco inclinado hacia adelante. Mi Colt Navy del 1866 del calibre 44, cómo mi carabina Henry, cruzado a la izquierda con la culata hacia fuera, en una funda recortada que dejaba al aire el final de su largo cañón. —¡Amigo! —exclamó con admiración—, usted sí que va bien armado. No había visto un Colt Navy como el suyo. —Sí. Es un prototipo. Se fabricarán en serie el año que viene. —Es un arma estupenda. Espero que no sea usted un pistolero —comentó con una sonrisa. —No. No lo soy, pero le agradeceré que me guarde el secreto o se meterá en problemas. —¡Qué alivio! No se preocupe, si quiere pasar por pistolero cuente conmigo. Caminé sobre la acera de tablas acercándome a la cantina. Empujé las puertas batientes. La frescura del bar y su penumbra me resultaron agradables después del calor y el polvo del viaje. A esa hora el local estaba casi vacío. Me aproximé a la barra, pedí una jarra de cerveza y un whisky, pagué y con ellos en la mano me senté en una mesa al fondo del local de cara a la puerta a esperar los acontecimientos. ¡Dios, cómo me gusta mi trabajo! Estaba pensando en la manera tan tonta en que se había desarrollado la conversación con el herrero sobre si era o no un pistolero y por qué quería mantenerlo en secreto, cuando se abrió la puerta y entraron los acontecimientos. Eran tres, y se fueron a una mesa a jugar al póker. Su aspecto de matones lo decía todo. Ninguno me miró. Por lo cual deduje que habían hablado con el herrero. Dos tragos de cerveza después, entró un cuarto frotándose los nudillos, y se sentó con los otros. Un trago de whisky después, entraron una mujer delgada y un hombre mayor con pinta de ranchero. La mujer 16 Anima Barda - Pulp Magazine

delgada era muy desenvuelta y debía de trabajar en la cantina, porque me miró con curiosidad y se le iluminaron los ojos. Se acercó a mí insinuante. —Hola vaquero. —No soy vaquero. —Pues, hola machote. —No te voy a invitar. —Qué desagradable eres, aún no te he dicho nada. Como su tono de voz era alto, se oía en toda la cantina. Uno de los cuatro del fondo se levantó. —¿Te ha insultado, Flaca? —Aún no, pero no tardará. Dice que no me quiere invitar. Se aproximó hacia mi mesa. Era feo y tenía la nariz torcida de tal manera que probablemente solo olía lo que hubiese a su izquierda. —Amigo, pídele perdón a la dama o te vas a arrepentir. Luego invítala a lo que quiera. Y de paso nos invitas a nosotros cuatro, ¿verdad chicos? Las carcajadas del fondo llegaron claras. El matón se me acercó amenazador. —Escucha imbécil —le dije muy bajo—, si no te vas te voy a poner la nariz mirando al otro lado, después te romperé la rodilla derecha de un tiro y luego te mataré. El matón me miró sorprendido. Se enderezó e intentó sacar su revólver. Mi guantazo le pilló desprevenido, la nariz se le cambió de lado y del dolor cayó al suelo. Desde allí intentó sacar el revólver otra vez. Mi Colt 38 sonó y su rodilla derecha saltó por los aires. Se hizo un silencio sepulcral en la cantina. Como mi mano estaba otra vez vacía, los matones se decidieron a levantarse con ánimo de vengar a su compañero. Aquí se demostró la importancia de elegir el sitio correcto en las cantinas: como yo estaba en una mesa al fondo, no se me veía bien, pero como ellos estaban en una mesa al lado de la puerta, estaban bien iluminados. Esta vez apareció mi Colt 38 en la mano derecha y el Colt Navy en la izquierda, y


EL PISTOLERO DEL SUR

comenzaron los disparos. Nueve en total. Todos míos. Cuatro fueron para liquidar a los matones, y los otros cinco para abatir a otras tantas moscas. Molestas e inútiles moscas con su volar necio y errático. Había que practicar. A la Flaca y al cantinero no los volví a ver. ¡Dios, cómo me gusta mi trabajo! Repuse la munición y enfundé los revólveres. Desde luego mi estrategia no iba como la había pensado en estos dos meses. Pensé en ir a visitar al sheriff, pero me acordé que debía ir antes a charlar con los ciudadanos. Entonces me acordé del hombre mayor con pinta de ranchero que había entrado con la Flaca. Lo encontré agachado detrás del mostrador. A lo mejor era uno de los ciudadanos honrados. Se lo pregunté. —No sé qué decirle. Desde luego yo no estoy comprando tierras a nadie, ni quiero vender las mías. —Eso me basta —le respondí sin saber qué quería decir—. ¿Cómo se llama el confederado que está comprando tierras y, si no se las vendes, te mata? —¡Ah! Se refiere usted al señor Madsen. Lo ha definido muy bien. Lo encontrará en el segundo piso de esta cantina, que es suya. Pero permítame avisarle que estos individuos que ha matado forman parte de su grupo de matones, y aún quedan otros cinco que estarán a punto de llegar. Yo que usted me iría. —¿Sabe usted si el herrero también es un hombre de Madsen? —le pregunté por salir de dudas. —No. Pete es un idiota y un soplagaitas, pero no es de Madsen. No hace falta que lo mate. Subí la escalera y me fui a la puerta del fondo porque siempre están ahí los malos. En la puerta del fondo. Antes de que llamase, oí una voz que me decía que entrara. Me asomé y allí estaba, un hombre del sur elegantemente vestido, y sirviendo un par de copas de coñac. —Pase, le estaba esperando. Me alargó una de las copas, pero no hice

