Pulp Magazine
Núm. IV Mayo 2012 www.animabarda.com Ánima Barda es una revista literaria en español, de relatos y cuentos cortos de temáticas de terror, fantasía, ciencia ficción, policíaca, noir, aventuras de todo tipo, incluidas orientales y eróticas, héroes misteriosos, situaciones absurdas, relato social y de humor La revista es de publicación mensual y se edita en Madrid, España. ISBN 2254-0466 EDITADA POR J. R. Plana AYDT. ED. Y CORRECCIÓN Cristina Miguel ILUSTR, DISEÑO Y MAQUET. J. R. Plana
Relatos
7 DARK CONCERT 15 20 AVENIDA COURIER Nº7 31 HASTA QUE LA MUERTE OS...4 40 ESPEJOS ROTOS - II 50 NOSFER E.T. 59 DESCONTROL 68 EL PERGAMINO DE ISAMU - III 77 ARENA, VAPOR Y MISERIA Carlos J. Eguren Hdez. Steampunk
Cris Miguel Terror
DETENIENDO FLECHAS CON BALAS
Juanjo de Goya
Fantasía adulta
Eleazar Herrera Ciencia ficción
Víctor M. Yeste
Fantasía detectivesca
R. P. Verdugo Terror
Galocha Humor
J.R. Plana Noir
Ramón Plana
Aventura samurái
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MÁS ALLÁ DEL DEBER
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CADÁVER EXQUISITO
Cris Miguel Erótico
Diego Fdez. Villaverde Ciencia ficción
El resto
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UNAS PALABRAS DEL JEFE
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HISTORIA DEL PULP
Dediquemos un minuto a leer los pensamientos del editor
Elaboramos esta sección con el fin de acercar el maravilloso mundo del pulp a los lectores
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COCHINO RABIOSO
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BESTIARIO
Viñeta de humor
Catálogo de las extrañas criaturas que alimentan estas páginas
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UNAS PALABRAS DEL JEFE
Unas palabras del jefe J. R. Plana Escribir no es muy difícil. Vivir de ello sí lo es. Digo esta perogrullada porque voy a hablar de los escritores noveles. Los comienzos siempre son duros. Abrir un negocio, un trabajo nuevo... Pero hay algunos que lo son más que otros, y la escritura está entre ellos por un motivo que veremos más adelante. Se ha oído en algunos sitios que con la crisis hay mucha gente que se lanza a escribir, pero eso lo hablaremos otro día. Me interesan aquellos que, por pasión y/o por probar, se inician en el mundo de la letra. Y a ellos les digo que, antes de empezar, hay que tener en cuenta un par de cosas. Primero: ser buen escritor y vender (suficiente) es difícil. Hay dos opciones: o se te aparece la Virgen, o eres lo suficientemente diestro como para que a la gente le guste lo que escribes. Lo lógico es intentar lo segundo, aunque no siempre da resultado. ¿Cómo se consigue? Ahí viene lo segundo. Para ser buen escritor, o tienes talento o tienes que trabajar muy duro. En ambas hay que darle mucho a la tecla, pero si eres un poco talentoso las cosas pueden irte mejor. Si no lo eres, no te desanimes, pero has de tener bien claro que habrás de escribir muchísimo antes de poder llamarte (y ser considerado) escritor. Y aún así no es seguro que lo consigas. ¿Por qué digo esto? ¿Dónde están mis argumentos, dónde mis credenciales? Yo no soy escritor, ni pretendo serlo (al
menos de momento, no sé lo que haré mañana), pero observar tanto a la edición como a la creación me ha hecho ver todo con un poco de perspectiva. Para escribir bien hay que escribir mucho, y para escribir mucho hay que tener mucho tiempo. Si no te pagan por ese tiempo, dedicarlo a la escritura es una decisión arriesgada, puesto que hay que ganarse el sustento. Aquí está una de las mayores dificultades para intentar ser escritor. ¿A qué nos lleva todo esto? A que antes, querido novel, de fijarte la ardua meta de ser escritor, plantéate dos cosas: a) ¿Tengo auténtico talento? Para responder a esta pregunta lo mejor es buscar a alguien sincero y sin relación sentimental (no valen madres). b) ¿Podré dedicar horas y horas a escribir? Si la respuesta es “no” a las dos, plantéate la escritura sólo como afición. Si dices “sí” sólo a una, piensa en lo que te afectará no conseguir tu objetivo y decide qué hacer. Si dices “sí” a las dos, mucha suerte y a escribir. Y recuerda siempre: hasta que no vivas de ello, hazte un favor y no te autodenomines escritor.
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Historia del Pulp Edgar Rice Burroughs, creador de Tarzán y John Carter. Es hora de hacer un hueco entre estas líneas al autor que trajo al mundo a uno de los personajes más populares de la literatura y el cine. Hablamos de Tarzán, y el padre de la criatura no es otro que Edgar Rice Burroughs. Si bien son muchos los que pensarán que la primera aparición de Tarzán fue su película Tarzán, el hombre mono, del famoso Johnny Weissmüller, sus orígenes se remontan mucho más atrás, antes incluso de ser editado como novela. Era el año 1912, y Burroughs vendía a la revista pulp All Story Magazine el primer relato de Tarzán. El personaje gustó mucho entre los lectores, lo que llevó a Burroughs a escribir la segunda historia de Tarzán. El éxito fue rotundo, y en 1914 se edito como libro la primera novela sobre John Clayton. A partir de entonces, Burroughs publicó historias de Tarzán prácticamente todos los años, hasta llegar a la cifra de 25 novelas sobre este personaje. Como dato curioso hay que decir que en 1918, al poco de sacar la novela, se hizo una adaptación de ésta al cine mudo. Es esa, entonces, la primera versión cinematográfica de Tarzán. Pero Edgar no fue escritor de un solo género. Al revés, tocó varios palos bastante diferentes a lo largo de su prolífica carrera. Una de las series más exitosas y conocidas de su producción es la serie marciana, en la que se cuentan las aventuras de John Carter y otros héroes marcianos. John Carter, personaje que ha sido llevado recientemente a la pantalla por la productora Disney, es
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un héroe inmortal que siempre se mantiene en una edad cercana a los 30 años. Es el representante de los ideales de carácter y cortesía de Virginia, y participó en la Guerra Civil estadounidense. Su historia se torna pintoresca cuando es transportado por proyección astral, tras caer en una muerte aparente, hasta el planeta Marte. Allí vivirá aventuras y guerras entre varias razas humanoides y extrañas criaturas alienígenas, convirtiéndose en el guerrero pacificador del planeta y conquistando a la princesa Dejah Thoris. Muchas y de muy variadas temáticas son las obras que vieron la luz gracias a la pluma de Burroughs: series de ciencia ficción, aventureros en la jungla y, no podía faltar un clásico de la época, las novelas del oeste. En resumen, un autor con una amplia y surtida producción al que hay que dedicar, al menos, la lectura de alguno de sus más importantes clásicos.
Carlos J. Eguren Hdez.- ARENA, VAPOR Y MISERIA
Arena, vapor y miseria.
Una historia de Maverick la Mil Veces Maldita por Carlos J. Eguren Hdez. Existe un mundo movido por el vapor, los sueños, las pesadillas y las locuras. Es el mundo de Maverick la Mil Veces Maldita y su vida gira en torno a la venganza. Eso le hace seguir respirando y sembrar la muerte. Maverick, el infierno y el cielo a un suspiro es su poder. A fructibus cognoscitur arbor ¹ I Había una vez, en el Nuevo Imperio, un coliseo donde se servía sangre y crueldad al mejor postor. Las máquinas de vapor lo alimentaban y el Emperador lo avivaba. Esta es la historia de cómo eso cayó y pasó a ser parte del pasado. La Sombra Vigilante fue el golpe que hizo que el poder se tambalease. II Una niña. ¹ Por sus frutos conocemos al árbol.
Esta historia comenzó con una niña. Se llamaba Victoria, tenía catorce años y estaba a punto de no tener ninguno más. En breve, iba a morir. Victoria era, según la sentencia del Emperador: “[…] Una peligrosa mente criminal. Robó a nuestro estado valiosos bienes. No quiso reformarse. Está poseída por los demonios. La única forma de salvar su alma es llevarla a los Juegos del Coliseo. Será una carga y un gran pesar para nosotros, pero todo sea por ayudarla. Doy fe, Su Ilustrísima Majestad,
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el Emperador, Padre de las Máquinas”. No se decía en esa sentencia que Victoria había robado sólo una barra de pan para sus hermanos, de ocho y seis años. No se escribía que, antes, los padres de Victoria fueron asesinados por negarse a vender su casa al cacique local. No se nombraba el hecho de que Victoria y sus hermanos vivían de forma miserable en las calles, huérfanos gracias al Emperador. No se hablaba de que a los abandonados se les enviaba a campos de esclavos de los que sólo ellos tres habían conseguido huir. No se decía que lo que se entendía por “reforma” era yacer junto al Emperador. No había cabida para muchas cosas en las líneas del Emperador, sólo un mandato que debía cumplirse. La Sombra Vigilante lo sabía. III Los Juegos del Coliseo se celebraban en Roma. La ciudad temblaba, entre el humo del vapor y la agitación de la miseria, porque era el centro del mundo. Dirigibles de muchos países llegaban para contemplar el espectáculo. Se decía que nunca habías vivido si no habías visto a alguien morir en el Coliseo. - Traemos justicia y entretenimiento, ¿qué, pues, puede hacer que mi Imperio zozobre? -mascullaba el Emperador, comiendo uvas que les proporcionaban sus esclavos. Mientras, contemplaba su reino desde su destacado podio–. Nada, nada puede hacer que se hunda. Masticó las uvas. No había nada mejor que saborearlas y que supieran tan
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dulces como siempre. Eran huellas de que sus sirvientes no le habían engañado y no estaban envenenadas. Abrió sus manos, como si así pudiera coger la mañana gris, destrozada por los rayos de sol. Espectadores de muchos lugares venían de forma libre, otros obligados. Si eras romano, no podías faltar a tu cita o podías terminar en ella, en la arena. El pueblo siempre debía ser testigo de una de las pruebas de la Valía del Emperador. La Sombra Vigilante iba a serlo también. IV La Valía del Emperador: el prisionero se enfrentaba en un duelo con el Emperador, quien obraba en nombre de los dioses. Si las divinidades lo querían, mataba al prisionero. Si no lo deseaban, el Emperador moriría, sacrificándose, y recibiendo los honores del otro mundo. Muchos presos habían muerto, ninguna vez el Emperador. Eso aclaraba cómo funcionaba la Valía del Emperador. Aquella mañana iba a ser puesta de nuevo a prueba. La Sombra Vigilante también. V Victoria fue lanzada, desde el interior del Coliseo, a la arena. Tambaleante, cayó al suelo con lágrimas. Debajo de su toga, tenía la sangre coagulada de los cien latigazos recibidos. En su pecho, el peso de una pistola colgada de su cuello, como un collar. No la dejaba respirar. La chiquilla sollozó. Estaba en la arena, con la piel arañada y quebrada,
Carlos J. Eguren Hdez.- ARENA, VAPOR Y MISERIA mientras el viento cálido la zarandeaba. Se había desollado parte de sus brazos al intentar sacarse la sal que le habían echado en los cortes. Victoria gemía y gritaba con dolor. Una mártir más del imperio. A su alrededor, cientos de personas gritaron. Eran aves carroñeras, deseosas de sangre y muerte. Aún así, hubo quienes se quedaron calladas: eran los habitantes de Roma, que sabían de los temibles juicios del Emperador. ¿Quién de ellos no había perdido a alguien en el grotesco “juego”? Victoria moriría, entre abucheos y vítores, pero también silencio. No entendía cómo era posible, pero tampoco le importaba demasiado. Lo único que quería saber es si una bala mataba rápido o seguiría sufriendo tanto. Había aceptado su fin. La Sombra Vigilante no demoraría su obra. VI El Emperador sacudió su rostro. Su mirada de hurón, su nariz ganchuda, sus labios babosos, su cabeza calva (excepto por los lados) y su barba le daban el aspecto de un salvaje convertido en rey. Vistió con una capa de color púrpura y no negó la sonrisa que brotaba de su alma. Su cuerpo robusto estaba embutido en ropajes blancos. En una cartuchera, sostenía su revólver de oro. Poco práctico, muy pesado, pero bonito y lujoso. Lo que necesitaba para ejecutar. Contempló su arma. Vio su reflejo en ella. ¿Podía haber una imagen más hermosa? Una de sus esclavas terminaba de vestirlo, colocándole su corona de laurel.
Entonces, él tuvo una de sus ideas divinas. Puso el revólver en la cabeza de la sirvienta que le abrochaba los zapatos. Era apenas una mujer, sólo dieciséis años. Ella cerró los ojos y rompió a llorar. Él sonrió con la risa con la que ríen los monstruos. - Pequeña, con esta pistola sólo mato a quienes me afrentan. Deberían darme las gracias por usar un arma tan buena con ellos… - Gracias, mi señor. - Con los de tu calaña sólo uso la soga, así que deja de llorar o haré que te den dos docenas de latigazos más de los que recibirás por tu llantina. ¿Qué me decís, esclava? - Gracias, mi señor. - Bien dicho, mi querida perra. Cubierto de riqueza y poder, tras haberse servido sus uvas, el Emperador contempló, de nuevo, su vasto imperio de máquinas y dijo: - ¿Por qué, queridos dioses, me hicisteis tan benevolente? Si las divinidades estaban a su alrededor, no le respondieron. La Sombra Vigilante parecía que tampoco. VII El guardia de la tercera puerta estaba dispuesto a cerrarla. Ya era la hora y todos los que debían presentarse lo habían hecho. Recordó una ocasión en que le cerró la puerta en la cara a un anciano que no podía ir más rápido. Dos días después, había sido devorado por los leones en la arena, al no asistir como espectador. El centinela se carcajeó. Entonces, fue cuando vio la Sombra
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Vigilante, envuelta en un alargado poncho gris. Se colocó la caperuza y ocultó su rostro. Parecía uno de los sacerdotes místicos, sí, aquellos que les daban náuseas a los leones cuando los arrojaba al circo. - Haber venido antes, clérigo. Estoy trancando la puerta. Algo golpeó la cara del vigía. Luego, fue llevado hasta la oscuridad, cercana al interior de los pasajes de acceso. Más tarde, hubo un sonido amortiguado. La bala de la pistola atravesó lo que parecía un pequeño montón de tela, aquello que dio contra el rostro del celador. El cuerpo se desplomó sin media cabeza. El encapuchado continuó con sus extraños rezos, que consistían en esconderse, avanzar y matar. No era una fe muy extraña en ese tiempo. VIII El Emperador abrió sus fauces, el mundo estaba a sus pies y, desde su estancia en el Coliseo, ya escuchaba las hurras por su futuro triunfo. Un éxito a base de la liquidación de la traicionera alimaña. Aplaudió. Él debía ser el primero en hacerlo, él debía ser el primero siempre. Guió su mirada a Silvio, el niño que le servía de mensajero. Acababa de llegar corriendo, exhausto, y tenía los pies reventados, no tenía zapatos. Silvio se arrodilló. - Habla, mensajero. - Mi buen señor Emperador, los autómatas están preparados. Son dos Guardias Tic-Tac, mi señor, están a sus órdenes. El Relojero se los ha enviado, señor Emperador. - Bien, bien… Creo que tengo una
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nueva idea para esta ejecución. Me encanta innovar. El Emperador caminó adelante. Sus manos se posaron en el pequeño y lo empujaron hacia el suelo. Disfrutó de una de sus bromas. Se sentía brillante aquel día. Nada podía salirle mal, nada. IX El público calló cuando empezaron a sonar las trompetas y tambores. Aunados en una armonía tenebrosa, las banderas saludaron al Emperador, quien apareció tras las puertas de oro. Con sus manos alzadas, emergió el hombre que daba vida y muerte con un deseo. A su alrededor, todo se centró en él. La víctima sólo era una parte más del juego, una pieza que iba a morir. A muchos les recordaba a la rata que se le daba a una serpiente, a la vez que se espera ver cómo es devorada. - ¡Su Majestad, el Emperador, Señor de las Máquinas, Mano del Relojero en el Mediterráneo! –gritaron los heraldos. El Emperador disfrutó de cada instante. Era su droga, aquella admiración, aquella violencia, aquel poder. Era lo más similar que alguien podía tener a ser un dios. - ¡Saludos, oh, noble pueblo! ¿Os halláis preparados para contemplar la justicia de los dioses? Los gritos envenenaron todo. El espectáculo empezaba bien. La sangre no se haría esperar. - ¡Que mi revólver sea la mano de los dioses! ¡Que otorgue justicia! ¡Acepto mi muerte si la acusada es inocente! ¡Acepto manchar mis manos de sangre si la acusada es culpable! ¡Acepto a los dioses!
Carlos J. Eguren Hdez.- ARENA, VAPOR Y MISERIA El Emperador había empezado a recitar las frases con las que se iniciaba la Valía. Pronto, tendría lugar el breve duelo, pero hasta entonces la expectación, los nervios, el temblor orgásmico de un público compuesto de políticos, poderes extranjeros, ciudadanos, sacerdotes… Todos gozarían con el resultado de ver a los dioses actuar a través de él. X ¿Cómo puede una persona matar a tres con sólo una bala? Era imposible, pero tampoco era real de forma estricta: una es una persona, dos no. Dos vivían porque los engranajes funcionaban, dos ejecutaban órdenes con mente fría, dos llevaban a cabo sus rituales sin preguntarse por qué, dos desenfundaban sus armas y se preparaban. La sed de sangre no saciaba sus tuercas. Eran Guardias Tic-Tac. Mantenían el orden en el mundo al que pertenecía el Relojero y era un mundo grande. Habían sido enviados, como ofrenda de su señor al Emperador, que los usaba de escolta. Los rifles estaban cargados, el revólver de oro también. La niña apenas podía coger el arma que le habían dado. Le pesaba demasiado. Tenía miedo y lo que era más importante: nunca había usado un arma. XI Los espectadores eran extranjeros y nativos. Se sabía quién era quién con facilidad. Los romanos mostraban horror, aunque fingían indiferencia. Ver morir a la niña les recordaba a ese amigo o familiar, ese conocido, que murió igual. Todos tenían a alguien asesinado por los
dictamines del Emperador. Los extranjeros sonreían ávidos de un deporte convertido en arte en esas tierras. El arte más antiguo y salvaje del mundo. Sólo los sensatos sabían la realidad: es un crimen, pero en este mundo, la sensatez es cara y aburrida. Entre la muchedumbre del circo, la Sombra Vigilante. XII El Emperador alzó su arma. Rió cuando notó que los paladines del Relojero hacían lo mismo. El soberano tenía confianza, ¿qué daño podría hacerle esa cría? ¿Qué hecho terrible podría acontecerle a él cuando ella no sabía ni empuñar un arma? ¿Cómo podría ella matarle si el revólver de la niña era un antigualla trucada? La gente contuvo la respiración. La sangre estaba a punto de ser derramada. Pero entonces pasó algo inesperado… XIII Un estruendo se extendió. Un chirrido se hizo cada vez más fuerte, más poderoso. Todo se agitó por él, pero nadie lo escuchó porque sólo lo escuchaban algunas máquinas. ¿Cuáles? Aquellas que estallaban hechas añicos. Eso fue lo que le ocurrió a la cabeza de los androides del Relojero. Sus rostros se fundieron, como cera, tras un estallido, que sonó como un disparo. Ambos cayeron abatidos, irreparables. Entonces, el hombre que se creyó un dios tembló ante una niña asustada.
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XIV Victoria gimió. Quiso levantar el arma, pero le pareció imposible. Los cortes de los latigazos soltaron chispazos. Tuvo ganas de vomitar, las arcadas eran demasiado fuertes y sintió que, hiciese lo que hiciese, el Emperador iba a vencer. Siempre lo hacía. XV El Emperador apuntó con su revólver. Fue la primera vez que sintió la incertidumbre. Estaba al borde de un mal momento. Se vio a sí mismo, cinco horas después, en su lecho de hielo, pensando lo simple que había sido eliminar a la niña y sintiendo un poco de temor por… Una tontería. Era imposible que la prisionera le hiciera algo… Pero el Emperador no estaba cinco horas en el futuro, relajado, riendo por su insensatez… Estaba allí aún, frente a la cría que tenía un arma, y, aunque sabía que iba a matarla, pensaba en si los dioses le habrían dado la espalda tras usar su nombre, tantas veces, en vano. Lo pensó y un escalofrío recorrió su alma. XVI Hubo un disparo. Luego, un cuerpo cayó. El silencio se hizo más tenso aún. El Imperio se había quedado sin su monarca. XVII
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Victoria fue sacrificada por el lugarteniente del Emperador, el Líder del Senado, y el triunfo de la joven resultó pírrico. La pequeña había muerto, todo seguía igual, aunque cambiando el tirano… Pero eso no fue la verdad. Era lo que le hubiera gustado al Líder del Senado. Rezaba cada noche para hacerse con el trono, con los laureles, pero no iba a ser posible. Tenía un nuevo amo. XVIII La joven que mató al Emperador hubiera sido una muerta más en la arena, pero fue cómo asesinó a los dos autómatas y a su señor lo que lo cambió todo. Cuando los legionarios y custodios del Coliseo fueron a por Victoria, se encontraron con una muralla humana de docenas de personas. - ¡Abrid paso! –gritó el Líder del Coliseo, acompañando a una de los escuadrones. Sin embargo, nadie le obedeció. Los habitantes del Imperio no querían más muerte, no deseaban más desolación… Y una mujer que perdió a sus hijos fue la general de aquel batallón sin orden, compuesto de ciudadanos. - ¡Ya os hemos abierto paso mucho tiempo! ¡Pero ya no más! ¡No haréis nada a esta cría! ¡Nada! Los soldados intentaron dar un paso, pero docenas de personas se lanzaron contra los escudos. No iban a poder detener aquel acto. Un forastero venido de los Trece Estados alzó su rifle y chilló: - ¡He venido a ver sangre y tendré sangre! Y la tuvo cuando uno de los natales
Carlos J. Eguren Hdez.- ARENA, VAPOR Y MISERIA de aquellas tierras lo empujó por las gradas, haciendo que la cabeza del hijo de allende de los mares estallase, como una ola contra las rocas. Un golpazo grande y terrible. Fue el estallido de algo más. El inicio de la revolución. En medio del caos, la Sombra Vigilante aplaudió. XIX El niño Silvio corrió hacia la madre de la revuelta, Victoria. Se abrazaron. Los dos hermanos se habían reunido. Ella preguntó por su otro hermano, pero él sólo lloró. XX El Imperio se disgregó durante los siguientes meses. Pequeñas comunidades se establecieron en cada una de las antiguas provincias. El poder absoluto había terminado. Ahora, todos obedecían a aquel sentimiento de libertad que les embargó en el pasado. Durante décadas creyeron que vivían bajo el imperio. Era un error. Empezaron a hacerlo cuando el Emperador fue Historia. Entonces, los soldados se retiraron y el nacimiento de una esperanza contra el Relojero se extendió. Su revolución era una llama puesta a arder en todo sitio donde la tiranía fuese un hecho. Sería su combustible. Su cabecilla era una muchacha que un día estuvo a punto de morir en la arena. Su nombre era Victoria. Ella era la joven que, con un acto de sangre, hizo que el mundo se alzase. Era la Mujer que Mató al Emperador. Desde entonces, sus palabras cultivaron a la nueva resistencia contra el
Relojero. Victoria pensaba que si había tenido aquella suerte, era porque su destino era liberar al mundo de aquel yugo terrible. Fue un milagro. Debía serlo. Porque la noche tras el día en que asesinó al Emperador, descubrió que su arma estaba atascada y sólo tenía una bala que podía hacer reventar el arma. Era una trampa. Aún así, mató a su enemigo. ¿Cómo? Se lo preguntaba. Aquella madrugada, fue la única en que asesinó a alguien de verdad. Al Líder del Senado, el hombre que le contó la verdad sobre su pistola a cambio de que le diese el Imperio. Desde entonces, la joven se maldecía con ello. Tenía pesadillas. Había hecho algo malo. Pero… estaba viva, había sido algo casi imposible y eso tenía un significado. Quizás si devolviese la libertad a la humanidad, se compensase su terrible acto. No sabía nada de la Sombra Vigilante que la salvó… Al menos, directamente. XXI Hay una dama con muchos apodos: la Mil Veces Maldita, la Mujer de los Ojos de Fuego, la Señora de la Devastación, la Muerte Encarnada… Sí, también es la Sombra Vigilante. Muchos la llaman también Quien Otorga Revoluciones. Ella llegó a Roma en una mañana soleada, oscurecida por el vapor. Ella se internó en el Coliseo. Ella lanzó la onda (con uno de los aparatos del Doctor Cowan) que devastó los cerebros de los
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Guardias Tic-Tac. Ella apuntó con su arma y reventó la cabeza del Emperador. Sembró una revolución, una historia que pasó de un lugar a otro, sin límites. Ella, siempre ella. En pos de un destino mayor, siempre ella. El fin del Nuevo Imperio sólo suponía la caída de un peón del Relojero, pero Maverick la Mil Veces Maldita aguardaba que fuera una pieza de dominó. Quería que su caída significase la del resto de un mundo enfermo por culpa de gente como el Señor de las Máquinas
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o el Relojero. Mientras marchaba en un aeroplano, adelantando los dirigibles, su ojo rojizo y el otro aún con vida divisaban el horizonte. Amanecía. La luz se extendía. - Pronto el cielo será rojo. Estará teñido de sangre. Tu tiempo termina, Relojero. No era un deseo. Era una promesa. Maverick la Sombra Vigilante iba a vengarse. Su padre, el Relojero, iba a morir.
Cris Miguel - DARK CONCERT
Dark Concert por Cris Miguel Dos amigas acuden a una conocida sala para disfrutar de un concierto. La diversión se torna oscuridad cuando descubren que algo está suelto en el local. Y quiere sangre. La sala está casi llena. Sofi y sus tres amigos se sitúan en el lateral derecho de cara al escenario. Aunque no estén en el centro, los verán sin problemas desde donde están. - Voy a por unas cervezas –dice Alberto. - Te acompaño –se ofrece Jaime. La dos chicas se quedan solas rodeadas de tantísima gente. Comparten alguna confidencia y hacen alarde de la gran complicidad que tienen la una con la otra. - ¿Has hablado con Manu? –pregunta juguetona Vero. - Sí, bueno… me ha dicho que me avisaría por whatsapp. Vero sonríe y le da un empujón cariñoso a su amiga. El ruido ambiental es incómodo, y más teniendo en cuenta que están al lado de unos grandes altavoces. Mejor. Así Sofi no puede oír con claridad sus pensamientos y olvida lo nerviosa que se encuentra. Los chicos vuelven con los minis justo cuando a Sofi le vibra el móvil. - Es Manu dice que vayamos a la parte de atrás, que está a punto de salir. - Pues vamos –contesta Vero cogiéndola de la mano y abriéndose paso entre la gente.
Les es imposible rodear la sala, así que Vero arrastra a su amiga hacia el escenario y se dirigen rápidamente hasta el lateral para llegar al backstage. Se cruzan a varias personas por el camino, técnicos que se aseguran que todo funcione como es debido. Sofi no presta atención a eso, ni a los comentarios de su amiga que la sonríe desde delante. Sofi piensa en Manu y en lo acelerado que late su corazón. Le conoció por casualidad, un amigo de la facultad los presentó hacía unas semanas. Cuando Sofi se enteró de que era músico casi le da un síncope, siente debilidad por este oficio. ¿Quién se puede resistir a chicos melenudos con una guitarra entre sus manos encima de un escenario? Sofi pensaba que nadie. Y menos aun ella. Sofi está ensimismada como una tonta colegiala y no ve que Vero se ha detenido frente a una puerta abierta, choca con ella. Automáticamente se alisa la falda y se atusa el pelo mientras otea la habitación, o más bien el cuartucho. No sabe ni cómo son capaces de caber todos ahí. A la derecha hay un gran espejo, en
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la pared de la izquierda hay un sofá y el resto del cuarto es imposible describirlo porque está tan lleno de gente que no se ve nada. Vero entra y saluda a dos miembros de la banda que están en el sillón fumando algo… ilegal. - Eyy, aquí estáis. –Manu la sorprende y la atrae hacia él rodeándola por la cintura. - Os teníamos que desear suerte, ¿no? –le dice Sofi tras darle un fugaz beso en los labios. - Pues claro, ¿quieres que te nombre ahí arriba? ¿Te dedico una canción? –le pregunta acariciándole la mejilla con aire travieso. - ¡No! ¡Qué vergüenza! –le pega cariñosamente en el pecho. - Qué boba eres. –Esta vez la sujeta con fuerza y le da un apasionado beso. - Venga señoritas, marchaos que el grupo tiene que salir ya –les advierte un hombre gordo con cara de buena persona, que Sofi supone que es el manager o algo por el estilo. - ¡Mucha suerte! –Sofi le vuelve a besar y se aleja hasta el umbral, haciendo un gesto a Vero para que la acompañe. Vero está sentada encima de uno de los chicos compartiendo un cigarro. En cuanto la ve se levanta como un resorte y emprenden el camino de vuelta de la misma manera, agarradas de la mano. - ¡Hombre! Si ya han vuelto las grupis –se mofa Alberto cogiendo de los hombros a Vero. - Pura envidia –contesta Vero entre risas. Las bromas se ven interrumpidas al detenerse la música ambiental. El público enloquece según se apagan las luces del escenario. La sala se funde en un poderoso vitoreo y la banda se coloca en
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sus posiciones. La batería marca el ritmo, se le une el bajo y los primeros acordes de guitarra. Un fuerte grito vuelve a inundar el local. Sofi alza los brazos, le encanta esta canción. Manu la mira desde arriba, o por lo menos es lo que Sofi quiere pensar. Su amiga la rodea el cuello con el brazo y rítmicamente comienzan a saltar. - ¡Buenas nocheees! Esperamos que estéis preparados para el rock –saluda el cantante, lo que provoca un estallido entre el público. Sofi no puede dejar de mirar a Manu, pierde la noción del tiempo y no sabe con certeza las canciones que llevan. Su nube se debe al tonto enamoramiento que cree estar embriagándola y a los litros de cerveza que debe tener en el estómago, o un poco más abajo. - Tengo que ir al baño –le grita al oído de Vero. - Tía espérate, no hay quien se mueva con tanta gente. Sofi a regañadientes vuelve a fijar su atención en el escenario y en unos segundos la música la vuelve a poseer. Tras un ruido muy fuerte la música cesa en mitad del estribillo. Sofi abre los ojos y deja de balancearse al ritmo de la música, ahora inexistente. Cree oír gritos, pero su percepción y el fuerte pitido en los oídos, por el cambio brusco de ambiente, no le permiten distinguir con claridad lo que ocurre. Se fija en Manu, ha soltado la guitarra y dirige una cara de terror al lado opuesto al que se encuentran. Algo ve, algo están viendo los de ahí arriba. - Sofi, ¡Sofi! –Su amiga la zarandea hasta que consigue que su vista baje de nuevo a la pista-. Tenemos que salir de
Cris Miguel - DARK CONCERT aquí. La agarra de la mano y la arrastra hasta la salida, que está absolutamente colapsada. Sofi intenta fijar la vista, sus oídos no se han acostumbrado aún a la atmósfera y parece que sigue habiendo gritos, aunque todos están hablando nerviosamente entre ellos. Cree ver a una chica corriendo con un brazo ensangrentado. - Vero, ¿qué está pasando? –le pregunta asustada a su amiga, volviendo con dificultad a la realidad. - No lo sé, pero nunca se para un concierto. –Mira angustiada a todos lados, buscando una posible salida alternativa. Vero coge la cara de Sofi entre sus manos y la coloca el pelo por detrás de las orejas. - Por aquí es imposible, seguro que hay una salida en otra parte… Un grito espeluznante interrumpe a Vero, que coge a Sofi y se alejan del tumulto de gente. - Esto no mola nada –dice Vero cerrando la puerta del aseo a sus espaldas-. No sé qué coño está pasando pero ese grito estaba muy cerca de nosotras… Sofi, ¿me oyes? Sofi asiente, todavía está aturdida. Antes de que pueda contestar a su amiga se oyen pasos y golpes fuera. Vero le hace un gesto para que no hable y cada una se esconde en un aseo individual. Sofi cierra su cerrojo y se sube a la taza y permanece allí acuclillada, abrazándose las rodillas. El sudor le moja la frente, intenta concentrarse pero no puede pensar con claridad. Repasa lo que ha ocurrido hasta ahora y tiene destellos, sonidos… su cabeza va a cámara lenta y aún no es plenamente consciente de
lo que está pasando. Le parece oír que la puerta de los aseos se abre, pero no distingue bien los sonidos. Las baldosas son blancas y negras, blancas y negras. Un ruido sordo le saca de su ensoñación, ha perdido la noción del tiempo otra vez. Espera oír algún ruido más, pero sólo encuentra silencio interrumpido por los latidos de su corazón. Susurra el nombre de su amiga y da unos golpecitos en la pared que comparten, pero no obtiene respuesta. Se baja de la taza con cautela, se apoya en la pared del aseo, su equilibrio está algo afectado aún. Descorre el cerrojo lentamente. Cuando abre la puerta, le agarran la muñeca. Levanta la vista. - ¡Manu! –Sofi se echa a sus brazos-. ¿Qué está pasando? Vero y yo nos hemos escondido aquí… Sofi gira la vista hasta el retrete aledaño al suyo. La puerta está abierta de par en par y ve nítidamente lo que queda de su amiga. - ¡AAAAAAAAAHHH! –Manu le tapa la boca. Ella consigue callarse, aunque esa imagen no conseguirá borrarla nunca de su cabeza. - Sshhh, nos oirán. - ¡¿Quién?! –pregunta Sofi en un tono más agudo de lo normal. - No sé qué son… - ¿Qué son? –le interrumpe Sofi. - Sí, qué son. Está claro que humanos no. Los ojos de Sofi se abren como platos, ahora a su mareo hay que añadirle el shock en el que se estaba sumiendo. La muerte de su amiga, criaturas… De nuevo se ve arrastrada, pero esta vez la guía Manu. Le parece tan lejano cuando se han encontrado antes de la actuación… Mira su muñeca, pero recuerda
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que se ha dejado el reloj en casa. La sala está a oscuras, antes no se lo había parecido, sólo se ve el verde que ilumina las barras del bar. Manu la está llevando por detrás del escenario. Sofi se da cuenta que no hay tantos gritos como antes, pero el silencio es mucho peor. - ¿Dónde están todos? –pregunta Sofi quedamente. - Habrán conseguido salir. Se detienen en una puerta, en la que estaban los músicos antes de saltar al escenario. También está a oscuras, pero a Manu parece darle lo mismo. La cierra al entrar y se sientan en el suelo apoyados en la pared. - ¿Por qué nos detenemos? –le pregunta Sofi agarrándole más fuerte de la muñeca para captar su atención-. ¿No hay otra salida? - Sí, claro que la hay. –Manu está mirando la habitación como si pudiera ver en la oscuridad. - ¿Qué miras? Manu no la contesta, se separa de ella. Sofi le oye trastear con algo. Extiende los brazos pero no le puede tocar. La oscuridad es muy densa, sólo entra un resquicio de luz del pasillo por donde han venido. De la habitación hacia dentro no se ve nada. Sofi empieza a respirar con dificultad, se está asustando, aunque no llama a Manu. No ha oído la puerta así que tiene que seguir ahí dentro. Oye un gemido y luego un golpe, dos, y más silencio. Tras unos segundos sin captar nada, Sofi susurra el nombre de Manu. El corazón le late muy deprisa y le parece imposible que no lo oigan desde fuera. Se sobresalta al sentir una mano en su pierna. - Soy yo –la tranquiliza Manu. - ¿Qué estabas haciendo? –De nuevo
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el tono agudo en su garganta. - Cerciorándome de que estábamos solos. - ¿Cómo puedes ver algo? - Sólo tienes que acostumbrar la vista. –Le acaricia la cara y la besa dulcemente-. ¡Vamos! Tenemos que salir de aquí. A Sofi ningún pasillo se la había hecho tan largo. Sigue aferrada a la mano de Manu que la conduce a través del corredor aparentemente en calma. Sólo están las intermitentes luces de emergencia. Sofi se da cuenta que conforme caminan una luz anaranjada lo empieza a cubrir todo. - Manu, ¿es la salida? - ¡Claro! Te he dicho que no estaba lejos. De una de las puertas que tienen a la derecha emerge una figura que arrastra a Manu hacia el interior, dejando a Sofi sola en aquel pasillo anaranjado. Se asoma a la estancia y sólo ve un pozo negro y sonidos de forcejeo. - ¡Manu! ¿Estás bien? ¿Qué está pasando? El silencio es su única respuesta. Se oyen signos del forcejeo aunque son leves. A Sofi le invade la duda en su interior, está tan cerca la salida… Lo único que quiere es salir de esa pesadilla y meterse en su caliente cama. Sus pasos obedecen a su cabeza sin darse cuenta y lentamente, pegada a la pared, avanza por el pasillo. Un golpe seco interrumpe al silencio. En un acto reflejo Sofi mira hacia atrás, pero no ve a nadie, no ve nada. Sigue despacio por el pasillo, ya puede ver la puerta, tiene un ojo de buey por donde entra la luz de las farolas. Ensimismada tratando de distinguir la calle, se tropieza con algo que está tirado en el suelo; aunque in-
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tenta mantener el equilibrio, finalmente se cae y ve que es alguien muerto - ¡AAAAAAAAAAHHH! –Se aleja a rastras por el suelo, tapándose la boca, y a su espalda choca con algo. - ¿Qué ocurre? –Manu aparece de nuevo y la abraza. - Hay un hombre muerto, está ahí tirado… -dice entre sollozos. - Tranquila, ya salimos de aquí. –Sofi levanta la vista y le mira, tiene el labio ensangrentado. - ¿Qué te ha pasado? –Le acaricia alrededor de la herida. - Nada, vámonos. Esquivan el cuerpo tirado en mitad del corredor y llegan a la puerta. Manu la abre llevando de la otra mano a Sofi, que se aferra a él con fuerza. Sofi contiene otro grito. Vigilando la puerta que acaban de atravesar hay numerosas siluetas. Llevan abrigos que les llegan prácticamente hasta los tobillos, sus cabezas están afeitadas, aunque Sofi distingue seres con menos envergadura que supone que son… mujeres. Su piel es cetrina y de una palidez antinatural. Agarra con fuerza la mano de Manu y da un paso atrás. - ¡Es la última! –grita Manu cogiendo
la mano de Sofi y alzándola como si hubiera ganado un trofeo. Todos vitorean y sonríen con aprobación. Sofi puede ver que su boca está llena de dientes, dientes afilados. Mira con terror a Manu, intentando zafarse de su brazo. El miedo le congela la sangre, siente las manos frías; sin embargo el corazón le late desbocado en su pecho. Manu le quita la cazadora de cuero que lleva y la besa. Sofi ve en sus ojos satisfacción y que sonríe ampliamente mientras la empuja al centro de esos seres. Sofi está paralizada, Manu se aleja despacio y las criaturas se van acercando más y más a ella. El miedo la impide gritar, aunque sabe que nadie la oiría, están al lado del río. Sofi siente algo caliente deslizándose por su espalda y por su pecho, un líquido rojo, su sangre. Vuelve a mirar alrededor y varios la están mordiendo los brazos. Todo se vuelve oscuro. Abre lentamente los ojos, el cielo está estrellado. El frío la invade, está tendida en el suelo, rodeada de esas criaturas que se están dando un festín con su cuerpo. Tiembla, un brazo negro la envuelve, la oscuridad se adueña de ella y deja de sentir.
