Vivienda-Colonial-Cubana-Luis-Lapidus

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CON CRITERIO

Arquitectura y Urbanismo, Vol. XXIII, No. 2/2002

HISTORIA DE LA ARQUITECTURA

SOMBRAS Y LUZ EN LA CIUDAD VIEJA LA VIVIENDA COLONIAL CUBANA Un sucinto panorama de la evolución cubana en la etapa colonial, a partir de su devenir tipológico, su repercusión posterior y notable relevancia en la memoria colectiva y en la cultura nacional, en tanto expresión y base de una forma propia de concebir la Arquitectura y la ciudad que perduró hasta entrado el siglo XX

Luis Lápidus

Palabras clave: casa cubana colonial, evolución tipológica A succinct panorama of the Cuba housing evolution in the colonial stage, coming from its typological outcome, its later repercussion and remarkable relevance in the collective memory and national culture, as well as a way of expression, a base in a characteristic vision concerning Architecture, and the city that lasted right up to the 20th century Key words: cuban colonial housing, typological evolution

LUIS LÁPIDUS MANDEL. Profesor Titular de la Facultad de Arquitectura del ISPJAE. Ocupó, hasta su deceso en 1995, el cargo de Subdirector del Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología.

Galería alta del Palacio del Segundo Cabo. Siglo XVIII. Habana Vieja.

Mucho del misterio y del asombro que emana de las áreas urbanas tradicionales se debe a la cambiante acción del claroscuro, a la sorpresa visual y espacial, al juego de texturas y colores, de sólidos y vacíos, de espacios abiertos y cerrados. Estas cualidades, que se gestan en la urdimbre compacta e intrincada de los núcleos originales, trasciende y reaparece en el caso de Cuba en los crecimientos ulteriores y se convierten, a través de la definición de códigos propios, en una forma propia de concebir la arquitectura y la ciudad que perduró hasta bien entrado el siglo XX. Esta evolución se relaciona con una actitud pragmática en el cambio y el desarrollo característica de la historia urbana insular, en la que, junto a decisivos factores económicos, influyen las preexistencias culturales metropolitanas, el clima de la colonia y la idiosincrasia que va adquiriendo su población, las particularidades de las relaciones comunitarias en cada etapa y el papel del artesano en la construcción arquitectónica. Un panorama de esta evolución, a partir de sus efectos en el devenir tipológico de la casa cubana colonial, evidencia su repercusión y notable relevancia en la memoria colectiva y en la cultura nacional. Las tradiciones romanas, medievales y árabes que nutrían la experiencia constructiva española en el momento de la conquista, no ejercieron de inmediato su influencia en una colonia cuya escasez de metales preciosos no favoreció un rápido poblamiento. La primera respuesta edilicia de los españoles asumió las formas precarias de los aborígenes, a partir de los materiales naturales de más fácil y directa obtención. El oficio hispano en obras de cantería y de madera tardó en aparecer en la pobre colonia. Solo avanzado el siglo XVI se constató la principal fuente de desarrollo poblacional y económico de la isla, en su estratégica ubicación geográfica, que le permitió servir de punto de reparación y avituallamiento periódico de las flotas que trasladaban las riquezas coloniales hasta la metrópoli. Esta coyuntura, a su vez, estimuló por una parte el surgi-