ademán de cogerla. —Como quiera, aquí se la dejo. —La puso en una mesita entre los dos y me miró—. ¿Quiere usted unirse a mí? Hay negocio para todos en el engorde de ganado y la venta de carne. —Mire Madsen, se ha equivocado matando al sobrino de Lincoln. Nunca le dejarán en paz. —Bueno, puedo ofrecerle el dinero que tengo en la caja fuerte si me deja escapar. Mire. Se giró, abrió la caja fuerte y cogió un montón de dinero con una mano y un revólver con la otra. Así que le pegué un tiro en la cabeza. Como una mosca. Me bebí el coñac, estaba bueno. Bajé otra vez a la cantina. Allí me estaban esperando los cinco matones restantes. De nuevo hablaron mi Colt 38 y mi Colt Navy. Hubo once disparos. Todos míos. Cinco para los sicarios. Seis para las moscas. El sheriff desapareció y no lo vi, aunque estuve dos semanas en casa de la viuda descansando. El herrero era bueno pero simple. Los ciudadanos honrados tardaron tres días en atreverse a salir a la calle. Luego nos hicimos amigos. Me regalaron una pequeña porción de tierra entre todos, para un rancho, tiene una casa pero no sé si iré alguna vez. Tardé dos meses más en volver a Chicago. El presidente me condecoró a mí y a la agencia Pinkerton. Y yo estoy esperando mi nueva misión. ¡Dios, cómo me gusta mi trabajo!

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LA RESEÑA

Primer libro de Lankhmar por J.R. Plana yo, que aún vivía entre la inconsciencia, que aquella era una novela digna de vitrina y que l lugar lógico para encontrar una ahora guardo entre mis bienes más preciavoz de otros tiempos es un cemendos? Pero mira, si no hubiera vivido en la igterio de otros tiempos”. Así lo dijo norancia después la sorpresa no habría sido Lovecraft en En las montañas de la locura y yo tan grata. no puedo estar más de acuerdo con él. CuanAdaptado al cómic y a juegos de mesa, Fado quieres leer ciertos géneros más propios fhrd y el Ratonero Gris (yo lo leo como Fafard, de otros tiempos —como, por ejemplo, espero con la segunda a casi muda), para el que pada y brujería— tienes que rebuscar entre no lo sepa o le pille despistado, es uno de las novelas de otros tiempos, donde los pilares básicos y clásicos de la todo era, sin duda, mejor que lo literatura de fantasía y del géde ahora. nero espada y brujería, una Me acuerdo que, cuanserie de relatos que sendo me pasó, fue algo tan taron las bases para un emocionante como sinfín de obras moencontrarse una ardernas así como juemadura épica en el gos de rol y tablero botín más anodino. —Dragones y MazHace unos años morras tuvo que descubrí que entre pagar derechos de los libros que mi autor a Lieber—. padre había resFritz Leiber, el catado de sus viepadre de la criatujas y polvorientas ra, trajo al mundo a cajas de cartón, se estos dos personajes encontraban joyas de con ayuda de un amiun valor incalculable. “Primer libro de Lankhmar” go suyo (Harry Otto Algunos Tarzanes, unos Frit Leiber. Fischer), cuando los dos cuantos de ciencia ficción, Gigamesh. se proponían diseñar un juenovelas del oeste de estas de 704 páginas. 28.50 €. go de tablero y crear una serie bolsillo, unos de terror… Edide relatos ambientados en ese munciones viejas con páginas amarillas y do. “Pero ¿qué tienen de especial Fafhrd y olor a polvo y estantería. Un encanto de liel Ratonero?”, os estaréis preguntando. Muy bros, vamos. Pero hubo uno en particular que sencillo: son la “evolución” y diversificación rescaté entonces porque algo me decía que de Conan, asentaron el género, le dieron mapodía ser más especial de lo que aparentaba. tices nuevos y crearon el suelo sobre el que Bajo el título “Espadas y Demonios” y una se asientan los conceptos que tan a menudo portada de fantasía que a mí se me antojaba vemos hoy en día en la fantasía heroica. Qué de lo más ridícula (y para nada relacionada serio suena todo esto, ¿verdad? con el interior, por supuesto), se escondía el Si Conan era un solitario deambulador, primer tomo de las aventuras de Fafhrd y el Fafhrd y el Ratonero Gris son una pareja de Ratonero Gris. Fue un subidón de adrenalina aventureros y amigos que se unen por la cauen toda regla. ¿Cómo saber en el momensa (pasárselo bien y sacarse un par de tesoto de sepultarlo tras montones de papeles,

E

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LA RESEÑA

Chicago, 1910 San Francisto, 1992

Hijo de actores, Fritz Leiber creció fascinado por el mundo del teatro, algo que a la postre influyó en sus obras. Destaca especialmente en el campo

del relato, donde se encuentra enmarcada la serie de relatos de Fafhrd y el Ratonero. Influenciado por Lovecraft, Graves o Jung, Leiber es a su vez el precursor de la fantasía y el terror modenos.