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Deteniendo flechas con balas Una misteriosa rueda de prensa ha convocado en Londres a medios de todo el globo. Los periodistas están inquietos e intrigados por el secretismo con el que se les ha citado, pero ni uno solo se imagina las consecuencias de lo que están a punto de retransmitir en directo para el mundo entero.
por Juanjo de Goya - En unos minutos tendrá lugar la enigmática rueda de prensa que ha emplazado a cientos de periodistas de todo el mundo en la sede central de la EMA. Allí se encuentra en directo nuestra enviada especial, Coraline Johnson. Muy buenos días, Coraline. ¿Se conoce ya el motivo por el que la Administración de Magia ha convocado a los medios internacionales? Micrófono en mano, una mujer de larga melena negra ataviada con un ceñido jersey gris de cuello vuelto, con el que se intuía su esbelta silueta, apareció en pantalla, sucediendo a su compañero en plató. - Buenos días, Robert. No tenemos ni una sola pista; la causa sigue siendo un misterio. En la sala de conferencias en la que nos encontramos los más de cuatrocientos periodistas acreditados circulan rumores acerca de un posible descubrimiento de suma importancia del Instituto HADA sobre el origen del control de los elementos, pero no hay nada confirmado. Lo único que sabemos a ciencia cierta es que en la rueda de prensa participarán al menos ocho personas, ya que se han dispuesto micrófonos, vasos y botellas de agua para ocho conferenciantes. No hay nombres ni identificaciones, por lo que no pode-
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mos determinar quiénes serán. La EMA está dirigiendo el asunto con suma discreción y parece que ha conseguido su propósito, manteniendo el secreto hasta el último momento. La imagen volvió a plató, donde el apuesto presentador del informativo, con un traje negro, camisa blanca y corbata, tomó el relevo. - Seguimos la información de cerca y volveremos a dar paso a nuestra compañera Coraline en la sede de la EMA en cuanto haya novedades. Sin dejar de mirar el televisor portátil que sujetaba con la mano izquierda, Roy hizo un gesto, simulando una tijera, uniendo los dedos índice y corazón de la mano derecha. - Perfecto, Cora -dijo-. Estamos fuera. Adam bajó la cámara y se frotó el hombro. - ¿Cuánto falta para la siguiente conexión, Roy? Roy era el realizador de exteriores de los informativos de la cadena de televisión Real Vision Network (RVN), un pequeño canal que acababa de lanzarse a la aventura de la televisión por cable en Estados Unidos. Se encargaba del control técnico y de la coordinación entre la unidad móvil y el estudio. Pasaba de los cuarenta, su incipiente calvicie lo demostraba, y estaba considerado como un gran profesional.
Juanjo de Goya - DETENIENDO FLECHAS CON BALAS - Saldremos en cuanto comience esto. Si es que empieza de una puta vez. La rueda de prensa discurría ligeramente retrasada. La EMA (European Magic Administration ‘Administración Europea de Magia’) había programado el inicio para las doce del mediodía, pero ya pasaban treinta minutos y ningún portavoz había aparecido para explicar por qué. - Esto es muy raro. Se traen algo gordo entre manos -dijo Adam mientras anclaba la cámara al trípode fijo-. He grabado muchas ruedas de prensa de la EMA, y nunca antes se habían salido del horario estipulado. Son bastante serios con este tipo de cosas. Adam era un operador de cámara relativamente joven, rondaba los treinta y pocos, pero tenía mucha experiencia. Llevaba trabajando desde los dieciocho y había pasado por varias cadenas de televisión antes de llegar a la RVN. - Será una tontería, como siempre. Y espero que no dure mucho. A las dos tendríamos que estar grabando en Hyde Park para salir en el informativo de las tres -añadió Roy. - ¿Qué se nos ha perdido allí? -preguntó Cora, interesada por el siguiente desplazamiento, jugueteando con el micrófono. Acostumbraba a salir del estudio sin conocer el plan que la cadena tenía definido para las noticias del día; desconocerlo hacía mucho más ameno y excitante su trabajo. Algunos la tachaban de poco profesional, pero Roy se lo permitía. Era su jefe inmediato, y mientras las conexiones en directo o las grabaciones salieran como Roy quería, no había por qué discutir. Llevaban casi un año trabajando juntos y no habían tenido nin-
gún problema hasta el momento. Pese a que Cora era una recién graduada en Comunicación, y sólo tenía veinticinco años, se desenvolvía como si llevase trabajando en ello toda su vida. - Esta mañana la policía ha reportado un asesinato. Al parecer, alguien al que aún no se ha identificado mató a una corredora ayer, antes de medianoche. - ¿Cómo ha sido? - Magia. - ¿Otro? ¿Cuántos van ya? - Ni se sabe. - ¿Y cómo ha sido? - Le llenaron los pulmones de fuego. - Jesús. Tras años de profesión, un periodista terminaba por insensibilizarse ante las noticias más dramáticas y crueles. Era fundamental no implicarse personalmente; de otro modo se perdía la objetividad. Sin embargo, Coraline aún sufría cuando tenía que cubrir asesinatos. Aunque lamentablemente ocurrían con frecuencia. - Hay mucho loco suelto -dijo Adam-. El mundo cada vez está peor. - Haremos un par de tomas del lugar exacto, y a ver si grabamos algunas opiniones. Imagino que se habrán acercado unos cuantos curiosos. La sala de conferencias estaba abarrotada. Las cámaras ocupaban los pasillos laterales y toda la parte de atrás. El pasillo central debía quedar libre para el tránsito. El equipo de RVN contaba con un lugar privilegiado, justo en el centro, con un encuadre perfecto de la alargada mesa colocada sobre una tarima de madera donde se sentarían los conferenciantes que aún no tenían nombre ni rostro. Lo habían conseguido siendo los primeros, o casi, en llegar a la sede de
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la Administración. Los más de trescientos asientos disponibles estaban ocupados por los periodistas, pero no había para todos y muchos se veían obligados a esperar de pie o agachados. Más de uno había tenido que salir; el ambiente estaba considerablemente cargado y hacía bastante calor. Cora y Roy tenían sus butacas junto a la cámara, centradas y en la parte trasera de la sala, cerca de la puerta. - Mirad, algo ocurre. Parece que ya va a empezar -dijo Adam. Por una entrada lateral próxima a la mesa empezaron a desfilar los que parecían ser los conferenciantes. Encabezando la hilera de cuerpos estaba George Allen, actual Director General de Administración Europea de Magia (EMA). - Empieza a grabar, Adam -comandó Roy. Un fuerte murmullo se extendió por la sala. - Realización, esto se pone en marcha -Roy se comunicaba con el estudio de la RVN-. De acuerdo, marcaré el directo en cuanto comiencen a hablar. - Dios -murmuró Adam. - ¿Qué pasa, Adam? -preguntó Coraline. - ¿Ves a aquel hombre alto y rubio? El segundo por la derecha. - ¿El que camina detrás de Allen? -murmuró Cora. - Sí. Ese es Ancel Silberschatz, el Director de la Agencia Americana de Magia. - Apuesto por un comercio libre de esencia mágica -pudo escuchar Cora en boca de un cámara de otra cadena situado junto a Adam. - Y el tercero es Sergey Vasiliev, Director de la Agencia Rusa de Magia.
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- Peces gordos -musitó Coraline. Adam era un fanático de la magia y estaba al tanto de todo lo que se publicaba al respecto. Por eso conocía los nombres y apellidos de esos señores. Sobre el escenario aparecieron seis hombres y dos mujeres. En silencio compartido, fueron ocupando los lugares que parecían haber acordado de antemano. Como si se tratase de un uniforme, todos vestían de traje, incluso las mujeres; una de ellas con falda. - Seguro que van a anunciar la creación de una administración de magia mundial, o algo así -sugirió Adam en voz baja. El runrún que se formaba con el cuchicheo de los cientos de periodistas fue desapareciendo una vez que los conferenciantes se acomodaron en sus respectivos lugares. - Listos para el directo -avisó Roy a través de su intercomunicador en conexión con el estudio. Cora retiró el capuchón de su bolígrafo y preparó su manida libreta para tomar notas. A su lado, Roy se perdió en la pantalla del televisor portátil que sujetaba con la mano izquierda. Tras el presentador del informativo se mostraba el logotipo de la EMA, así que parecía que estaban a punto de dar paso en directo a la rueda de prensa. - Muy buenos días. En primer lugar, les pido disculpas por el retraso con el que empezamos. George Allen tomó la palabra. En seguida su voz herrumbrosa, amplificada por los altavoces, cubrió la sala de conferencias y los murmullos más rezagados se apagaron. Todos los objetivos y miradas se posaban en su rostro, caracterizado por una perilla blanca y unas
Juanjo de Goya - DETENIENDO FLECHAS CON BALAS superpobladas cejas que trataba de disimular con unas gafas de montura gruesa de pasta. El traje le quedaba excesivamente justo, pero hábilmente desabrochó el único botón de la chaqueta y su prominente barriga, aunque oculta tras la mesa, se lo agradeció. - Permítanme que les presente a todos los que estamos hoy aquí. A su izquierda, en el extremo -dijo estirando su brazo derecho y señalando a un hombre joven y enjuto con los ojos rasgados-, Lau Kwan, Presidente de la Administración Nacional de Magia en China. A su lado, Thiago Valadao, Director del Instituto elemental de Brasil. -El hombre de piel mulata y gafas redondas saludó con un gesto, agachando la cabeza-. A mi derecha tienen a Ancel Silberschatz, Director de la Agencia Americana de Magia. «Rubísimo y guapísimo», pensó Cora mientras anotaba su nombre con ciertas complicaciones al toparse con el apellido. Para ser Director de la Agencia Americana de Magia, Ancel parecía muy joven. Cualquiera dudaría que tuviese más de treinta y cinco, aunque en realidad pasaba de los cuarenta. Su rostro era anguloso, con el maxilar y los pómulos bien definidos, y miraba con ojos severos. - El que les habla es George Allen, Director General de la EMA. Este caballero a mi lado -dijo, girando la cabeza y estirando su brazo izquierdo en dirección a un hombre de piel pálida, se diría enfermo, casi un fantasma-, es Sergey Vasiliev, Director de la Agencia Federal Rusa de Magia. Y el último de los hombres de la mesa es Hideo Tetsuo, Director de la Administración Japonesa de Exploración Mágica. - Joder, va a ser una bomba -comen-
tó Roy sin perder de vista la pequeña pantalla del televisor portátil-. ¿Qué se traerán entre manos? Todos los presentes estaban asombrados. La misteriosa y enigmática rueda de prensa convocada por la EMA tomaba un rumbo que nadie se había esperado. Hasta ahora se conocían determinados acercamientos entre administraciones para abrir rutas de diálogo y establecer pautas para posibles colaboraciones futuras, pero no se tenía constancia alguna de proyectos de gran envergadura en los que estuviesen involucradas las principales agencias de magia, obviando el Instituto HADA, en el que toda administración que se preciase había invertido capital. El instituto se dedicaba al estudio de las cualidades mágicas y de las esencias que permitían utilizar los elementos, e incuestionablemente los asistentes pensaron en la entidad. En los rostros de los periodistas se apreciaba gran expectación y ninguno perdía detalle del desarrollo de la rueda de prensa. Seguramente, las identidades de las dos mujeres que faltaban por presentar arrojarían un poco de luz. Y como ellas eran las dueñas de los únicos rostros que aún no tenían nombre, Allen no se demoró y prosiguió con las presentaciones. - A su izquierda se sienta Joyce Swan Taylor, Fundadora, Presidenta y CEO de la compañía Ad Infinitum. Apenas un puñado de personas en la sala sabía que Ad Infinitum se dedicaba al desarrollo de la tecnología necesaria para contener la esencia mágica, el verdadero estado de la materia y la parte vital de los cuatro elementos. La tecnología con la que trabajaban era desconocida por prácticamente todo el
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mundo, pero sin su existencia sería imposible vender esencias mágicas, lo que haría imposible el uso de magia para la inmensa mayoría de la población. Joyce Swan Taylor poseía un elegante cuello que se acentuaba al tener el pelo recogido en una coleta alta en la parte trasera de su cabeza, como de hecho tenía. No era una mujer atractiva y para contrarrestarlo utilizaba excesivo maquillaje. Por otro lado, la mujer que estaba sentada a su lado, en el extremo de la mesa, apenas iba maquillada. Sus labios eran carnosos y portaban una mueca difícilmente descifrable; quizá estaba nerviosa. En su rostro ovalado se marcaban las mejillas y brillaban dos ojos de un azul clarísimo. Cuando se pronunció su nombre, se apartó la melena castaña de la cara recogiéndola tras las orejas. - Y, por último, la Doctora Audrey Allaire, miembro del Instituto HADA. - ¿Doctora? Pero si es una niña -comentó a su compañero el periodista sentado delante de Coraline. - No me suena. Y eso de Ad Infinitum tampoco -susurró el otro en respuesta. George Allen hizo una pausa, deteniéndose a observar los rostros y las expresiones de los presentes. Parecía impaciente por continuar, pero concedió unos segundos a los cuchicheos que se extendían por la sala. Después, respiró hondo y exhaló el aire muy despacio. - Dentro de tres meses -comenzó diciendo cuando le pareció oportuno seguir-, habrán pasado treinta y cuatro años desde que se descubrieron las esencias y el uso de magia se extendió, un hito sin precedentes en la Historia de la Humanidad. Durante todo este tiempo, muchos se han preguntado por
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qué no hemos permitido el acceso a la magia al común de la población y por qué solo unos pocos privilegiados se pueden permitir comprar esencias mágicas y utilizarlas a su antojo; incluso se ha llegado a dudar de la existencia de las agencias de regulación. -Allen hizo una nueva pausa, escrutando las caras de los periodistas. Era consciente de que también se encontraban allí representantes de medios escépticos que de tanto en tanto publicaban reportajes tratando de desvirtuar la gestión de las Administraciones-. Como imagino que todos ustedes sabrán, este último año ha habido un incremento preocupante del número de incidentes provocados por el uso inadecuado de magia en todo el mundo, y dada la situación, viéndonos incapaces de contener la escalada de violencia sistemática, hoy, señoras y señores, les anuncio la creación del Oficio Elemental y de la prohibición absoluta del uso de magia hasta que la creciente amenaza sea detenida. El rostro de George Allen se ensombreció ante la confusión que se apoderó de la sala. El resto de sus acompañantes en la mesa mantenían un gesto serio. Coraline giró la cabeza, buscando a Adam; sus ojos brillaban con asombro. Parecía un niño pequeño que no entendía muy bien lo que le estaban diciendo. - Como habrán advertido, dada la presencia de mis homónimos de las principales administraciones del mundo -estiró los brazos y miró a izquierda y derecha-, hoy será un día importante. Anoten esta fecha como el día en el que el Oficio Elemental comienza su andadura en pro de exterminar el uso indebido de magia en el mundo entero. Durante un instante, la sala al com-
Juanjo de Goya - DETENIENDO FLECHAS CON BALAS pleto enmudeció. Después reinó la algarabía. - ¿Policía anti-magia? -dijo Roy-. Me parece que ya no vamos a tener que ir a Hyde Park. Con esto vamos a tener semanas y semanas de programación cubierta. - ¿Pueden prohibir el uso de magia? -farfulló Coraline. Adam estaba boquiabierto; no movía uno sólo de sus músculos. Su mirada estaba concentrada en la cámara, que enfocaba a George Allen, quien con las manos trataba de tranquilizar los ánimos y retomar el control. - ¿Qué labor tendrá el Oficio Elemental? -gritó una voz de las primeras filas. - El Oficio Elemental perseguirá y castigará el uso inadecuado de esencias mágicas. - ¿Castigará? - ¿Con qué autoridad? - ¿Quiénes formarán el Oficio Elemental? Varias voces peleaban por ser la siguiente pregunta contestada. - Calma; por partes. Todas las preguntas serán contestadas -dijo Allen para organizar a los ansiosos periodistas-. Levanten la mano e iremos resolviendo las cuestiones una a una. Siguiendo sus indicaciones, unos cuantos de los presentes alzaron su brazo. - Usted primero -dijo George Allen, señalando a una mujer con gafas de la primera fila. - Tenía entendido que la compra de esencias, aunque cara, era libre. ¿A partir de ahora dejarán de comercializarse? ¿Cómo es posible? ¿Van a retirar todas del mercado? - A esa pregunta les contestará la se-
ñora Taylor -respondió Allen, invitando a Joyce Swan a hablar. Casi en un movimiento conjunto, todas las miradas se posaron en la CEO de Ad Infinitum. - Usando la mecánica de contención que actualmente se emplea para comprimir y contener esencias -su voz sonaba segura y confiada; creía firmemente en cada una de sus palabras-, todas las que ahora mismo se encuentran en el mercado serán retiradas y liberadas, volviendo así a su estado natural, inofensivo e inservible. Ad Infinitum limitará la producción de la tecnología de contención al uso exclusivo del Oficio Elemental. Los periodistas miraron con asombro a Joyce e inmediatamente se levantaron varios brazos. - Usted -dijo Allen, señalando a un hombre tremendamente obeso del lado derecho de la sala. - ¿El Oficio Elemental detendrá los crímenes mágicos usando magia? -preguntó. - Así es -contestó Allen-. La única forma de detener a aquellos individuos que se sirven de la magia para cometer delitos es mediante el uso de la misma. De otra forma, los integrantes se verían en condiciones de inferioridad y eso podría tener consecuencias fatales para el objetivo final, que no es otro que erradicar el problema. George Allen señaló con el dedo a otro hombre. - ¿Quiénes formarán el Oficio Elemental? - El Oficio Elemental, coordinado regionalmente por divisiones y supervisado por las administraciones de magia en cada país que se lleve a cabo una ope-
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ración, estará integrado por miembros del Instituto HADA y de Ad Infinitum. Usted, pregunte -dijo Allen, ofreciendo el turno a una mujer. - ¿Con qué autoridad y quién pondrá los límites a las actuaciones de los miembros del Oficio? - Con la autoridad necesaria -respondió Allen-. Todas las administraciones de magia gozan de la aprobación de los gobiernos de sus respectivos países. Los equipos de gobierno del mundo están al tanto de la creación del Oficio Elemental y de la importancia de sus objetivos. - Es esencial que la autoridad del Oficio Elemental sea absoluta para erradicar el problema al que nos enfrentamos -añadió Sergey Vasiliev, el Director de la Agencia Federal Rusa. Tenía una voz potente, pero su inglés estaba definido por un notable acento ruso. - Así termina la libertad -murmuró Cora. George Allen señaló a un hombre que se sujetaba el brazo alzado con la mano del otro brazo. - ¿Y qué ocurrirá cuando la amenaza sea eliminada? - El Oficio Elemental será disuelto y se reestructurará la gestión de esencias mágicas -respondió Allen. - ¿La población volverá a tener acceso al uso de magia? -preguntó el mismo hombre. - Depende -se apresuró a decir Allen-. Tenemos que estudiar nuevas medidas de organización y escuchar la opinión del resto de administraciones. Lau Kwan y Hideo Tetsuo, representantes de las administraciones de magia de China y Japón asintieron al mismo tiempo. - Su turno -dijo George Allen, hacien-
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do un gesto con la cabeza a una joven periodista. - ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar para solucionar la ola mundial de crímenes? - Hasta donde haga falta. Hemos llegado a una situación insostenible y como culpables indirectos debemos actuar con contundencia -añadió, señalando a un hombre. - ¿Qué tipo de personas formarán parte del Oficio Elemental? - ¿Audrey? -murmuró Allen, girando la cabeza hacia el extremo izquierdo de la mesa. La Doctora Allaire sonrió tímidamente; parecía nerviosa. Lo más probable es que fuesen sus primeras palabras en público ante una sala tan concurrida. - El Oficio Elemental estará integrado por profesionales que se han dedicado al estudio de la magia durante al menos diez años. Solo podrán acceder los mejores y más experimentados en el campo. -Audrey hizo una pequeña pausa para llevarse el vaso de agua a los labios y humedecer garganta y lengua-. Que el Instituto HADA participe en la iniciativa es una garantía de experiencia. - Usted, pregunte -dijo Allen, señalando a un hombre. - ¿No creen que un anuncio de esta índole desembocará en un aumento de la violencia? George Allen dirigió su mirada hacia Thiago Valadao, Director del Instituto Elemental de Brasil, y su movimiento fue acompañado por el del resto de los presentes. - Con efecto inmediato, el Oficio Elemental comenzará su labor en servicio de la magia y de su buen uso. -En su inglés apenas había rasgos que denotasen
Juanjo de Goya - DETENIENDO FLECHAS CON BALAS su origen brasileño-. No se tolerará ni un minuto más que algo tan puro como las esencias mágicas se utilicen para crear caos. - Ahora mismo se están llevando a cabo las primeras operaciones de control y restauración -quiso añadir Allen a la respuesta de Thiago Valadao. Coraline Johnson alzó su brazo y se unió al resto de periodistas que tenían intención de hacer una pregunta. - Adelante -indicó Allen a una mujer con el pelo rizado sentada en el centro de la sala. - ¿Cuánto cuesta el Oficio Elemental y quién o quiénes lo están financiando? - Audrey -dijo Allen mirando a la mujer del extremo derecho (según la perspectiva de los medios) -, ¿me permites contestar? Puede que Allen tuviese un afán excesivo de protagonismo, pero la joven Doctora asintió encantada. Al contrario que el Director de la EMA, prefería pasar desapercibida en la medida de lo posible. - Dado que más del cuarenta por ciento del presupuesto es capital privado, y que sus inversores prefieren mantener su nombre en el anonimato, no podemos revelarles cifras concretas. Pero puedo asegurarles que cada una de las agencias de magia hoy aquí presentes harán aportaciones mensualmente provenientes de sus presupuestos. La inversión ha sido y será fuerte, pero la situación es límite y hay que actuar antes de que se nos vaya de las manos. Estableceremos las bases necesarias para que futuras generaciones puedan disfrutar de lo que nosotros no hemos sabido disfrutar. Satisfecho con su respuesta, George
Allen se apoyó en el respaldo de su silla mientras señalaba a otro periodista. - Si ahora mismo se están llevando a cabo operaciones, ¿cómo es posible que no se haya sabido nada del Oficio Elemental hasta hoy? ¿Y desde cuándo lleva en marcha? Allen dio un trago a su vaso de agua. - Nos hemos encargado de que el programa se desarrollase en estricta confidencialidad. ¿Por qué? Bueno -el Director de la EMA se encogió de hombros-, nos pareció contraproducente desvelar información que podría perjudicar al buen hacer y a los objetivos futuros: no queríamos crear falsas esperanzas. Hemos buscado evitar filtraciones y optamos por mantener la misma política hasta el día de hoy; se ha trabajado con el personal indispensable y con severas cláusulas de silencio. Que el Oficio Elemental germinase y madurase en diferentes países de forma independiente nos ha ayudado a que no se hiciese público. Tras la respuesta, los brazos de los periodistas volvieron a alzarse. Con la cabeza, sin articular palabra, Allen concedió el turno a una mujer de las primeras filas. - ¿Desde dónde se coordina la acción mundial del Oficio Elemental? - La EMA ha puesto a disposición del Instituto HADA y de Ad Infinitum, así como del resto de administraciones de magia que lo estimen oportuno, varios pabellones dentro de su recinto. Pero como gracias al uso de magia los miembros del Oficio se pueden desplazar a cualquier parte del mundo en segundos, no es más que un punto de referencia simbólico. Ancel Silberschatz, Director de la
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Agencia Americana de magia, se aproximó a George Allen y le susurró algo en el oído. En respuesta, él miró su reloj de pulsera. - Al fondo, usted -dijo Allen, apuntando hacia un hombre al final de la sala, próximo a Roy. - ¿Por qué ahora? Desde que se descubrieron las esencias y se empezó a utilizar magia, siempre ha habido crímenes. A duras penas se escuchó su voz en el otro extremo de la sala de conferencias. - Perdone, pero desde aquí no le hemos escuchado. ¿Podría alguien acercarle un micrófono? Inmediatamente, un chico joven en el que nadie se había fijado entregó un micrófono a un periodista de la última fila para que viajase de mano en mano hasta llegar al hombre que tenía el turno de palabra. El resto de periodistas aprovechó el receso para ordenar las notas que habían tomado. Mientras tanto, en la mesa que aunaba todas las miradas segundos antes, los directivos cruzaron miradas e intercambiaron algunas frases que los micros no captaron. - ¿Ahora? ¿Se me escucha? -probó el micro el periodista. - Perfecto. Adelante -respondió Allen. - Preguntaba por qué se ha decidido restringir y prohibir el uso de magia ahora. Siempre ha habido crímenes por culpa de la magia desde que se descubrió. - Todo tuyo -dijo Allen, echándose hacia atrás. En seguida, Ancel Silberschatz tomó la palabra. - Desde el albor de la Humanidad nos ha interesado la magia. Somos una especie curiosa, es algo innato en nues-
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tra naturaleza, y siempre hemos querido ir más allá, buscando respuestas a preguntas incontestables. Antes no era posible más que en los cuentos, pero ahora, bueno, más bien durante las últimas décadas, se han dado las condiciones ideales para poder alcanzar uno de nuestros más ambicionados deseos: controlar los elementos. Actualmente contamos con el conocimiento, la tecnología y los medios necesarios para conseguirlo. Y, siendo así, ¿por qué no íbamos a intentarlo? Creímos que la humanidad sería lo suficientemente responsable como para que se le permitiera usar las esencias. En un principio, su uso era muchísimo más restrictivo de lo que es hoy y no iba mal, pero fuimos abriendo el abanico para que más gente pudiera disfrutar de la magia en su día a día y la situación ha terminado por colapsarse. Queremos terminar esta etapa y volver a empezar. -Ancel hizo una pausa y recorrió con la mirada la sala de conferencias de un lado a otro-. Una vez que el Oficio Elemental consiga controlar la magia restante, solo nosotros tendremos la llave para iniciar una gestión óptima y mucho más adecuada de las esencias; tenemos que pensar también en las futuras generaciones. ¿Quién sabe de lo que serán capaces dentro de cien años nuestros descendientes si les servimos un uso eficiente y no destructivo de la magia? El Oficio Elemental es un punto de partida que nos permitirá enmendar errores pasados. Nuestro objetivo es establecer una línea dura de actuación y concienciar a la población de que la magia no es algo que se pueda usar sin consecuen... Parecía un discurso ensayado frente al espejo decenas de veces, pero se vio in-
Juanjo de Goya - DETENIENDO FLECHAS CON BALAS terrumpido por un inoportuno apagón. La sala se quedó a oscuras, solamente iluminada por los pilotos rojos de las cámaras apostadas junto a la puerta y algunos aparatos, como el pequeño monitor portátil de Roy. - ¿No hay luces de emergencia? -preguntó Roy sin perder de vista la pantalla del televisor, donde volvía a aparecer en imagen el presentador trajeado. Cora se encogió de hombros en la oscuridad. - Parece que no. - Realización -se comunicó Roy-, se ha ido la luz de la sala. El murmullo intranquilo que se extendió precedió a un enmudecimiento absoluto cuando la estancia sumida en la penumbra se iluminó gracias a las refulgentes llamas anaranjadas de una inmensa serpiente de fuego que se arrastraba por el techo. - ¡Dios! -exclamó Adam. - ¡Sigue grabando, Adam! -vociferó Roy-. ¡Algo ocurre, Realización! ¡Volved aquí, ya! El hombre fijó su mirada en la pantalla, donde casi de inmediato pudo ver cómo la serpiente de fuego recorría de un lado a otro la sala. El grueso de periodistas entró en pánico y muchos gritaron asustados. Una parte se levantó e intentó salir, pero el pasillo estaba bloqueado por las cámaras y las puertas parecían cerradas. La flamígera serpiente trazó un par de círculos y se detuvo sobre la alargada mesa de los conferenciantes. De pronto, una voz errática y profunda pudo escucharse con absoluta claridad: - Magia libre. Lo último que pudo verse en pantalla antes de que la señal se perdiera fue un
estallido de fuego que bañó la sala de conferencias con una ola abrasadora.
