El hombre mediocre

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| Colecciรณn: Pensamiento



El hombre mediocre JosĂŠ Ingenieros



Al que dice “Igualdad o muerte”, replica la naturaleza “la igualdad es la muerte”. Aquel dilema es absurdo. Si fuera posible una constante nivelación, si hubieran sucumbido alguna vez todos los, individuos diferenciales, los originales, la humanidad no existiría. No habría podido existir como término culminante de la serie biológica. (...) Igualar todos los hombres sería negar el progreso de la especie humana. Negar la civilización misma. José Ingenieros, “El Hombre Mediocre”


El hombre mediocre José Ingenieros Primera edición: Madrid - 1913 Copyright © 2016 Editorial un kilo de pan Av. Rivadavia 1573 (C1033AAF) - C.A.B.A (+5411) 4383—8025 // 2202 pedidos@1kgdepan.com.ar Impreso en Argentina ISBN 978-987-05-9701-8 Todos los derechos reservados. Hecho el depósito que establece la Ley 11.723. Publicado en Diciembre de 2016.


Índice Biografía

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Introduccion

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La moral de los idealistas

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1. La emoción del Ideal — 2. De un idealismo fundado en la experiencia. — 3. Los temperamentos Idealistas. — 4. El idealismo romántico. — 5. El Idealismo estoico. — 6. Símbolo. Capítulo 1 — El hombre mediocre.

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1. ¿“Áurea Mediocritas”? — 2. Los hombres sin personalidad. — 3. En torno del hombre mediocre. — 4. Concepto social de la mediocridad. — 5. El espíritu conservador. — 6. Peligros sociales de la mediocridad. 7. La vulgaridad. Capítulo 2 — La mediocridad intelectual.

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1. El hombre rutinario. — 2. Los estigmas de la mediocridad intelectual. — 3. La maledicencia: una alegoría de Botticelli. — 4. El sendero de la gloria. Capítulo 3— Los valores morales 1. La moral de Tartufo. — 2. El hombre honesto. — 3. Los tránsfugas de la honestidad. — 4. Función social de la virtud. — 5. La pequeña virtud y el talento moral. — 6. El genio moral: la santidad.

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Capítulo 4 — Los caracteres mediocres

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1. Hombres y sombras. — 2. La domesticación de los mediocres. — 3. La vanidad. — 4. La dignidad. Capítulo 5 — La envidia

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1. La pasión de los mediocres. — 2. Psicología de los envidiosos. 3. Los roedores de la gloria — 4. Una escena dantesca: su castigo. Capítulo 6 — La vejez niveladora

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1. Las canas. — 2. Etapas de decadencia. — 3. La bancarrota de los Ingenios. — 4. Psicología de la vejez. — 5. La virtud de la Impotencia. Capítulo 7 — La mediocracia

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1. El clima de la mediocridad. — 2. La patria. — 3. La política de las piaras. — 4. Los arquetipos de la mediocracia. — 5. La aristocracia del mérito. Capítulo 8 — Los forjadores de ideales 1. El clima del genio. — 2. Sarmiento. — 3. Ameghino. — 4. La moral del genio

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Biografía 1. Segundo tiempo En 1913 en Madrid se editan El Hombre Mediocre, Criminología, Sociología Argentina y Principios de Psicología. José Ingenieros ha trabajado duro en el exterior. Le ha dado forma definitiva a los tres últimos. Y el inicial es la primera vez que se publica. Se trata básicamente de su curso de 1910 sobre psicología del carácter dictado en la cátedra de Psicología, en Filosofía y Letras. Es un libro distinto dentro de la retórica del autor. Marca un antes y un después en sus formas e intenciones. Había comenzado siendo una psicología de ciertos caracteres, los de la mediocridad, y al desplegar sus rasgos se transforma en un apasionado tratado que intentará estigmatizar la rutina, la hipocresía y el servilismo, como dice el autor en la Advertencia del texto. Exponiendo las características del hombre inferior, del mediocre y el superior genera un poderoso tratado de crítica de la moral. Ingenieros estaba dolido y se había alejado del país por haber sido objeto de “…un acto que considero de inmoralidad gubernativa, e irrespetuoso para mi dignidad de universitario…”. En efecto, a pesar de ser designado en primer lugar por el Honorable Consejo de la Facultad de Medicina para la titularidad de la cátedra de Medicina Legal, el presidente de la nación, Saenz Peña, designa a otra persona. La implícita dedicatoria y la consecuente descripción son claras: el hombre mediocre es Saenz Peña. Y los ejemplos de hombres superiores son D. F. Sarmiento y F. Ameghino, que ocupan sendos capítulos de la obra. Pro-hombres muy estimados por Ingenieros, porque, además de representar el genio, sintetizan un linaje al cual Ingenieros quiere pertenecer. Tanto en sus formas científicas como en el carácter visionario de sus obras. La construc13


