Cada loco con su tema
La ciencia son hechos; de la misma manera que las casas están hechas de piedras, la ciencia está hecha de hechos; pero un montón de piedras no es una casa y una colección de hechos no es necesariamente ciencia. HENRI POINCARÉ
Contrariamente a lo que piensa la mayoría de la gente, la ciencia no es ni mucho menos un conjunto de libros, la ciencia es un método lógico de proceder para adquirir nuevos conocimientos. JUAN AGUILAR M., biólogo teórico
No menciono a los debatientes por sus nombres, primero para no perderme en la secuencia de los diálogos; segundo, porque no veo motivo para personificar apodos como los que suelen usarse como identidad en las redes sociales, aun cuando no todos los participantes los empleen; tercero, porque es de buen tono decir el pecado antes que el pecador, más en situaciones donde este no goza de fama más o menos pública; y cuarto, porque mi interés es concentrarme en la comprensión del tema más que en describir una charla que al efecto sirve más bien como pretexto detonador de ideas.
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Alrededor de la enfermedad mental
DESDE LA CHARLA Yo llegué tarde a la polémica. Según me explicó amablemente uno de los debatientes poco después de escribir yo este ensayo en su primera versión, el debate […] comenzó a partir de la negación de la existencia de la enfermedad mental por la ausencia de una prueba física, material de la misma. Debido a la insistencia de la contraparte en “querer discutir la salud mental desde la salud corporal”, y a la esterilidad del intercambio de opiniones y citas de ambos bandos, creí una estrategia más fértil el uso de la pregunta socrática ¿existe la mente?, para que a partir del reconocimiento de su existencia sin mediar una prueba física de ella ― al menos no directamente― por parte de los “negacionistas”, se evidenciara el absurdo de sustentar la inexistencia de la potencial enfermedad mental en la ausencia de una prueba física de algo que, por definición, es inmaterial (por mucho que su emergencia pueda y quizá hasta deba tener un sustrato fisiológico) […] […] la polémica que nos ocupa puede zanjarse mediante la pura lógica, advirtiendo que una vez aceptada la existencia de la mente, su inmaterialidad y su detección indirecta a través de los sentidos, la existencia de su accidente ontológico (espero sea correcto decirlo así) “enfermedad” entendido como la ausencia o el opuesto del accidente ontológico “salud”, pasa por la definición de éste último: “estado en el que el ser orgánico ejerce normalmente todas sus funciones”, y reconociendo en la mente una función inmaterial pero detectable propia del ser orgánico (la detección de esta función para un ser incorpóreo, como un espíritu, implicaría la existencia de los fantasmas y sus efectos en el mundo de los vivos, pero no es el caso), es demostrable la existencia lógica de la enfermedad con el debido acotamiento de lo que constituye la “normalidad” de la función mental.
Muy probablemente los participantes en el debate que iré relatando, como otros que puedan leer estos apuntes alrededor del tema de la “enfermedad mental”, me lleven delantera en la lectura de materiales ad hoc, para empezar porque no es mi línea ni ha sido, como ya adelanté, de mi interés central. Yo expongo desde mi limitado saber y recurriendo a mis pocas, muchas, buenas, malas o regulares fuentes a mi alcance por ahora, ya en mi estantería física o virtual, lo que no me hace ni más ni menos experto o inexperto, curioso o indiferente respecto de tal o cual tema. He abrevado de los conocimientos que medianamente fueron vertiendo los debatientes durante la polémica sin
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tomarlos a pie juntillas, y las afirmaciones que puedo asentar aquí no las planteo con tono dogmático, a diferencia de lo que he notado (quizá leo mal o de más) en la acalorada y virulenta discusión que se remonta a más de un siglo y por la que mientras unos niegan la calidad de la Psiquiatría como ciencia y de la existencia de la “enfermedad mental” como padecimiento, otros por el contrario abogan por ambas, sin proporcionar tanto unos como otros una explicación sucedánea de las fuentes y signos distintivos de la locura y la cordura. Por esto no creo, a diferencia del participante citado, que “la polémica que nos ocupa puede zanjarse mediante la pura lógica”, toda vez que los factores que intervienen en la comprensión cabal de los conceptos asociados no nada más son numerosos sino complejos. Anoto esto además para que no se olvide que más adelante engarzaré el trasfondo de esta polémica con la respectiva reflexión alrededor de la comunicación y la Comunicología. Lo primero que hube de hacer fue remitirme a la lectura de la obra central del autor que me recomendara