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Avenida Courier Nº7 por Eleazar Herrera VENICE es un androide que habla el lenguaje de las flores. Su tarea es arreglar los jardines de toda la ciudad y atender pedidos a domicilio. Cuando Talía recibe la primera rosa el día de San Valentín, no imagina quién puede ser su admirador secreto. VENICE sí. Din, don. La puerta se abre con un cálido chirrido y una joven aparece en el umbral. Registro sus rasgos en un segundo para identificarla en los próximos encargos. Tiene los pómulos marcados y ligeramente coloreados, el mentón partido en dos suaves curvas y las cejas repasadas con lápiz. Pese al exceso de maquillaje que oculta su verdadera edad, reconozco en la línea de su cintura los signos de la adolescencia. Guardo una fotografía mental de la destinataria y le tiendo una flor. Es una rosa lavanda sin espinas, con un lazo plateado en la base del tallo. Ella me mira, enarcando el ceño. - ¿Quién me envía esto? - El remitente prefiere permanecer en el anonimato. - ¿Y no tiene ninguna tarjeta para mí? ¿Solo una flor? ¿Esta flor? - La jardinería Eménez le desea un fe-
liz San Valentín -recito automáticamente. Me giro sobre los talones y echo a andar, resuelto, hacia el siguiente encargo. Me llamo VENICE. Soy de los primeros androides creados por el ser humano para trabajar. Hemos sido creados únicamente para trabajar sin descanso, al principio en núcleos industriales, minas o cualquier campo que requiera nervios de acero. Ahora, un siglo más tarde, todas las familias tienen derecho a un androide personal que aporte un sueldo más en el hogar. Las tres leyes de la Robótica nos impiden desobedecer cualquier ley bajo pena de desactivación. Pero no es algo que nos ocupe: ninguno podría saltarse la ley porque no existen conflictos de intereses en nuestro interior. No pertenezco a nadie en concreto; soy público, del estado, y trabajo para él. Mi única empresa particular es cuidar de las flores y recoger pedidos a domi-
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cilio que cualquiera puede solicitar por teléfono. Como no necesito alimentarme, ni me canso, ni «nada en general», puedo recorrer la ciudad varias veces al día. Por las noches vuelvo al cobertizo en el que vivo y preparo los encargos del día siguiente. Y así siempre. La rutina no es molestia, porque la molestia no existe para VENICE, suele decir Perkins, el gerente de la floristería. Los androides no pueden sentir nada en absoluto, pero si frecuentamos compañía humana somos capaces de empatizar con ellas y entender -a través del análisis- lo que ocurre dentro de sus cabezas. Ese es nuestro límite. El sentimiento es terreno vetado para la mente acerada de un androide. El sonido de la música me conduce hasta el remitente de la última flor del día. Subo las escaleras de la entrada ordenadamente, encajando el pie en la anchura del escalón, y toco el timbre. Se impone el silencio, quizás el rumor del viento, y unas pisadas se aproximan al exterior. - Talía ha recibido satisfactoriamente la flor -informo en cuanto la nariz aguileña de Viktor traspasa el umbral. Él asiente, sin dejar de mirar la chapa con mi nombre. VENICE brilla en azul. - ¿Sospecha de alguien? - No. - ¿Y qué dijo, exactamente? - Preguntó si aquello era todo. Dijo, «¿esta flor?». Esperaba una tarjeta. Viktor rellena el talonario a toda prisa; entiendo que no está prestándome atención. Escudriño su grafía, curvada y empalagosa, y deduzco, basándome en la tesis de grafología científica de Crépieux-Jamín, que es un hombre pícaro, ordenado, optimista, mentiroso
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y con grandes aspiraciones en la vida. Deslizo mis ojos por el nudo simétrico de la corbata y admiro la perfecta armonía del conjunto de oficina. Pocas personas pueden presumir de un estilo impecable, aunque eso signifique un gran complejo de inferioridad. Cuando Viktor me da el talón, nuestras manos se rozan un momento. La piel del empresario es demasiado suave para ser de un hombre de negocios, y por el tacto viscoso sé que utiliza una crema especial para manos secas. Viktor se aparta rápidamente. - Esta es la lista de flores que quiero que le lleves cada viernes -Me enseña una cuartilla y memorizo el contenido-. Después de cada ramo, vendrás aquí a confirmarme que lo ha recibido. No tienes permiso para decirle quién soy, ¿entendido? Me aseguraré de que te desactiven si lo haces. Viktor se despide con un leve cabeceo y cierra la puerta. Sus muecas hablan por él: no le gustan los androides ni la inteligencia artificial, pero ve en ella una oportunidad para encubrir sus propios asuntos. Basándome en ciertos axiomas, -no se plantea escribir una tarjeta a mano o utilizar un holograma con reconocimiento de voz- prefiere que lo recite yo mismo para no dejar rastro. Es un hombre inteligente; sabe que nadie puede hacer hablar a un androide, ni siquiera a la primera promoción, que fue destinada al servicio público por contener demasiados errores en la interpretación y análisis de un entorno determinado. Cada semana tengo un encargo de Viktor, a cual más estrafalario. Le encantan las flores con redes y envoltorios estampados recargados. He tenido que
Eleazar Herrera - AVENIDA COURIER Nº7 reorganizar mi calendario de pedidos para poder conseguir las flores que necesito; incluso he sido obligado a pedir flores a otra floristería. Esta noche es la penúltima de mi contrato con él y sin querer, sin deberlo, pienso en los motivos de su correspondencia floral y los significados que ésta encierra. Sacudo la cabeza. No debo pensar. A la mañana siguiente vuelvo a la Avenida Courier número siete y le entrego el ramo de flores. Los ojos de Talía se agrandan para poder abarcar el océano de rosas. El placer de sentirse deseada es inmenso y la colma, pero no va más allá. Sus rasgos se endurecen de pronto cuando busca una tarjeta y no la halla. Está molesta. - ¿Por qué no hay tarjeta? ¿Es que nunca voy a saber quién es? - El remitente prefiere mantenerse en el anonimato. - ¡Eso ya lo sé, imbécil! -exclama, ofendida. He insultado a su inteligencia, pero no comprendo que es lo que desea oír en estas circunstancias. No puedo saltarme las normas-. Bien, ¿y tiene algún mensaje para mí? Niego. Ella eleva el mentón y me apunta con el dedo índice, enfadada. - Pues puedes marcharte y decirle que no vuelva a traerme nada. Toma -estampa las rosas contra mi pecho. Son como un colchón natural-. Ya no las quiero. - Le ruego que acepte el presente, señorita. - «Le ruego que acepte el presente, señorita» -me imita, sátira-. Pues no pienso hacerlo. No sé quién es, pero dile que puede dejarlo estar. Estoy muy agradecida y todo eso. - Todo regalo posee un mensaje, y no siempre debe estar explícito -le explico
como dato adicional. La conversación parece relajarla, creo que me encuentra más humano. Prosigo-. Así como en un libro las premisas son mucho más complejas e intervienen factores del tipo intelectual, las flores son el correo por excelencia. El mensaje permanece oculto a primera vista y solo alguien que hable el lenguaje de las flores podría averiguar el secreto que encierran. - Oh -musita solamente. - Su anónimo siente una profunda admiración por su belleza, también excitación. -Señalo ambos colores: el amarillo del coqueteo y del juego, y el rojo de la pasión-. El lazo hacia la derecha habla de que estos sentimientos que manifiesta se refieren a usted. Como ve, ha retirado las espinas de los tallos, lo que significa valentía a la hora de mandarle este ramo. Talía parece impresionada y, corroboro, más tranquila. Nos miramos en silencio. - Voy a traerte todas las flores que me ha regalado para que me digas lo que significan. - Si no recuerdo mal se tratan de una rosa lavanda, una altea, un clavel doble, una rosa azul y el ramo de rosas rojas y amarillas en intervalos de una semana. Significan una gran belleza, persuasión, amor pasional, amor imposible y excitación respectivamente. Si se fija en la progresión, pasa de ser un simple detalle a emociones más intensas y propias del ser humano enamorado. Pero la rosa azul, que alude a la obtención de un amor imposible, parece vaticinar un desenlace fatal. El remitente sabe que nunca va a estar con usted, pero sigue insistiendo porque es lo que le dicta el corazón.
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»Son cinco pedidos en cinco semanas. En numerología, el cinco suele estar asociado con un temperamento cambiante, decisiones precipitadas, magia, aventura y abuso de los sentidos. »Las personas dicen mucho de sí mismas cuando van a regalar. Piensan en ellas, en la persona regalada y en la clase de relación que mantienen. De la misma manera que puedes adivinar quién ha escrito algo por el lenguaje que utilice, puedes averiguar qué es lo que se esconde tras una flor. De nuevo, el rumor del viento. Quizás haya hablado demasiado. La luz de VENICE se vuelve anaranjada para expresar mi inquietud, pero Talía sonríe. - ¿Has adivinado todo eso en un ramo? Asiento sin darle la más mínima importancia. Las personas suelen perderse en detalles insignificantes para obviar lo verdaderamente importante. A veces incluso a propósito. - ¿Te veré la semana que viene? Asiento. - ¿Y no podrías decirme quién es ni aunque te pagara un millón de euros? - Un millón de euros no podrían romper la cláusula de privacidad. - Hasta la semana que viene, entonces. Asiento por tercera vez, y de esa forma voy avenida abajo. El último encargo se compone de tres tipos de flores que por suerte trasplanté hace unos meses. Se trata de un botón de rosa con mirto, una globularia enroscada en la base y un nardo. Viktor está proponiendo un encuentro furtivo como si de dos amantes se trataran, pero Talía lo rechazará. Ella solo quiere flirtear. Pese al compromiso, las perso-
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nas disfrutan con el coqueteo porque necesitan sentir que siguen siendo los mismos, que ninguna otra persona puede marcarlas lo suficiente como para volver a empezar. El miedo es el peor mal de amor, y lo peor del mal es que uno se acostumbra a él. O eso dicen. Me adentro en la periferia de la ciudad en busca del cobertizo. Los hogares de los androides se ubican lejos del centro, lejos de la humanidad, y solo los familiares pueden vivir cerca de ellos. Los demás vivimos en bloques de viviendas blancas. Es correcto. El blanco es el color que nos unifica. Llego al pequeño cobertizo y giro la manivela hacia la derecha. Después tecleo la contraseña de cuatro dígitos y con un ligero chasquido, la puerta se abre. Las luces se encienden automáticamente, dibujando con precisión la estancia. Me dirijo directamente a la mesa de herramientas para trabajar. Hay algo siniestro en el mensaje de Viktor. No es algo que pueda percibir; las evidencias están ahí, junto a las flores. La combinación que me ha encargado podría despertar en ella emociones tales como la angustia y el miedo. Si mis deducciones son ciertas, y rara vez suelo equivocarme -no estoy pecando de vanidad: he sido creado para no errar- Talía podría verse en peligro de nivel tres. VENICE se tiñe de gris. Me asaltan las dudas. ¿Qué debería hacer? La cláusula de privacidad es clara: cualquier información sobre el cliente es confidencial y bajo ningún supuesto podemos sacarla a la luz. ¿Ni siquiera cuando la vida de alguien corre peligro? Reviso el archivo de las excepciones mentalmente, bus-
Eleazar Herrera - AVENIDA COURIER Nº7 cando algún resquicio legal para ordenar mis ideas, pero no encuentro nada sobre el tema. Al fin y al cabo, nosotros somos androides, no personas, y no debemos tomar decisiones por nosotros mismos fuera del ámbito profesional. Las personas nunca entran dentro del ámbito profesional de los androides. Aunque todo depende de la perspectiva que escoja. Elecciones. Ni siquiera un androide puede librarse de ellas. Din, don. Me recibe Viktor al pie de las escaleras. Sonríe, pero percibo su inquietud. - Aquí traigo el ramo tal y como me pidió -le informo con voz neutra. Viktor abre los brazos y se lo entrego para que lo vea. La flor violácea de la globularia describe un círculo perfecto alrededor del tallo de la rosa. Un cordel plateado une las flores del nardo con el mirto y sujeta la globularia desde un extremo. No estoy capacitado para apreciar la belleza de una pieza floral, pero está bien elaborada y eso es todo lo que cuenta para mí. - Vas a llevarle el ramo de flores junto a esta tarjeta -Viktor ondea un sobre verde pálido-. Tocarás el timbre y te irás corriendo. No debe verte. Ya te pagué por adelantado, así que en cuanto termines no hace falta que vuelvas. - ¿No quiere que se lo entregue en persona? - Eso es, no quiero. - ¿Podría preguntar por qué? -Aquellas palabras brotaron de mi boca sin que me diera cuenta. Viktor me dirige una mirada indescriptible. Sus facciones se han contraído en una mueca suspicaz, pero enseguida
recupera la compostura. - Limítate a hacer lo que te digo. -Me devuelve el ramo junto al sobre-. Adiós. Y cierra la puerta. Actuar como un sospechoso no le convierte en uno de ellos, pero las evidencias hablan por sí solas. Estoy un 92% seguro de que el sobre contiene una dirección para verse en persona, pues el nardo le advierte de esta intención. «Quiero ser tu amante, por las buenas o por las malas» es lo que estas flores significan. Creo que quiere secuestrarla. Me encamino, sin prisa, hacia la puerta de Talía. Apenas me quedan unos metros y tengo mucho que analizar. Los androides no suelen actuar si no están totalmente seguros de su decisión, pero pueden arriesgarse en contadas ocasiones si los hechos les remiten a una misma respuesta. El seguimiento, las flores, sus significados y la forma en que me ha despachado Viktor hoy me llevan a pensar en el peligro que podría correr la joven Talía. Pero no estoy convencido. Los humanos tienen motivos estúpidos y alejados de la realidad para justificar sus actos. Este podría ser uno de ellos. O no. Y en cualquier caso, ¿qué puedo hacer para impedirlo? ¿Debería espiarles? VENICE se vuelve naranja. He llegado a la puerta. Dejo las flores y la tarjeta y miro a mi alrededor. La calle se encuentra tranquila, como en tantos viernes. No luce sospechosa -¿podría hacerlo?-. Son las once y cinco de la mañana y el sol está casi en lo alto. La iluminación es perfecta. Los criminales no suelen delinquir a plena luz del día. No hay razón para estar preocupado. Toco el timbre y me escondo en los arbustos de la esquina para ver cómo se
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suceden los acontecimientos. No es Talía quien abre la puerta, sino un hombre mayor. Su progenitor recoge el ramo y la tarjeta, observa que no hay remitente, y vuelve al interior. Talía aparece fugazmente en el umbral de la puerta. Sé que me busca. Ahora, las posibilidades de que Viktor cometa una imprudencia aumentan un 5%. Talía nunca aceptaría las flores si supiera lo que significan, y sin mí no tiene forma de averiguarlo. Permaneceré escondido hasta que Talía salga de casa. La seguiré solo para asegurarme de que está bien. Sé que no es correcto meterme en asuntos ajenos, pero la probabilidad sigue ahí y no puedo dejarlo estar. El tiempo no es problema para mí. Espero cuatro horas y veintitrés minutos antes de que Talía salga de casa envuelta en un abrigo gigante y gafas de sol. Trata de esconderse. Inevitablemente pienso en la cita y en un hipotético desenlace. Talía dobla una esquina y yo la sigo sigilosamente. Las mujeres jóvenes con un alto grado de belleza son blanco fácil para hombres que no se sienten realizados. Proyectan en ellas todos sus rechazos -sentimentales, laborales, sociales- para sentirse fuertes y ganadores. Talía se detiene en una cafetería y entra. Me detengo a unos metros de ella y me apoyo en la pared. Unos minutos después vuelve a salir con dos cafés para llevar. Su cita es Viktor. Lo sé, pero no puedo explicar por qué. Continúa la caminata hacia el parque Besterfield, conocido por el anillo verde que lo rodea. A partir de aquí tendré que prestar más atención para guardar mis pasos del ruido. No solo tengo que
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evitar que Talía me vea; Viktor puede aparecer en cualquier momento. Por una parte, eso confirmaría mi teoría y podría actuar a pleno rendimiento. Por otra, no quisiera tener que hacerlo. Significaría demasiado Ella se detiene en el cartel de información. Puede que haya quedado en reunirse allí o esté mirando una dirección en concreto. No tengo que esperar para divisar la figura de Viktor aproximándose hacia ella. Lleva una camisa azul medianoche que le marca los músculos del pecho y hombros, a juego con un pantalón vaquero. Luce como si no hubiera tardado nada en decidir el conjunto. Parecer informal le ha costado horas. La sorprende por detrás con un cosquilleo en la cintura. Talía se vuelve y le mira de arriba abajo. Se muerde el labio, excitada por el peligro, no por la pasión. Viktor hace una lectura que no puedo descifrar y le ofrece el brazo con galantería. Ella se sonroja. Es joven e impresionable. Los hombres de su edad no la tratarían así. Se internan en el bosque, y yo voy tras ellos. La hilera de sauces refresca el lugar y dota a este instante de cierta armonía, como si nada malo fuera a ocurrir. El viento que tanto me ha acompañado durante estos días ha desaparecido. Solo se oye la quietud y algún que otro piar desenfadado. Unos metros más allá, las pisadas de Viktor y Talía arrugan las hojas caídas. Mis pies apenas rozan el suelo. Sé que Viktor está atento a cualquier movimiento en el aire. Desconozco si porta un arma, pero la utilizará si me descubre aquí. Solo ha de dispararme en la cabeza para desactivarme. Luego no tendrá más que enterrarme o llevarme al desguace más
Eleazar Herrera - AVENIDA COURIER Nº7 próximo. No le hará falta una explicación; nadie lamenta la muerte de un androide. Quizás este método sea más violento que la desactivación manual, pero la vida, aunque artificial, se apaga de la misma manera. A lo lejos distingo una mesa de piedra. Viktor ha colocado un mantel y ha preparado una merienda un día tan gélido como hoy. Sin duda, el tiempo perfecto para que en un determinado momento ella se acurruque junto a él. Se sientan uno frente al otro. Viktor saca dos platos de comida caliente y un termo. Mientras meriendan, Talía ríe sus comentarios. VENICE parpadea. Me encuentro ligeramente exaltado ante lo que pueda ocurrir. He de permanecer oculto entre los árboles. La campa no me permite avanzar más sin ser visto, así que no puedo escuchar la conversación. Mi única opción es guiarme por lo que no dicen. Ambos parecen estar pasando un buen rato. El frío invade poco a poco el parque. He aquí la oportunidad que Viktor estaba esperando. Talía se frota los brazos. Viktor le ofrece su chaqueta, oferta que ella rechaza por cortesía. Como un relámpago, Viktor cruza la mesa y la atrae hacia sí. Ella corresponde al abrazo apoyando la cabeza en su hombro. ¿Por qué? No lo comprendo. Talía ni siquiera se siente atraída por él, pero accede a refugiarse en sus brazos. Tampoco retrocede cuando Viktor agacha la cabeza para besarla, aunque su mandíbula se tensa. El beso es non grato. Cuando se separan, Viktor acaricia su mejilla con la mano izquierda. Los labios de Talía se curvan en una mueca que pretende ser alegre. Susurra algo. Él le muerde
la oreja, ella reprime un escalofrío desagradable y frunce el ceño, arrepentida de encontrarse allí. El juego se ha vuelto en su contra y la placentera sensación de peligro ahora le provoca un fuerte tembleque. Quiere marcharse, pero Viktor la retiene con la mano derecha y mueve los labios, a lo que Talía niega con la cabeza. Entiendo que está en un apuro. ¿Qué debo hacer? No, ¿qué debería hacer? Sé lo que ocurrirá si intervengo. Y aún existe un 1% de probabilidades de que me equivoque y tenga alguna absurda explicación humana. ¿Es eso posible? Sí. ¿Es eso probable? No. ¿Qué es lo correcto? Basándome en la cláusula de privacidad, huir es lo correcto; basándome en la ética y moral humana, arriesgar mi vida. Una provocará mi desactivación, la otra me mantendrá con vida. ¿Pero a cambio de qué? ¿De una muerte inocente? Ha oscurecido sin casi percatarme de ello. Viktor comienza a besarle en el cuello mientras sisea algo, y Talía gimotea de angustia. Cuando él comienza a desatar los botones de su blusa, las probabilidades desaparecen. Viktor va a violarla. VENICE resplandece de amarillo, el color de la energía. He tomado una decisión. Quizás no sea humano, pero me crearon a su imagen y semejanza. Y esto es lo que uno de ellos habría hecho. Echo a correr y embisto a Viktor, quien solo ha podido verme como un único fotograma. - ¡Corre! -grito a Talía. No necesita escucharme dos veces. - ¡No! -farfulla Viktor, mirándome como por primera vez. Es muy posible que acabe en la cárcel por mi culpa. O
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gracias a mí-. Sabes lo que te espera, ¿verdad? Provocará mi desactivación, sí. Pero alargaré el desenlace hasta que Talía esté a salvo. Si no, nada habrá valido la pena. Para cuando Viktor desenfunda su arma, un revólver de calibre 36, yo corro campo abajo en busca de Talía. Oigo un disparo, pero no hago sino correr más rápido. Soy un androide y puedo alcanzar los 60 kilómetros por hora, algo que solo puede conseguir un galgo. Encuentro a Talía en el suelo. Se vuelve con aprensión hacia mí, pensando en su asesino, pero suspira al reconocerme. Se levanta a duras penas, congelada y llorando. Me quito la chaqueta y se la echo por encima con precisión. - Vamos. ¿Estás bien? Ella no contesta. Nos cogemos de la mano y echamos a correr con los disparos de fondo. Uno me alcanza la pierna y doy un traspié, soltando a Talía. - ¿Estás bien? Asiento. No duele. - Estoy llamando a la policía -le informo, señalando la placa que llevo en el antebrazo. Es un pequeño ordenador de a bordo para llamadas de emergencia. Seguimos corriendo mientras explico nuestra situación a la policía. Reprimo las ganas de decirles que Viktor está a tan solo unos metros de nosotros, que deben darse prisa. Si lo hiciera, no sería prudente. Talía podría darse por vencida y no dejaré que eso pase. Salimos a la carretera principal, pero ningún coche nos asiste. Talía grita cada vez que gira la cabeza y ve a Viktor apuntándonos con la pistola. Una bala silba en mi oído. Ha estado demasiado cerca. La siguiente será certera.
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Me detengo de golpe, sintiendo el tirón de Talía y su mirada de súplica. Ella no entiende. Debo hacer tiempo hasta que llegue la policía. Extiendo los brazos para protegerla. A un metro escaso, Viktor sonríe. - Te has dado cuenta de que es imposible huir, ¿verdad? Vas a morir, androide. Y contigo hablaré después, preciosa -añade lascivamente. Talía estalla en lágrimas, aterrada. Cree que va a morir. - Estúpida chatarra. ¿Cómo te atreves? ¿Es que te crees humano? Deberías haberte limitado a hacer tu trabajo. ¡Mira lo que has conseguido! -exclama, con una nota dramática. El silencio enfurece a las personas, así que debo contestar. - La violación es un acto sexual no consentido y está penado por la ley. No entiendo cómo un humano puede saltarse una ley dirigida expresamente hacia él. - Es lo mismo que estás haciendo tú, estúpido. Pero no importa: se acabó jugar al superhéroe. La paradoja me confunde, e intento encauzar mis pensamientos hacia otro sitio. - Baja el arma. - ¿O si no qué? - Baja el arma. Con toda respuesta, Viktor apunta a mi otro pie y dispara. Caigo de rodillas. Talía chilla de terror, tapándose el rostro con las manos. - No duele, tranquila -susurro para que mantenga la calma. Viktor se aproxima y coloca la boca del cañón en la sien. - ¿Tus últimas palabras? ¿Cuáles serían mis últimas palabras si
Eleazar Herrera - AVENIDA COURIER Nº7 fuera humano? ¿Tendría miedo de morir? ¿A quién echaría de menos? ¿Por qué ahora, al borde del final, empiezo a imaginar una vida? ¿Y está mi imaginación programada, y por tanto limitada? ¿Podría haber evitado esta situación? ¿Alguna vez fui libre? Una sirena rasga el silencio. - La policía ya está aquí. El rostro de Viktor se deforma en una mueca iracunda y aprieta el gatillo. Una corriente eléctrica atenaza mi cuerpo. Me deslizo hasta el suelo sin poder ver
nada. - ¡Alto, policía! ¡Baje el arma! ¡Queda usted arrestado! ¡Cualquier cosa que diga será utilizada en su contra…! Oigo ruidos, pero no soy capaz de descifrarlos. «Gracias», dice alguien cerca de mí. ¿Qué…? Es la voz de una joven. ¿Quién es? VENICE se apaga.
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Hasta que la muerte os... Nº4 Una misteriosa rueda de prensa ha convocado en Londres a medios de todo el globo. Los periodistas están inquietos e intrigados por el secretismo con el que se les ha citado, pero ni uno solo se imagina las consecuencias de lo que están a punto de retransmitir en directo para el mundo entero.
por Víctor M. Yeste Cerró la puerta del vallado y se giró hacia Ryley, dirigiéndole una mirada que rallaba la desesperación. Acababan de abandonar el lugar del último asesinato. La madre de Jon. Una Freyd menos, un cadáver más. Otra losa que se añadía al importante número de muertos de este caso. - ¿Es la primera vez que ve un crimen de este calibre, Daylime? -le preguntó el detective, observando el rostro lívido del joven guardia. - Sí... -Tragó saliva-. No es lo mismo que una víctima muera aparentemente de manera natural... a que la maten de una forma tan atroz, como a la pobre señora Freyd. Ryley afirmó con la cabeza. - Pese a ello, te asombraría saber cuántos procedimientos hay para provocar la muerte... y mucho más espeluznantes que el que acabas de ver -le aseguró, metiéndose las manos en los bolsillos y comenzando a andar por el sendero. Rick Daylime lo siguió y, durante unos instantes, se mordió los labios sin saber qué decir. - ¿Cómo es el mundo allá fuera, señor Knight? -inquirió estrechando los ojos-. ¿Suelen ocurrir casos incluso más... ruines que éste a menudo? - Podríamos decir que, si no tienes el
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temple forjado de acero, deberías dar gracias por vivir en un lugar tan apartado. La gente tiende a ser como los lobos: cuanto más juntos, más peligrosos -Se quedó un momento en silencio y sonrió con ironía-. Más aún, pues no necesitan de compañía para sacar lo peor de sí mismos. Sólo otras personas a quienes mostrárselo. Daylime asintió y recorrieron Winset en dirección a la posada sin intercambiar más palabras. Hyron los seguía sin muchas ganas de remolonear por los lindes del camino, ya que el sueño empezaba a hacerle mella. El detective envidió su incapacidad para preocuparse de las cosas una vez quedaba claro que no le afectaban directamente. Y, por qué no, su facilidad a la hora de encontrar el sueño, esa bestia escurridiza. Llegaron a la entrada de la taberna y se dieron la mano a modo de despedida. - Entonces... mañana tendremos que dejar libre a Seamus, ¿no? -consultó Daylime. - Sí, no tenemos ninguna prueba contra él y, para colmo, podemos estar seguros de que no fue quien cometió este último asesinato. - ¿Pero sí podría haber realizado los otros? - Son muertes totalmente distintas. Podría tratarse de un criminal diferen-
Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº4 te. Incluso quizá este homicidio lo ha provocado otro aprovechándose de la situación. Los ojos del guardia se agrandaron. - ¿Otro? Que Arawn nos guíe y proteja... - Dudo que a ningún dios le interese lo que ocurra o deje de ocurrir en Winset murmuró el detective para sí, entrando en el edificio. “Ni en ningún otro lugar” pensó. Parpadeó. Los primeros rayos del amanecer se filtraban por el horizonte y recorrían con suavidad las paredes de su habitación. Su perro dormía profundamente a sus pies, en la cama, en una posición que a simple vista podría parecer realmente incómoda. Él, sin embargo, no había podido conciliar el sueño por mucho que cambiara de postura. Era incapaz de dejar de cavilar en el caso. Y la abstinencia no ayudaba precisamente a ello. Repasó una vez más la forma de los tablones del techo, al mismo tiempo que analizaba de nuevo los detalles de lo ocurrido en los últimos días. Todo parecía indicar que se trataba de alguien de la familia, o alguien que tenía una relación muy cercana a ellos. Alguien a quien le conviniera esas muertes, pues de otro modo no se habría molestado en provocarlas. Pero nada de lo que le habían contado le indicaba que pudiera sacarse provecho de dicha situación. Se trataba de una familia muy unida. Y cada vez más reducida. Tampoco le habían mencionado a ningún conocido ni a nadie que hubiera tenido un problema con ellos salvo el posadero. Y el dinero ya no podía ser una causa. Estaban arruinados,
y aunque no lo estuvieran, en una aldea como aquella... Lome tenía razón al pensar que no se irían a ninguna parte. Si debían dinero, tarde o temprano lo devolverían. Se acostó de lado, con la mirada perdida. Su perro dejó escapar un ronquido y movió una pata, como si trotara. Esto despertó una sonrisa en su amo. Hyron era lo único que le quedaba de un pasado repleto de luz, éxito y amor. De una vida mejor. Con Alienne. Ella lo quería con toda su alma y, desde cierto punto de vista, tenía parte de culpa de que no decidieran tener un hijo antes del incidente que acabó con su vida. Cerró los ojos con fuerza y los abrió, alejando todo eso de su cabeza. Debía centrarse. Si no disponía de la información suficiente, o no estaba seguro de que le hubieran contado toda la verdad, tendría que contrastarla interrogando a todos a la vez. La situación estaba fuera de control(estaba fuera de control) y, si era necesario, tomaría medidas drásticas. Fue entonces cuando, súbitamente, se iluminó una luz en sus pupilas. Se encaminó con cierta premura en dirección a la casa de Margaret. De camino, se encontró con Rick Daylime, quien lo saludó con un gesto. Ryley inclinó levemente el ala de su sombrero y siguió avanzando. - ¿Ha avisado a todos los Freyd? - Sí, señor. Están todos en la casa de la señorita Levy. Me he asegurado de ello cuando he acompañado a Seamus. - ¿No ha dado problemas? - Al contrario. Dice que cuando sepa quién es el verdadero culpable, le hará pagar cada minuto que estuvo encerra-
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do en la cárcel. - Veremos -murmuró el detective. Para cuando llegaron a la vivienda de Margaret ya había anochecido. La puerta se encontraba entreabierta, así que entraron sin dilación. Estaban todos sentados alrededor de la mesa: Seamus, Jon, Margaret y, justo al otro extremo del primero, Sherley. Ryley ordenó a Hyron que se quedara a un lado de la puerta, y le hizo un gesto a Daylime para que se acomodara en una silla que había libre. - ¿Qué ocurre, señor Knight? -preguntó Margaret-. No habrá habido otra muerte, ¿verdad? - Estáis todos aquí, así que a no ser que el asesino haya decidido atacar a otras personas, no, no ha habido nuevas víctimas -le indicó éste alzando las cejas, como quien explica que uno más uno suman dos-. He pedido al señor Daylime que os reunierais aquí conmigo porque... por fin he descubierto quién es el responsable del fallecimiento de vuestros seres queridos. Seamus frunció las cejas, Margaret se llevó una mano a la boca con sorpresa, Jon abrió los ojos y se inclinó hacia adelante y Sherley lo miró con intensidad. Fue Daylime, en cambio, el único que hizo amago de levantarse. - ¿Y por qué no me lo ha dicho antes? -exigió con enfado-. ¡Yo soy el responsable de la ley en Winset! - Tranquilícese, Daylime. Si no lo he dicho antes, ni lo diré ahora mismo, es porque no tengo pruebas suficientes. Pero creo que podré obtenerlas si todos vosotros colaboráis y me contáis lo que sabéis delante de los demás. Si alguien oye algo extraño o que no se adecua a lo que él cree cierto, que lo diga sin du-
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darlo. Os conviene ayudarme -sonrió con mordacidad-, si no queréis acabar muertos también, claro. Les sostuvo la mirada con gravedad hasta que todos asintieron. - ¡Bien! -exclamó con una leve palmada-. Ahora que por fin todos estamos de acuerdo, comienza el juego. Sherley, ¿hay algo que creía que no era importante y pudiera serlo a estas alturas? - ¿Por qué me pregunta a mí? Es a él a quien debería preguntar -Señaló con la cabeza a Seamus-. No sé qué hace libre y, más aún, cerca de nosotros... - ¡Ya me estoy empezando a cansar de tus estupideces, Sherley! -protestó éste-. ¡No soy ningún monstruo! ¿Acaso no te parece suficiente que haya muerto Audrey mientras estaba encerrado? Su cuñada se incorporó y apoyó las manos en la mesa, inclinándose hacia él. - No es tan difícil mandar a uno de tus amiguitos a que se cargue a alguien más y así que te dejen libre. -Un par de lágrimas asomaron por sus pestañas, pero su voz no vaciló al continuar-. Pero no te preocupes, se acabará sabiendo la verdad, cueste lo que cueste. - Y no tendrás más remedio que pedirme disculpas. - Vamos, vamos -concilió Ryley, alzando las palmas de las manos-. Sherley, siéntate. Debemos calmarnos todos. Averiguaremos la verdad, le pese a quien le pese. - ¡Díselo a ella, que siempre me ha odiado y ahora aprovecha para...! - ¡He dicho que SILENCIO! -bramó el detective, golpeando con un puño la mesa. Todos parpadearon con sorpresa y se produjo un mutismo sepulcral. Ryley suspiró y se llevó una mano a la cabeza,
Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº4 acariciándose una ceja. - Aquí falta una pieza. Una o varias. Y no nos iremos de aquí hasta que saquemos algo en claro, ¿entendido? Todos asintieron. - Traeré un poco de té y galletas, por si os apetece - se ofreció Margaret, levantándose y yendo hacia la cocina. Hyron ladró y se le acercó moviendo la cola, con la esperanza de conseguir alguna. - Seamus, lo cierto es que, si en algo tiene razón Sherley, es en que tus amigos no son trigo limpio. Ayer mismo tuve la... suerte de conocerlos. ¿Por qué debería creerte a ti y no a ella? - ¡Porque digo la verdad! No serán ejemplos a seguir, pero en esta aldeucha no hay mucho donde elegir, ¿no? -Frunció el ceño-. Y encima viene usted, un forastero, y se cree con el derecho de husmear donde le parezca. Los secretos siempre vienen con un coste, ¿no? -Se apoyó con el codo en la mesa y miró fijamente al detective. - Oh, eso lo sé mejor de lo que tú lo harás jamás, chico -replicó Ryley, entrecerrando los ojos. - Pero Seamus, no los necesitas -le dijo Jon-. Nos tienes a nosotros, tu familia. Siempre nos has tenido. Margaret sirvió una taza a cada uno y puso un plato con galletas en el centro de la mesa. Ofreció una a Hyron, que éste husmeó. - Una familia obsesiva, eso es lo que pienso. Siempre con comidas, quedando para todo. Cómo se nota que no hay nada mejor que hacer aquí... -Estiró la mano hacia el platillo para agarrar una y apoyó la cabeza en su brazo. De improviso, el perro alzó el morro, corrió hacia el mueble del fondo y co-
menzó a ladrar con fuerza. - ¡Hyron! ¡Aquí! Sin embargo, su mascota le ignoró y siguió gruñendo. Ryley hizo amago de agarrarlo del collar pero, de camino, golpeó con la bota la galleta, que se deslizó por el suelo. Estaba entera. Ryley abrió la boca con desconcierto. De repente, casi todo encajaba de una manera fría y calculadora. - ¡Que nadie toque nada de la mesa! -exclamó con urgencia, deteniendo en el acto a Seamus. Se acarició con más fiereza su ceja, pensando a toda velocidad. - Tú -susurró, mirándola fijamente-. Tú eres la asesina. Margaret dio un paso hacia atrás y se cruzó de brazos. -¿Quién? ¿Yo? ¡Yo no haría daño a una mosca! Ryley soltó una risotada y se apoyó en uno de los muebles de la cocina. - Increíble. Una familia tan unida. Vienes a Winset dispuesta a unirte a ella... pero decides que es mejor deshacerte de ellos -Asintió para sí y dio un par de pasos, con las manos en la espalda-. Se acercaba la boda. Comidas, cenas... y eso sin contar el tiempo en el que Jon se encontraba en el trabajo. Te veías obligada a estar con sus familiares a todas horas, ¿no es verdad? - No sé de qué me estás hablando. ¿Jon...? - Señor Knight, ¿pero qué...? -preguntó Daylime, siendo interrumpido al instante. - Venga, ya es demasiado tarde para seguir con este teatro. Quítate la máscara pues el “hechizo” ya ha caído. Me contrataste porque así nadie sospecha-
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ría de ti. Seguiste el orden de las muertes por primogénitos para inculpar a Seamus y aprovechaste la insolvencia de los Freyd para dirigir luego la culpa a Rone Lome, el posadero. - Yo no se lo dije... -intervino él. Ryley alzó la mano, armada con un cuchillo que había cogido un momento antes, y señaló con éste a la joven. - Confiesa. - ¡Ryley! -exclamó el guardia, poniéndose en pie. - No se preocupe. No lo usaré a menos que no tenga otro remedio. Margaret tragó saliva y cierto resplandor rojizo cruzó sus ojos. - Fue su abuelo Cechron quien me lo dijo -admitió-. El muy... vino el día siguiente al que lo perdió todo, borracho, y se burló de si seguiría queriendo casarme con Jon ahora que no iba a ser rica. Por supuesto, le dije que no me importaba su dinero, aunque era una pena que nos hubiera dejado en la ruina a todos. - Y fue entonces cuando tomaste la decisión de, por fin, llevar a cabo aquello que habías planeado concienzudamente, ¿no? Lo acompañaste a su casa y lo envenenaste. La mueca de horror con la que murió se debió, seguramente, a que le dijiste lo que pretendías hacer mientras expiraba. Sherley le miró horrorizada, y Jon se levantó, poniéndose al lado de su futura esposa. - ¡Pero eso no prueba nada! -clamó-. No pudo tener la oportunidad de matar a los demás. ¡Estaba con usted y con el señor Daylime cuando encontraron a mi tío Legyn muerto! - Ah, pero ahí se encuentra la maestría de su plan: no los envenenó ella. Se
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sirvió de algo, o más bien alguien. Alguien mucho más pequeño, ¿verdad? El semblante de Margaret se volvió tan lívido como la leche que se encontraba en un jarrón cercano. - Por fin consigo extraer algo de tu verdadera cara -murmuró Ryley, sonriendo-. Si fueras inocente, no tendrías un duende o un diablillo o alguna criatura así encerrada detrás de esa cómoda, ¿no? -Señaló con la otra mano al mueble al cual había estado gruñendo Hyron-. Siempre que venía a tu casa, mi perro ladraba en esa dirección. Apuesto a que te enteraste de mi llegada a Winset y aprovechaste para quedar conmigo y, de paso, asegurarte así una coartada. - ¿Maggie? -musitó Jon, al ver que ella no contestaba. - Averigüémoslo con nuestros propios ojos. Acto seguido, se acercó a la cómoda y la arrastró hacia un lado con esfuerzo. Dejó al descubierto un orificio en la pared. Hyron intentó adelantarse a su mano, pero Ryley lo apartó y la metió antes. Al sacarla, llevaba colgando de un asidero una pequeña jaula, que se balanceaba bruscamente. Unos ojos diminutos contemplaron a los presentes con furia para, de improviso, gritar todo tipo de improperios con voz chillona. - ¡Oh, dioses! -dejó escapar Daylime. - Ya que veo que nuestra querida señorita Levy no quiere hablar, ¿qué tal si lo haces tú? -gruñó Ryley, alzando la jaula a la altura de sus ojos. - ¡Malditos humanos! Quien me mandaría hacer caso a uno de ellos. ¡Si mi madre se enterara, me arrancaría los ojos y me echaría a los ojáncanos! - Dime, criatura, ¿por qué te has dignado a colaborar con humanos?
Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº4 El duendecillo resopló y le dio la espalda. - No creo que te interese tocarme las narices... -le amenazó Ryley con el cuchillo. - ¡Vale, vale! No hace falta ponerse excesivamente persistentes. Un grupo de condenados humanos me cazó en el bosque en el que vivía. Mercaderes, decían que eran. ¡Esclavistas! Me vendieron a aquella mujer -Señaló a Margaret y se recostó de espaldas en los barrotes-. Una psicópata que sólo quería matar para librarse de quien no le apetecía aguantar toda la vida. Muchos años en un pueblo de mala muerte con ellos. ¡Qué tortura, o eso lloriqueaba! - ¡Cállate! -le gritó ella. - Oh, no, no. Ahora viene lo bueno: me obligaste a matar a otros humanos. No voy a negar que lo disfrutara, pero... ¡no tanto como si lo hubiera decidido yo mismo! Me martirizó hasta que no tuve otro remedio que ir allá donde me ordenara a introducir en sus bebidas un par de gotas de algo que me daba. Pan comido. Si hubiera sabido que era tan fácil... - ¡Maldita furcia! -exclamó Sherley, y Daylime le tuvo que retener para que no saltara encima de Margaret. - De ahí las posiciones de los cuerpos -explicó Ryley-. Tim Freyd con la mano estirada en la mesa, tal y como estaba hace unos momentos Seamus. Legyn sentado en el sofá, con una taza en su mesilla. - ¡Pero yo no fui quien mató a Audrey! ¡Seamus estaba en la cárcel, si mataba a alguien más podría delatarme! Ryley negó con la cabeza. - Claro, y por eso, como dije que sabía quién era el asesino, algo que por cierto
era falso, decidiste envenenar nuestras galletas y tés. Todos los demás miraron a la comida con una mezcla de sorpresa y horror. - Seguramente tenías un antídoto para Jon al alcance de la mano, o si no esto no serviría de nada. ¿Me pregunto qué excusa te habrías inventado para evitar sus sospechas? -continuó el detective, rascándose la barbilla. - ¡Y pasaron casi dos días sin nada de diversión! Lo que no sabía la pobre ilusa es que... prosiguió el duende riéndose a carcajadas- ¡dejé de seguir sus órdenes! Sabía que erais detestables, pero no tenía ni puñetera idea hasta que le conocí a él. El corazón de Ryley se detuvo durante unos instantes. - ¿Quién? - Según he oído, se lo pasó de lo lindo con esa humana. Casi pintó la habitación con su sangre. De hecho, yo hubiera hecho algún garabato, por ejemplo... - ¡Te he preguntado que quién! -rugió el detective, zarandeando la jaula con fuerza. - ¿No lo sabes? ¡Qué ironía! -rió la criatura-. Aengus Keegan. Te suena ese nombre, ¿a que sí? Todos los músculos de su cuerpo se congelaron. Su mente se vio catapultada a recuerdos de hacía mucho tiempo. Un edificio en llamas. Gritos. Lágrimas. Un aullido. Desesperación. Volvió al presente y pestañeó con fuerza, dándose cuenta de que todo el mundo le estaba mirando. Agitó con más fuerza la jaula. - ¡¿Dónde está?! ¡¿Dónde se encuentra?! ¡Dímelo o te juro por todos los dioses que te arrancaré hueso tras hueso hasta que cantes como un tordo!
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El rostro del duende se ensombreció. Un destello de miedo cruzó sus ojos. - Si te lo digo, ¡me matará! - ¡No si yo te mato antes! ¿Dónde está? ¡Dímelo! -gritó, metiendo la punta del cuchillo en la jaula. - ¡Es tu perro, estúpido! ¡Aengus Keegan es tu perro! ¡PAM! Un ruido parecido al de una explosión inundó la casa, acompañado de un chillido aterrador. Un rayo hizo saltar por los aires la prisión del duende, convirtiéndola en meras cenizas, que volaron con la brisa que se introdujo en el lugar al abrirse la puerta. Allí, con la luz de la luna y las estrellas a su espalda, se recortó la silueta de un hombre que se escondía tras una capa. Miró a Ryley un instante, sonrió, y echó a correr hacia el exterior. No desperdició una palabra. Si sintió miedo, furia o sorpresa, en ese momento no permitió que se adueñaran de su voluntad. Se lanzó en persecución de aquel criminal, famoso en todo el reino, desaparecido desde hacía años. No dedicó ni un instante a digerir lo siniestro de la revelación que acababa de producirse. Sólo importaba correr. Correr con todas sus fuerzas. Como si su vida dependiera de ello. Vislumbró la figura del asesino más allá de los confines del jardín y confió en que Daylime sería lo suficientemente inteligente para no seguirles, porque alguien tenía que quedarse a cargo de Margaret. - ¡Keegan! -vociferó, pero el sujeto no detuvo su marcha. Salió al camino como una exhalación, pero esta vez no se molestó en llamarlo. Éste se había detenido y girado hacia él,
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todavía tapado por su capote. Estupefacto, Ryley contuvo su impulso de atacar de inmediato. Se miraron en silencio, acompañados únicamente por el cantar de los grillos. El viento hizo vibrar sus ropajes, y el detective analizó las posibilidades que tenía de salir con vida de ese enfrentamiento. Prácticamente ninguna. No en sus condiciones físicas y sin las armas de las que disponía antaño. - ¿Eres Aengus Keegan o un simple farsante? -gruñó. El otro no contestó. No, al menos, con palabras, pues se rió a carcajadas como lo haría una hiena sedienta de sangre. Dejó caer la tela que cubría su rostro y permitió que la luz del satélite hablara por sí misma. - Tú... -murmuró Ryley, entrecerrando los ojos. Keegan alzó las manos y dio una vuelta sobre sí mismo, como mostrándose ante una sala de compradores de esclavos. Chistó con la lengua y meneó la cabeza. - Knight, Knight, siempre el mismo... Bueno, el mismo no. El tiempo no pasa en balde, ¿eh? El susodicho apretó las manos con fuerza, pero no respondió. - ¿Qué pasa, Knight? ¿No tienes ninguna pregunta? ¿Por qué comparto el cuerpo de tu ser vivo más querido, por ejemplo? O el único al que quieres, me atrevería a decir -añadió con una risilla. - ¿Desde cuándo? - ¡Oh, la esperanza de los incrédulos! Cuánto te gustaría: ¿dos días, cinco? ¿Qué tal... diez años? Ryley dio un paso hacia atrás, horrorizado. No podía ser, no podía ser él el causante de la tragedia que había mar-
Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº4 cado su vida. - Exacto -prosiguió el villano-. Me vi atrapado en una situación demasiado cálida para mi gusto y ese chucho era lo único que tenía a mano. El detective lanzó un grito de furia y se arrojó contra su adversario, cuchillo en mano. Lanzó varios tajos a ambos lados, pero éste los esquivó sin aparente esfuerzo. - ¡Vamos, Knight, no te lo tomes tan en serio! -se rió Keegan-. Que no es bueno para tu edad. Ryley metió la mano en un bolsillo y vació su contenido hacia su adversario. Era un polvo parecido a la arena que cubrió la ropa del hechicero y lo comenzó a transformar en roca. - Tu carencia de recursos empieza a resultar molesta... -comentó él alzando los ojos. Suspiró y agitó los brazos. Se alzó momentáneamente en el aire, dando vueltas y más vueltas. Cuando aterrizó en el suelo, los efectos de los polvos mágicos habían desaparecido. - ¿Quién eres, viejo? ¿Un simple aprendiz? -le espetó con enfado-. Si no hubiera estado tanto tiempo unido a ese perro tuyo, pensaría que te estás burlando de mí. ¡No me aburras o lo lamentarás! Ryley intentó apuñalar su hombro, pero Keegan dio media vuelta. Lanzó un gancho a su mandíbula, pero el delincuente se agachó y pasó por debajo de su hombro con una rapidez insólita. - ¡Así me gusta! ¡Más! -animó Aengus, emocionado. Con un giro parcial lanzó otro tajo, que no dio en su blanco. Amagó un codazo y, cuando su contrincante trató de eludirlo, le dio un rodillazo en la cintura, mandándolo a varios pies de distan-
cia. - ¡Eh! Eso ha dolido, maldito... -se quejó Keegan, frotándosela-. Parece que no estás tan acabado como pen... Ryley no esperó a que acabara la frase y, con un rugido, lanzó el cuchillo con todas sus fuerzas hacia su enemigo. Voló certero en dirección a su corazón, mientras el suyo bombeaba a toda máquina, pues por fin acabaría con aquel infame. Aengus abrió los ojos con una sorpresa extrema y, antes de que el arma impactara, sonrió y lo detuvo con un simple gesto. El cuchillo flotó en el aire ante el horror de Ryley. Intentó moverse pero se dio cuenta de que él también estaba paralizado. - No me gusta que me interrumpan, abuelo. Se acabó la diversión -Keegan se encogió de hombros, poniendo cara de pena-. ¡Pero hay que hablar de negocios! Como ves, no puedes vencerme. No sin tu famosa espada ni tus juguetitos acostumbrados. ¡Soy demasiado bueno! Tanto que me encanto a mí mismo -Sonrió, enseñando todos los dientes -. Seguramente te estés preguntando por qué no te he matado ya. Verás. El hechizo que utilicé para unirme a tu mascota y escapar del incendio que quemó tu casa tuvo... efectos secundarios. - ¿Fuiste tú quien provocó el incendio? -consiguió decir a duras penas Ryley. - ¿Qué importa eso ahora? ¡Atiende, estúpido! El cuchillo dio media vuelta y se acercó peligrosamente al cuello del detective. - No fue una unión temporal -prosiguió-, así que... compartiré su cuerpo
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hasta que averigüe tarde o temprano como liberarme. Mientras tanto, sólo puedo adoptar mi forma humana durante breves intervalos de tiempo. Cuando no es así... -sonrió con malicia-. Hyron es Hyron. Nada más. Su perro, lo único que le quedaba de su amada Alienne. Su único amigo. Lo único que le importaba ya en este mundo. - ¡Maldito! -chilló, sin poder evitar que una lágrima recorriera su mejilla-. ¡Libéralo! ¡Muérete de una vez y déjalo en paz! Keegan prorrumpió de nuevo en carcajadas y levantó los pies rítmicamente, como si bailara al son de su pervertida diversión. - ¡Eso es lo mejor de todo! Si muero yo, Knight, morirá él también. Ryley gritó de desesperación. - Bueno, Knight, ha sido todo un placer. Te daría la mano pero... no creo que sea un buen momento, ¿no? -se burló, alejándose de espaldas con los brazos detrás de la cabeza. - ¡Dímelo! ¿Mataste tú a Alienne? ¿Provocaste tú el incendio? ¡¡Dímelo!! -rugió Ryley, todavía atrapado en la magia de su enemigo. - Ah, pero esa no es la pregunta adecuada, ¿verdad? -contestó éste desde lejos-. La verdadera pregunta es: ¿serás capaz de matar a tu perro, lo único que te importa en el mundo, con tal de acabar con aquello que más odias? Volvió a dejar escapar una risa de hiena y se desvaneció en la oscuridad de la lejanía. Poco después, Ryley cayó de bruces al suelo, pero no se levantó. No consiguió reunir el ánimo necesario para hacerlo, pues de repente todo aquello que conocía desaparecía en el
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agujero negro de la angustia. Sólo quedaba la sensación de que su corazón estaba siendo oprimido por un puño celestial y que de un momento a otro lo haría explotar. Se abandonó al llanto, algo que no había hecho desde hacía una década. Tras tomarse varias jarras de hidromiel, se puso el sombrero y salió de la taberna. Afuera se encontraba la razón de por qué no habían entrado más lugareños durante su estancia. Hyron se hallaba sentado frente al edificio y, al ver que salía, se levantó y agitó la cola. Ryley lo ignoró y entró en la cuadra, que estaba situada justo al lado. Afirmó el sillín y los zurrones y bolsas que colgaban de las asideras. Oyó un gemido que provenía desde el exterior. Apoyó la frente en el asiento del caballo, abandonándose a sus cavilaciones. Segunda noche sin dormir, pero ésta última había sido especialmente horrible. No podía dejar de recordar los estremecedores momentos que vivió mientras se quemaba su vivienda hacía tantos años. Y, para colmo, Hyron se había pasado toda la noche en la calle, aullando, estupefacto ante la indiferencia de su dueño. Simplemente no había sido capaz de aceptarlo. No podía soportar estar en la misma habitación que ese malvado. Sabiendo que, en cualquier momento, podría retomar su forma humana y dirigirle esa mirada insoportablemente sarcástica. Dio un par de palmadas al caballo en el cuello y se subió a él. Lo espoleó y cabalgó hacia la salida de Winset. El perro lo siguió, ladrando sin parar. Ryley hizo esfuerzos para no mirar atrás y tragó sa-
Víctor M. Yeste - HASTA QUE LA MUERTE OS... Nº4 liva. Justo cuando iba a atravesar la entrada de la aldea, oyó un grito a cierta distancia. - ¡Señor Knight! -le llamó Daylime-. ¡Espere! Detuvo la montura y se giró. - ¿Qué desea? -preguntó con voz ronca. El guardia esquivó con temor a Hyron y, sin dejar de mirarlo, se acercó al detective. - Señor Knight, siento molestarle, pero su perro no puede irse con usted. Es sospechoso del asesinato de Audrey Freyd, ¿no? Ryley observó a su mascota entrecerrando los ojos. Asintió. - Sí, pero yo y sólo yo decidiré su destino. - Pero... no puede... no debe... -titubeó Daylime, alzando las cejas. - He dicho -repitió muy lentamente, apoyado en el sillín-, que sólo yo decidiré su destino. Adiós. Reanudó la marcha, y Hyron no tardó en seguirlo por el camino. Daylime se rascó la cabeza, miró a ambos lados y observó, perplejo, cómo la figura del detective se iba haciendo cada vez más pequeña. Ryley avanzó sin pensar hacia dónde se dirigía porque no le importaba en absoluto. Sólo necesitaba alejarse de aquel pueblo que tanta desgracia había vivido. Su mente no podía pensar en otra cosa que en la decisión que, tarde o temprano, se vería obligado a tomar. Asesinar a Hyron. Acabar con su vida por el bien del resto. Por su propio bien. Pero no era capaz de ello. No podía matar al perro de Alienne. No podía matar lo único que conservaba que había hecho feliz a ambos. No podía matar
lo único que le hacía mantener la cordura. Y, sin embargo, era necesario. El mal que podía engendrar Aengus Keegan era inmenso. Sólo una persona a la que no le importaba nada, ni él mismo, que incluso se reía de la misma muerte, era capaz de las aberraciones que había cometido ese monstruo en el pasado. Era el terror de los agentes de la corona. Y ahora había regresado. Se paró y bajó al suelo. Hyron también se sentó en la tierra, mirándolo con las orejas agachadas. Gimió un par de veces conforme su amo se acercaba lentamente a él. Extrajo el cuchillo de su capa y se arrodilló frente a su mascota. El perro le miró fijamente, sacando la lengua. Empezó a llover cada vez con más fuerza, pero ninguno de los dos se inmutó. Hyron gimió de nuevo y se restregó en su pecho, buscando sus acostumbradas caricias. Sin comprender nada de lo que ocurría. Cerró los ojos, sus lágrimas besadas por las gotas que caían del cielo. Alzó el arma, dispuesto a emprender el golpe mortal. Su mano temblaba, intentando reunir la determinación necesaria. El metal entrechocó contra el suelo. No era capaz. Simplemente, no era capaz. Sollozó con más fuerza, abrazando a Hyron y balanceándose hacia delante y hacia atrás. No importaba qué ocurriera en el futuro. No permitiría que nadie hiciera daño a su perro. Debía averiguar la manera de librarle de aquel maníaco. Y en cuanto a lo que ocurriría mientras tanto... ya habría tiempo de plantarle cara.
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Histeria: Espejos Rotos - II El oscuro pasado que se esconde tras las pesadillas. Una mujer inquietante y otro día lleno de dificultades para Jack. El psiquiátrico que irradia locura y terror abre de nuevo sus puertas para ti. ¿Te atreves a entrar?
por R. P. Verdugo Lentamente se abrió la puerta de madera seguido del sonido inconfundible de los goznes chirriantes. En el interior de la habitación, la oscuridad lo dominaba todo con mano de hierro sumiéndolo bajo un tupido velo de incertidumbre. - ¿Hola? ¿Hay Alguien? -preguntó asustado a las tinieblas, recibiendo como respuesta su propio eco. Alargó la mano, palpando con insistencia aquella pared rugosa como si se tratara de un nuevo socio en el club de los invidentes; cuando de pronto, notó algo que le resultaba familiar, su tacto a plástico barato y su inconfundible forma provocaron que casi inmediatamen-
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te lograra dibujar el objeto en su mente. “Ya te tengo”, pensó para sí mismo. Activó el interruptor e inmediatamente se encendieron las luces de la entrada de su pequeño apartamento. Una de ellas parpadeaba, incesante y molesta. “A ver cuando cambio esa estúpida bombilla”.Atisbó el polvo en suspensión que le resultaba bastante molesto pero sin duda eran ya parte de la casa, al igual que podría haberlo hecho cualquier mueble. - ¡KATTY!¡MOLLY! -gritó-. ¡¿Qué cojones pasa en esta casa?! ¡¿No hay nadie?! Entonces, a través de la penumbra del pasillo, vio el movimiento rápido de un pequeño cuerpecito seguido de una carcajada fina y delicada como un pañuelo
R. P. Verdugo - ESPEJOS ROTOS - II de seda. El hombre esbozó una sonrisa y se dirigió hacia la oscuridad del pasillo. - Molly, cariño. Sé que eres tú, te acabo de ver correteando por el pasillo – dijo en un tono juguetón-. ¿No vas a saludarme? Aventurándose por el pasillo, el hombre siguió la dulce risa de su hija, que constituían un rastro inconfundible, como unas tiernas miguitas de pan. Cuando la penumbra pasó a ser oscuridad y la densidad de esta no le permitía atisbar nada, este alargó el brazo y activó otro de los interruptores que había por el pasillo, ya que había estado tantas y tantas veces allí que prácticamente conocía su ubicación exacta. Al encenderse las luces seguido del tintineante sonido de los halógenos, se presentó ante él una estampa que consiguió helar su sangre y erizar cada poro de su piel. Las paredes estaban todas manchadas de sangre y un espeluznante rastro se dirigía por el pasillo hasta la puerta entreabierta del dormitorio principal. - Oh Dios mío… -fue lo único que acertó a pronunciar-. Joder… ¡¡¡KATTY!!! ¡¡¡MOLLY!!! -gritó mientras se dirigía raudo y veloz a través del pasillo, siguiendo el rastro de sangre hasta el dormitorio principal. Una vez recorrido todo el pasillo, empujó la puerta como lo habría hecho un jugador de rugby. Esta salió despedida violentamente, produciendo un gran estruendo al chocar contra la pared. Sus ojos se abrieron tanto que parecía que en cualquier momento se deslizarían y caerían al suelo, dejando en su lugar dos oscuros y húmedos pozos. Su piel se erizó todavía más y una gota de
sudor frío recorrió su frente. Su cuerpo estaba paralizado por el miedo y sentía como sus piernas temblaban involuntariamente, como si fuera el producto de pequeñas descargas eléctricas. Ante sus ojos atónitos se encontraba la cama y, sobre ella, los cuerpos desnudos, desmembrados y mutilados de Katty y Molly. Bajo los firmes pechos de Katty, ahora manchados del vital y bermellón líquido, se encontraba su vientre abierto, del cual brotaban los intestinos, más parecidos a sanguinolentos cables de alta tensión. La mirada del cuerpo era aterradora y sus ojos estaban fijos en el infinito con un rictus de pavor. El cuerpo de Molly, frágil y tierno como solo puede ser el cuerpo de una niña estaba empapado en sangre, uno de los brazos había desaparecido y se encontraba brutalmente destripada, igual que su madre. Entre la dantesca escena y aquel hombre se encontraba una niña. Esta se hallaba mirando la macabra escena con mirada perdida. Su vestido lucía un aspecto antiguo, sin embargo parecía de recién comprado. Su cabello era brillante y dorado como hilos de oro que caían sobre sus hombros, y sostenía una preciosa rosa roja en la mano. Lentamente, fue levantando la mano en la cual sostenía aquella brillante flor, señalando a un punto en la habitación donde se encontraba un hombre girado contra la pared. Éste sostenía un largo y afilado cuchillo manchado con la sangre inocente de aquellas personas a las que siempre había amado, mientras movía el tronco con un movimiento repetitivo y oscilante, como lo haría un metrónomo.
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- ¡TÚ! -gritó el hombre con vehemencia mientras se dirigía hacia él con los ojos llenos de ira y lágrimas. - Tenía que hacerlo. No pude evitarlo. Ella me dijo que lo hiciera. Ella me dijo que lo hiciera. Me dijo que no eran buenas conmigo. Intentaban traicionarme. Ella me dijo que lo hiciera. Ella me dijo que lo hiciera… -era lo único que manaba de la boca de aquel hombre con el cuchillo en la mano, mientras seguía con aquel movimiento armónico e imperturbable. - ¡Te voy a matar hijo de…! -Su corazón se paró en el instante en el que giró violentamente al hombre y pudo ver su rostro. En ese momento se dio cuenta de que aquel rostro era el suyo. - Ella me dijo que lo hiciera… Un potente zumbido inundó su cabeza de golpe. La escena parecía ahora un lienzo recién pintado al que se le ha rociado con un cubo de agua. Notaba como su corazón latía con una vigorosidad y rapidez pasmosa. Entonces fue cuando vino el grito. Abrió los ojos violentamente, de ellos irradiaba una ira desmesurada que sería capaz de atemorizar al mismísimo diablo. De sus pulmones salía aquel cálido aire transformado en un grito gutural y desgarrador. Intentó levantarse pero descubrió que estaba atado de pies y manos a una camilla. Su desconcierto era total y su raciocinio se había perdido por los laberintos de su mente. Mientras tanto, él seguía gritando y zarandeando con fuerza la camilla, intentando liberarse. De pronto, la puerta de aquel diminuto antro se abrió de repente y, como por arte de magia, comenzaron a entrar más y más enfermeras que acabaron
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inundando la sala. La mayoría se pusieron a su alrededor intentando evitar las violentas convulsiones para poder administrarle un sedante, pero sin éxito. Apenas había pasado un minuto cuando apareció un hombre. Este era alto aunque de complexión normal. Tenía pelo negro como un pozo de brea y sus ojos azules como un cielo sin nubes eran preciosos, casi hipnóticos. Entonces, una de las correas cedió, liberando su brazo. Este agarró a una de las enfermeras por el cuello, apretando con todas sus fuerzas cuando aquel muchacho saltó sobre su cuerpo. Al liberar a la joven, aquel hombre al cual no había visto desde que estaba allí encerrado le propinó una inyección en el cuello. Notaba ahora el líquido fresco circular por su torrente sanguíneo, sintiendo una desagradable sensación. Luego no tardó en sentirse desorientado y relajado por igual. Por último fue forzado y empujado a los brazos de Morfeo gracias al sedante, hasta que desfalleció. II Un intenso aroma a café y bollería fresca impregnaba cada rincón de aquella cafetería. Eva miraba casi hipnotizada por la ventana, observando como una pareja de pájaros jugaban en el aire, haciendo acrobacias casi imposibles. Agarró su vaso, redescubriendo que había acabado hace poco con el café. Algo angustiada se levantó y dirigió hacia la barra autoservicio, donde en una esquina se encontraba la cafetera. Mientras dirigía sus pasos hacia allí descubrió a un hombre entrando rápidamente dentro de aquella estancia. Su pelo oscuro como la noche más aterradora y aquellos fulgentes ojos azules la cautivaron
R. P. Verdugo - ESPEJOS ROTOS - II de inmediato. No reconocía su rostro, y a juzgar por su mirada perdida, debía ser nuevo en el lugar. - Los bollos salen del horno a las ocho, esta cafetera endemoniada empieza a escupir ese ardiente sucedáneo de café a los cinco minutos antes de salir los dulces, llegas tarde a tu primera sesión de grupo y yo me llamo Eva, encantada. Jack quedó perplejo ante el aluvión de información que acababa de recibir de aquella mujer a la cual no había visto nunca y que lo trataba con una confianza que casi podía tacharse de demasiado familiar. Miraba la figura de aquella mujer. Su esbeltez estaba escondida bajo aquella holgada bata blanca que mucho dejaba a la imaginación; su pelo, corto y castaño no llamaban la atención realmente, hasta que descubrió sus ojos. Como si jamás hubiera visto unos, centró toda su atención en ellos. Aquel pálido tono azul había llamado su atención como una luz sobre una luciérnaga. - Esto…yo…tengo que… - “Reunión de grupo”. Ala Oeste, habitación 302. Llegas diez minutos tarde y cuando acabes pásate por aquí, te estaré esperando. -Jack seguía sin salir de su asombro y en su cara se gesticulaba un rictus de incredulidad. - Esto… Gracias -dijo antes de salir corriendo a través del pasillo. III El murmuro del aire acondicionado dominaba aquella pequeña habitación. Hacía treinta minutos que Jack Mauler había entrado y había comenzado la sesión de terapia en grupo. Ésta consistía en que cada uno de los diez que allí se encontraban comentaran sus inquietudes y miedos además de compartirlo
con el resto del grupo, para así empatizar y dejar atrás sus temores e inquietudes. Él había estado apuntando primero con ímpetu todo aquello que manaba de la boca de aquellos dementes, para luego pasar a apuntar con desdén no más de tres palabras por persona. Jack se encontraba con la mirada fija en un objeto en particular de la habitación, cuando el sonido de una de las sillas al arrastrarse provocado por el último de los pacientes que iba a exponer sus problemas rompió el hechizo que le tenía cautivado. - Ho…ho…hola. Soy Steve. - Hola Steve -contestaron todos los pacientes al unísono. - Tengo que deciros que anoche soñé nuevamente que intentaba follarme a Glory, la chica de mantenimiento. Ella tenía… -Jack dejó de prestar atención casi desde el principio a sus estúpidas palabras inconexas, volviendo a mirar con fascinación aquel objeto. Se trataba de una de las sillas. Al entrar ya se había dado cuenta, pero no fue hasta casi la mitad de la sesión cuando se puso a divagar sobre quién se tendría que haber sentado en aquella silla vacía. La única de las diez que permanecía sin huésped. “¿Podrá ser del hombre de anoche?”, se preguntó mentalmente a sí mismo. “¿Sería él la persona que tendría que estar ahí sentada, contándome su vida?”. - …entonces la apuñalé por la espalda!! Y luego me masturbaba mientras veía como bajo ella se hacía un charco de sangre cada vez más grande y más grande y más… - ¡Steve! -interrumpió Jack de inmediato-. Gracias, creo que ya es suficiente. Puedes sentarte. -Una vez sentado
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aquel hombre, Mauler se levantó-. Bueno, la sesión por hoy ha finalizado. Gracias por vuestra sinceridad y comprensión. Gracias a vosotros por haberme acogido tan bien desde el primer día y, sobre todo, gracias por abriros conmigo; eso hará infinitamente más fácil mi trabajo. - ¡TRABAJO! ¡PALABRAS TERMINADAS EN -AJO! -gritó un hombre alto y delgado de semblante quijotesco-. ¡ABAJO! ¡BADAJO! ¡CUAJO! ¡ESTROPAJO! ¡YERBAJO! ¡ESPUMARAJO!... - Podéis salir cuando queráis –dijo mientras mostraba una sonrisa ahogada en su rostro–. Nos vemos el martes. IV Jack circulaba por los pasillos a paso ligero dirigiéndose hacia la cafetería. Observaba con meticulosidad cada ínfimo detalle, para poderlo usar más tarde como referencia y no perderse en aquel laberinto con forma de palacete. “Recuerda, al ver el cuadro de American Gothic, a la derecha”, pensó al contemplar la obra, observando los ojos del granjero como si le persiguiera con la mirada. “ - Luego, azulejo roto del suelo, izquierda y luego derecha –murmuró en voz muy baja, casi un susurro-. He de fijarme en otra cosa, si no el día que arreglen el azulejo y aún no recuerde el camino estaré vendido -dijo antes de encontrarse y abrir la puerta de la cafetería. Al abrirla de par en par solo encontró ante sí el hedor a sudor y largas mesas vacías de comensales, salvo una. En esa mesa, junto a la ventana enrejada, se encontraba aquella chica con la que había estado charlando fugazmente aquella
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mañana. Ésta se percató de su presencia y le hizo un ademán para que se aproximara. Jack primero se acercó a uno de los frigoríficos de puerta acristalada y sacó un par de botellines de cola y se dirigió hacia la mesa. - Hola, temía que no estuvieras por aquí. No tuve ocasión de presentarme en el desayuno, soy Mauler, Jack Mauler. - Lo sé, no se hace otra cosa que hablar de ti y de tu hazaña ayer con Trece. - ¿Con…quién? - ¿No lo sabes? Bueno, tampoco me extraña. Trece es el psicótico perturbado que tenemos alojado en la celda número trece. Lo encontraron en estado de shock y cubierto de sangre en su apartamento. Había apuñalado y destripado a su mujer y su hija a sangre fría y según decía “Se lo había dicho una niña”. No recuerda nada desde que entró aquí, ni su nombre, ni su edad, ni donde viene. Nada. - ¿Has dicho…una niña? -preguntó Jack intrigado después de pegar un trago largo de su refresco. - Sí, bueno. Al menos fue lo que él dijo. Pero… La frase de Eva quedó incompleta al abrirse las puertas de la cafetería. Entraba el Doctor Tucker. Su cara y unas marcas en el lado derecho del rostro desvelaban que no hacía mucho que acababa de despertarse. Se dirigía dando pasos indecisos, como un zombie, hacia la máquina de café. - ¡Mierda! -dijo enfurecida pero en un tono muy bajo-. El Director Tucker. Tendría que estar pasando consulta –dijo para sorpresa de Jack-. Si te pregunta algo, tú no me has visto. Nos vemos más tarde, o esta noche, o mañana,
R. P. Verdugo - ESPEJOS ROTOS - II o algún día. Eva se levantó agachada, como si se tratara de un experimentado hombre del ejército, y se lanzó a la carrera hacia la otra parte de la cafetería. Mientras tanto, Jack contemplaba expectante aquella cómica huida, digna de cualquier película de humor barata viendo como su figura se perdía tras una de las puertas. El tacto de una mano fría y arrugada en su hombro le sobresaltó. Se trataba de Tucker, que se sentó justo frente a él, donde antes se encontraba Eva. - Buenos días, doctor Mauler. ¿Cómo ha ido su primera sesión en grupo? ¿Se han portado bien los chicos? - Buenos días, doctor Tucker. Los pacientes se portan bien, dentro de sus posibilidades, claro está. Aunque aún no estoy acostumbrado al trato con ellos estoy seguro de que en breve ya tendré más confianza con ellos. - Me contaron su pequeña hazaña de anoche, muy bien. Ese es el espíritu competente que quiero en este centro. Iniciativa. Enfrentarse al toro por los cuernos, como hizo usted con Trece. Poca gente es capaz de ello. - ¿Por qué lo dice? Estaba atado, no tiene ningún mérito. - Ese hombre rompió con fuerza bruta una de las correas y casi le parte el cuello a una de las enfermeras, señor Mauler. No muestre esa falsa modestia. Ese hombre es peligroso incluso atado. Fue entrenado para ello. - ¿Fue entrenado? Creía haber oído que ese hombre no tenía pasado, o al menos, no lograba recordarlo. ¿Cómo puede usted decir eso? - Hay que ser observador, mi joven amigo. La mente no es el único que nos dice de dónde somos y a dónde vamos.
