banquerin mahuamil y los monos rojos por Ana Virginia Rodríguez rodríguez
CUENTO
En algún lugar de la historia, existió una vez, un planeta de árboles bananeros. El mismo que estaba conformado por islas, identificadas y diferenciadas por el color de la cascada que poseía cada una. Los seres que habitaban en ellas, eran monos. Para los monos la principal fuente de sustento eran las bananas, y para los arboles bananeros, la fuente de energía eran las hojas secas que los monos pintaban. Entre las muchas islas, había una muy pequeña, pero a su vez muy privilegiada, pues, extrañamente era la que más arboles bananeros tenía. Era la bella y humilde, Isla Roja, la más calmada y de mejor clima, bendecida con su imponente cascada roja.
Cada año, los monos rojos escogían un nuevo líder, personalidad que se encargaba de conseguir y distribuir las bananas para todo el pueblo. Así mismo, el lieder debía escoger a una persona de confianza, para que le ayudara a administrar las hojas rojas. Fue entonces, cuando Mahuamil se convirtió en el jefe de los monos rojos, y luego, él, designo a su amigo Banquerín, para que sea el guardián de las hojas.
Al día siguiente, Mahuamil dividió a los monos en tres grupos, y luego los mando a trabajar. - Los monos flacos tenían que recoger hojas secas. - Los monos medianos iban a la cascada por la tinta roja; y - Los monos gordos se encargaban de pintar las hojas. Al final de la jornada, dividían las hojas en partes iguales. La mitad era para Banquerín, quien debía guardarlas para tener reservas que se usarían en la época en que la cascada se secaba. La otra mitad entregaban a Mahuamil, quien debía ir donde los árboles bananeros a conseguir las bananas.
Luego de varios meses de trabajo, Mahuamil estaba cansado de viajar, y un día, decidió tomar el camino corto y rocoso. Cuando llegó donde los arboles bananeros, las hojas se habían estropeado, por lo tanto sólo consiguió bananas aporreadas y podridas; no le quedo más que aceptarlas y marcharse. Mientras conducía de regreso, tuvo tiempo para planificar la distribución de las bananas. Cuando llegó al parque, Mahuamil pidió a los monos que hicieran tres filas, y repartió las bananas así: las buenas a los monos gordos, las aporreadas a los monos normales y las podridas a los monos flacos. A excepción de los monos gordos, todos quedaron inconforme.
En los días siguientes, Mahuamil fue irresponsable, y continuó tomando el camino rocoso, estropeaba las hojas y distribuía mal las bananas. Eso debilito el ánimo de los monos rojos, ya no pintaban con el mismo entusiasmo. Para solucionar la situación, Banquerín tuvo una idea, y decidió incentivar a los monos, ofreciendo prestarles hojas de la reserva, para que ellos pudieran conseguir sus propias bananas. Iniciativa que marcho de maravilla en un principio. Pero, el tiempo pasaba, y Banquerín seguía prestando más hojas. No recordó que la época de sequía de tinta estaba cerca.
Cuando finalmente quedaron pocas hojas, Banquerín y Mahuamil se reunieron a contarlas, y comprobaron que las hojas no serían suficientes. Mahuamil tomó una decisión radical, y pidió a Banquerín que no continuara prestando más hojas, y que las pocas que quedaban las escondiera. Al día siguiente los monos esperaban la repartición de bananas, pero ni Banquerín ni Mahuamil aparecieron. Como consecuencia, los monos pasaron muchas semanas sin comer, algunos se mudaron a otras islas, y los más desafortunados murieron.
Con el afán de proponer otra solución, Mahuamil hizo un trato con los monos verdes, pues ellos tenían hojas en abundancia. Entonces les pidió permiso para cambiar de color al pueblo rojo, derivándose del esplendor del verde real, y quedando como un pueblo verde prestado; los monos verdes aceptaron el trato, pero con la condición que se secara para siempre la cascada roja.
Fue así como finalmente, los que fueron monos rojos, terminaron dedicándose a pintar hojas verdes, y ahora, ellos nunca volverán a ser rojos, pero tampoco son verdes, sino un humillante verde prestado. Al apagarse la llama de su identidad, muchos se resignan a seguir pintando hojas verdes; aunque todos en el fondo guardan un corazón ardiente, que pese a las circunstancias siempre será rojo, y todos los días sueñan con recuperar su color.
fin