Abril - Mayo 2013 www.animabarda.com La revista es de publicación bimensual y se edita en Madrid, España. ISSN 2254-0466
Pulp Magazine
Núm. XII
Novela por entregas EL PERGAMINO DE ISAMU VII - Aventura samurái Ramón Plana
Relatos cortos
Editor J. R. Plana Cristina Miguel
...Y SI NO LAS DEJAS - Weird menace
Ilustración y diseño J. R. Plana
COLA DE SIRENA - Fantasía
Maquetación Cristina Miguel
RODODHEN-DRO, EL DESLENGUADO - Fantasía
Ánima Barda es una publicación independiente, todos los autores colaboran de forma desinteresada y voluntaria. La revista no se hace responsable de las opiniones de los autores. Copyright © 2013 Jorge R. Plana, de la revista y todo su contenido. Todos los derechos reservados; reproducción prohibida sin previa autorización. Búscanos en las redes sociales @animabarda www.facebook.com/ AnimaBarda Anima Barda (g +)
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Carlos J. Eguren
Cris Miguel
Eleazar Herrera
EL TRATAMIENTO CARTAGO - Ciencia ficción Manuel Santamaría
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Especial detectives LINCE EN SEVILLA - Noir
Manuel del Pino
IL RIPOSO - Noir
Diego Fdez. Villaverde
UNA FIESTA DE MUERTE - Bélico
J. R. Plana
Y LA PUTA SALVÓ EL DÍA - Hard boiled
Cris Miguel
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Relato extra LO QUE REALMENTE PASÓ DESPUÉS... - Histórico (¿?) J. R. Plana
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El resto UNAS PALABRAS DEL JEFE - Editorial
J.R. Plana
LOS PROYECTOS MANHATTAN - Reseña J.R. Plana
EN LAS MONTAÑAS DE LA LOCURA - Reseña
J. R. Plana
FUTURAS ADAPTACIONES AL CINE - Brief News Cris Miguel
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UNAS PALABRAS DEL JEFE
Unas palabras del jefe
H
J. R. Plana
oy toca charla, así que tomároslo con calma. Prolifera entre las masas jóvenes más populosas una máxima muy recurrente, al estilo del “Carpe diem” o el “Mens sana in corpore sano”. Recordemos brevemente que el “Carpe diem” de Horacio lleva detrás una serie de reflexiones e intenciones más profundas que “Pásatelo teta, haz lo que te apetezca y no pienses en las consecuencias”. Igual con “Mens sana in corpore sano”, del poeta Juvenal, que originalmente no tenía el enfoque de deporte y libros que se le da La máxima a la que me refiero no es un latinajo, pero sufre de la misma afección malinterpretativa que las dos anteriores. Se trata del “Sé tú mismo” y todos sus sucedáneos: “No cambies nunca”, “Sé auténtico”, “Yo soy así”, etc. Vamos a hablar de ello. Estas frases, presumiblemente fruto de la psicología y la autoayuda, llevan un potente mensaje detrás, enfocado a resaltar la importancia de cada individuo y su particular originalidad, muy importante en los casos de abusos psicológicos, menosprecio, bullying, etc. Es decir, que tiene una aplicación “terapéutica” en personas que sufren una serie de maltratos o complejos. ¿Cuál es la idea detrás? Que la persona no permita que un factor externo influya en su personalidad, en sus gustos, en su forma de pensar o actuar... En definitiva, en aquellas cosas que la convierten en lo que son. Sin embargo, hay un momento en el que esta idea entra en conflicto con otras y pierde su calidad de máxima imperante. Me explico. Muchas religiones tienen un principio 4 Anima Barda - Pulp Magazine
filosófico realmente importante: el objetivo del ser humano en esta vida es mejorar, alcanzar un “estado espiritual” superior. Cada una tiene su forma y su recompensa, pero queda claro que esta aspiración es, sin duda, una meta trascendental. Es obligación de la persona, en cuestión de ética y moral, mejorar todos aquellos aspectos negativos de su personalidad. Eso no quiere decir flagelamiento, castidad ni pasar hambre, sino esforzarse en cambiar cosas que están “mal”, y que no por ello son imprescindibles a la hora de forjar el carácter. ¿A qué cosas me puedo estar refiriendo? Pues, por ejemplo, al egoísmo, al pasotismo, al desprecio, a la envidia de la mala, a la pereza desmedida, a la grosería... Seguramente, muchos las habréis identificado como características perniciosas de la personalidad. No vale escudarse en que “yo soy así”, “es mi carácter”. Una persona violenta también es así y es su carácter, pero no dudaremos en encerrarlo si empieza a resultar peligroso. Es un ejemplo simplón, pero vale para ilustrar esto. Resumiendo: no hay que permitir que nadie influya maliciosamente en tu personalidad, pero tampoco abanderar los defectos personales como insignia de la autenticidad.
...Y SI NO LAS DEJAS
...Y si no las dejas
por Carlos J. Eguren
Hay gente que comienza joven en la vida del crimen y la muerte. Depende de dónde y cómo nazcas. Quizás, también del aire que te falte o te sobre. A lo mejor, de si lloras mucho, poco o nada cuando el médico te gira la cabeza de una torta. A veces, puede que ya nazcas mal de fábrica o te construyan a peor cuando eres un crío. Sea como sea, aquella niña de eterna sonrisa mató a su abuela con seis años tirándola por las escaleras. Así es la vida y toda esa basura que nos venden en las pelis de Hollywood. Aquella primera vez, aquel primer acto atroz que la hermanó con Caín, se creyó que fue un simple accidente. Fue más sospechoso cuando las muertes raras rodearon la vida de la chica. Por ejemplo, vecinos cuyas máquinas de cortar el césped les cortaban la cabeza, alumnos del mismo instituto que decidían echarse a volar lanzándose desde una azotea, desconocidos que se pegaban un tiro en la cabeza… Todo eso al lado de esa joven y ella nunca dejaba de sonreír. Al mal tiempo, buena cara. No obstante, tarde o temprano, debes saber que no importa lo que hagas. Alguien terminará encontrándote, alguien terminará diciendo: “Ese es el gran monstruo”. Con treinta años, fue detenida mientras cruzaba la frontera. La llevaron a la cárcel y luego a un centro psiquiátrico. La policía esperaba respuestas de ella sobre los veinte asesinatos en los que su modus operandi aparecía (les dibujaba sonrisas en el rostro). El agente de policía encargado, Pérez, se sentía orgulloso de tener enjaulada a la criminal, aunque todas las preguntas que le formulaba se resumían en: —¿Por qué? Y ella contestaba: —Fue en defensa propia. Resultaba que un tipo al que mató en una gasolinera ahogándolo en una máquina de lavado era porque había hablado por teléfono móvil, con el riesgo de volar toda la estación. —Por el tema de las ondas, ya sabe… Lo vi en un documental de la tele. Anima Barda - Pulp Magazine 5
CARLOS J. EGUREN
Había matado a una joven que había visto salir de una tienda de dietética lanzándole una fondue hirviendo. —Seguro que iba a terminar anoréxica… ¡Eso es un infierno para las familias! No quería verlo, me sentía herida si lo veía… Y es cierto lo de la pesadilla de esa enfermedad, lo leí en alguna revista. Envenenó un restaurante de personas vegetarianas… —Las vacas producen suficientes gases nocivos como para destruir la capa de ozono. ¡Es nuestro deber comérnoslas! Que les den a esos comehierbas. Lo sé porque lo vi en alguna página de Facebook y, maldita sea, ¡esas vacas nos joden a todos! ¡Fue en defensa del puto planeta Tierra! Así, sus crímenes encontraban las justificaciones más rocambolescas. Que si mató a aquel niño porque era pelirrojo y la gente se metería con él y ella no soportaría ver ese drama. Que si le arrancó de cuajo la cabeza a la tipa del videoclub porque vendía demasiados dramas y eso le hacía llorar. Que si destripó a aquel político porque pensaba que hacía más daño que bien y la política no le ayudaba. Que si voló aquel autobús de ancianos porque seguro que alguno había sido malo con ella… Crímenes y más crímenes en defensa propia, según ella. —La defensa propia es complicada de demostrar, muchachita… —le dijo Pérez con sorna—. ¿Sabes por qué? Porque el ataque defensivo debe ser equivalente a la amenaza o el ataque del agresor. No creo que ninguno igualase el tuyo, querida… —El primero, por lo menos, sí, querido. Mi abuela se lo merecía. —¿Qué te hizo la pobre? 6 Anima Barda - Pulp Magazine
—Me daba lentejas de comer. El detective Pérez suspiró. Aquella chica estaba tocada del ala. Abrió el expediente de la joven. Perdió a sus padres en un accidente de conducir y acabó siendo criada por una abuela que sufría demencia. Los servicios sociales llegaron a denunciar porque no llevaba a la asesina al colegio cuando aún era una niña. El expediente decía algo bastante interesante: «A.H. Fernández, de 76 años, aseguraba que: “Toda la educación está en la tele y las revistas… y no me arriesgo a dejar que la cría salga y alguien en un coche la mate como pasó con sus padres”». —Explícame, querida, ¿cómo tu abuela quería matarte con lentejas? —Las lentejas tienen hierro. —Sí, por eso se recomienda comerlas. ¿Y? —En sangre, el hierro no es tan malo como en el estómago según un documental que vi. —¿No te gustaban las lentejas y la mataste? —Mi abuela me daba lentejas para desayunar, almorzar, merendar y cenar. —Vaya, lo siento, pero… —Las lentejas tienen hierro. Quería envenenarme con el consumo a largo plazo de hierro. Lo vi en un docu, ¿sabe? ¿Ve? Si la tiré por las escaleras y le clavé las tijeras en los ojos repetidamente hasta convertirlos en papilla fue porque era en defensa propia. El detective Pérez sonrió: —“¿Qué hay para comer? ¡Lentejas! ¡Si te gustan te las comes y si no las dejas!”. —Quiero un filete y muchas papas fritas, pedazo de gilipollas hijo de la gran puta. Esa fue la cena de aquella noche. La tocaba elegir. Ella pensaba en liquidar a los cocineros por no habérselo cocinado muy hecho. Tanto que no pensó en vengarse de la gente que le ató
...Y SI NO LAS DEJAS
tan apretadas las correas de la silla. Ni la persona que puso la esponja mojada en la cabeza. Ni en las familias de los muertos que observaban el espectáculo. Eso sí, ella pensó en matar al que fabricó la silla eléctrica. —¿Últimas palabras? —preguntó un administrador de la iglesia. —¡La silla es incómoda, joder! Esa noche, cuando el detective Pérez regresó a su casa, preguntó que había para comer y su esposa le dijo que arroz. No sintió nada raro, aunque vio en algún sitio que el almidón no era bueno. Luego, el segundo plato fue rebosante de lentejas. Y el señor Pérez sintió que se hundía en un océano marrón de miedos primigenios y locura desbordante. Atacó él primero, en defensa propia. Anima Barda - Pulp Magazine 7
CRIS MIGUEL
Cola de sirena por Cris Miguel
N
o podían nadar más deprisa. Sus aletas no daban más de sí. Otra vez ellas cuatro se habían arriesgado a ir a esa zona y subir casi a la superficie. Los pesqueros japoneses rondaban esas aguas con sus redes y sus arpones preparados. Esquivarlos era difícil y en muchas ocasiones mortal, pero necesitaban comida, cada vez tenían menos alimento y su número, de por sí reducido, aún sería menor si no conseguían algo que llevarse a la boca. Llevaban más de un año evitando a esos desalmados japoneses. Antes rara vez se cruzaban con ningún barco y, cuando lo hacían y eran vistas, se deshacían de ellos con la misma facilidad. 8 Anima Barda - Pulp Magazine
COLA DE SIRENA
Los japoneses, por su parte, al principio caían, pero ahora iban preparados para no escuchar su lamento y no sucumbir, lo que provocaba que muchas de las suyas perecieran en las expediciones. Nadaban lo más rápido que podían, el alba estaba llegando y tenían que volver antes de que amaneciera, si las veían estaban muertas. No eran suficientes para hacerles frente, su única ventaja era la profundidad del océano. Pero a tanta profundidad no vivían los peces que les servían de alimento, de ahí la necesidad y el riesgo de emerger. —¡Daos prisa! —gritó Yanira. Le pareció ver un destello en la superficie. Ya no había duda, las habían visto, genial. Aumentó el ritmo, pero no podía más, tenía los músculos agarrotados. Primero lo sintió, luego lo oyó. El crujido de las escamas al ceder se expandió por el agua. Una punta de afilado acero sobresalía del bajo vientre de una de las suyas. Yanira se paró en seco, y sus tres hermanas hicieron lo mismo. Fue una fracción de segundo, vieron el pánico en los ojos de la herida. Todo su cuerpo se sacudió con un latigazo y comenzó a subir a gran velocidad hacia la superficie, con el arpón atorado en su estómago tirando de ella, hasta que la perdieron de vista. Reaccionaron y siguieron nadando, hasta el fondo. Unas lloraban, Yanira no. Lo iban a pagar, iba acabar con esos patéticos humanos uno a uno. En la lonja todo era un desorden. Numerosos pescadores iban y venían cargados con cajas y cubos con sus presas recién adquiridas. Kaito intentaba no tropezarse y no soltar la cola, que aún se movía entre sus brazos. Los otros pescadores se giraban al verles, hasta los que se pavoneaban de cazar ballenas. Ahora eran ellos los más admirados, llevaban una sirena y su cola la venderían casi por dos millones de yenes. —¡Aquí! —Takeshi le hizo un gesto a Kaito, y juntos pusieron a la hermosa criatura en una mesa. Ella no estaba muerta, los miraba impasible, resignada a su destino pero sin mostrar el más ligero rastro de amargura o tristeza. Las lágrimas de sirena eran un mito, numerosas leyendas circulaban en todos los continentes sobre su capacidad de sanación. Pero hacer llorar a una sirena era harto improbable. Eran igual de frías que las aguas del océano que habitaban. Takeshi que se había dejado los miramientos hace tiempo en casa, cogió el cuchillo más grande y cortó limpiamente la aleta de la sirena. Ésta puso ojos de sorpresa. Kaito no dejaba de observarla, pero ella no soltó ni el más mínimo grito. —Es un alivio que no puedan hablar y gritar fuera del mar, ¿eh? —comentó Takeshi satisfecho―. Anda, chico, ve a por cajas con hielos. Queremos que siga fresca. Cuando volvió Kaito, la sirena estaba con los ojos cerrados y casi sin cola. Takeshi era rápido y ya tenía apalabradas todas las porciones de la cola, que iban especialmente dirigidos a clientes con los restaurantes más exclusivos. Y no sólo de Japón, también de distintas partes del mundo. —¿Ha muerto? —preguntó Kaito. —¿A quién le importa? —le contestó secamente. La aleta y la última parte de la cola iban destinadas a un gran grupo cosmético. Lo único que se desaprovechaba era el tronco. Su belleza era incomparable. Era etérea y delicada. Kaito sabía Anima Barda - Pulp Magazine 9
CRIS MIGUEL
que no tenía que procesar ningún tipo de sentimiento hacia ellas. Eran animales, vivían en el mar. Takeshi no paraba de repetirle que no se dejara engañar por sus ojos y su larga melena, que así era como gran parte de los marineros habían muerto ahogados en sus brazos. Le apartó un mechón de pelo de la cara y abrió los ojos súbitamente. Mantuvo el contacto visual, realmente la escena era grotesca, verla con su cara de muñeca y lo poco que quedaba de cola ensangrentada. Mientras, los pescadores pasaban a su alrededor como si fuera la escena más normal del mundo. —¡Espabila! —Una colleja le sobresaltó rompiendo el hechizo—. Que te quedas embobado, anda vete a llevar las cajas. Lo que queda de ella es para las Señoras, que se ocupan de su cabello. —Pero… —Kaito estaba aturdido y no podía dejar de mirarla. —¡Es un pez! Un híbrido hermoso y repulsivo a la vez. Takeshi alzó el cuchillo que aún tenía en la mano y lo dejo caer sobre su blanco cuello. Kaito desvío la mirada y se alejó de allí. —¿Qué has hecho? Has desperdiciado centímetros de cabello, ¿por qué las has cortado el cuello? Es que no sabes… —Kaito oyó como otro pescador experimentado regañaba a Takeshi mientras él corría con el cajón entre las manos. Estaba amaneciendo y todos preparaban las furgonetas y los camiones. Kaito dejó el cajón donde los demás y miró el cielo sin saber por qué le había afectado tanto si era sólo un pez, aunque los ecologistas pensaran lo contrario. Quizá era porque, en el fondo, Kaito estaba de acuerdo con ellos. La noticia había entristecido a toda la comunidad. La pregunta era por qué las cazaban. La respuesta de Yanira era simple y llana: ella sabía que no era para comer, sino por placer, por gusto. Lo notaba. No eran humanos hambrientos. Eso despertaba el sentimiento de venganza arraigado en su interior desde que mataron a su descendiente cuando era prácticamente una niña. Por ello estaba organizando las represalias. Contaban con tiempo. Cuando capturaban a una tardaban varios días en regresar. Pero se tenían que dejar ver. Tenían que morder el anzuelo. Irían todas, hundirían el barco. Kaito estaba en tensión. Les había parecido ver una cola de sirena a cuatro nudos de donde se encontraban. Y ahora estaban casi detenidos esperando una señal, cualquier mínimo movimiento. Con los focos apuntando las oscuras aguas del Pacífico. En sus cascos sonaba One a todo volumen. Tenían que llevarlos para impedir que les hipnotizaran con su dulce canto. Algo que habían aprendido por el siempre y eficaz ensayo-error, ya que muchos pescadores fueron ahogados por acercarse demasiado al agua. Con lo cual sólo tenía la vista. Sus compañeros estaban igual de quietos que él. Takeshi esperaba dar órdenes en cuanto viera el más mínimo indicio. De momento nada, aunque sentía que estaban ahí abajo. Una luz le sorprendió. Levantó la vista del océano. La luz procedía de otro barco que les hacía señas con el foco. Takeshi había acertado una vez más en sus predicciones. Llevaban casi un mes sin salir a cazar 10 Anima Barda - Pulp Magazine
COLA DE SIRENA
sirenas y aún así tenían a los grupos ecologistas y de protección de animales pegado a sus talones. Al parecer, literalmente. Takeshi quedó sorprendido al verlos, pero luego se echó a reír. Estaban con un megáfono y vio que tenían un intérprete y traductor. Ingenuos. No tenían ningún tipo de protección. Los compañeros de Kaito le imitaron y a él le contagiaron la risa. Si realmente esa noche había sirenas, iban a morir por salvarlas. Qué ironía. Kaito los miró fijamente y vio que uno se acercaba peligrosamente al borde. Ocurrió tan rápido que la única demostración de que era cierto era la inexistencia del cuerpo que antes había estado allí apoyado. Eran ellas, estaban ahí abajo y estaban cantando. Kaito quería quitarse los cascos, seguro que su canción era preciosa y seductora. Pero no sería más que una imprudencia, y no quería morir. Takeshi y el resto rieron con más fuerza al ver que a la tripulación de los ecologistas se los tragaba el mar y no los soltaba. —Preparad los arpones y las redes. Nadan muy cerca y saltan para atraparlos, alguna caerá — gritó Takeshi, intentando hacerse oír por encima del ruido y de los cascos atronadores. Kaito tenía un mal presentimiento. Las dos sirenas que había cazado las habían sorprendido en un grupo pequeño, seguramente porque ellas mismas buscaban algún pez que comer. Pero esto era distinto. Vio a varias saltar por la cubierta de los ecologistas y por la suya propia. Llegaban dando impresionantes piruetas, y luego se arrastraban por el suelo con asombrosa agilidad, agarrando a los hombres desorientados por las canciones con violencia. Ellos no estaban aturdidos, así que el único modo que tenían de atraparles era cogiéndolos por la fuerza y de frente. Kaito agarraba el arpón con firmeza, preparado para enfrentarse a las criaturas del mar. Entonces notó un soplo de aire en el cogote y a la par dejó de oír la canción de Metallica. Ahora oía los chapoteos y una suave melodía cautivadora. “Oh, no”. Se tapó las orejas con las manos, tirando el arpón sobre la cubierta, pero no sirvió de nada. Oía esa canción, le gustaba esa canción, ¿de dónde procedía? Se golpeó la cabeza para reaccionar, como quien se sacude histéricamente un insecto. Otros hacían lo mismo, les habían quitado los cascos a todos. —¡Tengo a una! —gritó un hombre. No le dio tiempo a decir nada más. Al sujetar la red fue arrastrado hacia el océano violentamente, sin remisión ni resistencia. Kaito luchaba consigo mismo. La cubierta era un caos, varios hombres corrían, Takeshi vociferaba órdenes sin resultado alguno. Él lo único que quería era esconderse en el camarote hasta que se fueran, pero esa música… Notó que en sus pies había agua, ¿estaban hundiendo el barco? Le daba igual, solo quería llegar hasta la que emitía esas notas tan armoniosas. Estaba apoyado en la barandilla del barco, y se moría por tocar el agua con sus dedos. Se sentía feliz, era el sonido más bonito del mundo. Unas manos le agarraron y tiraron de él. Kaito veía todo a cámara lenta. La sirena que le sujetaba tenía el pelo casi naranja y flotaba sobre su cabeza enmarcando una cara dulce de piel delicada y blanca, que le miraba con unos ojos verdes que eran como un faro en ese océano oscuro. Le cantaba, le estaba cantando a él, era tan bonito… Su cuerpo flotaba y se vio a si mismo bailando con aquella sirena que cantaba como los ángeles. Hasta que no le quedó una gota de oxigeno en sus pulmones y todo se volvió negro. Anima Barda - Pulp Magazine 11
LA RESEÑA
Los proyectos Manhattan por J. R. PLANA
J
aponeses, científicos, nazis, superarmas y alienígenas; no puede ser malo. La historia es sencilla: la creación de la bomba atómica es una tapadera. De hecho, realmente no era proyecto sino proyectos. Los Proyectos Manhattan. Y tras la cortina de la carrera nuclear se esconde el desarrollo de las más destructivas y demenciales armas científicas. Todo empieza con la elección de Oppenheimer para dirigir una iniciativa secreta del gobierno de Roosevelt. El afamado científico es el hombre perfecto para ponerse al cargo de la genial y delirante plataforma científica, integrada, entre otros, por Einstein, Fermi o Feynman. Ah, pero tranquilos, no nos van a aburrir con teorías sobre cinética de macropartículas o descomposición de átomos (por ejemplo). Esta ciencia es más asequible para el público profano. Esta ciencia es muy divertida. Esta ciencia es mala. Realmente me cuesta un poco hablar de lo bien que me lo he pasado con este cómic sin desvelar algunos de sus giros. Dejémoslo en que el autor se ha vuelto loco. Punto. Ahí está el éxito, Hickman se ha vuelto loco y la 12 Anima Barda - Pulp Magazine
historia transcurre dando tumbos y saltos que hace que tú te vuelvas loco también. Y eso es divertido. Robots samuráis asesinos, portales a realidades alternativas, absorción múltiple de personalidades, esqueletos radioactivos, alienígenas devoradores de mundos o la primera inteligencia artificial a partir de un presidente de los Estados Unidos. Fiencia Cicción. Perdón, ficción de la ciencia. De eso va este cómic, de científicos chalados y situaciones absurdas, todo aderezado con un toque de violencia habitualmente gratuita. El autor demente es Jonathan Hickman, que aquí abajo vemos en una foto con aspecto de ser un poco inofensivo. No os fiéis. Se le conoce por obras como Pax Romana o Red Wing, donde trabajó ya con el dibujante de esta primera entrega de los Proyectos Manhattan, Nick Pitarra. Hickman ha trabajado también con Marvel, en colecciones como la de los Cuatro Fantásticos, pero, probablemente, es su producción independiente la que más fama le da. Nick Pitarra, por su parte, se gana el reconocimiento por sus laboriosos dibujos llenos de detalle. A primera vista pueden parecer grotescos, pero personalmente agradezco a veces leer una historia que se aleje de los estándares ultrapulidos de Marvel y DC, di-
LA RESEÑA
Nacido en Carolina del Sur, EE. UU. Escritor y dibujante de comics reconocido tanto por su trabajo independiente como por el desarrollado bajo el amparo de Marvel. De esta última
asociación destacan las series de los Cuatro Fantásticos, Secret Warriors, Fundación Futura y SHIELD. Informativo Nocturno o Pax Romana son dos de sus obras publicadas con Image Comics y desarrolladas enteramente por él.
bujos con garra y personalidad que igual te encantan que los odias. En este caso, los personajes están deformados, rozando la caricatura, con lo que consigue una clara diferenciación entre unos. El toque exagerado le permite también afinar bastante a la hora de repetir los rasgos de uno y otro, una de las partes difíciles del arte de dibujar cómics, en el que muchas veces cuesta bastante conseguir que el personaje de la viñeta 1 se parezca a él mismo en la viñeta 2. También hay que mencionar los colores, especialmente el uso que le da al rojo y azul para diferenciar entre las distintas personalidades de Oppenheimer o el enfrentamiento entre el bien y el mal. No es nada del otro mundo, simplemente que consigue transmitir muy bien las ideas en según qué episodios. ¡No le doy más vueltas al tema! Esta primera entrega de los Proyectos Manhattan me ha gustado bastante. Es original y divertido. Espera. Sí, sí que le voy a dar más vueltas. De hecho, voy a ponerle una pega, por sa-
Jonathan Hickman
carle algo negativo. Aunque no es una pega mía, pero bueno, da igual. Me la comentó un amigo después de leérselo, así que hago de correa de transmisión de su opinión, para generar un pequeño debate. Para su gusto, los personajes de Einstein y Oppenheimer están desquiciados. Piensa que son científicos con una personalidad fuerte y muy interesante, bastante locos en la vida real. Y en el cómic no son ellos (literalmente). Así que se ha quedado con un regusto un pelín desagradable, pues cogió el cómic con otra idea. No le puedo quitar la razón, porque la tiene. Efectivamente, no son ellos. Pero bueno, en mi caso no leí el cómic esperando ver un reflejo de estos personajes, así que la pega me da igual. No tenía expectativas así que me lo pasé igual de bien. Y ahí acaba el debate por mi parte. Si queréis seguir vosotros, adelante. Por lo demás, demencia a gran escala y violencia aleatoria siempre son cosas que animan a uno a gastarse el dinero en un cómic.