El físico es importante. Ese hombre tiene una fuerza extraordinaria para su complexión física, aparte de otros rasgos identificativos. ¿No se ha dado cuenta? - No he tenido el placer de estar mucho tiempo con él, doctor. - Pues fíjese bien, Mauler. Tiene un tatuaje de los Navy SEAL en la espalda con un número de identificación grabado debajo. Ese tatuaje únicamente los tienen los que han pertenecido o pertenecen a dicho cuerpo. Creo que debería hacerle una visita. No tiene desperdicio. - Sí, eso haré -dijo mientras se levantaba de la silla repentinamente-. Y ahora mismo, he de recuperar el tiempo perdido. Jack se despidió del doctor Tucker con un fuerte apretón de mano. Mauler se giró y comenzó a andar por la cafetería cuando su jefe le dijo: - Una cosa más. Nunca atraviese la línea amarilla. V Las enormes rejas se deslizaban a través de las guías semioxidadas del suelo. Al entrar en la sala, pudo contemplar ante él un largo y enorme pasillo. Había desnudas puertas metálicas a ambos lados del corredor, y apenas un ojo de buey permitía mirar en su interior. Una línea blanca separada un metro y medio de la puerta constituía una frontera moral que no debía ser cruzada e irradiaba un peligroso poder. Una vez cerrada la reja por la cual había accedido al corredor, se dirigió a través de este, buscando la celda número trece. “3…4…5…”, contaba mentalmente. “10…11…12…”.Paró en seco ante la puerta de hierro que había bajo un brillante y dorado trece. Atisbaba la puerta
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con miedo, recordando la violencia que mostró la noche anterior aquel hombre. Recordaba su grito desgarrador lleno de ira. Escuchaba su corazón, bombeando sangre despiadadamente. Se sentía mareado y comenzaba a tener nauseas, pero el deber le llamaba. Dio un par de pasos y paró justo antes de llegar a la línea blanca. Giró la cara y miró hacia el techo, donde una cámara vigilaba todos sus movimientos. Jack simplemente tuvo que asentir con la cabeza para que la puerta se abriera automáticamente. Ahora, ante él, se encontraba un enorme hueco negro, casi una puerta de bajada al inframundo. De su interior manaba un intenso olor a sudor y algo que creyó identificar como orina a la par que un susurro ligero y repetitivo, como el piar de un pájaro. De repente, una tétrica y mortecina luz se encendió dentro de la habitación, mostrando al hombre que se hallaba en su interior. Tenía una espesa barba que cubría la parte inferior de la cara. Sobre su rostro caían los mechones de pelo largo y apelmazado. Su cuerpo, fuerte y definido, se encontraba en una esquina de la habitación enrollado sobre si mismo y murmuraba unas palabras que no llegaba a escuchar. Al mirar al suelo, contempló una línea amarilla perfectamente definida que dividía el habitáculo en dos. Comenzó a recordar las palabras del señor Tucker en el interior de su cabeza con miedo y curiosidad. “Nunca atraviese la línea amarilla”. - ¿Hola? ¿Estás bien? Soy el Doctor Mauler, encantado de conocerte. Aquel hombre harapiento, en lugar de contestar, continuó con su rosario particular mientras se movía como un
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péndulo. - Oye, he venido a ayudarte -dijo con firmeza mientras daba un par de pasos-. Lo digo en serio. Puedo ayudarte. - Nadie puede ayudarme. - Yo sí puedo, por eso he venido hasta aquí, juntos… Entre paso y paso, casi sin darse cuenta, Jack ya había traspasado la línea amarilla que le separaba del reo. Éste, como accionado por un resorte dio un salto tremendo hacia el psiquiatra, derribándolo. - Tenía que hacerlo. No pude evitarlo. Ella me dijo que lo hiciera. Ella me dijo que lo hiciera. Tiene que creerme por favor, tiene que hacerlo. Ella me dijo que lo hiciera. Ella me dijo que lo hiciera. - ¡SEGURIDAD! ¡SACADME DE AQUÍ! De repente, se encendieron todas las luces y el sonido de una grave y molesta alarma comenzó a sonar, inundándolo todo. VI - Joder, Mauler, mire que se lo advertí. No cruce la línea amarilla. ¡¿En qué demonios estaba pensando?! Ese hombre podría haberlo matado si hubiera querido. Han hecho falta cinco hombres, señor Mauler, CINCO para poder derribarle -bramó enfurecido, con cada palabra que salía por su boca su cabeza se tornaba un poco más roja, marcándose incluso una inmensa vena como una cañería en la cabeza. - Pero se veía tan frágil e indefenso que… - ¿Frágil? ¿Indefenso? ¿Se está quedando conmigo? Parece ser que usted no recuerda el incidente de anoche, ¿verdad? Tiene que ser eso...
R. P. Verdugo - ESPEJOS ROTOS - II - Ya le he pedido disculpas, doctor Tucker -dijo avergonzado-. Lo siento mucho, pasé la línea sin darme cuenta. No volverá a ocurrir. - Eso espero, señor Mauler. Eso espero. No quisiera perder a alguien con tanto talento como usted. La tez de Jack se tornaba cada vez más blanca, casi como un bloque de mármol. Pensando en las palabras que acababan de salir de la boca de su jefe. - Eso quiere decir… ¿Qué aquí han muerto médicos? - ¿Cómo se quedaría más tranquilo, señor Mauler? ¿Contándole la verdad o contándole una mentira piadosa? - La verdad… -dijo dubitativo y poseído por la curiosidad. - Sí. No sería el primero ni el último que muere a manos del ataque fortuito de uno de los pacientes del recinto. Solo esperemos que no suceda lo mismo que hace un año… -añadió reflexivo, mientras desviaba la mirada hacia los volúmenes antiguos de su librería–. Vaya a su habitación. Su jornada concluye por hoy. Descanse y no vuelva a dormirse y llegar tarde a una terapia en grupo. - Pero… ¿Usted cómo…? - Estas paredes tienen ojos y oídos, señor Mauler. VII La penumbra reinaba en el interior de la habitación únicamente violada por un haz de luz que entraba por el ojo de buey. En la misma esquina en la que lo había encontrado el psiquiatra, se encontraba él. Doblegado sobre sí mismo, éste no paraba de gimotear, intentando aún comprender porqué lo hacía. Escuchó un ruido en el exterior de la celda y rápidamente alzó la cabeza,
mostrando su rostro magullado y un colorido moratón en la mejilla. “No ha sido nada”, le tranquilizó pensar. Apenas había vuelto a agachar la cabeza, volvió a escuchar de nuevo otro ruido, esta vez proveniente de aquella misma habitación. En cuanto alzó la cabeza, pudo contemplarlo. Aquella niña, de dorados cabellos y brillantes ojos azules le miraba con aquella expresión tímida tras la línea amarilla. - No te acerques… La niña se limitó a sonreír. - Fuiste tú, maldita hija de puta –sentenció-. FUISTE TÚ LA QUE ASESINÓ A MI FAMILIA. -Comenzó a gritar-. TÚ ME OBLIGASTE, TÚ, TÚ, TÚ. La niña volvió a sonreír, esta vez andando hacia él. Cada vez que daba un paso, sus pequeños zapatitos emitían aquel peculiar sonido, banda sonora de museos en silencio. - No te acerques… ¡NO…TE…ACERQUES! Apenas la niña hubo traspasado la línea amarilla, aquel hombre se abalanzó sobre ella intentando derribarla y cuando apenas quedaban centímetros para poder rozar su frágil cuerpo, el hombre salió despedido hacia la otra punta de la habitación, golpeándose duramente contra el muro. Aquel hombre, luchador de grandes batallas en el pasado las cuales quedaron tras el muro del olvido, se encontraba ahora en el suelo, llorando y quejándose por el fuerte golpe que acababa de sufrir en su espalda. La niña se acercó paso a paso, no tenía prisa. En cuanto ella entró, la guillotina comenzó su mortal viaje. Cuando lo tuvo delante simplemen-
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te le miró extrañada y, con una siniestra sonrisa en la cara, estiró su bracito ofreciéndole la rosa que entre sus manos se encontraba. El hombre la miró, desconcertado, para luego mirar aquella brillante y preciosa flor. Ésta le atraía salvajemente, como una fuerza superior que le obligaba a hacerse con ella. Extendió el brazo y, con delicadeza, quitó la rosa de la mano de aquella tierna niña. Él quedó ahora absorto mirando la flor. La recordaba bien, era la que siempre veía en sus pesadillas. La misma niña, la misma rosa, el mismo final. Entonces, ante la incrédula mirada del interno, la flor comenzó a marchitarse. Sus pétalos se desprendían suavemente desde el extremo y caían oscuros y muertos sobre el suelo. Entonces comenzó a escuchar aquella risa aguda proveniente de la niña. Los cabellos de ésta comenzaron a oscurecerse, su tez blanca y fina se volvía ahora de un tono mortecino, parecida a la cera de una vela; sus ojos comenzaron a brillar de un color bermellón e intenso. El hombre, sin decir nada, se levantó. Su mirada se había quedado clavada en la pared que había frente a él. Dirigió sus pasos hacia el muro y, cuando apenas quedaban unos centímetros de diferencia entre ambos, comenzó a darse cabezazos contra la pared.
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La sangre brotaba vivamente de su frente, mientras que la niña le miraba con ojos crueles y sin mostrar otra reacción que una oscura felicidad. El hombre continuaba golpeándose una y otra vez sin mencionar palabra alguna o exteriorizar ningún dolor. De repente, todas las alarmas se activaron, y del exterior comenzaban a oírse pasos rápidos y agitados mientras la macabra escena continuaba en el interior de la celda. El hombre continuaba golpeándose la cabeza hasta que, de repente, escuchó un crujir de huesos y solo pudo dar un par de golpes más antes de caer muerto en el suelo, rodeado de su propia sangre y mirando hacia el cielo, el lugar donde ahora se acababa de reencontrar con su familia. Fue entonces cuando una tímida lágrima brotó de los ojos de aquel hombre, limpiando la sangre del rostro y mostrando un surco de pureza en él. Cuando los operarios por fin lograron llegar y abrir la puerta, ya era demasiado tarde. Encontraron a aquel hombre de mirada obnubilada por la sangre y ya segado por la hoz de la parca. Mientras, en el jardín, una de las flores del inmenso y precioso rosal se marchitaba, dejando caer los pétalos lacios hacia la fresca hierba impregnada del rocío de la noche.
Galocha - NOSFER E.T.
Nosfer E. T. por Galocha Prefacio: Nosfer E.T. estirpe antecesora de los Nosferatus, vampiros de la tierra. Originarios de la luna de Saturno, Phoebe, de superficie oscura, lo que hace que sea un planeta ideal para esta especie. Como curiosidad: Phoebe orbita al revés, se mueve alrededor de Saturno en dirección opuesta a la mayoría de sus lunas restantes. Hace muchos años los Nosfer E.T. llegaron a la Tierra y convirtieron, alimentándose de su sangre, a humanos en Nosferatus. Hubo algún Nosfer E.T. que fue desterrado al exilio por sucumbir a placeres terrenales como las mujeres y el vino, y se han visto obligados a vivir vagando entre nosotros desde entonces. Estos Nosfer E.T. son los Fall E.T y puedes encontrar en ellos a un aliado si eres capaz de reconocerlos, ya que están muy dolidos por su destierro y muy integrados con los humanos. Laskmi, tienes que averiguar qué está pasando. Sabemos que El rey de reyes de los Nosfer E.T., Caín, está en la tierra, concretamente en España, y más concretamente en el sur. Hace más de un siglo que no salía de su mundo, Phoebe, así que algo gordo están tramando, ponte las pilas. Laskmi despertó a media noche sobresaltada. Acababa de tener una conexión astral con su jefe de Witland mientras dormía, le había enviado un mensaje, una nueva misión le estaba es-
Laskmi, la superheroína, hace frente a una nueva y colmilluda amenaza. ¿De qué se tratará y con qué nuevos aliados contará?
perando y ahora el tiempo apremiaba, tenía que ponerse manos a la obra. Laskmi se puso su traje de superheroína. Por suerte ya había adelgazado los culones que le sobraban y no tenía que usar esa braga-faja de color chochomona que tanto odiaba, de hecho la había quemado después de hacerle sufrir múltiples torturas. Se quedó distraída mirando su silueta en el espejo mientras pensaba “¡Qué buen trasero se me ha quedado practicando body combat!”. De pronto sonó el teléfono móvil. Acababa de recibir un correo electrónico con la reserva de un vuelo a Granada para las 04:00 am. “Tendría que estar prohibido trabajar a estas horas”, pensó. Hizo una pequeña maleta de mano, decidió que si necesitaba algo ya lo compraría en su destino y acto seguido se fue a Barajas. A nuestra heroína no le gustaban nada los aviones, prefería las naves espaciales y sobre todo pilotarlas ella, era una amante de la velocidad. En otra época, en otro mundo y en otras circunstancias, ella había sido piloto de la fórmula UFO. II Pasado el trago del avión, a las 5:15 ya estaba sentada en un bar del aeropuerto decidida a tomar algo de café, a falta de achicoria. El tiempo era agradable, las predicciones decían que haría un día precioso
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de primavera, la temperatura sería bastante elevada y a Laskmi le preocupaba mucho tener que liberarse de su traje de heroína, no por tener que enseñar su cuerpo que estaba moldeado a la perfección, sino porque la misión le había pillado con más pelos en las piernas que la japonesa de “El grito”. Pensó en tomarse el café y luego decidir cuál sería su siguiente paso. Se sentó en una cafetería de una famosa cadena. Rápidamente el camarero se acercó a ella y le preguntó: - ¿Qué desea desayunar? - ¿Qué tenéis? - Pídase el desayuno especial de la casa, es la mejor forma de empezar un día. - Vale. - Le digo señorita: zumo de naranja recién exprimido, café o batido y un mollete de Antequera que lo puede pedir con: manteca colorá, zurrapa de lomo, a la catalana con tomate y aceite o con jamón serrano. - No quiero engordar, ¿eh? - Y no lo hará usted. Por su cara deduzco que tiene muchas cosas que hacer hoy. Acaba de llegar en un avión, porque si fuera a cogerlo habría mirado el reloj al menos un par de veces en el tiempo que lleva aquí. Se le nota el cansancio y/o el estrés en su cara, por lo que ha madrugado y además viene sola y hoy es miércoles, por lo que puede que no venga por ocio sino por trabajo u obligaciones personales. Estoy seguro de que el desayuno le hará que tome fuerzas y que todo salga bien. - Me has convencido, quiero el zumo, un café solo y ponme el mollete con jamón serrano. - Estupenda elección, ahora mismito
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se lo traigo todo. Mientras Laskmi se acababa el desayuno recibió la información que estaba esperando: tenía que ir al pueblo de Almuñécar. Era esta zona la que había elegido el Nosfer E.T. para hacer su primer contacto. Estas playas son famosas por su clima tropical, ¿por qué un Nosfer E.T estaría interesado en este lugar? Había algo que a Laskmi se le escapaba pero pronto estaría allí para averiguarlo. Pidió la cuenta y cuando fue a pagar le dijo al camarero: - Muchas gracias por su recomendación, el desayuno estaba buenísimo. - Gracias a usted señorita, pero aquel señor que se marcha, el del gorro, le ha invitado al desayuno –respondió el camarero. - Pero… Bueno, gracias igualmente. Hasta pronto y que tenga un buen día. - Adiós guapetona. Laskmi salió corriendo hacia el señor del sombrero. - Disculpe caballero, ¿por qué me ha invitado? - Tenía que hacerlo, si no, no vendrías detrás de mí. - ¿Por qué quiere que le siga? - Porque me han encargado que te lleve a Almuñécar y que te enseñe la zona, nos podrían estar vigilando y esta era la única forma de hacerlo sin levantar sospechas. - Pues no entiendo porqué. - Ya me habían avisado de tu carácter, pero no tienes que entenderlo todo. - Está bien, pues entonces también te habrán avisado de que seguramente no te acompañaría. - Así es, pero no me gustaría… Antes de que el misterioso caballero
Galocha - NOSFER E.T. se diera cuenta, Laskmi se había esfumado. Salió corriendo para ver si podía conseguir un taxi. Cuando estaba en el aparcamiento no vio ninguno, pero divisó a un señor que conducía muy despacio un coche de alquiler, parecía como si estuviera buscando aparcamiento. “¡Esta es la mía!”, pensó. Abrió la puerta del coche y vio un señor de mediana edad, moreno, de ojos marrones, gafas, regordete con una tripa voluminosa y, aunque estaba sorprendido por la aparición de Laskmi, tenía semblante sonriente. - ¿La puedo ayudar? Laskmi, sin mediar palabra, usó su linterna laser para apuntarle a los ojos y le ordenó que pusiera rumbo a Almuñécar. El laser que usaba Laskmi tenía la función de anular la voluntad durante un máximo de 12 horas, de manera que la persona se convertía en siervo del dueño del laser al instante. Era inocuo, porque pasadas estas doce horas o por la visión directa nuevamente del laser la persona se quedaba dormida y despertaba sin recordar nada. En poco más de 40 minutos estaban llegando. Laskmi pensó que quizás le podía servir de chofer unas horas más, pero no tuvo en cuenta los inconvenientes, ya que en teoría se podía decir que había secuestrado a un hombre. Mientras el chófer personal que se había buscado la esperaba en un aparcamiento de los reservados a minusválidos ella daba una vuelta a pie para divisar la zona. Al girar en una esquina se quedó distraída porque vio un hombre que se parecía al del aeropuerto. Al volverse al frente de nuevo, golpeó su cara contra el pecho de un señor.
- ¡Ah! ¡Dios, que daño! - Hola Laskmi, antes no me has dejado ni decirte mi nombre. Soy Pitt. Laskmi, sorprendida, levantó la cabeza llevándose las manos a la nariz y se dio cuenta de que volvía a tener frente a ella al misterioso hombre del aeropuerto. - Laskmi, ¿puedo invitarte a una taza de achicoria? - ¿Estarás detrás de cada esquina si no lo hago? - Posiblemente. - Vale, tienes 20 minutos. Pitt empezó a hablar mientras que Laskmi, distraída, le analizaba. Sólo consiguió escuchar que Pitt supuestamente la iba a ayudar. Ella podía percibir un aura no humanoide. - ¿Te puedo hacer una pregunta? -dijo Laskmi. - Dispara -dijo él, que jamás pensó lo que le iba a preguntar. - ¿Cuánto tiempo llevas en la tierra? - Querrás decir que cuántos años tengo. - No, conmigo no tienes que disimular -y repitió la pregunta-. ¿Cuántos años llevas en la tierra? Pitt se hizo el escurridizo. - Más de los que puedas imaginar -dijo Pitt, mirando a Laskmi con una cara que expresaba añoranza y tristeza al mismo tiempo. - Está aquí Caín y necesito saber qué está tramando. Si me vas a ayudar seguimos hablando, si no, sintiéndolo mucho, tengo cosas que hacer. - ¿Caín? ¿Segura que es Caín? - Sí, después de siglos sin salir está aquí, así que tiene que ser algo muy gordo. - Sin duda.
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Se hizo un silencio. A Pitt le había impactado saber que estaba aquí Caín y estaba intentando asimilarlo. III Entre unas cosas y otras llevaba ya más de 5 horas en Almuñécar. El día, tal y como cabía esperar, era bastante soleado, y Laskmi estuvo meditando en la playa, de compras y, sobre todo, intentando conseguir pistas y elaborar un plan para esa noche. Un plan que la llevará como mínimo a identificar cuáles eran los verdaderos motivos de que Caín estuviera allí. Era casi medio día y Laskmi se sentó en un chiringuito en el paseo marítimo para tomar algo. En el chiringuito había un televisor gigante en el que tenían puesto un programa matinal. En la mesa de al lado había tres señoras que lo miraban y comentaban efusivamente. Al parecer Paquirrín había dejado embarazada a la novia y era la comidilla de las tertulias rosas. Justo en ese momento el programa metió un avance del telediario de la sobremesa. Sara Carbonero apareció en pantalla y leyó las noticias: “El presentador y showman Florentino Fernández, más conocido como Flo, ha desaparecido en extrañas circunstancias esta madrugada. Florentino, que se encontraba en Granada por negocios, tenía que haber cogido un vuelo hacia Madrid a las 7 de la mañana. Su mujer denuncia su desaparición ya que no consigue hablar con él. En la compañía AirBird confirman que Flo no llegó a coger el avión, y en el hotel en el que se alojaban confirman su salida a las 5.45 de la mañana”. Laskmi se quedó con la boca abierta al ver que ella era la culpable de esa no-
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ticia. “No me lo puedo creer, he secuestrado a un presentador de televisión”. Pidió la cuenta, pagó y fue corriendo a buscar a Flo que aún seguía estacionado en la zona de minusválidos. Por el camino había pensado varias opciones, pero finalmente tomo la decisión de que era mejor para su misión librarse de Flo, ya que no quería llenar Almuñécar de paparazzis y policías. Cuando llegó, ordenó a Flo que regresara al aparcamiento del aeropuerto. Él arrancó el coche y se fue sin más. En tres horas se quedaría profundamente dormido y cuando lo encontraran no recordaría nada. Volviendo para encontrarse con Pitt, mientras la luz se hacía tenue en el paseo marítimo, observó como un señor alto y desgarbado, con rostro pálido y triste, se sentaba en un chiringuito de espaldas al mar y con la mirada fija en un pequeño callejón. A Laskmi le intrigó tanto que decidió tomarse algo y situarse de manera que pudiera observar al señor misterioso y a lo que quiera que fuera que ese señor esperaba que pasará en el callejón. Llevaba ya más de media hora allí y no había pasado nada, ningún movimiento. Fue entonces cuando pasó una señora con un perro que de pronto se puso muy nervioso y empezó a tirar con tal fuerza que al final las manos de la señora cedieron a la presión y soltó la cadena. En el tiempo que Laskmi tardó en girar la cabeza para dirigir su mirada al perro, el señor misterioso desapareció. IV La noche ya era parte del paisaje de la playa cuando Pitt y Laskmi salieron al encuentro de Caín o de algún tipo de
Galocha - NOSFER E.T. información. - No sé nada de ti, dime porqué tengo que fiarme –dijo Laskmi. - Porque puede que hoy salve tu vida, puede que te ayude a solucionar el caso o incluso puede que las dos cosas. - Puede, puede… Pareces una madre de esas que luego dice: “Te lo dije”. Pitt sonrió cosa que hizo que Laskmi se enfureciera un poco más. La primera parada fue para cenar algo, una rosca típica del lugar. Con el estómago lleno, Laskmi le pidió ir al chiringuito en el que hacía apenas un par de horas había estado observando al señor enigmático. Cuando se sentaron Pitt le contó que ese callejón era conocido porque en el sótano del último local se hacían timbas de póker ilegales, la modalidad de póker que se jugaba era Omaha Hi/lo. El motivo de que la timba de póker fuera ilegal era porque se rumoreaba que el que perdía tenía que entregar su vida, se convertía en siervo, en esclavo, sin derechos ni voluntad. Venía gente de todo el mundo ya que la recompensa, si ganaban, era ¡la inmortalidad! En general, la gente de la zona piensa que es una leyenda, de ahí que no se metan en sus asuntos. Si supieran la verdad… - Pitt, ¿me estás diciendo que tenemos frente a nuestras narices una cueva de Nosferatus? - Sí, Laskmi, dices bien, Nosferatus. Caín ha tenido que contactar con ellos prometiéndoles algo para que le dejen alojarse aquí. Seguramente la elección ha sido por ser un sitio muy tranquilo en estas épocas del año. Ellos no se dejan ver de día y de noche intentan pasar desapercibidos. Entre el Castillo y el peñón del Santo hay pasadizos secretos
y estancias recónditas, de manera que pueden salir y entrar por el mar sin ser vistos, sin levantar sospechas. Laskmi le dijo a Pitt que ese local tenía que ser su próxima parada y así lo hicieron. Una vez dentro, Laskmi se dio cuenta de que era la única mujer y no pasaría desapercibida. Pidieron unas jarras de cerveza y Laskmi se puso a hablar con el camarero, mientras Pitt con la mirada recorría todo el bar. - Aún no ha llegado –dijo él. - Pero, ¿estás seguro que va a venir aquí? - Sí, lo estoy. Quince minutos después. - Laskmi, ¿podrás cuidarte sola? - ¡Claro! Ten cuidado Pitt, puede que más tarde me tengas que salvar la vida. Laskmi le guiñó el ojo. La cerveza le había cambiado un poco el humor y podía bromear con Pitt. Éste sonrió y se alejó hacia un hombre alto que llevaba un sombrero viejo y sucio, el escaso pelo que le salía del sombrero en forma de greñas era de un color grisáceo, en la cara tenía una cicatriz que le dividía el rostro en dos parte desiguales. Laskmi no podía ver mucho más desde su posición pero les observaba en la distancia. Habían pasado ya quince minutos y seguían hablando. La cerveza había desaparecido del vaso y a Laskmi no le quedó más remedio que ir a evacuarla al baño. Cuando regresó, Pitt ya no estaba allí y el camarero le dio una nota: Laskmi no te muevas de aquí, en una hora vengo a por ti. Es muy peligroso. Para Laskmi era impensable quedarse quieta a la espera, así que cogió su bolso y salió a investigar por su cuenta. Ya en el callejón escuchó a gente discu-
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tir. Puso el oído a ver si captaba algo más y oyó algo así como que en cuarenta y ocho horas empezaba la misión sí o sí, que eran órdenes del jefe. Pudo ver cómo eran tres las personas que estaban discutiendo, dos hombres altos y delgados, uno moreno y otro castaño y un tercer hombre un poco más bajito y regordete que era el que más voces pegaba. Laskmi decidió usar sus dotes de mujer y atraer al más incauto de todos ellos. Y como no podía ser de otra forma, en cuanto se dejó ver en el callejón y simuló que se había torcido el pie, el más bajito de los hombres se acercó a ella. Laskmi no se lo pensó dos veces, le agarro con fuerza y le empujó fuera de la vista de los otros dos. De un salto se puso encima de él y le amenazó con estrangularle si no le decía todo lo que sabía. El señor, que resultó ser el dueño del garito, confesó como un ruin a la primera de cambio. - Yo sólo sé que quieren reclutar mujeres, quieren reclutar mujeres, no sé nada más. Lloriqueando como una niña pequeña le dejó tumbado en el callejón. Iba a volver al bar donde la recogería Pitt cuando pensó “no puedo dejar testigos de momento”. Se volvió y disparó con su pistola Épsilon al señor, que seguía llorando. Una vez recibido el disparo, dejó de llorar, puesto que ya no sabía por qué lo hacía, no recordaría nada en mucho tiempo. Cuando Laskmi entró de nuevo al local, Pitt la estaba esperando. - ¿Dónde te has metido? Te dije que no te movieras de aquí. - Perdona Pitt, ¿has podido averiguar
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algo? - No, pero le he robado un sobre que parece importante. Vámonos de aquí lo antes posible y ya en mi casa lo abrimos. - Yo había pensado jugar una mano de póker, a mí no pueden convertirme y me gustaría ver quién se mueve por esos lares. - No es buena idea Laskmi, vámonos. Por primera vez en mucho tiempo, Laskmi no rechistó y acató las ordenes de, en ese momento, su compañero de misión. Por el camino Laskmi le contó a Pitt sus andanzas en el callejón y lo que había descubierto. Cuando llegaron a su casa y abrieron el sobre había una lista con 300 nombres de mujeres, su dirección, una descripción psicológica y una fotografía. Todas ellas jóvenes, guapas y muy inteligentes. Laskmi empezó a leer la lista cuando se encontró que en ella aparece su amiga Victoria, agente de la Organización de Seguridad para el Combate de lo Antinatural. Laskmi no se lo pensó, cogió su teléfono y marcó el número de su amiga. - ¿Victoria? - Hola Laskmi. - Perdona que te llame a estas horas. - No te preocupes, estoy de guardia con Manuel. ¿Qué tal todo? - Bien, tengo que avisarte de que estás en peligro. - ¿Yo? ¿Por qué? - Es muy largo de contar, ya que hay cosas de mí que no sabes. - Me estas intrigando. - Ya, sólo te diré una cosa, dile a Manuel que no se separe de ti hasta que vuelva a ponerme en contacto contigo. - Pero Laskmi, adelántame algo.
Galocha - NOSFER E.T. - Confía en mí. - Está bien. - ¿Conoces los Ghouls? - Sí, hace nada mi compañero Manuel ha sufrido el ataque de uno, pero había varios. - Pues sólo te diré que no están ahí por él, están ahí por ti. - ¿Cómo? Pero… - Cuídate Victoria, ahora no puedo seguir hablando. Una vez que su amiga estaba avisada tocaba pedirle explicaciones a Pitt sobre su extraño conocido. - ¿A quién le has quitado esa lista? - Al que en su día fue mi mejor amigo. - ¿En Phoebe? - Sí, antes de mi destierro. - ¿Y ahora que queda de esa amistad? - Nada. - ¿Y sospechará de ti cuando le falte la lista? - Seguramente, ya no estoy a salvo - Pero Pitt, ¿por qué...? - No te preocupes Laskmi, me he aferrado a este lugar pero es hora de seguir mi camino, cuando todo esto termine me marcharé. Un silencio incómodo inundó la sala. Silencio que rompió Laskmi diciendo: - Tengo que saber para qué quieren a esas mujeres, enseguida vuelvo. Pitt no había tenido tiempo de reaccionar cuando Laskmi ya había desaparecido. Laskmi se dirigía al callejón pensando que si había funcionado una vez, seguro que funcionaría una segunda. Estaba segura de que los dos tipos que acompañaban al desafortunado señor al que había dejado sin memoria le darían la información que necesitaba.
