Acantilados de papel nº 1

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Nº 1/ 2013/ Enero-abril ©Acantilados de papel Fotografías de Portada y Contraportada: María José Villarroya Durá © Director: Francisco Javier Illán Vivas © Redacción: Amparo Alegría, Toñy Riquelme, Javier Israel Illán, Fernando López Guisado, Carmen Clemente © Maquetación: Redacción © Edición: Asociación literaria PAG © http://acantiladosdepapel.blogspot.com.es Contrata tu publicidad en Acantilados de papel ©Acantilados de papel no se hace responsable de la autoría de los trabajos aparecidos en sus páginas, dando por sentado que cualquier colaboración es responsabilidad, a todos los efectos, de la persona que la firma.

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Acantilados de papel núm. 1, dulce pájaro de juventud

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SUMARIO PORTADA: Mª José Villarroya Durá DULCE PÁJARO DE JUVENTUD

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QUINCE AÑOS NO SON NADA Quince años. Por Alberto Caride El relevo. Por Lola Estal El arte no es morirte de frío en Murcia. Por Pedro Pujante Juventud, divino tesoro. Por Josefina Pérez Amorós

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LA LUNA DE ÍTACA. Poesía. Ulises Varsovia Beatriz Villacañas Teresa Iturriaga Osa Luis Miguel Rubio Domingo Adal Marquez Hernández Alfonso Vila Francés José Martínez Giménez Gema Bocardo Clavijo Jesús Coronado Javier Gaitán Gaitán María Ángeles Imbernón Valero María José Bernal Isabel Ascensión Martínez Miralles

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LA BOHÈME. Poesía en versión original. Guillaume Decourt

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LITERATURAS POSIBLES. Relatos. El perfume de las guayabas, de Rosy Paláu Casi un cuento, de José Jiménez Fernández En busca de la perfección, de Cara Maeztu Redín Nieve, de Alexander Copperwhite La última cita, de Fuensanta Vidal Un registro diferente, de Ramón Zarragoiti No disparen a los músicos, de Pedro Pujante Viaje fantástico al bosque encantado, de Rudy Spillman Distracciones desesperadas, de Juan Felipe Galindo Márquez La final, de René de la Barra Saralegui

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LA BALSA DE ULISES. Artículos literarios. Discurso histórico y discurso ficcional en la poesía social española:...Por Alejandro Jacobo Egea El espectro (1ª parte). Por Irelfaustina Bermejo Mundos épicos. Por Fernando López Guisado.

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LIBROS EN EL ACANTILADO. Crítica literaria y fragmentos de libros. A mi manera. Por Fernando López Guisado El lector de cadáveres. Por Lola Estal La luz que oculta la niebla. Por Fernando López Guisado. La poesía es un fondo de agua marina. Por Francisco Javier Illán Vivas. Primer capítulo de la novela Maleficium, de Patrick Ericson A Hostias, capítulo de la novela El país de los ciegos, de Claudio Cerdán. ÚLTIMA: Mª José Villarroya Durá

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DULCE PÁJARO DE JUVENTUD La literatura en el espacio digital, la última frontera. Os narraremos los viajes de la revista literaria digital Ácantilados de papel en una misión que durará el tiempo que los lectores quieran, dedicada a la exploración de mundos creativos desconocidos, al descubrimiento de nuevas firmas, de nuevas visiones creativas, hasta alcanzar lugares donde nadie ha podido llegar...

mensajes que habíamos recibido para publicarlos en ella, desde todas las instancias, empezando por el primero, de nuestro común amigo Luis Alberto de Cuenca. Los guardamos, algún día verán la luz. Todo queda para mejor momento, excepto un artículo, que hemos querido incluír en este primer número de Acantilados de papel, ya que es un homenaje a Blas Estal.

El pasado noviembre, con más de ochenta páginas preparadas para celebrar el decimoquinto aniversario de la revista de creación literaria Ágora papeles de arte gramático, recibimos la notificación de la asociación Taller de Arte Gramático respecto a que habían decidido dejarla morir antes de cumplir los quince años. Allí se abortaba nuestra pretensión de recoger las impresiones de los primeros autores que publicaron en ella: Juan Francisco Vivo, Manuel Navarro, Jesús Cánovas, Andrés Salom, José Luis Martínez Valero, Cristina Morano, Juan Gregorio, Francisco Domeneque, Cristina Caballero, Antonio Soto, Antonio Rubio, Andrés Acedo, Luis Martínez-Falero, el desaparecido Blas Estal y Francisco Jarauta.

Desde el primer momento decidimos respetar la decisión del Taller de Arte Gramático, aunque no la compartiésemos, suya era la cabecera y nos pareció lo más correcto retirarnos presto. Gracias por habernos permitido trabajar para Ágora.

Ese mismo día murió también la exposición que planeábamos, y que habíamos hablado con Antonio Rubio, sobre el aniversario, que inauguraríamos el 19 de febrero en Guanábana Jam con documentos, fotografías, manuscritos, vídeos...

Una tormentosa noche de sábado (24/11) los móviles ardían en llamadas, mensajes y chats. Gracias al ánimo de Carmen, de Toñy, de Javier, de Amparo, de Fernando y un buen número de feisbuqueros, nos alentó a continuar. Fue, además, una larga charla de mensajes con Alena Collar, la directora de Alenarte Revista, la que finalmente nos decidió a seguir el espíritu que movió la revista desaparecida: buscar nuevas firmas, no olvidarse de las existentes.

Por eso nació Acantilados de papel. Le agradecemos a Fulgencio Martínez y, en su nombre a toda la Asociación Taller de Arte Gramático, los años que nos han permitido trabajar en Ágora, jamás los olvidaremos, y esa revista, tampoco olvidará que su muerte se retrasó unos años gracias a nuestra labor, Murió el reportaje especial que escribía el que todo es justo reconocerlo. principal redactor alrededor de la figura poética de Fulgencio Martínez y los quince Recomencemos. años de la revista. Dejaron de tener valor los


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QUINCE AÑOS NO SON NADA

QUINCE AÑOS DE CULTURA

Por Alberto Caride

Lejos, muy lejos, quedan aquellos años en donde la cultura (entendida en su más amplia acepción) servía de excusa para que el progreso y el ladrillo blanquearan sus miserias y las convirtieran en un supuesto bien social. La cultura nunca ha sido imprescindible para ningún gobierno capitalista, pero durante esos años de burbuja económica y social, pareció que por momentos algo cambiaba. En los últimos 15 años, en la Región de Murcia se ha invertido mucho en la cultura (pero no entendida en su más amplia acepción), mucho o demasiado en la cultura de la subvención para unos pocos, en la difusión de un tipo de arte que sólo importa a unos pocos. Las élites (cualquier élite) nunca han sido imagen o reflejo de ninguna sociedad, de la murciana tampoco.