ción de la ciencia y la nacionalidad, dentro de ciertas formas filosóficas y políticas es la continuidad de la cual se siente heredero. Y a la cual aportará todas sus energías. Ingenieros escribiendo sobre Sarmiento anota: toda superioridad es un destierro, él se sentía de esa forma, pagando el precio del exilio autoimpuesto por lo que sentía que era la incomprensión de la mediocridad. Había abandonado todo y renunciado a la cátedra de Psicología. Haciendo manifiesto “… me ausenté del país en 1911, con el propósito de no regresar a él mientras persista en su empleo la persona que desempeña el Poder Ejecutivo de la Nación.” Escribe desde Heidelberg en 1913 a Rodolfo Rivarola para decirle que su renuncia era irrevocable y que no aceptaría una licencia prolongada en la cátedra de Psicología. Asignatura en la que había reemplazado a Felix Krueger, quien luego de dos años de estadía en el país, volvió a Alemania no soportando el extremo positivismo nacional. Si bien había trabajado con Wundt en Leipzig, sus ideas de organización y estructura psíquica lo ponían en las antípodas del mecanicismo asociacionista. (2) Ingenieros inicia una serie de trabajos que “completan una ética funcional”, y llevan a que se lo considere el Conductor de las Juventudes de América: en 1917 Hacia una Moral Sin Dogmas, y Las Fuerzas Morales, entre 1918-23. Habiendo combatido tanto las ideas de la Colonia, a partir de los elementos que le daba la ciencia positiva, genera preceptos que auguran una nueva moral, que funcione decididamente independiente de la teología y la metafísica. Dichos ensayos los prepara al hacerse cargo de la cátedra de Etica en 1917, tras la renuncia de Rivarola. (2) La otra cátedra de psicología estaba a cargo de Horacio Piñero, introductor de la Nueva Psicología, de Wundt. Trabajaba con experimentos en tiempos de reacción, psicología experimental y también clínica. Con vivisecciones del sistema nervioso, y siguiendo a Janet una clase semanal con enfermos. 14


Habiendo regresado, edita por su cuenta y riesgo una colección que se llamará La Cultura Argentina, en la cual publicará textos de M. Moreno, Monteagudo, V. F. López, Cané, Ameghino, Agustín Alvarez, Sarmiento, Echeverría, Alberdi, etc. Y a partir enero de 1915, funda y dirige La Revista de Filosofía. Publicación bimestral dedicada a la ciencia y filosofía con artículos de autores nacionales y con una profusa sección de análisis de revistas y libros. Reinstalado como docente de la Facultad de Filosofía funda el primer Seminario de Filosofía. Y en el Congreso Científico de Washington presentó su ensayo La Universidad del Porvenir. En el cual entre otras cosas propone que las facultades de filosofía se transformen en centros destinados a la síntesis de las producciones científicas de cada facultad en particular. En pos de una filosofía científica que coordine el conocimiento de los hechos. Porque las facultades deben representar el saber organizado y sintetizar las ideas de su época. A esta misma etapa corresponden Proposiciones Relativas al Porvenir de la Filosofía en 1918, Ciencia y Filosofía tiene el mismo objeto y están igualmente determinadas. La filosofía se distingue porque tiene por objeto problemas que van mas allá de experiencia científica. Destinada a ser una metafísica de la experiencia. O sea asumiendo el necesario carácter hipotético de lo que es inexperiencial, aunque no teniendo carácter trascendental. Ese residuo inexperiencial de los hechos resultará cognoscible, y en ello radica la especificidad de la filosofía. También Las Doctrinas de Ameghino en 1918, la crítica y análisis de ética histórica de Evolución de las Ideas Argentinas y La Locura en la Argentina. Y entre la ética y la sociología después de la primera guerra mundial Los Tiempos Nuevos. Texto de compromiso ético-político, en el cual evalúa la Gran Guerra yendo desde los ideales de la sociedad feudal a la moderna, los conflictos de ideales y las verdades revolucionarias. Analizando los aspectos educativos, económicos, políticos y éticos de la revolución maximalista (rusa). 15


2. Entretiempo En realidad su apellido era Ingegnieros pero se había quitado la “g” para estar a tono con la nacionalidad. Tiempo atrás había quedado el joven dannunziano de Al Margen de la Ciencia. Y que se considerara a sí mismo un “espíritu nietzscheano en acción”. Que fuera suspendido del Partido Socialista por ir a una manifestación obrera de levita y galera. En efecto; se había hecho popular por su exótica manera de vestir: embolsado en una inmensa levita, sombrero de copa, cuello gigante, chaleco colorado. Solía utilizar un prendedor que decía “Arbiter Elegantarium”. Vestimentas extrañas que dejó de usar después de 1910. Fundador de la revista La Montaña, junto con Leopoldo Lugones en 1899; o el fumista del grupo La Syringa (así la bautizó Rubén Darío) sociedad satánica de ética y crítica que existía, preexistía y subsistía. Y que efectuaba tremendas bromas como extraños ritos de iniciación. En su extravagante periódico El Mercurio de América, anunciaba por ejemplo la creación de la Facultad de Ciencias Herméticas, y sus cátedras de Ocultismo, Cábala, Magnetismo trascendental o la necesidad de crear una cátedra de Hiperquimica. Le gustaba gastar bromas crueles tales como presentar como un caso clínico en la Revista de Psiquiatría a un escritor uruguayo, que no gozaba de su simpatía. O salir en defensa de un intelectual para que no fuera deportado por la Ley de Residencia, cuando el mismo no tenía inconvenientes. O presentar y homenajear como escritores consagrados a alienados que sacaba del hospicio. También eludir un reto a duelo, argumentando que no podía batirse con un enfermo mental a quien tenía en asistencia. Tal vez en su libro La Simulación en la Lucha por la Vida, de 1901 se pinte a sí mismo cuando habla del “fisgón” (equivalente del francés fumiste): “sujetos mentalmente superiores, artistas de la simulación”. Y en Simulación de la Locura, de 1900, 16


