Natalidad y producción de alimentos en la prehistoria humana

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MARVIN RESÚMENES HARRIS: CANÍBALES Y REYES. LOS ORÍGENES DE LA CULTURA

1º El origen de la supremacía masculina machismo

2º. Natalidad y producción de alimentos en la prehistoria humana

Traducción: Horacio González Treja. Barcelona. Salvat Editores, S.A. ISBN 84-345-8246-5. Disponible en: http://www.bsolot.info/wpcontent/uploads/2011/02/Harris_Marvin-Canibales_ y_reyes_Los_origenes_de_la_cultura.pdf


Natalidad y producción de alimentos en la prehistoria humana. Es excelente la aclaración que hace Harris acerca de la vida del hombre durante la edad de piedra, al desprejuiciar con abundantes ejemplos y evidencia científica la creencia popular de un hombre primitivo siempre al filo del hambre y del frío. Por el contrario, el examen de los restos arqueológicos demuestra que el hombre neolítico gozó en casi todas partes de una excelente alimentación; es lo que se deduce de los centenares y hasta millares de huesos de mamuts, caballos, bisontes, renos, … hallados cerca de los asentamientos; lo mismo puede decirse acerca de las construcciones halladas en medio de los climas fríos: cavernas artificiales forradas con abundantes pieles y de dimensiones considerables, bajo tierra, daban un confort térmico que no tenía nada que envidiarle a muchas de las construcciones modernas. Así mismo, a partir de los estudios antropológicos se ha calculado que la vida de los cazadores-recolectores no necesita más de dos o tres horas al día para proveerse de alimentos y de combustible (incluido el tiempo de cocina); esto sumado a unas dos horas diarias para la fabricación de utensilios diversos nos hace concluir que el tiempo de ocio del hombre primitivo era realmente abundante. El autor concluye: “el desarrollo de la agricultura dio por resultado el aumento del trabajo per cápita”. Es un sistema de trabajo que puede absorber muchas más horas de trabajo puesto que mediante ella se puede aumentar el rendimiento por unidad de tierra, algo que la caza-recolección no puede hacer. También nos desprejuicia en cuanto al supuesto desconocimiento de la agricultura por parte de los cazadores-recolectores. Afirma, siempre basándose en evidencias científicas, que usaban la agricultura en caso de necesidad, limpiando malezas por ejemplo, reuniendo plantas o sembrando. Los amerindios domesticaron plantas centenares de años antes de iniciar la vida aldeana (caracterizada por la inclinación a la agricultura). Enumera los pros y los contras de la vida aldeana: al asegurar el alimento mediante la agricultura se disminuye en cambio, en todo su perímetro de acción, la caza y la recolección; en la vida aldeana se pierde mucha privacidad y se originan fácilmente los litigios, las copuchas y las envidias; la seguridad de la aldea ante las agresiones no parece ser mayor a la seguridad seminómada, etc. El autor expone los distintos tipos de sociedades y comunidades que han existido, cuando fueron descubiertas por los exploradores y conquistadores. Cazadores-recolectores en el sur de Suramérica, Australia, África, y el Ártico, con grupos de 20 a 30 personas y un modelo similar al de la edad de piedra europea. Aldeana en el este asiático, la selva suramericana y los grandes ríos de Norteamérica, a veces con aldeas que superaban el millar de habitantes. De ahí sigue el estado, y luego el imperio. Se pregunta entonces qué es lo que ha llevado a algunas comunidades a crecer tanto y porqué otras han persistido en su vida cazadora-recolectora. Señala que en muchos lugares del planeta fue común comer carne humana, asar a sus víctimas, coleccionar cabezas de enemigos vencidos, al mismo tiempo que recuerda que los europeos tampoco dieron muy buen ejemplo al torturar o asesinar pueblos enteros con el sólo escrúpulo de no comer de sus víctimas ni coleccionar; en otras palabras, los europeos y su iglesia condenaban con espanto la antropofagia azteca pero la tortura o la quema de herejes les parecía normal. Fue siempre el incremento en la población lo que motivó la generación de aldeas y luego estados. Las presiones naturales y humanas (enfermedades, mal clima, falta de alimentos, invasiones) obligaron a los hombres a buscar fuentes de alimentos más seguras: domesticación, agricultura. Señala además que hay dos opciones para mantener el