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Me acuerdo de penes gigantes de varios metros, de encuentros trasocenánicos de arte postmoderno, de centros artísticos que promovían una forma de pensamiento cultural que nadie entendía, consumía, aceptaba, ni quería. Está muy bien buscar caminos diferentes dentro del arte, y pensarán que el arte no debe ser consumido ni entendido por una mayoría, es cierto, pero tampoco se debe defender y/o promover lo contrario. Junto a esa concepción de la cultura como producto de calidad para ser vendido, exportando o disfrutado sólo por unos pocos, me acuerdo de otras iniciativas mucho menos experimentales como 'Ardentissima', un ciclo poético en el que se intercambiaban versos y experiencias entre autores consagrados de todas las orillas del mundo. Es cierto que estoy barriendo para casa, pero es sólo un ejemplo de lo que, en estos 15 años de progreso y ladrillo, hemos perdido por el camino. Se han caído festivales, programaciones, teatros (ahora dirán que tenemos dos), editoras regionales que apuesten por jóvenes valores (sin amiguismos), en favor de una cultura de la subvención muy poco útil que, como el ladrillo, como el progreso, en nuestros días ha dejado huérfanos a esos artistas de talón sin fondos que la propia administración ha creado. Y sí, como adivinan, estoy totalmente en contra de la cultura de la subveción, sobre todo de la llevada a cabo en esta Región de Murcia. Recuerdo hace unos años, cuando estábamos a punto de darnos de morros contra el muro de la crisis, se crearon unas subvenciones millonarias para que jóvenes artistas se formaran, viajaran o se publicaran parte de su obra. De esos jóvenes afortunados, sólo un par ha demostrado tener una carrera prometedora. Pero afortunadamente para la cultura (entendida en su más amplia acepción) llegó la crisis y acabó con las injusticias creadas por el progreso y el ladrillo. Dirán que sin dinero no se puede seguir apostando por la cultura, y es cierto, pero es que la cultura que se venía promoviendo a golpe de talonario, nunca me ha interesado. Pongamos otro ejemplo. Formo parte de una asociación, 'Colectivo Iletrados', que nunca ha recibido ni buscado una subvención y, sin embargo, hemos editado 13 números de un fanzine (Manifiesto Azul), creado unas jornadas de poesía y canción (Mursiya Poética), organizado concursos literarios o clubs de lectura sin recibir ni un euro. Es cierto, no vinieron Luis García Montero o Luis Alberto de Cuenca a nuestros recitales, ni salimos en el 'Times' a todo color, y saben por qué, porque para eso hay que pagar. Como habrán podido entender, esta introducción tiene una finalidad, un por qué. Es cierto que en los últimos 15 años la Región de Murcia ha crecido mucho, también culturalmente, pero mirando hasta donde hemos llegado (se nos pincho la burbuja de tanto usarla), creo que ese modelo tanto de crecimiento económico, como de promoción cultural ha fracasado. La crisis ha venido a poner al descubierto la inutilidad de concebir la cultura como un producto: una galería de arte puede hacerlo, una administración pública, no. Y esa es una de las cosas buenas de la crisis: la cultura está renaciendo. Es curioso que ahora que no existe el mecenazgo, ni las subvenciones, los actos culturales se multipliquen en todos los rincones de nuestra región. Todos los días hay un recital, una conferencia, una presentación o un congreso que tiene que ver directamente con la cultura (bien entendida).


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Tengo la suerte de organizar uno de esos ciclos, los 'Lunes Literarios', un ciclo de recitales que este año va por segunda temporada y por el que han pasado cerca de 50 escritores en tan sólo 12 meses. Además, se han organizado tres concursos de escritura rápida, y dos concursos de microrrelato a nivel internacional. El ciclo está organizado por el Café Zalacaín, regentado Diego Arques, que curiosamente nació el mismo año que yo, en 1982. Tras 30 años de vida, superando dos crisis económicas, el café sigue ofreciendo un espacio libre para disfrutar de la cultura en Murcia. Sin dinero (nadie cobra por recitar o por organizar los recitales), creo que se ha conseguido crear un espacio para que escritores (jóvenes y no tan jóvenes) puedan presentar y dar difusión a su obra. Al mismo tiempo, el ciclo ha conseguido que mucha gente que temía a la poesía (no olvidemos que los poetas somos seres raros, que nos emborrachamos y nunca damos un palo al agua) se acerque a ella y compruebe que no es un lenguaje tan alejado. No persigo que amen la poesía o la literatura, eso sería matarla, pero sí que no se le tenga aversión. Por el ciclo han pasado escritores de aquí y de allí, conocidos y desconocidos, noveles y experimentados y, espero que me perdonen, tengo que citarlos a todos: Vicente Cervera (poesía), José Daniel Espejo (poesía), José Óscar López (poesía), Óscar Gallego (teatro), Alexis Díaz Pimienta (poesía), Amelie Bernal + Lourdes Pérez + Carmen Martínez Campillo (poesía en otras lenguas), Basilio Pujante + Pascual Pérez + Joaquín Piqueras + Isabel Abellán (microrrelato), José Antonio Martínez Valero (poesía), Vega Cerezo + José Cantabella (poesía), Antonio Marín Albalate (poesía), Natxo Vidal (poesía), Andrés Carrillo (poesía), José Luis Zerón (poesía), Katy Parra + Inma Pelegrín (poesía), Antonio Moya (poesía), Beatriz Miralles (poesía), Manolo Condevolney (poesía), Ismael Rodríguez (poesía), Noelia Illán (poesía), Ángel Paniagua (poesía), Teresa Vicente (poesía), Ginés Aniorte (poesía), Soren Peñalver (poesía), Clara Plath (poesía), Violeta Nicolás (poesía), Francisca Gata Amate (poesía y narrativa), Mari Cruz Agüera (poesía), Raul Campoy (poesía), Fulgencio Martínez (poesía) Pablo Beneito (poesía y traducción), Rosalía Salander + Rocío Font (poesía y narrativa), Mamen Piqueras (poesía), Pascual García (poesía), Alberto Caride (poesía), David López Sandoval (poesía), Eric Luna (poesía), Carlos Gargallo (poesía), Andrés García Cerdán (poesía), Vicente Velasco (poesía), Pedro A. Martínez Robles (poesía), Maricel Mayor (poesía), Idoia Arbillaga (poesía), Sebastián Mondejar (poesía), Antonio Aguilar (poesía), Alfaqueque (leyendo a Miguel Espinosa) o Verónica García (poesía). No pretendo abrir conciencias ni conseguir adhesiones, sólo defender una posición personal frente a la promoción del arte y la cultura. Apoyar y destinar fondos para que esa promoción sea más efectiva es muy bueno, pero pretender generar ese bienestar cultural a base de talonario y sin contar con la sociedad a la que va destinada me parece un soberbio error. Alberto Caride Brocal (Alcantarilla, 1982) Periodista en EuropaPress, miembro de Colectivo Iletrados. Se formó en Catania (Italia) y en París, donde participó en un encuentro europeo de escritores jóvenes. Ha publicado El viaje en el que te conocí y Narciso despeinado. Coordina el ciclo de recitales de los "Lunes literarios", del Café Zalacaín, Murcia.