uno de los debatientes, Thomas Szasz (1) antes de decir ―siendo lego insisto― que podía estar de acuerdo con tal o cual posturas en la discusión. A la vez, tomé como piedra miliar de este ensayo el artículo de José Bermejo (4) por significarme una muy aceptable glosa no nada más del tema sino de su desarrollo a lo largo de la historia y, también, por perfilarse en el derrotero de mi interés y formación personales. A los anteriores, ya adentrándome en el tópico de mi incumbencia, la Comunicología, recurrí a examinar con regular detenimiento las ideas, los planteamientos originales, primigenios de Eulalio Ferrer, mejor que los derivados, evolucionados o recurrentes y que son fáciles de encontrar en las obras más próximas en tiempo a este ensayo. Sobre esas tres columnas empecé a construir el modesto edificio que ahora ves, amigo lector. Un edificio con un propósito muy sencillo aunque de apariencia ambiciosa y que, aun cuando no pretende enmendar la plana que los mismos especialistas han estado tachonando y repitiendo sin llegar todavía a ningún corolario capaz de satisfacer a tirios y troyanos, apuesta por lo menos a aportar siquiera unos pocos
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indicios que conduzcan a un punto mediano para la conciliación de puntos de vista que, por ahora, se han mostrado “como si” irreconciliables, al menos por lo que respecta a la Psiquiatría y la Psicología pues no es el mismo caso exactamente en relación con la Comunicología. Y es que la ciencia es un “como si” ―nos recuerda Bermejo (4 pág. 194). La mecánica clásica habla de los cuerpos “como si fuesen sólidos contenidos en el espacio y dotados de masa”, por ejemplo, que pueden desarrollar una determinada velocidad o poseer una determinada inercia, pero cuyas restantes propiedades no nos interesan, ya que precisamente la mecánica consiste en hablar de los cuerpos “como si” sólo poseyesen las propiedades que la mecánica les atribuye. Del mismo modo, una ciencia como la economía habla del homo economicus, el sujeto de la teoría económica, como si fuera una persona que intenta minimizar sus gastos y maximizar sus beneficios en una relación de intercambio, dejando de lado las principales características, no sólo de cada individuo, sino de las realidades históricas y sociales. Esa reducción que nos lleva a hablar “como si” es fundamental para que pueda desarrollarse una ciencia, sobre todo si pretendemos someterla a un formalismo matemático ― lo que en muchos casos no es necesario― , pero puede tener consecuencias sociales y personales funestas cuando a partir de una reducción de este tipo se procede a establecer el tratamiento de los seres humanos enfermos y, sobre todo, de aquellos “enfermos” cuyas patologías pueden depender mucho de las circunstancias históricas o sociales.
Ese ser y hacer “como sí” de la ciencia, lejos de invalidarla en la autodefinición, al contrario sienta las bases de la legitimación y los alcances de un conocimiento obtenido “a modo” de una metodología tendiente a corroborar los datos obtenidos ―de nuevo― de algún modo y que se relacionen con ciertas hipótesis alrededor de específicos hechos presumibles; esto para el caso de la ciencia empírica, pero no toda ciencia parte de la experimentación, y la observación no siempre se asocia de forma casi dependiente de las evidencias surgidas de un hecho concreto sometido a la prueba y el error en el afán de replicarlo en una situación controlada. La ciencia teórica tiene este carácter, no se digan las Ciencias Sociales. Etimológicamente ciencia no es otra cosa más que conocimiento, aún más: saber. Y el conocimiento no es una consecuencia ni un campo exclusivos de los etiquetados como científicos por el solo hecho de dedicar sus esfuerzos a hacer de lo verificable causa del conocimiento
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adquirible; es competencia de todo ser vivo. ¡Cuidado! ¿De todo ser vivo! ¿Una planta, una ameba conocen? ¡Diremos de una esponja que es un científico que absorbe conocimiento! ¡Reivindicados está Bob Esponja y los Ents! Más de uno concederá que un perro, oso, gato o cualquier otro animal con sistema nervioso central y por lo mismo un cerebro cae en la convenida categoría de ser vivo pensante, y dado que entre las facultades del pensamiento está la de conocer, no hay mucha dificultad en aceptar de esas otras criaturas parecidas al hombre que conocen por lo pronto su entorno inmediato y mediato, esto gracias, para empezar, a sus capacidades sensoriales. La percepción es fundamental entonces tanto para el conocimiento de lo que rodea a un ser como de lo que lo constituye. Pero, si la planta y la ameba no tienen algo semejante “como si” el sistema nervioso central, terminaciones neuronales parecidas a los sentidos del