miento de una producción agrícola y ganadera estable y la explotación de otras fuentes de riqueza, como la explotación maderera y la fabricación de navíos. Por otra, la construcción de fortificaciones cada vez más importante determinó el adiestramiento de la mano de obra para una futura arquitectura civil de envergadura. El campesino aislado pobre continuó viviendo en el primitivo bohío de origen indio que solo en los últimos años ha tendido a desaparecer. En los asentamientos urbanos comenzaron a construirse viviendas generalmente de una planta, de paredes de tierra apisonada, reforzadas con horcones de madera o con hiladas de ladrillo, y provistas de techos de madera cubiertos de tejas. La referencia inmediata es la vivienda popular del sur de España y sus componentes mudéjares. Una urbanización compacta, compuesta por la sucesión de lotes rectangulares con el lado más estrecho hacia la vía, aún constituye un freno a la futura extroversión de la casa. El concepto de la privacidad, transmitido por la herencia hispano-árabe determina el vuelco de la vida hacia el interior. Un elemento espacial protagónico, el patio, ausente en la vivienda aborigen, hace su aparición y se convierte en leit motiv de la vida doméstica aunando la tradición del enclaustramiento de la mujer con las posibilidades que brinda el clima. A diferencia de la metrópoli, donde el patio está reservado a las casas de los niveles más pudientes, en Cuba recurre en todos los sectores sociales, variando solo en dimensión y tratamiento. La entrada y el zaguán se ubican a un lado, para no permitir visuales indiscretas desde la calle, aunque las ventanas enrejadas perforen la fachada cada vez con mayor insistencia. Las plantas se estructuraban en torno al patio en forma de L ó C, con las áreas de recibo al frente, las habitaciones a lo largo y los servicios al fondo, que generaron posteriormente otro patio menor o traspatio. La salas de estar se separaban del patio por arcos a menudo mixtilíneos, según la tradición árabe. Los dormitorios se

ventilaban solo desde el patio, excepto en las casas esquineras, lo que, en las nuevas circunstancias del trópico, ajenas al seco clima andaluz, tendía a concentrar la humedad. Hay escasos ejemplos remanentes de esta etapa inicial; más bien lo que se conserva son exponentes de la supervivencia de estas formas en el siglo XVII. La casa de la Parra, en La Habana Vieja es típica de la forma de asumir un carácter biplanta en la esquina, con comercio en el piso inferior y una privilegiada habitación arriba, a la manera de un mirador. Otro ejemplar habanero es la calle Obispo 117-119, que, muy alterada posteriormente, es señalada por diversos autores como portadora de detalles de gran antigüedad, tales como lo bajo de los techos y la sobriedad de la fachada, en cuya tensa piel protuberan nítidamente los balcones de la planta alta y las tres hiladas de tejas que actúan como remate. En otras antiguas ciudades, como Trinidad, Sancti Spíritus, Camagüey o Santiago de Cuba, es posible hallar casas de períodos posteriores, pero que conservan parte de estos rasgos primigenios, si bien el rectángulo de la planta tiende a brindar su lado mayor a la fachada, para beneficio de la ventilación y de la tendencia a la extroversión. El mayor virtuosismo estético y constructivo lo presentan estas casas en la labor del maestro carpintero en las torneadas rejas y barandas y, sobre todo, en las armaduras de par y nudillo de los techos, verdadera demostración de oficio, emparentada con el dominio adquirido en la fabricación de barcos. Estos techos, de fuerte

Casa en Obispo 117-119.

ascendencia morisca, abundan aún hoy con diversos niveles de complejidad en buen número de centros históricos de la isla. Un siguiente capítulo dentro de esta etapa originaria lo da el crecimiento de la familia y su servidumbre esclava, que, junto al enriquecimiento económico y a la nueva capacidad de construir, va traduciéndose en casas de mayor rango y dimensión, de dos plantas, sobre todo en La Habana. Un buen ejemplo es la casa esquinera de Tacón 4, en La Habana, en cuyo patio se alternan las arcadas de raíz romana con los muy esbeltos pies derechos de madera rematando en la zapata morisca tallada en forma de pico de loro. Los techos de la planta alta son armaduras octogonales muy trabajadas; son la cubierta del piano nobile, destinado a la vida interna de la familia. Es necesario, por su repercusión posterior, hacer mención de la construcción religiosa del período. Si bien las iglesias tuvieron comparativamente menos envergadura que en otras colonias, al no existir una población aborigen que evangelizar, algunos temas sociales eran abordados solamente por el clero. Surgieron algunos conventos como respuesta a exigencias educacionales, de salud y otras. Estas edificaciones llevaron el expediente del patio a una dimensión monumental y a su expresión definitivamente claustral, rodeando de soportales los cuatro lados. La espléndida geometría de patios claustrales religiosos hallarían en etapas subsiguientes contrapartidas cada vez más definidas en las viviendas ya palaciegas y, como derivación trascendental, en la escala urbana. Hacia fines del siglo XVII, las ricas familias habaneras que habitaban el contorno de las plazas principales solicitan y obtienen el permiso de extenderse con portales hacia el espacio público, convirtiendo paulatinamente la plaza en un claustro, y estableciendo una tipología que marcaría por siglos a la arquitectura cubana.