Por el camino pensaba que táctica usar, pero al final Laskmi lo hizo de la forma más valiente, sin rodeos, directa. Rodeó el callejón y subió a la azotea desde una calle paralela. Como si de la misma spiderwoman se tratara, fue saltando de balcón en balcón hasta dar un salto detrás del más alto de los hombres. Al sorprenderles, le dio tiempo a agarrarle por el cuello y apuntarle con la pistola. Tardó una milésima de segundo en desviar el cañón de su pistola y disparar al otro que estaba de pie, éste cayó desplomado en el suelo. - No te preocupes no está muerto aún. Sólo quiero que me digas la verdad -le dijo en un tono amenazante. - Vale -dijo el Nosferatus-, la verdad es que Darth Vader es el padre de Luke Skywalker. - ¿Ah, sí? Qué listillo, eso ya lo sabía. La otra verdad. En estos momentos fue cuando Laskmi sufrió uno de las situaciones más surrealistas de toda su vida. Como el más gay con más pluma que te puedas encontrar por Chueca, este Nosferatus gritó: - ¡No puedo más! Soy Nosfergay y me siento orgulloso de que el estilo y el glamour haya llegado a Phoebe, los Nosfer E.T. ya no quieren ser feos, quieren mejorar su estirpe, quieren ser guapos y estéticamente atractivos y para ello han hecho un estudio de planetas y países llegando a la conclusión de que las mujeres más guapas estaban todas en España. En un principio han elegido a las 300 mujeres más bellas del país y van a empezar a dirigir la operación en breve, ya muchas de ellas están siendo vigiladas y a la espera de la orden para ser capturadas. La idea es convertirlas
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antes del viaje y educarlas una vez hayan llegado a Phoebe. Laskmi que no salía de su asombro, intentaba asimilar lo que acababa de oír. Pensó rápido y decidió quitarse del medio antes de que la sorprendieran, por ello disparó al Nosfergay y se dio a la fuga. Una vez a salvo en la casa de Pitt, Laskmi no se podía creer que estuvieran sufriendo un ataque tan poderoso. Pitt estaba bastante enfadado con ella, pero pasó a la acción mucho más rápido de lo que Laskmi hubiera imaginado. - Acompáñame -le dijo. - ¿Dónde vamos Pitt? - A ver a Caín. - Pero, ¿tú sabes dónde está? - No hagas preguntas Laskmi. La única solución posible para que la misión no comenzara era derrotar a Caín, pero Laskmi no sabía ni por dónde empezar. Sabía que un Fall E.T era el mejor aliado en estos casos y ella tenía a Pitt, por lo que no empezaba de cero. - ¿De qué conoces a Caín? - No creo que este sea el momento de contarte esa larga historia. –Laskmi asintió con la cabeza. - Pero, ¿tendremos que pararle por las buenas o por las malas? - Aún no lo sé, prepárate para cualquier cosa. VI Pitt y Laskmi entraron en el zulo donde se jugaba al póker, Pitt le susurró una contraseña al oído al señor que custodiaba esa sala. Cuando se iban acercando a la mesa de la timba, Laskmi reconoció al señor del chiringuito de esa misma tarde. Estaba sentado y acababa de lanzar un all in.
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- Espérame aquí, Laskmi. -La mirada que Pitt le lanzó a Laskmi hizo que ésta, por enésima vez ese día, acatara sus órdenes. Medio minuto después vio como el señor mordía en el cuello a su oponente y de esa manera le entregaba la inmortalidad que había ganado en la partida. El nuevo nosferatus se marchaba del bar quejándose porque ese tipo de inmortalidad no es lo que él esperaba. - Estos humanos nunca están contentos con lo que tienen o consiguen, siempre quieren más y todo tiene su precio, ¿verdad Pitt? -dijo el señor del chiringuito. Pitt no respondió-. ¿Sabías que él lo dejó todo por una mujer? -Ahora también Laskmi enmudeció-. Bueno hermanito déjate de tanto misterio y dime qué quieres de mí. La cara de Laskmi era todo un poema. ¿Este señor era el hermano de Pitt? Laskmi no entendía nada, pero decidió hablar. - Perdone, estamos buscando a Caín así que no le molestamos más. - Bueno, bueno, hermanito, veo que tu nueva chica no sabe muchas cosas de ti. -Rió con risa malvada. Pitt miró a Laskmi. - Él es Caín –dijo Pitt. Laskmi no entró en estado de shock porque estaba muy preparada psicológicamente, pero se quedó muda por unos segundos. Después arrancó a decir: - Pitt, ¿podemos hablar a solas un momento? Caín reía con ganas y Pitt se adelantó a decir: - Ahora no Laskmi. Caín necesito que nos acompañes. Caín, que estaba disfrutando con la
Galocha - NOSFER E.T. situación y ajeno a lo que realmente querían, aceptó la invitación. Se trasladaron nuevamente al piso de Pitt, la noche empezaba a dejar paso al día y ambos apremiaron por llegar rápidos al piso. Laskmi, callada, pensaba cómo conseguir que Caín cayera. Era el hermano de Pitt y entonces no podía matarle sin más. ¿O sí? Hacía veinticuatro horas no sabía de su existencia pero había sido vital para su misión. - Caín –dijo Pitt. - Dime querido hermano -dijo Caín en tono irónico. - Tienes que ayudarme a matar a esta mujer. -A Laskmi se le aceleró el pulso y no entendía nada, pero algo le decía que en estos momentos nada era lo que parecía. - Claro, siempre me gusta cargarme alguna putita, además ella es guapa, podemos usarla para nuestra misión. - Pero tenemos que hacerlo a mi manera -dijo Pitt. - Vaya, vaya, hermanito, sí que has cambiado, espero impaciente tus ordenes. -Y volvió a reír como si le fuera la vida en ello. Media hora después Laskmi estaba atada y tumbada en la cama. Pitt le pidió a Caín que la hiciera suya, y éste accedió de buen agrado. Caín se acercó con la lengua fuera y lanzó un lametazo a Laskmi. Ésta, que al notar la saliva de Caín en su mejilla, entró en cólera. Se convulsionó sobre la cama como si de la misma niña del exorcista se tratara y empezó a gritar: - ¡Contigo no, bicho! ¡Contigo no! ¡Ahhhhh! ¡Bicho asqueroso! ¡Contigo no, bicho! Pitt cogió un poco de cinta y tapó la boca de Laskmi para que no siguiera
gritando porque si no alertaría a los vecinos. Estaba ya semidesnudo encima de la cama cuando empezó a olisquear el pelo de Laskmi . - Umm, ¡qué asco! Huele a limpio, aunque me tendré que ir acostumbrando. ¡Ja, ja, ja! -risa malvada. Fue esa última risa la que indicó a Pitt que ese era el momento oportuno. Sacó su pistola del 27 y disparó a la persiana. Laskmi, que estaba ya temiendo por su vida, vio como la persiana caía, dejando pasar el sol más radiante de la mañana. Miró a Caín a los ojos y vio como el rostro se le paralizaba en un rictus de horror y cómo su piel se iba transformando a un color gris ceniza para posteriormente deshacerse como tal. En unos pocos segundos que a Laskmi le parecieron horas, Caín estaba encima de ella en forma de ceniza. En ese momento Laskmi se desmayó y de la superheroína sólo quedaba la ina. Cuando ella recuperó el conocimiento estaba llena de cenizas, desatada y no había ni rastro de Pitt por ningún lado. Aunque pasó toda la mañana buscándole por Almuñécar no consiguió que nadie le diera una pista fiable.
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Descontrol por J. R. Plana Es un golpe sencillo. Un objetivo, un guardaespaldas y un chófer. Pan comido para cuatro hombres armados. El plan no es brillante, pero sí eficaz. El trabajo es de Charlie “Grasas”, el obeso y mafioso dueño de los tres talleres “Tuercas y grasas” de la ciudad. Él pone el dinero y nosotros el músculo. - Al, tengo un trabajo para ti –me dice al otro lado del teléfono-. Algo fácil, rápido y bien pagado. Sin mucha sangre. ¿Te interesa? - ¿Quién más viene? Un consejo: no vayas a una fiesta sin saber antes quiénes son los invitados. Si trabajas con chapuzas, al final la palmas. - Tres más. Uno es nuevo. - Charlie, no quiero payasos. - No me jodas, Al, yo nunca contrato payasos. Son tipos duros, buenos en esto. Ya sabes, basura como tú. –El cabrón suelta una risotada de perro-. Si te interesa dímelo ya, y si no te pueden ir dando por c… - Cállate ya, gordo. Cuenta conmigo. Se hace el silencio durante unos segundos. No le gusta que le llamen gordo. - Pásate por aquí esta tarde y te cuento. Será mañana. Y escucha, como vuelvas a llam... Colgué. A veces Charlie habla demasiado. Somos cuatro, cuatro y una furgo-
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Cuatro tipos duros, un trabajo en plena calle y algunas balas. Si sabes lo que te conviene, no te meterás de por medio. neta de mudanzas menores. Uno va al volante, manteniendo el motor en marcha. Dos fingimos descargar muebles. El tercero nos espera en la calle, solo y disfrazado de barrendero. El objetivo, una mujer de cuarenta y algo, rubia y esposa de algún tipo con dinero, entrará en escena a las 12 a.m. Según el informador, va en un mercedes de lunas tintadas, con un chófer y un gorila que le abrirá la puerta. Nosotros tenemos un margen de unos diez segundos, tiempo que tarda la tipa en recorrer el espacio que separa el borde de la acera con la peluquería de doscientos pavos el peinado. Es imprescindible ser rápidos y discretos, así nadie avisará a la policía antes de tiempo. Son las 11:53 y estamos todos en posición. Nigel barre sin ganas la acera. Le hemos elegido a él para el papel de barrendero porque da el pego, es el que menos pinta de peligroso tiene. El pobre diablo se está quedando calvo, pero sigue empeñado en mantener su coleta de siempre. Eso, junto con su nariz prominente, mandíbula inexistente y nuez enorme, le da un aspecto de lo más inofensivo. Siempre que le miro no puedo evitar pensar en lo mucho que le pega un saxo. El fulano que descarga la vieja cómoda conmigo se hace llamar Lopes. Parece hispano, de tez cetrina, pelo rapado y se cree el dueño del puto mundo, el cabrón es un chulo histérico de pelotas.
J. R. Plana - DESCONTROL Embutido en el mono azul parece un preso, y sonrío pensando en lo bien que le sienta. - ¿De qué huevos te ríes, mamón? – me suelta. - Tú a lo tuyo, capullo. Hace amago de soltar el mueble, pero el crepitar de la radio seguido de la voz de Norman a través del auricular lo detiene. - Tíos, estaos al curro. ¿Viene ya o no? Norman es un viejo conocido mío. Hemos estado juntos en varios trabajos. Fiable, preciso y con la sangre bien fría, muy bueno en lo suyo. Además mide casi dos metros de carne de gimnasio. Si estás en una pelea, créeme, agradecerás tener a Norman de tu parte. - Nada por aquí –oímos a Nigel-. Oh, espera… Me parece que sí. - Si lo sé pregunto antes… -responde Norman-. Venga gente, cada uno a lo suyo. Nigel comienza a barrer con más intensidad, vigilando de reojo al coche negro. Éste pone el intermitente a la derecha y se prepara para aparcar. La calle es ancha y de un solo sentido, con tres carriles y ningún espacio para estacionamiento. Por eso hemos traído la furgoneta, para bloquear la huída si la cosa sale mal. El vehículo frena y se para justo detrás de nosotros. Bien, eso es bueno. Lopes y yo enfilamos, con el mueble en vilo, hacia el portal cercano, acercándonos disimuladamente en al coche. El guardaespaldas no sospecha nada, y sale del asiento del copiloto para abrir la puerta a la mujer. Nigel barre de espaldas al coche y, haciéndose el despistado, empuja el carrito del barrendero hasta colocarlo pegado al culo del vehículo. La rubia,
que ya se está bajando, mira con rabia a Nigel, que sigue, aparentemente, en su mundo. El gorila, atento a todo, interpreta la mirada de su jefa, y se adelanta para pedir al barrendero que quite de en medio el cubo de basura. Nosotros, que estamos a dos pasos de él, bajamos el mueble al suelo simulando un descanso. Ya estamos los tres cerca, ya hemos ganado tiempo. Empieza el baile. Nigel se vuelve cuando el gorila le toca en el hombro. Éste señala el carrito y le dice, de malas formas, que lo aparte. Nigel pone cara de no entender y le pregunta por qué. La señora, que está de pie al lado del coche como si fuera tonta y necesitara ayuda para caminar, bufa con desagrado y niega con la cabeza, mirando hacia otro lado. El guardaespaldas mira con cara de mala leche a nuestro socio y da un paso hacia él. Nigel mantiene la compostura y espera a que el gorila se pegue a él, amenazante. Sin amedrentarse lo más mínimo, el falso barrendero se acerca aún más al hombre mientras saca, con un rápido movimiento, una pistola del bolsillo, y se la hunde al tipejo a la altura del hígado. Esa es nuestra señal. De dos zancadas nos plantamos al lado de la mujer y la agarramos cada uno de un brazo, empuñando con disimulo nuestras pistolas. - Sea buena y haga el favor, acompáñenos sin gritar –la digo-. Si no monta follón no pasará nada. El chófer se percata de lo que está ocurriendo y sale del vehículo con la cara blanca. Con mucha calma, para no llamar la atención de los transeúntes, le dejo ver la culata de la pistola y le hago un gesto con la cabeza para que se quede donde está. Él titubea un se-
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gundo y después obedece, quedándose quieto junto a la puerta del conductor. La situación está controlada. Nigel se ha separado un poco del guardaespaldas y finge charlar con él mientras le apunta por lo bajo con la pistola. Nosotros llevábamos a la mujer hacia la furgoneta apretando los cañones de las pistolas contra su cuerpo. El objetivo, un guardaespaldas y el chófer. Tres para cuatro. “Fácil y rápido”, dijo Charlie. Los cojones. Como por arte de magia y sin venir a cuento, un tiparraco grande como un armario, vestido de traje y con gafas de sol sale de la peluquería abriendo la puerta de un empujón. En la mano lleva una pistola de las grandes y la empuña con las dos manos al estilo “FBI, deténgase o abriré fuego”. Éste, en vez de eso, comienza a dar voces para que soltemos a la mujer, mientras nos apunta a Lopes y a mí. A continuación tiene lugar una escena que he visto cientos de veces en las películas pero que nunca creí posible en la vida real: todos comienzan a gritar. - ¡Las armas al suelo, las armas al suelo! –grita el tipo de las gafas de sol. - ¡Me cago en tu vida, suelta la jodida pipa o me cargo a la vieja! –vocifera Bob mientras agarra a la mujer por el cuello para usarla como escudo. - ¡Que me mata! ¡Que me mata! –grita ella. Eso es lo último inteligible que oigo, porque empiezan todos a gritarse unos a otros y la gente de la calle se da cuenta de la situación y empieza a correr y chillar como locos. Nigel grita, los dos guardaespaldas gritan y la señora habla en susurros porque Lopes la está ahogando mientras grita.
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Valoro la situación, tratando de encontrar salidas que no desemboquen en una masacre. Por el rabillo del ojo percibo que Norman se está bajando de la furgoneta con la pistola en la mano y mirando hacia mi izquierda. Un rápido movimiento al otro lado del mercedes y un chasquido hacen saltar mis alarmas. - ¡Cuidado! –grito, mientras me tiro al suelo. El conductor se asoma por encima del techo del vehículo y dispara una escopeta contra nosotros. Por fortuna me apuntaba a mí, así que los perdigones pasan rozando el costado derecho de Lopes, que pega un grito, aprieta aún más a la mujer y comienza a disparar contra el tipo de las gafas de sol. El caos se desata. Norman dispara al chófer, que se parapeta tras la puerta del coche y responde a perdigonazo limpio. El guardaespaldas de Nigel intenta arrebatarle la pistola con una llave, pero el barrendero es más rápido y aprieta el gatillo tres veces durante el forcejeo. El tipo de las gafas de sol, abrumado por la lluvia de balas y maldiciones que lanza Lopes como un poseso, entra en la peluquería y responde a través del cristal de la puerta. Yo por mi parte trato de ponerme a cubierto detrás del mueble que tan oportunamente hemos dejado ahí en medio. Lopes recula hacia la furgoneta. Sangra un poco por el costado y está histérico como una vieja a la que se le cuelan en la cola del super. Bueno, quizá no sea una buena comparación. El caso es que el capullo dispara sin apuntar contra el guardaespaldas de la peluquería, mientras arrastra como puede a la rubia, que se ha desmayado. Oigo disparos al otro lado del coche. Suena primero la pisto-
J. R. Plana - DESCONTROL la. ¡Blam, blam! Luego contesta la escopeta y su ronquera. ¡Pam! Chuik, chuik. ¡Pam! Y de nuevo otra vez la pistola. Miro a Nigel, que está agazapado detrás de los cubos de basura, y él me hace una señal hacia la peluquería y luego otra hacia la furgoneta. Quiere que le cubra para intentar llegar hasta aquí. Asiento, asomo la cabeza un poco, cuento tres y empiezo a disparar contra el local. Nigel aprieta a correr medio encogido, pero el de las gafas es más rápido. Veo como algo entra por el costado de Nigel y sale por el otro lado. Él se tambalea, lanza un grito y se desploma a un metro escaso de mí. - ¡Joder! –Abro fuego como un poseso contra la peluquería y me acerco a Nigel sin dejar de disparar-. ¡Vamos, colega, vamos! ¡Agárrate, ya casi está! Lopes se da cuenta de lo que ocurre y hace algo útil por primera vez en toda la mañana. Aún no ha llegado a la furgoneta, así que suelta a la mujer en la acera y dispara contra el de las gafas, que al verme en mitad de la calle desprotegido debe de haber empezado a salivar. Nigel se agarra como puede a mí y me lo llevo casi a rastras a la puerta trasera de la furgoneta. A Norman me lo encuentro apoyado en el capó del coche, disparando entre los cristales. Ha conseguido hacer retroceder al chófer, que busca cobertura detrás de un buzón. Dejo a Nigel en el suelo de la furgo y me giro para coger a la rubia. Lopes sigue disparando, parapetándose entre cargador y cargador detrás del mueble. La mujer está al lado, tirada en el suelo como si fuera una marioneta rota. La cargo como puedo y, sin levantarme mucho, la llevo hasta el vehículo, mientras oigo las balas del guardaespaldas
silbar a mí alrededor. - ¡Listo! ¡Vámonos, vámonos! –grito. Lopes, haciendo honor a su valentía, se sube corriendo el primero y cierra la puerta trasera. Yo me cago en su madre y el tipo de las gafas sonríe triunfal. Sin nadie que me cubra soy un blanco fácil. Norman se percata de la situación y, entre blasfemias, baja al suelo, cambia de posición y dispara contra el guardaespaldas. Los tiros son precisos y el tío cae al suelo apretando el gatillo. Ríete ahora, gilipollas. Mi alegría dura poco. Para matar al de las gafas Norman ha perdido ligeramente la cobertura del coche, y eso es todo lo que necesita el chófer. Abandona su escondite y corre hacia nosotros. La escopeta vomita tres disparos, tres disparos que llenan todo de metralla. Por suerte para mí, Norman estaba delante. Cae redondo, llenándolo todo de sangre. Yo me agacho y disparo hacia el chófer, que detiene la carrera y se parapeta donde puede. Miro a mi compañero. Su cara está descompuesta, llena de orificios y sangre negra. Le falta un ojo y parte de la mandíbula. Agarro su pistola y la uso para cubrir mi retirada. Vacío los cargadores mientras retrocedo hasta la puerta delantera de la furgoneta. El chófer dispara, pero no me alcanza. Entro en el vehículo y aprieto el acelerador. La furgoneta sale a toda velocidad y derrapando. Por el retrovisor veo como el conductor dispara una última vez y se gira hacia su coche. No sé lo que llega a hacer, pues giro en la siguiente calle y piso a fondo, esquivando el tráfico entre pitadas y frenazos. El plan era cambiar de vehículo un par
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de manzanas más al este, pero las cosas se han complicado y no hay tiempo para exquisiteces. Nigel está sudando y pálido como un muerto, Lopes sigue histérico perdido, Norman ha muerto con la cabeza reventada y el objetivo sigue inconsciente y manchada de sangre en el suelo de la furgoneta. El punto de entrega es un taller del “Grasas” ubicado a las afueras. En diez minutos hemos llegado, y nos encontramos con su hijo Freddie esperando en la puerta. - Habéis tardado –nos dice con su voz de bobalicón. El idiota de Freddie es físicamente clavado a su padre. Es decir, gordo y con mucho pelo, además de ir vestido prácticamente igual, con chaleco lleno de herramientas incluido. Sólo les diferencian dos pequeños detalles. El primero es que Freddie mide casi dos metros cuando su padre no llega al metro setenta. Y el segundo es que Charlie “Grasas” es un tío listo y Freddie es más gilipollas que las tuercas. - No te quedes ahí parado y ayúdame –le digo. Abrimos las puertas traseras y Freddie los mira a todos uno por uno. - ¿Y Norman? –pregunta. - Le han matado –respondo. - ¿Qué ha pasado? - Que alguien no supo contar bien. Cógela –le digo señalando a la mujer. La respuesta parece convencerle, porque no dice nada más. Agarra a la mujer por la cintura y la iza como si fuera un saco de algodón. Yo agarro a Nigel y a Lopes y les ayudo a llegar hasta el taller. Dentro nos espera Charlie. Está en el despacho, sentado en su silla de jefe mientras se fuma un puro.
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- ¿Qué coño ha pasado? ¿Por qué llegáis tan tarde? –También nos mira uno por uno, como si nos contara-. ¿Y Norman? - Muerto –contesta su hijo. Mira a su hijo se da cuenta de lo que lleva a hombros. Abre mucho los ojos y pierde un poco de color. - ¿Está muerta? –dice con un hilo de voz. - No –contesto-. Se ha desmayado. Este imbécil apretó demasiado. Lopes no se da por aludido, pues está muy ocupado en dejarse caer al suelo entre alaridos. A Nigel lo dejo con cuidado en una silla. No dice absolutamente nada y respira con dificultad. - Joder, grita como un gorrino –dice Charlie-. Freddie, siéntala y llévate la furgoneta a la parte de atrás. Que nadie te vea. El grandullón suelta a la mujer y sale de nuevo. Por el camino se sube un poco los pantalones, que con tanto movimiento había bajado más de la cuenta. - Hay que atender a Nigel. Le han atravesado de un balazo. - Joder –repite Charlie, mientras se acerca para inspeccionar la herida-. ¿Qué ha pasado? - Que no eran tres, eran cuatro –le explico-. Había otro tipo esperando. Charlie me mira extrañado. Oigo que Lopes se revuelve. Le miro y veo que está tratando de levantarse. - Eres un mamón, hijo de mala madre–le suelta a Charlie-. Pendejo, tú sabías quién era ésta y no nos lo dijiste. ¡Nos has chingado! ¿Crees que somos idiotas o qué? Miro a Charlie con el ceño fruncido. - ¿De qué está hablando? –pregunto. - De esta tipa, tío. De esta jodida tipa.
J. R. Plana - DESCONTROL ¿Sabes quién es? ¡Es la puta de Rafael Verlotti! El tal Rafael es un tipo poderoso. Tiene mucha pasta, gente peligrosa en nómina y está metido en asuntos muy turbios. No es de extrañar que tenga a su chica protegida por tíos con escopetas. - ¿Nos has mandado a secuestrar a la chica de Verlotti? ¿Y armados con pistolas? –le digo a Charlie-. ¿Estás loco? ¡Podían habernos reventado! - Tranquilazos chicos, por favor. – Gesticula con las manos para que nos calmemos-. Alguien me dijo que hoy sólo irían dos con ella y no os dije nada para que no os asustarais… - ¡Asustarnos no, joder! ¡Se trata de ir precavidos! –le grito-. Norman ha muerto, ¿entiendes? Si lo hubiéramos sabido se habría hecho de otra manera. Si no conociera a Charlie casi podría decir que se siente culpable. - Siento lo de Norman, era un buen tipo… - No sientas tanto, pingajo. Me han pegado un tiro por tu culpa y ahora lo vas a pagar. Esta tía costará un buen rescate, así que yo quiero la mitad. - ¿Estás gilipollas? –brama Charlie. Los temas de dinero nunca se pueden tratar con él-. Te daré el dinero acordado y te largarás cagando leches, el rescate que se pida a Verlotti no es asunto tuyo. Lopes echa mano de la pipa y apunta a Charlie. - Me darás lo que te pida o te vuelo la cabeza. Lo malo de Charlie es que es muy rápido para lo gordo que está. Antes de que Lopes pueda disparar, Charlie le ha puesto otra pistola en la sien. - Hazlo si tienes huevos, pedazo de
mierda –reta a Lopes. - Bajad las armas. –No se me da bien hacer de mediador, pero hoy no me apetece ver más cabezas abiertas-. Bajad las armas y vamos a… Se oyen tres detonaciones y el cristal de la oficina estalla en mil pedazos. La cabeza de Lopes estalla y Charlie cae al suelo con el pecho abierto. De la pared de mi izquierda saltan pedazos y yo me tiro cuerpo a tierra completamente desorientado. Se oyen más detonaciones, y más trozos de pared se separan del muro. Nigel hace un esfuerzo y se tira a mi lado como puede. - ¿Qué pasa? –dice entre quejidos. - Creo que nos están disparando. Los disparos siguen destrozando el mobiliario. Echo mano de mi pistola y me arrastro hasta pegarme a la pared de la puerta. Asomo el ojo con cuidado y veo que al otro lado está el chófer de la señora Verlotti. Nos ha debido seguir y se ha traído con él a su amiga la escopeta. - Os voy a matar a todos, hijos de puta. –Y para reforzar sus argumentos dispara dos veces. Saco la mano por encima, aprieto el gatillo varias veces y la vuelvo a esconder. El conductor responde, aproximando peligrosamente. Trato de pensar algo, pero no se me ocurre nada, nos tiene atrapados en la estrecha oficina del taller, él tiene una escopeta y munición y yo tres pistolas sin más cargadores que los que llevan. Nigel está medio grogui, con la mirada somnolienta fija en el techo. Madame Verlotti sigue inconsciente, sentada encima de la silla. Por suerte para ella, su conductor ha apuntado al otro lado. El chófer ha dejado de disparar, así
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que me asomo otra vez y veo que está recargando la escopeta escondido detrás de unas cajas. Me levanto y disparo contra él, con la esperanza de matarle o, al menos, hacerle retroceder. Él se agazapa más y recula hacia las sombras, fuera de mi ángulo de visión. Disparo las últimas balas y recojo la pistola de Lopes. El taller ha quedado en silencio, ya no se oye el sonido de los cartuchos entrando en la escopeta. Presto atención, con todos los nervios en tensión y listo para disparar en cuanto vea una sombra. Entonces se oye un fuerte golpe y la figura del chófer sale volando de entre las cajas para aterrizar en el centro del taller. La escena me resulta lo suficientemente rara como para inhibir el impulso de disparar nada más verle. En lugar de eso, me quedo mirando boquiabierto como Freddie aparece corriendo entre las cajas con un martillo en la mano. Es como ver a un hipopótamo a la carga. El chófer consigue ponerse de pie antes de que Freddie llegue. Éste corre con el martillo en alto y cuando llega hasta él descarga un fuerte golpe a su cabeza. El conductor lo deja pasar en el último momento, apartándose hacia el costado de Freddie y agarrándole el brazo. El hombre continúa moviéndose en círculo mientras sujeta el brazo, aprovechando la inercia de Freddie y haciéndole perder el equilibrio. El grandullón se estrella de bocas contra el suelo. Antes de que haga nada más, disparo contra la espalda del chófer. La bala entra por su hombro izquierdo, y eso basta para que Freddie se recupere y se levante embistiendo. El conductor se tropieza pero no cae. Mantiene la postura echando una pierna hacia atrás mientras Freddie se
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recompone y alza el martillo por encima de su cabeza. Antes de que descargue el golpe letal, el chófer bloquea el brazo del grandullón a la altura del codo y agarra un destornillador de los que Freddie lleva en el chaleco con la otra mano. Sin darle tiempo a reaccionar, el chófer le hunde la herramienta en el ojo. Freddie grita horrorizado y sin atreverse a tocar el destornillador. El chófer ruge victorioso y se echa hacia atrás, a la espera de que Freddie se derrumbe. Éste le mira con su ojo bueno y, sin tambalearse, quejarse o mediar palabra, hunde el martillo en la cabeza del conductor con un golpe rápido. El crujido del hueso roto se oye en todo el taller, el hombre se desploma inerte. Freddie mira el cuerpo y después cae redondo. Nigel gime y yo me giro para ver cómo está. Ha perdido mucha sangre y tiene el mismo color que la pared. Me inclino sobre él. - Ey, Nigel, no te duermas, aguanta. Esto ya ha acabado, voy a ponerte algo y nos largamos de aquí. Se oye una percusión. Noto presión y como se me revienta algo en las tripas, y veo que a Nigel se le abre un agujero en el cuello. No siento dolor, al menos no ahora, y miro atontado como mi sangre empieza a manchar el mono y el suelo. Miro hacia atrás y veo a la rubia señora Verlotti, que está de pie y apuntándome con la pistola de Charlie. - Te has despertado. –La tripa me empieza a arder y la visión se me oscurece por los lados-. Que hija de… Alzo la pistola y aprieto. La bala le da en la cara y la tira de espaldas, pero la rubia dispara dos veces antes de caer. Yo me desplomo hacia atrás, sin fuerzas. Noto el sabor de la sangre en la boca
J. R. Plana - DESCONTROL y ahora sí que duele. Noto el cuerpo de Nigel a mi espalda. Pobre desgraciado, mejor que se hubiera dedicado a tocar el saxofón. Me miro el pecho. Tengo dos orificios de entrada y uno de salida. La cosa pinta mal. La habitación comienza a dar vueltas
y todo se oscurece. Mientras la vida se me escapa por los agujeros, no puedo evitar pensar en cómo Lopes ha perdido los nervios y la ha cagado. Puto capullo aficionado. Ya lo decía yo, si trabajas con chapuzas al final la palmas.
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Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - III
El pergamino de Isamu - III La caravana al mando del samurái Atsuo sigue su viaje hacia Edo. Tras sobrevivir a más de un ataque, ahora cuentan con refuerzos para cumplir su misión, pero, ¿serán suficientes contra las amenazas que plantea el camino?
por Ramón Plana
V Las dos sombras se le echaron encima buscando un golpe definitivo. Atsuo desvió los golpes, luego se desplazó cruzando entre los dos ninjas y cambió la guardia. En el momento en que intentaron rodearle ofreció su costado a la sombra de la izquierda, y cuando percibió que llegaba el golpe cruzó la katana en su espalda para detenerlo, luego se estiró en una estocada de puño con la mano izquierda y atravesó el pecho de su contrincante con el ninjato. El ataque del otro ninja lo frenó con un golpe de la katana a la cabeza, seguido de un tajo horizontal de revés con el ninjato. El ninja cayó de rodillas, se mantuvo un momento quieto y luego se desplomó de cara al suelo. Una vez eliminados sus atacantes, Atsuo se giró un poco y lanzó el ninjato a la sombra que luchaba con Chinatsu. El perro tenía una pata delantera enredada y se retorcía intentando hacer presa. Cuando el ninjato se clavó en la sombra, pudo soltarse y saltar al cuello de su oponente. Atsuo se volvió hacia Kaito. El ninja intercambiaba golpes con sus dos sombras, una de ellas llevaba un emblema en la espalda indicando que era un miembro destacado del clan. Kaito detuvo un golpe a la cabeza y rodó ganando la espalda a la sombra de su
izquierda, y nada más pasarle lanzó un tajo circular y le seccionó el tendón de Aquiles. La sombra cayó, cogiéndose la pierna, sin un quejido. La sombra del emblema le atacó con furia homicida, le debía haber reconocido y quería matarle aunque fuera a cambio de su propia vida. Kaito frenó el ataque parando los golpes, luego los dos tomaron distancia y empezaron a girar, midiéndose. La sombra herida en el tendón intentaba acercarse a Kaito y sorprenderle con un golpe de su espada. Kaito saltó hacia él como un gato y lo degolló, para después volverse a encarar con la segunda sombra. Ésta, soltando un grito de rabia, se abalanzó sobre él golpeando con furia demente. Kaito lo esperó, paró los furibundos golpes, extrajo de la funda su wakizashi con la izquierda y se lo clavó en el vientre. La sombra del emblema se detuvo en seco, se agarró a los hombros de Kaito y lo atrajo hacia él como si quisiera taladrarlo con la mirada. Kaito soltó el ninjato, cogió el wakizashi con ambas manos y lo movió lentamente, de izquierda a derecha, abriendo el vientre de su enemigo. Luego puso el pie en su estómago y lo empujó con fuerza arrojándolo al suelo. Después se acercó a él, recuperó el wakizashi, lo limpió en las ropas del caído, recogió el ninjato, y con un hábil movimiento enfundó las dos armas.