ros), algo que, como sabréis los aficionados al rol, es el punto de partida de cualquier juego. Leiber añadió picaresca, ambición, lujuria y dioses oscuros, cosas que nunca están de más. Pero dejemos de centrarnos en lo que ha significado Fritz Leiber para la espada y brujería y hablemos más de este libro. Es un buen libro, al margen de lo trascendental que resulte, un muy buen libro que merece ser leído si te gusta la espada y brujería y la fantasía heroica. Comenta Pau Martínez en la presentación del libro (estamos hablando de la edición de Gigamesh, por si alguien se ha perdido) que el echa de menos las viejas recopilaciones e historias que cabían en un solo volumen y que se leían del tirón en un fin de semana (un poco lo que intentamos recuperar en Ánima Barda). Esas historias en las que no necesitabas 300 páginas de introducción, sino que empezaban a pasar cosas desde el segundo párrafo. Bueno, pues así son las historias de Fafhrd y el Ratonero, en los 80 publicadas por Martínez Roca y gracias a Dios recuperadas ahora por Gigamesh en este gigantesco tochal, que sin duda se convertirá en una biblia para el género. Historias que van al grano, rápidas, ágiles y con infinidad de aventuras, características muy propias del estilo pulp. He de advertir que quizá al principio se pueda hacer cuesta arriba meterle mano al libro. Las mujeres de la nieve, el relato que presenta a Fafhrd, me parece un poco aburridillo (cuestión de gustos). Pero inmediatamente después llega El cáliz impío y te vienes arriba

Fritz Reuter Leiber

con la historia del Ratonero, para después caer en las garras de Aciago encuentro en Lankhmar, relato ganador de varios premios y uno de mis más claros favoritos. Y ya ahí, en el colofón del primer tomo, Espadas y nigromantes, sabes a ciencia cierta que lo que te queda por leer va a ser, como poco, tan bueno como lo que llevas hasta ahora. Entonces agarras el libro y no lo sueltas hasta terminarlo (con el consiguiente dolor de brazos, porque son 700 y pico páginas de letra no aptos para leer tumbado en la cama con el libro en alto). Por supuesto estas historias tienen sus defectillos. Ya he dicho que Las mujeres de la nieve no me gusta mucho, por ejemplo, y hay otros detalles que no terminan de convencer, pero ¿qué más da mi estúpida opinión? ¡El resto es genial y merece ser leído una y mil veces! No soy de esas personas que en las reseñas se limita a decir únicamente cosas buenas de los libros, así que espero que tengáis en buena consideración la trascendencia y genialidad que le atribuyo a este libro. Leedlo, leedlo ahora que Gigamesh lo ha recuperado. Es grave que grandes clásicos queden en el olvido moderno (muchas veces mencionados sin ni siquiera haber sido leídos), y este por fortuna podemos tenerlo en nuestras manos. Espada y brujería, fantasía heroica adulta, literatura al más puro estilo pulp que deberían leer todos aquellos que luego quieran presumir de ser defensores del género.

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La

única

alternativa

L

a nave pone rumbo a EV008. Las letras iniciales corresponden a las características del lugar al que nos dirigimos: Exoplaneta Viejo número ocho. Es un exoplaneta porque orbita una estrella distinta a nuestro Sol, y es viejo no porque tenga millones de años de vida, sino porque aún existen humanos viviendo allí. Ellos también son viejos y no, de por Eleazar Herrera nuevo no aludo a su longevidad, sino a su particular anacronía. Su colonia, de entre cien y doscientos habitantes, decidió establecerse lejos de Tierra II, allá donde el futuro no pudiera llevarles consigo. Viven aislados del universo que les rodea; ignoran toda la tecnología superior a la suya y su sociedad sigue unos parámetros anclados en el siglo XXI. Sin embargo, la política de Tierra II es clara en ese aspecto: «abandona si no estás de acuerdo». Las leyes no pueden penar a quienes no viven bajo su poder, pero tampoco ampararles. Los motores rugen al encenderse. Una gran llamarada propulsa la nave por los raíles inclinados. Con una ligera vibración en el panel de mando, caemos al espacio exterior. El silencio nos arropa como un padre y nos mece durante unos minutos hasta que el nivel indica que la nave se ha estabilizado. Mientras tanto, mi compañera ha marcado las coordenadas de EV008 y también se ha servido un café. Adora las bebidas calientes. Ella es humana. Puede que su cuerpo necesite líquidos humeantes para mantener su temperatura corporal. No es mi caso. —¿Quieres? —me ofrece, alzando el termo. Siempre lo hace. Niego con la cabeza, cortés. Siempre lo rechazo. Nos acomodamos en los asientos de pilotaje y dejamos que la IA de la nave haga su trabajo. El viaje será largo, y descansar es prioritario para el éxito de la misión. EV008 ha sido invadido por un parásito mortal que penetra la piel y los huesos y los músculos y se aferra a la médula espinal, tomando el control; el proceso es largo, por lo que casi nadie sabe que está contagiado hasta que llega el dolor, signo inequívoco de que la invasión se encuentra en su última fase. Nuestro objetivo en EV008 es llegar hasta el asentamiento de los humanos y conseguir, en el mejor de los casos, que abandonen el lugar antes de que el parásito les alcance, o si ya lo ha hecho, extirparlo cuanto antes. En el peor de los casos rezaré a Cosmolud. Las estrellas chisporrotean detrás de la estela que deja la nave. Por nuestros ojos desfilan cinturones de asteroides, algún viajero despistado, puntos de luz coloreados de verde, azul, amarillo. Lugares lejanos. Mi compañera hace tiempo que cerró los ojos, café en mano. Lo retiro ya frío y dejo que la quietud despeje mi mente. «Atención: dos minutos restantes hasta EV008. Menos de un minuto para entrar en contacto con la atmósfera». Electra se yergue en su asiento y teclea un comando numérico. La nave se recubre con un caparazón frío; se asemeja a un huevo azulado. Nuestro campo de visión queda reducido al panel de coordenadas, y con él nos guiamos a través de la incandescencia. Próximos a tierra firme, la placa que protegía la parte frontal se desmonta y obtenemos una 20 Anima Barda - Pulp Magazine