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EL RELEVO En memoria de Blas Estal

Por Lola Estal Ilustración de Blas Estal

En estos días se cumplen quince años de la aparición del primer número de la revista Ágora “papeles de arte gramático”. Mientras escribo estas líneas y me sitúo en mi primer contacto con sus páginas, Blas, mi querido y desaparecido hermano, me observa desde el pie mismo de una de sus pinturas, sobre el aparador. Su fotografía se apoya en el búcaro que alberga una rosa blanca, esa que cada año, por San Blas, al llegar la festividad de Todos los Santos, le ofrezco como regalo. Quisiera poner en mi teclado sus palabras, porque, estoy segura de que, si pudiera, me las iría dictando desde ese lugar en el que cada tarde mantienen sus tertulias los pintores, poetas y demás hacedores de belleza para deleite de los cuerpos descarnados y etéreos; ese lugar en cuya existencia, por desgracia, no creo. La mañana se muestra propicia para el recuerdo y la descarga emocional a través de las letras. El cielo es de color gris, y por detrás de los tejados que se divisan desde mi ventana adivino un mar tan ausente de azules como perezoso. El frío se deja notar en los pies cuando llevo un rato sentada frente al monitor. No así en el tacto que ágilmente se desliza por cada una de las teclas. La música me acompaña, como siempre, suave y discreta para no alterar a mis pensamientos. A veces miro hacia la fotografía que sigue observándome con ojos de Blas, de ausencia, bajo su boina negra de los últimos tiempos; y mi mirada tropieza con los ejemplares de Ágora que he rescatado de su caja de tesoros, donde permanecen custodiados por otras letras y algunos esbozos correspondientes a los últimos trabajos inacabados. Son ejemplares antiguos de una Nao que recientemente renovó tripulación, capitán y timonel. Los marinos veteranos, los que siguen en sus puestos, son condescendientes con las nuevas incorporaciones, así la nave podrá llegar a puerto sin apenas sobresaltos. Estas portadas, envejecidas ya, que me incitan sobre la mesa, son las “Ágora —Papeles de arte gramático—“ de los primeros días, de los primeros sueños de un Fulgencio Martínez que puso todo su empeño y trabajo en esta, a veces, complicada empresa.


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No sé exactamente en qué momento se incorporó Blas a aquella aventura, pero me consta su entusiasmo por ella. Sí que sé, sin embargo, que su subida a cubierta coincidió con su traslado, tras casi veinte años de residencia en Murcia, a Puerto de Sagunto, su tierra de origen en la Comunidad Valenciana. Vivíamos muy cerca, apenas nos separaban dos portales, y la convivencia fue diaria. Compartíamos el café de la mañana en mi casa, y el de la sobremesa en la suya; este último siempre rodeado de pinceles, el lienzo en el caballete,


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los libros amontonados —incluso colgados del techo en estanterías especiales—, y una gran cantidad de revistas culturales: de historia, pintura, filosofía, poesía… apiñadas en la de madera caoba que presidía su sala-comedor. Era ahí, en ese mueble de diseño sencillo y apenas visible bajo tanto papel impreso, donde custodiaba algunas de sus más preciadas joyas que me mostraba orgulloso y de las que me hablaba durante horas cada tarde. La revista Ágora era una de ellas. Me hablaba de Fulgencio Martínez y de la poesía de Marín Albalate, de los versos de Manuel Navarro, de Mª José Bernal, de Soren Peñalver, de Andrés Salom… Los admiraba a todos y, de todos, o de casi todos ellos, reunía textos con sus respectivas dedicatorias firmadas. Yo escuchaba y aprendía, y de vez en cuando le daba la lata con alguno de mis poemas de andar por casa, o con el último relato escrito en la inquietud de una noche en la que mi marido estaba trabajando. Cuando su despedida se hizo inminente, algunos de aquellos amigos y compañeros viajaron hasta el hospital donde pasó recluido los últimos meses. Murcia, y de alguna manera Ágora, no quisieron que Blas se marchara sin despedirse de ellos. Lamenté muchísimo no haber coincidido en el hospital con estos amigos. Unas semanas más tarde tuve que dedicarme yo misma a la triste tarea de comunicarles el fallecimiento del amigo y hermano. Fue así, de esta lamentable manera, como entré en contacto con Fulgencio. Blas ya no estaba, pero estaba en mi pensamiento día y noche. Por las mañanas me iba a su casa y expoliaba todo cuanto había en aquella librería, la que fuera testigo de nuestra convivencia. Allí pasaba varias horas leyendo los versos de los poetas murcianos que tantas veces me recitara; entre poema y poema leía los textos “insólitos” y recreaba mi visión llorosa con las geniales ilustraciones del hermano ausente. Cada día, cuando me marchaba de aquel rincón de la casa —rincón que se me antojaba una pequeña embajada murciana— me llevaba conmigo (previo permiso de Javier y Carolina, sus hijos) varios de los libros firmados por sus amigos y aquellos ejemplares de Ágora en los que sabía que podría encontrar sus ilustraciones y letras. Al cabo de unos meses me había convertido en la guarda y custodia de sus trabajos y de su biblioteca. Entre su legado me dejó también amigos, y algo muy especial con lo que nunca hubiera soñado cuando lo escuchaba hablar de Ágora “Papeles de arte gramático”: La posibilidad de mi propia colaboración en sus páginas. Durante este mes se cumplen quince años de la fundación de Ágora y, el pasado septiembre, cuatro de la despedida de Blas. Aún recuerdo cuando en los primeros días tras su partida, me encerraba frente al ordenador y tecleaba en Google su nombre para, a continuación, verlo relacionado con la revista un día sí y otro también. Hasta que, uno de esos días, un inesperado correo de la amiga común Mª José Bernal me puso al corriente del proyecto de homenaje con el que le iban a recordar en el número de primavera de 2009. En aquel momento lloré por Blas, lloré por mí, y me emocioné por ambos. Ágora formó parte de su vida, y él de la de Ágora. Con motivo de este homenaje entré por vez primera en la revista, y lo hice con los poemas que lloré durante muchos meses como consecuencia del desgarro producido. Viajé hasta Murcia en viaje de ida y vuelta para agradecer personalmente a los amigos murcianos el detalle en la presentación de aquel número especial. Deseé seguir la huella de mi hermano en la revista, pero me sentí tremendamente pequeñita para la tarea. Me resigné a seguir escribiéndole cada día mis versos y a recibir mi


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ejemplar de Ágora puntualmente en mi domicilio cuando, ahora ya, Francisco J. Illán y no solo Fulgencio, me enviaban la notificación de su edición. La considero extraordinaria en cuanto a su contenido, tan didáctico como ameno, y figurar entre sus colaboradores, no solo me produce satisfacción, sino también una gran responsabilidad y un alto grado de gratitud porque permiten mantener vivo el recuerdo de Blas Estal más allá de las paredes de mi casa. Pero la vida sigue, y hay cosas que desaparecen dando paso a otras nuevas; otras veces surgen transformaciones manteniendo la perseverancia de lo antiguo sin reñirlo con lo nuevo. No se desestima lo uno para adaptarse a lo otro. Hoy Fulgencio Martínez ha desaparecido discretamente de la escena de Ágora, y Blas de los fotogramas de esta película en colores que es la vida. Hoy Francisco J. Illán Vivas ha tomado el mando de la nave, y yo… Yo voy andando el camino recordando con nostalgia los buenos momentos alrededor de un café, los colores y olores de los acrílicos junto al caballete de pintura y los versos de tantos amigos poetas recitados en voz alta en la casa de la calle Alcalá Galiano, mientras me siento observada por esta mirada risueña que, desde el aparador, se apoya sobre una rosa blanca y me incita a escribir mis propios versos. En la mesa los antiguos ejemplares de Ágora me hablan desde el ocre de sus páginas: desean volver a su refugio, al abrigo del legado. En la calle el humo de las chimeneas se eleva en tímidas columnas por encima de los tejados vecinos, esparciendo aromas de pueblo por el aire; a lo lejos se oye el lamento de un perro sin amo que deambula por la urbanización de Los Naranjos y, en la plaza, el reloj de la iglesia anuncia que ha llegado el medio día.