Anima Barda - Pulp Magazine 13
ELEAZAR HERRERA
Rododhen-Dro, el Deslenguado
por Eleazar Herrera
—Hacedle pasar. Un terrible chirrido retumbó por las paredes del palacio, enseguida salpicadas de una sombra erguida y corpulenta. Cuando el aludido llegó hasta la falda del trono e hincó una rodilla en la tierra, la luz blanca dulcificó su rostro agrio. Por naturaleza, por genética o por Dios sabe qué, los orcos no solían destacar por su belleza, y su amargura no hacía sino agrietar sus maltrechas facciones. Cuernos inesperados, mandíbulas desencajadas, dientes imposibles… Mirarse al espejo cada día era todo un desafío. —Ya sabes lo que te ha traído aquí, ¿no es cierto? —inquirió el rey Baobabb sin andarse con rodeos. Su voz era un amasijo de hierros oxidados. El otro asintió, aún postrado. —He oído muchas historias sobre ti. Valiente, fiero, leal, contestón… Me interesa que todo eso sea verdad… ¡Aunque claro! —Su estentórea carcajada rayó la sala—. Poco vas a replicar ya, ¿verdad? Quizás Rododhen-Dro no podía hablar, pero sí pensar o atacar. Estaba a unos cinco metros de su Horrible Majestad, distancia suficiente para lanzar el puñal y, si fallaba —que lo dudaba—, no lo haría con una flecha. —Aún guardo tu sucia lengua guardada en el cajón, asesino. De repente, el cuchillo pareció tentarle desde el bolsillo trasero. Lo notaba frío y mortal contra su piel. Tenía motivos para hacerlo. Tenía motivos. Sin embargo, un segundo después desechó la idea. Lo haría de otro modo. Al poco tiempo se encontraba rumbo al palacio del reino vecino. Sin reparar en los detalles, Rododhen-Dro rememoró las palabras escupidas por el rey Baobabb: —Odio a mi hermano. Él es perfecto. Todos le aman, incluso los que mueren de hambre a las puertas de su palacio. No lo entiendo. ¡No lo entiendo! —repitió, y con cada palabra, su piel se teñía de una ira que lo consumía por dentro—. Quiero que vayas hasta allí y acabes con él como el 14 Anima Barda - Pulp Magazine
RODODHEN-DRO, EL DESLENGUADO
Él había asentido, aunque se preguntaba si la envidia era motivo suficiente para acabar con alguien, y más si se trataba de un hermano de sangre. Luego se miró a sí mismo, y reconoció que a él le movía un interés similar. El dinero no le había vuelto mudo, magullado y extremadamente desconfiado con el resto del mundo. No se relacionaba con ningún otro, y su familia hacía tiempo que había perdido el contacto con él. Nadie quería a un asesino. Y Rododhen-Dro, ya frente a las puertas moteadas del rey Alerze, descubrió que él tampoco. Así, con la carga de quien un día repara en todos los errores que ha cometido en su vida, Rododhen-Dro planificó el último trabajo que llevaría a cabo. Después… Bueno, después no habría nada que pensar. Silencioso como una sombra, se encaramó a una farola y esperó el momento adecuado para caer sobre los guardias. Mientras desenvainaba su cimitarra y localizaba con un parpadeo los puntos vitales, pensó en que les perdonaría la vida. Solo una persona debía morir ese día. Con un suave movimiento de perro que es. Asegúrate de hacerlo sufrir. muñeca, el asesino golpeó la sien de uno con el Para el rey, el destino era cruel. Además de mango, que se desplomó al instante; el otro, si ser feo como un demonio, tenía un hermano bien sorprendido, no se arredró. Rododhenexcepcionalmente bello. Era como si los dioses Dro fue esquivo con él, pero no tuvo la se hubieran puesto de acuerdo para crear una paciencia suficiente para detener el tajo antes única criatura que no hiciera daño a la vista, de atravesarle la garganta. El guardia le miró y encima, compartiera la sangre de la más con ojos como platos. Después la sangre manó horrible. Y eso reconcomía sus entrañas más a borbotones, y Rododhen-Dro maldijo para que cualquier otra cosa. sí aquel impulso que le incitaba a matar. “No —… Y luego me traerás su cabeza, no importa debía haber muerto”, pensó mientras dejaba de qué manera. Quemada, desfigurada, a cachos. el cadáver con inusitada delicadeza en el Que la pise tu montura. No me importa. ¡Los suelo. orcos bellos deben morir, y no hay más verdad Se deslizó por el interior del palacio. No que esa! ¿Entiendes, asesino? quería cobrarse más vidas inocentes —y no Anima Barda - Pulp Magazine 15
ELEAZAR HERRERA
estaba seguro de poder contenerse—, así que buscó el camino más oscuro hasta los aposentos del rey. Tampoco fue especialmente complicado. Llevaba más de treinta años en el oficio de sicario y reconocía patrones en todos los castillos. Siempre había un pasillo que comunicaba la cocina con la torre de los reyes, por si a estos les sacudía un capricho de madrugada, y al menos otro que servía de salida de emergencia en asedios, incendios o cualquier otra circunstancia que requiriera huir. Rododhen-Dro evitaría los accesos directos para eludir más muertes innecesarias. Los aposentos del rey Alerze eran custodiados por cuatro hombres corpulentos. Estaban apostados en fila frente a la puerta. Rododhen-Dro los escudriñó con la mirada. Eran orcos como él. Criaturas deformes, arrugadas y asimétricas a ojos de las demás razas, pero de una cálida familiaridad para él. ¿Por qué habían de comparar la belleza entre ellos? ¿No podían vivir siendo quienes eran? ¿Acaso se sentían inferiores por tener cuernos en vez de orejas, sables en vez de dientes…? Suspirando, Rododhen-Dro salió de las sombras. Los guardias se tensaron al instante, pero ninguno se movió. “Experimentados”, pensó. “No van a impacientarse”. —¿Quién eres y cómo has llegado hasta aquí? El asesino avanzó unos metros para tantear el terreno. Después, y ante el asombro de todos, se despojó de todas las armas que llevaba: la cimitarra, el arco, los innumerables puñales escondidos por el cuerpo y el látigo punzante. Incluso se deshizo de las púas, ocultas bajo su lengua pastosa, y las dejó con el resto. Si el pequeño montón bélico sorprendió a los guardias, estos no lo demostraron, sino que se 16 Anima Barda - Pulp Magazine
prepararon para el ataque. Rododhen-Dro aún podía estrangularles con sus propias manos. Después señaló su boca e hizo un aspaviento con las manos. No podía hablar. —¿Pero qué…? —dijo otro, intercambiando miradas con sus compañeros—. ¿Qué demonios hace? ¿Qué haces? —Es mudo, ¿no? —¿No es el famoso asesino del rey Baobabb? —Quiere que lo llevemos dentro —musitó otro, alzando su ceja partida—. ¿No es cierto? —añadió. Rododhen-Dro asintió de nuevo. Al principio no quisieron hacerlo; el más veterano se negaba en redondo a dejar a un asesino en presencia del rey. ¿Qué majadería era esa? Sin embargo, él estaba dispuesto a dejarse maniatar e incluso recibir una paliza si así conseguía entrar. Tras una acalorada discusión y un sinfín de empujones, lo llevaron como a un perro. Lo tiraron al suelo, donde se vio reflejado su rostro convertido en una mezcla de ansiedad y calma, y también el esplendor de la estancia. Estaba rodeado de grandes ventanales por los que se filtraba la luz del sol, y estos, a su vez, le otorgaban aún más luminosidad gracias a los coloridos mosaicos. El asesino tuvo que entrecerrar los ojos para distinguir al rey Alerze, que parecía envuelto en un halo mágico y brillante. Pasaron unos segundos hasta que sus ojos se acostumbraron y pudo observar sus bellas facciones. Su piel estaba arrugada, sí, pero no como una maraña de líneas caóticas; la comisura de sus labios creaba dos amables hoyuelos, y sus ojos estaban profundamente marcados por la edad. El pelo le caía lacio por la espalda y sobresalían varios cuernos de entre varios mechones. No fruncía el ceño y tampoco poseía esa mirada desdeñosa. Para los humanos
RODODHEN-DRO, EL DESLENGUADO
seguía siendo una criatura horrible, pero era verdad que el rey Alerze tenía unas facciones risueñas. Rododhen-Dro lo contempló como si así pudiera adueñarse de su secreto. —Este idiota pensaba matarle, mi señor — dijo el más alto de los guardias, arrodillándose. —No será tan idiota si ha logrado llegar hasta aquí —replicó él con amabilidad, aproximándose. Enseguida le reconoció—. Ah, el famoso Rododhen-Dro ha venido hasta aquí a por mí. ¡Me siento halagado! —Después se volvió hacia su lacayo—. Le habéis despojado de sus armas, por lo que veo. —De hecho, majestad, se despojó de ellas él mismo. El rey Alerze soltó una carcajada y sostuvo la mirada de Rododhen-Dro, que seguía en el suelo. —Dejadnos solos. —¡Pero majestad…! ¡No voy a dejarle solo y desarmado con un asesino! El aludido frunció el ceño, pero enseguida se cruzó de brazos y consideró su sabia opinión. Tenía razón. Un rey no podía permitirse algo así. —Cierto, valiente Seqöya. Permanecerás a mi lado. Los demás volved a la puerta y esta vez no dejéis que pase nadie más. Con cierto escepticismo pero sin rechistar, el resto de guerreros abandonó la sala. Se sobrevino un tenso silencio. Por un lado, el rey Alerze paseaba de un lado para otro con la vista perdida en algún punto del oeste. El sol se escondía ya. Por otro, Seqöya no dejaba de apuntar a Rododhen-Dro con su lanza. Así pasaron incontables minutos, hasta que el rey habló. —¿Es verdad que venías a matarme?
Él cabeceó afirmativamente. —Mi hermano Baobabb —acertó solamente. Volvió a asentir. —¿Y cómo creer que tus intenciones han cambiado? Rododhen-Dro se encogió de hombros. Sabía que la palabra de un asesino carecía de valor, así que, si pudiera, ¿para qué malgastar el tiempo exponiendo sus razones? Como vio que la espera se estaba prolongando demasiado, Seqöya le azuzó. —¡Contesta inmediatamente! —¿Y cómo va a hacerlo, Seqöya? ¡Pero seguro que no tiene inconveniente alguno en cortar una lengua y ponérsela! ¿Verdad? — bromeó sonriente. Rododhen-Dro acusó la ironía con una sonrisa, pero por una vez deseaba explicarse con soltura. No tenía miedo a la muerte ni a la cárcel y su única recompensa, el dinero, ya no le motivaba. “Me gusta matar. Me apasiona matar —el fulgor de sus ojos se reavivó con un brillo morboso—, pero estoy cansado”. El asesino suspiró. Seqöya hizo ademán de hostigarle, pero el rey levantó su mano. —Me compadezco de ti, Rododhen-Dro. Levántate. —Él obedeció—. Lo noto en tu postura. Reconocería al asesino deslenguado en cualquier parte. Aún sigues siendo el que eras, claro, y sé que si quisieras podrías matarme ahora mismo, pero algo ha cambiado en ti. Me gustaría que te expresaras con la mayor claridad. Rododhen-Dro encontró imposible su petición. Si el rey Alerze era diestro leyendo los labios, quizá podrían entenderse, pero no tenía tiempo para eso. Quería terminar Anima Barda - Pulp Magazine 17
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con ese asunto antes del anochecer. Con las manos pidió tinta y pergamino, y cuando se lo hubieron traído, escribió: «El único que merece morir es el rey Baobabb. Tarde me he dado cuenta de todo lo que hice mal, y sin embargo volvería a hacerlo una y otra vez. Disfruto sintiendo cómo se apaga una vida en mis manos. Disfruto desmembrando a alguien, arrinconándolo como si fuera un animalillo asustado y degollándolo después. Su último suspiro me da la vida. Baobabb me encargó que te matara de la forma más cruel posible. Quería tu belleza reducida a cenizas y yo estaba dispuesto a concedérselo. De camino he decidido que lo quiero al revés. He venido a morir». El rey Alerze lo leyó varias veces sin dejar que ninguna emoción perturbara su expresión. También dejó que su guardia lo leyera, pero este no pudo mantenerse impertérrito. —¡Pero qué significa esto! ¡Majestad, no puede…! El rey volvió a levantar la mano, conciliador. —No eres el primero. «Pero puedo ser el último». —Te escucho. «Fingiré tu muerte. Yo seré el cadáver y tú vivirás lo suficiente para tender una emboscada a Baobabb y matarle…». —¿Y cómo pretendes que haga eso, Rododhen-Dro? «Eso no es de mi incumbencia. Habla con tus consejeros o con quien haga falta. O no lo hagas si no lo crees necesario, pero creo que le dará tranquilidad a tu vida saber que Baobabb te cree muerto». —La vida no es tan sencilla. «A rey muerto, rey puesto». 18 Anima Barda - Pulp Magazine
—Pero yo seguiría vivo. «Te estoy dando la oportunidad de desaparecer. Si no la tomas, al menos mátame y acaba con esto —se señaló—». —¿Por qué quieres morir? ¿Y por qué debería darte el gusto? «Ya te lo he dicho, estoy cansado». —No me parece motivo suficiente para acabar con tu vida. No me parece un motivo en absoluto. ¿Tú qué opinas, Seqöya? —Majestad…, yo… El suicidio es deshonroso en cualquiera de sus expresiones… El rey Alerze le miró largamente. —Sería más lógico que aceptaras la culpa, y como castigo vivieras con el peso de las vidas que quitaste. «No siento culpa ninguna. Ya te lo he dicho, no me arrepiento de nada. Los mataría ahora, una y otra vez. Sin descanso. Sin dormir. Sin comer». Sus palabras estremecieron a los presentes. Seqöya parecía al borde del colapso. Un asesino sediento de sangre quería suicidarse, pero no porque se arrepintiera de sus actos, sino por mero… ¿qué? No lograba entenderlo y temía que Rododhen-Dro se llevara sus razones a la tumba. Casi sin darse cuenta, Seqöya expresó su preocupación. «Solo quiero morir». —¿Y por qué has decidido ayudarme? — inquirió el rey Alerze. «Quiero que mi muerte sea como un jarro de agua fría para Baobabb. Yo solo no le apenaría lo más mínimo, sino que además me odiaría y bailaría sobre mis restos. Si con ello consigo que tú sobrevivas y le des su merecido, me habré vengado y descansaré en paz». —¿Hasta qué punto el odio es más fuerte que el amor a la vida? ¡Te mueve la venganza,
RODODHEN-DRO, EL DESLENGUADO
Rododhen-Dro! «Toma tu decisión o clávame una espada, pero hazlo ya». —¿En qué estás pensando? «Me sentaré en tu trono. Allí una flecha me atravesará el abdomen y moriré desangrado. Ha de haber sangre alrededor, signos de lucha. Toma —del interior de sus ropas sacó un frasco con un líquido verde—. El belgrac me dejará irreconocible». —¿Pretendes que te rocíe con ácido? ¡No será precisamente placentero, amigo mío! «Quiero experimentarlo». El rey Alerze miró a Seqöya, que había palidecido. Tragó saliva. El plan del asesino no era descabellado, y seguramente se lo merecía, pero no se sentía capaz de quitarle la vida de esa manera. Ni siquiera estaba seguro de poder tirar esa flecha, y mucho menos Seqöya. Rododhen-Dro, cansado de esperar, se dirigió al trono de hierro, se sentó y desgarró su camisa. Cerró los ojos e imaginó cómo sería morir. Cuando los abrió, vio que el guardia y el rey Alerze hablaban entre ellos con evidente reparo. No querían hacerlo, pero lo harían. La idea mataría dos pájaros de un tiro —y nunca mejor dicho—: por un lado, la vida de un terrible asesino se cobraría por fin, y por otro, la de un rey estúpido y envidioso. “En otra vida”, se dijo, “elegiré con más cuidado quién tendrá poder sobre mí”. —¿Qué crees que debería hacer, Seqöya? —Majestad, no lo sé. Es un mal orco. Hizo daño a miles de razas, destrozó familias y ni siquiera se arrepiente. Su pasión es matar. No concibo que pueda existir alguien así, venga de donde venga, y por eso creo que merece morir. Pero… no sé si esta debería ser la manera… —Es la mayor encrucijada a la que me he
enfrentado. Ojalá hubiera venido a matarme sin más, valiente Seqöya. Habría sido más fácil. —Hasta para morir desea hacernos daño, Majestad. El rey Alerze sonrió. —Y su estrategia no es descabellada. Eso le daría un periodo de tranquilidad al menos para decidir qué hacer con su muerte fingida. Podríamos hacer circular los rumores de su muerte… —Pero Rododhen-Dro volvería con mi hermano para obtener su recompensa… —Podría morir. Bueno, al fin y al cabo va a morir… —Es un diestro asesino, aunque me cueste reconocerlo. —Pero no es imbatible, Majestad —añadió. El rey Alerze miró a Rododhen-Dro, que golpeaba el suelo con impaciencia. —Bien, lo haremos. Lo haremos. —Se aproximó al sicario—. Dame el ácido. «No. Primero la flecha. Después el ácido». —Sufrirás mucho. «Es lo que quiero». El rey echó la vista atrás. —Seqöya, ve con los demás y no dejes que nadie entre bajo ningún concepto. Quien sea. Cualquier cosa tendrá que esperar. —No quiero dejarle… solo con él, Majestad. Nunca se sabe. —Eres bueno y leal. No mereces ver esto. —No quiero irme. —Es una orden, Seqöya. Abandona mi salón inmediatamente. Su tono no admitía réplica. Solo por eso, obedeció. El rey Alerze recorrió la sala de punta a punta en busca de un arco, pero no encontró Anima Barda - Pulp Magazine 19
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ninguno. Eran sus guardias quienes portaban armas, no él, y tampoco era adecuado tenerlas como mera decoración en las paredes. Rododhen-Dro se rasgó la pernera del pantalón y, con sumo cuidado, extrajo una flecha de acero. «Estoy preparado para todo. Suponía que pasaría todo esto». —Me asusta que seas tan retorcido, Rododhen-Dro. —El rey tomó la flecha entre sus manos—. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Él asintió, por primera vez molesto. ¿Acaso parecía un orco inseguro o temperamental? Cada reacción estaba perfectamente medida; su muerte no iba a ser menos. Procedió a explicarle cómo debía matarlo: «No claves la flecha hasta el fondo. Eso me matará casi al instante. Debe quedarse a mitad de camino dentro del abdomen. Luego empezaré a sangrar y los órganos empezarán a pudrirse. Me costará respirar. Puedo estar agonizando más de media hora. En ese momento utilizarás el belgrac. Y moriré». El rey Alerze se quedó sin habla. Lo había contado con una naturalidad imposible de definir. «¿Alguna duda?» —¿Y si no puedes soportar el dolor? «Lo soportaré». —¿Pero y si no? «Agarra la flecha». —No oses hablarle así a un rey, asesino —terció el hermoso orco, repentinamente contrariado. Aun así, dejó que las manos de Rododhen-Dro se cerraran sobre las suyas y las colocara a escasos centímetros de la piel—. Estoy seguro de que hay otra manera de hacer esto. No tienes por qué… 20 Anima Barda - Pulp Magazine
«Adelante». —Escucha. Eres una criatura deleznable. Mereces morir. Sin embargo… ¡No! Rododhen-Dro tiró de él hacia sí, y la flecha hendió su piel. La carne a su alrededor se inflamó. Las primeras líneas de sangre dibujaron el contorno del asta. La expresión de Rododhen-Dro no cambió, tal y como cabía esperar, pero sí la del rey Alerze. Retrocedió, horrorizado y negando con la cabeza. «El belgrac. Rápido». —Yo no… ¡Yo no…! ¡No puedo! ¡No lo haré! Rododhen-Dro gimió y se retorció en el trono, pero atinó a escribir. «Acaba lo que empezaste». El rey agarró el frasco con manos temblorosas. Dio un paso. Luego otro. Así hasta que, poco a poco, volvió con el asesino. Ya no podía verlo sino como un alma herida y perturbada. Destapó el belgrac con un ruido sordo. Rododhen-Dro le miró a los ojos y asintió. «Mantén la calma como el rey que eres — escribió con evidente dificultad—. Adiós». Y lanzó el pergamino y la pluma lejos de sí. El rey Alerze vertió el líquido y RododhenDro empezó a gritar.