LA ÚNICA ALTERNATIVA

primera visión del relieve montañoso. Picos no muy elevados, que sirven de frontera entre varias regiones; bosques protegidos por cortafuegos y cuidados con barbecho en algunas hectáreas; cien ríos, quizá más si contáramos los riachuelos desperdigados entre la frondosidad, desembocan en un gran mar de nombre Desdaul. En él comienzan la primera construcción humana de la zona: un muelle comercial. Más allá, el verde y marrón de la naturaleza es sustituido por una masa gris, roja y blanca y luces de neón. Aterrizamos lejos del perímetro civilizado. La atmósfera es rica en oxígeno e hidrógeno. En el exterior, Electra se quita el casco e inspira hondo; yo vigilo que mis constantes vitales sigan correctamente mientras refuerzo el mío con una cincha pectoral. Si para Electra este sitio es como su hogar, para mí es un ecosistema en continua agresión. Peligroso. Dañino. Irrespirable. Apenas intercambiamos unas palabras de camino al punto de encuentro estipulado por la Federación Espacial. Somos blanco y negro, perro y gato —psów i kotów en mi idioma natal—, cara y cruz. Pero es la mejor acompañante que he tenido. La ciudad es pequeña. Siendo más preciso, estos humanos habitan tan solo una décima parte de la extensión total; lo demás ha sido reducido a cenizas. A medida que avanzamos hacia el centro encontramos cadáveres consumidos por el parásito. Yacen desfigurados y apolillados hasta los huesos. —Mira este, Svene. Nos detenemos frente a un cuerpo con la piel blanquecina y brillante pero sin rostro. Electra se agacha y roza el antebrazo inerte. Luego examina sus dedos. —Creo que está acelerando la carcoma. Esta persona llevará un día muerta, quizá dos, pero no más de cinco. El parásito cada vez es más fuerte. Debemos darnos prisa y salvar a los que quedan. Hay una nota de pánico en su voz. La entiendo. Las víctimas son de su raza, y aunque no sean hermanos de sangre, uno siempre tiene compasión por los suyos.

El punto de encuentro no es más que una oficina destartalada. Como no hay humanos responsables a la vista, entramos y configuramos la radio para que emita una onda hasta la nave y ésta la haga llegar a la Federación. Por suerte, traíamos repetidores de señal lo suficientemente potentes para soportar una llamada a varias nebulosas de distancia. —Los agentes Svene y Electra desde el punto de encuentro. Ruido blanco. Repetimos la comunicación. Un minuto después, alguien al otro lado contesta: —Oficial de Telecomunicaciones, Wasd. Sus órdenes son las siguientes: evacuar la zona inmediatamente antes de la propagación del parásito acorde a la Ley de Sanidad Universal. El único protocolo de emergencia permitido es el Omega. ¿Alguna duda? Electra y yo cruzamos una mirada. El protocolo Omega era un asunto serio. —Aquí el agente Svene. Creemos que el intervalo entre las etapas tercera y cuarta del parásito, las de descomposición y carcoma, está languideciendo. En el último informe la etapa de carcoma tardaba once días en completarse, mientras que en algunos cadáveres parece haberse acelerado… —O incluso fusionado —completa Electra. —¿Tienen pruebas concluyentes de lo que dicen? —arguye el oficial. Otra mirada. —No, señor, pero no es descabellado tratándose de un parásito en pleno crecimiento. —Traigan muestras para el estudio. Por lo demás, cíñanse a lo establecido. Vuelvan al punto de encuentro cada doce horas. Cambio y corto. Electra frunce los labios, pero un disparo ahoga sus primeras palabras. El cristal de la oficina se cae a pedazos. Nos agachamos con rapidez. Electra saca su arma y se agolpa contra la pared de hormigón. La imito, desenfundando cuatro pistolas —una por Anima Barda - Pulp Magazine 21