Lola Estal (Puerto de Sagunto, 1957). Escritora tardía, ha publicado Los gatos de santa felicitas, y otros trabajos que, aunque no han sido editados, comparte a través de su blog. Redactora de la revista Amaranto Cultural, estudia lengua y literatura española en la UNED.

Nota de la redacción: Éste es uno de los artículos que estaban destinados a publicarse en el número 30 de Ágora papeles de arte gramático, antes de su cierre. Hemos querido respetar su integridad literal.


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EL ARTE NO ES MORIRTE DE FRÍO EN MURCIA Escrito originalmente en La Opinión de Murcia, cortesía del autor

Por Pedro Pujante

Aunque corren malos tiempos para la cultura (y para más cosas) no todo está perdido en esta vorágine que llamamos Sociedad. Sí, los recortes afectan a todos los frentes del mundo cultural. Suben los precios de las entradas del teatro, del cine… Sube el IVA, lo cual se traduce en un encarecimiento de todo lo relacionado con el mundo artístico y cultural. ¡Machacan la cultura, vamos! Si la consideramos un bien de consumo, claro está. Sin embargo, yo voy a hablar de lo contrario. Voy a hablar de mecenas. Desde tiempos remotos ha habido en el mundo loables personajes dotados de una admirable sensibilidad que han contribuido con su apoyo, económico sobre todo, a impulsar el arte y la cultura. El nombre de ‘mecenas’ tiene su origen en el romano Cayo Cilnio Mecenas (70-8 a. C). Se dedicó este honorable señor a promocionar a poetas de la talla de Horacio o Virgilio. En la historia nos encontramos además a la emblemática familia Médicis en el Renacimiento, pasando por la excéntrica Gertrude Stein en el siglo XX, una de las primeras coleccionistas de las obras de Picasso o Braque. Pero tampoco voy a hablar de famosos mecenas, sino de todo lo contrario. Voy a centrar mi modesta columna en homenajear a ‘pequeños’ benefactores de la cultura y la literatura murcianas. Comenzaré por un escritor y poeta que además dirigía una de las revistas literarias más importantes de la Región y quizá de España. Se trata de Francisco Javier Illán Vivas. No sólo escribe sus libros y dirigió la revista Ágora sino que además se dedica a promocionar la obra, mediante publicaciones, actos literarios y reseñas, de escritores y artistas. En esta revista existía un redactor y poeta que de forma casi diaria publica en su blog Insólitos obras de escritores poco o nada conocidos. Una labor encomiable y que realiza por ‘amor al arte’. Tal vez si le pagaran no lo haría. Se trata de mi dilecto Joaquín Piqueras, un verdadero artista del trapecio. Además, en Murcia, si quieres escuchar un recital de poesía o de relato puedes pasar un lunes por Zalacaín y tomar una copa de vino con literatura y buen ambiente de fondo. ‘Los lunes literarios’ es una iniciativa soñada y materializada por el iletrado Alberto Caride. Y todo por los mismos honorarios que los arriba mencionados, Colectivo Iletrados es una asociación sin ánimo de lucro (pero muy animada), formada por seis amigos de Murcia: el ya citado Caride, Basilio Pujante, Mari Cruz Gallego, Álvaro Pintado, Juan Manuel Sánchez y Marta Delgado. Su cometido: realizar recitales, publicar un fanzine de color azul (que ellos mismos sufragan) e inquietudes varias para dar rienda suelta a la cultura de la tierra.


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Sé que olvido a muchos. La lista, aunque no muy extensa, sí que es más gruesa de lo que parece. El anonimato es, en muchos casos, la seña de identidad de estos héroes del arte. No obstante, sirvan estas apresuradas líneas para homenajear a todas y cada una de las personas que contribuyen a fomentar la literatura y la cultura de forma desinteresada en Murcia y en el resto del mundo. Gracias.

Pedro Pujante (Murcia, 1976). Profesor de inglés. Ha publicado cuentos en Ágora, Letralia, Manifiesto Azul y otras, y artículos en La Opinión de Murcia. Ha sido antologado en otras tantas antologías, 2099 Antología de CiFi. Antología Z Vol 6, y otras. Ha publicado Espejos y otras orillas e Hijos de un dios extraño. También ha recibido varios premios a sus relatos.


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JUVENTUD DIVINO TESORO

Por Josefina Pérez Amorós

Me recuerdo cuando era jovencita muchas tardes de sábado viendo películas españolas de Marisol y Rocío Dúrcal junto a mis padres. Esas muchachitas alegres y risueñas representaban un modelo de adolescente a seguir que el antiguo régimen propugnaba, buenas hijas y buenas ciudadanas en tiempos de pensamiento único y censura férrea, ni por asomo debían cuestionar la realidad política y social. Debo confesar que funcionó durante un tiempo hasta que pude comprobar que otras películas realizadas en otros países no eran tan complacientes con su entorno, me refiero a títulos como Rebelde sin causa (1955, Nicholas Ray) que aborda temas como conflictividad y delincuencia juveniles, Semilla de maldad (1955, Richard Books) anticipo de otra cinta muy reconocida Rebelión en las aulas (1967, James Clavell). En ambas los profesores se enfrentan a alumnos conflictivos logrando ganarse su respeto. No todo fue rebeldía pues la industria cinematográfica también deseaba contentar a aquellos espectadores que acudían al cine para evadirse con románticas y edulcoradas historias de amor protagonizadas por estrellas como Sandra Dee y Connie Stevens que representaban el papel de jovencitas inocentes, ingenuas, recatadas, comedidas en peliculas como En un isla tranquila al sur, (Delmer Davis) y Parrish (1961, Delmer Davis). Sandra Dee llegó a ser tan popular que fue mencionada posteriormente en la película Grease (Randall Kleiser ,1978) por Rizzo, la amiga de Sandy (Olivia Newton-John). En cuanto a galanes, Troy Donahue representó a un muchacho honesto y responsable en las antípodas de James Dean y Marlon Brando en Salvaje (1953, László Benedek). No se podría calificar de comedida a la adolescente Lolita (1962, Stanley Kubrick) En palabras del maduro profesor enamorado Humbert: “ella es mezcla de ingenuidad y engaño, de encanto y vulgaridad, de deprimente malhumor y optimista alegría, Lolita podía ser cuando quería una chiquilla exasperante “.