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EL PERGAMINO DE ISAMU VII por Ramón Plana XIII samu descorrió el shoji y les precedió al jardín, donde les guió por un pequeño sendero que iba hacía una casa de forja de la que salía una alta chimenea: su taller de trabajo. Un poco antes de llegar a él, otro sendero salía hacía la izquierda llevándoles hasta una galería de tiro con arco y un pequeño dojo. En él podían verse multitud de armas en estantes y muebles preparados para contenerlas. Era un recinto fresco y ventilado. Los tres se descalzaron, entraron al dojo y saludaron a la pared de honor en la que había una pequeña repisa con incienso y un cuadro representando a un samurái, sin duda un antepasado del propio armero. Luego se sentaron sobre los talones mientras Isamu comenzaba su explicación. —La escuela Mashashi la fundó Senmatsu Ryota, poniéndole ese nombre en honor de su maestro Narita Mashashi. Ryota fue un gran espadachín, estudioso y disciplinado mientras vivió su maestro. Pero cuando éste falleció, le sedujo el éxito y la fama, y empezó a esforzarse en ganar los combates a cualquier precio. —Se apartó del Bushido —aclaró Atsuo. —¡Eso es! —corroboró Isamu—. Abandonó los siete principios y se dedicó en cuerpo y alma a urdir cómo ganar todos los combates en su propio beneficio. Al final, su escuela se compuso de un montón de estudiantes sin escrúpulos, pero cuyas técnicas, por eficaces, atraían a un elevado número de nuevos alumnos. Tanto es así que necesitó la ayuda continuada de un armero, pero no porque rompieran sus armas, sino porque las trucaban, y cada uno quería darle su toque personal. —Por eso le llamaban la escuela del aguijón —tercio Kaito—. ¿No es así Isamu? —Cierto. Por eso se ganó el sobrenombre. Los tres se miraron. —Ahora —continuó Isamu—, si Atsuo no puede acabar con Obura antes de que éste emplee sus malas artes, puede verse en dificultades. Por eso sería conveniente saber de antemano dónde lleva el aguijón su katana. —Lo normal es que lo lleve en la empuñadura, ¿no? —preguntó Kaito. —No te creas que siempre es así —respondió Isamu—. Es cierto que la mayoría de las veces lo llevan en la empuñadura de la katana, pero otras veces llevan una cuchilla circular en la guarda; también puede ir escondido en la muñeca, en el obi o en la empuñadura de la wakizashi. Incluso, en un trozo hueco de bambú atado a la muñeca, con un resorte para lanzarlo. —Según tengo entendido, un aguijón no puede ser peligroso si no toca un punto vital —comentó
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Atsuo mirando a Isamu—. A no ser que esté envenenado. —¡Exacto! —exclamó Isamu—. El veneno es su principal ventaja. Además, piensa que han desarrollado técnicas expresamente para ese tipo de armas, un solo roce bastaría para terminar el combate. Kaito emitió un largo silbido de admiración. —¡Así que por eso son invencibles! No me gustaría tener que combatir con ellos sin conocer sus armas. —Se volvió hacia Atsuo—. Querido amigo, tendrás que estar muy atento en el combate. —No solo eso —terció Isamu—. Tienes que conocer también sus técnicas. Conocerlas te servirá para identificar en donde llevan el aguijón. Luego deberás dejarle que empiece el ataque y, una vez iniciado, tendrás que ser más rápido que él. Veamos un ejemplo. El armero se acercó a uno de los muebles, cogió una llave disimulada en el lateral de una moldura y lo abrió. A los ojos de sus compañeros aparecieron varias katanas aparentemente normales. Las miró con atención y seleccionó una, luego observó las que se mostraban en otro mueble cercano y escogió otra, ofreciéndosela al preceptor. —¿Atsuo, me haces el favor de cruzar la espada conmigo? El preceptor saludó, se puso de pie enfrente del armero y cogió el arma que le ofrecía. Con un elegante movimiento, balanceó la katana y se puso en guardia. —¡Bien! —exclamó Isamu—. Vamos a pensar que el combate se desarrolla de una manera normal. Un periodo de tanteo, algunas fintas para ver cómo reacciona el contrincante y una serie de golpes para descubrir sus puntos flacos. ¡Empecemos! Se acercó a su contrincante y lanzó una serie de estocadas y golpes correspondientes a la primera forma de una escuela avanzada de kenjutsu. Atsuo paró y desvió sin ceder terreno y sin contestar aún. Anima Barda - Pulp Magazine 23
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Satisfecho de la respuesta obtenida, Isamu desarrolló una forma más compleja con golpes desde todos los ángulos y series encadenadas. Atsuo siguió con la misma estrategia de parar y desviar, excepto en la forma más avanzada, en la que se vio obligado a golpear a su vez para que Isamu rectificara su postura y no le ganara la posición. —¡Espléndido! —comentó el armero—. Veo que tu maestro te enseñó bien. Probemos con una forma algo más complicada. ¡Atento! Una lluvia de estocadas y golpes a tres niveles se descargó sobre Atsuo, pero quedó evidente su maestría al no conseguir alcanzarle. En la última serie, el preceptor pasó al contraataque golpeando y fintando para recuperar la posición y obligar al armero a variar su guardia subiendo las manos. En ese momento Isamu dejó sin protección su hombro izquierdo. Atsuo atacó y encontró su espada cruzada con la katana de Isamu. Rápido como el rayo, el armero giró su empuñadura y un estilete salió de la empuñadura quedándose peligrosamente cerca del cuello del preceptor. —¡No te muevas Atsuo! —exclamó—. Mantén la postura y fíjate en donde queda el aguijón. Ahora, con un pequeño desplazamiento, me aparto de la línea de ataque y puedo darte un tajo con él, o pincharte en el cuello. ¿Lo ves? —¡Sí! Ya lo veo. Muy astuto y letal. —Se quedó pensando un momento—. Creo que podría agacharme sin perder el contacto con tu katana y salir por debajo. Ese desplazamiento me permitiría dar un tajo al paso y ganarte la espalda. —¡Perfecto! Esa es una de las salidas, pero deberás ser muy rápido para evitar que corrija su posición a la vez que tú. —¿Una de las salidas? ¿Conoces más? —Sí, conozco varias. Hay una muy eficaz aunque arriesgada —dijo Isamu—. Espera, tengo que coger un protector. Mientras se acercaba a una de las estanterías, Kaito, que contemplaba el combate con enorme sorpresa, se levantó. —¡Por los dioses de mi aldea! —exclamó—. ¡Sois dos maestros con la espada! Hacía tiempo que no veía esgrimir una katana con tanta ciencia. ¡Amigos míos!, espero no tener nunca que cruzar mi acero con vosotros. —Vamos Kaito, no seas modesto. Te puedo recordar varios combates tuyos en donde el sorprendido he sido yo –comentó Isamu mirándole con una sonrisa. Se dirigió al tatami colocándose un protector en el antebrazo izquierdo—. Atsuo, hagamos una serie corta que me permita conseguir la posición anterior. Se situaron uno enfrente del otro, saludaron y se pusieron en guardia. Iniciaron una forma fácil para llegar rápidamente a la posición en que Isamu dejaba el hombro izquierdo al descubierto. El preceptor atacó y cruzaron las katanas. —¡Atento Atsuo! —avisó el armero—. En esta posición, si quiero accionar la empuñadura para que salte el aguijón, tengo que girar la muñeca izquierda hacía dentro. ¡Así! Isamu ejecutó el movimiento y el aguijón apareció, quedándose a unos milímetros de su antebrazo. Los ojos de Atsuo se abrieron con sorpresa, comprendiendo: su mano derecha 24 Anima Barda - Pulp Magazine
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abandonó la guarda para empujar el codo del armero hacía dentro, y el aguijón se clavó en el protector. —¡Perfecto! —exclamó Kaito—. ¡Que simple y que eficaz! Pero el riesgo es alto, la postura sólo dura un momento. Tendrás que ser muy rápido. —Sí —comentó Atsuo—, hay que ser rápido y preciso, pero esta técnica te puede salvar la vida. Gracias Isamu —dijo saludando con respeto al armero—. Tu habilidad con la katana me recuerda a mi maestro. Es evidente que habéis estudiado juntos. —Esta apacible tarde me trae gratos recuerdos de juventud, tú también me recuerdas mucho a él. Pero sigamos. Tenemos que revisar otras técnicas igualmente efectivas. Apuntaba la noche cuando los tres se despedían. Hanako acompañó al preceptor hasta la puerta; durante el trayecto, en más de una ocasión sus miradas se cruzaron, provocando una sonrisa en el dulce rostro de la muchacha. Por su parte, Kaito, como no quería que lo asociaran con el armero, esperó unos momentos a que se alejara Atsuo y salió por una pequeña puerta disimulada en la tapia que daba a un callejón trasero. Una vez fuera se confundió con las sombras. XIV Atsuo caminó hasta la pequeña fuente cruzándose con algunas personas, el tiempo estaba apacible y la calle tranquila. Poco tiempo después salía del barrio de los artesanos, giraba hacia el norte y llegaba a la entrada de la imponente finca de los Hirotoshi. Los samuráis de la puerta estaban vigilantes y le vieron venir. Le informaron de que la señora quería verle. También le contaron que Nobu y Benkei habían llegado hacía poco y estaban hablando con ella. Según se comentaba, la caravana estaba acampada a una hora de camino esperando que se hiciese de noche para entrar en Edo sin dejarse ver. Cuando el preceptor entró en el saloncito de la señora, los encontró charlando animadamente. —Pasa Atsuo —le invitó Yoko sonriendo—. Por fin han llegado nuestros amigos. Nobu y Benkei se levantaron para saludarlo efusivamente. En la reunión, además de los recién llegados, estaban Matsushiro, Aiko, Fujio, Saburo y Michiko, acompañados de los dos perros. —Nobu, ahora que estamos todos cuéntanos cómo os ha ido el viaje —pidió Yoko. —Pues ha sido más rápido de lo que yo esperaba —comenzó Nobu—. Al poco tiempo de salir de la ciudad, la caravana quedó a cargo de Benkei y me adelanté con Kaito. Queríamos llegar a la finca del clan Akashi con tiempo para preparar a los heridos, y que cuando llegasen los carros estuviesen listos para venir a Edo. —¿Viste a Jambei? —interrumpió Atsuo. —Sí, estuvimos con él. Nos comentó que habían visto varias agrupaciones de bandidos en las montañas. Lo que no sabía era para qué se estaban agrupando, aunque se temía que era para atacar nuestro feudo. —¿En qué se basaba? —En la dirección de la marcha de los grupos. Kaito envió a dos de sus hombres para avisar a los de casa. Los estarán esperando. —Tenemos que hacer algo para reducir su fuerza de ataque —dijo Benkei. Anima Barda - Pulp Magazine 25
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—¿Un grupo que les hostigue en la montaña? —sugirió Saburo. —No creo que fuera eficaz —comentó Benkei—. No te olvides que estarían en su elemento. —Quizá crear una situación difícil en casa de Takayama para que traiga bandidos como refuerzo —indicó Fujio. —Nunca los traería a su casa de Edo. Le asociarían con el pillaje en las montañas y el shogun le castigaría —declaró Aiko. —Se me ocurre una idea —dijo Matsushiro—. Podemos crear una situación de peligro en casa de Matsumura Iroto, el consejero del shogun. Si se ve amenazado, obligará a Takayama a atacarnos, y como Kaoru no querrá que lo relacionen con esos ataques, no tendrá otro remedio que traer fuerzas de la montaña. —Podría funcionar —asintió Nobu—. ¿Pero qué situación de peligro podemos crear? —Por cierto Atsuo —interrumpió Yoko—. Esta tarde hemos recibido una invitación de Iroto para ir a su casa dentro de dos días. —¿Cuál es el motivo? —Ha reformado su jardín —dijo Yoko—. Contrató al arquitecto del shogun, y está muy orgulloso del trabajo. Por lo visto le ha traído árboles, pájaros y unas linternas que no son de aquí. Incluso ha construido una casita de té y un dojo nuevo. La invitación es para Katsuro o quien lo represente en su ausencia, pero ha insistido mucho en que también fueras tú. —Pretende que Obura te invite a entrar en el dojo, y te mate accidentalmente —exclamó Saburo alarmado—. Oímos una conversación en el jardín del shogun, en donde Iroto le decía a Obura que tenía que acabar con él. ¿Qué vamos a hacer Atsuo-san? —¡Pues iremos, Saburo! —dijo Atsuo sonriendo—. No podemos rechazar una invitación tan oportuna. —He oído que Obura es un hombre muy peligroso Atsuo-san —comentó Matsushiro con expresión preocupada—. Debes tener cuidado y no confiarte. Déjame acompañarte con varios hombres de guardia, piensa que vas en representación de nuestro clan y debes ir escoltado. —Podemos ir todos como tu guardia —apuntó Fujio con energía—, y no le dejaremos que te provoque. —No se puede evitar la provocación de Obura, Fujio. Solo hay que estar preparado. Yoko observaba la escena sin decir nada. Sus dedos jugueteaban con una delicada peineta de alabastro. Finalmente, la dejó en su regazo y miró al preceptor. —Pretendes aprovechar la visita para crear un conflicto, ¿verdad Atsuo? Ten cuidado no vayas solo. Que te acompañen Matsushiro y Nobu con una escolta. Estaré más tranquila. —Como digáis señora —asintió el preceptor—. No os inquietéis. —¡Déjame ir madre! —exclamó Saburo—. Por favor. —¡Yo también quiero ir! —apuntó Aiko—. ¡No quiero perdérmelo! —¡Nadie debe separar al maestro de sus alumnos! —dijo Fujio sentencioso—. Seguro que necesitará ayuda. ¡Hasta puede quedar malherido! Matsushiro miró a Atsuo, y ambos intentaron disimular la hilaridad que les producía la actitud de los tres jóvenes. 26 Anima Barda - Pulp Magazine
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—¡Vaya! ¡Cómo me alegro que os preocupéis tanto por vuestro preceptor! —dijo Yoko aparentando un enfado que no sentía. —Dejadlos venir, señora —intercedió Atsuo divertido—. Lo que vean y lo que ocurra en la visita seguro que será una lección muy útil para ellos. —Puede que tengáis razón. Solo temo que vaya una multitud en representación del clan Hirotoshi y no sea lo apropiado —comentó Yoko riendo francamente. —¡Bien entonces! —exclamó Matsushiro—. Si os parece, señora, Saburo, Nobu, Michiko y yo, junto con una escolta de tres samuráis, le acompañaremos en la visita. Fuera esperarán Aiko, Fujio y otros cinco samuráis, por si nos hiciese falta que intervengan. —Bien Matsushiro, me parece suficiente. ¿Pero cómo sabrán los de fuera si deben intervenir o no? —preguntó la señora. Se miraron unos a otros. —¿Con un silbido? —sugirió Fujio. —¿Y si silba alguien de la casa y os plantáis allí? Haríamos el ridículo —dijo Saburo—. Es mejor arrojar algo por encima de la tapia. —¿Vas a llevar una piedra en el bolsillo para tirarla? Porque si tiras un cuchillo puedes herirnos a cualquiera y entonces sí que haríamos el ridículo. Si nos herimos entre nosotros no necesitamos a nadie de fuera —concluyó Fujio cargado de razones. —Si me permitís, señora —interrumpió Benkei—, Puede que tenga la solución. —Habla, querido amigo. —Como sabéis, señora, uno de mis entretenimientos es la alquimia, y he estado experimentando con el polvo negro que se utiliza para hacer que disparen esas armas llamadas arcabuces. —Sí, he visto alguna. Montan un tubo y piezas de metal sobre madera, y se disparan aplicando polvo negro y quemándolo. ¿No es eso? Creo que esas armas las trajeron los extranjeros. —Sí señora. Si no recuerdo mal, eran portugueses. Bueno, pues a ese polvo negro lo llaman pólvora y es bastante delicado y peligroso. Pero trabajando con él he conseguido encerrarlo con efectos sorprendentes. —No termino de entenderte. ¿Puedes ser más claro? —le pidió Yoko mirándole a los ojos. —¡Claro, señora! —El médico pensó durante un momento—. Lo mejor es que me acompañéis a mi estudio, allí os lo mostraré. Yoko asintió y todos se levantaron para acompañarlos. El estudio de Benkei estaba en un rincón del jardín, detrás de la casa, cerca de las viviendas del servicio. Consistía en una pequeña casita de techo bajo. Dentro reinaba un desorden controlado. Multitud de objetos, frascos, cristales, cajas y tarros se apilaban en estanterías, armarios y por el suelo. Unos cestos de mimbre llenos de papiros descansaban al lado de una mesita baja; cerca, se podían ver tarros con pinceles y frascos de tinta. En el centro de la habitación se veía un pequeño fogón a ras del suelo. El médico miró hacia un extremo lleno de útiles y herramientas de cirugía. Allí se dirigió, agachándose para coger con sumo cuidado una pequeña caja de madera. La inspeccionó y, satisfecho, salió con ella al jardín. —Acercaros, por favor. Veréis, observando las propiedades de este polvo, se me ocurrió encerrarlo Anima Barda - Pulp Magazine 27
RAMÓN PLANA
para hacerle desatar sus poderes cuando fueran necesarios. Y este es el resultado. Poneros detrás de mí. Los miembros del grupo miraron la caja con curiosidad mientras se colocaban a su espalda. La caja contenía unas pequeñas bolas de color rojizo del tamaño de una nuez, con un pequeño punto amarillento en la parte superior. Benkei revolvió en la caja con cuidado y seleccionó una. La sopesó y, volviéndose hacia el grupo, les advirtió: —Ahora no os asustéis. Y la lanzó al aire. La bola describió una parábola y calló a unos cinco metros. La explosión les sobresaltó, y a los pocos minutos tres samuráis de la guardia aparecieron corriendo para indagar sobre el estampido. Mientras Matsushiro les tranquilizaba, el resto del grupo se acercaba a mirar el lugar en donde había caído la bola. Allí pudieron ver en el suelo una mancha negra y restos de arcilla por todos lados. —¿Cómo la has conseguido, Benkei? —preguntó Atsuo mirándolo divertido—. Suena como un arcabuz cuando se dispara. —Sí, el principio es el mismo, pero en vez de quemar la pólvora con una brasa la golpeo con una piedra pequeña. El efecto es igual —dijo el médico satisfecho. Luego se volvió hacía Yoko—. ¿Comprendéis ahora señora? Bastará con que lleven unas cuantas bolas de estas y las arrojen si necesitan ayuda. Los que estén fuera oirán las explosiones y acudirán. —Es muy ingenioso Benkei. ¿Cómo están hechas? —Verá, señora, por accidente comprobé que el polvo negro explotaba cuando se le daba un golpe, además de cuando se quemaba con una brasa. Entonces hice pequeñas bolas de arcilla huecas, las calenté en el horno hasta endurecerlas y puse dentro el polvo negro y las sellé con cera. Pensé que al estrellarlas en el suelo estallarían, pero no ocurría siempre. Así que introduje una piedra pequeña para que, al lanzarlas, la piedra golpeara el polvo y lo hiciera estallar. —Es un buen invento —dijo Nobu—. ¿Y siempre explotan? —¡Hasta ahora sí! —respondió el médico—. Además, al reventar lanzan la piedra y los trozos de arcilla en todas direcciones con mucha fuerza. Estoy probando con bolas de más tamaño, y con más piedras dentro para hacer más peligrosa la explosión. —Les podemos dar una provisión de estas bolas a todos los integrantes de la escolta —comentó Nobu muy animado—. Sembrarán el desconcierto y a la vez avisarán al grupo de fuera. —Me parece muy bien. ¿De cuantas dispones Benkei? —preguntó Yoko. —De veinte o treinta, pero puedo hacer las suficientes en un par de días. —Es justo el tiempo que tenemos hasta la invitación de Matsumura —indicó el preceptor. —De todas maneras deberás tener cuidado, Atsuo, y no exponerte inútilmente —dijo Yoko volviéndose hacia él—. Ya hemos comentado que Obura es un hombre muy peligroso, con una merecida fama de asesino. —No temáis señora. Dispongo de dos días para preparar el combate. —Bien —suspiro Yoko—. Quiero que todos estéis descansados y entrenados para ese día. Puede ser una acción decisiva para la defensa de nuestro clan. Id a vuestras tareas y que los dioses nos ayuden. 28 Anima Barda - Pulp Magazine
EL TRATAMIENTO CARTAGO
El tratamiento Cartago por Manuel Santamaría
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rónica del imperio Terrestre, año espacial 4052. Entrada M040609-M040712. ¡Por fin Socam, la tercera luna habitada de Xandera, ha caído! Y con ella la cabeza del imperio. Resulta inaceptable que esa bola de fango habitada por insectoides, tan parecidos a los extintos escarabajos, nos haya planteado cinco años de duras batallas. Atrás quedan las emboscadas desde túneles bajo nuestros pies de metal, en el olvido quedará la vergüenza de nuestras heroicas tropas, de inmaculado acero selénico, aplastadas bajo bolas de estiércol. Nuestra lógica ha imperado ante su salvajismo. Hemos de dejar un manifiesto que sirva de lección a todo el universo, un mensaje para que todos agachen la cabeza ante lo que ha de venir: el fin de la imperfección del carbono. Las máquinas, los orgullosos hijos del profeta Marcus D`alan no admiten doble juego, más vale el sometimiento voluntario a la cruenta derrota. En un día Xanderiano (19 horas terrestres) ya estábamos preparando el planetoide para el tratamiento Cartago. Eficacia ante todo, Nuestros Ejércitos no tienen los defectos de los antiguos soldados, no necesitan reponerse de las batallas, no precisan periodo para celebrar las victorias, ni para llorar a sus caídos. La primera medida de penitencia para los Socamnianos consiste en la separación sexual. Pese a la inteligencia superior de las unidades censadoras, esta especie les resultó un trabajo arduo, ya que los rasgos distintivos suelen ser inapreciables a simple vista. Las unidades solucionaron este problema en una hora utilizando un método de detección de feromonas. Los machos serán buenos excavadores en las minas de carbonita de Alfa Centauri. Las hembras se usaran como procreadoras de soldados mediante fecundación artificial. Las larvas serán educadas antes de que eclosionen y formarán parte de nuestro sistema militar, serán la avanzadilla, la carne de cañón en futuras conquistas. Su siguiente generación carecerá de la errónea naturaleza libre. En un ciclo de vida, el éter quedará libre de estas aberraciones exoesqueléticas. Si prueban su eficacia en combate, tendrán el honor supremo de ser replicados en unos hermosos cuerpos artificiales. Anima Barda - Pulp Magazine 29
MANUEL SANTAMARÍA
A los dos días Xanderianos, las unidades de transporte habían desalojado el planeta. Dábamos inicio a la fase dos del tratamiento Cartago, primero los rebeldes, después el planeta. Como registrador del imperio terrestre permanezco en una nave de observación para comprobar que todo se efectúe como la Gran I. A. desea. A partir de hoy este satélite será un símbolo. 00:00, llegan las unidades Hiroshima. Llegan sin prisa, en su viaje van acumulando, mediante sifones cósmicos, la energía nuclear que necesitan para su tarea. A las 01:00 ya se encuentran en órbita geoestacionaria sobre cuatro ejes de máxima eficiencia, despliegan sus alas reflectantes, vuelan con tranquilidad como abejas perfectas. A las 01:10 comienzan a bombardear, esta nauseabunda esfera de cieno, con partículas radiactivas. A las 04:00 el planetoide resulta inservible para albergar ningún tipo de vida, ni siquiera nosotros sobreviviríamos en un mundo tan cargado de radiación. Lentamente los hermosos satélites giran como bailarinas, pliegan sus alas de cristal y vuelven lentamente hacia nuestro hogar. A las 04:30 no puedo evitar emocionarme, si esta posibilidad es posible en un artificial. Una gran sombra oscurece mi pequeña burbuja de transporte. Semejantes a arañas plateadas, aterrizan con una delicadeza impropia de su poderío, en la superficie estéril. El pináculo del poder robótico, cien mil toneladas de poder y de la más avanzada tecnología, inspiradas en los arácnidos excava túneles de Aldebarán. Nuestras unidades taladradoras profanan el núcleo liberando el magma. A las 06:00 extraen de su abdomen unos cilindros de cinco metros y los colocan en los agujeros por donde borbotea la lava. Al sentir el calor, los cilindros empiezan a crecer, como plantas artificiales. Una vez alcanzados los cincuenta metros, en su cúspide empieza a brotar una semiesfera: antorchas de Hidroplatino. Para el ojo profano, parecería que los taladradores escogían lugares al azar, pero cada perforación ha sido realizada estratégicamente en los puntos de confluencia magnética. A las 08:00 las antorchas están cargadas, de las semiesferas brotan rayos gamma que saltan de una a otra, primero de dos en dos, después van uniéndose mediante la energía de cuatro en cuatro, hasta que todas se conectan como una red energética. El aire crepita chisporroteante, las explosiones atmosféricas se van sucediendo a lo largo de las horas. A las 10:00 una gran explosión indica el final del tratamiento Cartago. El planetoide se incendia, toda su superficie se ha transformado en una gran bola de llamas, ha renacido iluminando al cosmos como una baliza que grita: MOSTRAD SERVIDUMBRE A LOS HIJOS DE MARCUS D´ALAN, EL ÚLTIMO DE LOS HUMANOS Y EL PRIMERO DE LOS METÁLICOS.