tacto, olfato, oído, gusto, vista; si el calamar y el pulpo sorprenden con su inteligencia e insistiéramos en la hipótesis de que, al igual que el hombre, planta, ameba y pulpo “sienten”, “perciben”, “conocen”, ¿de qué manera puede ser esto posible? ¿Cómo abstrae el calamar las relaciones espacio-temporales? ¿Entiende lo que es una idea? ¿Sueña? ¿Qué misterioso dictado en la genética de un ave la lleva a comportarse “como si” conociera lo necesario y no lo contrario para lo que debe hacer en la tarea de atraer a una pareja y procrearse? ¿Qué indicio genómico humaniza a las plantas? Estas preguntas y muchas más similares han sido sometidas a escrutinio en más de una ocasión, desde diversos enfoques y hoy encontramos variedad de respuestas a las mismas y algunas de ellas gozan de aceptación en el ánimo popular luego de ser difundidas, por ejemplo, mediante documentales1. Si ahora las pongo aquí es un poco por
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Estudios recientes de la Botánica arrojan datos que, con ciertas “reservas”, mueven a la reflexión al respecto de este tema concreto. Destacan en especial las observaciones y aseveraciones del Dr. Daniel Chamovitz y las que se han derivado de ellas o las han antecedido [Cf. (COOK, 2012), (CHAMOVITZ, 2012)]. “[…] porque veamos que las plantas no se mueven, no significa que no haya un mundo sumamente rico y dinámico en su interior” (PIJAMASURF, 2012)
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jugar al infante explorador. En ciencia muchas veces el problema no es en sí el problema como en cambio lo es el planteamiento, la descripción y la conclusión del mismo. Tarde o temprano, toda actividad científica llega a una encrucijada. Los hombres de ciencia deben decidir, entonces, qué camino seguirá. El dilema que enfrentan es este: «¿Cómo enfocaremos nuestro trabajo? ¿Debemos considerarlo en función de sustantivos y entidades —p. ej , los elementos, compuestos, cosas vivientes, enfermedades mentales, etc.—, o de procesos y actividades, como el movimiento browniano, la oxidación o la comunicación?». No es necesario considerar el dilema en un plano abstracto para advertir que estos dos modos de conceptualización representan una secuencia evolutiva en el proceso de desarrollo del pensamiento científico. El pensamiento como entidad precedió siempre al pensamiento como proceso. Desde hace tiempo, la Física, la Química y algunas ramas de la Biología complementaron las conceptualizaciones sustantivas con las teorías procesales. La Psiquiatría, no. [La Comunicología de algún modo sí ―afirmo yo― al amparo de las relaciones metodológicas con la Sociología.] […] la definición tradicional de Psiquiatría —que aún está en boga— ubica a esta junto a la Alquimia y la Astrología, y la encierra en la categoría de pseudociencia [ (1 pág. 9)].
Y algo similar sucede con disciplinas y especialidades de la llamada “medicina alternativa” ―campos tristemente propicios para charlatanes y advenedizos, a pesar de la honesta nobleza de algunos de los conocimientos que los caracterizan― y además con la Comunicología. ¿Cómo enfocar el trabajo del comunicólogo cuando el objeto de estudio se ha dispersado en varias manifestaciones o incluso cuando se ha desintegrado en sus componentes funcionales y estructurales dejando a la deriva las partículas de información y degradando el núcleo expresivo; cuando esos saberes fraccionarios, y en ocasiones contradictorios entre sí, parecen en cambio ni siquiera referirse al mismo objeto de estudio como acaso a algún accidente del mismo y nada más? Desde su surgimiento, la Sociología sufrió los ataques de los científicos relacionados con los fenómenos de la naturaleza, en un frente y por otro de los filósofos, acostumbrados a lidiar con los sustantivos y los adjetivos capaces de describir los sucesos humanos y sociales. Con el positivismo y los hallazgos de campo de la Antropología que podía vincular aunque fuera someramente lo cultural y lo biológico ―separándose de la Antropología filosófica―, la Sociología y las disciplinas
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afines gozaron de los beneficios de una revisión principalmente metodológica. Pero no fue sino hasta finales de la década de los años cincuenta del siglo XX que la Comunicología alcanzó el estatus de “ciencia”, aun cuando bastante desdibujado desde el momento que no se incluía en las currículos universitarios con semejante nombre, a diferencia de la Biología o la misma Sociología, por ejemplo, sino con vagos y confusos títulos como “Ciencias y Técnicas de la Información” o “Ciencias de la Comunicación Social” entre un gran número de variantes pensados con una finalidad más bien mercadológica que definitoria de una misión (la Mercadotecnia, podría pensarse mitológicamente, es engendro de