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Kubrick tuvo que hacer cambios en el guión para burlar a la censura eligiendo a una jovencita de dieciséis años para el papel de una adolescente que en la novela tiene doce años. A pesar de su sutileza y empeño en no caer en la grosería para algunos sectores fue un escándalo. El tema del amor intergeneracional ha sido llevado al cine en otras ocasiones como en Verano del 42 (1971, Robert Mulligan,), American Beauty (1999, Sam Mendes) en la que una jovencita aparentemente segura de si misma juega a seducir al padre de su amiga. Una de las manifestaciones más extendidas es precisamente el deseo de imitar a los adultos eligiendo las actitudes menos ejemplares de estos, como beber, fumar, practicar sexo a edades cada vez más tempranas, experimentar con drogas. Un fiel reflejo de esto es la película Kids (1995, Larry Clark) que trata de las vivencias de un grupo de adolescentes de Nueva York que consumen drogas y mantienen relaciones sexuales con la amenaza del sida cerniéndose sobre sus cabezas. En España ya en la etapa de la transición, El Pico (1983, Eloy de la Iglesia) Deprisa, Deprisa (1981, Carlos Saura) tratan temas como drogas y delincuencia. A partir de los años ochenta debido a una mayor libertad de expresión, los cineastas airean los trapos sucios de una sociedad que margina a personajes inadaptados como: Dawn protagonista de Bienvenida a la casa de muñecas (1995, Todd Solondz) , una niña de once años que se siente incomprendida tanto en el instituto como en su propia casa. La película constituye un relato ácido de la sociedad americana, que valora el culto a la imagen, la popularidad y la respetabilidad social. Eduardo Manostijeras (1999, Tim Burton) una ácida crítica social de gran belleza formal nos cuenta la incapacidad de un muchacho diferente para integrarse en la sociedad hipócrita manipuladora que le rodea. Muchos adolescentes se sienten identificados con el protagonista de ese cuento fantástico. Derek de American History X (1998, Tony Kaye), un joven neonazi de conducta violenta en el pasado que trata de apartar a su hermano menor del camino que le llevó a prisión. Otro rasgo de muchos adolescentes es la admiración hacia personas adultas de la familia a los que toman como referentes, adoptando una conducta equivocada que si no se corrige a tiempo lleva a un amargo final.


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Estos son algunos ejemplos que ilustran la problemática adolescente. Es una de las caras de la moneda, por suerte también el cine muestra el lado más amable de una juventud desenfadada, vitalista, alegre en cintas como American Graffiti (1973, George Lucas), Regreso al futuro (1985, Robert Zemeckis), Los Goonies (1985, Richard Donner) que muestra a un grupo de amigos que sueñan con encontrar un tesoro, ¿Quién no ha deseado vivir aventuras emocionantes en su adolescencia acompañado de sus mejores amigos? Justamente esa es la propuesta de esta simpática y entrañable película que tuvo un gran éxito al igual que Cuenta conmigo (Stand by me 1986, Rob Reiner) otro relato cinematográfico que subraya importancia de la amistad, la cohesión y la comprensión en un grupo que te anima y te consuela en los malos momentos. Con ellos, con tus amigos vives experiencias que al recordarlas de adulto te hacen sonreír con nostalgia como le ocurre al personaje de Richard Dreyfuss. En Barrio (1998, Fernando Leon de Aranoa) trata un acercamiento a los sueños, proyectos e ilusiones de unos adolescentes que se expresan con tal naturalidad que nos parecen creíbles y cercanos con ciertas dosis de humor para no caer en el dramón lacrimógeno. Ellos forman un grupo inserto en una realidad grisácea y vulgar de la que aspiran a escapar para llevar una vida mejor. Juventud divino tesoro como dijo el poeta Rubén Darío expresión que hemos oído en boca de nuestros mayores que tantas veces sirven de guía a inexpertos jovencitos por ello las películas emplean a personajes de mayor sabiduría como los abuelos. En La princesa prometida (1985, Rob Reiner) un genial Peter Falk le enseña a su nieto la importancia del amor verdadero que profesa la princesa Buttercup a su querido Westley en un mundo mágico de cuento medieval. Otro abuelo distinto a la mayoría es el abuelo Hoover que mantiene una relación peculiar con sus nietos, un adolescente que se aísla en su mundo y una niña encantadora de entusiasmo contagioso, Pequeña Miss Sunshine (2006 Jonathan Dayton, Valerie Faris). El abuelo Hoover nos regala esta sabia sentencia: «El verdadero perdedor no es el que no gana. Es el que tiene tanto miedo a no ganar, que ni siquiera lo intenta». Es imprescindible mencionar una serie de TV que marcó a toda una generación Aquellos maravillosos años en la que un adolescente nos hacía participes de los acontecimientos que le tocó vivir a finales de los sesenta y en la década de los setenta, su primer amor, la relación con sus padres, con sus amigos, sus ilusiones, sus éxitos y sus fracasos y los presenta de una forma tan natural que muchos se veían reflejados en sus vivencias relatadas con grandes dosis de humor y optimismo. Existen muchas más películas en las que aparecen adolescentes pero he reseñado unas cuantas que ilustran diferentes aspectos de esta etapa vital de nuestro desarrollo.


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En ocasiones me invade la nostalgia al recordar aquellos maravillosos años. El adolescente que fuimos se haya aun dentro de nosotros, dejémoslo que se manifieste con su ingenuidad, su capacidad de soñar y asombrarse, su adhesión a los amigos y así a lo mejor conectaremos mejor con nuestros hijos, nosotros también transitamos por ese camino. Cuando volvemos la vista atrás seguro que se dibuja una sonrisa en nuestro rostro, pues con el paso del tiempo recordamos la parte más emotiva y positiva de aquel proceso que nos hizo madurar y convertirnos en los adultos que somos a base de tropezar y superar obstáculos.

Josefina Pérez Amorós, vive en Molina de Segura. Diplomada en Magisterio. Sus grandes pasiones son el cine y la lectura. Es miembro de la Asociación Molínea.


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LA LUNA DE ÍTACA Poesía

Hebe, diosa de la juventud. Antonio Canova, Museo Hermitage, San Petersburgo.


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ULISES VARSOVIA Dos poemas de Vísperas LÍMITE ÚLTIMO

De donde quiera que hayas venido entre las tierras extraterrestres, y cualquiera lengua del exilio que pronuncien tus labios corruptos, no entreabras, extranjero eterno, las páginas de tu destierro, no traspongas el límite último de nuestra sacrosanta línea, no pises con tus pies desnudos el umbral puro de nuestra casa. Réprobo tu perfil extraño de una extraterrestre comarca en las márgenes del sol poniente, réproba tu voz inusitada, tu raza de diabólica índole, tu actitud de animal perseguido. Morirás aquí de nieve y cuchillos, morirás de lenguas venenosas, de formularios y agudos relojes. Llévate contigo tus letras de sangre impura desdibujada, y no regreses desde ultratumba a turbar el sueño de los nuestros.