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La casa con portal hacia la plaza representa un triunfo de la actitud patriarcal con respecto a la sociedad, y de una nueva forma criolla de ser extrovertida y orgullosa del prestigio adquirido, definitivamente diferenciada de sus antecesoras moriscas. Acercándose al modelo romano clásico, el zaguán se dispone axialmente y permite una visual sin tropiezos, a través del frecuentemente abierto portón, hacia el patio y las galerías. También a la manera romana, estas casas del siglo XVIII dedicarán los locales de planta baja a funciones comerciales. En los entresuelos de muy bajo puntal habita la servidumbre. En la planta alta, la gran sala, donde se desarrolla una intensa vida social, da a la plaza a través de los corridos balcones que ofrecen un punto ventajoso para el disfrute de la vida exterior. Más adelante, en el siglo XIX, las barandas de madera se trocarán en diseños en hierro forjado, y las arcadas de la planta alta se cerrarán con persianas y lucetas de colores para completar el conjunto de elementos que más recurrentemente se han identificado con la idea de cubanía en arquitectura. La casa ha adquirido grandiosidad en todos sus aspectos, la construcción en piedra se ha perfeccionado, y ha evolucionado una particularidad que desde el inicio aportó la casa cubana de sus blancas predecesoras andaluzas, que es el uso de patrones intensos de color. En este período se extiende con amplitud la aplicación no solo de cenefas decoradas, sino de tratamientos murales en fachadas y paños interiores enteros. Estas pinturas, después sepultadas bajo capas sucesivas, constituyen hoy sorpresa, angustia y obsesión de los investigadores y restauradores. La Casa de los Condes de Jaruco, erigida en la primera mitad del siglo XVIII, es uno de los ejemplos más evolucionados del llamado estilo de la Plaza Vieja, sitio urbano que sirviera de escenario al origen del proceso descrito. Ya se ha accedido al pleno período del barroco habanero y una elaborada guarnición rodea la monumental puerta, que permite entrever desde el portal corrido los planos de perspectiva suce10

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Palacio del Marqués de Arcos en la Plaza de la Catedral, Habana Vieja, caracterizado por su portal y los mediopuntos con vitrales.

sivos conformados por el acceso a la galería y las arcadas de frente y fondo. Esta estupenda arquitectura es el símbolo residencial de una época y una sociedad emergente. Las casas de la Plaza de la Catedral, émulo de las anteriores, no llegaron a conformar íntegramente el claustro; algunos vecinos con menos recursos no lograron extender sus portales. Así, la Plaza, presidida por la barroca Catedral, brinda una imagen congelada del proceso de tránsito y conformación que tuvo lugar en el siglo XVIII. Los vecinos de las calles interiores, menos afortunados, carecían de posibilidades de aportalar sus casas, pero en algunos casos lograron sin embargo una arquitectura de gran impacto. La casa de la Obrapía. Portada.

Patio. Casa de la Condesa de la Reunión.