ejemplifica con casos de su experiencia en círculos literarios a propósito de las bromas que sugestionan, y su terapéutica natural: el ridículo para desugestionar. Este texto era su tesis de doctorado y la había dedicado al portero de la Facultad, su padrino: Eduardo Wilde. La psiquiatría comenzaba a cambiar su práctica. Ya Ramos Mejía era Director de un instituto privado para atender alienados (El Instituto Frenopático Argentino). Y comenzaba la práctica de la psicoterapia para atender casos menores en los consultorios. Esta práctica alcanzaría su esplendor en los años ‘30. Se cuenta que para llegar al consultorio de Ingenieros, había que atravesar varias salas y en la última en penumbras estaba él, detrás del escritorio esperando al paciente. O esperando que el paciente se sintiera impresionado. A su vuelta de Europa, deseaba ser admitido en el Jockey Club, al cual no pudo acceder, no tanto por su pasado de inmigrante socialista y bromista, sino por su indiscreción como psiquiatra. Pues en una publicación que había efectuado, del ejemplo clínico podía deducirse la identidad de la paciente, que era familiar de alguno de la comisión directiva. El Departamento Nacional de Higiene era presidido (18931899) por J. Ramos Mejía. Quien gustaba de las nuevas tendencias en literatura y en especial la prosa modernista. El autor de La Locura en la Historia y Las Multitudes Argentinas, toma en cuenta a Ingenieros, pues el bibliotecario de dicho departamento era un joven syringero y que le advierte que uno de ellos es alumno en su cátedra. Con el aval de Francisco de Veyga, Ingenieros se convierte en el primer secretario de redacción de La Semana Médica en 1899.

3. Primer tiempo Y sin diploma aún, en 1899, se convierte en jefe de clínicas de las cátedras de Neurología y Medicina Legal (en el Servicio 17


Nacional de Alienados) Cátedras de Ramos Mejía y de Veyga respectivamente. Así surge el alienista. La obra de Charcot, Lombroso, y la Semiología de Morselli deciden su vocación de psiquiatra. Su tesis de doctorado le ha valido el respeto de la comunidad científica. Y en esta línea de pensamiento en 1905 publica Los Accidentes Histéricos y la Sugestiones Terapéuticas, que en 1919, corregida y aggiornada, se llamará Histeria y Sugestión. Luego de un análisis y crítica bibliográfica que incluía hasta Charcot, y luego a Bernheim, Janet, Freud, Grasset, Babinsky y Sollier. Toma las tesis de éste último en cuanto a la hipótesis basada en inhibiciones transitorias de los centros cerebrales. Fusionando éstas hipótesis fisiológicas con las psicológicas de Janet. La llegada a Buenos Aires del criminólogo y anarquista italiano Pietro Gori lo entusiasma por la criminología. A partir de la creación de los Archivos de Psiquiatría y Criminología discute las tesis de degeneración de Lombroso y las clasificaciones de Ferri. En Criminología, de 1907 reunirá sus concepciones. Explicando que el estudio específico de los delincuentes no puede ser sino el de un funcionamiento psíquico y propone clasificaciones psicopatológicas pues el temperamento criminal es un síndrome psicológico. Supone que también está la degeneración, y esta puede ser adquirida como consecuencia del sistema social. Sea social o congénita la degeneración es siempre una, en última instancia biológica. Sobre lo básico se inscribirá lo social y determinará el grado de desadaptación. Y en esta época con tanta preocupación por las fuerzas productivas sociales, se inscribe con la idea de progreso en una suerte de utilitarismo, el cual podría sintetizarse en la dicotomía productor-parásito. Todo alienado, loco o delincuente será una fuerza negativa para la sociedad. Hay que constituir entonces una medicina social preventiva que consistirá en organizar la defensa social contra los individuos inadaptados a la vida en general. Por tanto sostiene una etiología criminal, clí18