la Comunicología tras su perversa cópula con la Administración y la Publicidad a despecho de las Relaciones Públicas). Títulos, además, que en sí encierran la verdad de una relación simbiótica y tributaria, sin aclarar cual tributa a cual, ¿la Comunicología a las otras disciplinas o viceversa? Lo que de alguna manera pone, por lo pronto a la Comunicología, como una pseudociencia simbionte ―cuando no parásita― de las que le han antecedido. A veces, y lo digo como comunicólogo, los otros profesionales, los ámbitos laborales, la sociedad misma me han hecho sentir como una especie de orquídea. No es gratuito ni para la Psiquiatría ni para la Psicología que incluso en las clasificaciones biblioteconómicas de saberes como el Sistema Decimal Dewey o el alfanumérico de la Librería del Congreso se incluya casi todo lo relativo a estas disciplinas en el espacio dedicado a los temas filosóficos, con excepción de los temas más próximos al campo de la neurología. Asimismo no es gratuito que los temas relativos a la comunicación, en esos mismos sistemas, aparezcan dispersos por las distintas categorías, si bien se la encaja en dos áreas muy específicas según el enfoque general sugerido: “Ciencias Sociales” o “Ciencias Aplicadas y Tecnología”. Aunque el parangón se antoja forzado ―nada de eso, como se corroborará enseguida―, la diFicultad de la Psiquiatría y la Psicología para establecerse como áreas del conocimiento con una identidad concreta e indiscutible se equipara, aunque en sentido contrario, a la dificultad de la Comunicología para definir los alcances de su campo de estudio, razón por la cual y por años ha sido considerada, entre
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broma y en serio por nosotros, los mismos comunicólogos ―por lo menos los mexicanos― como la versión aterrizada de aquella aspiración vasconceliana expuesta en el Ulises criollo de construir la ciencia de la Todología. La clave para hallar la identidad de estas ciencias, al parecer, descansa ¿en el método? Algunos así lo han creído y han enfocado sus esfuerzos en establecer un marco epistemológico relativamente acotado. Por lo que respecta a la metodología, salvo por contados procedimientos, esta sigue estando enraizada en las aportaciones de esas otras ciencias de las que se nutre la Comunicología o, si se prefiere, a las que esta alimenta.
MÉTODO, LENGUAJE Y CONOCIMIENTO En cuestiones de ciencia, la autoridad de mil no vale lo que el humilde razonamiento de un solo individuo. GALILEO GALILEI
No soy muy afecto a recurrir a Wikipedia o en general a las enciclopedias para efectos metodológicos y profesionales, pero a veces lo hago por motivo de resumen y ahorro de tiempo (bendiciones de la tecnología y de la herencia de la Ilustración), con el cuidado de no considerar la información vertida ahí como verdad absoluta, toda vez que sus principales características son la revisión, edición y corrección constantes por parte de sus colaboradores. Ahora bien, con todo y los yerros o aciertos que pueda contener semejante clase de fuentes de información, estas no las considero del todo despreciables toda vez que aportan ideas desde las cuales trazar conexiones y avanzar en el desarrollo del conocimiento, razón por la cual a mis alumnos les he alentado a emplearlas con discreción del modo que mi madre hizo conmigo, durante mi vida, y con otros estudiantes durante el período que trabajó como bibliotecaria. Además, la ventaja de Wikipedia frente a otras fuentes estriba en su constante actualización efectuada con regular frecuencia (en contraste con lo que ocurre con las obras impresas) por quienes somos
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colaboradores de la misma. Aun no siendo todos expertos en los distintos y múltiples tópicos, las normas internas son bastante estrictas en los aspectos metodológicos y de estilo y cualquiera, dentro y fuera, puede hacer las observaciones conducentes a la enmienda, ampliación y corrección de las entradas. Lo mismo sucede en fuentes como Wikilengua y Etimologías, también utilizadas para este trabajo como para otros. La discrecionalidad en la elección y uso de las fuentes de información no tiene por qué suponer un obstáculo para comprender y exponer a cabalidad los temas a tratar. Me declaro reticente y opuesto a esos estudiosos obtusos que descartan aquellas fuentes que no caigan dentro de lo académicamente convencional o incluso suficientemente actualizado o citado. Existe la creencia de que para existir en la dimensión escolástica es indispensable publicar y mejor aún ser tomado como referencia y que las fuentes mejores son aquellas que no exceden los 10 años de publicadas. Me consta que hay fuentes (fuera de los clásicos) que aun cuando en su momento fueron las obras o los autores ninguneados por sus