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Atributos complementarios de los dioses de la lluvia y

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Antilha N°11

Antilha N°11

ATRIBUTOS COMPLEMENTARIOS DE LOS DIOSES DE LA LLUVIA Y LA TORMENTA

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Jorge Angulo Villaseñor1

Preámbulo

El hecho de que la muchas veces representada figura que lleva anteojeras y una bigotera o labio superior con grandes dientes y colmillos de serpiente se haya identificado con cierta facilidad como Tlaloc o la deidad de la lluvia que predominaba en el Altiplano Central durante el Periodo Postclásico, ha sido causa de que un gran número de Historiadores del Arte, Arqueólogos y otros investigadores o aficionados a esta temática, hayan vertido varios litros de tinta interpretando y comparando las funciones de este dios con figuras un tanto equivalentes en otros sitios de la Mesoamérica del Preclásico, el Clásico y aún entre los simbióticos grupos étnicos contemporáneos.

Desarrollo de una Investigación sistemática

Metodológicamente se partirá de lo que se dice saber y se repite sin cesar, sin conocer las causas, conceptos o atributos que respalden la presencia de los elementos iconográficos que apoyan las características interpretativas de esta importante deidad mesoamericana.

1 Profesor investigador Emérito, Dirección de Estudios Arqueológicos, INAH. 9

Toda investigación que se efectúe, siguiendo las normas de la Antropología Integral, deberá incluir la mayor cantidad de datos y puntos de vista que proporcionen la información básica y complementaria de las disciplinas afines que aporten mayor comprensión a la temática de estudio.

Razones por las que en este ensayo, se incluyen algunas de las tradiciones orales que etnólogos y otros investigadores han recopilado de las leyendas y mitos que han logrado perdurar en forma simbiótica o mezclada con otras creencias o conceptos impuestos por la cultura predominante, en las que se nota la adaptación de términos contemporáneos dentro la actualización de algunas referencias históricas y etnohistóricas que sobrevivieran la etapa pos-conquista, por un lado, tanto como en el estudio de los pictogramas y escenas descriptivas plasmadas durante el periodo Posclásico, el Clásico y posibles signos y símbolos del Preclásico mesoamericano. Un método que nos proporcionará un sólido apoyo basado en datos concretos o establecidos histórica e iconográficamente, con los que pueden rastrear los antecedentes que los originaron, hasta

10 periodos anteriores a la identificación y definición del sujeto en estudio y del componente o componentes simbólicos que acompañen a la figura iconográfica que se analice. Siguiendo este proceso de análisis metodológico, se irán descubriendo, paso a paso, los elementos asociados al ícono en estudio, para ir comprendiendo la función que desempeñan al estar presentes como complemento ideológico del sujeto básico o como simples determinativos, modificativos o calificativos

del elemento pictográfico en el que se encierra el mensaje plasmado durante una situación específica o dentro del determinado contexto cronológico-cultural en que fue plasmado. Por supuesto que la reconstrucción virtual del paisaje natural y artificial en el que se produjeran las imágenes que se desean comprender, se debe basar en el resultado de los análisis de suelos, semillas, polen y otros datos biométricos y ecológicos del ámbito en que se desarrollara el elemento iconográfico que se analiza, para cotejarlos con el conocimiento de los rasgos antropométricos, su desarrollo tecnológico aplicado a los sistemas de producción y distribución de

bienes materiales que pudieran proporcionar una visión de su organización socio-económica, antes de sugerir, con base en los análisis iconográficos de los contextos ambientales, alguna hipótesis sobre la organización político-religiosa en la que vivían durante cada uno de los periodos cronológicos. Sin embargo, para una mentalidad lineal como la que priva en los regímenes académicos de fines del segundo milenio y principios del tercero, se podría seguir un proceso reconstructivo inverso a la recopilación de los datos más recientes, para ir reconstruyendo, paso a paso, el proceso de transformación física, reflejado en las expresiones ideológicas que quedaron plasmadas en obras materiales y en metáforas plasmadas en escenas iconológicas, siempre plagadas de conceptos simbólicos en los que se refleja el periodo cultural por el que pasaron los grupos sometidos al estudio y análisis iconográfico.