nica criminológica y terapéutica del delito. Esto es correlativamente precisar en el mórbido el determinismo de su acto social, su grado de temibilidad y la defensa social, segregando en establecimientos apropiados a los diversos casos. Oponiéndose a toda posible interpretación en términos de libre albedrío, responsabilidad y castigo. José Ingenieros y H. Piñero habían ido como delegados al 2º Congreso Latinoamericano en Uruguay en 1901. Ambos, con otros acompañantes, van al V Congreso de Psicología en Roma, en 1905. Del cual volverá triunfante Ingenieros, habiendo presidido la sección correspondiente a su trabajo, junto con Lombroso, Ferri y Sommer por la excelencia de su producción. En esa estadía da conferencias y sus trabajos de publican en París, Lyon, Bucarest, Roma, España, etc. comenzando a tener una proyección internacional infrecuente en un científico argentino. Allí, en 1907 publica, en francés, El Lenguaje Musical, premiado por la Academia de Medicina de París. Allí asegura, por suposición y deducción que: “las imágenes auditivas, visuales, fónicas y gráficas especializadas para el lenguaje musical, están localizadas en sub-centros anatómicos incluidos en los centros de Wernicke, de Kussmaul, de Broca y de Exner, respectivamente”. Y supone las localizaciones para cada ejecución: violín, piano, etc. A pesar que su prosa es por momentos modernista (como sus amigos literatos R. Darío, L. Lugones, etc.) lo cual implica una estética que repudia cualquier teoría mecánica de la vida, su desprecio por Bergson, por “anticientífico” y por las “exageraciones experimentales de los wundistas” lo llevan a construir su Psicogenia. A partir de Haeckel, Le Dantec y la hipótesis energeticista de Ostwald. Así la llamará en una primera edición de 1910, en los Archivos, (donde ya en 1902 había editado la Psicopatología en el Arte). Luego sin cambios sustanciales, la publicará en 1911 como Principios de Psicología Biológica. De la cual dirá que es una ciencia que estudia las funciones psíquicas de los seres vivientes, o sea una historia natural de 19


las funciones psíquicas. Será genética y se apoyará en la observación. Articula tres hipótesis fundamentales, primera: la formación de la materia viva, donde se opone al vitalismo y la generación espontánea, segunda: la formación natural de la personalidad conciente, oponiéndose a la formación de la conciencia epifenoménica o creadora, y tercera la formación natural del pensar, para descartar el racionalismo intelectualista. Los modos reales del pensar son creencias que se armarán lógicamente de acuerdo en su éxito en la lucha por la supervivencia. Estos modos tienen una función biofiláctica, o sea de protección de la vida. Aunque escapa a los marcos de toda psicología intelectualista, la reduce a lo biológico. Ya había sido el teórico de una medicina social preventiva, organizando la defensa social contra los individuos inadaptados. Alienado, loco o delincuente deberá ser segregado. La improductividad no debe tener lugar. De tal manera la ciencia es pensada en función de su pragmatismo social.

4. Otro tiempo Ingenieros psiquiatra, criminalista, psicólogo, bromista, historiador, ensayista, poeta, crítico, maestro. Excelente lector, e infatigable autor, ha dejado páginas para todos los gustos posibles. Notablemente informado de la ciencia de la época, trató de sintetizarla en su producción. La influencia que ejerció en el plano científico fue más por las instituciones y publicaciones creadas por él, que por su contenido teórico. Más su actitud infatigable, que sus conceptos. Dado que éstos, que en realidad era más una exploración bibliográfica que un trabajo de campo, presentaban un sistema muy cerrado. Sus suposiciones se conforman en doctrina que explica todo, guardando una formidable coherencia. Aún cuando presenta perspicaces inferencias (algunas corroboradas luego), la necesidad de explicarlo todo de acuerdo al modelo biológico (biologicis20


ta), dejó la ciencia con escasas respuestas, y sin discípulos de valía. Curiosamente muchos que se consideraron sus alumnos y seguidores no retomaron nunca sus enseñanzas. Nótese que siendo el más importante introductor de psicología en el país, no se abocó a lo experimental, sino a generar un sistema, que como tal no tuvo desarrollos, aunque sí acuerdos parciales. No construyó una teoría psiquiátrica, pero sus textos al igual que los psicológicos fueron felicitados por figuras de la talla de Ribot, Janet, Le Dantec, etc. En el terreno de la Criminología es donde más continuadores tuvo. Al punto de ser ésta considerada un invento argentino, e incluso más precisamente de Ingenieros. Sin embargo, su tarea ha dejado páginas brillantes, plenas de intuiciones valiosas, sobre todo cuando sus propósitos están alejados de lo científico. Crónicas de Viaje y Al Margen de la Ciencia, son buena prueba de ello. Tal vez su influencia más importante se exprese a través de sus encendidos textos moralizantes. Y el trabajo de su última etapa (La Evolución de las Ideas Argentinas, La locura en Argentina, La Doctrina de Ameghino, etc.) aún cuando esté al servicio de generar una continuidad histórica, y bajo el supuesto de que filosofía y política son equivalentes, es admirable. Siendo un magnífico muestrario del estilo y la evolución de la ética nacional. Ingenieros fue el motor de grandiosas tentativas culturales, las que llevó a cabo con su extraordinaria capacidad de trabajo y un éxito considerable. En este empeño quedó atrapado por los preceptos de una época. En efecto, habiendo adherido al positivismo, se aferró a él, porque los fantasmas de la sociedad colonial lo perturbaban. Y no concebía otra manera de escapar a lo místico que no fuera su incondicional adhesión a los hechos. Toda la originalidad de su enfoque en la forma de incluir la ética y la filosofía, no alcanzó para despegarse de una visión científica (cientificista) que resultó insuficiente a todas luces. Así, a los 48 años Ingenieros muere, en 1925, después de haber sido consecuente con el proyecto de sus mayores, llevándo21


lo al más alto grado de formalización que se pudiera dentro de su encuadre. De la manera que él lo estableció no resistiría las críticas. Se comprende: se había sacrificado la ciencia en función de su pragmatismo social. Este fue el último gran intento del positivismo cientificista. Y su extinción en la Argentina fue coincidente con el quiebre del clásico orden constitucional que su primera generación (Alberdi et álteres) había gestado. Y como lo dijera uno de nuestros filósofos, Coriolano Alberini: “la hipertrofia del culto de la ciencia fundada exclusivamente sobre las ventajas técnicas o morales, acaba por deprimir la ciencia posible en homenaje a la ciencia que existe. Se mata el árbol en nombre del fruto”.