respectivos gremios, años después se les ha redescubierto porque aportaron algo, así fuera mínimo cuando no incomprensible, quizá adelantado a su tiempo. El problema (y lo digo para efectos pedagógicos) no estriba en consultar o no las fuentes dispersas en la Internet o en una biblioteca (la mía por ahora está bastante desordenada y la Internet me resulta en cierto modo supletoria mientras termino de organizar mi acervo), sino en el crédito y valor que se les pueda asignar al momento del análisis de la información. Si se quiere, cúlpese a mi “deformación profesional como comunicólogo” o a la que me caracteriza como escritor de poesía y ficción, o como persona incluso; si algo he aprendido y tengo claro es que, hasta de la aseveración más aparentemente desatinada, se puede extraer algo de verdad. Lo que determina el valor de un dato no es el dato en sí como el examen de aquello a que refiere y que el investigador debe cuestionar
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y observar para describir y explicar. Por causa de esto y la abundancia de referencias a las mismas fuentes opté por emplear el protocolo ISO 690 de referencias numéricas para dar cuerpo a este trabajo, cuando mi predilección es el sistema APA (el cual aparece aquí combinado como consecuencia del empleo de un gestor bibliográfico como Medley, con el cual aparecen organizadas las “otras referencias” utilizadas). Así, los números de las citas se corresponden con el orden de las fuentes referidas, no son índices de notas, las que, añado, he preferido casi no incluir o en todo caso subsumir en la forma de apuntes mínimos entre paréntesis o corchetes para beneficio del ritmo de la lectura. Seguramente en este punto, más de un lector podrá pensar que la retórica del discurso de este ensayo ha tomado como pretexto el tema de la “enfermedad mental” a modo de gancho para derivar a algo distinto y divorciado de la promesa original, es decir a una crítica de mi profesión de comunicólogo. Pero no es así, yo mismo me he sorprendido del curso que fue tomando el texto en su avance, toda vez que no fue planeado hasta este momento. Fueron la consulta y lectura de los materiales, aunado a la reflexión y el descubrimiento de nexos aparentes lo que me llevó a decidir, desde aquí, a dar un giro de algunos grados, los suficientes para examinar lo necesario hacia dicha crítica fundada. La liga fundamental que relaciona a la Psiquiatría y la Psicología con la Comunicología la dio el mismo Szasz cuya obra me ha venido sirviendo por ahora como primer y principal bastión para dirimir las ideas. Si bien la necesidad de ser claros con respecto al método científico no es ya una idea nueva entre los hombres de ciencia, es preciso subrayarla de nuevo en nuestro campo. La Psiquiatría, que utiliza los métodos del análisis comunicacional, tiene mucho en común con las ciencias que se dedican a estudiar los lenguajes y la conducta de comunicación. A pesar de esta conexión entre la Psiquiatría y disciplinas como la Lógica simbólica, la Semiótica y la Sociología, se continúa presentando a los problemas de salud mental dentro del marco tradicional de la medicina. El andamiaje conceptual de esta ciencia descansa, en cambio, en principios físicos y químicos. Esto es enteramente razonable, porque la tarea de
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la medicina fue y sigue siendo estudiar —y, si fuese necesario, modificar— la estructura y la función fisicoquímicas del organismo humano. Empero, no parece posible que la conducta de utilización de signos se preste a ser explorada y comprendida en estos términos. [op. cit. pág. 10; énfasis mío.]
Si el “andamiaje conceptual” de la Psiquiatría y la Psicología se ha tratado de hacer descansar sobre principios físicos y químicos provenientes de la medicina, el correspondiente de la Comunicología lo hace a veces dificultosamente sobre el mismo andamiaje de esas ciencias ya en tela de juicio, pero apuntalado en todo caso con los respectivos de la Sociología, la Filosofía y la Técnica, con lo que aparentemente consigue una respetabilidad suficiente, al menos para el estudio y análisis de algunos de los procesos objeto de su interés. La distinción entre Física y Psicología es, por supuesto, muy conocida. Sin embargo, sus diferencias no suelen considerarse con suficiente seriedad. La falta de confianza que suscita la Psicología en cuanto a su carácter de ciencia legítima se revela en la abierta expectativa de algunos científicos de que todas las descripciones y observaciones científicas se expresarán a la larga en un idioma físico-matemático. Más específicamente, en el lenguaje psiquiátrico y psicoanalítico, el escepticismo hacia los métodos y temas se pone de manifiesto en la persistente imitación de los enfoques médicos. [loc.cit.]