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VÍSPERAS Talvez baje desde su morada, y toque con sus dedos cálidos mis mejillas, mi frente, mis labios, mi corazón tan tembloroso bajo el asedio de mordeduras, de tanta ponzoña sedimentada. Tal vez despierte ahora, tal vez me escuche gemir en la noche, y su voz misericordiosa descienda hasta mi alcoba en brumas, y endulce mi oído cantando la misma, la misma melodía que en mi infancia, lejos en el tiempo. Tal vez me escuche, tal vez sienta mis pisadas rondar en torno de las horas, de las campanas, de mí mismo sin encontrarme. Y si ahora gritara, y si ahora elevara mi voz a los cielos, y si ahora mi dolor humano rugiera como una fiera herida, ¿me escucharía desde su morada, despertaría de sus ensueños, descendería a aplacar mi zozobra? Sí, tal vez descenderíamos, tal vez te escucharíamos gemir, tal vez nos apiadaríamos de tu dolor humano, hermano.

Ulises Varsovia (Valparaíso, Chile, 1949) Vive actualmente en Suiza e imparte clases en la Universidad de San Gallen, autor de 28 poemarios, sigue escribiendo como el primer día, cuando empezó con 16 años. Colaborador habitual de numerosas revistas, entre ellas, desde ya, la nuestra.


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BEATRIZ VILLACAÑAS PRIMAVERA EN DOS TIEMPOS

TIEMPO DE FRUTOS Y POEMAS Ramo de estrellas: florece la palabra, se abre el poema.

Rama de olivo: la paz de la paloma que yo persigo,

Mies en gavilla, cúmulo de poemas en esta orilla.

Muchas rubias las espigas mecidas Por este viento.

Flor de cerezo O-Sen se pinta el labio: nace la fruta. Ladrón de fruta, pájaro de la tarde, vuelve a mi árbol. Amigo mirlo que te comes mi fruta ¿por qué has tardado? Luz que se acerca bañando la palabra: llega el poema.


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TIEMPO DE MEDITACIONES Verdad a un tiempo la cosa que se toca y su secreto.

Oscuridades junto al trino de la luz de cada ave.

Cada mañana trae un distinto afán, misma pregunta.

Amigo astro, ponme tu lejanía aquí en mi mano.

Aquí la rosa: un misterio visible en cada hoja. Por el enigma se abre paso la flor, como la vida. Vuelo de ave: pregunta en el espacio tiempo en el ala. Gotas de vino cayeron de la luna mojando el alma.

Beatriz Villacañas. Nacida en Toledo. Poeta, narradora, ensayista y crítica literaria. Doctora en Filología y profesora de literatura inglesa en la Universidad Complutense de Madrid. Miembro de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. Varios poemarios y libros de ensayo publicados. Ha obtenido importantes galardones de poesía.


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TERESA ITURRIAGA OSA ERA OTOÑO A MIS QUINCE AÑOS

Me pides que te hable de un tiempo que se acostó bajo las ramas del tilo, eso me pides, un beso sobre el agua fría y lejana del estanque a mis quince años, princesa aún deslumbrante azul estrella, enamorada de los abismos aquella niña que se pinchaba los dedos bordando su velo negro a dos leguas de un castillo misterio enredado entre las hiedras. ¿Sabes que casi no la recuerdo? Me dijeron que rompía mis charoles al pisar los adoquines de las playas clandestinas con la insolente soltura de una belleza que yo nunca conocí, empeñada siempre en fijarme- pero qué tonta enamorada de una sombra-, en equivocarme de esquina y de abrazo lentamente, como oruga que lleva el humus, escurriendo tormentas y lechos de camelias de un bosque triste en aquel otoño huraño que tampoco me acogía... porque yo aún era primavera. ¿Vives? A veces te oigo el eco, jovenzuela descarada y llena de infinito, caprichosa solo vienes a mí cuando me besan, cuando me erizan con la franqueza y el aire estremece mi piel de esposa. Oh, sultana, oh diosa sin ruido y sin séquito, mueves tus caderas cabalgas dibujando sobre el mármol un ocho de fuego, silban los cascabeles de tus pies,

emerges de las piscinas del Olimpo -cuando menos me lo espero-, y me resoplas a la cara el tedio de los años y los días.

Las Canteras, noviembre de 2012


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NO MÁS DE UNA HORA Estoy en plena adolescencia y no pienso bajarme del corcel aunque tus gafas de ojos verdes me adviertan del peligro. Punto uno, dos y tres. Despierta. En un marasmo de evasivas me jugué hasta el pellejo del tablero al escondite, cicatriz a cicatriz, se les pasó el arroz a mis torres y me temo que a ti no te quedan alfiles. Es lo malo de los guisos que hierven su sermón durante años. Hasta hoy. Queda el aroma, a veces, el vapor cabizbajo de las flores. En esa humedad te espero yo, no más de una hora, sin tiempo de envolverte la música callada, tus vacíos oscuros en tacitas de plata, no encuentro nada, ni los quince bombones para ser tu amante ni celofán de fiesta, ese cacao que se deshace en la boca ya te lo serví en rodajas anoche, ¿lo soñé? Tu voz me sabía a sake, brillaba mi pelo en la luna... oí mi nombre, ¡Tsukiko! Ven al jardín de los cerezos. Teresa Iturriaga Osa (Palma de Mallorca, 1961). Doctora en Traducción e Interpretación. Traductora del ensayo Modou Modou. Ha publicado una extensa obra literaria. Se incluye en Madrid en los Poetas Canarios. Revuelto de isleñas, con Dolores De la Fe. Desvelos, relatos de mujeres maltratadas. Lavirotte al azar; en la antología de relatos París. Su último poemario, Gata en tránsito, ha sido prologado por J. M. Caballero Bonald.


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LUIS MIGUEL RUBIO DOMINGO ESPAÑA ESTÁ SALIENDO DE LA CRISIS (sextina)

No tiene un mayo entero tantas cruces como los muertos de esa infame cripta que aparece en un valle, sobre un cráter. Las cruces son los árboles de España; las usan las ardillas cuando hay crisis y vienen en los mapas y en los croquis. La cruz sirve en los tempos como un croquis para indicar su planta; algunas cruces son esa cara oculta de la crisis que convierte la casa en una cripta por mor de la hipoteca ¡Pobre España, la que erigió el futuro sobre un cráter! Nuestros problemas caben en un cráter, nuestras miserias en un simple croquis: el logotipo de la marca España. Fuimos antaño el reino de las cruces, pero el mayor palacio fue la cripta del segundo Felipe, rey de crisis. Las grandes obras dejan graves crisis. Hemos hecho autopistas hacia un cráter y estaciones de metro en una cripta. En cada servilleta había un croquis de una rotonda que evitara cruces o de un nuevo aeropuerto para España. Los que unieron su suerte a la de España para alejarse de su propia crisis, encontraron los clavos de sus cruces. Aprendieron los pasos hacia el cráter sin más auxilio que el de un falso croquis que condujera al gueto de una cripta.

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Son hoy los habitantes de la cripta en que la ruina ha convertido a España; crípticos signos de un proscrito croquis donde se lee la palabra crisis. No nos conviene desafiar al cráter porque en su cumbre asoman las tres cruces. Decoremos con cruces nuestra cripta; que el cráter finja lo que niega el croquis: España está saliendo de la crisis.

ELEGÍA A SUSANA ORIA (pseudo quenina de orden cuatro)

Lo más grande que cabe en mi memoria es la tersura de su carne fresca. Cuando me acuerdo de Susana Oria su sombra se me antoja gigantesca. Es como la columna gigantesca que soporta el cubil de mi memoria. Cuando me acuerdo de Susana Oria necesito una ducha de agua fresca. Si por dentro era grande, recta y fresca, era afuera criatura gigantesca. Cuando me acuerdo de Susana Oria un gran dolor acude a mi memoria.