Las Fuerzas y Energías de la Naturaleza Consideradas como Deidades

En esta forma se puede partir de la consideración de que en muchas de las religiones politeístas, como fueron las

11 prehispánicas, se aceptaba que todos los componentes que existen en la naturaleza como lo son la flora, la fauna, las

rocas y minerales, las energías y demás fenómenos naturales, estaban dotados de un alma, un corazón y una vida sagrada que debía ser respetada, puesto que sus funciones estaban asociadas al ritmo cíclico de una o más de las deidades con las que compartían los deberes atribuidos a su comportamiento. Un concepto un tanto diferente al que rige entre las religiones monoteístas o antropomorfistas, cuyo culto da preferencia a un dios todo poderoso que premia o castiga a su voluntad a los pueblos escogidos. En el concepto filosófico inicial del pensamiento naturalista de las religiones politeístas, los elementos y energías de la naturaleza están representados por figuras antropomorfas, zoomorfas, fitomorfas o por elementos abstractos manifiestos en un símbolo o emblema que identifica a la deidad en referencia con la representación del poder constructivodestructivo que puede dar vida, causar la muerte y determinar la constante renovación de todo lo que existe sobre “la piel de la tierra” o lo que ahora se clasificaría como la capa de la biosfera.

La multifacética deidad llamada Tlaloc y sus múltiples atributos

Sin analizar los componentes físicoquímicos, ni el origen o transformación por el que pasaran durante millones de años de constante cambio evolutivo, se ha encontrado que de los elementos básicos que cubren el planeta (cielo, tierra y agua) (Fig. 1), los dos últimos son considerados como las deidades más importantes y más representadas en las culturas naturalistas, ya que ambas son propiciatorias y depositarias del eterno ciclo vida-muerte y renovación que caracteriza a las multifuncionales deidades mesoamericanas, constituidas por todo tipo de materias visibles y de energías aparentemente invisibles, que se manifiestan en formas tangibles o claramente perceptibles por los sentidos de que están dotados todos los seres vivos. Los mismos elementos básicos de la tierra y el agua, junto con otros que se verán más adelante, constituyen la esencia del dios Tlaloc, quien parece ser una de las deidades más representadas en toda Mesoamérica (Fig. 2). Se sabe que la humedad de la tierra y la evaporación del agua generan la humedad que se transforma en las nubes portadoras de la benéfica llu-

Fig. 1. Se observan los tres planos del universo representados por el cielo, la tierra, en este caso una montaña, y el agua en donde nadan diversos animales. Códice Nuttall, Lámina 75, detalle.

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Fig. 2. Representación antropomorfa de Tlaloc. Museo Nacional de Antropología. Foto. Jorge Angulo Villaseñor. via que fertiliza los campos de cultivo, mientras que, cuando el mismo fenómeno alcanza su extremo violento se

convierte en torrenciales aguaceros, la tierra es severamente devastada. Tlaloc, deidad que al entrelazar sus atributos con los del viejo dios del fuego, complementa otro aspecto más panmesoamericano que también adquiere las características de los dioses de la tormenta y la guerra que, como se ve en el Tlaloc teotihuacano, está armado de ra-

yos y relámpagos en la forma de dardos o flechas (Fig. 3). Hay otro aspecto, posiblemente más tardío, de esta multifacética deidad que corresponde a la energía del aire que, entre sus variados rangos de fuerza, abarca desde el soplo que da la vida, hasta el viento huracanado que la quita, personificado por Ehecatl-Quetzalcoatl quien complementa el carácter creativodestructivo de este dios (Fig. 4). Sin tener que recurrir a términos ni explicaciones científicas, se menciona que por los cambios del clima y de la presión barométrica, la humedad acumulada en el aire de un ámbito tropical, forma las nubes de lluvia que el viento cálido moviliza hasta la planicie donde el aire frío que baja de la montaña, provoca un movimiento circular entre las corrientes

opuestas y se originan los remolinos, tornados, mangas o trombas de lluvia sobre la tierra, tanto como los temidos huracanes, ciclones o el tifón en los mares de Oriente, sin descartar los fenóme-

nos de “el Niño y la Niña”, manifiestos

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Fig. 3. Tlaloc con rayo en Tetitla, Teotihuacan. Foto. América Malbrán Porto, 2009.

en las últimas décadas, en los siglos XX y XXI. El fuerte viento sobre el agua o la tierra que fuera percibido y expresado en un diseño abstracto que con frecuencia ha sido identificado como el huracán o el torbellino en todas las áreas y etapas mesoamericanas, corresponde al símbolo de energía celeste y en lo que pudiera considerarse el reflejo de la misma, correlacionado a la entrada al Inframundo. No es sorprende que este pensamiento fuera compartido por muchos de los grupos que profesaban la religión henoteista2 y que ante el mismo fenómeno me-

14 teorológico que afecta por igual a muchas partes del mundo, percibieran el fenómeno y lo expresaran con diseños parecidos entre sí mismos. La época de huracanes en la costa no siempre es coincidente con la del vendaval o de los torbellinos que ocurren en las planicies y tierras bajas de la península de Yucatán, en donde los mayas llaman chac al há al fuerte viento o ven-

2. El henoteísmo o monolatría (del griego: heis, henos "un" y theos "dios") es la creencia religiosa según la cual se reconoce la existencia de varios dioses, pero sólo uno de ellos es suficientemente digno de adoración por parte del fiel.