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Advertencia Forman el presente volumen las lecciones sobre psicología del carácter, profesadas por el autor en su cátedra de la Facultad de Filosofía y Letras (curso 1910). En ese y el siguiente año, con excepción de pocos fragmentos complementarios, fueron publicadas en “La Nación”, de Buenos Aires, y reunidas después en los “Archivos de Psiquiatría y Criminología” (1911). Reordenadas las partes y corregida la forma, apareció el todo en la Biblioteca “Renacimiento” (Madrid, enero de 1913, diez mil ejemplares); con ligeras correcciones se reimprimió la segunda edición (abril de 1913), de igual tiraje. La “Biblioteca Ariel” y la “Colección Sarmiento” han reeditado la Introducción en folleto (“La moral de los idealistas”, San José de Costa Rica, 1914, y Barcelona, 1917). La presente edición es copia fiel de la tercera completa, que ha sido objeto de nuevas y mayores correcciones: en la ordenación de los capítulos, en la denominación de sus partes y en la forma. Responden ellas al objeto de aumentar su claridad, especialmente en lo que constituye su doctrina moral, tornándola más accesible a los jóvenes comprensivos e ilustrados para quienes fueron dichas las lecciones.

****** El autor de este libro se propuso estigmatizar las funestas lacras morales que se llaman rutina e hipocresía y servilismo, deseando ser útil a los jóvenes que, estando en edad propicia para evitarlas, puedan formarse ideales y ennoblecer su vida; tiene ya sobradas muestras de que su esfuerzo no fue estéril. Pero más que en la eficacia de su palabra, ha creído en la de su ejemplo; desde que pronunció en la cátedra estas lecciones terminando su “carrera” exterior a una edad en que otros se pre23


paran a comenzarla, ha vivido conforme a sus corolarios, renunciando a beneficiarse de complicidades y costumbres que considera nocivas. Se ha dicho, con rigurosa verdad, que los más despreciables sujetos son los predicadores de moral que no ajustan su conducta a sus palabras. Sabe el autor que muy pocos moralistas podrían escribir esto mismo sin que les temblara el pulso.

****** Aunque el lenguaje del libro suele apartarse de la disciplina científica del autor, ha sido, para éste, una admonición permanente para vivir conforme a los principios de la moral estoica, que tiene por mejores. Mirando la dignidad en la cima de las virtudes humanas ha puesto creciente empeño en la conquista de su personalidad interior, por el trabajo y por el estudio, fuentes de libertad y de optimismo. Como escritor, prefiere un solo convencido a cien admiradores literarios; sería feliz si algún joven, por la lectura de estas páginas, se propusiera ser, simplemente, el más virtuoso de sus contemporáneos.

Enero, 1917.

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Introducción La Moral de los Idealistas. 1. La emoción del Ideal. Cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad, llevas en ti el resorte misterioso de un Ideal. Es ascua sagrada, capaz de templarte para grandes acciones. Custódiala; si la dejas apagar no se reenciende jamás. Y si ella muere en ti, quedas inerte: fría bazofia humana. Sólo vives por esa partícula de ensueño que te sobrepone a lo real. Ella es el lis de tu blasón, el penacho de tu temperamento. Innumerables signos la revelan: cuando se te anuda la garganta al recordar la cicuta impuesta a Sócrates, la cruz izada para Cristo y la hoguera encendida a Bruno; cuando te abstraes en lo infinito leyendo un diálogo de Platón, un ensayo de Montaigne o un discurso de Helvecio; de esas pasiones en que fuiste, alternativamente, el Romeo de tal Julieta y el Werther de tal Carlota; cuando tus sienes se hielan de emoción al declamar una estrofa de Musset que rima acorde con tu sentir; y cua-ndo, en suma, admiras la mente preclara de los genios, la sublime virtud de los santos, la magna gesta de los héroes, inclinándote con igual veneración ante los creadores de Verdad o de Belleza. Todos no se extasían, como tú, ante un crepúsculo, no sueñan frente a una aurora o cimbran en una tempestad; ni gustan de pasear con Dante, reír con Moliére, temblar con Shakespeare, crujir con Wagner; ni enmudecer ante el David, la Cena o el Partenón. Es de pocos esa inquietud de perseguir ávidamente alguna quimera, venerando a filósofos, artistas y pensadores que fundieron en síntesis supremas sus visiones del ser y de la 27


eternidad, volando más allá de lo real. Los seres de tu estirpe, cuya imaginación se puebla de ideales y cuyo sentimiento polariza hacia ellos la personalidad entera, forman raza aparte en la humanidad: son idealistas. Definiendo su propia emoción, podría decir quien se sintiera poeta: el Ideal es un gesto del espíritu hacia alguna perfección.