ELEAZAR HERRERA

cada extremidad— y me yergo como una serpiente. Lo que veo es nada más y nada menos que un humano viejo. Porta una escopeta y un chaleco antibalas; útil en su tiempo, pero no en el del calibre láser. —¡Venimos en son de paz! ¡Por favor, baja el arma! ¿Eres el líder de tu comunidad? —¡Esto no es una puta secta, lagarto! —ruge. Su lengua es despiadada, algo asombroso teniendo en cuenta que podría freírle casi sin soltar el gatillo. Acuso el golpe con dignidad: cuatro luces moradas le apuntan el pecho. —Me identificaré: agente Svene Silni, soldado de la Federación Espacial. Mi compañera es la agente Electra Cortés, y es humana como tú. Hemos venido a rescataros. El hombre hace un ademán violento con la escopeta. —¡No necesitamos rescate alguno! ¡Podéis marcharos! —Desde luego que lo necesitáis. El parásito Homocerambycidae campa a sus anchas por esta región de EV008, vuestro planeta, que por cierto —me permito añadir— está moribundo por culpa de vuestras técnicas anticuadas. Vosotros todavía tenéis una vía de salvación, que somos nosotros. El hombre dispara. Me escurro por la pared con la flexibilidad de un reptil y la bala chispea en la pared. —¡No lo entiendes, humano…! Electra se asoma de improvisto, y su aparición nos sorprende al desconocido y a mí. Ella saca su segunda arma. Su congénere le apunta al entrecejo, pero lejos de amilanarse, Electra extiende los brazos y deja caer las pistolas. —Imítame. —Eso no va a ser posible. —Imítame, Svene. Ese tío puede reventarme la cabeza de un tiro. —Precisamente por eso no va a ser posible —insisto. —Que me imites, joder. Mejor no cabrearle, ¿entiendes? Y cuando se relaje… 22 Anima Barda - Pulp Magazine

Suelto mis armas sin dejar de mirarle. —¿Sois todos los humanos tan malhablados? Pregunto. Electra no contesta; su teoría funciona. En cuanto el hombre nos considera inofensivos, se aproxima con la escopeta mirando al suelo. Tiene el rostro partido en dos, como si hubiera participado en una refriega o le gustara darse cabezazos contra una farola, pero su expresión es desafiante. No tiene miedo, si bien prefiere dirigirse únicamente a Electra. —¿Quiénes sois y qué queréis? Hace siglos que nadie ve astronautas por aquí. —Hemos venido a proteger a los hombres y mujeres residentes de este Planeta Viejo —responde, obviando con maestría la parte en que deben ser evacuados—. Vuestra supervivencia depende de que nos escuchéis. —Tenéis suerte de que entienda un poco de lenguaje internacional —masca entre dientes. Es decir, que ha estado aprendiendo lenguas modernas. Probablemente a escondidas o sin la aprobación de los demás. ¿De dónde lo estará sacando? De pronto siento cierta simpatía hacia él. —Me llamo Farid. Seguidme. Tan pronto como dice su nombre nos ponemos en marcha hacia el único edificio en pie. La fachada está manchada de un gris sucio; el óxido recorre las rejas de las ventanas y desciende por las esquinas hasta el suelo, donde forma un charco anaranjado. La puerta principal se abre con facilidad, pero tras ella hay cuatro puertas a cual más dura. La última es de acero pesado. Farid la golpea melódicamente. Tras una pausa, cruzamos el umbral. Si esperábamos encontrar una especie de resistencia, la realidad hace tiempo que nos dio la espalda. Allí solo hallamos tres docenas de hombres y mujeres alrededor de un improvisado brasero; hablan en voz baja con las manos extendidas hacia el calor, que asciende como una serpiente hasta el techo. Un grupo más alejado está arremolinado en torno a un plano de contenido desconocido. Espero que no estén pensando en plantar


LA ÚNICA ALTERNATIVA

cara a un parásito mil veces más inteligente que ellos. Capturo la imagen con un guiño y miro de reojo a Electra. Su expresión denota tristeza. Me pego a ella para transmitirle serenidad, ya que no puedo darle calor con mi presencia. —¡Escuchadme todos! Han venido dos agentes de la Federación Espacial. —Las voces se extinguen de inmediato—. Saben algo sobre la enfermedad. Vamos, acercaos —nos insta, señalando el fuego. Electra es la primera en moverse, y yo la imito. A una distancia prudencial del resto se despoja de los guantes y se los guarda. Las llamas se alzan como para intentar lamer las palmas de sus manos, pero nunca serán lo suficientemente fuertes. —Me llamo Electra, y él es mi compañero Svene. Como podéis comprobar por nuestro uniforme e insignias, somos agentes espaciales. Seré directa —y lo será—: si permanecéis aquí más tiempo, moriréis. Es un hecho. No encontraréis la cura para vuestra enfermedad porque no tenéis el equipo adecuado para tratarla. Pero si venís con nosotros podremos daros asistencia médica en menos de un día. Y al menos más de la mitad sobreviviréis. Volvieron los rumores, pero una voz de mujer se alzó entre ellos. —¿Qué sabéis de la enfermedad? —Que no es una enfermedad, sino un parásito del tamaño de una uña que entra dentro del cuerpo humano y lo domina hasta la putrefacción —contesta Electra en el lenguaje universal, pero como nadie la entiende, prueba con inglés. Las cabezas asienten y gruñen—. Y está volviéndose poderoso. Nuestro deber es poneros a salvo. —¿Cómo puedes estar con ellos? — inquiere un hombre viejo cabeceando hacia mí. Electra arruga la frente. —No queremos abandonar Nueva Tierra —comenta otro que estaba inmerso en el plano. Así que EV008 tiene nombre. Y nostalgia—. No queremos volver al