Fig. 4. Representación de Ehecatl-Quetzalcoatl como portador del cielo. Códice Borgia, 1898: Lámina 51, detalle.

daval con lluvia y chac al ik al torbellino o viento huracanado, mientras en la lengua maya-quiché denominan a este fenómeno o energía deificada como huracán o “Corazón del Cielo” como lo especifica el Popol Vuh, en el momento de la destrucción de los primeros hombres de palo:

En seguida fueron aniquilados, destruidos y deshechos los muñecos de palo y recibieron la muerte.

Una inundación fue producida por el

Corazón del Cielo; un gran diluvio se formó, que cayó sobre las cabezas de los muñecos de palo.

15 De tzité se hizo la carne del hombre, pero cuando la mujer fue honrada por el Creador y el Formador, se hizo de espadaña la carne de la mujer. Estos materiales quisieron el Creador y el Formador que entraran en su composición. Pero no pensaban, no hablaban con su Creador y su Formador, que los habían hecho, que los habían creado. Y por esta razón fueron muertos, fueron anegados. Una resina abundante vino del cielo. El

llamado Xecotcovach llegó y les vació los ojos; Camalotz vino a cortar-

les la cabeza; y vino Cotzbalam y les devoró las carnes. El Tucumbalam llegó también y les quebró y magulló los huesos y los nervios, les molió y desmoronó los huesos. Y esto fue para castigarlos porque no habían pensado en su madre, ni en su padre, el Corazón del Cielo, llamado Huracán. Y por este motivo se oscureció la faz de la tierra y comenzó una lluvia negra, una lluvia de día, una lluvia de noche (Popol Vuh, 1997:23-24). Ramón Arzápalo (Com. Verbal) menciona que la palabra huracán, está constituida por el dígito hum, o el primer numeral, seguido de r’a que actúa como un posesivo gramatical del término kán (que significa pierna), cuando se hace referencia a la energía que “solo tiene una pierna”. Buscando identificar los símbolos asociados a las deidades relacionadas, se encuentran diseños abstractos que pueden ser asociados al relato de mitos y leyendas alusivas a esas energías, fenómenos y elementos naturales que fueron captados por el pensamiento cosmogónico prehispánico, en los que por igual, incluye al Sol, la Luna y a los planetas y

16 constelaciones en los que basaron las cuentas de su calendario. En un amplio y profundo estudio Fernando Ortiz recoge una cita de Plancarte donde menciona que los zapotecas tuvieron un dios unípede. “En zapoteca encontramos Coqui-iy [...] ‘el señor del pie’, como nombre de una divinidad” (1947:390) como una posible referencia al ser mítico que personaliza al dios de la tempestad, relacionado al fenómeno meteorológico que los mayas designaban como el huracán. En el estudio sobre la tradición oral que Alain Ichón hace de los totonacos de la Sierra, dice que:

“...la conjunción del trueno, el agua y el viento producen tempestades y que el rayo que sale de la sandalia de Aktzini en forma de serpiente o kitsis-Iuwa (5 serpiente), corresponde a la serpiente del viento o a la makawite, protectora de la cosecha del maíz” (Ichón, 1973:136). De los tepehuas, vecinos más cercanos a los totonacos de la Sierra de Puebla y norte de Veracruz, Roberto Williams menciona que el dios más importante y más viejo es el Trueno, quien está constituido por:

el dios “Aktzini, traducido literalmente como el Dueño del Agua [...] En su aspecto masculino, el Dueño del

Agua es San Juan, fundido con el

Viejo Trueno. Lapának es el Dueño del Viento (‘un) (quien) camina contento por encima de los árboles [...] se cuela entre sus ramas o se pasa por debajo para desenraizarlos [y] corre por donde quiera, jugando con los remolinos” (Williams García, 1972:36-43). Queda claro en este relato, que el