De nuevo, algo similar a lo descrito por Szasz ocurre con la Comunicología cuyos métodos tomados en buena medida de la Física, la Biología y la Sociología la han arrinconado a generar explicaciones más ancladas en la estadística que en la matemática y por ende a caer más seguido de lo deseable en las trampas de la interpretación de los hecho sociales y humanos. Esta “impericia” matemática se explica también en buena medida, si bien no de manera general y por lo pronto para lo que a México respecta, en que a las carreras relacionadas con las Ciencias Sociales, Filosofía y Humanidades se las tache peyorativamente como reductos para los fugitivos de las matemáticas o los aspirantes a la fama mediática y pública. El caso de la Comunicología es una muestra de las confusiones a que puede llevar la desformalización cuando previamente no se ha pasado por períodos e instancias de formalización. Disciplina nueva, de escasa trayectoria y tradición científica, con muy pocos posgrados establecidos en el subcontinente y un cúmulo de investigación teórica y empírica escasamente consolidado,
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congrega un sinnúmero de estudiantes, los cuales, seducidos por el peso de los mass media en la cultura contemporánea, llevan a menudo en su imaginario la idea de llegar a ser célebres a través de la pantalla. (5)
Personalmente, dada mi formación primaria en el ámbito de la Ingeniería de Sistemas Electrónicos, discrepo en parte pues conozco colegas que le entran al toro con singular alegría y consiguen resultados dignos de consideración. Además, soy de la idea de que la vocación no es solo un asunto individual sino cultural, pero sobre este tema trataré en otro momento. Así como la Psiquiatría y la Psicología, ya se va viendo que la Comunicología depende en mucho del lenguaje con la que se la asocia, y en el caso de la tercera más luego de ser el mismo lenguaje no sólo herramienta expresiva sino en sí mismo objeto de estudio, lo cual ya resulta redundante y harto tramposo por no decir que autolimitante. Ya advertía Szasz [loc.cit.] que “una ciencia no puede ir más allá de lo que le permite su instrumento lingüístico”. Yo voy más allá, una ciencia como la Comunicología, si es tal, no puede ir más allá de lo que le permite su contexto. No obstante, el afán abarcador, totalizador, es una tentación constante, aun cuando en fechas más recientes el clientelismo académico por una parte, la desidia estudiantil por otra, las exigencias pedagógicas por una más y el interés por empatar las expectativas educativas con las empresariales han llevado al recorte de los currículos y tiras de materias en la conformación de muchas de las variantes de las carreras relacionadas, perdiendo de vista que, como apunta Follari: Se trata de un espacio científico estratégico: por una parte, se forman allí “comunicadores” que irán a trabajar en los más diversos medios. En tiempos mediatices, esto significa nada menos que el hecho de que se está formando a quienes tendrán capital importancia en la constitución de la opinión pública futura, los constructores de los futuros sentidos comunes. Por otro, surgirán desde allí “comunicólogos”, es decir, estudiosos de la comunicación que ― dado el peso social del fenómeno― también resultarán decisivos para configurar una especie de sentido común de segundo orden acerca de qué son los medios, qué influencia tienen y ― sobre todo― qué hacer con ellos y respecto de ellos.
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Campo fundamental sin duda desde el punto de su influencia social, a la vez con los múltiples problemas de constitución que hacen a cualquier espacio en construcción, lo cual tensa enormemente su dinámica. Donde más se requiere poner organización conceptual, nos encontramos con inconvenientes para instaurarla. [op.cit.]
Por otra parte, el afán de empatar la Psiquiatría, la Psicología, la Comunicología y la Sociología misma con las disciplinas de las llamadas “ciencias exactas”, va más allá del empleo de la matemática como lenguaje capaz de describir los hechos de la naturaleza, en este caso la naturaleza social y humana. Ambiciona el poder que sigue a la capacidad de predicción. El físico, el químico, mediante su experimentación controlada consiguen cierto parámetro de predicción que hace sus conocimientos “confiables” por repetibles, incluso a veces espectaculares y asombrosos. En cambio, los hechos y fenómenos estudiados por las ciencias en cuestión aún no pueden ser sometidos al control empírico salvo en muy específicas condiciones y aun así no aseguran la confianza predictiva, y esto en gran medida por la misma naturaleza elusiva y poco recurrente de los hechos humanos y sociales. Mientras en los primeros casos incluso se lleva al trazo de leyes y teoremas, en los otros cuando mucho pueden elaborarse modelos teóricos capaces de explicar parcial y relativamente algún aspecto del fenómeno comunicativo. […] debemos tener serias reservas con respecto a las preocupaciones por controlar y predecir los hechos psicosociales. La prudencia y el escepticismo exigen que prestemos atención a la epistemología […] y en especial a lo que implican las explicaciones históricas y deterministas de la conducta humana. […] La teoría psicoanalítica del hombre se elaboró según el modelo causal-determinista de la Física clásica. En fecha reciente, los errores de esta traspolación se documentaron ampliamente [p. ej., Gregory, 1953; Allport, 1955]. (1 pág. 11)
La observación de Szasz cabe igual y más gravemente para la Comunicología. Puedo transliterar su dicho: la teoría del proceso de la comunicación del hombre se elaboró según el modelo causal-determi-
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nista de la Física clásica (en especial la Termodinámica), más concretamente de las ingenierías Eléctrica, en Electrónica (después, con el advenimiento de las computadoras, de Sistemas Electrónicos), y técnica de Comunicaciones. Sobre estas bases y los conceptos de ellas emanados se tejió todo lo demás con las aportaciones de las disciplinas sociológicas, la Filosofía, las Humanidades y también, es justo decirlo la Psicología aplicada al tema en particular, solo que mientras para la Psiquiatría y la Psicología se han señalado los errores de traspolación, pocos ―que yo sepa, como Roberto Follari o Felipe López Veneroni, Jesús Galindo Cáceres, Octavio Islas (Islas & Gutiérrez, 2014) y otros referidos y no en este trabajo― han hecho lo propio para la Comunicología, la cual adolece, como las otras, de fincarse metodológicamente en un cómodo historicismo. “Mientras se considere satisfactorio este tipo de explicación, no será necesario buscar otras de diferente índole”, critica Szasz, por lo que: […] es preciso tener en cuenta que las teorías historicistas de la conducta excluyen explicaciones referentes a la evaluación, opción y responsabilidad en los asuntos humanos. […] el historicismo es una doctrina según la cual la predicción histórica no difiere en esencia de la predicción física. Se considera que los hechos históricos (v. gr., psicológicos, sociales) están enteramente determinados por sus antecedentes, del mismo modo que los hechos físicos lo están por los suyos. Así, pues, la predicción de los acontecimientos futuros es, en principio, posible. En la práctica, la predicción está limitada por el grado en que se pueden determinar con certeza las condiciones del pasado y el presente. En la medida en que es factible determinarlas de manera adecuada, la predicción satisfactoria está asegurada. [ibíd.]