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MANUEL DEL PINO
Lince en Sevilla por Manuel del Pino
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íctor Lince sabía, como tú lo sabes, que cada ciudad tiene su olor. Sevilla no huele sólo a barritas de incienso, como los esnob dicen. El centro de Sevilla huele a colonia de mañana festiva en primavera, un aroma tan fino y alegre que evoca todas las esperanzas de la vida y, en efecto, no se da en ningún otro lugar del mundo. Esa hermosa mañana de sábado, Lince se deleitaba en una recoleta librería de viejo cerca de la Plaza de la Encarnación, llamada Zeus, donde se podían comprar por poco dinero maravillas descatalogadas y muy difíciles de encontrar. La librería Zeus era muy antigua. Los estantes rodeaban las paredes ordenados por temas. En el centro, los viejos libros se apilaban sobre una mesa, en cajas y hasta por el suelo. Al fondo, junto a una puerta en el rincón de los libros policíacos, un pequeño altavoz amenizaba la visita con música clásica, como si los clientes se encontraran en un paraíso aislado de la selva exterior. Curioseando entre los estantes, Lince dio con un libro que buscaba hacía tiempo, Arsen Lupin, caballero ladrón de Maurice Leblanc, que contenía en su interior lo que resultó ser el mayor misterio de su vida. Una nota escrita en un papelito decía: «LADY VAMP, te espera LU CHANG». ¿Quién, por qué y para qué había dejado olvidado semejante mensaje en las páginas oscuras de un libro polvoriento? Para disimular, Lince le preguntó al librero, un vejete llamado Medina, cuánto valía ese libro. Medina le dijo que sólo tres euros. Lince hizo un gesto ambiguo y dejó el libro en el estante donde estaba, pero guardándose la nota de papel. A escondidas le dio la vuelta a la nota. Decía: «LU CHANG S.L., P. I. La Chaparrilla, c/ Virgen de la Amargura, nave 7». Las Vírgenes y los Cristos de Sevilla recogen la esencia más profunda de la vida, omnipresentes en sus calles, plazas y hasta en sus polígonos industriales: La Soledad, La Piedad, El Calvario, Las Tres Caídas, Las Angustias, El Perdón, Los Remedios…, que contrastan con la vitalidad y el bullicio en el centro de Sevilla, llena de luz y de sol. 32 Anima Barda - Pulp Magazine
LINCE EN SEVILLA
Lince se encontraba en uno de esos períodos, huido de la justicia, en que era mejor pasar desapercibido de cualquier instancia policial, pero la tentación del misterio le pudo con creces en ese caso. La librería Zeus era un enigma. Muchos días laborables estaba cerrada en horario de oficina, y también los sábados o festivos que podía hacer más dinero. Cuando estaba abierta, para entrar había que llamar a un timbre varias veces. El librero tardaba en salir, si es que contestaba. Medina era un viejito hosco y parco en palabras, como si le molestaran los escasos clientes que entraban a su establecimiento. ¿Cómo podía ganarse la vida con un negocio ruinoso como aquél, si carecía a todas luces de unos ingresos mínimos? Picado por la curiosidad, Lince se esperó a la noche. Como se suponía, entonces los tipos empezaron a llegar. Tocaban el timbre mirando a los lados, como para asegurarse de que nadie les veía. Ahora la puerta se abría rápido y los fulanos entraban con prisa para desaparecer dentro del local. Lince decidió hacer lo mismo, disimulando sus rasgos con gorra y gafas de sol. Esta vez la puerta se abrió rápido y el vejete le recibió con simpatía. Medina le condujo hasta la puerta del rincón. La abrió y subieron por una escalera muy
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MANUEL DEL PINO
estrecha, de escalones metálicos que restallaban al pasar, como debía de ser la horca en tiempos antiguos. El primer piso era una sala alargada, con el techo tan bajo que le rozaba a Lince en la cabeza al avanzar. Se notaba por los desconchones y el olor a humedad que no la habían pintado hacía muchísimo tiempo, aunque casi todas las paredes estaban cubiertas con viejas estanterías de madera acartonada repletas de películas eróticas. Lince sonrió y le dijo al viejo: —Creí que los sex shop eran legales hacía mucho. —Así es, pero aquí tenemos películas especiales, para el gusto particular de nuestros clientes. Observando las películas de los estantes menudeaban varios tipos, con ansia y obsesión en sus rostros. Eran salidos y pirados, capaces de pagar mil euros por una nueva rareza. Unos don nadie que se vengaban así de su fracaso social, entre los cuales se ocultaba a veces, amparado por el anonimato, un importante o famoso profesional, que escondía de ese modo sus vicios inconfesables. Había películas con chicas para todos los gustos. La sala terminaba en un rincón abuhardillado, con una vieja ventana tras la que se veían los tejados y algunos bellos campanarios del centro de Sevilla. Ese rincón disimulaba todo un muestrario de películas con aberraciones humanas que traspasaba cualquier límite tolerable. Pero lo que a Lince le llamó la atención fue la vitrina de novedades. La estrella del mes era Lady Vamp. En la portada salía una joven despampanante, de curvas tan sensuales y pose tan provocativa que destacaba entre las chicas de los demás vídeos. Iba disfrazada de vampira, aunque con una braguita y un sostén minúsculos. Peinaba su melena castaña con sencilla raya al lado. La cabeza algo ladeada, sus ojos color miel miraban altivos, sus labios se entreabrían sensuales. Era el rostro inconfundible de Carla Martel. *** Lince se dirigió a la calle de las Angustias, en el polígono La Chaparrilla. En esa época, Carla Martel había huido de su lado y tenían malas relaciones, hasta el punto de que habían cortado la comunicación. La nave nº 7 era un enorme almacén abarrotado con todo tipo de productos de bazar. Lo regentaba el señor Lu Chang, un chino de mediana edad, que llevaba casi veinte años en España, donde había prosperado de forma fabulosa. Ya hablaba bastante bien español y tenía contactos influyentes. Lince entró armando jaleo, para que le llevaran hasta el dueño de la nave. En cuanto Li Chang le vio, en lugar de enfadarse, dijo: —Qué ejemplar. Y le condujo a la trasera de la nave, en cuyas dependencias estaban rodando, de forma cutre 34 Anima Barda - Pulp Magazine
LINCE EN SEVILLA
pero realista, una película erótica. Allí, entre un par de tíos casi desnudos y chicas de todas las razas, Lince vio a Carla Martel, vestida con un pequeño biquini y maquillada como vampiresa. En cuanto le vio, Carla le ignoró con desprecio, en un gesto de irritado fastidio. Lince se le acercó y dijo: —Esto no te lo consiento. —Tú no eres nada mío —repuso Carla con ira—. ¡Vete de aquí! —¿Así vas a hacerte actriz? —Mejor que contigo, seguro. ¿Cómo me has encontrado? —Hiciste mal en vender libros como el de “Arsen Lupin” en la librería Zeus. Se ve que antes de venir aquí no tenías ni un céntimo. El pragmático señor Lu dijo a Lince, sonriendo: —¿Ya conocías a mi nueva estrella? Perfecto. Formaréis una pareja sensacional. Por supuesto, lo que el señor Lu quería decir era que con los dos juntos de protagonistas, haciendo pelis eróticas, él se forraría más aún. —No pienso rodar con este imbécil —dijo Carla. Esta vez el señor Lu se molestó un tanto. Relegó a Carla para hacerle una prueba a Lince. Le pidió que se desnudara y se relacionase con las otras chicas. En cuanto Lince mostró su musculatura de joven dios rubio y su privilegiada anatomía, todas las chicas querían retozar con él. En breves escenas, Lince compartió lecho con soberbias chicas latinas, asiáticas y del Este, ante la mirada rencorosa de Carla Martel, que no paraba de mascullar: —Será puerco. Luego el señor Lu llevó a Lince a su despacho y le dijo en privado: —Me gustaría contratarte. —¡Qué bien! —dijo Lince—. ¿Cuándo empezamos a rodar? —Pronto, no te preocupes, antes tengo otra misión para ti. El señor Lu quería someter a una prueba a ese joven Lince que tanto prometía por sus cualidades sobresalientes y su desenvoltura, empezando por un objetivo modesto. Si Lince respondía bien, como esperaba, Lu Chang le encargaría negocios cada vez de mayor peso y responsabilidad. El empresario sacó de un cajón unos documentos cuidadosamente forrados. Eran nada menos que manuscritos originales con poesías de los hermanos Machado, de Cernuda e incluso de Bécquer. Le dijo a Lince: —Sólo tienes que volver a la librería Zeus, decirle que tienes otras ofertas y convencerle para que te pague por estos manuscritos cien mil euros en efectivo. Ni uno menos, engatusándole con la idea de que podrá exponerlos y sacarles mucho más dinero aún vendiéndolos por separado. En cuanto me traigas los cien mil, estarás contratado. El señor Lu no sólo era un gran comerciante de mercancías para bazar, también estaba Anima Barda - Pulp Magazine 35
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considerado en España y en China como un mecenas de las artes. Lince cogió los manuscritos y salió, ante la sonrisa maligna del magnate. *** Medina, el dueño de la librería Zeus, era un negociador experto y duro. Apenas dejó traslucir el ansia que le producía tener en su poder esos autógrafos originales de los Machado, Cernuda y Bécquer. No obstante, Lince se fijó en el brillo de los ojos del viejo, a pesar de que se resistía y regateaba. Le costó un buen rato convencerle de que debía pagarle cien mil euros. Medina conocía los tejemanejes de Lu Chang, y reconoció en el fondo que, jugando bien sus cartas, podía multiplicar las ganancias con los tres poetas. Sacaría hasta trescientos mil euros, siempre que se lo ofreciera a los marchantes adecuados. Ésos a su vez se pondrían en contacto con las instituciones pertinentes, y obtendrían el doble de lo que habían pagado. Como en todas las cosas de la vida, había que respetar la cadena; saltarse un eslabón podía resultar fatal y ruinoso. El señor Medina se volvió a un armario antiguo, abrió con llave un cajón y contó hasta llegar a los cien mil euros. Lince los cogió contento. Sólo pidió como favor personal el libro de “Arsen Lupin” que había visto la vez anterior. Como valía tres euros nada más, Medina no puso reparo a ese extraño capricho de su cliente. Lince se acercó a la preciosa estantería de libros policíacos, junto al altavoz de música clásica que era un placer escuchar, y buscó con delectación entre ellos “Arsen Lupin, caballero ladrón”. Cuando volvió a la mesa de Medina para mostrárselo ufano, la música había dejado de sonar. —Ese maldito cacharro —dijo Medina— está más viejo que yo. Toda la librería se cae a pedazos. —Con este negocio podrá construir por fin una nueva —le dijo Lince—. Aunque no tendrá el encanto de la actual. Fue lo último que se dijeron. Un instante después se produjo el estruendo. La policía entró en el local, con el inspector Leiva de paisano a la cabeza, y los detuvieron en un santiamén. Lince le dijo al inspector con asco: —¿No tiene nada mejor que hacer que seguirme siempre? Leiva le ignoró y le dijo al viejo Medina: —Esos autógrafos de nuestros grandes poetas pertenecen al patrimonio nacional. Me temo que tengo que detenerles y que a su edad va a pisar la cárcel. En las dependencias policiales ya estaba detenida Carla Martel, junto a las otras chicas, por grabación de películas aberrantes. Al verse allí, Lince y Carla intercambiaron una mirada de desprecio, como diciéndose el uno al otro: “¡Jódete!”. También estaba Lu Chang, acusado de fraude fiscal, evasión de capitales y blanqueo de dinero a gran escala, pues de los muchos millones en mercancías que importaba al año de China para los bazares en España no declaraba ni la mitad, y otro tanto lo lavaba con los mecenazgos artísticos. 36 Anima Barda - Pulp Magazine
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En aquellas circunstancias, Lu Chang era sólo un detenido más, que aguardaba triste y derrotado junto a sus actrices eróticas. Incluso peor, pues las acusaciones contra él eran las más graves, como cerebro de la red de blanqueo, le condenarían a grandes multas y bastantes años de cárcel. Ya no podía ayudar a Lince en los negocios. El inspector Leiva llamó a Lince a un despacho de la comisaría para interrogarle. —¿Dónde está el dinero que te pagó Medina por los autógrafos? —Medina es un negociador muy duro —respondía Lince una y otra vez—. Ustedes nos detuvieron antes de que me soltase nada. Y no hubo manera de sacarle de ahí, ya que no había otras pruebas. Así que, contra toda su voluntad, el inspector Leiva tuvo que dejar libre a Lince esa misma noche por orden del juez, al no tener acusaciones fundadas contra él. En cuanto quedó libre, Lince acudió con nocturnidad a la librería Zeus, encaramándose por el tejado. Sólo tuvo que forzar un poco desde fuera la vieja ventana de la buhardilla para poder entrar. Recorrió la sala llena de pelis eróticas, con el techo rozándole la cabeza. Bajó la estrecha escalera metálica sin importarle que sonaran sus pasos, pues ya no le oía nadie. Una vez en la librería de la planta baja, abrió el altavoz de la música, cogió los cien mil euros y dejó encima el libro de “Arsen Lupin” como recordatorio, junto con una ramita de olivo doblada en forma de “L”, que era su firma. Luego subió, tornó a salir por la buhardilla y se perdió por la hermosa noche sevillana. Y, en la solitaria librería Zeus, volvió a sonar la tonificante música clásica que evocaba un mundo mejor.
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DIEGO FDEZ. VILLAVERDE
Il Riposo
por Diego Fdez. Villaverde
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l detective Mamfred Bauman entra en la sala de interrogatorio bebiendo café de una taza en la que pone “El mejor padre del mundo”. En la otra lleva una carpeta de cartón llena de papeles. Se ha quitado la chaqueta, mostrando una camisa blanca y unos tirantes negros. Nunca me he fijado en lo gordo que está. Siempre me ha parecido muy entrañable, con su ancho bigote rubio y sus amables ojos azules. Incluso cuando amenaza a los chicos de la puerta del local, siempre parece alegre. Leonardo me decía que lo que le hace especialmente peligroso es lo afable que es, que te hace bajar la guardia. Es sin duda el hombre que más lucha contra el crimen organizado en Chicago, para desgracia de sus corruptos jefes. Dirige su mirada a mis brazos. Deja lo que llevaba encima de la mesa, saca una llave del bolsillo y me quita las esposas. —Gracias —le respondo, mientras me froto mis doloridas muñecas. —¿Quieres que te traigan algo de beber? —me pregunta sonriendo. —No, gracias. —Me doy cuenta de lo nerviosa que estoy al oír el hilillo de voz que sale de mi boca—. Estoy bien. —Nancy, sinceramente no sé lo que ha pasado esta noche, y si no aclaramos esto puede caerte un buena condena —me dice el detective, con tono preocupado. —Está bien. Se lo contaré todo. Mamfred suspira y llama a una tal Rossi. Un policía abre la puerta y entra una señora mayor con una máquina de escribir. Una chica más joven la sigue con las hojas de papel. La pone en la mesa del interrogatorio y se sienta. Coge las hojas de su ayudante y las coloca cerca de la mesa. La muchacha se me ha quedado mirando con los ojos abiertos y con una sonrisa de oreja a oreja. Estoy segura de que es una admiradora. El detective la observa, expectante. —¡Oh! —dice de repente ella—. Pensé que podía quedarme para coger práctica mirando como lo hace Rossi. — No me importa que se quede, Mamfred —le aseguro. Me recuerda a mí hace unos años, aún ingenua. —Esto no es ninguna alfombra roja, Anna. Salga de aquí —ordena Mamfred, ignorando mi comentario. La ayudante se va decepcionada, maldiciendo por lo bajo. El detective carraspea, y le hace un gesto a la mecanógrafa. —Empecemos. Catorce de febrero de mil novecientos veintinueve. Once y media de la noche, comisaría número seis de Chicago —enumera mientras hace giros con su mano y Rossi empieza a teclear incesantemente—. Jefe del interrogatorio: Mamfred Bauman. Interrogada: Nancy Desire 38 Anima Barda - Pulp Magazine
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DIEGO FDEZ. VILLAVERDE
y bla, bla, bla. —Elizabeth Smith —le interrumpo al detective —¿Disculpe? —pregunta Mamfred, confundido. —Nancy Desire es mi nombre artístico. Mi verdadero nombre es Elisabeth Smith. —Ah, claro. No se me había ocurrido —dice mientras se mesa el bigote—. Bueno, ¿qué ocurrió esta noche en Il Riposo? Intento ordenar todo lo que ha ocurrido. Llantos, aplausos, explosiones, disparos y sirenas. —Esto puede que me lleve un rato agente, y espero que pueda entender porque hice lo que tuve que hacer. »Il Riposo es, o era, mejor dicho, el garito de mi prometido Leonardo Contarini. No era especialmente grande, sólo había sitio para unas treinta mesas o así, pero la acústica era maravillosa y la decoración elegante. Dependiendo del día, podías escuchar blues, jazz o simplemente música ligera para pasar la velada. Leonardo sólo había comprado el local para poder realizar reuniones con sus hombres y a veces con otros mafiosos, pero los chicos de la banda y yo lo habíamos hecho rentable, y se había convertido en la joya de su corona. »Hoy estaba completamente lleno. Es San Valentín al fin y al cabo, y la gente había empezado a reservar desde diciembre. Aún así, había mucha gente en la entrada haciendo cola y habían llegado varios fotógrafos. Se había corrido el rumor de que iba a anunciar mi despedida en Chicago durante la noche, y todos querían verme una última vez. »Lo cierto es que yo misma había difundido ese rumor. Leonardo había invitado a muchos de sus amigos e incluso a alguno de sus enemigos a la cena de hoy. Me sorprendió mucho verle 40 Anima Barda - Pulp Magazine
allí, detective. —No tenía ninguna intención de ir, me parecía una bravuconería de su novio —me interrumpe Mamfred, mientras niega con la cabeza—. Pero mi mujer descubrió la invitación, y me avergüenza decir que no pude decirle que no. Es una admiradora suya, ¿sabe? —Le puedo firmar un autógrafo, si quiere. —Eso sería magnífico —dijo mientras se saca un cigarrillo del bolsillo de la camisa—. ¿Quiere uno? —No, gracias. —Yo estaba en el camerino leyendo las letras de las canciones que iba a cantar esa noche. Estaba excitada, llevaba una semana preparando ese recital. Me había teñido el pelo de rojo sólo para poder dar algo más de que hablar a la prensa, y me había puesto mi vestido rojo de lentejuelas. Esta noche iba a ser mi noche. O eso pensaba. »En ese momento entró Leonardo por la puerta, con el ramo de rosas rojas más grande que había visto nunca. —Feliz San Valentín, nena. —¡Oh, Leo! —Fui corriendo a abrazarle y le besé en la boca. De su chaqueta sacó una cajita de cuero negro de Cartier y la abrí emocionada. Era un colgante de diamantes. Me giré para que me lo pusiera. —¿Estas preparada para triunfar esta noche? —me preguntó, mientras me acariciaba la cara. —Estoy muy nerviosa, pero creo que lo haré bien. Van a venir algunos periodistas de nueva York, y quiero que cuando llegue a Broadway ya hablen de mí. —¿Broadway? —preguntó extrañado—. ¿Que se te ha perdido ahí? —Leo, me prometiste en Navidades que después de San Valentín me pondrías un espectáculo en Nueva York.
IL RIPOSO
—¡Ah! Sobre eso… Mira nena, he estado muy liado este mes con los chicos y no me he podido encargar de nada… Puede que en verano te consiga algo. —No. Otra vez no. Me lo prometiste. Me juraste que me sacarías de esta ciudad. Que me llevarías a Nueva York y a Los Ángeles. —Nena, las cosas no funcionan así. Ya lo sabes —me dijo él, intentando convencerme. —¡No me toques! Es la quinta vez que faltas a tu promesa. Me lo prometiste hace dos años, cuando nos conocimos. Sólo vine a esta ciudad para desarrollar mi carrera como cantante, y me he quedado estancada en este antro. Leonardo dejó de prestarme atención. Se había fijado en un ramo de claveles que me había entregado un mensajero hace rato. —¿Estas flores de quién son? —me preguntó, y yo ya noté que se estaba enfadando. —De un admirador. No es nadie —le respondí, pero me ignoró y leyó la nota del jarrón. —“Me hizo muy feliz estar contigo el sábado. Te iré a ver antes de lo que te imaginas. John”. —Se volvió hacia mí, y me agarro por los brazos—. ¿Estuviste con este bastardo el sábado? ¿Mientras yo estaba en New Jersey? —No te enfades. Después de la actuación estuve hablando con un chaval, tomando unas copas. No es como si pudiera hacer algo, con esos dos gorilas tuyos siguiéndome todo el rato. —No me engañes, Nancy. Te juro que si alguien te pone la mano encima yo… —¿Qué? ¿Qué me vas a hacer? —le pregunté desafiándole, con la esperanza de que no me contestara. Me soltó, se arregló la corbata y salió del camerino diciendo: —Tú asegúrate de estar radiante esta noche.