Trueno se compone de dos elementos de la naturaleza, que al unir sus fuerzas se convierten en aquella antigua deidad denominada Xa lapának xkán t’un. Dicho nombre se compone de los vocablos Xa (con el que se indica dualidad o multiplicidad), lapának interpretado como gran hombre o Señor, la x funge como el posesivo de kan o agua y añaden una t (en la posición copulativo-cacofónica de ‘un, traducido como viento), es decir que, a través del análisis etimológico de las palabras que forman su nombre, se pueden comprender las funciones imputadas a esta deidad dual, con los múltiples atributos que los personificaba al dueño del agua, del viento y de otros

17 elementos asociados. Es probable que, desde las primeras etapas del pensamiento religioso mesoamericano, se haya considerado a esa incontenible fuerza de la naturaleza como una deidad, que en cada una de las diferentes culturas recibe distintas denominaciones pero que comparten los mismos atributos como dioses del agua, el viento, los rayos y la tempestad, que ahora conocemos con el popular nombre de Tajín para la costa del Golfo, Tlaloc en el Altiplano, Chaac entre los mayas y el Cocijo en las culturas de Oaxaca. Posiblemente la idea de un dios con atributos tanto creativos como destructivos ocasionó que, desde la perspectiva de una religión monoteísta encaminada a un severo proselitismo, no se aceptara que las deidades prehispánicas fuesen depositaras de la energía de plantas y animales, tal como lo expresa Diego de Landa al describir a Chaac el dios de larga y curvada nariz muy parecida a la de ese animal (Fig. 5): …muy amigo del agua […] del tamaño de mediana mulas, muy ligero y tiene zapata hendida como el buey, y una trompilla en el hocico en que

Fig. 5. Danta tomando una siesta. Se puede ver su larga nariz. Public Domain, Creative Commons CC0, Pixabay.

guarda agua. Tenían los indios por gran valentía matarlas y duraba para memoria el pellejo, o partes de él, hasta los biznietos, como lo vi yo; llámanla Tzimín y por ellas han puesto nombre a los caballos (Landa, 1986:136). Este concepto fue reconfirmado por Plancarte y Navarrete, como es expresado en la cita recogida por Fernando Ortiz cuando dice que: Sabemos que las naciones de la América Central ligaban estrecha-

mente al tapir con las divinidades de los cuatro puntos cardinales. Se nos dice que los Itzaes de Petén adoraban un ídolo ‘de figura de caballo’ que llamaban Tzimin-Chac, ‘Caballo del trueno o Rayo’ y lo consideraban como el dios de las tempestades (Ortiz, op.cit.:488). En un revelador estudio, que Carlos Navarrete hace, sobre “las narices ganchudas” de este animal y las esculturas del Chac, incluye el relato del zoólogo Álvarez del Toro, cuando especifica que:

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“…el tapir puede considerarse un animal anfibio, que gusta de vivir en las cercanías del agua y a este elemento acude en caso de gran peligro. También por mero gusto se mete a los grandes ríos o lagunas profundas, donde bucea con gran habilidad; incluso en charcas de poca profundidad el tapir se echa sobre el fondo, a veces estirando sus manos y patas y alargando el cuerpo, luego sumerge todo lo más posible la cabeza. Cuando la profundidad lo per-

mite, el animal se sumerge completamente, reapareciendo en la super-

ficie a pocos minutos para respirar” (Álvarez del Toro en Navarrete, 1987:241). Es obvio que Landa nunca vio la estela N°11 de Kaminaljuyú, Guatemala, en la que un personaje con la representación del Chac, porta un tocado con esa prolongada y curvada nariz, que pudiera asociarse en alguna forma analógica con las características del tapir o danta, a partir del Preclásico Superior (Fig. 6). Un especialista puede detectar los evidentes cambios cronológico-culturales que se observan en las representaciones del dios Chac, tal como Paul

Fig. 6. Detalle de la estela N° 11 de Kaminaljuyú, Guatemala. Museo Nacional de Arqueología y Etnología (MUNAE). Foto América Malbrán, 2010.

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Schellhas diferencia los prominentes rasgos nasales de este dios (dios “B”) de los que presenta ese apéndice en el dios “K” o Kawil (1904:16) (Fig. 7). Es decir, que las prolongaciones son más delgadas y se extienden secuencias de finas contorsiones que se curvan en forma de espiral, parecida a las volutas con que representan los relámpagos, el fuego y el viento que se enrosca formando las trombas y huracanes.

Fig. 7. Dios Kawil con un recipiente de cacao. Códice Dresde, 1988:Lam.12a.