estándar de vida (seguir comiendo, calefacción…): incrementar la producción de alimentos o frenar la natalidad (o incluso disminuirla); la primera opción fue siempre la más recurrente, tratando siempre de encontrar nuevos medios tecnológicos para incrementarla, porque en caso contrario, señala, el incremento de la producción a largo plazo se vuelve antiproductivo. Frenar la natalidad fue el gran imposible durante mucho tiempo, y la única vía para accionar sobre el incremento poblacional fueron el infanticidio y el geronticidio, medidas bastante difundidas y practicadas. Afirma también que la densidad de población durante el neolítico, a pesar de la abundancia de alimento, se mantuvo siempre baja. Para vivir en la abundancia había que controlar la natalidad; ¿qué hicieron para mantener baja la densidad de la población?; este es “el nexo ausente más importante en el intento por comprender la evolución de las culturas”. Los medios naturales no pueden explicarlo por sí solos. Tampoco la teoría convencional de las enfermedades. En una población tan disgregada la protección contra las epidemias es muy alta; las enfermedades infecciosas que causan la muerte están directamente relacionadas con el nivel nutritivo de la dieta. Son quizás los medios no naturales los que contesten a la pregunta: infanticidio, geronticidio, abortos, pero entre todos ellos el más eficaz fue sin duda el prolongar el período de amamantamiento de los críos: está demostrado que las mujeres lactantes son mucho menos fértiles que las demás; todo depende del nivel de grasa corporal y de un umbral crítico de la misma: dicho umbral no es alcanzado con facilidad mientras la mujer amamanta. “Al prolongar la lactancia, las madres bosquimanas parecen lograr retardar la posibilidad del embarazo durante más de cuatro años. El mismo mecanismo parece ser el responsable del retraso de la monarquía (el principio de la menstruación). Cuanto más elevada es la relación de la grasa corporal con el peso corporal, más pronto llega a la edad de la monarquía… Lo que considero interesante de este descubrimiento es que relaciona la baja fertilidad con dietas ricas en proteínas y pobres en hidratos de carbono” (p18-19), dieta justamente de los cazadores-recolectores. La combinación de factores, prolongación de lactancia e infanticidio (por negligencia en el cuidado de las niñas), permite obtener una tasa de natalidad de 2,1 niños por madre, número que a su vez permite una población estacionaria durante el período neolítico. La hembra humana, sin control alguno de natalidad y con una dieta cargada a los carbohidratos, puede parir doce niños. Se han hecho cálculos aproximados del crecimiento poblacional desde el neolítico si no hubieran cuidado el crecimiento de su población: la cifra es astronómica. Y de verdad que es una pregunta interesante, conociendo las facilidades sexuales de la hembra humana, como es que la población humana durante la edad de piedra creció tan poco. Harris Marvin (1986). Caníbales y Reyes. Los orígenes de la cultura. Traducción: Horacio González Treja. Barcelona. Salvat Editores, S.A. ISBN 84-345-8246-5. Disponible en: http://www.bsolot.info/wpcontent/uploads/2011/02/Harris_Marvin-Canibales_ y_reyes_Los_origenes_de_la_cultura.pdf Adaptación Hipernova cl


1º El origen de la supremacía masculina El origen del machismo El origen de la guerra en las sociedades primitivas no se encuentra en una supuesta naturaleza agresiva del hombre sino en las presiones poblacionales y ecológicas. Del mismo modo, también propone que el origen del machismo, o supremacía masculina, no tiene su origen en la naturaleza del hombre (su fuerza física) sino en la necesidad de mantener la institucionalidad bélica (el culto a la fuerza y a la violencia) para favorecer el infanticidio femenino y con ello frenar las tasas de natalidad o reducir la población efectivamente. El punto central de la teoría de Harris es la libertad sexual de la mujer en relación al control de la natalidad. Frenar la natalidad siempre ha sido vital para las poblaciones, inconscientemente, desde épocas remotas. El agotamiento de los recursos naturales y sobretodo proteínicos, la hambruna, era el resultado no solo de una sequía prolongada sino también de una natalidad desenfrenada. Frenar la natalidad se hacía inconscientemente mediante el infanticidio femenino (su justificación era que la mujer no sirve para la guerra), pero también a través del machismo, que oculta a la mujer de otros hombres, la castiga con la muerte en caso de adulterio (lo que no pasaba cuando el hombre era el adúltero), o la reúne en un harem junto a otras mujeres, ocultas de las miradas de otros hombres, todo con el fin de disminuir la disponibilidad sexual de las mujeres. La supremacía masculina, o machismo, se observa abrumadoramente en las estadísticas etnográficas recopiladas mundialmente por los antropólogos, a pesar de las feministas y los románticos del matriarcado: ¾ partes de los aldeanos y de las tribus tenían linajes patrilineales, y sólo 1/10 seguían un linaje matrilineal. La poligamia es 100 veces más común que la poliandria. La transferencia de bienes a la familia de la novia, “el precio de la novia”, está universalmente difundida, mientras que el “precio del novio” prácticamente no existe salvo en lo denominado como dote, en el cual más que un novio, se “compra” prestigio, o se transfieren bienes para costear una novia onerosa; en el primer caso es muy común que la novia quede obligada a servir, lo que no ocurre nunca en el segundo caso. Es frecuente en los casos de matrilocalidad que la mujer se desembarace con facilidad del esposo, pero en la patrilocalidad la mujer queda obligada para con el esposo. En las aldeas patrilineales los caciques y líderes religiosos son casi siempre y en su mayoría, hombres. En muchos lugares se amenaza a mujeres y niños con matracas, o con máscaras, cuya fabricación y guarda se esconde escrupulosamente. La menstruación es considerada una impureza por innumerables pueblos, pero el semen es considerado estimulante y vivificante. La división del trabajo es así mismo casi siempre injusta para con las mujeres: deben recoger diariamente agua y leña, recolectar, moler, machacar semillas, cocinar todos los días, cuidar de los niños. Todas estas asimetrías parecen explicarse por la guerra y el monopolio masculino sobre las armas. “La guerra exigía la organización de comunidades en torno a un núcleo residente de padres, hermanos y sus hijos. Tal proceder condujo al control de los recursos por los grupos de intereses paternos-fraternos y al intercambio de hermanas e hijas entre estos grupos (patrilinealidad, patrilocalidad y precio de la novia), a la asignación de mujeres