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La casa de la Obrapía, por ejemplo, generada en el siglo XVII y enriquecida en el siglo XVIII, gana en señorío al exterior con una guanición barroca fabricada en España que extiende su caligrafía hacia arriba para encerrar también la ventana superior y alcanzar toda la altura del edificio. La posición esquinera permitió acceder al interior mediante dos zaguanes. Los interiores, junto al patio claustral, presentan una serie de componentes de cualificación estética, como la solución de la escalera o el surtido formal en los arcos. Otro ejemplo notable en La Habana Vieja, entre muchos, es el de la Casa de la Condesa de la Reunión, más pequeña y enclavada en un estrecho lote medianero, resuelve el patio sacrificando las galerías laterales, sustituidas por el balcón volado que gira con hábiles curvas barrocas. Un hecho histórico singular clausura prematuramente el siglo XVIII en Cuba. La toma y ocupación temporal de La Habana por los ingleses en 1762, catalizó una nueva óptica en el tratamiento conferido por España a la colonia, y en la incipiente conciencia nacional del criollo. A fines del siglo XVIII se erigen en la habanera Plaza de Armas dos potentes edificios de gobierno que resumen los códigos basados en la interacción espacial plaza-portales-patio y establecen la transición del barroco al neoclasicismo que prevalecerá en el entrante siglo XIX. Con la restauración de que fueran objeto en la década de 1930, estos palacios fueron despojados de revoque y color para hacer aflorar el excelente trabajo de sillería que hoy forma ya parte esencial de su definición estética. Los grandes portones reciben complejas guaniciones y admiten la visual hacia patios claustrales con arcadas de clásica concepción en dos plantas. Estos edificios marcarían la pauta para el desarrollo de una ciudad que ya había desbordado el límite de sus murallas. Con la definitiva adopción de los códigos neoclásicos en el siglo XIX, las familias criollas notables se desvincularon de la tradición mudéjar y se inspiraron en estilos italianos o franceses. Los nuevos palacios también se organizaron en

torno a patios claustrales rodeados de arquerías, pero la composición era ya de neta trascendencia italiana y los techos eran planos con cielorrasos de yeso ornamentado, como lo prefiguraran los palacios de la Plaza de Armas. Las rejas de madera se sustituyeron por otras de hierro, material que se comenzó a usar también en columnas, escaleras y mobiliarios de exteriores. Los habituales pisos de losas de barro pasaron a construirse en mármol. Como se señaló antes, las plantas altas de las etapas anteriores recibieron un cierre de persianas y lucetas coloreadas. Este último elemento se resolvió con bellotes de madera y diseños de progresiva complejidad, que, en el siglo XX, con la introducción de la técnica del emplomado incrementaron la tendencia al detalle y a la figuración. Las villas suburbanas ajardinadas que iniciaran este movimiento, con su elevada columnata toscana al frente, fueron constituyendo al multiplicarse un continuum de portales a lo largo de las amplias avenidas extramuros. En los terrenos resultantes de la demolición de las murallas surgieron prestigiosos palacios neoclásicos que comenzarían a definir una frontera jerarquizada entre el repleto núcleo original y el crecimiento hacia el hinterland. La tónica del portal exterior corrido continuó primando como concepción ya indisolublemente vinculada al modo de vida urbano, extendiéndose indefinidamente para alcanzar grandes sectores de la ciudad capital y repercutir sensiblemente en los asentamientos del resto del país. Si bien en ciertas ciudades antiguas el neoclasicismo tuvo un impacto más discreto y los patrones mudéjares lograron perdurar en las grandes residencias, otras se definieron y desarrollaron a partir de la estricta cuadrícula urbana que los nuevos gustos imponían. La configuración urbana a escala territorial se pespuntea con ciudades que, como Matanzas, Cárdenas, Cienfuegos, seguirán un trazado de rigurosa geometría neoclásica, diferenciada de la espontaneidad de las antiguas fundaciones de reminiscencia medieval, sobre

La Plaza de Armas. A la izquierda, el Palacio del Segundo Cabo.

Los códigos neoclásicos impactaron significativamente en muchas ciudades cubanas. V o l . X X I I I , N o . 2/ 2 0 0 2

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tración industrial liquidaría aquella proliferación indiscriminada de unidades productivas, y las tierras exhaustas disminuyeron su rendimiento. El visitante que penetra en algunas de estas antiguas mansiones, invadidos por la vegetación tropical, pudiera evocar el concepto de lo real maravilloso latinoamericano descrito por novelistas como Alejo Carpentier o Gabriel García Márquez, una arquitectura otrora poderosa inerme ante el inclemente acoso del medio natural.