20 Esta peculiar deidad, que lleva un espejo humeante incrustado sobre la frente, forma parte de la escritura glífica y calendárica, y con frecuencia aparece como ofrenda o emblema de rango y linaje. Por igual se encuentra como “cetro maniquí” o remate de los bastones de mando que portan los mandatarios de las jerarquías guerrero-sacerdotales. Mando que solo la elite dirigente adquiría por herencia genética o fuerza de conquista, antes de consagrarse simbólica o metafóricamente como responsa-

ble de los atributos divinos. Considerando los muchos aspectos intercambiables entre los dioses mayas y sus homólogos en el resto de las culturas mesoamericanas, se podría decir que en todas las deidades prehispánicas representado como el dios con una sola pierna, como la del dios “K” y Tezcatlipoca entre otros, que portan el símbolo del poder constructivo-destructivo contenido en el huracán. Hasta ahora no he encontrado referencia oral en la Costa del Golfo que haga alusión a las deidades con un solo pie, y hay muy pocas referencias etnohistóricas que aludan a una deidad unípede, aunque en la lápida N°3 de El Tajín, un

personaje parece enfrentarse a la figura de un pez o un saurio de trompa corta (tal vez un manatí) que lo ataca, de manera semejante a la del relieve I B-5 de Chalcatzingo (Fig. 8). Por otro lado, en el Altiplano mexicano, Tlaloc esta considerado como el dios de la tempestad, el huracán, el rayo y los relámpagos; y a Ehecatl-Quetzalcoatl con todos los rangos posibles que abarca el viento, mientras que en el Popol Vuh (Op. cit.) los asocian con Gucumatz, en los Altos de Guatemala y Kukulkan, entre los mayas peninsulares, equivalente al Votán de los Altos de Chiapas. No sería difícil que esa figura del Clásico llegara a ser conocida durante el Posclásico como el dios Tezcatlipoca (Fig. 9)

quien, según la mitología náhuatl esta íntimamente relacionado con Quetzalcoatl, puesto que ambos son los hijos escogidos por los dioses para recrear o volver a crear el mundo. Se podría añadir que en la lengua náhuatl (convertida en lingua franca dentro del área mesoamericana durante

el Posclásico), se utilizó la palabra acxitl en referencia al remolino producido en los remansos de agua, al igual que fungía como otro nombre del dios Quetzalcoatl, especialmente al referirse a su advocación de Ehecatl o el dios del viento a partir del Epiclásico. Algunos investigadores han comparado la dualidad entre Quetzalcoatl y Tezcatlipoca con la de los gemelos del Popol

Fig. 8. Relieve I B-5 de Chalcatzingo donde se observa a un saurio devorando a un humano. La figura parece encontrarse entre nubes en forma de volutas. Foto. América Malbrán, 2012.

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Fig. 9. Tezcatlipoca en el Códice Borgia, 1898:lámina 73.

Vuh Hunampú y Xbalnqué, aunque la mayoría ha preferido aceptar esa misma analogía entre Xolotl y Quetzalcóatl. Sin involucrarse en las referencias míticas, Remí Simeón (1977:778-781) dice que Xolotl significa “paje o sirviente” pero al traducir la palabra Xotl (con un sonido fácilmente confuso), la traduce como “pierna o pie”, mientras indica que xonecuiltic significa: “cojo o el del pie torcido”. Algunos estudiosos del náhuatl traducen Tezcatlipoca como “el humo del espejo”

22 que implicaría un significado metafórico aún no definido, aunque iconográficamente se mantiene la tradicional lectura alusiva al personaje o deidad que en lugar del pie izquierdo lleva un espejo del que sale humo, tal vez equivalente al “espejo humeante” que lleva el dios “K” sobre la frente. En las referencias etnohistóricas se menciona que el hechicero Tezcatlipoca tenía un espejo (Itlachia) con una perforación al centro por donde adivinaba las intenciones psicológicas de quienes lo

consultaban a manera de oráculo. Entre los mayas el espejo humeante que lleva el dios “K” sobre la frente, no solo

pudiera revelar el oráculo o futuro dinástico antes referido, pues al incluir al símbolo del rayo o el relámpago en forma de la serpiente de fuego que porta, como cetro maniquí el gobernante maya y que pudiera implicar también, ese temido poder constructivo-destructivo contenido en la furia del huracán. Ichón, Alain 1973 La religión de los Totonacos de la Sierra. Serie Presencias N° 24,

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