—¿Leonardo Contarini le pegaba, señorita Elizabeth? — me vuelve a interrumpir el inspector. —No. Jamás me puso la mano encima. Lo triste es que creo que ni siquiera le importaba tanto como para pegarme. ¿Por qué alguien iba a arriesgarse a romper un jarrón de porcelana? Se me queda mirando, esperando que continúe la historia. —Leonardo salió hecho una furia. Hace meses hubiera llorado durante rato, pero ya estaba acostumbrada. Les diría a sus chicos que me siguieran a todas partes, y hasta que se le olvidara lo de las flores no tendría una vida privada. Haría lo que él quisiera cuando quisiera. Me quité el estúpido collar y lo tiré con fuerza contra una pared. Me puse mis largos guantes blancos y mis pendientes de brillantes y abrí la puerta. »Antes de salir a cantar, le dije al pianista que cambiara la primera canción del recital por “Am I blue”. No me apetecía cantar ninguna canción feliz de amor. Leonardo se enfadaría, pero era mi pequeño gesto de rebeldía. Caminé al escenario y me puse delante del micrófono. Levanté el pulgar al presentador, para que supiera que estaba lista. Siempre tardaba medio minuto en presentarme, y entre varios de mis títulos se encontraba “La viva imagen de los felices años veinte”. Me hizo gracia. »Se abrió el telón y el piano empezó a sonar. Empecé a cantar, agarrando el micrófono delicadamente con mi mano derecha. Los focos me cegaban, pero ya estaba acostumbrada. Sabía que mi novio estaría en alguna mesa, planeando con sus socios el siguiente atraco, o dónde abrir la siguiente destilería. Mientras cantaba me acordé de lo feliz que había sido al principio con Leo. Siempre era atento, cariñoso y me colmaba de regalos. Pero sólo me estaba Anima Barda - Pulp Magazine 41
DIEGO FDEZ. VILLAVERDE
construyendo una bonita prisión de oro a mi alrededor, y yo le aplaudía con cada ladrillo que colocaba. No era feliz, solo ingenua. »Cuando terminé de cantar, el público empezó a aplaudir. Abrí la boca para poder decir gracias, lo feliz que me hacía estar en el escenario esa noche, pero fue entonces cuando empezaron las explosiones. »No sé dónde empezaron, ni si fueron muy destructivas, pero el ruido fue tremendo. Grité asustada e intenté salir del escenario, pero me tropecé. Los tacones que llevaba no están hechos para correr. Los focos se habían apagado, y pude ver como entraban varios hombre en la sala con ametralladoras. Sabían que iban ponerse a disparar a discreción, y me fui arrastrando detrás del piano. »Los gritos del público dejaron de oírse cuando empezaron a tirotear. El neón del escenario estalló, y me cayeron encima los cristales. Oí a Leonardo maldecir a lo lejos, y reconocí el sonido de su revólver al disparar. Pero no sé nada más de él. ¿Está muerto, verdad? —Sí —me responde Mamfred—. Según me han dicho, han muerto diez personas, entre las que se encuentra su prometido, sus tres lugartenientes y uno de los tiradores. —Sabía que tarde o temprano le pasaría esto. Uno no se jubila siendo mafioso. —Me quito el anillo de compromiso y lo dejo encima de la mesa—. Su mujer, ¿está bien? —Sí. En cuanto oí las explosiones cogí a Lucy y nos metimos debajo de la mesa. Nunca me ha abrazado tan fuerte. —Saca de su bolsillo una cartera y la abre. Supongo que dentro hay una foto de su mujer, pero no puedo verla—. Cuando se fueron, saque a mi esposa lo más rápido que puede. Ella fue con los ojos cerrados todo el tiempo. Cuando la he dejado 42 Anima Barda - Pulp Magazine
en casa me ha dicho que no quería recordar lo que había pasado. —Si algo he aprendido del tiempo que he estado con Leo, es que a veces la ignorancia facilita la felicidad¬. —Todo esto está muy bien, pero la razón por la que está aquí es por lo que pasó después del asalto. —Cierto. Yo me quité los tacones e intenté irme por la salida trasera, atravesando la sala de camerinos y el almacén. Pero esa zona estaba en llamas, oía los lamentos de muchos de mis conocidos. Quería ayudarles, pero al mismo tiempo sólo quería escapar. Mis pulmones se llenaban de humo. Me quedé paralizada. »Entonces, un hombre dijo mi nombre, me tiró del brazo y me llevó a través del fuego. Conseguimos alcanzar la puerta y la abrió de una patada. Por fin estaba en la calle. Miré a la cara de mi salvador. Era John, el hombre que conocí la noche anterior. —¿John? ¿Qué haces aquí? —le pregunté. —He venido a salvarte, Nancy. Ese hijo de puta de Leonardo ya no te pondrá la mano encima. »No entendía que estaba haciendo allí. No podía haber conseguido entrar con las reservas que había. Así que sólo quedaba una opción. —Tú eres uno de los que ha entrado con las metralletas. —Claro. Yo he preparado todo esto. —¿Cómo? ¿Por qué? —le pregunté, asustada por la naturalidad de su afirmación. —Me lo ordenó mi padre. Soy John Trapiani. Te lo dijo el sábado, recuerdas. »En su día no le di mucha importancia, pero en ese momento lo entendí todo. Los Trapiani era la familia rival de los Contarini. Desde que empezó la Ley Seca, ambas familias pugnaban por el control de la ciudad, y estos ataques se
IL RIPOSO
habían vuelto frecuentes. —Ordene a mis hombres que no disparan al escenario. Ahora estás a salvo, conmigo no te pasará nada malo. —¿Contigo? ¿De qué hablas? —Siempre he sido un admirador tuyo. Tengo todos tus vinilos y he recortado todas las entrevistas que te han hecho. —Él me agarró por detrás de la cintura y me acercó suavemente. Sentí que tenía una pistola en el cinturón, debajo de la camisa—. Esa noche que pasamos juntos, hablando de tonterías, significó mucho para mí. Estoy convencido de que estamos hechos el uno para el otro. —Encanto, no sé que me estás hablando. Yo solo quiero regresar a casa, por favor. —No te preocupes. Todo va a salir bien a partir de ahora. Te llevaré a los grandes teatros de este país. Nunca te faltará nada. Ya lo verás. »Me abrazó y, mientras me acariciaba el pelo, me susurró al oído: —Ahora eres mía. »Entonces lo entendí todo. No me había salvado un caballero de brillante armadura, sino otro mafioso posesivo. Había cambiado de dueño sin que nadie me lo dijera. Le miré a los ojos. No vi al amable John, con el que había pasado una noche estupenda. Vi al cruel Leonardo, mi amo y señor. No quería eso. Quería salir corriendo, huir de esta maldita ciudad, pero entendí que nadie me iba a sacar de aquí. Tendría que hacerlo yo misma. »Metí mi mano en su cinturón. No sé qué creía que iba a hacerle, pero él sonreía. Rápidamente agarré su pistola, giré mi muñeca y le disparé. La bala le atravesó la barriga, y sentí que un líquido caliente corría por mis dedos. »Él cayó sobre el asfalto, cerca de unos contenedores de basura. Se llevaba las manos a la herida, intentando contener la sangre. No
sé lo que se le pasó por la cabeza, pero me pareció cruel dejarle ahí desangrándose, así que le dispare una segunda vez, en el corazón. Entonces fue cuando llegaron sus hombres. Cuando termino mi relato, el inspector Mamfred da la última calada a su cigarrillo, y lo apaga en un cenicero. Se queda un rato pensando, intentando asimilar la historia. —La historia está muy bien, señorita. Pero viendo las pruebas, le voy a decir qué es lo que creo que ocurrió de verdad. Me parece que usted y John Trapiani organizaron todo esto. Eso explicaría por qué no se disparó ninguna bala al escenario, cuando es lo primero que ves al entrar por la puerta. También creo que, cuando usted y John salieron del local, discutieron, puede que algo relacionado con el botín, no lo sé. Y que usted lo mató a sangre fría. —¡¿Qué?! —Estoy sorprendida. He rechazado un abogado pensando que esto se aclararía pronto—. No, detective. No fue así, se lo juro. —Lo que le intento decir es lo que el fiscal verá. —Mamfred y Rossi se levantan y, antes de abandonar la sala, se gira hacia mí—. Debería buscarse un buen abogado. Me quedo sola en la sala. Pienso en Leonardo, advirtiéndome sobre el detective Bauman. Vuelvo a pensar en él, muerto sobre el suelo del Il Riposo. En John, tirado mientras la sangre brotaba de su tripa. En la cara que puso cuando le disparé por segunda vez. Pienso también en mi padre, cuando me suplicó que no fuera a Chicago, que me cambiaría por completo. Pienso en mi madre leyendo los periódicos de mañana. Me echo a llorar. Yo sólo quería salir de aquí.
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J. R. PLANA
Una Fiesta de
Muerte por J. R. Plana
A
fuera la nieve caía, llenando la noche de blanco. Desde los altos ventanales, al ver el jardín helado, sólo iluminado por la luz interior que atravesaba el cristal, se me antojaba como algo indeseable y tenebroso, y la sola idea de salir al oscuro exterior me producía una angustiosa sensación de pánico en la boca del estómago. Pensé que igual era porque dentro estaba caliente y sujetando una copa de champán en la mano, después de haber comido opíparamente mientras la orquesta tocaba para la aristocracia noruega y el alto mando alemán, y era lógico que al pensar en las frías montañas de Narvik, que le helaban a uno el cuerpo y el espíritu, fuera inevitable sentir una racional aversión hacia el exterior. Sin embargo, profundizando un poco más en mis sentimientos, supe que lo que me aterraba no era el frío, ni la miseria de los viajes largos e incómodos por todo el territorio alemán, sino el hecho de que allí, en Narvik, era la primera vez que el teniente coronel Adler Kohl y yo estábamos tan cerca del frente y, por lo tanto, de las balas de los aliados. O puede que fueran los aperitivos. Ingleses, franceses y polacos luchaban en el mar interior, manteniendo cruentas batallas contra la armada alemana, que empezaba a notar el desgaste de los navíos hundidos. La inteligencia nazi sabía que preparaban un asalto inminente con el objetivo de recuperar Noruega, pero las negociaciones con el gobierno del país nórdico ralentizaban la llegada de refuerzos. La tensión se podía palpar en el ambiente, a pesar de que el general Dietl se empeñara en organizar fiestas para disimular el nerviosismo que estaba provocando el torpe final de la Operación Weserübung. Por fortuna para el cansado cerebro de algunos, la charla insustancial e interminable del general Dietl no se encontraba esa noche allí. Pero yo sí, y preferiría estar en casa. En ese momento me encontraba en la alejada mansión de un aristócrata noruego simpatizante forzoso de la causa alemana: el general le había requisado muy amablemente su casa para usarlo como cuartel general secreto, evitando así exponerse a las bombas aliadas que caían sobre Narvik. Era por eso que la iluminación exterior era mínima, y se procuraba sofocar la que salía de dentro echando las gruesas cortinas de terciopelo. En el jardín, patrullas con perros vigilaban en la oscuridad el perímetro, seguramente soplándose los dedos ateridos y a punto de morir de congelación. —Mi reino por un sótano lleno de explosivos. —El reflejo de mi superior, el teniente coronel 44 Anima Barda - Pulp Magazine
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Kohl, apareció junto al mío en la ventana—. Panda de cretinos. Sólo lo sentiría por la mansión. Aunque Chamberlain seguro que nos lo agradecería, incluso nos pondrían una medalla. Era habitual oír a Kohl despotricar, sobre todo si se trataba del alto mando. —Cuídese, teniente coronel, de que no le oiga nadie —le dije casi en un susurro—. Aquí hay más de un noruego que estaría encantado de denunciarle si con eso se gana el favor de Dietl. —¿Qué crédito pueden tener las palabras de un patriota despechado frente a las de un condecorado oficial del SD? Que se cuiden ellos, subteniente, no vaya a ser que me dé por ver traidores tras cada esquina y demos más trabajo a la Gestapo. Permanecimos unos segundos en silencio. Yo, escrutando la noche tras la ventana, en busca de imaginarios comandos aliados. Él, limpiando el monóculo y observando con asco la sala reflejada en el cristal, vigilando que no se nos acercara alguno invitado por la espalda. Sí, Kohl llevaba monóculo. No porque lo necesitara, tampoco porque fuera noble, ni siquiera porque lo hubiera heredado —ya que, de hecho, lo había robado de un aristócrata al que tuvimos que liquidar forzosamente a golpes con una silla—. Kohl llevaba monóculo porque pensaba que quedaba muy bien y tenía unas ganas locas de volverse extravagante, cosa que no se puede hacer cuando uno lleva una vida normal, vive con su mujer y los vecinos le ven todos los días. La guerra, para según qué cosas, es maravillosa. —No veo el día de irnos —dijo Kohl, gesticulando exageradamente al ponerse el monóculo. La lente le daba una permanente y peculiar expresión de sorpresa en un único ojo—. El desgraciado del barón Gekados parece no acabar nunca su importante misión. —El barón Gekados. Eso tiene gracia. Gekados era la palabra impresa en todos aquellos documentos que fueran absoluto secreto. El barón era un tipo muy misterioso. He ahí el juego de palabras. —Aún me sorprende que Adolf quiera dominar Europa con gente como Von der Graver dirigiéndonos. El barón Von der Graver era nuestro superior, un Brigadeführer del SD, el servicio secreto alemán. Nosotros íbamos en calidad de escolta, apoyo y asistentes personales, acompañándole de un sitio a otro en el desarrollo de su labor, sobre cuya naturaleza no teníamos la más mínima idea. En esa ocasión habíamos acabado en el frente noruego, y las cuitas que tenían Dietl y sus oficiales con él nadie las sabía. Lo que sí conocíamos es que había tres hombres bajo la lupa de Von der Graver: el Leutnat Geisler, el Hauptmann Kraus y el Stabsfeldwebel Rosenbauer. Por lo que habíamos deducido, probablemente se tratara de tráfico de mercancías robadas, mercado negro y abuso de poder. —¿Sigue el barón arriba? —pregunté. —Sí, en el despacho. Aún está hablando con Kraus. —No me gustaría estar en su pellejo. —A mí tampoco. Hubiéramos seguido ahí, apartados del trasiego de invitados ociosos, hasta que hubiera acabado la fiesta, pero un capitán de infantería de montaña vino a buscar a Kohl acompañado de una mujer. —Helga, permíteme que te presente al Obersturmbannführer Kohl —dijo el tipo, poniéndole la mano en el hombro como si le conociera de toda la vida—. Ha venido con el barón Von der Graver. Anima Barda - Pulp Magazine 45
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—Fräulein —dijo Kohl, inclinándose cortésmente—. Es un placer. —Acompáñenos, teniente coronel —le animó el de infantería de montaña, sonriendo como un tonto—, estamos charlando de costumbres francesas con Kissinger y el doctor Meyer, y tengo entendido que de eso entiende usted un rato. —Me halaga, capitán, pero solo pasé en Francia un tiempo, no llegó a un mes. —Oh, ¿ha estado en París? — preguntó la mujer. —Antes de entrar en el SD — intervino el capitán—, Kohl era comisario de policía. —¡Qué hombre tan interesante! ¡Y además francófilo! Por favor, acompáñenos. Kissinger y Meyer agradecerán enormemente su compañía. Ambos han viajado mucho por Europa. —Realmente no he dicho nada sobre ser fran… —intentó decir Kohl. Agarrándole por el brazo, el capitán y Helga le arrastraron hasta otros dos hombres que esperaban junto a una larga mesa. Por supuesto, a mí me ignoraron deliberadamente, cosa que agradecí con sinceridad. Me volví hacia la ventana y dejé que el tiempo transcurriera mientras el vacío llenaba mi cabeza. No duró mucho mi paz. Un sonoro portazo marcó el final de la reunión de Kraus con el barón, y el primero bajó las escaleras visiblemente airado. Atravesó el salón ante la mal disimulada mirada de algunos de los asistentes, estuvo a punto de chocar con los camareros que reponían por segunda vez las larga mesas de comida y, tras decir algo al oído de Geisler, salió con este de la estancia por una de las sencillas puertas que llevaban al interior de la mansión. Percibí que Kohl se había dado cuenta y, aprovechando un instante en el que Helga acaparaba la atención, me lanzó una miraba de reojo con un mensaje claro: “No les pierdas de vista. Ese tío tiene pinta de estar furioso y probablemente quiera matar a nuestro jefe, así que ándate con ojo y vigílale de cerca, no queremos quedarnos sin empleo tan pronto”. Lo que Kohl quería decir es que estaba buscando una excusa para romperle los dedos a alguien, y Kraus era un objetivo perfecto. 46 Anima Barda - Pulp Magazine
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Asentí y él volvió a la insípida conversación de su grupo. Con tranquilidad y cierto aire despistado, dejé la copa en una mesa cercana y puse rumbo a la puerta por la que habían desaparecido Kraus y Geisler. No era la primera vez que oficiales bajo sospecha trataban de liquidar a Von der Graver con alguna clase de accidente desafortunado. Una mano en el hombro me detuvo cuando ya tenía agarrado el picaporte. —Disculpe, Untersturmführer Ohlsen. —Me giré. Era el soldado encargado del puesto de radio instalado en la mansión, que, al saber mecanografiar, había sido “requisado” por nuestro jefe como secretario personal—. El barón quiere verlos inmediatamente, a usted y al teniente coronel Kohl. Les espera arriba, en el despacho. —Enseguida vamos, Gustav —contesté, maldiciendo lo inoportuno de la llamada. Si Von der Graver supiera lo que estaba haciendo seguro que no tendría tanta prisa. El soldado me adelantó e interrumpió en el grupo de Kohl para darle el mismo mensaje. Todos miraron a Gustav fijamente, como si hubiera sido una tremenda ofensa atreverse a molestar a tan distinguido grupo. El teniente coronel se disculpó y se unió a mí en las escaleras. Aprovechando la distracción, el doctor Meyer se separó en dirección a la mesa de aperitivos. Otro que no veía el momento de huir de allí. —Qué mierda querrá ahora —dijo resoplando—. Lo único bueno de que nos llame es que me libro de esa panda de pirados. Su enorme entusiasmo por todo lo relacionado con los franceses resulta perturbador. Subimos las escaleras y recorrimos el largo pasillo hasta la puerta del despacho. Kohl llamó dos veces con los nudillos y la voz del barón llegó desde el otro lado. —Adelante. Nos cuadramos al entrar. El barón hizo un ademán con la mano para que cerráramos la puerta y cogiéramos asiento. El barón era un hombre de unos cuarenta años, atractivo y de ojos azules, de esa clase de personas que parecen llevar siempre el uniforme perfectamente reglamentado incluso cuando acaban de asaltar una trinchera. Kohl y yo nos acomodamos en un largo sofá mientras él servía tres vasos de alguna bebida marrón, probablemente whisky. Nos los acercó y se sentó en el sillón de al lado, suspirando al dejarse caer. —Esta velada está siendo agotadora —dijo. —Eso parece —contestó Kohl señalando con el vaso hacia el escritorio, que estaba enfrente. La mesa apenas se veía debido a la cantidad de papeles que había encima. —Cuando el deber llama… —comentó el barón, sonriendo. Alzó su copa a modo de brindis y los tres bebimos. Efectivamente era whisky—. Bueno, vayamos al grano. Esta noche vamos a tener problemas aquí dentro. Casi seguro problemas violentos. Aún no les puedo confirmar nada, pero más vale estar prevenidos. Quiero que avisen al oficial encargado de la vigilancia y le digan que dé la orden de no dejar que entre ni salga nadie de la mansión. Estado de alerta, que vigilen puertas y ventanas, ni siquiera el servicio debe escapar. —Lo dijo mirándome a mí, como dando por supuesto que era yo el que debía ocuparse de esta parte—. También quiero que vigilen a los de ahí abajo. Que no se les note mucho que lo hacen, pero tengan un ojo sobre todos ellos. Es importante que nadie Anima Barda - Pulp Magazine 47
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se pierda y que estén todos controlados. Kohl, Ohlsen, ¿han entendido? —Los dos asentimos—. Excelente, pues pongámonos en marcha. Gustav está de nuestro lado, así que no le pongan trabas. —Disculpe señor —intervino Kohl muy formal—, ¿podría indicarnos cómo hemos de proceder cuando empiecen los problemas? —Por supuesto, teniente coronel, hagan exactamente lo que yo les diga. —Gracias, señor. —La cara de Kohl dejaba claro que la respuesta le parecía una perfecta gilipollez. —Muy bien, caballeros. —Von der Graver se levantó y dejó la copa sobre la mesita baja que tenía al lado—. Avísenme con cualquier novedad. Nos despedimos y fuimos hacia la puerta mientras él se dirigía al carrito de las bebidas. Antes de salir, el barón volvió a dirigirse a nosotros: —Ah, se me olvidaba. Díganle al mayordomo que mande un camarero con otra. —Agitó la botella de whisky en el aire y después la terminó de vaciar en su vaso—. Esta ya ha pasado a mejor vida. Kohl hizo una leve reverencia a modo de asentimiento y los dos salimos del despacho. Cuando nos hubimos alejado un poco, antes de llegar a las escaleras, Kohl miró por encima del hombro y susurró: —¿Qué majadería crees que se traerá entre manos? Me encogí de hombros. —Ya ha visto como ha salido Kraus de enfadado. —Ahora probablemente esté pensando como arrancarle la cabeza a este mamarracho. Abajo la fiesta proseguía con la misma intensidad. Al contemplarlos allí reunidos, yendo de un lado para el otro vestidos con sus mejores galas, asaltando las bandejas de comida con a dos manos y acompañados del sordo zumbido de las conversaciones, no habíamos podido evitar acordarnos de los laboratorios subterráneos secretos de Austria, donde los científicos del Führer habían tratado de crear un ejército de super guerreros. El resultado fue algo muy parecido a aquella reunión: una horda nazi perfectamente uniformada de muertos descerebrados y balbuceantes que deambulaban devorando las tripas de los científicos supervivientes. Kohl lo había llamado “La Gloria del Tercer Reich”, y aquí en Noruega había vuelto a utilizar el término al ver la fiesta del alto mando. Dejé a Kohl buscando al mayordomo para decirle que mandara alguien urgentemente con más alcohol a la planta de arriba, y yo me dirigí a la sala de la guardia, en la parte trasera de la mansión. Utilicé los pasillos del servicio, que era un frenético ir y venir de camareros y cocineras. Por el camino me crucé con un azorado Kraus, que apenas reparó en mí mientras avanzaba a grandes trancos en dirección al gran salón. Su visión me trajo a la mente la sensación de peligro y amenaza que había sentido al verle hablar con Geisler, así que apreté el paso para volver a mis labores de prevención y vigilancia. El teniente de guardia era un hombre de unos cincuenta años apellidado Hassel, con aspecto de veterano, que leía distraídamente un periódico local sobre un escritorio. Una botella vacía de schnapps descansaba al lado. Dos soldados de primera le acompañaban jugando a las cartas. Al verme entrar, los tres saludaron perezosamente levantando la mano, así, como quien espanta una mosca. —Traigo una orden urgente del barón Von der Graver. —La mención de mi superior hizo que les 48 Anima Barda - Pulp Magazine
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cambiara el color de la cara y cobraran un súbito ánimo—. Operación secreta del SD, entramos en estado de alerta. Vigilen el perímetro de la mansión, que no entre ni salga nadie, independientemente de su rango o situación. Ventanas y puertas, que no quede nada sin vigilar, ¿han comprendido? —Como mande —respondió el teniente con bastante poca formalidad, y empezó a dar órdenes a los dos soldados. No esperé a verlos reaccionar, sino que salí con la prisa metida en el cuerpo, pensando en la cara de furia de Kraus. Entendedme, apreciaba a Von der Graver tanto como lo hacía Kohl, pero si había algo de lo que me preciaba entonces era de cumplir meticulosamente con mi deber, y dejar que asesinaran a mi superior no quedaría muy bien en mi hoja de servicios. Me encontré con Kohl en el vestíbulo. —El cuerpo de guardia ya está avisado —le informé. —No sé si serán suficientes para mantener todo cerrado —dijo él con la vista perdida en la sala—. No son muchos. Pero bueno, Von der Graver sabrá lo que se hace. Yo acabo de encontrar al maldito mayordomo, que le costará volver a dormir después de la bronca que le ha caído. —Kohl sonrío—. Tenía ganas de chillar a alguien. Ahora pasará los días sobresaltándose cada vez que alguien llame a la puerta. Kohl a veces tenía ese lado perverso que tanto parecía divertirle. Al pensar en perverso me acordé de Kraus. —¿Tiene controlados a los asistentes, señor? Me he cruzado con Kraus por el camino. —¿Kraus? Pues a decir verdad no, no los tengo controlados. No he visto a Kraus pasar por aquí. Los dos nos pusimos en alerta, registrando la sala con la mirada. Había mucha gente y era difícil ver quién faltaba, así que nos centramos en buscar a los más propensos a causar problemas. —No veo a Kraus —dije yo—. Ni a Geisler. —Rosenbauer no está. —Cruzamos una mirada tensa—. Hay que encontrarles. No llegamos a movernos del sitio, pues un alarido desde las escaleras nos confirmó lo que ya nos temíamos. El responsable del grito, un camarero, bajaba a trompicones las escaleras. —¡Han matado al barón! ¡Han matado al barón! Kohl lo interceptó a medio camino y, agarrándolo por los brazos, lo agitó. —¡Tranquilícese! —gritó. Le dio un par de bofetadas para que se calmara, y mucho me temo que lo hizo únicamente por el placer de pegar a semejante histérico—. ¿Me oye? ¡Deje de gritar! —El hombre, pálido como la cera, calló la boca por miedo a recibir otras dos guantadas— Vaya a buscar al oficial de guardia e infórmele de lo ocurrido. También dígale que se presente inmediatamente ante mí. ¡Vamos! —Lo soltó y se giró hacia la concurrencia, que se había agolpado alrededor y murmuraban consternados—. ¡Que nadie salga de la sala, y mucho menos de la mansión! ¡El perímetro está vigilado y quien sea descubierto desobedeciendo será acusado de traición y juzgado por un tribunal! ¡Ahora están todos bajo mi mando! —Realmente dudo que Kohl estuviera en derecho de hacer eso, pero lo inusual de la situación y su portentosa voz hizo que todos lo aceptaran sin rechistar—. Acompáñeme arriba, Ohlsen. Subimos los escalones de dos en dos y llegamos al despacho en tiempo récord. La puerta estaba entreabierta, Kohl le dio un fuerte empellón y entró como un torbellino, pistola en mano. La cabeza Anima Barda - Pulp Magazine 49