como recompensa a la agresividad masculina y de ahí a la poligamia. La asignación de las tareas pesadas a las mujeres y su subordinación y devaluación rituales surge automáticamente de la necesidad de recompensar a los hombres a costa de las mujeres y de ofrecer justificaciones sobrenaturales de todo el contexto de supremacía masculina”. Pero esta relación entre belicismo y forzada supremacía masculina parece quedar anulada cuando se observan pueblos matrilineales, matrilocales, sin precio por las novias, y sin instituciones culturales o religiosas para intimidar a las mujeres, que sin embargo se muestran muy agresivos para la guerra, belicosos y crueles; este es el caso de los iroqueses. El autor resuelve esta contradicción explicando que hay distintos tipos de guerras, y que este tipo de pueblos practica una guerra externa, expansionista, con travesías más o menos largas, alejadas de sus aldeas; este sistema necesita entonces de matrilinealidad y matrilocalidad, puesto que las mujeres en mayoría en cada aldea gobiernan y se organizan necesariamente; ocurre lo contrario en las guerras internas, como en las de los yanomamos, que pelean con tribus vecinas y a veces emparentadas, donde los hombres nunca se alejan demasiado, ni en el tiempo ni en el espacio. Es allí donde la supremacía masculina se impone. Lo que queda claro es que el belicismo no está directamente relacionado con una cultura de tipo machista, sino que más bien ésta está relacionada con el tipo de guerra practicado; a su vez, el tipo de guerra practicado depende de las condiciones ecológicas (topográficas, poblacionales, etc). El otro hecho que se deriva de la matrilocalidad es que los hombres, al estar disgregados en las familias y pueblos por línea materna, más o menos separados de sus tíos, hermanos, padres, fomenta la unión entre ellos, haciendo entonces que no practiquen la guerra contra sus vecinos (casi siempre parientes) sino más allá. La guerra externa parece haber sido siempre más organizada y contando con ejércitos más numerosos; por eso Divale afirma que los pueblos patrilocales atacados por contigentes matrilocales, se veían obligados a formar la misma organización que sus semejantes. Pero por otra parte la matrililocalidad también favorece el comercio y las expediciones. Se trata de asegurarse de que en la aldea se mantendrá la unión; en el caso de la patrilocalidad tendrían que entregar la organización a sus esposas, que no están relacionadas por la sangre; es por eso que prefieren entregárselo a sus hermanas. En la matrilocalidad el único nexo de unión, de seguridad y de herencia que puede encontrar un hombre es en un tío materno (avunculocalidad, de avunculus, tío en latín). De todos modos, a pesar de la matrilinealidad y la matrilocalidad, no se puede hablar de matriarcado, algo muy poco común; “el matriarcado permanecerá excluido mientras los hombres sigan monopolizando las técnicas y la tecnología de la violencia física”. La guerra externa no es exclusividad de las aldeas matrilocales. Muchos pueblos nómades y fuertemente patrilocales y patrilineales, con una marcada supremacía masculina, practicaban la guerra externa. Pero esto se explica porque llevaban la aldea junto a ellos, como pastores que eran, y los hombres mantenían entonces su constante presencia en la aldea. Harris Marvin (1986). Caníbales y Reyes. Los orígenes de la cultura. Traducción: Horacio González Treja. Barcelona. Salvat Editores, S.A. ISBN 84-345-8246-5. Disponible en: http://www.bsolot.info/wpcontent/uploads/2011/02/Harris_Marvin-Canibales_ y_reyes_Los_origenes_de_la_cultura.pdf Adaptación Hipernova cl


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