2. De un Idealismo Fundado en Experiencia Los filósofos del porvenir, para aproximarse a formas de expresión cada vez menos inexactas, dejarán a los poetas el hermoso privilegio del lenguaje figurado; y los sistemas futuros, desprendiéndose de añejos residuos místicos y dialécticos, irán poniendo la Experiencia como fundamento de toda hipótesis legítima. No es arriesgado pensar que en la ética venidera florecerá un idealismo moral, independiente de dogmas religiosos y de apriorismos metafísicos: los ideales de perfección, fundados en la experiencia social y evolutivos como ella misma, constituirán la íntima trabazón de una doctrina de la perfectibilidad indefinida, propicia a todas las posibilidades de enaltecimiento humano. Un ideal no es una fórmula muerta, sino una hipótesis perfectible; para que sirva, debe ser concebido así, actuante en función de la vida social que incesantemente deviene. La imaginación, partiendo de la experiencia, anticipa juicios acerca de futuros perfeccionamientos: los ideales, entre todas las creencias, representan el resultado más alto de la función de pensar. La evolución humana es un esfuerzo continuo del hombre para adaptarse a la naturaleza, que evoluciona a su vez. Para ello necesita conocer la realidad ambiente y prever el sentido de las propias adaptaciones: los caminos de su perfección. Sus etapas refléjanse en la mente humana como ideales. Un hombre, un grupo o una raza son idealistas porque circunstancias 28


propicias determinan su imaginación a concebir perfeccionamientos posibles. Los ideales son formaciones naturales. Aparecen cuando su imaginación puede anticiparse a la experiencia. No son entidades misteriosamente infundidas en los hombres, ni nacen del azar. Se forman como todos los fenómenos accesibles a nuestra observación. Son efectos de causas, accidentes en la evolución universal investigada por las ciencias y resumidas por las filosofías. Y es fácil explicarlo, si se comprende. Nuestro sistema solar es un punto en el cosmos; en ese punto es un simple detalle el planeta que habitamos; en ese detalle la vida es un transitorio equilibrio químico de la superficie; entre las complicaciones de ese equilibrio viviente la especie humana data de un período brevísimo; en el hombre se desarrolla la función de pensar como un perfeccionamiento de la adaptación al medio; uno de sus modos es la imaginación que permite generalizar los datos de la experiencia, anticipando sus resultados posibles y abstrayendo de ella idea les de perfección. Así la filosofía del porvenir, en vez de negarlos, permitirá afirmar su realidad como aspectos legítimos de la función de pensar y los reintegrará en la concepción natural del universo. Un ideal es un punto y un momento entre los infinitos posibles que pueblan el espacio y el tiempo. Evolucionar es variar. En la evolución humana el pensamiento varía incesantemente. Toda variación es adquirida por temperamentos predispuestos; las variaciones útiles tienden a conservarse. La experiencia determina la formación natural de conceptos genéricos, cada vez más sintéticos; la imaginación abstrae de éstos ciertos caracteres comunes, elaborando ideas generales que pueden ser hipótesis acerca del incesante devenir: así se forman los ideales que, para el hombre, son normativos de la conducta en consonancia con sus hipótesis. Ellos no son apriorísticos, sino inducidos de una vasta experiencia; sobre ella se empina la imaginación para prever el sentido en que varía la humanidad. 29


Todo ideal representa un nuevo estado de equilibrio entre el pasado y el porvenir. Los ideales pueden no ser verdades; son creencias. Su fuerza estriba en sus elementos efectivos: influyen sobre nuestra conducta en la medida en que lo creemos. Por eso la representación abstracta de las variaciones futuras adquiere un valor moral: las más provechosas a la especie son concebidas como perfeccionamientos. Lo futuro se identifica con lo perfecto. Y los ideales, por ser visiones anticipadas de lo venidero, influyen sobre la conducta y con el instrumento natural de todo progreso humano. Mientras la instrucción se limita a las nociones que la experiencia actual considera más exactas, la educación consiste en sugerir los ideales que se presumen propicios a la perfección. El concepto de lo mejor es un resultado natural de la evolución misma. La vida tiende naturalmente a perfeccionarse. Aristóteles enseñaba que la actividad es un movimiento del ser hacia la propia “entelequia”: su estado de perfección. Todo lo que existe persigue su entelequia, y esa tendencia se refleja en todas las otras funciones del espíritu; la formación de ideales está sometida a un determinismo, que, por ser complejo, no es menos absoluto. No son obra de una libertad que escapa a las leyes de todo lo universal, ni productos de una razón pura que nadie conoce. Son creencias aproximativas acerca de la perfección venidera. Lo futuro es lo mejor de lo presente, puesto que sobreviene en la selección natural: los ideales son un “élan” hacia lo mejor, en cuanto simples anticipaciones del devenir. A medida que la experiencia humana se amplía, observando la realidad, los ideales son modificados por la imaginación, que es plástica y no reposa jamás. Experiencia e imaginación siguen vías paralelas, aunque va muy retardada aquélla respecto de ésta. La hipótesis vuela, el hecho camina; a veces el ala rumbea mal, el pie pisa siempre en firme; pero el vuelo puede rectificarse, mientras el paso no puede volar nunca. La imaginación es madre de toda originalidad; deformando 30