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Atsuo le miró sorprendido por la lentitud con que mató a la sombra del emblema. Kaito se volvió hacia él. - Eran ninjas del clan Gensai –dijo, y sonrió–. Acabo de matar a uno de sus líderes. Tenía una deuda pendiente con él que ya ha sido saldada. - Deben de estar incendiando el campamento, se ve mucho resplandor – apuntó Atsuo. - Sí, iré a reunirme con mis hombres y les atacaré desde el bosque. Allí le veré, Atsuo-san. Y desapareció en la oscuridad. Atsuo envainó la katana y, acompañado del perro, echó a correr entre los árboles hacia el campamento, guiándose por el resplandor. Le llevó unos momentos recorrer el trayecto. Luego se asomó entre los árboles y miró. Se combatía en varios grupos y sin cuartel. El objetivo del ataque seguía siendo Yoko, a su alrededor muchos cuerpos caídos hablaban de la dureza del combate. El campamento estaba cubierto de flechas por todas partes, y había varias zonas quemadas. Los caballos se habían dispersado y dos palanquines ardían. Los heridos estaban agrupados, defendidos por unos cuantos samuráis y los alabarderos, dirigidos por Benkei. El médico se multiplicaba: un rato con los ungüentos y otro con la katana. De momento sólo los acosaban, ya que el grueso de la horda ninja estaba atacando al grupo central. En él, los samuráis, dirigidos por Matsushiro, rodeaban a la señora Yoko defendiéndola con fiereza. Con ellos estaban Fujio y Saburo, y un poco más allá Nobu, Michico y Aiko cubriendo la parte más cercana al bosque por si había que utilizarla como vía de escape.
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Les acompañaba Chiharu, la perra Akita Inu que no se separaba de la niña. En ese momento, Chinatsu, el perro macho, entró en el combate como un meteoro, sembrando la confusión. Mordió a un ninja y derribó a otro para finalmente llegar hasta Yoko. Allí se quedó, protegiéndola con su enorme cuerpo, el pelo erizado y los colmillos al aire. A poca distancia de Atsuo, en un alto del terreno, un líder de la casa Gensai dirigía el ataque. Se mantenía a una distancia prudente del combate, y estaba apoyado por dos ninjas que transmitían sus órdenes al resto de los atacantes siguiendo un código de señales mediante banderines. Los tres llevaban en la espalda el emblema de la casa Gensai indicando que eran personas destacadas en el clan. El fino oído de Atsuo le permitió escuchar las instrucciones que les daba a los dos hombres que le acompañaban: uno de los grupos debía rodear a los samuráis de Matsushiro para cogerlos entre dos frentes; simultáneamente, los mercenarios debían atacar en oleada y, aprovechando su número, debían barrer los pequeños grupos de resistencia y atacar al grupo central desde el bosque. Atsuo no esperó a oír más y avanzó decidido hacia ellos. Pensó que la mejor manera de defender a Yoko era terminar con la dirección del ataque, y una vez que estuvieran sin líder tendrían alguna posibilidad de derrotarlos. Uno de los dos ninjas miró atrás para pedir instrucciones y le vio venir. Dio un grito de aviso y salió a su encuentro. Fueron derechos uno contra otro. A unos pasos de distancia el ninja le arrojó dos shakken en rápida sucesión. Atsuo
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - III los esquivó lanzándose a rodar en diagonal y saliéndose de la línea de ataque, ganó la espalda a su enemigo, se incorporó aprovechando la inercia y desenvainando lanzó un tajo horizontal a su derecha. El ninja lo bloqueó cruzando el ninjato en su espalda y acto seguido lanzó un golpe cruzado de arriba abajo buscando la base del cuello. Atsuo se agachó iniciando un barrido, el golpe le paso por encima y su barrido cogió al ninja por sorpresa, derribándolo al suelo. Antes de que pudiese reaccionar le clavó la katana de puño en el costado derecho. Un giró de muñeca y un golpe seco en la empuñadura bastó para hacer que la estocada fuera mortal. Recuperó la katana, se incorporó y continuó caminando hacia ellos. Sin prisa. El segundo ninja apartó a su jefe con suavidad y se enfrentó a él, cerrándole el paso. Lentamente desenvainó el ninjato, lo giró sobre la muñeca con un golpe rápido, mientras la mano izquierda subía despacio a coger la empuñadura por debajo. Mirándolo a los ojos fijamente, desplazó el ninjato colocándolo a la altura del hombro derecho. El pie izquierdo adelantado. La respiración lenta. - ¿Quién es el cobarde que os envía? –inquirió Atsuo. Su katana permanecía abatida en la mano derecha, apuntando al suelo, se giró un poco a su izquierda para tener una visión clara de los dos. El ninja se rió. - Lo sabrás dentro de un momento, cuando te atraviese el pecho y te corte la cabeza. Entonces el mundo no tendrá secretos para ti. –Se volvió a medias hacia el lugar donde se desarrollaba el combate y dio un largo silbido seguido de dos cortos.
Dos ninjas se separaron del grupo al oír la llamada de su compañero y se dirigieron hacia ellos. Fujio también miró hacia donde estaban, vio a Atsuo, llamó la atención de Nobu y Michico y los jóvenes se hicieron cargo de la situación. Atsuo pudo ver como Nobu se escabullía y daba un rodeo corriendo para acercarse. Viendo venir a sus compañeros el ninja sonriente se sintió más seguro, así que se lanzó al ataque con un tajo vertical. Atsuo esquivó el golpe fácilmente y puso la punta de la katana a la altura de su pecho haciéndole retroceder a toda prisa. El ninja tomó de nuevo la distancia adecuada y volvió al ataque lanzando en rápida sucesión tres golpes laterales, una estocada y un tajo final a la altura de la cintura. Atsuo paró los golpes con firmeza y aprovechó la estocada para resbalar la hoja de su katana, entrar en la guardia de su enemigo y, empujando el extremo de la hoja con la palma izquierda, propinar un tajo en corto a la garganta con la punta de la katana. El ninja sonriente soltó el arma y se llevó las manos a la herida intentando contener la sangre. Cayó de rodillas y se desplomó en el suelo. Atsuo se volvió hacia el que dirigía el ataque, sacudió la katana con un golpe de muñeca para limpiarla de sangre y avanzó con decisión. Los dos ninjas del campamento llegaron en auxilio de su jefe. El más cercano lanzó dos shakken que fueron desviados en el aire por sendos golpes de la katana de Atsuo, y luego lanzó su ninjato que también fue interceptado con otro golpe. El ninja recogió del suelo el ninjato de su compañero muerto y ata-
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có golpeando con rabia. Lado izquierdo, lado derecho, estocada baja, golpe derecho con giro, patada lateral, barrido contrario, estocada al cuello. El otro ninja se preparaba para atacar a Atsuo rodeándolo, cuando llegó Nobu. Mientras, en el campamento continuaba la lucha encarnizadamente. El grupo de Matsushiro rompió el cerco y pudo reunirse con el grupo de Benkei, haciéndose más fuertes. El desconcierto por la falta de órdenes empezó a cundir entre los ninjas de Gensai. Los mercenarios intentaron rodear al grupo por su cuenta para atacar desde el bosque y se encontraron con el ataque de los ninjas de Kaito a su espalda. El temor a verse entre los dos grupos fue el detonante del fracaso. Los mercenarios se dispersaron en desbandada, sólo hacía unas horas de la derrota que les infligió el clan de Hirotoshi y no querían debilitar su banda perdiendo más hombres. Los ninjas se encontraron solos y sin dirección en el ataque. Matsushiro reagrupó a sus hombres y los lanzó contra ellos, mientras los hombres de Kaito entraban desde el bosque y les atacaban por el flanco derecho. La lucha tomó otro derrotero y los hombres del clan Gensai tuvieron que luchar por su vida. En el alto, Nobu atacó al ninja más próximo cuando intentaba rodear a Atsuo. Como llevaba una naginata, la ventaja era suya en la larga distancia, y el golpe que le propinó, después de hacer un molinete, derribó al ninja cuando lo detuvo en última instancia con su ninjato. De una estocada a dos manos acabó con él. Luego se enfrentó con el otro ninja. Éste, cuando le vio venir, intentó acortar la distancia para que su ninjato fuera más eficaz. Se lanzó rodando en
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la línea del ataque para entrar en la distancia de un brazo y golpear en corto con su arma, pero Nobu, utilizando la naginata como una pértiga, saltó y le golpeó con los dos pies en la cara derribándolo. Un rápido molinete para coger inercia y un golpe fueron bastante para terminar el combate. En el claro todo había terminado, y el grito de victoria del clan Hirotoshi volvió a resonar en el bosque mientras Atsuo se dirigía hacia el jefe andando con calma. El ninja, desesperado, miró a su alrededor y recogió algo del suelo. Atsuo reconoció el fardo que envolvía la katana de Takeshi. - Me gustaría conocer tu nombre antes de matarte –dijo el ninja mientras deshacía el fardo para sacar la espada y ponérsela al cinto–. Tengo que reconocer que me has incordiado bastante esta noche, pero ahora tendrás tu merecido. Atsuo miró a su alrededor, seleccionó un largo y nudoso palo y lo cogió con la mano izquierda. El ninja soltó una carcajada. - ¿Pretendes matarme con un palo? ¿No sabes quién soy? –preguntó. Mientras, su mano derecha disimuladamente tomaba algo de su cinturón y el pulgar de la izquierda empujaba la guarda de la katana hacia afuera, preparándola-. Me llamo Gensai Ebizo ¿No te dice nada mi nombre? - Sí, claro. Me dice que eres un canalla y un cobarde, que no eres capaz de resolver tus problemas como un guerrero, y necesitas atacar a las mujeres acompañado de mercenarios para sentirte un poco hombre. Además eres un ladrón, ya que coges lo que no es tuyo. - ¿Cómo te atreves a hablarme así?
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - III ¿Qué sabes tú de los intereses del estado? ¡Y me llamas ladrón! Yo me encargaré de castigar tu lengua. Te he dicho mi nombre… ¿Cuál es el tuyo? - Me llamo Gonnosuke Atsuo. –Y envainó la katana quedándose con el palo en la mano. - ¡El preceptor! –exclamó con sorpresa–, nunca lo hubiese pensado. Pero de nada te servirán aquí tus libros ni tus conocimientos. ¡Puedes darte por muerto! Lanzó un puñado de polvos a la cara de Atsuo y desenvainó la katana enviando una estocada profunda desde la cintura, intentando atravesarlo por sorpresa. Atsuo saltó hacia atrás y se ladeó a su izquierda saliendo de la trayectoria de los polvos y de la estocada. - ¡Lo ves! Ya te lo dije… Eres un cobarde. Ebizo dio un rugido y atacó con furia lanzando tajos a la cabeza y a los hombros. Atsuo esperaba que la katana iniciara el descenso y golpeaba en el lateral con el palo, lo justo para desviarla. Después de cinco golpes fallidos, el ninja intentó calmarse, adoptó una posición de guardia y serenó su respiración. Luego estudió la defensa de Atsuo intentando encontrar un punto para golpear. Atacaría con un amago de estocada para provocar que intentara cubrirse con el palo, luego se lanzaría sobre él para descargar un golpe en su brazo armado, con la inercia del ataque le ganaría la espalda y, después, con un golpe circular acabaría el combate. Había practicado ese golpe de kendo desde su juventud y lo ejecutaba a la perfección. No tendría piedad de él, era como si ya estuviese muerto. Su pie derecho estaba adelantado.
Con un suave movimiento circular lo atrasó, a la vez que subía la katana y la ponía horizontal con la empuñadura al lado de su oreja derecha. Quedó apoyada en su brazo izquierdo con el filo hacia arriba y apuntando hacia el preceptor. Éste le miraba sosteniendo el palo con las dos manos, los brazos relajados y el extremo del palo hacia el suelo, a su derecha. El ninja amagó la estocada, el preceptor retrocedió un paso y la katana describió un pequeño círculo para golpearle en los antebrazos. Ebizo sonreía pensando en la sorpresa que se llevaría el preceptor. Contra una katana no servían de nada ni los libros ni los palos. Y así murió. Sonriendo y feliz al pensar que Atsuo no se esperaba el ataque. Pero Atsuo si lo esperaba, y después del amago, mientras la katana subía para dar el pequeño giro que crearía la inercia para descargar el golpe, lanzó una estocada profunda con el palo por debajo de los brazos que sujetaban la katana al entrecejo del ninja. El hueso crujió, la sangre apareció por la nariz y por las cuencas de los ojos. El cuerpo de Ebizo cayó al suelo. Atsuo tiró el palo y se aproximó al cadáver, recuperó la katana de Takeshi, la envolvió en el fardo y se la puso en la espalda. Luego se volvió hacia Nobu, que le miraba con respeto y sorpresa. Juntos fueron hacia el campamento mientras amanecía. VI En Edo también amanecía. La brisa del mar cargaba de humedad el ambiente aumentando la sensación de calor. En los campos cercanos a la población ya se trabajaba desde hacía rato, y el mar
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se veía cuajado de pequeños barcos de pesca. La actividad era constante en la ciudad, sede del gobierno militar. Un hombre caminaba agitado acompañado por dos sirvientes, por sus ropas podía ser un comerciante. Su rostro, de facciones bastas, no inspiraba confianza. Sus ojos pequeños y su mandíbula cuadrada le daban aspecto de dureza y mal genio. Iba deprisa por una de las calles principales que atravesaba Edo de este a oeste, hacia una finca grande situada casi al final. Cuando el hombre se aproximó a la puerta, dos alabarderos le detuvieron para identificarle. Luego mandaron aviso a su señor. Al poco tiempo un sirviente vino desde la casa principal para invitarle a pasar. Su amo, el señor Takayama Kaoru, le estaba esperando en el pabellón de tiro con arco. Si quería acompañarle, le indicaría el camino muy gustoso. Dejando a sus dos hombres en la puerta sentados a la sombra de un árbol, el comerciante acompañó al sirviente. Un pequeño sendero en cuesta llevaba a la casa principal. En ella estaban las habitaciones para recibir a las visitas, y la sala en donde se reunía el consejo. Detrás, un patio al que daban las habitaciones de la familia de daimio y las distintas salas de guardia. A la izquierda de la casa estaban las dependencias en donde residían los samuráis con sus familias, y las habitaciones de los samuráis solteros; a la derecha los comedores, cocinas y salas para el esparcimiento del consejo. Detrás las caballerizas y las dependencias de los alabarderos y del servicio. Alrededor de la finca una muralla de trazado irregular, con torretas en cada
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esquina, velaba por la seguridad del clan. En la esquina noreste estaban los dojos para los entrenamientos diarios y el pabellón para el tiro con arco. Para llegar a él había que atravesar un jardín en donde murmuraba un pequeño manantial, acompañado de arena, guijarros, arbustos, aves y algunos árboles; el conjunto era altamente vistoso y producía una agradable mezcla de olores y sonidos. Los mejores efectos se producía con los cambios de la luz del sol, a lo largo del día. El comerciante y su guía ascendían por el sendero hacia la casa principal. A medio camino se cruzaba un sendero empedrado con guijarros que se desviaba hacia el noreste. Al final del mismo se podían ver el jardín, los dojos y el pabellón. Era este último una sala con piso de madera pulida, cubierta por una techumbre de tejas y con paneles para cortar el viento. En la entrada dos escalones y un tatami, con arcos colocados en un armero, unos estantes conteniendo haces de flechas y un cajón con guantes y protecciones para los dedos. En su extremo más alejado se podía ver un muñeco de esparto simulando una figura humana colgando de una cuerda, y a su lado varias dianas circulares de distintos tamaños colgadas a diferentes alturas. En el tatami, vestido con elegantes ropas que indicaban su puesto privilegiado cerca del shogun, Takayama Kaoru elegía un arco con detenimiento. En la mano derecha lucía un guante de piel de venado para proteger los dedos pulgar, corazón e índice, iba ceñido a la muñeca por una tira de piel de color morado, indicando el nivel de maestría
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - III de su portador. A su lado, ligeramente retrasados, dos samuráis le miraban y se mantenían expectantes. Mientras su acompañante se retiraba en silencio, el comerciante se quedó en la puerta esperando que le invitaran a pasar. Su vista resbaló por el pasillo y comprobó, con sorpresa, que había un hombre atado en el muñeco de esparto. Por sus ropas dedujo que se trataba de un sirviente. Kaoru terminó por escoger uno de los arcos del extremo, era una pieza sólida, ligeramente desgastado y adornado con motivos dorados en toda su longitud. Comprobó su equilibrio y probó la tensión de la cuerda. Asintió satisfecho. Luego se aproximó a los estantes de madera que contenían las flechas, y seleccionó cinco de punta fina y una de punta aserrada. Caminó despacio hasta la zona de lanzamiento y, una vez allí, clavó en un cajón de arena las seis flechas. Se ahuecó la ropa para sacar el brazo izquierdo y sujetar el arco con comodidad, cogió la primera flecha, miró al muñeco de esparto y ranuró. Tensó el arco con la inspiración sujetando la cuerda con el pulgar. Mantuvo la respiración y la postura unos segundos, y soltó. Repitió el movimiento con tres flechas de punta fina en rápida sucesión, y tres dianas las recibieron en sus centros respectivos. El hombre atado al muñeco de esparto lo miraba con los ojos desorbitados, de su boca amordazada salía un lamento continuo mientras el sudor le pegaba el pelo a la frente. Al volverse Kaoru para seleccionar nuevas flechas, vio al visitante y se detuvo un momento mirándolo fijamente. Luego seleccionó dos flechas de punta
aserrada y dos de punta ovalada, y se giró de nuevo hacia el muñeco de esparto. - ¡Dejadnos solos! – indicó a sus samuráis. Los dos se inclinaron respetuosamente y salieron fuera del pabellón quedándose a una distancia prudencial. - Arata, has tardado mucho en venir a informarme –dijo con tono severo. - Lo siento Kaoru-san, pero la operación se complicó y no pude dejar el bosque. El señor del clan Takayama ranuró de nuevo el arco, esta vez con una flecha de punta ovalada. - Verás Arata, cuando te mando a realizar alguna acción, espero que seas eficaz en resolverla y diligente en informarme. Si fallas en una de las dos cosas, es como si esta flecha no fuera a donde yo la dirijo, y no hiciera el daño que yo pretendo. –Tensó el arco y soltó. La flecha se clavó en el hombro izquierdo del sirviente. A pesar de la mordaza, el gruñido lastimero del hombre sobresaltó al comerciante. No le gustaba que Kaoru le llamara la atención. Tampoco pensaba que fuera prudente que el jefe del clan se enemistara con él, llevaba mucho tiempo sirviéndole y realizando el trabajo sucio. Sabía demasiadas cosas sobre las intrigas del clan Takayama. Un resto de orgullo le hizo erguirse. Además, él era Gensai Arata, el líder de uno de los clanes ninjas más peligroso de Edo y sus alrededores. Y empezaba a estar harto de tener que fingir ser un comerciante cada vez que venía a visitarlo. Esos disimulos no iban con él. Kaoru le miró de reojo y apreció el cambio de actitud en su postura. Inten-
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tó dulcificar sus palabras interesándose por los problemas de Arata, aunque no lo importaban lo más mínimo. - Y cuéntame que te retuvo, ¿tuviste problemas con la caravana? Arata le miró con furia mal disimulada. - ¡Claro que tuvimos problemas! No me dijisteis que fueran tantos ni tan bien armados. - Creía que iban veinte samuráis nada más, y solo llevaban katanas –dijo mirándolo con sorna. El ninja enrojeció. - ¡Nadie me dijo que tendrían una defensa tan organizada! ¡Ni tampoco que fueran tan hábiles con las armas! - ¡Tú eres el experto en emboscadas! ¡No olvides que para eso te pago, y muy generosamente! –Se volvió con rabia y lanzó otra flecha contra el sirviente herido. Esta vez le acertó encima del codo derecho–. Está bien, no discutamos. El maldito clan Hirotoshi está bien entrenado por Takeshi. ¡Ya les ajustaremos las cuentas! Pero no quiero que olvides que son peligrosos, y a ti te corresponde enviar tropas que sean capaces de acabar con ellos. La caravana no debía llegar entera a Edo y yo tendría la katana de Takeshi. Ese era tú compromiso. - Aún no han llegado –sentenció Arata–. Llevan heridos y mucho impedimento. Encontraré otro punto para atacarlos y esta vez será la definitiva. - Como te digo siempre: procura que no me relacionen a mí con ello. - Nunca os podrán relacionar con el exterminio del clan Hirotoshi. El primer ataque iba a ser una emboscada y la realizó una banda que trabaja en aquella zona de las montañas compuesta por mercenarios. Salió mal porque los ex-
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ploradores los descubrieron. - ¡Debes contratar gente experta en ese tipo de lucha! –dijo Kaoru con irritación-. ¿Aún no eres consciente de lo que nos jugamos? –Miró al muñeco de esparto y cogió otra flecha-. Y qué paso con el segundo ataque, creo que perdiste a algún familiar, ¿no? - Sí, el segundo ataque lo dirigió Ebizo, un tío mío. Un hombre versado en emboscadas y estrategias, muy hábil con la katana. Él coordinó a los mercenarios que quedaban y a nuestros hombres, consiguió acabar con el grueso de la caravana y se hizo con la katana de Takeshi, pero le atacaron por sorpresa y perdió la vida en el combate. También he perdido a mi hermano pequeño, cuando fue a matar a un samurái separado del grupo. No sé quién era el que lo mató, pero me enteraré. - Si os han vencido dos veces, te debe quedar poca gente para un nuevo ataque. Soltó la tercera flecha, esta vez de punta fina, y atravesó el muslo derecho del sirviente. El hombre con un gemido perdió el conocimiento. - No, aún tengo suficientes para acabar con ellos. Y todavía están los mercenarios, que no han acabado su trabajo. Además, tengo otro grupo en reserva al que me unen lazos de sangre. - Haz lo que quieras Arata, pero cumple tu misión. Muchas cosas están pendientes de tu habilidad, entre ellas el futuro de mi clan y el tuyo. Otro fracaso y nos arrepentiremos los dos. –Miró al ninja con el ceño fruncido, luego seleccionó una flecha con punta de sierra–. Mira a este sirviente, está pagando el no cumplir con su trabajo y venir a informarme. Prefirió ir a ver a su familia en
Ramón Plana - EL PERGAMINO DE ISAMU - III vez de avisarme como era su deber. Él me ha fallado una vez, tú me has fallado dos. Y soltó la flecha. La punta de sierra zumbó en el aire y se clavó en el pecho del desgraciado matándolo en el acto. - Esperaré tus informes, y quiero que sean que Yoko del clan Hirotoshi está muerta. Y no te olvides de traerme la katana de Takeshi. –Se volvió a mirar al ninja-. ¡Aunque tengas que matar a toda la caravana! Necesito esa maldita espada. Se acercó al armero, sujetó el arco con las dos manos y se inclinó en un saludo, luego lo colocó en su sitio. Se quitó el guante y lo puso en el cajón. Introdujo el brazo izquierdo en la manga y con porte altivo abandonó el pabellón. La mirada de Arata lo siguió un trecho. Pensó que Kaoru era un mal enemigo, pero como aliado podía ser mucho peor si no se hacían las cosas bien. Quizá tendría que empezar a jugar a dos bandas. Empezó a caminar por el sendero hacia el camino que llegaba a la puerta principal. Alcanzó a ver a Kaoru entrando en la casa seguido por varios samuráis de su guardia personal. Si las cosas no salían bien, él le enseñaría como hacer daño y matar lentamente, y no la chapuza del sirviente que había presenciado. Empezaba a sospechar que Kaoru lo preparó todo para presionarle y que acabase con la caravana cuanto antes. ¡Claro! Por eso el sirviente estaba amordazado. Como si a él, Gensai Arata, se le pudiese impresionar. Sonrió torciendo la boca mientras se acercaba a la puerta. Los alabarderos le dejaron pasar, y salió convencido de que tendría que replantearse la estra-
tegia con Kaoru. A lo mejor él podría sustituirle. La idea le hizo abrir mucho los ojos y se vio a sí mismo gobernando aquella finca y hablando con el shogun. Miró a su alrededor asombrado por sus pensamientos y admirando el entorno. No estaría nada mal venirse a vivir allí. Al fin y al cabo, él era mucho más inteligente que Kaoru y el shogun lo sabría apreciar. Eufórico por las nuevas perspectivas, propinó un par de patadas a sus dormidos sirvientes y partió ligero hacia su cuartel general en las cercanías de la ciudad. Pasó el resto del día mandando mensajeros y viendo dónde atacar a la caravana y cómo. Al final del día partió hacia las montañas para localizarlos. Lo más seguro es que fueran muy despacio con tantos heridos. Serían presa fácil. Anochecía también en la ciudad. Algunos farolillos iluminaban tenuemente provocando una multitud de sombras. Unos pocos trasnochadores, aficionados al sake y al juego, iban trompicando hasta sus domicilios. La calles de tierra se iban quedando desiertas. Por el norte, amparándose en la sombra de las tapias, un pequeño grupo se deslizaba con precaución. Delante iban dos samuráis mirando a todos lados, les seguían dos mujeres y tres muchachos jóvenes, cerraban la marcha cuatro personas más, mirando a los lados y hacia atrás, como si esperasen un ataque por sorpresa en cualquier momento. Continuaron caminando, internándose entre las calles. Esquivaron un grupo de jóvenes jugadores y a una partida de samuráis de la milicia, encargados de imponer el orden en la noche de la ciudad. Finalmente llegaron a una de las vías
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principales, cercana al palacio del shogun. Allí destacaba una espléndida finca con una elegante entrada. El grupo la rodeó hasta localizar una pequeña puerta en un callejón trasero, disimulada entre un árbol y unos arbustos. Tocaron con tres golpes, seguidos de dos y otra vez tres. La puerta se entreabrió si-
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lenciosamente y todos fueron pasando. El último en entrar, miró a su alrededor y después de comprobar que nadie les había visto, pasó, cerró la puerta y la atrancó. Por fin la señora Yoko descansaría esa noche, ya estaba a salvo en su casa de Edo.
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Más allá del deber
por Cris Miguel
Una huida nocturna a través del bosque. Perseguidores mecánicos que no descansarán hasta dar con ella. Su única esperanza es la habilidad con las armas del rudo hombre al que ha contratado. ¿Bastará eso para mantenerla a salvo? - ¡Corre! Vamos, vamos, vamos. –Las balas silban a nuestro alrededor-. Si nos internamos más no podrán seguirnos. No miro atrás, la vegetación es cada vez más espesa. Me concentro en el suelo para no tropezar y aguantar el ritmo de Jon. Los disparos van cesando. Sería una información valiosa para W.S. que en el bosque o en los espacios frondosos sus robots tienen dificultades para avanzar. El corazón me late desbocado. Me obligo a continuar. Cuanto más nos alejemos mayor será el perímetro que tengan que cubrir para encontrarnos. - Descansemos un minuto, no quiero que te desmayes de agotamiento –dice Jon apoyándose en un árbol sin soltar su escopeta táctica. - ¿Qué me desmaye yo o tú? –digo in-
tentando bromear. - No estás muy afectada para ser perseguida por todo un ejército de robot con órdenes de disparar. - Sabía que este día llegaría –digo dejándome caer a los pies de un árbol cercano al de Jon-, por eso te contraté. - Aún así, te lo estás tomando demasiado b… - Venga, sigamos –le interrumpo. Nos abrimos paso a buen ritmo, sin parar, sin mirar atrás. Jon me da una linterna, está anocheciendo y la visión cada vez es más reducida. - Deberíamos guarecernos en algún sitio. –Ve mi cara de duda y continúa-. Por la noche ellos nos sacan ventaja, ven y oyen mejor, nos podrían rodear sin que nos diésemos cuenta.
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- ¿Qué propones? - Esta es zona de granjas, si nos alejamos de la espesura quizás encontremos alguna construcción donde descansar unas horas hasta que amanezca. - En un claro seremos un blanco fácil. - Nos superan en número, si seguimos andando por el bosque sin una ruta fija no veremos amanecer. Me veo obligada a darle la razón, el cansancio y la oscuridad no son un buen aliado. Sin embargo, esconderme en una casa no es una idea que me guste demasiado. - ¿Por qué no acampamos aquí? –sugiero, aferrándome a la única baza que me queda. - Rachel, son máquinas, no piensan sólo ejecutan. Si nos hemos ido por el bosque nos buscarán toda la noche por aquí, es cuestión de tiempo que nos encuentren. - Recuerda que a esas máquinas, como tú dices, las lidera un hombre. Y no creo que tarde demasiado, si no lo ha hecho ya, en contar también con las granjas. - Mira –me arrincona contra un árbol y me sostiene el hombro derecho con su mano libre-, me contrataste para mantenerte con vida y eso es lo que pienso hacer. Así que deja que haga mi trabajo. Le miro fijamente, es tan testarudo como yo, lo noto en su mirada. No tengo argumentos sólo una sensación, con lo cual no puedo rebatirle su propuesta. Finalmente asiento, y nos encaminamos hacia el claro más próximo. Cuando llegamos a las lindes del bosque la noche cae severa sobre nosotros. A cada paso que doy me parece mejor idea busca un lugar donde pasar la noche, y es que aún con la linterna en la mano tengo que dedicar toda mi aten-
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ción a no tropezarme con ninguna raíz. Jon, por su parte, camina con extremada ligereza, acción que contrasta con su aspecto; ya que sus botas militares y su arma no se asocian con facilidad con alguien ágil y sigiloso, más bien con alguien letal que no dudará en disparar. No demasiado lejos vemos una casa y un establo. Jon hace un gesto que yo interpreto como: “Ése es el sitio”. Mirando a todos lados corremos medio agachados por el descampado. Nunca me había sentido tan expuesta en un espacio abierto como me siento ahora. Llegamos a la pared izquierda de la casa y Jon se asoma cautelosamente. - Las luces están apagadas, pero seguro que esta casa es de alguien. –Se agacha y me coge del brazo-. Mejor lo intentamos en el establo. –Abro los ojos ante la sorpresa-. ¡Venga! No seas remilgada. Jon abre con cuidado el gran portón. Está ligeramente iluminado, lo suficiente para ver que sus ocupantes son mansas vacas con sus terneros. Jon señala la escalera de madera que lleva al piso superior. Los animales están durmiendo, con lo cual nos abrimos paso sigilosamente. - ¡Qué rural! –digo irónicamente sentándome en un montón de paja. Jon se asoma por la ventana, vigilante. - Parece tranquilo. Aquí estaremos bien –dice acomodándose pero manteniendo cerca su arma. - No he oído ninguno hasta ahora, pero las vacas confundirán nuestro calor corporal si nos sobrevuela un helicóptero. - ¿Crees que harán tanto despliegue de medios? –me pregunta seriamente.
