LA VUELTA
DE LOS DÍAS Mujeres que ruedan
Guillermo Cabrera Infante
Un director de cine no es más que un empecinado al que dejan dirigir una película. Al revés de una orquesta o del teatro, el oficio de director no existía cuando se inventó el cine. Es obvio, me parece, que los directores vinieron después. En Europa en los años 50 la politique des auteurs se volvió con Truffaut, Godard et al en la politique des amateurs. Pero en Hollywood, la meca de todo profesional, muchos directores no nacieron para el oficio. El mismo Orson Welles, que parece el director de cine nato, al principio pensaba en la ópera, en la escena o en la radio antes de pensar en el cine. Welles fue el director de fábula al que dejaron hacer El ciudadano solo, a su forma y manera. (El escándalo vino después.) Pero su segunda película, Magnificent Ambersons, fue magnífica pero no para Welles, que siempre se quejó de que el estudio (la RKO, la misma compañía que le concedió antes todas las licencias) se apropió de su obra, la trucidó más que la cortó y alguien le añadió un final que no era el suyo. Si así van los hombres así van todas. Las mujeres. Hay dos mujeres directoras de cine ejemplares. Una es la autoritaria Dorothy Arzner, que adoptó la mejor vestimenta y las peores costumbres (sobre el set) de los hombres. La otra es la dulce y peligrosa Leni Riefenstahl. Miss Arzner (como insistía que la llamaran: eso fue antes de la introducción odiosa de la diosa como MS, como ahora insisten las nuevas feministas) llegó a dirigir Vuelta
por un tortuoso camino que empezó como montadora de las escenas de toros de Sangre y arena922). Después de ser escritora, ayudante de dirección y amiga de los directores que iban al cafe de su padre en Hollywood Boulevard, donde era esa risueña camarera amable antes de ser esa directora dura como un director. Fraulein Riefenstahl era más acogedora. Bella bailarina de gráciles formas que llamaron la atención del Dr. Goebbels, conocedor, fue a través de Goebbels que llegó a Hitler, el fascinador fascinado. Así consiguió dirigir dos obras maestras del documental y de la propaganda política.
El triunfo de la voluntad (1935) y Olimpia (1938), que fueron una ferviente exal-
tación del macho ario y del nazismo. Al revés de Arzner, Riefenstahl era una fanática heterosexual. Su carrera fue más brillante pero más desastrosa que la de la apagada Arzner, que sólo tiene un triunfo mayor en una obra menor, Dance, Girl, Dance. Riefenstahl pagó su devoción al bello Adolfo, después de la caída de Berlín, con dos años de cárcel, la desnazificación parcial y la totalitaria cabeza rapada no por piojos en el pelo sino por parásitos políticos dentro. Las directoras de ahora lo tienen todo más seguro. Cuando ruedan saben que no rodaran las cabezas. Saben además que escogen una carrera que puede terminar en la oscuridad de Arzner, pero nunca acabarán haciendo penitencia entre los negros del África como Riefenstahl, que purgó así su culto original al Número 205 Diciembre de 1993
rubio de ojos azules exaltado por ella y el nazismo. (La segunda parte de Olimpia se llamó en efecto Festival de la belleza.) Una de las mujeres a la que dejan (el estudio, los productores, la política de los autores políticos) dirigir ahora es esta, extraordinaria, Kathryn Bigelow, una señora formidable en más de un aspecto. Bigelow (se pronuncia Bíguelo) a quien no le gusta, como a Dorothy Arzner, que le digan directora (habrá que decir la director), viene no del teatro ni de la literatura y no es una técnica como Arzner, pero como Riefenstahl domina cualquier set con su sola presencia: ella es bella como una actriz y alta como un actor. (Mide uno ochenta). Viene su autoridad además de una considerable capacidad intelectual (se dice que su cociente de inteligencia es tan alto como ella), en un mundo donde el intelecto paga menos que el crimen. Tiene, es obvio en la pantalla, un ojo certero, Bigelow era una pintora elitista en Nueva York antes de derivar al cine amateur y llegar finalmente a Hollywood con 20:20 de visión plástica. También la ayuda, en el mundo de la imagen, su estupenda imagen de belleza bruna, fotogénica aun detrás de la cámara. Es más bella, en foto y en la televisión, que algunas de las actrices que ha dirigido, como Jamie Lee Curtis o Lori Petty. A Bigelow la han llamado por todos los nombres posibles en la nomenclatura del cine: action woman, macho woman, muy macha! No la llamaron virago porque no nació en Chicago. Y, sobre todo, por su aspecto decididamente femenino: esos ojos nunca los tuvo Alfred Hitchcock. “Tiendo”, dice ella, “a no tratar de dignificar mi profesión por su género”. La declaración es equívoca, ya que en el cine género no significa precisamente paño. “Me veo como una cineasta, ya está. Si la gente quiere verme como una novedad, ese es su problema”. No hay problema de este lado de la pantalla. La Bigelow, que ha dejado detrás a todas sus congéneres (Susan Seidelman, Penny Marshall, Gilian Armstrong: directoras de ahora), hace, dicen, películas que usualmente sólo hacen los hombres.
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