sucio mundo de los cyborgs, las naves y los extraterrestres. No es para nosotros. Precisamente por eso nos fuimos, con parásito o sin él. ¿Qué te hace pensar que después de tanto tiempo vamos a dejar lo que hemos construido aquí? —Vuestras vidas están en peligro — arguyo. Me ignoran. —Creo que debéis recapacitar —insiste Electra—. Vuestro hogar ya no es lo que era. El parásito ha acabado con casi todos vosotros. ¿Cuántos erais antes? ¿Doscientos, trescientos? Aun siendo una comunidad pequeña, no habríamos venido si no fuera porque nos importáis. —Coloca una mano en el pecho. Rebosa humanidad—. No podríamos…, no podría abandonaros a vuestra suerte y dormir tranquila. Se hace el silencio. Los hombres y mujeres intercambian miradas de duda. Incluso Farid parece dispuesto a reconsiderar la oferta, pero nuevamente el hombre del mapa decide por todos ellos: —No nos vamos. Es nuestra ciudad. La salvaremos, como siempre hemos hecho. ¿O pensáis que la enfermedad es nuestro primer enemigo? No, bonita. Agradezco tu discurso, pero no. Podéis dar media vuelta. No os necesitamos. —Pero… —La decisión es inamovible. Ya está tomada. —El parásito Homocerambycidae está mutando. Es posible que no veáis otro amanecer —repongo, ofendido por su testarudez. El hombre coge la pistola más cercana y nos apunta con ella. Electra se tensa. Detrás de nosotros, Farid levanta los brazos y se aproxima hacia él. —Ya vale. Han venido a ayudar. —¿Ahora te pones de su parte? ¡Te recuerdo que fue un pirata espacial el que mató a tu hermana! ¡Por eso te uniste a nosotros! »Somos libres de dejar atrás el progreso de las máquinas y vivir a nuestra manera. Anima Barda - Pulp Magazine 23


ELEAZAR HERRERA

Vinimos aquí. Fundamos Nueva Tierra. Expulsamos una raza de monos enanos y construimos lo que ahora veis. Este es el ayuntamiento. Sabemos que hay caos ahí fuera, ¿o te crees que no lo vemos, que no lo sufrimos día a día?, ¿o que no lloramos a los que mueren cada día por culpa de la enfermedad? »Pero elegimos esto porque creímos que la humanidad estaba obsesionada con la tecnología. La gente ya no se miraba a los ojos. La luz de las pantallas había sustituido el calor del sol o del roce de la piel. Yo ni siquiera vi todo lo que te estoy contando, agente espacial; lo vivieron mis antepasados. Pero creo firmemente en ello. Y no hay más que ver que todo eso se ha acelerado. ¿Hasta dónde vamos a llegar? Sus ojos se posan en mí. El fuego o el discurso, no lo sé, embravecieron a la multitud congregada, y se cerraron en banda a escucharnos. En silencio abandonamos la estancia. Antes de cerrar la primera puerta, una mujer joven se acerca a nosotros. —Enseguida se hará de noche. Supongo que ya lo saben, pero es peligroso. Y bueno… usted puede quedarse —explica, dirigiéndose a Electra—. Es de los nuestros. Pero él… ello… —Muchas gracias, pero todos estamos en el mismo bando —replica ella, sacando de uno de sus bolsillos una bengala holográfica. Se la tiende, entrelazando sus manos—. Recuérdenlo. La mujer vuelve al interior y nosotros nos volvemos hacia el crepúsculo del exterior teñido de naranja. EV008 no tiene luna, así que la oscuridad será total. —Debemos buscar un sitio donde dormir —comento. —También tenemos que informar a la Federación de lo que ha pasado. —Sí, pero establecernos es prioritario. Y podemos hablar con Wasd en el punto de encuentro… —el visor de mi casco relampaguea— dentro de siete horas. Electra asiente. 24 Anima Barda - Pulp Magazine

Recorremos la ciudad en busca de una casa en buen estado, pero muchas tienen sorpresas desagradables en su interior; cadáveres sentados en la mesa o tumbados en la cama, otros en la cocina. Vivían sin sospechar que iban a morir, y que con ello contagiarían a todos los demás. Descartamos de forma automática todos los edificios que tuvieran un solo muerto. También procuramos realizar la búsqueda en círculos para no alejarnos demasiado del punto de encuentro. Al final acabamos en una chatarrería. Con las últimas luces del día cogemos placas de metal, cartón, madera húmeda, corcho y bolsas de basura rotas y levantamos una chabola. Era una ruina. Al menos va a juego con el lugar. Hacemos un fuego en suelo. Me coloco en una esquina, dejando que Electra ocupe todo el espacio, y permanecemos en silencio. Extraigo una toma de suero de mi bolsillo pectoral y la uno a un catéter. Luego lo hiendo en una cavidad inferior de mi antebrazo, donde me pinchaban para los exámenes médicos.No hemos encontrado comida, pero al menos el suero nos mantendrá con vida tres días. Electra no se inyecta el suero. —Nueva Tierra era un fracaso desde el principio —dice de improvisto. Me inclino hacia delante, atento. —Ir a contracorriente suele ser un fracaso —continúa—. Lo difícil no es luchar contra la sociedad, sino contra las personas que la forman. ¿Lo entiendes? Personas que detienen a personas. No sé si vosotros sois así, pero los humanos son, somos, destructivos por naturaleza. Los que detuvieron a estos novaterráqueos también eran humanos que decidieron amoldarse a los cambios; tenían una vida establecida. Es fácil dejarse llevar por lo que tenemos y renunciar a otras cosas que, bueno, al fin y al cabo, ya nadie valora. Una pausa. —Pero ellos eligieron marcharse, ¿no? — pregunto sin saber a dónde quiere llegar. —A la ley le da igual que te marches,