Cris Miguel - MÁS ALLÁ DEL DEBER - No lo sé, no sé cuánta relevancia otorgan a la información que tengo. Que, por si lo preguntas, no es mucha y es mejor que no la sepas. - Quizás sólo esperan que te alejes de la ciudad y controlar tus contactos… - ¡Ja! Por eso nos perseguía un ejército de robots bien armados, ¿no? –Apoyo la cabeza en la pared del pajar. - Sólo quiero animarte, no nos sirve de nada lamentarnos… - No me vengas con esas, no me lamento. Especulo. Y me imagino cómo sería de distinta mi vida si no hubiera entrado en W.S. - Eso tampoco sirve para nada –dice tajante. Nos quedamos unos minutos callados. Ahora que podíamos dormir, ninguno de los dos es capaz. Jon está concentrado limpiando la escopeta táctica. - ¿Cómo sabías que había granjas por aquí? –pregunto. - Cuando me dijiste que es posible que saliésemos precipitadamente de la ciudad, elaboré posibles rutas y posibles refugios. - O sea, que cuando abandonamos el coche en la carretera, era un punto aproximado en tu mapa de huida, ¿no? - Sí. –Eso me hace sentir más segura a su lado-. La clave era llegar a los límites del bosque. No tenía ninguna cruz en mi cabeza, pero al ver que nos seguían tantos… - Gracias –digo estirándome para acariciarle la pierna. - Por eso estoy aquí –contesta bajando la voz y apoyando su fuerte mano en la mía. Creo que se me están juntando las emociones de todo un día de adrenalina y me obligo a apartar la vista y a cam-
biar de tema. - ¿En qué parte de la ciudad vives? –Ahora que sale de mi boca, me doy cuenta de lo tonta que suena la pregunta. Él me mira divertido alzando una ceja. - ¿Por qué? ¿Va a venir a verme, señorita? –Sonríe de medio lado. Bajo la vista sin replica a su broma y me castigo por ser incapaz de crear una conversación sólida. - ¿Estás bien? –me pregunta Jon, malinterpretando mi silencio. - Sí… -Levanto la vista y le miro, está levemente inclinado hacia mí, pero al estar los dos sentados en el suelo, en un espacio reducido, significa que está muy cerca. - No quiero que te preocupes, saldremos de esta, ya lo verás. –Sonrío. Yo preocupándome por las normas sociales y él por mi supervivencia. Suelto una pequeña carcajada. - Si es que no es eso –le miro riéndome-, ya sé que saldremos vivos. –Él alza las cejas sorprendido-, es que… soy incapaz de tener una conversación contigo. –Me muerdo el labio y bajo la cabeza. - ¿Ah, no? –Ahora es él el que sonríe-. ¿Y por qué crees que es? Cuando voy a contestar atrae mi cabeza a la suya y me besa. Su barba incipiente me araña la cara y la pasión me hormiguea el estómago. No puedo resistirme y le rodeo el cuello con los brazos. Se separa ligeramente y me mira entre divertido y sorprendido. - Esto no estaba en el contrato –me dice sin apartar sus manos de mi espalda. - Oh, es verdad. Además es un granero, mejor que lo dejemos… –bromeo
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haciendo amago de separarme de él. Me agarra fuertemente para evitarlo después de soltar una carcajada y, con una delicadeza por la que no había apostado, me tumba en el suelo de ese pajar. Sin dejar de besarle le quito la camiseta negra que lleva, dejando al descubierto un torso moreno y musculado. La promesa del placer me envuelve y ruedo sobre él hasta colocarme encima para admirarle mejor. Desde que lo vi en aquel bar cerca de mi trabajo cuando le llamé para contratar sus servicios, me había parecido un hombre atractivo. Es más una sensación que algo estético. Aun con traje cuando nos conocimos, supe que debajo había un hombre fuerte y rudo. Lejísimos de los compañeros de trabajo y de cama a los que estaba acostumbrada. Vuelvo al presente y me doy cuenta que mis manos fluyen independientes a mi cabeza, ya que no paro de tocarle como si lo necesitara para saber que sigue siendo real. Le desabrocho el cinturón y los pantalones beiges que lleva, y veo perfectamente el resultado de que mis manos fluyan descontroladamente. Le miro fijamente desde arriba y sonrío divertida por la velocidad con la que se ha excitado. A lo que responde incorporándose, besándome consistentemente y tumbándome de nuevo debajo de él. Me desabrocha con gran habilidad la blusa y me quita los vaqueros. Le agarro la cabeza y hago que me vuelva a besar. Me encanta la textura del pelo rapado en mis manos. - Ves, esto hubiese sido más incómodo en el bosque –me susurra en el oído. Me besa hasta llegar a mis pechos, me desabrocha el sujetador y los acaricia suavemente. Sus manos son ásperas
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pero su tacto no es, en absoluto, desagradable. Lo compruebo mejor cuando entra en mí con su mano. Ahora es él quien tiene una sonrisa de suficiencia, porque soy yo la que está muy húmeda sin que apenas me haya tocado aún. Me tomo mi pequeña venganza acariciándole lentamente, arriba y abajo. Nuestras respiraciones de aceleran y van tomando temperatura. Gemimos levemente en cada alteración del ritmo. Me propongo aguantar en este pulso placentero en el que estamos sumidos. Pero mi naturaleza demuestra ser mucho más débil que la suya, será por su entrenamiento quiero pensar. Me sorprendo entre jadeos, casi gritando que estoy lista y que quiero más. Él sonríe, también algo aliviado, pero se siente vencedor y se hace de rogar, besándome y susurrándome cosas que en mis circunstancias ya ni quiero oír. Me penetra intensamente al mismo tiempo que me acaricia con una mano y me sujeta el pelo con la otra, sin tirarme, o tirándome, ya sólo le siento a él dentro de mí. No puedo evitar gritar y automáticamente él me tapa la boca, regulando un poco el ritmo. Una vaca muge. Esto es surrealista y todo deja de tener nitidez para mí. Jon no deja que me abandone aún, me coge y me sienta encima de él. Intento moverme pero ya soy completamente arrítmica, dejo nuevamente que lleve él la batuta y me agarro a su fuerte cuello. La explosión no tarda en venir y me quedo abrazada a él sin poder mover ni un solo músculo. Me acaricia la cara dulcemente, abro los ojos y me doy cuenta que estamos tumbados y me tiene cogida entre sus musculosos brazos. - No vale reírse –le advierto, acomo-
Cris Miguel - MÁS ALLÁ DEL DEBER dándome en su pecho. - No pensaba hacerlo. –Me mira con ternura. Ahora no pienso preocuparme por nada, ni por mi seguridad, ni por mis sentimientos, ni por un posible enamoramiento… decido que lo mejor que puedo hacer es cerrar los ojos, y en un segundo me quedo dormida sintiéndome más a salvo en ese sucio granero que en toda mi vida. El cacareo de un gallo a lo lejos me despierta, abro los ojos y veo que Jon me ha echado encima su camiseta. Me incorporo y le encuentro en la ventana observando, está amaneciendo. - ¿No has dormido? –le pregunto extrañada. - Unas horas, pero alguien tiene que estar de guardia y tú necesitabas dormir. –Alza la ceja. - ¿Y tú, no necesitas dormir? ¿También eres un robot? –bromeo, dejando escapar un bostezo. - Cariño, eso no te lo haría un robot. –Los dos soltamos una carcajada. Se acerca a mí, obviamente lleva el torso desnudo y no puedo evitar estremecerme de nuevo. Algo nota en mi mirada porque me besa en la frente y me sostiene la barbilla cuando dice: - Me temo que no tenemos tiempo para esto, señorita. Debemos irnos cuanto antes. –Asiento-. Aun me parece un milagro que hayamos pasado una noche tan tranquila. - De acuerdo voy a vestirme. –Le tiendo su camiseta y él vuelve a su posición en la ventana. Me pongo los vaqueros y el sujetador con relativa agilidad, desde luego el sueño ha sido reparador.
- ¿Cómo llegaste a ser guardaespaldas? –pregunto. - No soy estrictamente un guardaespaldas –contesta sin apartar la vista del exterior y sujetando fuertemente su escopeta-. Me dedico a la seguridad, eso es evidente. Porque tal como están las cosas en la ciudad… Además, ya sabes lo que dicen de la policía. A parte de no dar abasto tienen todo el tema de la corrupción y esas mierdas… Yo sólo quiero ayudar a quien lo necesite, y si lo tengo que hacer solo, lo hago. - Eso te honra. –Me termino de abotonar la blusa y me pongo los zapatos. Antes de abrocharme los zapatos oigo un disparo y me echo instintivamente al suelo. Pero el ruido no se repite. Después de unos segundos de tensión me permito alzar la cabeza y mis ojos se llenan de lágrimas. Jon está muerto en el suelo de este granero, un agujero de bala le ha atravesado la frente. No encuentro su escopeta por ningún sitio, pienso que se habrá caído fuera del pajar cuando le han disparado, pero no me atrevo a asomarme. No si hay alguien fuera con tan buena puntería. - Levanta. –Una voz de mujer interrumpe mis aglomerados pensamientos. Alzo la vista y veo una mujer con el pelo rubio al viento, de pie en el borde de la ventana donde hace unos minutos estaba Jon. La miro con ira ciega, pero no tengo nada con qué defenderme, mi escudo era él. - ¡Levanta! –Su voz es autoritaria-. Tenemos que irnos. - ¿No vas a matarme? –pregunto sorprendida poniéndome de pie. - Tengo otras órdenes, y las tuyas son obedecerme si no quieres morir.
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Cadáver exquisito por Diego Fdez. Villaverde Muchos sabréis en qué consiste un cadáver exquisito. Para los que no lo sepan, se trata de un cuadro pintado por varios artistas en la que cada uno realiza su parte sin saber qué han hecho los demás. Esta técnica, que empezaron a usar los surrealistas, ha sido llevada a otras artes, entre ellas la escritura. Nosotros hemos querido hacer algo parecido a esto, es una historia continuada a modo de concurso. Lo que vamos a hacer es la siguiente: leeros lo que viene a continuación. Luego os damos una serie de requisitos y vosotros seguís con ello. Nos lo mandáis, elegimos el que más nos guste y cada mes el cadáver sigue con un autor distinto. ¡Esperamos vuestros relatos! “¡Sam, despierta!”. Sam se levanta de un salto de su asiento del tren. Por unos instantes piensa que le están atracando, pero tras unos segundos reconoce la voz de Moloch en su cabeza. Sam se ha sorprendido a si mismo durmiendo en el vagón del tren, pero lleva veinte horas sin dormir con los nervios a flor de piel y su cuerpo ya no puede más. Aún no se fía del permiso electrónico que le ha dado Mefisto para entrar en las minas. Engañar al sistema es muy difícil, y tiene la sensación de que en cualquier momento una patrulla
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va a entrar en la cabina a arrestarle. “¡Ya casi hemos llegado a la mina! Prepárate”. La voz de Archibald Moloch vuelve a sonar en su mente. “Maldita sea, Moloch, tenemos esta… conexión telepática y ¿has dejado que me duerma?”, le grita telepáticamente. Aún le parece muy raro tener conversaciones mentales con su compañero mientras tiene pensamientos normales. “No te preocupes, al final te acostumbrarás a este método de comunicación”, responde Moloch. “Y yo siempre estoy observando lo que pasa a tu alrededor. Si hubiera habido algún peligro te hubiera avisado”. “Pues podrías habérmelo dicho para que pudiera dormir a gusto”. Sam empieza a estirarse en compartimento del tren. “¿Y por qué yo no puedo oír tus pensamientos?”. “Mi raza tiene una capacidad neuronal
Diego Fdez. Villaverde - CADÁVER EXQUISITO IV muy superior a la tuya. Podemos llegar a tener miles de pensamientos cada segundo. La única razón de que esta conexión mental no sea recíproca es porque si pudieras oír mis pensamientos tu cerebro menos evolucionado se saturaría y, como decís en este planeta, se freiría”, dice Moloch pragmáticamente. “Pero si lo deseas, puedes preguntarme en cualquier momento en que estoy pensando, para poder mantener el statu quo, y te responderé con toda sinceridad”. “Muy amable por tu parte. ¿Y en qué piensas ahora?”. “Pienso en que acabamos de pasar la boca del lobo y debemos estar aproximadamente en el duodeno. Vuestras expresiones coloquiales me resultan muy divertidas”. Sam sabe que Moloch tiene razón en eso. La mina no sólo estará llena de robots patrullas, sino que también estará el alienígena que Moloch ha venido a buscar. Los aparatos que le ha dado Moloch le parecen completamente incomprensibles, y no sabe que puede esperar de sus enemigos. Además, por las ventanas del tren no se ve nada más que una oscuridad total. Está bajo tierra, y si consigue su objetivo, no tiene ni idea de cómo va a poder salir de allí con vida. Por la megafonía del tren suena la dulce voz de una chica: - Próxima estación: Minas de residuos. Les recordamos que poseer algún tipo de arma u objeto inflamable es estas instalaciones puedes ser penado con la muerte. Por favor, depositen cualquier objeto no permitido en las taquillas de la estación. Les deseamos un productivo día. El tren empieza a detenerse. Fuera desaparece la oscuridad, dejando ver el vestíbulo del complejo de depósito de residuos recubierto en acero e iluminado con grandes lámparas que cuelgan
del techo, donde enormes ventiladores dan vueltas sin parar. La cámara está sostenida por enormes columnas metálicas, con monitores donde se repiten mensajes inspiradores y a la vez amenazadores a sus empleados. Sam sale del tren nervioso y se dirige hacia el control de visitantes. Varios escuadrones de robots armados patrullan movidos por cadenas como las de los tanques, mientras los trabajadores hacen fila para entrar en los ascensores que conducen al interior de la instalación. Tras el mostrador de control se encuentra una mujer mayor con el pelo rizado teñido de color granate, tecleando en un ordenador viejo con unas uñas rojas larguísimas. Parece que es la única empleada humana en el vestíbulo, el resto del personal se compone de robots que regulan diversos controles de la mina. - ¿Puedo ayudarle en algo, joven? -le pregunta la recepcionista. - Buenos días, señorita, venía a hacer una visita a la mina. –Sam le da el pase. “Espero que tu falsificación sea buena, Mefisto”, piensa Sam. La recepcionista escanea el pase con el ratón de su ordenador. Una interrogación se dibuja en su cara, y no le gusta nada a Sam. - Rax Truman, inspector del ministerio… pero si sólo hace un mes de la anterior visita, no puede ser… “Mierda, sabía que algo iba a pasar”, piensa Sam. “¡Sam, es humana, no una máquina! Puedes engatusarla para pasar. ¡No te desanimes ahora!”, le anima Moloch - ¿Qué?-grita Sam-. ¿He hecho este viaje de 15 horas desde la capital para
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nada? ¡No me lo puedo creer! ¡Malditas máquinas! Ya es el cuarto error en este cuatrimestre. - Lo siento mucho, caballero. - Disculpe señorita… -Mira en la placa de identificación de la mujer-. Mary. Acabó de dejar a mi hijo de tres años solo con su abuelo materno para venir aquí, y no me fío de ese borracho para nada. Dentro de un mes me toca volver, y otra vez tendré que dejar a mi hijo solo. Y todo para supervisar esta instalación que lleva diez años pasando limpiamente todas las inspecciones. Así que… ¿podría dejarme echar un vistazo, ver que todo está en orden y entregar el informe dentro de un mes? Así al menos este viaje no habrá sido en balde. - Le entiendo perfectamente señor, pero podría meterme en un buen lío si le dejo pasar. - Seguro que usted antes trabajaba con más humanos, Mary, pero los han sustituido por estos robots, ¿verdad? -Sam espera al asentimiento de la mujer-. Y seguro que se estropean cada dos por tres. Seguro que es usted quien termina haciéndolo todo. Imagínese estar en mi situación, donde esos errores le pueden suponer perder días enteros viajando por todo el continente. ¿No podría hacer una excepción? - ¿Sabe qué? No es mi culpa si yo le dejo pasar. De hecho, según los protocolos, si yo fuera un robot, entregándome este pase yo tendría que dejarle pasar inmediatamente. Así que si tienen que echar la culpa a alguien que sea a la máquina de su oficina. Eso sí, vaya rápido, por favor. - Se lo agradezco de veras, Mary. - A mano izquierda encontrará el ascensor del personal especializado. Que
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tenga un buen día. Sam empieza a caminar hacia el ascensor, satisfecho por su elocuencia. “Bien jugado, Sam, apelando a sentimientos humanos”, le dice Moloch. “Terminemos con esto”. “No hemos ni empezado, Sam. Tengo los planos de la mina. Camina con seguridad y sigue mis indicaciones”. - ¡Un momento, espere! –grita Mary-. ¡Se olvida la mascarilla y el traje! - ¿La mascarilla? -pregunta Sam, sorprendido. - Ahí abajo hay miles de toneladas de residuos emitiendo toda clase de gases tóxicos, corrosivos e inflamables… Por cierto, ¿lleva algo inflamable encima? “¿Lo llevo?”. “No, todos mis artefactos puede ser utilizados hasta en planetas cuya atmósfera es sólo metano”, le susurra Moloch. - No, no llevo. - Vale… -Mary le entrega la mascarilla, extrañada-. Encontrará el traje aislante en la taquilla número 000 del vestuario. Es el de los visitantes, única talla, pero creo que le valdrá. La mascarilla tiene una autonomía de cinco horas. - Gracias de nuevo -se despide Sam. Va al vestuario .Es una gran sala de color blanco, con cientos de taquillas, pero no parece que nadie haya usado el vestuario en mucho tiempo. Esto extraña mucho a Sam, pues ahí fuera ha visto varios operarios bajando a la mina. El traje es bastante amplio, así que no tiene que desnudarse para llevarlo puesto. Además, tiene varios bolsillos en el exterior para diferentes herramientas mineras, en los que puede llevar los aparatos del extraterrestre. Vuelve al vestíbulo y se dirige al ascensor. Sólo hay dos botones en el pa-
Diego Fdez. Villaverde - CADÁVER EXQUISITO IV nel: oficinas y depósito. “¿Por dónde empezamos, Moloch?”, le pregunta Sam al alienígena. “Por el depósito”, le responde Moloch. “Los esquemas de las oficinas parecen normales, pero los del depósito son bastante difusos. No es más que una serie de cavernas en los que los de tu especie están tirando toda clase de residuos. Comida, excrementos, elementos radiactivos, ácidos derivados de las industrias...”. “Oh, por supuesto que hay residuos radiactivos”, pensó cansado Sam. “No te preocupes, no tendrás que hacer mucho. Solo te necesito porque yo no puedo entrar en estas instalaciones”. “Pues acabemos de una vez”, gruñe Sam. Sam pulsa el botón y el ascensor empieza a descender rápidamente hacia el interior de la Tierra. Tras cinco minutos, el ascensor se para y aparece ante él una escena dantesca. Montones y montones de residuos llegan continuamente por unos enormes tubos en el techo, y la galería es iluminada tenuemente por grandes lagos de líquidos fluorescentes que rezuman gases. “Oh, Dios mío”. Sam no ha visto nada más impresionantemente asqueroso en su vida. “Bueno, empecemos la exploración, ¿vale?”. “¡No pienso meterme ahí dentro, maldito alienígena!”. “¡Y no lo harás!”, le responde Moloch. “Saca de tu bolsillo el aparato que parece una esfera de cristal y apriétala con fuerza”. Busca en el compartimento del traje y encuentra lo que parece una pequeña canica, no más grande que una moneda. Al estrujarla, un brillo tenue sale de su interior y empieza a levitar sobre su
mano. “¿Qué es esto?”. Sam mira el aparato maravillado. “Es una sonda con un escáner panorámico que controlo teledirigidamente”, le explica Moloch. “Los utilizamos para explorar planetoides en busca de bases secretas. Se pueden colar en cualquier agujero y obtener una imagen tridimensional de gran resolución”. “Entonces no me tengo que mover de aquí”. “No”, responde Moloch con tono cansado. Sam tiene la sensación de que el alienígena también se está empezando a cansar de él. “Este sistema de cavernas tiene una longitud de treinta kilómetros, tardará unos cinco minutos”. “Disfrutémoslos en silencio entonces”. La sonda sale disparada hacia el interior de la caverna. Sam se sienta en un una roca a esperar a que el maldito trasto volador acabe su reconocimiento. Empieza a pensar en Lisa otra vez. No puede dejar de hacerlo. Desde que Moloch apareció ese día en su casa no ha pasado un solo momento en el que no viera su rostro en la cabeza. De hecho, no recuerda pensar en ella antes de que el alienígena entrara en su vida. Los recuerdos de su vida con ella son difusos y desordenados. “Disculpa por interrumpir tus pensamientos Sam, pero el escaneo ha terminado”. “¿Y bien?”. “No… no he encontrado nada relevante. Nadie está explotando los residuos para utilizarlos en su provecho. Ni rastro de actividad humana reciente, ni movimientos de rocas que muestren guaridas secretas… no hay nada”. “¿Me has hecho meterme en una insta-
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lación de alta seguridad del gobierno para nada?”. “¡Pero cómo puede ser un vertedero como este una instalación de seguridad! Aún quedan las ofi…”. “Sácame de aquí, Moloch”. “Espera”, le susurra Moloch. “Recoge la sonda, por favor”. Sam hace un gran esfuerzo por no insultar a Moloch. En su planeta de origen, ¿tendrán el mismo concepto de madre que aquí? La esfera reluciente entra lentamente en el bolsillo de Sam. “¿Me dejas ya irme de una vez?”. “¡No! Quiero decir… ¡He encontrado algo!”. “¿Dónde?”, pregunta Sam, incrédulo. “En el ascensor. ¿Acaso no es obvio? No hay ninguna entrada secreta en las cavernas, ¡porque el ascensor es la entrada!”. Moloch parece emocionado. “Uno de los tornillos que sujeta el panel de botones, el que está arriba a la izquierda, es en realidad otro botón. ¡Te lo dije Sam! Había algo más en estas instalaciones”. “¿Y ahora qué hacemos? ¿A dónde iré cuando pulse el botón?”. “Sólo hay una forma de averiguarlo, ¿no?”, le responde alegremente Moloch. Sam inspira profundamente y aprieta el tornillo. El ascensor parece soltarse de los cables, y empieza a caer rápidamente. Sam intenta sujetarse en algún lado, pero las paredes del ascensor están desnudas, y se ve impulsado hacia el techo. Repentinamente, la velocidad disminuye y, lentamente, cae al piso. Sam sale del ascensor, y una gran estancia aparece ante él. Está en la parte más alta de la sala, y se apoya en la barandilla para poder echar un vistazo. Esto no se parece en nada al estercolero
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de antes. Es una gran habitación de paredes blancas, con un montón de pasarelas y tubos cruzando la estancia. En el centro de la sala, un aparato cilíndrico giratorio expulsa roca fundida a una especie de cinta transportadora, que lleva a otra serie de máquinas con aspecto de destiladoras gigantes. “No puede ser, tienes que estar a una profundidad de unos cuarenta kilómetros. ¡Tú especie no posee la tecnología para llegar tan lejos!”. “Sigo vivo, gracias por preguntar”, le responde Sam. “Y desde luego este aparato no parece hecho por humanos”. “Nada de bromas Sam. Necesito visión, vuelve a sacar la sonda del bolsillo”. Sam se pune de pie y saca el pequeño artefacto de cristal de nuevo. “No puede ser”, Moloch suena preocupado. “Otra vez no”. “¿Qué ocurre?”. “Esto es más gordo de lo que pensaba. Esta máquina es un extractor de materia. Absorbe todo lo que encuentra a su paso y lo sintetiza para ser utilizado mas tarde. Ningún tipo de residuo es generado por esta máquina. Incluso puede utilizar los recursos que encuentra para poder crecer y excavar más profundo”. “¿Y eso es malo?”, pregunta Sam. Le parece ciertamente una máquina muy útil. “¿No lo entiendes Sam? ¡No deja absolutamente nada a su paso! ¡Con diez máquinas de estas un planeta queda completamente agujereado! ¿Sabes la inestabilidad térmica y sísmica que eso crearía? ¡Tu mundo quedaría en ruinas! ¡La atmósfera contaminada con los gases del interior de la Tierra!”, Moloch jamás ha parecido tan alterado. “No es la primera vez que me encuentro con esta máquina ni con sus dueños”.
Diego Fdez. Villaverde - CADÁVER EXQUISITO IV “Vale, ¿y qué quieres que haga?”. Sam empieza a darse cuenta de la importancia del asunto. “Quiero que saques tu impulsor electromagnético, lo pongas en máxima potencia y destruyas ese aparato infernal”. “Pero, ¿y si lo necesito para escapar?”. “Sam, el destino de tu planeta está en tus manos”. - ¿Quién narices eres tú? -pregunta una voz femenina, interrumpiendo su charla telepática. Sam no ha reparado en que no está solo. Una mujer asiática, vestida con un traje blanco y con una pequeña mascarilla le apunta con una pistola. Va escoltada por un hombre con un traje de color negro, corbata de color blanco y gafas de sol. - Discúlpame -responde rápidamente Sam-. Soy el inspector de minas Rax y… - ¡Y una mierda! -le interrumpe la mujer-. Soy la ministra de explotaciones Li Liam, y controlo personalmente las inspecciones a esta mina. ¿Para quién trabajas? ¿Y que es esa bola flotante? -La mujer deja de preguntar y ladea la cabeza, como si alguien le estuviera susurrando algo al oído. De pronto, abre los ojos sorprendida-. ¡Mierda, nos han encontrado! ¡Cógele! “¡Sam, salta por la barandilla! Confía en mí”. Sin pensárselo dos veces, Sam sigue las órdenes de Moloch antes de que Li pueda disparar, y cae en una de las barandillas que cruza la estancia “He hecho un rápido escaneo de la sala. Sigue a la sonda y no te detengas”, le vuelve a hablar Moloch, mientras la esfera luminosa flota delante de sus ojos. “Espero que sepas lo que estás haciendo”, le dice Sam angustiado. No puede co-
rrer con el traje puesto tan rápidamente. “¿Qué posibilidades tengo de salir con vida?”. “Me temo que pocas. ¿Viste al acompañante de la humana? No llevaba mascarilla”. “¿Y eso que significa?”. De repente, el hombre cae de pie delante. La pasarela donde están se hunde con su peso, y Sam se tiene que agarrar a la barandilla para no caerse. El traje del hombre empieza a romperse, descubriendo dos brazos más que crecen rápidamente. Su piel se llena de pelos oscuros y de su boca salen cuatro grandes colmillos como los de un jabalí. “No es humano, Sam”. Sam maldice su suerte y sale corriendo en dirección contraria, pero el monstruo le alcanza con celeridad. Le agarra el traje de aislamiento con uno de sus múltiples brazos, y Sam, tratando de zafarse, se da la vuelta y le da un puñetazo en la cara. Su oponente ni se inmuta y le rodea con sus brazos todo el torso, inmovilizando los de Sam al mismo tiempo. Sam empieza a agitarse y el alienígena aprieta con fuerza. “¡Necesito ideas, Moloch!”. Sam ha peleado en muchos bares, pero esto se escapaba de sus manos. “Es un tetrasuído. Es mucho más fuerte que un humano en todos los aspectos. No se me ocurre nada”. La sonda de Moloch empieza a dar vueltas alrededor de los dos, en busca de información. “¡A mí se me ha ocurrido algo!”. Sam consigue liberar el brazo derecho del abrazo de la bestia, agarra la sonda con la mano libre y la introduce con fuerza en un ojo. El monstruo suelta un grito de dolor y libera a Sam. Mientras la criatura chi-
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lla como un loco, él saca del bolsillo el IE, ajusta el aparato siguiendo las instrucciones de Moloch y lo dispara contra el extractor de materia. La maquina empieza a chirriar, la sala se llena de vapor y finalmente se detiene. “¡Lo has logrado Sam, has salvado el planeta!”, le felicita Moloch. “Aunque he de decir que la sonda que acabas de romper es tremendamente cara”. Sam suelta una carcajada. La verdad es que no se cree lo que acababa de lograr. Se siente orgulloso de sí mismo, como en los viejos tiempos. - ¡Te das cuenta de lo que has hecho! ¡Has condenado a la humanidad a seguir en esta época de ignorancia! -le grita Li, apareciendo del vapor. Tiene una pistola en la mano y parece realmente cabreada. - Disculpe señora, pero… ¿cómo iba ayudar a la humanidad hacer enormes agujeros en el planeta? -Sam se quita el casco del traje para poder hablar con la ministra. - ¡Con los recursos obtenidos, ellos nos iban a dar la tecnología necesaria para crear nuestras propias naves e unirnos al Consorcio! “Los miembros del Consorcio tenemos terminantemente prohibido comerciar con las razas tecnológicamente inferiores. Está mintiendo o la han engañado”, le comunica Archie severamente. - Aunque eso fuera cierto, ¿qué ibas a hacer con este agujero? ¿Taparlo con cemento? - Una vez en el espacio, empezaríamos una nueva era colonial. Abandonaríamos en la Tierra a aquellos a los que nuestras naves no pudieran transportar. ¡Yo iba a ser la que llevaría la humanidad a una nueva Era, y tú lo has
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arruinado todo! - Tranquila Li. No está todo perdido aún -dijo otra voz femenina detrás de Sam. Él no se ha dado cuenta de la presencia de nadie más aparte de Li y del alienígena que sigue gritando como un cerdo. Una silueta aparece entre el vapor, acercándose lentamente hacia Sam. No la puede distinguir hasta que la tiene delante de él. - ¿Lisa? -pregunta Sam, conmocionado. La mujer acaricia con cariño el rostro de Sam. Es tal y como la recuerda, y viste el mismo vestido blanco de Li. De repente, una sonrisa cruel aparece en el rostro de ella. “¡NO!”, grita Moloch. Los ojos de Lisa se vuelven púrpuras mientras agarra con su mano la frente de Sam. Numerosas imágenes pasan por la mente del humano: su vida pasada, todos los pensamientos que alguna vez ha tenido, sueños y pesadillas que no recuerda haber soñado. - ¡Sé que no estás solo, pequeño humano! -le grita Lisa con voz grotesca. De la chaqueta del traje saca una pequeña placa que tira al suelo-. ¡Sea quien sea tu titiritero, tiene tres segundos para materializarse aquí o licuaré tu cerebro! ¡UNO! Sam empieza a ver parajes desolados en los que nunca ha estado, ciudades llenas de criaturas de formas inimaginables, estrellas apangándose delante de sus ojos. - ¡DOS! Recuerda su vida pasada con Lisa en la gran ciudad, moviéndose entre las altas esferas y disfrutando de los pequeños lujos que se podían conseguir en este planeta.
Diego Fdez. Villaverde - CADÁVER EXQUISITO IV - ¡Basta! -grita Moloch, pero no desde su cabeza. La placa que ha tirado al suelo empieza a brillar y aparece Archibald Moloch en persona El ser que ha suplantado a Lisa suelta a Sam, que cae al suelo a plomo, entre espasmos y con los ojos en blanco. - Vaya, vaya, el gran “Archi” Moloch en persona ha venido a detenerme. El Consorcio debe estar muy preocupado para mandar al segundo mejor agente -dice la falsa Lisa con voz humana. - ¿Cómo has podido traicionarnos, Bellemere? ¿Por qué no usar el extractor en un planeta deshabitado? ¿Por qué destruyes la Tierra? -le pregunta Moloch con tono inquisitivo. - Nadie ha dicho que vaya a destruirlo, mi plan es mucho más interesante. El orden del Consorcio es demasiado aburrido para mi intelecto superior. -Lisa recoge la placa transportadora y empieza a ajustarla-. Quiero desatar un poco de caos, eso es todo. - ¿Jugando con la vida de seres inteligentes? - ¡Ja! Tú no eres mejor que yo -se ríe Bellemere-. Estamos jugando al mismo juego, Archi, pero creo que yo he elegido mejor mi pieza. Tengo a un miembro de la clase política, y tú, ¿qué tienes? - Tenacidad -dice cortante Moloch. - Siempre tan romántico, Archi. Para tu información, estoy evacuando la mina y cerrando todas las salidas, y a tu… tenacidad, calculo que le quedan unas cuatro horas de oxígeno en esa mascara. A ver si conseguís escapar de aquí mientras le explicas porque has arriesgado su vida. -Bellemere se acerca a Li y activa su transportador, desapareciendo ambas en un brillo azul. Moloch suspira y se agacha para com-
probar el estado de Sam. Está consciente, pero aún conmocionado por el ataque mental. - No era ella, Sam. No era ella -le dice mientras le acaricia el pelo. INSTRUCCIONES - Debe estar ambientado en el universo creado en el primero. - El protagonista tiene que ser Sam, con estos rasgos: agresivo, atormentado, irónico, con habilidad política, leal, desenvuelto, hábil en el combate y muestra intensos sentimientos hacia Lisa, que en ningún momento se ha de desvelar qué tipo de relación mantienen. - Archibald “Archie” Moloch es el co-protagonista. Es un alienígena cambiaforma enviado por el Consorcio para descubrir a los que manipulan los gobiernos terrestres. Posee una gran variedad de gadgets y no termina de entender bien las costumbres humanas. A veces es redicho en las construcciones gramaticales. - Tienen que escapar de la mina. Archie llevará a Sam ante los jefes de Consorcio para exponer lo que han descubierto. Desde allí averiguan que Bellemere tiene sometida a la Gran Ciudad y está llevando a cabo acciones políticas para hacerse con el control total a través de su marioneta. Hay que intervenir, así que, mientras el Consorcio se prepara para la guerra, Archie y Sam tratarán de frenarlo infiltrándose como políticos. Ahí termina el capítulo. - La extensión del documento debe ser de entre 5 y 10 páginas, con un espaciado posterior de 10 ptos, interlineado sencillo y la fuente en calibrí 11. - El archivo se manda a redacción@ animabarda.com antes del 13/05/2012 con el asunto “Cadáver exquisito”.
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Vi単etas de humor - COCHINO RABIOSO
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Bestiario Revisión en rima de las extrañas y retorcidas criaturas responsables de las desgracias de esta publicación. Recomendamos leer imaginando el tañido de una lira. Nada escapa a su filo, Y si mal está decirlo, ¡Pobre de ti! Si te pilla, Con su afilada cuchilla.
Diego F. Villaverde Verdugo - @LordAguafiestin
Si algo no le gusta o agrada, No duda en liarla parda. Noble y fiel como un Stark, Pero si le enfadas te vas a enterar. Así que cuidadito has de tener, Si al verduguito no quieres ver.
Víctor M. Yeste Consejero - @VictorMYeste
Importante es su profesión Aunque esta no es la cuestión A Kvothe le tiene presente, Como él en su venganza, es persistente. A su misión concentrado y entregado. A su vida un poco despistado. Pero tal es su corazón, Que sirve de compensación.
Apasionado en gente reuniendo, Mejor alrededor de una mesa comiendo. Placeres banales, diréis. Con los que regocijo sentiréis. ¡Ay de ti! Si te habla de su obsesión, No te soltará hasta que te dé el tostón. Y si de madrugada un finde despierto estás, ¡Corre!, ¡huye! Mejor la radio esconderás. Cuentos de terror y cuarto milenio, Sus preferencias después del silencio.
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J. R. Plana Posadero - @jrplana
BESTIARIO No va con mallas, A su lado te callas. Dotado de humor e ingenio, En sus historias pone empeño.
Ramón Plana Juglar - @DocZero48
Si de entretener se trata, Una velada con el pacta. Mas difícil luego callarle es, Y perdido en las nubes te halles.
Si acudimos a ella siempre nos ayuda, Sea la hora que sea sin ninguna duda. Encontrarla, o no, esa es otra historia; Viaja por mundos de manera notoria.
M. C. Catalán Curandera - @mccatalan
Fiel y dedicada, a todo pone esfuerzo, Pero si la enfadas perderás el pescuezo. Katniss en Panem, Marta en Valencia, Las dos con el arco apuntan con vehemencia. Mas en ella dulzura también hallas, Querrás su compañía donde vayas.
Cris Miguel Pregonera - @Cris_MiCa
Enfadada siempre parece, Pegando su rabia enriquece. ¡No sólo a esto se dedica! Su odio contra el universo predica. Escritora es, luego pregonera, Si no haces lo que quiere, busca la correa. Caza sombras y vampiros también, Cuidado has de tener, para no cazar su desdén.
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テ]ima Barda -
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Juanjo de Goya @jjdegoya
Eleazar Herrera @Sparda_
Galocha
@GomezGalocha
R. P. Verdugo @RP_Verdugo
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Carlos J. Eguren Hdez. @Carlos_Eguren