Primeras páginas: 1938 de Jesús Montalvo

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INCLUSO EN ESTOS TIEMPOS

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res tragos más para terminar el café negro ya frío. El empresario, de impecable traje azul, está ansioso y no sabe por qué. Pasea aburrido la mirada por el restaurante escaso de parroquianos. Solo unos pocos se permiten el lujo de consumir ahí, en la zona elegante, limpia de marginados, pandilleros, toxicómanos, transespecies. La voz de la joven Ella Fitzgerald, desde un tocadiscos, ambienta el restaurante. Se trata de la canción You´ll Have to Swing it, acompañada por la grandiosa orquesta de Chick Webb, que suena como una bendición para el prometedor futuro que se le adivina a la cantante. Desde muy temprano, el empresario se ha sentido inquieto, inestable, acaso con una premonición a cuestas. Paga la cuenta, activa la temperatura de su traje, se pone el sombrero borsalino y abandona el lugar. Sabe que no se debe al haber perdido la apuesta. Es otra cosa. El triste asunto de la derrota del boxeador Nathan Mann ya está olvidado, aunque aún le duele en los bolsillos. Quién diría que, en el tercer round, el peso pesado Joe Louis se proclamaría Campeón Mundial. Y por K.O. Vaya mierda. Aunque los nubarrones sucios imitan un presagio de llu-


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via, la ciudad quema como una parrilla a estas alturas del año. El sol permanece oculto tras la contaminación pero azota con sadismo a los Ciudadanos que, buscando refugio desesperadamente, se guarecen en edificios ventilados o bajo la precaria sombra de algún muro. Para quien puede comprarse reguladores de temperatura, el calor no es un problema. El empresario camina con prisa por la avenida desierta. Se siente abochornado. No es por el clima. Si tan solo supiera a qué se deben sus síntomas. Dobla una esquina. Su Fat Fender último modelo, de esos que ya no precisan ruedas para andar, lo espera a dos cuadras. La enorme y lenta sombra de un aerotransporte público, un zepelín de turbinas silenciosas, se cierne sobre él cubriendo la manzana entera. El empresario llega a una calle desolada, descubre que ha errado el trayecto por andar inmerso en sus pensamientos, e ignora que tres hombres harapientos, sigilosos, le están siguiendo los pasos a distancia prudente desde que salió del restaurante. Da media vuelta y entonces los ve. Los hombres lo rodean, se acercan lentamente, tomándose su tiempo. Ropas sucias, ajadas, pelo grasiento, rostros tachonados de cicatrices y erupciones supurantes, miradas vacías: adictos desesperados por conseguir la siguiente dosis. El empresario, sin miedo, suelta un suspiro de resignación, incluso de alivio. La tensión cargada del resto del día se desvanece de pronto. En fin, se dice, un asalto de tantos, un número más en las estadísticas de atracos, una mancha más en el animal atigrado de la sociedad. Uno de los yonquis se aproxima demasiado. Sus minúsculas fosas nasales paralizan al empresario. El toxicómano no


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tiene nariz, tampoco hay señales de que haya habido una alguna vez, nació así, y sonríe con insolencia, orgulloso de su malformación. El empresario intenta pedir que no lo golpeen, decir que cooperará, pero una pequeña varilla oxidada le atraviesa el pecho impidiéndole el discurso. Cae de espaldas contra el asfalto caliente y el sombrero sale despedido por el aire. El yonqui sin nariz extrae la varilla ensangrentada. La camisa del muerto comienza a teñirse de rojo. Los compinches se acercan al cuerpo, uno le quita la chaqueta con velocidad de prestidigitador; el otro, con la misma habilidad, se hace con los zapatos, la cartera y el pantalón. La tarea difícil es la dentadura. De cuclillas, utilizando un destornillador, se entretienen aflojando molares dorados. El oro últimamente anda escaso, y en el mercado lo pagan bien. No hay nadie en las calles, ninguna interrupción. El hombre sin nariz permanece detrás de sus dos camaradas, esperando paciente a que terminen de sacar el oro, y, despreocupadamente, aparte de la varilla que usó antes, ya empuña otra más. Entonces, como si fuera algo ensayado, en perfecta sincronía, en cuanto vuela el último molar, les entierra a sus camaradas las varillas en la nuca. Estos se desploman entre agonizantes quejidos glóticos. Él, ávido, recoge lo ganado y se pierde entre las calles, con la férrea resolución de hacer buenos negocios. Transcurrirán varias horas para que alguien repare en los tres cuerpos asesinados.


LOS DIARIOS

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l empresario Ezequiel H. fue hallado muerto ayer tarde en un callejón aledaño a la zona gastronómica de la ciudad. Aseguran que se trató de un asalto. Otros hablan de un ajuste de cuentas, pues es bien conocida la rivalidad que tenía con Héctor Perét, el ex capo boliviano que en repetidas ocasiones lo amenazó de muerte frente a la prensa. Pasando a otra noticia: Europa sigue consternada ante la inexplicable desaparición de El Guernica de Picasso en el museo de…


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