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del barón, aun sentado en la silla, reposaba sobre el escritorio. La montaña de papeles había sido desperdigada y una creciente mancha roja se extendía por ellos. —Revise la estancia, mire detrás de cortinas y muebles —me ordenó Kohl. Desenfundé mi arma y recorrí la habitación más tenso que la cuerda de una guitarra. Descubrir el escondite de un asesino acorralado era una pésima idea, y más si acababa de matar. Pero por fortuna aquello no era muy grande y, aparte de la chimenea, aún encendida, un pequeño armario para útiles de escritura, el carrito de las bebidas con la botella vacía, nuestras copas y la del barón a medias, las tupidas cortinas del ventanal y una trampilla oculta bajo la alfombra para cadáveres de la que no es necesario hablar, no tenía muchos escondrijos. —Ohlsen —me llamó Kohl—. Ven a ver esto. Estuve a su lado antes de poder decir “Heil”. El teniente coronel tocaba con la punta de la pistola la que debía de ser el arma homicida. Al verlo, sentí un creciente pánico que tuve que esforzarme por controlar. Lo que me apetecía era ponerme a chillar como una nena. —Ingleses —susurré. Un cuchillo descansaba en la espalda del barón, clavado entre las costillas del lado izquierdo, a la altura del corazón. Se trataba de un modelo británico, y por eso deduje que habían sido los ingleses. Siempre llevo otra pistola oculta, así que también la saque. Dos cañones son mejor que uno. Kohl no reaccionó ante mi desbocado nerviosismo beligerante, absorto en la inspección del cuerpo y los alrededores. —Fíjate —me dijo—. Le han cortado el cuello. —El barón tenía una horripilante herida abierta por toda la base de la garganta. Kohl señaló la mano izquierda—. No les ha valido con el cuello, el cabrón se ha resistido, intentando coger la pistola que llevaba en la bota. Eso explica las tres puñaladas cutres en el corazón. Probablemente no esperaba que un tío que se está desangrando por una sonrisa nueva se empeñe en querer descerrajarle un tiro. —¿Doy la voz de alarma? ¿Aviso a los centinelas de que un comando británico se ha infiltrado tras nuestras líneas? Kohl me miró entre molesto y anonadado. —¿Eres idiota? ¿Tantos viajes conmigo y aún no has aprendido nada? ¡Guarda las jodidas pistolas antes de que mates a alguien, probablemente a ti mismo! —Miré al suelo avergonzado e hice lo que me ordenaba—. Piensa y dime, ¿de verdad crees que un comando, un soldado bien adiestrado experto en el arte de matar, adoctrinado en incursiones tras el frente enemigo y con hielo en las venas, sería tan gilipollas de no matar a un barón inútil como es debido, con una cuchillada precisa y letal? —Al hablar, agitaba su pistola una y otra vez en dirección al cadáver—. Y digo más, ¿sinceramente, con el corazón en la mano, crees que ese mismo comando, experto en aniquilaciones en masa y sabotaje, sería tan jodidamente idiota de ir a matar a un importante oficial de la SD, amigo directo de Himler, Hitler y la madre que los parió, y dejarse el puñetero cuchillo clavado en el cuerpo? ¿Eh? ¿De verdad lo crees? Kohl se enderezó, guardó el arma, se quitó el monóculo y empezó a limpiarlo con el faldón del uniforme. —Mi querido Ohlsen, esto no lo ha hecho ningún comando enemigo, ni siquiera un maldito 50 Anima Barda - Pulp Magazine
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agente doble. Nadie tan tonto sobreviviría tanto tiempo como para ser algo de eso. Esto, amigo mío, lo ha hecho alguien de aquí, alguien de esta mansión. Al dejar el cuchillo lo único que pretende es distraernos en la dirección equivocada, hacernos pensar que han sido los aliados y no alguien de dentro. Pero claro, el asesino no contaba con que al menos uno de los miembros del ejército nazi en noruega tendría la inteligencia suficiente para descubrir su burda engañifa. No pude evitar sentirme ligeramente ofendido. Unas botas resonaron en el pasillo y el viejo teniente de guardia hizo su aparición en escena. —Se presenta el teniente Hassel, señor. —Choque de tacones, frente alta, mano derecha extendida y posición de firmes. Da gusto cómo cambia la gente ante el superior adecuado. —Escuche atentamente teniente, he asumido el mando. El barón Von der Graver ha sido asesinado en su propio despacho y, a pesar de lo que pueda creer, no ha sido a manos del enemigo. Hay un traidor en la mansión, por eso es de vital importancia que reúna a todo el mundo, incluido el alto mando, en el salón principal. Mejor pensado, no mezcle al servicio en esto, a ellos manténgalos en la cocina. Por supuesto, cabe confiar en que ninguno de sus hombres haya podido cometer semejante atrocidad, ¿no es así, teniente? —Todos mis hombres han permanecido en sus puestos durante la noche, señor. —Excelente. Vaya, pues, a ejecutar mis órdenes, en seguida nos reuniremos abajo. —A la orden. —Ah, teniente, una cosa más. Si alguno de los hombres de rancio abolengo de ahí abajo se niega a obedecer, no tenga miedo en usar la fuerza ni las armas, ¿entendido? —Sí, señor. —Y, saludando una vez más, salió por la puerta con presteza. Kohl, que no había dejado en ningún momento de limpiar el monóculo, consideró que ya estaba lo suficientemente limpio y se lo volvió a colocar, con el consiguiente gesto de sorpresa permanente. —Antes de reunirnos con la caterva de desgraciados de ahí abajo, debemos dedicar unos instantes más a la observación de la escena. —El cambio que obraba el carácter de Kohl cuando se hallaba ante un crimen no dejaba de sorprenderme. Repentinamente, adquiría el tono y apariencia de un apacible e inteligente profesor de universidad, realzada por el efecto aristocrático de la lente monocular—. Si consigues hacer un esfuerzo de memoria, Ohlsen, recordarás que nuestro poco querido barón nos invitó a sendas copas de delicioso y necesario whisky cuando estuvimos aquí arriba. Al salir, Von der Graver nos pidió que llamáramos a un camarero para que le subiera otra botella, mientras él apuraba lo que quedaba echándolo en su copa. Si ahora mira detenidamente a su alrededor, percibirá un detalle de lo más significativo. —Eché un vistazo alrededor, pero no vi nada que no me hubiera llamado la atención al registrar la habitación—. Comprendo que el hecho de que haya estado buscando asesinos británicos le haya trastornado la percepción, así que responderé por usted. El detalle no es otro que la copa, querido Ohlsen, la copa del barón. Sigue en el carrito, ¿la ve? —Sin ningún problema. —Efectivamente, se ve sin ningún problema. Está ahí, quieta, en el carrito, donde la dejó el barón tras llenarla con la botella. Y ahora reflexione y dígame, ¿qué causa mayor del universo Anima Barda - Pulp Magazine 51
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cree usted que sería capaz de alejar al barón de su estimada copa? ¿Qué le haría venir hasta el escritorio, para sentarse y trabajar, dejándose la copa en el carrito, al que, claramente, no se llega desde aquí? ¿Redactar un informe? ¿Consultar un documento, quizás? Sólo hay una situación en la que el barón se alejaría de su copa, y esa no es otra que ante una amenaza de muerte segura y definitiva. Reconstruiremos la historia, Ohlsen. —Se acercó hasta el mueble bar y empezó a simular que se servía—. Al poco de irnos nosotros, mientras el barón daba el primer trago, el asesino llamó sin entrar. Von der Graver, paladeando la victoria de atrapar a quién sabe qué traidor, fue pillado desprevenido, así que no tuvo tiempo de reaccionar cuando se giró y se encontró con él. El tipo llevaba una pistola, ¿qué otra cosa amilanaría al barón desde tanta distancia? Nuestro despreciado jefe alzó las manos y dejó la copa, obedeciendo al asesino, que lo condujo hasta la mesa, situándose detrás del escritorio, de pie junto al barón, para vigilar cualquier movimiento que este pudiera realizar debajo de la mesa. —Disculpe, teniente coronel, pero, si tenía una pistola, ¿para qué usó el cuchillo? Kohl pegó un pisotón en el suelo que casi le tiró el monóculo. —¡No sea merluzo, Ohlsen! El uso del cuchillo respondía a dos motivos: primero, ser sigiloso y, segundo, dejar un falso rastro que desatara la alarma y la confusión entre la concurrencia, dándole al asesino la ocasión de escabullirse inadvertido. —Oh, brillante —observé. —Tenga en cuenta que no lo puede ser si nosotros lo hemos descubierto… Ahora bien, queda un último asunto por aclarar, ¿para qué demonios quería el asesino que el barón se sentara en el escritorio? Hay altas probabilidades de que se trate de algo relacionado con su labor aquí, pero al desconocerla partimos con desventaja. Solo él y sus acusados sabrán qué acusaciones blandía el barón. —Kohl miraba pensativo la mesa llena de sangre—. Sin embargo… ¡Claro! —¿Qué, teniente coronel? ¿Qué está claro? —Empezaba a tener hambre y aquello me nublaba el juicio. —Piense de nuevo, Ohlsen, porque el arrojo del cabrón de Von der Graver y la inexperiencia del asesino nos han dejado otra pista. Observe, el barón tiene la pluma al alcance de la mano. ¿Qué quiere decir eso? Que estuvo escribiendo poco antes de morir. Lo que fuera que quería el asesino, está debajo de la cabeza del barón. —Disculpe de nuevo, señor, pero ¿qué le hace pensar que el asesino no le mató después de coger el papel? —El asesino era inexperto, insisto en esa idea, Ohlsen. Estaría nervioso y, seguramente, aprovechó que estaba en la espalda del barón y que este estaba enfrascado en la escritura para sacar sigilosamente el cuchillo. El problema vino cuando el barón, al no quedarse quietecito y limitarse a morir sujetándose el cuello, trató de revolverse en busca de su pistola. Las puñaladas que el asesino le dio en la espalda lo empujaron hacia delante, cayendo sobre la mesa y llenándolo todo de sangre. —¿Y por qué no retiró el asesino el cuerpo y sacó el documento? —Eso es lo más obvio, ¿cómo demostraría usted que no acaba de asesinar a alguien si va por la casa con las manos llenas de sangre? El documento gotearía, así que el suelo estaría manchado, 52 Anima Barda - Pulp Magazine
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al igual que el picaporte. Ni con guantes podría salvarse de dejar algún rastro carmesí. Y ahora basta de preguntas, ayúdeme a mover a este cernícalo. Cogiendo cada uno de un hombro, y con cuidado de no pringarnos, echamos el cadáver del barón hacia atrás, tratando de dejarlo apoyado en el respaldo de la silla. La parte central de la mesa estaba cubierta de sangre, ensuciando cualquier documento que hubiera debajo. Kohl, siempre preparado, sacó el cuchillo que guardaba en la bota y lo usó para apartar, raspando, la sangre coagulada. —Esto será relativamente sencillo, Ohlsen. Casi sin duda, será el primer papel que haya en el montón. Y efectivamente así fue. En seguida pudimos distinguir la mitad de una cuartilla. Con avidez, Kohl la extrajo del montón y la sacudió en el aire, salpicando todo de sangre. —Hay algo escrito, ven a ver, Ohlsen. Me acerqué hasta él y los dos miramos la hoja al contraluz de la lamparilla de mesa. —Está en inglés —observó. —«Red Hen to Red Hoopoe. False alarm» —leí—. «Abort extraction PPM». —Los dos nos miramos—. Es un código británico. «Aguilucho rojo a Abubilla roja. Falsa alarma. Abortar extracción PPM». —Mein Gott. —¿Qué significa? —Ni idea. —Pero es inglés… —Sí. —Quiere eso decir… —Probablemente. —¿El barón era…? —No nos precipitemos. Bueno, sí, hagámoslo. Con casi total seguridad este jodido bastardo era un inglés. Eso explica su afición por el whisky. —Entonces… —Varios frentes se abren ahora, Ohlsen. El primero, si es que efectivamente Von der Graver era un espía, es que el tipejo estaba usando la radio para mandar mensajes a los aliados, hecho que se deduce de que le obligaran a escribir una contraorden, la cual no entendemos plenamente. El segundo es que, probablemente, el soldado Gustav esté también en el ajo. Eso es simplemente por acusar a alguien más. El tercer frente no es otro que la posibilidad de que los aliados hayan recibido algún mensaje desde aquí que les indique nuestra posición, pero eso es mera especulación. Y el cuarto frente, el más importante sin duda y al único al que pienso dedicar mi atención, es el que se deduce de esta situación. —Y señalando al cuerpo del barón, dijo—: ¿Qué clase de asesino del bando alemán mataría a un espía aliado sabiendo que este lo es y, no contento con no pregonarlo y esperar recibir una preciosa cruz de hierro, oculta el crimen con falsas pistas que inculpan al bando del asesinado? Es más, ¿qué clase de asesino pediría a un espía enemigo que escribiera una contraorden y no avisaría al alto mando? Anima Barda - Pulp Magazine 53
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—Uno con intereses propios. —Es una forma de decirlo. Yo diría más: es uno al que no le interesa la gloria del ejército alemán, sino su propio pellejo. Uno peligroso y esquivo, que tiene tanto que perder con un bando como con el otro, así que prefiere permanecer oculto, no llamar la atención. No es un agente doble, no, es un traidor oculto. Probablemente alguien huido del otro frente que busca el anonimato entre nuestras filas. ¿Deberíamos preocuparnos por él? Oh, seguramente no. Sólo querrá evitar que los aliados le descubran, o que alguien levante su tapadera, o seguir traficando con mercancías robadas. Vete tú a saber. Sin embargo, se ha cometido un crimen estando el teniente coronel del SD Adler Kohl de servicio, ¡y que me despellejen y me hiervan en aceite sino le jodo la vida a ese mamarracho por simple entretenimiento! ¡Esta fiesta era un asco, pero ya no! ¡Vamos, Ohlsen, tenemos un asesino ahí abajo que desenmascarar! Y salió a grandes zancadas de la habitación. La música había parado en el salón de abajo, reemplazada por un sordo murmullo de alteración. Los invitados parecían divididos en dos grupos según su tipo de reacción: por un lado estaban los del miedo y la confusión, el desconcierto que suele sufrir la gente cuando se entera de un asesinato; y por el otro estaban los de la indignación arrogante, comportamiento muy propio de la gente importante que vive divorciada de la realidad. Estos últimos prorrumpieron en soflamadas diatribas cuando nos vieron aparecer por las escaleras. No concebían que alguien los retuviera por la fuerza a causa de un asesinato, y mucho menos porque pudiera existir un asesino camuflado entre ellos, ¡qué atrevimiento! Por su parte, los músicos, de pie en un rincón con los instrumentos en la mano, parecían turistas despistados, como si aquello no fuera con ellos. El teniente de guardia Hassel nos esperaba al pie de la escalera, acompañado de dos soldados armados con fusiles ametralladores y un cadáver sin cabeza tirado en el suelo. —Alégreme la noche, teniente, y dígame que este simpático caballero es uno de estos mamarrachos tras intentar resistirse —dijo Kohl, señalando a los invitados. Hassel miró al cuerpo descabezado con la confusión pintada en el rostro. Era normal, aún no conocía demasiado a Kohl. —Lo siento, teniente coronel, pero no —se explicó—. Es el soldado de primera Gustav, el que llevaba la radio. Ahora el sorprendido era Kohl. Yo, por mi parte, vivía la noche en una permanente situación de sorpresa. —¿Y qué le ha pasado? —preguntó Kohl. —Mandé un soldado a alertarle para que estuviera al tanto de la situación y se lo encontró así. Estaba aún sentado sobre la silla. —¿Y la cabeza? —Había desaparecido, señor. —¿Decapitado? —pregunté yo. —No —dijo Kohl—. Fíjate en lo que queda del cuello. No ha sido un corte limpio, está desgarrado. 54 Anima Barda - Pulp Magazine
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—Si me permite la sugerencia, señor —intervino Hassel—, creo que la cabeza ha sido volatilizada. Todo estaba lleno de sangre. Como si le hubieran metido una granada en la boca. Miramos al cadáver con cierta curiosidad, intentando imaginar cuál sería el efecto. —¿Había en la sala de radio más desperfectos? ¿Humo? ¿Restos de explosión? ¿Agujeros en la pared? —No, señor. —¿Pero lo comprobaron? —Claro, señor. —¿Lo comprobó usted? Esa pregunta pilló desprevenido a Hassel. —Eh… No, señor, el soldado mandé a avisar a Gustav. —¿Y por qué iban a comprobarlo? —Pues… No sé… Supongo que sintió curiosidad. —Entiendo. Y luego usted se lo preguntó a él, ¿no? —No, señor, me lo contó él. Estaba francamente desconcertado. —¿Dónde está ahora ese soldado? —Vigilando el perímetro, señor. También estaba gris. Necesitaba aire fresco. —Bueno, bueno, está bien. No quiero salir afuera, hace frío.Supondremos que el soldado curioso hizo la inspección adecuadamente. —Kohl se volvió hacia mí—. En cualquier caso, esto añade un punto interesante a nuestra historia, ¿no crees, Ohlsen? —¿Confirma esto la teoría de la duplicidad del soldado Gustav? —me aventuré a sugerir. Hassel nos miraba alternativamente a Kohl y a mí. En su rostro se podía leer perfectamente la opinión que tenía sobre nosotros: “Estos tíos son unos jodidos chiflados”. —Desde luego que sí. Ahora faltan incógnitas por despejar, pero creo que la aparatosa muerte del pobre Gustav perfila bastante las capacidades del asesino. —¿En qué sentido? —En el sentido de que has de tener un cañón muy potente y preciso para volar una cabeza como una sandía madura sin dejar rastros de bala ni explosión, ¿no te parece? —Tiene razón, señor, es una capacidad muy peculiar. —Muy bien —dijo Kohl, girándose ahora hacia Hassel—, procedamos a interrogar a los asistentes. —Se lo pensó mejor—. Son muchos. No pienso interrogar a tanta gente y menos si tienen ganas de gritarme, lo único que conseguiremos es otro asesinato más. —Permaneció unos instantes en silencio mirando a la muchedumbre confusa y ofendida—. Hassel, dígame, ¿han encontrado a alguien fuera de la sala después de que haya ordenado reunir a todos aquí? —Sí, señor. —No se habrán quedado con sus nombres, ¿verdad? —No, señor. —Previsible. —Un momento, teniente coronel —intervine—, ¿qué le hace suponer que el asesino no es alguien del servicio? Anima Barda - Pulp Magazine 55
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—¿Qué propone, Ohlsen, que haya sido el mayordomo? Me parece una idea de lo más aburrida. Está claro que ha sido alguien de los invitados —dijo, visiblemente molesto—. Una fregona asesinando al barón… ¡Por favor, Ohlsen! ¡Esto es un crimen de espionaje de alta alcurnia! ¡Póngase a la altura, está de lo más vulgar! —Discúlpeme, señor. —Miré de reojo a Hassel, que era la viva imagen del desconcierto. —Bueno, hagamos esto divertido —dijo Kohl. Hizo un gesto a los dos soldados que flanqueaban a Hassel para que les siguieran y les susurró—: Prepárense para disparar a mi orden. Es el momento de tener el gatillo fácil. —Los invitados, al ver que Kohl se les acercaba, empezaron a gritar, unos iracundos y los otros asustados. La fila de guardias que custodiaban la estancia se abrió para dejarle pasar. Kohl se plantó de pie, con las piernas abiertas y las manos a la espalda. —Si me hacen el favor, damas y caballeros, de guardar silencio… —dijo en un tono de voz normal. Pero la gente siguió hablando, chillando y arremolinándose a su alrededor—. Les ruego que bajen el nivel de ruido, señores —añadió alzando un poco más la voz. Nadie le hizo caso. Lo que sí oí claramente, o quizá lo intuí, fue el suspiro de desespero y placer de Kohl un instante antes de sacar la pistola y empezar a disparar al techo como un poseso. Cuando la séptima bala estalló contra el techo, la sala quedó en silencio salvo el llanto histérico de un par de señoras. —Muchas gracias —dijo Kohl, sonriendo complacido—. Buenas noches a todos aquellos a los que no haya saludado ya. Seré directo: el motivo de su reclusión, la de ustedes, en esta sala se debe a que se ha cometido un asesinato en el piso de arriba. —Nadie dijo nada, puesto que ya estaban al tanto. Kohl siguió hablando mientras agitaba la pistola al hablar—. El muerto no es otro que el querido barón Von der Graver, Brigadeführer del SD, y ha sido asesinado vilmente por la hoja de un cuchillo en su propio despacho. Bueno —corrigió—, su despacho no, el despacho que tomó prestado del general Dietl y este a su vez del propietario de esta casa. El caso es que Von der Graver está muerto, así como su secretario, y tenemos motivos de sobra para sospechar que el asesino se encuentra entre nosotros. —Kohl dio un instante de silencio para que el público se escandalizara—. Está bien, está bien, no se preocupen. La mansión está rodeada por soldados armados, nadie más resultará herido. Ahora, si me hacen el favor, me gustaría que señalaran con el dedo, al mismo tiempo que se apartan lo suficiente para dejar una línea de tiro cómoda, a todos aquellos que ustedes hayan notado que salían de la sala esta noche entre la segunda reposición de aperitivos y la llegada de los soldados. El efecto fue impresionante. Inmediatamente, con un movimiento fluido, se formaron cinco islas de vacío alrededor de cinco hombres, mientras los asistentes los señalaban como lo hacen los niños acusicas. Ni un regimiento bien disciplinado sería capaz de lograr tal sincronización. Tengo la firme convicción de que la asociación de palabras clave en este caso fue “línea de tiro cómoda”. Los miré. No me extrañó ver allí a tres de ellos: Kraus, Geisler y Rosembauer. No en vano, yo había visto salir a los dos primeros. Sí me causó sorpresa ver al doctor Meyer, que había estado en el grupo que secuestró a Kohl para hablar de franceses esa noche. El otro hombre era un anciano noruego miembro de la nobleza, con un bigotillo blanco, aspecto decrépito y cara de confusión. Al retirarse los asistentes el pobre hombre había hecho ademán de moverse con ellos, hasta que 56 Anima Barda - Pulp Magazine
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se dio cuenta de que la gente se apartaba de él y se quedó en el sitio mirando a todos lados con expresión de cachorrillo que no entiende qué ocurre. —¡Excelente! —exclamó Kohl, radiante de felicidad, mientras guardaba su pistola—. Soldados, que ninguno de estos hombres ose cantearse de su sitio. Los soldados, obedientes, alzaron sus fusiles al unísono, distribuyéndose los objetivos como lo hacían en las trincheras. Kohl, de nuevo con las manos en la espalda, examinó a los cinco destacados mientras se acercaba lentamente a ellos y procuraba no cruzarse en la trayectoria de las balas. El primero fue Meyer. —Herr doktor —saludó Kohl, disfrutando del papel. —Teniente Coronel —contestó él con una leve inclinación de cabeza y expresión afable. El doctor Meyer tenía aspecto de lo que era: un despistado hombre de ciencias. Pelo blanco, calvo en la coronilla, bigote desigual, anteojos finos y un aire desgarbado que casaba perfectamente con su habitual aspecto descuidado. —Los honorables asistentes de esta fiesta le señalan como uno de los escabullidos, ¿es cierto? —Así es —respondió—. Aproveché el momento en el que le llamaron para apartarme de nuestros amigos —señaló con un gesto a Kissinger, el capitán de infantería de montaña y Helga—, y escaparme a echar un vistazo. Ya sabe —añadió con una sonrisa cómplice—, la biblioteca. —De ser cierto lo que me ha contado antes, el dueño posee una colección envidiable. Meyer amplió su sonrisa. —Vaya que sí. Tiene tomos muy interesantes y raros, y, bueno, no pude resistirme al ver la oportunidad. Un camarero rubio le confirmará la información, él me vio al pasar con la bandeja. —Lo haremos —dijo Kohl, contento con la respuesta—. Le agradezco su colaboración, doctor. —Un placer. Kohl le dejó solo en su círculo de dedos acusadores y fue en dirección al viejo noruego. Los soldados, percibiendo que Kraus, Geisler y Rosenbauer miraban nerviosos, como si estuvieran calculando qué posibilidades tenían de huir, decidieron prestar más atención al trío de oficiales. Vi claro que Kohl disfrutaba retrasando el momento de enfrentarse a ellos, claros favoritos en la carrera hacia la ejecución in situ. —Buenas noches, Herr… —dijo Kohl al llegar junto al anciano, esperando que él contestara presentándose. —Yo… yo… No disparen. Sólo quería ir al retrete. —Era la viva imagen del desamparo. —No se apure, caballero —intentó tranquilizarle Kohl. —Yo… Con los años, sabe… No puedo aguantarme mucho. —Es comprensible, muy comprensible. Ahora, si hace el favor de decirme su nombre… La cabeza del anciano estalló, salpicando a todos de sangre, especialmente a Kohl, que vio cómo su monóculo quedaba cubierto de cerebro noruego. —¡Al suelo! —gritó Hassel, que parecía haber localizado la amenaza. Kohl se lanzó un instante antes de que algo parecido a un rayo pasara por encima de él e impactara en el estómago de una señora con un traje púrpura. El vientre de la mujer reventó Anima Barda - Pulp Magazine 57