lo real hacia su perfección, ella crea los ideales y les da impulso con el ilusorio sentimiento de la libertad: el libre albedrío es un error útil para la gestación de los ideales. Por eso tiene, prácticamente, el valor de una realidad. Demostrar que es una simple ilusión, debida a la ignorancia de causas innúmeras, no implica negar su eficacia. Las ilusiones tienen tanto valor para dirigir la conducta, como las verdades más exactas; puede tener más que ellas, si son intensamente pensadas o sentidas. El deseo de ser libre nace del contraste entre dos móviles irreductibles: la tendencia a perseverar en el ser, implicada en la herencia, y la tendencia a aumentar el ser, implicada en la variación. La una es principio de estabilidad, la otra de progreso. En todo ideal, sea cual fuere el orden a cuyo perfeccionamiento tienda, hay un principio de síntesis y de continuidad: “es una idea fija o una emoción fija”. Como propulsores de la actividad humana, se equivalen y se implican recíprocamente, aunque en la primera predomina el razonamiento y en la segunda la pasión. “Ese principio de unidad, centro de atracción y punto de apoyo de todo trabajo de la imaginación creadora, es decir, de una síntesis subjetiva que tiende a objetivarse, es el ideal” dijo Ribot. La imaginación despoja a la realidad de todo lo malo y la adorna con todo lo bueno, depurando la experiencia, cristalizándola en los moldes de perfección que concibe más puros. Los ideales son, por ende, reconstrucciones imaginativas de la realidad que deviene. Son siempre individuales. Un ideal colectivo es la coincidencia de muchos individuos en un mismo afán de perfección. No es que una idea los acomune, sino que análoga manera de sentir y de pensar convergen hacia un “ideal” común a todos ellos. Cada era, siglo o generación puede tener su ideal; suele ser patrimonio de una selecta minoría, cuyo esfuerzo consigue imponerlo a las generaciones siguientes. Cada ideal puede encarnarse en un genio; al principio, mientras él lo define o lo plasma, sólo es comprendido por el pequeño núcleo de espíritus sensibles al ritmo de la nueva creencia. 31


El concepto abstracto de una perfección posible toma su fuerza de la Verdad que los hombres le atribuyen: todo ideal es una fe en la posibilidad misma de la perfección. En su protesta involuntaria contra lo malo se revela siempre una indestructible esperanza de lo mejor; en su agresión al pasado fermenta una sana levadura de porvenir. No es un fin, sino un camino. Es relativo siempre, como toda creencia. La intensidad con que tiende a realizarse no depende de su verdad efectiva sino de la que se le atribuye. Aun cuando interpreta erróneamente la perfección venidera, es ideal para quien cree sinceramente en su verdad o su excelsitud. Reducir el idealismo a un dogma de escuela metafísica equivale a castrarlo; llamar idealismo a las fantasías de mentes enfermizas o ignorantes, que creen sublimizar así su incapacidad de vivir y de ilustrarse, es una de tantas ligerezas alentadas por los espíritus palabristas. Los más vulgares diccionarios filosóficos sospechan este embrollo deliberado: Idealismo palabra muy vaga que no debe emplearse sin explicarla. Hay tantos idealismos como ideales; y tantos ideales como idealistas y tantos idealistas como hombres aptos para concebir perfecciones y capaces de vivir hacia ellas. Debe rehusarse el monopolio de los ideales y cuantos lo reclaman en nombre de escuelas filosóficas, sistema de moral, credos de religión, fanatismo de secta o dogma de estética. El “idealismo” no es privilegio de las doctrinas espiritualistas que desearían oponerlo al “materialismo”, llamando así, despectivamente, a todas las demás; ese equívoco, tan explotado por los enemigos de las Ciencias tenidas justamente como hontanares de Verdad y de Libertad, se duplica al sugerir que la materia es la antítesis de la idea, después de confundir al ideal con la idea y a ésta con el espíritu, como entidad trascendente y ajena al mundo real. Se trata, visiblemente, de un juego de palabras, secularmente repetido por sus beneficiarios, que transportan a las doctrinas filosóficas el sentido que tienen los vocablos idealismo y materialismo en el orden moral. El anhelo de perfección en el co32


