Ino y Samo

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Ino y Samo Textos e Ilustraciones

Beatriz Eugenia Vallejo


É

ste es su abuelo. No puede dejarlo aquí. Lo ve dormir, con sus arrugas marcándole la cara y el reflejo de luz que viene de la puerta del iglú sobre su enorme cuerpo. Es el abuelo que le enseñó a pescar, a bailar la música tradicional de su pueblo, el que le lee libros, el que le explica esa fiesta en el cielo que es la aurora boreal. Ino se limpia las lágrimas y decide que no lo dejará.

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Él ama las costumbres milenarias de su tribu, las ha defendido muchas veces ante personas que no las entienden, pero en este momento está dispuesto a ir en contra de todos para salvar a su abuelo. El frío es muy fuerte, están cerca del Polo Norte y mirando las nubes saben que se aproxima una tormenta. Deben moverse, empacar sus kotas -carpas en forma de pirámide-, y viajar hacia zonas más cálidas. Ellos son nómadas, van de un lado a otro siempre y para Ino ese viajar constante es como un premio. A veces, cuando los perros del trineo paran a descansar, la belleza de los paisajes con los que se tropieza lo deja tan helado como el agua que tiene a su alrededor. No se cambiaría por ningún otro niño de 12 años. Es una criatura del frío, como los osos, los renos, los lobos y las focas.

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Entre su gente no existen los funerales cuando las personas mueren de viejas. Como el pueblo debe moverse con rapidez, huyendo de las borrascas, los ancianos que no pueden ya seguir el mismo paso y sienten que la velocidad de los trineos los lastima, saben que deben quedarse atrás. Una noche todos se acuestan como de costumbre, pero cuando el anciano se despierta ya no encuentra a nadie. Los demás se han ido unas horas antes dejándolo, pues el retraso que originaría podría terminar por matarlos a todos.

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La Despedida

I

no ha pasado varias noches en vela planeando una estrategia. Lo primero que tiene que hacer es convencer a su mamá y a Yanko de que va a viajar con su mejor amigo en el último trineo, para que cuando noten su ausencia sea demasiado tarde para devolverse. Despacio y con tristeza se dirige al campamento. Ya las tiendas están empacadas, así que todos duermen, vestidos, en los pocos iglúes del lugar o directamente en los trineos, cubiertos con mantas y con pieles. Las hogueras se están apagando porque en pocas horas se van de allí.

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En marcha

E

l abuelo pasa buena parte del tiempo refunfuñando. Se siente culpable por la incierta suerte de esos dos niños. Da zancadas enormes mirando al cielo, calculando el día en el que llegará la tormenta; recorre muchas veces el camino por el que se fueron los trineos, intentando adivinar dónde irán ahora. Cuenta y recuenta las provisiones, mientras Ino y Raski lo miran pasmados.

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Anochece y Lasha ve las luces de las antorchas que empiezan a encenderse en las afueras del pueblo, así que les sonríe a los niños, mostrándoselas. Desde este punto el esfuerzo no va a ser muy grande, esperando con todas sus fuerzas que Samo haya sido tan sabio como para guiarlos hasta allí, que es el lugar de protección más próximo. Recorren por fin las calles sin saber muy bien a dónde dirigirse. Luego de caminar un rato llegan a una posada, con un letrero desvencijado.

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Al momento sale una mujer a recibirlos. Reconoce a Lasha, ya que ésta fue una vez al pueblo a enseñarles a preparar remedios caseros y a ella le ha servido mucho este conocimiento. Inmediatamente les ofrece una bebida caliente y les muestra una habitación donde pueden quedarse, pero a ellos lo que más les interesa saber es si ella por casualidad sabe de la suerte de Samo, de los dos niños y del perro, que debieron haber llegado por esos días.


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