En Trinidad y en el Valle de los Ingenios se destacan las casas-haciendas de inicios del siglo XIX. Palacio Cantero. Trinidad.

las que las leyes de Indias lograron escasa influencia. Patrones similares se observaron en los nuevos desarrollados emergentes de los núcleos originales. La arquitectura de estas áreas obedeció a esquemas clásicos contenidos, a menudo acompañados por el portal corrido hacia la calle. En algunas ciudades, las antiguas casas se transforman y convierten en verdaderos palacios neoclásicos de gran porte, bajo el estímulo de un auge económico derivado de una condición geográfica favorable o de una región productiva circundante. El caso de Trinidad resulta arquetípico. En el centro de la costa sur de la Isla, Trinidad, una de las siete villas primigenias, había alcanzado una discreta prosperidad con el contrabando y el corso. En el siglo XIX se produce un vertiginoso desarrollo azucarero en el vecino Valle de San Luis que, en las pocas décadas que logró perdurar, indujo la multiplicación de señoriales mansiones en la ciudad. Este progreso arquitectónico, junto a las casas de menos rango y el conjunto remanente del siglo anterior, dotan hoy a Trinidad de un inapreciable valor didáctico para la comprensión de la evolución tipológica de la vivienda tradicional cubana. Pero en pocos sitios puede apreciarse tanta afición por las formas clásicas como en las casas-hacienda de los ingenios que abarrotaron el Valle aledaño. Plasmados en numerosos grabados de la época, aquellos conjuntos agroindustriales dejaban un sitio jerarquizado a la casa-residencia del terrateniente, con respecto a las torres-vigía para el control, las fábricas que iban introduciendo modernas tecnologías norteamericanas, los barracones de esclavos y las instalaciones administrativas. Sin dudas, escenarios como el Valle de los Ingenios propiciaban una eventual confluencia cultural de nuevo corte. En las casas-hacienda se proponía la nueva cultura criolla de raíz hispana, pero en las festividades permitidas llegaba del batey el inquietante eco de los ritmos tribales, y la atmósfera de leyenda permeaba a los propios dueños que, en sus incursiones nocturnas, iniciaban el mestizaje que caracterizaría posteriormente buena parte de la población del país. Hoy los restos de aquellos bateyes se aprecian como memorias de un orden desaparecido. El proceso de concen12

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Entre los ejemplos más notables se encuentran la casa del ingenio Buena Vista, considerada entre las más elegantes de la Isla en su tiempo, o la del ingenio Guáimaro, cuyo austero volumen de casona colonial encierra murales pintados por artistas italianos. Las casas-hacienda vinculadas a la creciente producción azucarera o cafetalera, constituye una variedad edilicia que florece en el siglo XIX. En los cafetales, la vida permanente en el sitio que el cuidado de ese cultivo exigía propició la atención a la vivienda y su ambiente exterior. Al sur de La Habana surgió una región cafetalera, cuyos dueños adoptaron refinados patrones de vida. Aún se conservan restos del cafetal Angerona, del cual el viajero Abiel Abbot menciona sus 750 000 cafetos y 450 esclavos, mientras Cirilo Villaverde, el principal novelista cubano del siglo XIX, canta la belleza de la casa principal, que, a su juicio, “parecía un templo griego”. Poseía de hecho portales con arcadas sobre columnas dóricas por ambas fachadas y pórticos laterales que se abrían mediante un arco monumental. La cultura del café revela sus fuertes influencias francesas sobre todo en las montañas del extremo oriental, en zonas cercanas a ciudades como Santiago de Cuba y Guantánamo, donde fueron a asentarse los colonos obligados a emigrar por la revolución haitiana. Sus haciendas reflejan la depurada técnica de cultivo y las casas claman su ascendencia rural europea, vocablos franceses se mezclaron con el habla regional y elementos de esa cultura penetraron el folklore e incluso parte de la arquitectura de las ciudades. Se afirma que las persianas, que en ese siglo se unieron a los patios y portales para conformar la tríada caracterizadora de la arquitectura cubana, había llegado a Cuba siguiendo la ruta Francia-Lousiana-Haití, de donde pasaron a las áreas cafetaleras cubanas y, posteriormente, a las ciudades. Denominadas persianas francesas, sustituyeron a los toldos que protegían los interiores del radiante sol. Las vidrieras coloreadas, que Alejo Carpentier calificara como un inteligente brise-soleil creado por los alarifes coloniales, añadieron su fuerte acento plástico y ayudaron a mitigar los embates de la luz. La historia de la vivienda cubana de patios y portales, tan coherentemente discurrida a lo largo de tres siglos, quedaría trunca si no se hace referencia a su devenir una vez liberada la Isla del dominio colonial español. Con la naciente república tendría lugar un nuevo giro en los gustos arquitectónicos, afiliados a un eclecticismo a menudo espectacular que reflejaba el impetuoso ascenso de los estratos superiores de la sociedad. Las grandes mansiones de los barrios periféricos rompieron con la imagen urbana precedente y asumieron el lenguaje Beaux Arts. La continuidad compac-