LA ÚNICA ALTERNATIVA

¡pero tú has visto todo esto! —exclama, abarcando con el brazo nuestra triste guarida y el caos del exterior—. ¡Lo han construido sin ayuda del gobierno ni de nadie! Con sus manos. Y ahora que un parásito mortal ha venido a tocarles las narices y son un grupo reducidísimo, nos ordenan venir a rescatarles. Yo tampoco me querría ir. —¿No? —Al volver, la gente me trataría con pena. —¿No estarían aliviados al ver que estás viva? —A las personas les importa más tener razón. Otra pausa. —La mala noticia es que no podemos marcharnos —le digo, realmente entristecido—. Si no atienen a razones tendremos que activar el protocolo Omega. Aunque no queramos. —Aunque no queramos —repite como un eco. Se hace de noche sin que nos demos cuenta. La oscuridad es tan densa que se traga las luces de las farolas y entumece la ciudad, las ruinas, el cuerpo caliente de Electra. Yo me estiro, cómodo con la temperatura. Me levanto y echo un vistazo por fuera con la visión nocturna. —Despejado. ¿Vamos? —Ah, el punto de encuentro. Ya se me había olvidado. Sí. Electra se pone el casco y activa también su visión nocturna. El paisaje se asemeja a un mapa de coordenadas con relieve, donde los objetos están rodeados de un aura verde, y cualquier ser viviente lo estaría de rojo. Por el suelo corretean ratas y algún gato. A medida que nos acercamos a la oficina destartalada, aumenta el número de ratas que corre en dirección contraria; se escurren por nuestras piernas sin emitir sonido. Algo las tiene aterrorizadas. Ese algo nos pone en alerta. Desenfundo dos pistolas. El láserguía apunta hacia la nada. —El ambiente está demasiado cargado —murmuro por radio.

Electra arroja un torrente de luz sobre las tinieblas, que se rompen como jirones de seda vieja. Una horda de monstruos rodea el punto de control. Tienen cuerpos de gusano, viscosos y alargados. Del tronco inferior sobresalen tres patas por cada lado acabadas en uñas largas y de aspecto podrido. Del torso caen dos largas y afiladas pinzas. Poseen rostros humanos: pertenecen a los cadáveres que fueron dejando a su paso, pero de su boca y sus ojos no salen más que lombrices. Lo que nos temíamos. El parásito ha mutado. Aparto la mirada al pensar que una vez fueron humanos. Electra suelta un juramento y abre fuego. La primera ráfaga hace estallar a dos de estas bestias. Me coloco tras ella. Disparo para abrirnos camino hasta la oficina. Los parásitos —no sé cómo llamarlos ahora— se estremecen con cada impacto pero avanzan hacia nosotros con sorprendente rapidez. Son… —¡Quince! —grita Electra, inclinándose para esquivar un golpe. La pinza hace el suelo añicos. —¡Me has leído el pensamiento! —Un monstruo salta hacia mí. Enfundo una pistola, ruedo hacia un lado y desenvaino una empuñadura oscura. Al agitarla el nitrógeno dibuja el filo de una espada de setenta centímetros. Atravieso de parte a parte al monstruo. Lo empujo fuera de la hoja con la bota, y justo cuando mi pie roza el suelo otra criatura se cuelga de mi espalda. Sus pinzas se aferran a mis muñecas, penetran el traje y se clavan en mi piel escamosa. Electra le vuela la cabeza con un disparo, y una mezcla de lombrices y sangre verde mancha mi uniforme. El silencio ha sido sustituido por los gruñidos agrietados. Temo que estén llamando a más de los suyos; si así fuera, no podríamos contenerles. Nuestra única solución sería huir, dejando a los humanos a su suerte e EV008. Por eso hay que hablar con el oficial Wasd cuanto antes, y por eso, también, trazo un plan: Anima Barda - Pulp Magazine 25


ELEAZAR HERRERA

—Electra, te cubriré hasta el punto de encuentro. ¡Informa a Wasd y salgamos pitando de aquí! ¡Luchar no tiene sentido! Ella se adelanta. También se ha decantado por las armas de corta distancia. Ha guardado sus pistolas y ahora combate con dos pequeños filos de plasma, uno en cada mano. Su rapidez, aunque envidiable, a veces no es suficiente para atacar y sortear a las bestias que se cruzan en su camino. Pero ahí entra en juego mi delgadez invertebrada: me encorvo hacia delante y clavo la espada en el abdomen de la bestia, que deja caer nuevamente sus jugos gástricos sobre el casco. Trato de no vomitar y doy un salto, girando sobre mí mismo, mientras la espada rebana un círculo de cabezas casi por sí sola. Una pinza me agarra de un brazo por sorpresa, luego otra, y así hasta que me hallo totalmente inmovilizado. No puedo hacer nada. Los monstruos se ciernen sobre mí, sus mandíbulas abiertas, sus dos hileras de dientes intentando partir el cristal del visor. Caigo de rodillas. Electra ya está junto a la radio. Nos miramos. Mueve los labios, así que quizá esté hablando con el oficial. Sin apartar la vista de mí, saca su pistola, guiña el ojo y comienza el tiroteo. Un haz de luz desfila a cámara lenta antes de perforar la sien del monstruo que retiene mi brazo derecho. En cuanto explota, un segundo tiro me libera el segundo brazo. A 26 Anima Barda - Pulp Magazine