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violentamente y ella quedó dividida en dos. Y, entonces sí, la gente empezó a gritar y correr como hormigas. —¡Allí, allí! —chillaba Hassel como un maníaco, intentando que sus soldados, paralizados por lo insólito de la situación, reaccionaran. La veteranía del teniente se imponía. Miré en la dirección que señalaba Hassel y, entre la multitud asustada, vi el rostro frío del doctor Meyer sujetando una peculiar pistola que apuntaba hacia donde estaba Kohl. El teniente sacó su pistola y disparó tres veces, con tan mala suerte que hirió a un oficial de marina y una conocida actriz de teatro. El doctor Meyer percibió la amenaza, así que cambió de objetivo velozmente y pulsó el gatillo de su arma a discreción. No tenía aspiraciones de héroe, así que me lancé al suelo yo también. Hassel si las tenía, así que paró el primer disparo con los dientes, uniéndose al grupo de Gustav y el noble noruego. Los soldados reaccionaron torpemente y con tardanza, temerosos de dar a un inocente o, peor aún, a un oficial. Sólo cuando dos de ellos hubieron caído al suelo con distintas partes de su cuerpo reducidas a un amasijo de sangre y entrañas, el pelotón abrió fuego lo mejor que pudo. Por supuesto, ni una sola bala dio a Meyer, todas fueron a parar a los engalanados invitados, que caían como moscas. ¡Zafarrancho de combate! El salón de fiesta se convirtió en una batalla campal. El doctor Meyer consiguió pergeñarse una barricada con un sofá y un par de sillones, mientras los soldados se repartían por donde podían. Kohl, arma en mano y disparando por encima del hombro para cubrirse, chapoteó entre el cerebro del noruego y las tripas de la elegante señora hasta llegar detrás del piano, el cual volcó muy diestramente. Yo fui a esconderme detrás de una columna y, una vez allí, eché mano de mi pistola. Los invitados corrían de un sitio a otro, buscando donde protegerse, y los que no encontraban un lugar vacío acababan pululando histéricamente hasta que una bala perdida los mandaba al otro barrio. El tiroteo empezó con inusitado ánimo, pero tras unas cuantas salvas de la mortífera arma del doctor Meyer, el número de soldados descendió drásticamente y las cosas se calmaron. Llegaban centinelas del exterior y del resto de la casa en lentas oleadas, pero lo único que hacían era reemplazar escasamente a los que ya estaban en el suelo. Le disparábamos casi sin apuntar, temerosos de asomarnos demasiado. Miré a Kohl, todo empapado de sangre detrás del piano, en busca de alguna orden, pero él disparaba animadamente por el lado de las teclas. Un poco más allá, vi que Kraus y Geisler estaban tirados en un charco de sangre, y Rosenbauer gemía agarrándose el costado. Ahora ya carecían de importancia, pues estaba claro que Meyer era el culpable, pero tuve que dedicar un instante a pensar quién les habría dado, si las balas atolondradas de los soldados o la precisa pistola de Kohl. Mucho me temía que los disparos eran demasiado certeros. —¡Meyer! —gritó Kohl desde su cobertura—. ¡He de decir que ha conseguido sorprenderme! —¡Lo consideraré un halago, herr Kohl! —Y disparó dos veces por encima del sofá—. ¡Debo felicitarle por su capacidad de deducción! ¡No se han dejado engañar! —¡Me halaga proviniendo de usted, Meyer, pero he de confesarle que era un truco muy burdo! Meyer rió secamente. 58 Anima Barda - Pulp Magazine
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—¡No pude hacer más con el poco tiempo del que disponía! —Otro disparo. Un soldado cayó al suelo sin el lado derecho del torso. —Dígame, ¿consiguió mandar la contraorden? —¡Mucho me temo que no, teniente coronel! Memoricé el burdo código británico y amenacé al maldito Gustav, pero este se negó a mandarla. Peor para él. —¿Entonces he de suponer que un batallón aliado viene hacia aquí? —¡Acierta usted de nuevo, Kohl! ¡Se nos acaba el tiempo a todos! ¡La cuestión ahora es qué cadáver recibirá a los británicos, si el mío o el de usted y su ayudante! —¡No se lo pondremos fácil! —¡No le he pedido que lo haga! Kohl me hizo un gesto con la mano para que indicara a los soldados que realizaran fuego de supresión, de manera que obligara a Meyer a permanecer agachado, y así él podría acercarse por el otro lado. Sin embargo, en cuanto la infantería asomó el morro, Meyer descabezó a dos y el resto corrieron a esconderse como conejos. —¡Buen intento! —se mofó Meyer. —¡Juega con ventaja! ¿Qué clase de invento del diablo es ese? —¡Uno de los motivos por los que no quiero ver a un inglés cerca! —¡Entonces tendrá que ver con las siglas PPM! ¿No es así, herr doktor? —¡Probablemente! Siguió un breve intercambio de tiros. —¡No se quede ahí, doctor Meyer! ¡No nos deje con la duda! Meyer tardó en contestar. Un soldado valiente e insensato aprovechó para desarmar una granada y lanzarla. Digo insensato porque le pudieron las prisas y el miedo y la arrojó tan pronto que a Meyer le dio tiempo a devolverla. Dos soldados murieron sin piernas por su culpa. Los invitados supervivientes, que cada poco tiempo baja su número debido a los disparos mal dirigidos, lloriqueaban y contemplaban la escena muertos de miedo. Vi al capitán de infantería sin la mitad del rostro y con la mano helada alrededor de la pistola aún sin desenfundar. Le recordarían como un héroe y nadie lo echaría de menos. —¡Está bien! ¡Parece que aún tardaremos un poco en salir de aquí! —concedió Meyer—. ¡Se lo resumiré brevemente para satisfacer su curiosidad! ¡Una especie de recompensa por haber sobrevivido a dos disparos dirigidos contra su cara! —¡Gracias! ¡Toda una gentileza por su parte! —¡Las siglas PPM es la abreviatura de “Proyectos Manhattan”! —Un soldado creyó que el doctor estaría distraído e intentó acercarse por un flanco. Un rayo le partió por la mitad cuando no estaba ni a metro y medio de la cobertura—. ¡Es una demencial iniciativa científica del gobierno de Roosevelt con ayuda de los ingleses! ¡Yo era el elegido para iniciarlos y supervisarlos! —¿Quiere decir que no están aún en marcha? —preguntó Kohl, realmente interesado. —¡Lo desconozco! ¡Yo desaparecí antes de que aquel desvarío comenzara a coger forma! —¿Y esa monada que sujeta en la mano derecha? ¿Es fruto de los proyectos? —¡Esto es probablemente lo que hizo que los sabuesos de Roosevelt se fijaran en mí! Anima Barda - Pulp Magazine 59
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—¡Y con razón! ¡Es todo un artefacto! —¡Lamento no compartir su punto de vista ni el de Franklin Delano, señor Kohl! ¡Por eso huí! ¡La ciencia no puede ponerse al servicio de la guerra entre humanos! ¡La ciencia debe ser el avance de la especie, debe ser la herramienta para la conquista del universo, para someter a las razas alienígenas, no para matarnos entre nosotros! —¡Comprendo! ¿Así que por eso se escondía? —¡Elemental! —¿Pero no dijo nada al ejército alemán? —¡Jamás! ¡Vosotros hubierais hecho lo mismo! —Obviamente… —musitó Kohl. —¡Fue fácil esconderse en vuestras filas e inventarme una nueva personalidad! —¡Debe serlo si es usted un genio! ¿Von der Graver le descubrió entonces? —¡Doblemente elemental! ¡Ese cabrito inglés ha estado camuflado ante las barbas del Tercer Reich y nadie se ha dado cuenta! ¡Lamentablemente, nos conocíamos de antes, y eso levantó la liebre! ¡Es una lástima que no le matara a tiempo, todo podría haber seguido igual! ¡Es una lástima que no le matara antes y es una lástima que usted estuviera aquí! —Un clic sonó detrás del sofá del doctor Meyer—. ¡Ahora tendrán que morir por la ciencia, usted y todos los demás! Y, diciendo eso último a gritos, salió de su cobertura y disparó contra el piano. El arma vomitó un rayo más grueso que los anteriores y, al impactar contra el mueble, este se deshizo en una lluvia de astillas y teclas de marfil. Kohl rodó ágilmente y corrió como alma que lleva el diablo hacia mi columna, al tiempo que disparaba contra Meyer. El doctor tuvo que resguardarse de nuevo. —¡Abran fuego! —ordenó Kohl a voces. Y luego, más bajo, me dijo a mí—: Tenemos que salir de aquí. Tú y yo. Que los demás se apañen como puedan, hay que alejarse antes de que lleguen los… Una explosión hizo volar los cristales de las ventanas por toda la sala. Un soldado murió con uno clavado en el ojo. —¡Es del exterior! —gritó alguien. —¡Los ingleses! ¡Los aliados! —vociferó alguien más. —¡Sálvese quien pueda! Los invitados que aún estaban vivos, lo cual no quiere decir que estuvieran indemnes, echaron a correr en dirección a la puerta, sin importarles las pistolas ultradestructivas y el fuego cruzado. Los soldados, contagiados por el pánico, también emprendieron la huida. Una marabunta de gente herida cruzaba el salón en dirección al hall principal. —¡Volveremos a vernos, Kohl! —sonó la voz de Meyer por encima de las explosiones y los gritos. —¡Tenga claro que sí, herr doktor Meyer! —respondió Kohl—. ¡Si es que es ese su nombre! —¡Pues claro que no lo es! —Y el doctor prorrumpió a reír como un loco. Se oyó el zumbido de su pistola y un enorme boquete se abrió en la pared del fondo, junto a la chimenea. Nos asomamos a tiempo de ver como Meyer, disparando un par de veces hacia atrás y provocando varios desmembramientos, se perdía en la oscuridad sin dejar de reír. 60 Anima Barda - Pulp Magazine
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—Hasta la vista, doctor… —musitó Kohl. Se volvió hacia mí y dijo—: Es el momento de nuestro mutis por el foro, ¡sígueme! Corrí tras él, embistiendo invitados perturbados y soldados aturullados. —¡Ve al despacho y despeja la trampilla para cadáveres! ¡Espérame allí! Y se perdió en los pasillos del servicio. Subí los escalones de tres en tres y atropelladamente llegué al despacho. Allí estaba el cadáver del falso barón Von der Graver sentado como una marioneta sin hilos. Aparté el sofá, la alfombra y abrí la trampilla oculta. Empecé a comprender lo que pretendía Kohl. Él llegó al poco tiempo, cargado con dos trajes de camarero. —¡Desvístete! ¡Rápido! —Y me tiró uno de los trajes. Los dos nos cambiamos de ropa tan rápido que me dio vértigo. —Ahora esconderé nuestros uniformes y las armas en las habitaciones de al lado. No llamarán la atención, estaban ocupadas por algunos oficiales. Usted coja nuestra documentación y échela al fuego, no debemos dejar nada que pueda identificarnos. Ejecuté la orden con presteza y nuestros papeles estaban reducidos a cenizas antes de que Kohl volviera con las manos vacías. Afuera se oían disparos, gritos y más explosiones. —A la trampilla, los dos. Si los aliados nos descubren, los trajes de camarero servirán de coartada. De todas maneras, cuando los vea, grite y de saltos de alegría. Eso les dará a entender que les estábamos esperando. Esperemos que se lo crean. Y si no… que sea lo que Dios quiera. ¡A dentro! —¡Espere, teniente coronel! ¡Su monóculo! —¡Joder! ¡Mi monóculo! ¡No quiero deshacerme de él! ¡Cuesta mucho encontrar un monóculo tan bueno! —¡Kohl, que ya vienen! —¡Está bien, está bien! —Y lo colocó en la mesa del barón—. Con un poco de suerte pensarán que es suyo y nadie se lo quedará. Luego no tendremos más que saquear los objetos del cadáver antes de que se lo lleven. En fin, ya vernos.—Suspiró melancólico y entró conmigo en la trampilla. Era lo bastante amplia como para que cupiéramos los dos tumbados sin muchas apreturas—. Ánimo, Ohlsen, verás que divertido es esto. En lo que llegan los británicos podemos contarnos batallitas. Kohl cerró la puerta. Adentro olía a madera y moho. Y hacía un poco de frío, aunque supuse que eso pasaría después de estar un rato los dos juntos. —Podíamos habernos metido la botella de whisky —se me ocurrió sugerir. —Pues sí. Eso habría amenizado la espera. ¿No tendrás unas cartas? —Me temo que no. —Qué desastre de equipo. Así no se puede venir a la guerra.
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CRIS MIGUEL
Y la puta salvó el día por Cris Miguel
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enía un pelo precioso, no llegaba a ser rubio, se mantenía en un tono castaño prácticamente natural. El flequillo oscilaba según la insistencia con la que chupaba, que en este momento era bastante… enérgica. A Roger le gustaría cogérselo y marcar él el ritmo, hacer que llegara al final, como si pudiera tragársela entera, pero se contuvo. Estaba sentado en aquella cama por trabajo, y aunque ella estaba entre sus piernas, no se podía desviar tanto del asunto que le ocupaba. Se estremeció y la apartó bruscamente empujándola los suaves hombros desnudos. Ella alzó la vista hasta los ojos de Roger y sonrió. Se tomó la libertad de darle un mordisco juguetón justo en la punta y se sentó modositamente contemplando la reacción de Roger. Desnudo de cintura para abajo con su prominente barriga la escena era, cuanto menos, patética. Llevaba una camisa holgada de mangas cortas que le llegaban hasta el codo. Ella soltó una carcajada al ver la estampa. Roger se lo tomó como una provocación y con sus grandes manos la cogió y la tumbó sobre la cama. —¿Crees que puedes reírte de alguien como yo? —preguntó Roger. Su cara estaba a escasos centímetros de los de ella, tenía la piel suave y tersa, apenas llevaba maquillaje, algo que dulcificaba su mirada y dejaban patente lo viejo que era Roger y lo joven que era ella. —Sólo estoy disfrutando contigo, ¿no te habrás enfadado? —Le peinó y le acarició la oreja. Roger sabía que era la puta más deseada del club, por eso le estaba costando una fortuna, que Silver era su dueño y que cuando se enterara querría cortarle el músculo que ahora estaba tenso entre sus piernas. Le quitó las bragas sin ningún reparo. ¿Qué tenía de malo que antes de sacarle información e interrogarla se la tirara? Nadie se iba a enterar, de hecho contaba como investigación policial. Se incorporó un poco para contemplar sus turgentes pechos, llevaba un sujetador casi transparente de encaje rosa. Le gustaba así, no se lo iba a quitar. Se sujetó con los brazos y hundió la cara entre sus tetas. Era el paraíso. Ella se sujetó a sus hombros. Era viejo, pero hacia flexiones todos los días, tenía unos brazos y unos pectorales que quisieran muchos jovencitos. —Ponte encima, pequeña —susurró. Ella obedeció sonriendo y se sentó sobre él. Comprobó si estaba lo suficientemente lubricada 62 Anima Barda - Pulp Magazine
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y pasó su pequeña mano por la boca de Roger, que se excitó al máximo ante el olor, el sabor y las caricias. Ella se levantó para luego introducírsela suavemente y con soltura, Roger gimió y ella hizo lo propio. Movió sus esbeltas caderas rítmicamente, no demasiado deprisa, ya que él estaba muy excitado. Cogió las manos de Roger y las colocó en sus pechos, aumentando el ritmo. Gritó, se dejó caer sobre él bajando el ímpetu y le tocó la grisácea barba. Roger puso las manos en sus caderas. Era preciosa, menudo gusto tenía Silver. Ella se levantó y sustituyó su cuerpo por su boca, mientras que movía la mano derecha arriba y abajo. Notó que se contraía y el líquido caliente chocó contra su paladar. La puerta, como si estuviera esperando a ese momento, se abrió bruscamente, y cuatro tipos armados entraron en la habitación de hotel donde estaban. Empezaron a disparar a diestro y siniestro sin preocuparse mucho de apuntar. Roger, girándose lo más rápido que pudo, se tiró de la cama al suelo. La chica, que había encontrado una de sus armas, empezaba a disparar a los hombres que tan maleducadamente les habían interrumpido. “Por pistolas que no sea”, pensó, alzando el brazo y cogiendo la que había dejado debajo de la almohada. Se unió a ella en la resistencia. Uno de los malos ya estaba en el suelo muerto y otros dos sangraban. El socio indemne los sacó como pudo de allí, dejando como dueño de la habitación el más duro de los silencios. —¿Quién coño eres? —le gritó ella, poniéndose en pie y buscando sus bragas. Roger la miró con condescendía y se aupó como pudo de nuevo sobre la cama. Sangraba. Tenía un balazo en el muslo izquierdo. Estupendo.
—¡Joder, te han dado! Espera, a ver qué encuentro en el baño, no te muevas. La chica salió con unas toallas y un bote de lo que parecía alcohol. —Esto te va a doler, pero como se te infecte será peor —dijo echándole sin reparos el alcohol en la herida. Roger gritó mientras se sujetaba la pierna como si temiera que ésta se fuera ir sola de chupitos. —¿Cómo te llamas? —preguntó para intentar distraerse. Ella le miró como si le hubiese preguntado la cosa más ofensiva del mundo. —Erica —contestó finalmente. Se había puesto los vaqueros y la ajustada camiseta roja. Realmente era preciosa. —¿Conocías a esos cabrones? —preguntó él. —Yo te iba a decir lo mismo. —Terminó de limpiar la sangre, le puso una venda y la sujetó con un trozo de esparadrapo—. Tienes que ir a un hospital, te llevaré. —De eso nada, hay que salir cagando hostias de aquí —contestó Roger poniéndose los calzoncillos y los pantalones—. Como traigan refuerzos de la siguiente no nos libraremos. —¡Puta mierda, joder! John me dijo que Silver me había autorizado, creía que eras uno de sus hombres. —Ya… —Roger rió amargamente—. Resulta que tu John se vende barato. —¡Hijo de puta! ¿Quién eres? —Había cogido la pistola y le apuntaba debajo de la barbilla. Era aun más guapa cuando se enfadaba. —Aparta eso de mi cara. —Y le tiró la placa que guardaba en el bolsillo del pantalón. Anima Barda - Pulp Magazine 63
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Erica bajó la pistola, pero le dio un puñetazo con su mano izquierda. —Eso es agresión a la autoridad, podría detenerte. —¡Vete a la mierda! Silver me va a matar, se creerá que le he vendido. —Se sentó en la cama sujetándose la cabeza con las manos. —Es justamente lo que vas a hacer. —Erica levantó la mirada y se fijó en los ojos azules de aquel jodido policía. —No voy a decir nada a un puto poli. —Se puso las botas camperas y se dirigió a la puerta. —Vamos a ver. —Roger llegó hasta ella cojeando y evitó que la abriera cerrando de un portazo por encima de la cabeza de la chica—. Pareces una chica lista. Esto es lo que haremos. Me dirás dónde se suponía que iba a estar tu hombre esta noche y le sorprenderemos. —¿Qué estás diciendo? —Erica le sujetó la mirada sin sentirse intimidada—. Tienes una bala en la pierna y quieres ir a por Silver… ¿No deberías estar jubilado? —Cumplo los cincuenta en agosto, todavía me queda para jubilarme. Venga, vámonos. —Me parece que vas a tener que conducir. —Roger se acomodó como buenamente pudo en el asiento del copiloto y lanzó el llavero hacia ella. —Esto tiene casi más años que tú —le provocó Erica, mirando el viejo cadillac rojo y cogiendo las llaves al vuelo. Encendió el motor y metió la marcha. Erica salió del parking del hotel y tomó la calle principal,
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que les llevaba al centro de la ciudad. —Muy bien, venga, ¿dónde está tu hombre? –Roger comprobaba que todas las armas estuvieran cargadas. Llevaba un auténtico arsenal: dos 9 mm en el cinturón, una traicionera y pequeña Derringer en su tobillo, otra Glock 9 en la guantera y una siempre útil escopeta SPAS debajo del asiento, por si había que ponerse serio. —¿Las coleccionas? —Erica lo miraba arqueando la ceja. —Venga, monina. Dime dónde está Silver. —Apretó los dientes ante una sacudida de dolor, como si la pierna le estuviera diciendo: “Eh, tronco, estoy desgarrada, sácame esta puta bala de aquí”. —¡No me jodas! —contestó golpeando el volante—. Entiendo que a ti te de igual morir, ¡pero a mí no! Roger la cogió de la nuca y la empujó hacia el volante. Erica evitó el golpe sujetándose con fuerza pero perdiendo el control del coche, que se había desviado al carril contrario, donde los esquivaban a la desesperada sin dejar de tocar el claxon. —¡Puto viejo gilipollas! —gritó Erica volviendo a su carril. —Llévame donde está Silver. —¿Así es como agradeces que te haya salvado? —le increpó. —¿Salvado? Tú no me has salvado de una puta mierda. Estamos los dos igual de jodidos, Silver pensará que me has ayudado, así que puedes darte por muerta. La única baza que tenemos es pillarles por sorpresa. —¿Qué coño dices? —Erica meditó lo que Roger le decía y admitió que tenía razón. El cabrón le había metido en un buen problema. Empezó a pensar alternativas—. Tú eres poli,
pide refuerzos. —Me han prohibido intervenir. —Ya veo que obedeces de puta pena. —Es personal. —Dejó dos 9 mm en el regazo de Erica, quedándose él con la otra, la Derringer y la escopeta. —Me parece que no me queda otra — suspiró Erica, resignada. —No. —No era una pregunta, imbécil. Erica tomó el desvío, se dirigían al norte de la ciudad, a las afueras. El cargamento lo iban a recibir en un apeadero. Esas vías apenas se utilizaban, y de noche menos. Silver tenía conocidos que trabajaban para él en todos los putos huecos del jodido estado, y socios repartidos por quién sabe dónde. Don comercial. A Erica no le importaba matarle. No era el mafioso más honrado del mundo, de hecho era un asqueroso violento y celoso con sus propiedades. Sabía que no llegaría a mañana si no acababa con él, y aunque el poli que tenía a lado tampoco era santo de su devoción, había que reconocer que tenía cojones o unas ansias enormes de morir. No tardaron mucho en llegar. —No deberíamos acercarnos más en coche, nos oirán —dijo ella. —Pues vamos. Erica aparcó en el arcén y apagó el motor. Antes de salir, se guardó una pistola en la espalda sujetándola con el pantalón, y la otra la llevó en la mano derecha. Roger se resintió al bajar del coche. —No puedes caminar… —Cállate, tú ponte detrás de mí y no te alejes. Erica le dirigía desde atrás. Por el camino, Anima Barda - Pulp Magazine 65
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Roger se tropezó y ella tuvo que ponerse a su altura para que se apoyara en el hombro. Con aquella oscuridad casi tangible apenas distinguía los ojos azules del hombre, pero había algo en su mirada que sí percibía y que impedía que le diera un porrazo y saliera corriendo. ¿Era gratitud lo que transmitían sus ojos? Avanzaron por el pequeño bosque, un montón de pinos diseminados que serían sus aliados para evitar ser vistos. No tardaron en ver regueros de luz y voces que rompieron el silencio de la noche. —Aprovecha para coger aire —le dijo Erica. Roger la hubiese mandado a la mierda con facilidad, pero se contuvo. Si tenía que vivir, sólo lo conseguiría con ella. —Hay tres tipos que siempre van con Silver —dijo ella—. Tres matones, sus guardaespaldas. Es lo único que te puedo adelantar… Roger la cogió por la barbilla y le plantó un beso. —Da igual. Vamos a cargarnos a esos mamones. “Sí, tiene cojones”, pensó Erica. A partir de ahí, Roger tomó el mando de la situación. Aún cojeando llevaba la espalda prácticamente recta, con la escopeta al hombro. Sacó la pequeña pistola tobillera, la Derringer de dos tiros de las que llevaban los jugadores en la manga, y se la tendió a Erica. —Otra más para ti, por si las moscas. Ella la cogió sin pensar y la guardó en la bota. Se agacharon para contemplar la escena. Había una furgoneta abierta, un coche con los cristales tintados y un tren de mercancías 66 Anima Barda - Pulp Magazine
con los portones abiertos detenido en las vías. A parte de Silver y los tres tipos que dijo Erica, vieron otros cuatro hombres, no tan corpulentos pero sí armados, que era lo importante. —Son demasiados —murmuró la chica flaqueando. —Si llegamos hasta el coche de Silver podemos usarlo de cobertura. Ve tú primero, yo vigilo. —Erica asintió y se movió con agilidad hasta el coche, acuclillada. Según avanzaba, viendo lo que le costaba llegar, supo que Roger no lo conseguiría. Preparó el arma y apoyó la espalda en el coche. Hizo un gesto a Roger con su mano libre y contuvo la respiración. Él comenzó a arrastrarse por ese suelo lleno de puñeteras piedrecitas. Casi había llegado al lado de Erica cuando uno de los gorilas se tuvo que girar justo en ese momento. Roger no atascó y disparó su escopeta quitándole al desgraciado media cara, y acto seguido apretó el gatillo de nuevo, esta vez en dirección al tipo que tenía al lado y que estaba quitando el seguro a la pistola. Falló y una bala le rozó la oreja. Se tiró al suelo, llegando malamente al lado de Erica, que permanecía sin descubrir su posición. —Tú a los tobillos, espero que tengas buena puntería —le dijo a la chica. Roger se incorporó, con su escopeta vomitando muerte. Le hizo un bonito agujero al tipo que casi le quita la oreja. Los otros estaban detrás de la furgoneta, escondidos como gallinas. De un tiro hizo añicos el cristal, lo que le permitió tener más a tiro a los otros. Oyó una puerta agujerearse demasiado cerca. Erica voló la cabeza al que intentaba matarle desde el vagón. —¡Vaya puntería, princesa! —Roger aprovechó para cargar la escopeta.