Luis Miguel Rubio Domingo (Valencia, 1961). Licenciado en Psicología. Coordina los talleres de escritura del Liceo Poético de Benidorm. Ha publicado en diversas revistas literarias y antologías poéticas, la última, Voces en Azul, 2012.


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ADAL MÁRQUEZ HERNÁNDEZ HIJO DE LA NOCHE La noche me guarda como su hijo, predilecto retoño de sus conquistas al día, primor turgente del laurel esquivo, la noche me llama "querido hijo", pastor de fantasmas que pueblan, oscuros, en bastos salones fingiendo ser niños, "querido hijo" me llama la noche. Su manto de estrellas me sabe a canela, con besos de pez y luna de bronce, locura y razón por cantinela, "querido hijo" me llama la noche aún guardo savia en mi viejo roble canciones de cuna bajo la almohada; viejos fantasmas poblando mi alcoba, algún cuento fatuo escondido en la manga, la noche comulga con todo lo dicho aún muchas noches resuena mi nombre, las bocas, habita, de niños risueños, que leen poemas y riman, precoces, poetas infantes con caras de pillo; ¡Que soy el poeta! Que dicen los críos. La noche se enhebra conmigo en mi hilo me inflan las nubes que rimo en el aire, sentado y orando a orillas del Nilo, un calvo de honor dedicado al orate, seguido por locos a mundos que firmo, la noche disfruta observando a su hijo tejiendo, por frío, locura por manto, un hábito digno de un hijo tan pío, la noche me llama "Su Hijo Querido" Tras otro pareo me quedo dormido... Con dulces olores pegados al cuerpo, y un simple adios, ¡así me despido! Adal Marquez Hernández (Burjassot, Valencia, 18 abril de 1981). Acojido como hijo por Tenerife, vive ahora en Gerona. Poeta autodidacta de pasión y fotógrafo de oficio. Cree que ha llegado el momento de lanzar su alarido.


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ALFONSO VILA FRANCÉS EL FINAL DEL BANQUETE Muchachas de cabellos suaves venid a mí. Dejad que acerque mi nariz a vuestros cabellos. Dejad que mis dedos jueguen con vuestros mechones suaves. ¡Estáis limpias! ¡Y oléis tan bien! Muchachas de piel tersa, de senos apacibles, de hondo manantial, dormid conmigo, arremolinaos todas junto a mí... ¡Estoy tan sucio! ¡Y me siento tan desdichado...! Muchachas de ojos dulces, no miréis mi piel oscura, mi pelo grasiento, mis ropas sucias y desgastadas... Sabed que vengo de muy lejos. He andado todos los caminos de la vida, las emboscadas de la mentira, los riscos de la envidia, los desiertos de la soledad... Los peores caminos que puede andar un hombre los he recorrido una y otra vez. Y hoy he llegado aquí, a este oasis oculto entre las rocas, a este palacio lleno de buen vino y bellas mujeres y no doy crédito a lo que veo. Perdonad pues mis torpes modales, mi aspecto descuidado, mi mirada lasciva: Ya no estoy acostumbrado a estos placeres tan sencillos y abundantes en vuestra existencia. Seguid pues, seguid con vuestras danzas y risas. Yo no pretende perturbaros, tan solo reclamo un hueco en vuestros lechos. Cuando salga el sol me habré ido. Y nada quedará de mí en vuestros cuerpos que no se pueda borrar con un soplo de viento. Pero sé ser agradecido cuando la ocasión lo merece y ¿no escucháis este tintineo?, mi bolsa está llena treinta monedas de oro tengo para gastar. Sed amables conmigo, es todo lo que pido. Tal vez estas monedas ahora os parezcan poco. Justo es que no se valore lo que no se necesita Pero yo sé lo que vendrá luego, he sufrido la decepción y el engaño. Y creedme, al final del banquete son estos dulces envenenados.


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DISCOTECA, CON MORRISEY

No diré que fue cruel conmigo. Ni siquiera puedo decir que me decepcionó. Nunca esperé nada de este mundo. Así que mi existencia no fue más que la confirmación de una certeza tan antigua y agarrada a mi alma como un grano o una verruga horrible que aparece en la niñez de un hombre y ya siempre le acompaña. Life is a pigsty, la vida es una porquería canta Morrisey en esta discoteca vacía del final de la fiesta, cuando ya todos los invitados se han ido y sólo yo espero (o simplemente escucho la música) mientras sigo con los ojos esas luces vibrantes que recorren esa pista en la que nunca bailé. Y pese a todo aquí estoy, en mi púlpito: Como un cura que oficia misa en una catedral desierta canto con Morrisey, con devoción, en un murmullo... La vida, al fin, resultó como esperaba pero aún así le debemos una ofrenda.

Alfonso Vila Francés (Valencia, 1970). Ha vivido en Orihuela, Madrid, Debrecen (Hungría) y Valencia, donde reside. Ha escrito libros de poesía, relatos, novelas y ensayos. Suele repetir las palabras de Chinaski: si te vas a meter en algo, métete hasta el fondo.


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JOSÉ MARTÍNEZ GIMÉNEZ DIECISÉIS AÑOS PARA DESCUBRIR EL MAR (Murcia- Alicante- Barcelona, 1963) En mi primer viaje, cuando el tren se detenía miraba al exterior, pero no descubría nombre alguno, a veces preguntaba, otras no, así, hasta que pon fin y de cara al Este, con el grisáceo color aguardando al alba, cuando el Sol, aún sin su fuerza de fuego emergía en forma de arco, muy bajo, bajísimo. El tren continuaba su itinerario íntegro, sin temor, hacia su rutinario punto cardinal. En el interior del joven algo latía con fuerza, intentando pensar: que pronto se le iba a manifestar aquello que tanto había deseado, y que durante su época de estudiante sus compañeros de clase conocieron, y que él, por motivos económicos no pudo hacerlo. Por fin, podría dar crédito a lo que viesen sus ojos, sabía seguro que estaba cercano, resistió, pero no preguntó cuánto. Se resignó unos minutos. Quiso cerrar los ojos, pero ya no pudo hacerlo porque inesperadamente chochó con el Sol pegado a él, sí, y... ¡allí estaba él!, o ¿era ella?


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No sabía en ese instante si se le calificaba "él" o "ella" pero allí estaba, espumosa en la orilla, blanca y azul; mar adentro el color verde desaparecía en el horizonte; mas, distinguía destellos de luz muy lejanos. Parece fuego (se decía). ¡No! No lo sabía, no podía recordar la forma en que antes la había imaginado, y a todo esto, el tren, resuelto por sus raíles convencido de que aquél camino era su dominio y que nunca, nunca, ni arenas ni aguas se atreverían a subir hasta él.

Se encontraba a sus anchas, ni el Nodo, el cine, los libros los mapas, los profesores, ¡nadie!, ¡ninguno! Se lo había explicado así. Él, lo había descubierto de otra forma, porque eso fue lo que pensó: ¡lo he descubierto yo solo! a través de estos espesos cristales, de este ruidoso, fuerte, acogedor y libertario tren. Extraordinario, eso es, ¡Extraordinario!