nocimiento de la Verdad puede animar con igual ímpetu al filósofo monista y al dualista, al teólogo y al ateo, al estoico y al pragmatista. El particular ideal de cada uno concurre al ritmo total de la perfección posible, antes que obstar al esfuerzo similar de los demás. Y es más estrecha, aún, la tendencia a confundir el idealismo, que se refiere a los ideales, con las tendencias metafísicos que así se denominan porque consideran a las “ideas” más reales que la realidad misma, o presuponen que ellas son la realidad única, forjada por nuestra mente, como en el sistema hegeliano. “Ideólogos” no puede ser sinónimo de “idealistas”, aunque el mal uso induzca a creerlo. No podríamos restringirlo al pretendido idealismo de ciertas escuelas estéticas, porque todas las maneras del naturalismo y del realismo pueden constituir un ideal de arte, cuando sus sacerdotes son Miguel Ángel, Ticiano, Flaubert o Wagner; el esfuerzo imaginativo de los que persiguen una ideal armonía de ritmos, de colores, de líneas o de sonidos, se equivale, siempre que su obra transparente un modo de belleza o una original personalidad. No le confundiremos, en fin, con cierto idealismo ético que tiende a monopolizar el culto de la perfección en favor de alguno de los fanatismos religiosos predominantes en cada época, pues sobre no existir un único e inevitable. Bien ideal, difícilmente cabría en los catecismos para mentes obtusas. El esfuerzo individual hacia la virtud puede ser tan magníficamente concebido y realizado por el peripatético como por el cirenaico, por el cristiano como por el anarquista, por el filántropo como por el epicúreo, pues todas las teorías filosóficas son igualmente incompatibles con la aspiración individual hacia el perfeccionamiento humano. Todos ellos pueden ser idealistas, si saben iluminarse en su doctrina; y en todas las doctrinas pueden cobijarse dignos y buscavidas, virtuosos y sin vergüenza. El anhelo y la posibilidad de la perfección no es patrimonio de ningún credo: recuerda el agua de aquella fuente, citada por Platón, que no podía contenerse en ningún vaso. 33


La experiencia, sólo ella, decide sobre la legitimidad de los ideales, en cada tiempo y lugar. En el curso de la vida social se seleccionan naturalmente; sobreviven los más adaptados, los que mejor prevén el sentido de la evolución; es decir, los coincidentes con el perfeccionamiento efectivo. Mientras la experiencia no da su fallo, todo ideal es respetable, aunque parezca absurdo. Y es útil por su fuerza de contraste; si es falso muere solo, no daña. Todo ideal, por ser una creencia, puede contener una parte de error, o serlo totalmente; es una visión remota y, por lo tanto, expuesta a ser inexacta. Lo único malo es carecer de ideales y esclavizarse a las contingencias de la vida práctica inmediata, renunciando a la posibilidad de la perfección moral. Cuando un filósofo enuncia ideales, para el hombre o para la sociedad, su comprensión inmediata es tanto más difícil cuanto más se elevan sobre los prejuicios y el palabrismo convencionales en el ambiente que le rodea; lo mismo ocurre con la verdad del sabio y con el estilo del poeta. La sanción ajena es fácil para lo que concuerda con rutinas secularmente practicadas; es difícil cuando la imaginación no pone mayor originalidad en el concepto o en la forma. Ese desequilibrio entre la perfección concebible y la realidad practicable, estriba en la naturaleza misma de la imaginación, rebelde al tiempo y al espacio. De ese contraste legítimo no se infiere que los ideales lógicos, estéticos o morales deban ser contradictorios entre sí, aunque sean heterogéneos y marquen el paso a desigual compás, según los tiempos: no hay una Verdad amoral o fea, ni fue nunca la Belleza absurda o nociva, ni tuvo el Bien sus raíces en el error o la desarmonía. De otro modo concebiríamos perfecciones imperfectas. Los caminos de perfección son convergentes. Las formas infinitas del ideal son complementarias: jamás contradictorias, aunque lo parezca. Si el ideal de la ciencia es la Verdad, de la moral el Bien y del arte la Belleza, formas preeminentes de toda excelsitud, no se concibe que puedan ser antagonistas. 34


Los ideales están en perpetuo devenir, como las formas de la realidad a que se anticipan. La imaginación los construye observando la naturaleza, como un resultado de la experiencia; pero una vez formados ya no están en ella, son anticipaciones de ella, viven sobre ella para señalar su futuro. Y cuando la realidad evoluciona hacia un ideal antes previsto, la imaginación se aparta nuevamente de la realidad, aleja ella al ideal, proporcionalmente. La realidad nunca puede igualar al ensueño en esa perpetua persecución de la quimera. El ideal es un límite: toda realidad es una “dimensión variable” que puede acercársele indefinidamente, sin alcanzarlo nunca. Por mucho que lo “variable” se acerque a su “límite”, se concibe que podría acercársele más; sólo se confunden en el infinito. Todo ideal es siempre relativo a una imperfecta realidad presente. No los hay absolutos. Afirmarlo implicaría abjurar de su esencia misma, negando la posibilidad infinita de la perfección. Erraban los viejos moralistas al creer que en el punto donde estaba su espíritu en ese momento, convergían todo el espacio y todo el tiempo; para la ética moderna, libre de esa grave falacia, la relatividad de los ideales es un postulado fundamental. Sólo poseen un carácter común: su permanente transformación hacia perfeccionamientos ilimitados. Es propia de gentes primitivas de toda moral cimentada en supersticiones y dogmatismos. Y es contraria a todo idealismo, excluyente de todo ideal. En cada momento y lugar la realidad varía; con esa variación se desplaza el punto de referencia de los ideales. Nacen y mueren, convergen o se excluyen, palidecen o se acentúan; son, también ellos, vivientes como los cerebros en que germinan o arraigan, en un proceso sin fin. No habiendo un esquema final e insuperable de perfección, tampoco lo hay de los ideales humanos. Se forman por cambio incesante; evolucionan siempre; su palingenesia es eterna. Esa evolución de los ideales no sigue un ritmo uniforme en el curso de la vida social o individual. Hay climas morales, ho35


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