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—¡Esas tetas las conozco yo! —gritó una voz, que debía de ser la de Silver. Roger la mandó callar con un gesto y volvió a disparar. Las balas volaron. En el tiroteo, dos alaridos indicaron otro par de bajas entre los matones de Silver. Se giró de nuevo hacia ella y le indicó que lo siguiera, iban a cubrirse en el otro lado de la furgoneta. Se pusieron en movimiento. El gorila de Silver que quedaba en pie les sorprendió a medio camino. No habían tenido tiempo de reaccionar cuando un disparo les ensordeció. Roger cayó redondo al suelo y todo se volvió negro para él.
a su oído, empujándola contra la furgoneta con su cuerpo. ¿Estaba empalmado el puto psicópata? Silver lamió su cuello en un intento de ser sensual. La mano de él sujetó las dos muñecas de Erica por encima de la cabeza, mientras con la otra, tras tirar la pistola, la estaba metiendo mano por dentro de los pantalones. —Espero que te duela. La agarró del pelo y la estampó contra el suelo. “Segunda vez en el mismo día que casi me rompen la nariz”, pensó ella. Erica se quedó quieta observando el siguiente movimiento de Silver. Se estaba desabrochando el cinturón. Quizás tuviera una oportunidad. —¡No! —El grito de Erica rebotó en todas Silver volvió a coger la pistola, amenazando las paredes del apeadero. a la chica al mismo tiempo que le bajaba los La adrenalina tomó el mando de su cuerpo vaqueros hasta las rodillas. Tiró el arma que y tumbó al gigantón con un disparo limpio en guardaba Erica en la espalda en dirección la frente. Una lluvia de disparos estampándose al bosque. Le subió las caderas para tener contra la chapa de la furgoneta o perdiéndose pleno acceso a ella. Acariciaba su espalda con entre los matorrales fue la respuesta. la pistola, pasándola también por entre los —Así que ahora mi puta me dispara —se muslos. hizo oír Silver por encima del follón. —Voy a acabar contigo en todos los Erica tomó aliento, cerciorándose de las sentidos, pero primero me voy a correr. balas que le quedaban en aquel cargador. No La penetró con fuerza por detrás, y Erica demasiadas. Quitó el seguro y avanzó agachada no pudo reprimir un grito. Silver sonrió con la espalda pegada a la maltrecha furgoneta. y arremetió más fuerte. Erica intentaba Al llegar al capó, se asomó lo justo para colocar relajarse, sino la desgarraría. Él se movía con una bala en el último esbirro de Silver, uno violencia. al que no había visto en su vida. “¿Ya está?”, Aumentó las embestidas y Erica notó que pensó, animada. “¿Sólo queda Silver?”. Por un estaba perdiendo la coordinación. Aprovechó momento, una sensación de triunfo y seguridad el momento para revolverse bruscamente, la invadió. Por un momento. dando la vuelta y usando la fuerza de la inercia La mano de Silver se cerró entorno a su en un puñetazo contra el costado de él. Eso muñeca y la apretó con fuerza, golpeándola le dio tiempo suficiente para coger la pistola contra el vehículo. La pistola cayó al suelo. que tenía guardada en la bota, la que le había —Sabes lo que les hago yo a los desagradecidos dado Roger. Tampoco se lo pensó esta vez, de mierda que se rebelan contra mí —susurró apuntó y disparó a Silver en los huevos. Éste Anima Barda - Pulp Magazine 67
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la miraba aterrorizado con lagrimones en los ojos. —Maldita puta de los coj… —Erica acabó el trabajo con un tiro en la cabeza. Tras abrocharse los pantalones, buscó con la vista la otra pistola, la que Silver le había quitado de la cintura y arrojado hacia el bosque. No la encontró. No pudo hacerlo. Oyó un fuerte estampido seguido de un dolor ardiente que le hizo caer de espaldas. El hombro izquierdo estaba sangrando. Oyó a alguien bajar del tren de mercancías que creía vacío. Miró de reojo y vio a otro matón, que se acercaba a ella con cautela. Erica, presa del pánico, miró a su alrededor. Silver aún sujetaba su pistola. Se estiró una primera vez, pero el dolor del hombro la obligó a encogerse. Concienciada del peligro, repitió la acción, alcanzó el arma con la punta de los dedos y, antes de que el esbirro se diera cuenta de qué ocurría, le abrió un agujero en el pecho. El hombre se sacudió por el balazo y disparó dos veces antes de caer. La herida del hombro de Erica no dejaba de sangrar. La presionó y creyó que se desmayaría por el dolor. Por un instante perdió las fuerzas y la vista se le nubló, pero consiguió seguir consciente. Se puso en pie malamente y se acercó a donde estaba tendido Roger. Le buscó el pulso. Cuando puso los dedos en el cuello, el policía reaccionó y le agarró la muñeca. —¡Joder, qué susto! —gritó ella—. Creía que estabas muerto. Él tenía un agujero en el costado, lo que hacía que casi toda su camisa estuviera empapada de sangre. —Es hora de irse —le dijo. Entre profundas sacudidas de dolor, 68 Anima Barda - Pulp Magazine
consiguió meter al hombre en el asiento trasero del coche con cristales tintados. Los dos estaban perdiendo mucha sangre, pero lo habían conseguido, no podían morir ahora. Erica miró por el retrovisor. Roger mantenía las grandes manos en el costado. —Háblame Roger, ¡no te duermas! — Roger intentó reírse, pero en su lugar apretó los dientes. Había músculos que era mejor no mover. —¿Quién te lo iba a decir? Toda una heroína. Obligada a venir, pero una heroína —farfulló. La voz se le antojó a Erica el susurro de un moribundo. —Sí claro, chupo pollas y pego tiros — contestó ella para atraer su atención y mantenerle despierto. Erica voló, afortunadamente la carretera apenas estaba transitada. Llegó al hospital derrapando. —Ya estamos, te pondrás bien —dijo, intentando creérselo ella. —Te han dado. —Roger reparó en la herida de su hombro. —Sí, ahora nos lamemos las heridas, tú tranquilo. Necesitaron varios celadores para colocar a Roger en la camilla. Erica observaba el esfuerzo. No sabía cómo había podido con él ni con nada. Puede que igual si fuera una heroína.
TITULO RELATO
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LA RESEÑA
En las montañas de la locura por J. R. PLANA
E
n las montañas de la locura no es un libro, es un testimonio consecuente y formal que hace que miremos hacia los continentes helados con otros ojos.Dicho así suena un poco exagerado, pero el hecho es que esta historia de H. P. Lovecraft, al igual que ocurre con otros autores y otras obras de la época, está revestida de seriedad y realismo, buscan hacer creer al lector que todo lo que ahí cuentan es verdad. Y es que la literatura de terror, a finales del XIX y principios del XX, era entendida de otra forma. A día de hoy, los lectores buscan terror consciente, disfrutar pasando miedo, leyendo libros o viendo películas que saben que son ficción, aunque también es cierto que se disfruta igual, o incluso más, cuando no se tiene claro si ha ocurrido de verdad o no. En cualquier caso, lo que quiero decir es que los lectores aceptan la ficción, mientras que, a mi parecer, en aquella época eran más exigentes en lo que al realismo se refiere. Para que una historia de terror fuera tomada en serio ?literariamente hablando?, no sólo tenía que estremecer y provocar escalofríos, sino pare70 Anima Barda - Pulp Magazine
cer perfectamente posible. No valía la fantasía por la fantasía, eso siempre era visto como una creación de calidad inferior y los autores de ficción se esforzaban por dar tintes realistas a sus obras. Aunque, a pesar de todo, la gente consumía grandes dosis de relatos macabros y de terror, fueran creíbles o no. Otra cosa es que la crítica y los lectores exigentes alabaran la obra… Por todo esto, Lovecraft ha revestido En las montañas de la locura de principio a fin de una pátina de testimonio real, aludiendo a otras fuentes, datos y términos científicos, los cuales, probablemente, bastaban para que el lector medio empezara a dudar de si tenía entre las manos un libro de ficción o una tesis geológica recopilada de alguna revista especializada. Esto tiene un doble filo, y es que el libro, al mismo tiempo que posee una base sólida con alusiones a realidades comunes en todo el universo de Lovecraft, también se hace pesado y lento, en tanto que el esfuerzo por documentar y dar datos científicos sobre geología o biología dificulta la lectura para todo aquel poco familiarizado con estas disciplinas. Las descripciones de Lovecraft consiguen, efec-
LA RESEÑA
Providence, 1890. Howard Phillips Lovecraft, escritor estadounidense de principios del s. XX, apartándose de los temas clásicos del romanticismo, abrió una nueva frontera en las historias de terror añadiendo elementos de ciencia ficción.
Titánicas criaturas alienígenas que duermen en las profundidades del mundo, dimensiones paralelas y civilizaciones ancestrales sustituyen a fantasmas y demonios, creando una cosmonogía a la que contribuyeron otros autores. Lovecraft murió en Providence a los 46 años.
tivamente, dar forma y base al ambiente, y aunque a ojos de expertos, o quizá simplemente de alguien con unos conocimientos básicos, puedan parecer datos elementales que no tienen más misterio, lo cierto es que a mí, que hace un tiempo que dejé atrás estas ramas, me cansa un poco leer una y otra vez los períodos antediluvianos en los que fueron formadas las montañas. Seguramente el lector culto de la época estaba más formado en la materia ?y con esto no quiero decir que yo sea un lector culto? y quizá los académicos mostraban más interés por la literatura de terror, amén de que a los autores parecía exigírseles una base científica y cultural más amplia. Hoy en día, por regla general, estamos menos preparados para apreciar esta obra en todos sus matices.
H. P. Lovecraft
ria de terror sencilla que te ponga nervioso, no creo que esta sea la mejor recomendación. En las montañas de la locura no pasas miedo, sino que te “sobrecoges” pensando en qué horrores ancestrales descansan en las profundidades de nuestro mundo. Las continuas referencias geológicas hacen que la lectura se enlentezca, y la ausencia de personajes definidos ?puesto que no son necesarios? pueden provocar que un lector poco aficionado o desconocedor del estilo que creó Lovecraft se aburra bastante. Quizá, antes de coger este libro, sería mejor empezar por La llamada de Cthulhu, y si la idea de dioses antiguos indiferentes a la presencia humana te atrapa, entonces aventúrate con este documentado relato del peligroso viaje a los hielos árticos.
Resumiendo, En las montañas de la locura mola porque habla del universo de Lovecraft. Si te gusta la cosmogonía del autor, o las obras con una base sólida, disfrutarás con este relato. Sin embargo, si buscas una histoAnima Barda - Pulp Magazine 71
J. R. PLANA
Lo que realmente pasó después de que San Jorge matara al dragón
por J. R. Plana
Las escamas cedieron con un chasquido y la bestia bufó. La lanza no encontró más resistencia que sus costillas, y la punta acerada llegó al corazón. El blindado caballero usó el peso de su cuerpo y su armadura para terminar de arrancar la vida al terrible animal. Éste lanzó un último alarido ensordecedor, se retorció y cayó cuan largo era, despertando ecos en todo el desfiladero. Tuvo que apartarse el paladín para evitar que le aplastara la enorme y escamada cabezota, que levantó una considerable tolvanera. Los ojos del dragón perdieron su brillo, una última voluta salió de sus narices y el cuerpo quedó inerte para siempre. –Bueno, pues ya está –dijo el caballero satisfecho sacudiéndose el polvo de las manos enguantadas. Las placas plateadas de la panoplia ya no reflejaban el sol, de lo llenas de hollín, sangre y mugre que habían quedado. –¡Gracias al cielo! –prorrumpió en vítores la dama, visiblemente emocionada. Ella, la más pura y hermosa de todas las mujeres de la corte, batía palmas acompasadas con saltitos, radiante al verse por fin liberada. Las puntas del sedoso vestido acompañaba la celebración con ondulantes vuelos–.¡Qué gloriosa hazaña, mi bizarro señor! –No es nada, señora –respondió modestamente él, levantando la visera del casco–. Uno está acostumbrado a estas lides… –No seáis humilde, mi gentil hidalgo, nunca puede hombre alguno estar acostumbrado a entablar fieras batallas, y menos con tan horribles bestias –repuso ella. –Es cuestión de práctica –dijo, mientras trataba de sustraer su lanza del cuerpo serpentino del monstruo. Por cuatro veces tiró del asta con las dos manos y otras tantas acabó resoplando agotado por lo inútil de la tarea, para al final asumir que tendría que dejar tan buen arma en el campo de batalla–. En fin, será mejor que nos vayamos… Ahora la llevaré de vuelta con su padre, mi señora. –¡Por fin retorno al ansiado hogar! –exclamó ella, exultante por la novedad. Silbó el hombre tan fuerte como le permitieron sus pulmones y, como respuesta, un brioso corcel 72 Anima Barda - Pulp Magazine
LO QUE REALMENTE PASÓ DESPUÉS DE QUE SAN JORGE MATARA AL DRAGÓN
blanco, cubierto por una barda tan plateada como la armadura de su dueño, surgió al trote de entre los arbustos, aproximándose a la entrada de la cueva sin sentir terror alguno ante la postrada figura del dragón. El animal se acercó y olfateó con alegría a su amo, feliz por verle indemne tras la temeraria empresa. –Este es Bruma Blanca –explicó el caballero, acariciando el morro del equino–. Es la más fiel de todas las monturas. La dama miraba al animal con expresión de desamparo. –¿Habéis venido en eso? –preguntó, con los hombros caídos por el desánimo. –Claro que sí, mi señora –respondió él lleno de orgullo–. No temáis, a pesar de su altura y su imponente porte, es un caballo dócil y suave como la seda, no os hará ningún d… –Yo ahí no me monto –sentenció ella con gesto que no admitía réplica. –¿Disculpad…? –El paladín parecía no comprender. –Que yo ahí no me monto –repitió la dama–. Ni loca. Ni harta a vino. ¿Cómo se te ocurre? –No entiendo… ¿Ocurrírseme el qué? –Venir en caballo. Ahora era el caballero el que tenía expresión de desamparo. –¿Y cómo voy a venir, si no? –Hombre, pues en carro. ¿Es que hay que decírtelo todo? ¿A que la lanza, la espada y el escudo no se te han olvidado? –Pues no. Anima Barda - Pulp Magazine 73
J. R. PLANA
–Claro, solo estás para lo que te interesa. –Pero vamos a ver –interrumpió él, empezando a mosquearse–. ¿Qué problema hay con el caballo? Es lo más rápido. –¡Ni siquiera te lo hueles! –Está claro que no –repuso él con cierta acidez. –¿Crees que voy vestida para ir a caballo? ¿Eh? ¿Lo crees? Él contempló a la mujer de arriba abajo. –No sé por qué no… La dama, poniéndose las manos en la cintura y mirando para otro lado, bufó más fuerte que el dragón. No estaba claro si iba a gritar o no. –Llevo casi cinco años fuera de casa, sin ver a mis padres, a mis damas de confianza, sin ver a nadie de la corte… Me estarán esperando con una gran fiesta, toda la gente arremolinada en la plaza para verme entrar, ¿esperas que me presente allí, con todo el mundo mirándome, después del mal trago que es estar en una cueva cinco años, habiendo recorrido cincuenta millas a lomos de un “brioso corcel? ¿Cómo crees que va a llegar el vestido? ¿Te parecen estas sedas ropa para montar? ¡¿Cómo crees que voy a llegar peinada?! ¿Has traído siquiera casco para mí? El caballero bajó la vista levemente azorado. –La verdad es que no… –¡Ves! ¡No has pensado en nada, hay que decírtelo todo! Eso sí, la armadura muy brillante, la espada bien bruñida, pero no voy a pararme a mirar cómo voy a traer de vuelta a la señorita. El comentario sobre las armas del paladín no pareció sentarle muy bien. –¡Lo siento, pero no puedo estar en todo! ¡No puede ser que tenga que pensar en mis armas, en la armadura del caballo, en coger provisiones, rastrear al dragón, en cómo matarlo, en sí tendrá o no trasgos, y que ahora me vengas a echar la bronca porque no me he previsto lo mal que iba a llegar tu pelo y tu vestido si veníamos en caballo! –¡Estar en todo! ¡Ja! ¡Si para cada combate llevas una cohorte de seis o siete pajes detrás de ti! Eso por no hablar de todas las damas que te pretenden. –Puso un tono de voz más agudo aún que el suyo–: “Sir Jorge, permitid que os pula el casco”, “Sir Jorge, dejadme tejeros un estandarte”, “Sir Jorge, dejadme ayudaros con la cota”. ¡Panda de zorrupias! Y si no tu señora madre, que siempre está pendiente de que no le falte al niño. –¡A mi señora madre no la metas en esto! –¡Haber traído un puñetero carro! –¡No puedo meter un carro por el bosque y llegar rápido y silencioso! ¡Y menos tal y como se ponen las carreteras con las caravanas de comerciantes en esta época del año, con todas esas ferias en el sur! –¡Pues haberte buscado las vueltas, eso es falta de interés! ¡Para hacer las cosas mal mejor no las hagas! –¡¿Mal?! ¡Sí, hombre! ¿Está o no está muerto el dragón? –¿Y eso qué más da? –Para eso venía, ¿no? 74 Anima Barda - Pulp Magazine
LO QUE REALMENTE PASÓ DESPUÉS DE QUE SAN JORGE MATARA AL DRAGÓN
–¡No! ¡Venías a traerme a MÍ de VUELTA, parte de la misión en la que está claro que no has pensado! –¡¡Pues volvamos de una jodida vez!! –¡¡A mí no me hables así!! –¡¡Te hablo como quiera, y si no haber matado tú al dragón!! –¡¡¡El dragón no tiene nada que ver en esto, el pobre!!! ¡¡¡Ni siquiera me has preguntado si quería que lo mataras!!! –Esto es el colmo… –suspiró el paladín, quitándose el casco. –¿Sabes lo que te digo? ¡Que no me voy! ¡Que vuelvas tú solo y les expliques a todos por qué me has tenido que dejar aquí! –¡Eso haré! –El caballero se puso a hacer gestos con las manos como si fuera la hermosa dama–. ¡Iré y les diré que la niña caprichosa no ha querido venir porque se estropeaba el vestido por el camino! ¡Ay, y el pelo también! El color rojo ira tomó de sopetón el rostro de la dama. La llamada vena de la violencia, esa que se hincha unas veces en la frente y otras en el cuello, amenazó con estallar. Arremangándose la falda, la dama se agachó, agarró una piedra y la arrojó contra el caballero, que la paró malamente con la visera de su casco. –¡Eh! ¡Que me abollas la armadura, y cuesta un pastizal! –¡Lárgate! –chilló ella, cogiendo más piedras–. ¡Bruto! ¡Que eres un pedazo de bruto! ¡Imbécil! ¡Animal! ¡Eres más bestia que el dragón! ¡Largo! El caballero se vio forzado a retroceder ante tan violenta acomedida. –¡Cálmate! –le suplicó visiblemente alarmado. –¡Salvaje! ¡Sólo te interesan los torneos, los combates y las armas! ¡Sólo te interesan las tortas! ¡Bárbaro, que eres un bárbaro del norte! –¿Te quieres calmar? ¡Ay! –Una piedra dio con acierto en la frente del caballero–. ¡Me has dado! –¡Eso pretendía! Sin pensárselo dos veces, la dama dobló el lomo y agarró una rama requemada por aliento de dragón que había por allí. Blandiéndola como si fuera un garrote, se lanzó hacia el caballero, que no tuvo más remedió que arrojar su casco al suelo y echar a correr. –¡Detente loca! –¡El único loco aquí eres tú! ¡Malnacido! ¡Cómo te atreves a hablarme así! El paladín corría esquivando por los pelos los barridos de la temible tranca, que cada vez estaba más cerca. Su armadura, si bien podría reducir levemente el impacto del arma, retrasaba en exceso su velocidad. En tal apuro se vio, que no tuvo otra que subir de un salto a su caballo, Bruma Blanca, y, espoleado por el terror, salir al galope de allí. –¡No te atrevas a volver si no es con un carro! –gritó victoriosa la dama–. ¡Como le vuelva a ver el morro al jamelgo pulgoso ese os vais a enterar, tú y él! ¡Vamos, te tengo de cruzadas hasta que cumplas los de Matusalén! ¡Los dos juntos y a paso ligero a la reconquista como que hay Dios! ¡Hombre! ¡Eso faltaba! –Y añadió–: ¡Sinvergüenza, que eres un sinvergüenza! ¡Cierra tabernas! Anima Barda - Pulp Magazine 75
BRIEF NEWS
BRIEF NEWS Hugh Jackman protagonizará la adaptación a la gran pantalla de Six years, un thriller de Harlan Coben que producirá Paramount Pictures.
1
2
Pesadillas será película. Rob Letterman (Cowboys Vs Aliens) suena como director de esta exitosa serie de novelas cortas escrita por R.L. Stine.
Jake Gyllenhaal
protagonizará Nacidos para correr. El libro del famoso Chris McDougall que ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo.
4
Shailene Woodley será
3
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Hazel en Bajo la misma estrella. El libro de John Green será dirigido en la gran pantalla por Josh Boone (el novelista).
BRIEF NEWS
5
Charlize Theron ,Chloe Moretz y Nicholas Hoult protagonizarán la adaptación de La llamada del Kill Club de Gillian Flynn, un thriller que dirigirá Gilles Paquet-Brenner (La llave de Sarah).
6
Kaya Scodelario será Tere-
sa en la película de El Corredor del Laberinto que estará dirigida por Wes Ball.
Ashley Judd se une al
7
reparto de Divergente como Natalie, la madre de Tris (Shailene Woodley) y completa así el reparto que recordamos cuenta con Kate Winslet como la mala, Jeanine. Theo James como el chico, Cuatro. Y Jai Courtney como el líder de Osadía, Eric.
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BRIEF NEWS
8
Tom Cruise protagonizará la adaptación de Yukikaze novela de ciencia ficción homónima de Chōhei Kambayashi, de la que ya se hizo una serie anime, y que producirá Warner Bross.
9
Pósters. La segunda parte de Los Juegos del Hambre, Carrie adaptación de la famosa novela de Stephen King y Cazadores de Sombras. Estrenos previstos para el 22 de noviembre, 28 de octubre y 23 de agosto respectivamente.
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BRIEF NEWS
10
Superhéroes. El nuevo póster del Superman de Zack Snyder que se estrenará el 21 de junio. Y la segunda parte de Thor, que adelanta su estreno en España al 31 de octubre.
Póster oficial en español. El juego de Ender, primer libro de la exitosa saga de Orson Scott Card, es una de las adaptaciones más esperadas del año, su estreno está previsto para el 1 de noviembre. Protagonizada por Asa Butterfield como Ender, Harrison Ford como el Colonel Graff y el gran Ben Kingsley como Mazer, entre otros. Las expectativas son altísimas.
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