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ta de portales se quebró en estos casos para dar lugar al volumen residencial diferenciado, rodeado de jardines y rejas y cualificado con elementos ornamentales importados de los grandes centros culturales europeos. Sin embargo, otras áreas de la capital, y de numerosas ciudades del interior, mantuvieron su adhesión a los patrones heredados, cuya efectividad ambiental y estética ya estaba comprobada. En las avenidas gestadas en el siglo anterior, las nuevas expresiones se insertaron armoniosamente; el respeto a la secuencia urbana logró la fusión de la exuberancia ecléctica y la contención neoclásica con los conceptos urbanos acumulados. En la capital las columnatas y soportales corridos siguieron extendiéndose. Su sello caracterizó no solo las áreas de la centralidad, donde se concentraba con mayor intensidad la vida social, sino que se desbordó hacia las zonas más alejadas y llegó a ramificarse por toda una urbe de ya considerable magnitud con los prolongados recorridos a la sombra que una arquitectura generosa donaba a la vía pública. Un atenuado eclecticismo marcó estilísticamente la enorme masa edilicia levantada por sectores de medianos recursos sobre la base de la producción de componentes por pequeños talleres semiartesanales. Las aspiraciones expresivas se moderaron según las restricciones económicas sin renunciar a la fantasía y a imaginativas variaciones sobre un tema básico. Volvió a primar el lote estrecho y profundo, dada la capacidad económica de los propietarios, cuya exteriorización de prestigio se obtenía más a través del conjunto arquitectónico que de la célula individual. El patio tendió a desarrollarse en forma tubular, con la sucesión de habitaciones a uno de los costados. En cierto sentido se volvía a los orígenes, pero la luceta decimonónica filtraba la luz proveniente del patio y el exterior aportalado, confería dignidad, calidad de vida y un sitio indiscutible en la conformación general de la ciudad. Esta concepción trascendió a muchos pueblos y ciudades en todo el territorio insular, que crecían al calor de las nuevas inversiones económicas. La arquitectura de las plantaciones tomó en cambio otro sesgo. En áreas rurales y costeras se multiplicaron las construcciones de madera, que ya en el siglo XIX imponían su presencia en campos y ciudades, incluso en edificaciones de notable envergadura. En la nueva etapa los grandes centrales azucareros norteamericanos aportaron modelos rigurosamente racionalistas de urbanización y la tipología del cottage y el balloon-frame. Por otra parte, los balnearios y villas playeras introdujeron románticas casonas de intenso poder evocativo. El proceso paulatino de cristalización del Movimiento Moderno, a través de diferentes estilos transicionales tendió en general a reducir los componentes de aquella valiosa tradición, decantada en siglos de cultura arquitectónica, de perfeccionamiento de la experiencia previa, a la condición de trasunto debilitados o de esquema epidérmico para aplicar sobre todo en la arquitectura del turismo. Unos pocos arquitectos reconocieron profundamente su lección, mantuvieron vivo su espíritu y persiguieron la incorporación de su esencia al nuevo léxico contemporáneo en algunas meritorias edificaciones de las décadas de los años cuarenta y cincuenta, dignas de justipreciación y continuidad en la obra del presente y del futuro.

En el centro de La Habana predomina el eclecticismo.

En la capital las columnatas y soportales corridos siguieron extendiéndose durante el siglo XIX y las primeras décadas del XX.

Algunos arquitectos mantuvieron vivas algunas de las lecciones fundamentales de la arquitectura tradicional cubana. Arquitecto Mario Romañach. V o l . X X I I I , N o . 2/ 2 0 0 2

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