No son poco frecuentes las aproximaciones historicistas de la Comunicología sobre los temas, hechos, fenómenos y conceptos de su interés. No quiero que se malentienda la crítica, como Szasz pienso que señalar esta tendencia […] no significa negar o restar importancia a los efectos y la significación de las experiencias pasadas —esto es, de los antecedentes históricos— sobre las acciones humanas subsiguientes. Es indudable que el pasado moldea la personalidad y el organismo humanos, de la misma manera que también puede moldear las máquinas [Wiener, 1960]. Sin embargo, es preciso conceptualizar y comprender este proceso, no en función de «causas» antecedentes y «efectos» consecuentes,
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sino más bien en función de las modificaciones de toda la organización y el funcionamiento del objeto sobre el cual se actúa. [op.cit. pág. 12]
Por lo que toca a la Comunicología, su autocomprensión cientificista a veces raya en lo ridículo. Las reuniones científicas relativas a la disciplina se mueven ostensiblemente “entre lo académico y lo mediático”, según lo señalara expresamente N. García Canclini (García Canclini, 1997), uno de los autores a que más se apela en la temática. Con predominio de los estudiantes sobre los investigadores; cuando de estos se trata, con poca trayectoria establecida, es decir, hegemonía de pesquisidores noveles; actitudes que “massmediatizan” las situaciones, como filmaciones de los ponentes, o pedido de autógrafos a estos; fuerte asimetría entre los “consagrados” y los expositores menos reconocidos; dilución de la especificidad epistémica, de modo que pueden discutirse temas de Sociología o Antropología tout court; ingenuidad teórica, que lleva, por ej., a tratar temas políticos sin conocimientos específicos de teoría (y a veces de práctica) política; inexistencia de un debate donde las posiciones “consagradas” puedan ser puestas en discusión, etc., muestran un campo donde en buena medida, está todo por hacerse. Tal situación antedicha, está sazonada por una estetización generalizada (en eco de lo que sucede en tiempos posmodernos con el deconstruccionismo teórico, y también con la hegemonía massmediática), donde tras referencias a la “sobre transparencia”, “oblicuidad”, “multirreferencialidad”, “hipercodificación”, etc., a menudo no existe una suficiente preconfiguración de significados comunes a la “comunidad” [científica, se entiende] que permitan utilizar productivamente tal tipo de expresiones. Lo apuntado pudiera parecer una especie de ataque a este espacio de práctica disciplinar. Ojalá pueda entenderse exactamente en sentido inverso: esto es, como desnuda asunción de las limitaciones existentes, para buscar su imprescindible superación dentro de un campo de relevancia principalísima. Precisamente por su estratégica influencia, es que no se puede dejar que las vacilaciones e incongruencias (de las que ningún campo científico está exento, y menos uno que sea nuevo) se impongan, y que ― dentro de algún tiempo― nos encontremos con que no hemos avanzado en la constitución científica de este espacio. [ (5), loc.cit.; el énfasis es mío.]
Tras observaciones como las anteriores, Szasz definió la Psiquiatría, en tanto ciencia teórica como aquella que […] se ocupa del estudio de la conducta humana, de esclarecer y «explicar» los tipos de juegos que las personas juegan entre sí, cómo los aprendieron, por qué les gusta jugarlos, etc.