partir de aquí puedo continuar solo, y aún a medio incorporar me deshago de las pinzas con un tajo firme. Pero vienen más. Hago una seña a Electra, que alza la mano a modo de respuesta. ¿Que espere a qué? ¡No hay tiempo! Le hablaría por radio, pero quizás interrumpiría la comunicación… y las órdenes son prioritarias. Cadáveres, parásitos moribundos. Eso es lo que hay a mi alrededor. La oscuridad se los traga conforme sus vidas se apagan, si es que tuvieron algo parecido. Aún quedan restos de caras humanas. De nuevo siento arcadas, pero una bengala rojiza destella en el cielo y paraliza mis deseos de vomitar. —Alguien del ayuntamiento está en peligro —susurro sin percatarme de que el canal de comunicación con Electra sigue abierto. La miro de reojo. Tiene el ceño fruncido. Aprieta con fuerza la base del micrófono. Luego de un aspaviento, se aparta. —Tengo noticias del estúpido de Wasd. —¿Cuánto tiempo tenemos hasta que activen el protocolo Omega? —De eso se trata: ya lo han activado. Tenemos treinta minutos para volver a la nave o volarán el planeta entero con nosotros dentro. Siento un vahído. Es ahora o nunca. El holograma de la bengala perdura en la noche como un grito de socorro. Pero tan


LA ÚNICA ALTERNATIVA

solo tenemos media hora para ir hasta la nave, y si los humanos se hallan en medio de un ataque sorpresa, rescatarlos podría significar nuestra muerte. Yo no quiero morir, y tampoco quiero que Electra muera. La muevo, tomándola por los hombros, de espaldas al reflejo lumínico. Intento que mi expresión sea indiferente, natural, como quien admite que se halla en un apuro y no en una gran encrucijada. Me gustaría ayudar a los humanos. Llevarlos con nosotros. Denominarlos supervivientes a ojos de la Federación. Pero si escojo esa vía afrontaremos un peligro mucho mayor. Si le oculto lo que he visto… ¿podré perdonarme algún día? Y si se avecinara el final, ¿lo merecería? —Odio tener que decirte esto, pero vámonos —dice ella de pronto, arrancándome de mis pensamientos—. Ya han decidido su destino; lo hicieron en el momento en que nos echaron de su refugio. Tampoco nos han pedido ayuda, así que supongo que sobrevivirán hasta que el parásito los mate por activa o por pasiva. Trago saliva. Suerte que no puede verlo. Yo… yo… debería decírselo. Es más, voy a hacerlo. Sé que es lo que Electra hubiera hecho si los roles se hubieran invertido. Somos auténticos agentes. Y quizá… podamos… Asiento. No he tenido valor. Observo que la luz de la bengala languidece hasta extinguirse en el firmamento. Respiro profundamente. Electra echa a correr con sus armas en la mano, dispuesta a llegar a la nave sana y salva. Permanezco inmóvil durante un instante. Ella se detiene y mira atrás. —¡Vamos! Y la sigo. El camino de vuelta está lleno de bestias mutadas. Electra despeja la vía sin precisar sus ataques; a veces asesta cortes críticos y otras solo los debilita para poder pasar. En el bosque los parásitos dejan de acecharnos, pero no aminoramos la velocidad hasta

que llegamos al claro. En medio, como un haz milagroso, se sitúa la nave. Nuestra presencia activa las luces frontales. El foco nos ciega. Electra se lleva una mano a los ojos, pero consigue acceder al interior por la compuerta de emergencia, que no es sino una abertura por la que cae una rampa manual. Una ráfaga silenciosa trae el eco de unos gritos. Echo la vista atrás, inquieto. —¿A qué esperas, Svene? —chilla Electra por radio. Sacudo la cabeza y subo a la nave. Despegamos sin demora, y pronto salimos de EV008 y su atmósfera opresiva, el parásito y su mutación, los humanos y el peligro. Me deshago del casco. Electra observa mi expresión sombría, pero no dice nada. ¿Lo sabrá? ¿No lo sabrá? Un nuevo elemento aparece en el mapa de coordenadas. Es un punto rojo, y se dirige hacia EV008 a toda velocidad. El protocolo Omega es eso: un misil que acabará con el planeta… y todo lo que se halle en él. Es la última medida, as w rękawie. Un as en la manga. Electra se arrebuja en el asiento y se sirve un café. Luego me ofrece. Y contra todo pronóstico, mis dedos se cierran en torno a la taza caliente. —Vaya, qué sorpresa —comenta antes de darle un sorbo. —No voy a beber. Solo me apetece tenerlo en las manos. —¿Por qué? —No bebo cosas calientes. Soy un gad. —No, que por qué hoy sí has aceptado la taza. Me encojo de hombros. Nunca le confesaré lo que ocurrió; podría reaccionar de mil maneras y ninguna es la que quiero, ni siquiera la aceptación o el perdón. Eso he de encontrarlo por mí mismo. Todos tenemos secretos. Este es el mío.

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