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Alrededor de la enfermedad mental
La conducta propiamente dicha proporciona los datos primarios de los que se infieren las reglas del juego. Entre las muchas y distintas clases de conducta, la forma verbal ― o la comunicación por medio del lenguaje convencional― constituye una de las áreas esenciales que interesan a la Psiquiatría. Por consiguiente, es en la estructura de los juegos del lenguaje [Sellars, 1954] donde confluyen los intereses de la Lingüística, la Filosofía, la Psiquiatría y la Semiótica. Cada una de estas disciplinas estudió diferentes aspectos del juego del lenguaje: la Lingüística, su estructura; la Filosofía, su significación cognitiva, y la Psiquiatría, su uso social [ibíd.; el énfasis es mío].
En el contexto que vamos trazando hacia una crítica de mi profesión, ¿cómo definir entonces la Comunicología? Se entiende por Comunicología la “ciencia” que [… ] abarca a todas las Ciencias de la Comunicación aplicadas a la Investigación, Docencia y Gestión de la Comunicación en las múltiples dimensiones simbólicas, discursivas, retóricas, antropológicas, psicológicas, sociológicas, políticas y culturales de todas las organizaciones ― ya sean estas públicas, privadas o comunitarias― desde un abordaje interpersonal, institucional, comunitario o colectivo. La Real Academia Española define así la Comunicología: 1) Antes de la XXIII edición (1992): Ciencia interdisciplinaria que estudia la comunicación en sus diferentes medios, técnicas y sistemas. 2) XXIII edición: Ciencia de carácter interdisciplinario que estudia los sistemas de comunicación humana y sus medios. Puede verse que la definición actual ha incorporado el hecho de que la Comunicología se centre en la comunicación humana, lo cual excluye otras formas de comunicación [como las] animales, que son más propias de estudios de biólogos [es decir la Etología]. La Comunicología tiene un emergente desarrollo en América Latina, concretamente en México, Chile y Colombia. Tiene referentes inmediatos en los llamados estudios culturales, con personalidades sobresalientes como Néstor García Canclini [doctor en Filosofía, escritor, profesor, antropólogo y crítico cultural] o Jesús Martín-Barbero [doctor en Filosofía, con estudios de Antropología y Semiología, es un experto en cultura y medios de comunicación]. En el caso de la Escuela de Santiago de Chile, la Comunicología está fuertemente influenciada por la Biología del conocimiento y las ciencias cognitivas desarrolladas por Humberto Maturana [biólogo y epistemólogo] y Francisco Varela [biólogo chileno, investigador en el ámbito de las neurociencias y ciencias cognitivas; junto con su profesor Humberto Maturana es conocido por introducir el concepto de autopoiesis en la Biología], y se expresa con vitalidad en los trabajos realizados e impulsados desde los años '90, por la Fundación de la Comunicología.
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José Antonio de la Vega Torres
La Comunicología ha asentado ya muchas teorías y principios que configuran su doctrina. Así, "la teoría de la bala mágica o de la aguja hipodérmica" o "el principio de que el medio es el mensaje" son formulaciones que constituyen la base de la disciplina (6) [el énfasis es mío].
Y se entiende por comunicólogo a […] todo egresado/a universitario/a de grado o posgrado de las distintas carreras de Ciencias de la Comunicación Social habilitado/a para ejercer profesionalmente la Comunicología como Investigador/a, Docente, Director/a de Comunicación (DIRCOM), Responsable Interno/a o Asesor/a Externo de Comunicación en todas las organizaciones ya sean estas públicas, privadas o comunitarias. […] Su campo de acción va mucho más allá de los límites del análisis de los medios de comunicación masivos y sus distintas problemáticas. La tarea central del comunicólogo/a es la de hacer visibles y comprensibles los múltiples procesos de construcción de sentido que nos rodean. Su trabajo consiste en transformar datos abstractos y fenómenos complejos de la realidad en mensajes visibles y comprensibles por múltiples audiencias. Su ejercicio profesional es tanto un proceso como su resultado, el cual cristaliza en un acto de transferencia de conocimientos. De hecho, se trata de una “mediación didáctica” en la dialéctica de lo real directamente “visible” y lo real “invisible”. Es a la vez una “puesta en conocimiento” y una “puesta en común”, es decir, un hecho de comunicación. En este marco general, el desafío consiste en la construcción de un campo disciplinar que implique a todos aquellos profesionales vinculados con la Gestión Comunicacional [ibíd.]
Como se ve, la ambición detrás de una disciplina novel, relativamente reciente la ubica a querer o no en una pseudociencia voraz con aspiraciones generalistas cuando no totalitarias, abarcadoras, aun cuando sus aproximaciones a los temas que trata sean parciales a la luz de un afán especializador o por la simple limitación de recursos al alcance. La razón de todo esto está detrás, no de la mano que mece la cuna sino de los propósitos ―los claros y los oscuros― y origen mismos del progenitor.
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