Sin duda, aquello era el mar, ya no le importaba en qué género admitirlo, era su realidad. ¿El mar? ¿La mar? Qué importaba... Pasaba los minutos de pie, sentado, subido en los asientos, abría la ventanilla; hacía frío, cerraba y nadie del departamento se quejaba de lo que le veían hacer.

José Martínez Gimenez (Las Torres de Cotillas, 1947). Presidente de Acultamar, es autor de una extensa producción poética, que incluyen todo cuanto el poeta conoce o ha conocido, muy pegado a la tierra, en la línea de su admirado Antonio Machado, de cuya fundación es delegado en Murcia. El pasado diciembre de 2012 presento Mi poesía, mi teatro, su último poemario.


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GEMA BOCARDO CLAVIJO DESHABITADA Deshabitada está mi casa desde que la Esperanza ha muerto. Y la desmantelan buitres, mercaderes, usureros... Resuenan cantos absurdos aprendidos como un dogma que ya no entiendo. Ha huido asustado mi querido silencio. Las ratas se alimentan de pecados inconfesos que moran en los rincones junto al miedo. La luz se consume entre las paredes grises y los techos mugrientos. Los sueños desvencijados por el suelo. El corazón y la cabeza librando un combate cruento. Hasta mi voz resuena extraña a lo lejos.


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OJO POR OJO Les arrancas la ropa para que yazcan desnudos sobre la escarcha. Acercas agua a sus labios agrietados y luego la derramas. Compadeciéndote por la crueldad que te hace feliz y te embarga. No suplicaré el indulto por tus pecados, pero tampoco exigiré la pena máxima; porque quiero que vivas, eternamente, contemplando sus caras, escuchando sus gritos dentro de tu cabeza como cuando matabas; que el desprecio de los niños aún no engendrados, se te clave en el alma. Y te apuñale la compasión de los bondadosos que te perdonaban. Quiero que vivas, por siempre, retorciéndote en la Nada. Gema Bocardo. Nacida en Madrid (España) aunque la mitad de su sangre es guanche. Jurista. Escritora. Narradora Oral desde 1996. Miembro de los Escritores Bárbaros y de CuentamínaTe. Recitales Poéticos. Guiñol. Textos publicados en revistas literarias, algunos de ellos premiados en certámenes literarios. Relato “Perfecto” publicado en el libro BMD.


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JESÚS CORONADO NOS UNIÓ EL SILENCIO

Las palabras callaron desmontándose de su armazón etéreo, hojas secas cayendo empujadas por el viento, el que la puerta levantó al cerrarla tu silencio. Silencio que nos separa sajando los recuerdos, despojando lentamente de su carne cada miembro, dejando sólo huesos. Sólo el corazón resiste. Ayer... te vieron mis ojos. Ayer... volví a sentir el silencio ¡Y un sentimiento de duda! Nos miramos, simplemente. Ayer... nos unió el silencio.


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HAY UNA PLAZA EN MI BARRIO Hay una plaza en mi barrio, una fuente, y cuatro bancos con aromas de espera. Carcajadas en el viento, susurros con sabor a beso, y ese olor... Olor penetrante a duelo. Ya no hay amantes en los bancos. Pero ellos dos se retrasan entre besos y arrumacos, jugando a conocerse enteros. Se miran a los ojos, se juran amor eterno. Paso celoso a su lado abrigándome las sienes, tapándome los recuerdos. Esa plaza... y el banco donde te di el primer beso, donde también te juré amor eterno. No es una plaza cualquiera... es mi plaza, la de mi acera. Esa... Que todavía huele a espera.

Jesus Coronado Bevía (Alicante, 1961). Ha publicado en las revistas Prosofagia y El hombre de mimbre, participando con relatos cortos en las antologías Relatos urbanos 2011 y Antología Prosadictos.


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JAVIER GAITÁN GAITÁN DOS POEMAS

Un día el sol trastabillará sin ropa en la calle, cantando o brincando sembrará una lágrima en un vientre de árbol sin preguntar por lo que nunca fui verá a las muchachas bordar invisibles surtidores en un beso Aquí mis sueños Inundarán los colores para que tú y yo acabemos de nacer en la silueta de un relámpago ***

Para cuando tú me fleches estas alas se astillan con tus roces, metralletas de las aves que se vacían en las ventanas de tu vientre Contigo la Tierra ni siquiera existe ya me arranco de tu órbita ya sólo soy vestigio que brota de tu talle. Javier Gaitán Gaitán (México, DF, 1971). Licenciado en Letras Hispánicas por la Universidad Autónoma Metropolitana, en Creación Literaria (Universidad Autónoma de la Ciudad de México).


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MARIA ÁNGELES IMBERNÓN VALERO MANANTIAL CALLADO Hoy sentada en un rincón de mi cuarto, buscaba maneras, que no me soltaran en este camino. Y quise volar, con alas de fuego, sin pausas, sin frenos, todo por sentir. Correr tras la vida, mojarme en ella, absorta tenerla, quererla feliz. Pájaro que no volverá, semilla dorada que empieza a brotar, manantial callado de mi juventud, testimonio puro... en mi corazón Vuelvo los ojos y ya te me fuieste, corta y pequeña estancia tuviste, quise abrazarla en mi soledad pude abrazarla en libertad.

LA EDAD QUE NO VIVÍ Quise volver y no pude, sentir ese pájaro dulce, entrañable que no tuve. Quise correr hacia un tiempo, cargado de ilusiones, que en mi vida carecieron. Quise coger con mis manos, esperanzas de una niña. Que a esa edad estaba perdida. Hoy vuelvo y puedo Siento un tiempo. Corro y tengo en mis manos, en mi cuerpo, ese pájaro de esperanza, que a mis quince años, prendió el vuelo. María Ángeles Imbernón Valero, vive en Cehegín, Murcia. Desde los doce años escribe por afición, aficionada a la poesía y literatura española e inglesa del siglo XIX.


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MARIA JOSÉ BERNAL DAME DE VESTIR RAZONES... Dame de vestir razones, remedios para esta noche que temerosa presiento saber ya, quienes somos. Tu voz es más que un arma y yo no aspiro a morirme. Soy más que una ciudad sitiada; y a veces, el miedo se rebela y acude también a defenderse. ¡Micomicona seré coronada, Reina del disparate, asísteme! ¡Me he de ver con un gigante! Y nada será lo mismo, porque esta noche, vestida de dios, cortaré la cabeza de mi enemigo.

María José Bernal (Alcantarilla, 1963). Estudiante de grado de lengua y literatura. Ha publicado, entre otras, en La sierpe y el Laúd, Ágora papeles de arte gramático, Revista Amaranto. Fue antologada en Actuales inactuales, siete poetas de aquí, de la Universidad de Murcia.


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ISABEL ASCENSIÓN M. MIRALLES PACTO DE LUZ Se hace luz y mi alma es grande cuando vivo en la eterna gratitud de saberme unigénita y bendita en medio del peligro y de la nada. No puede el caos anular la estrella que me alumbra en la noche del destierro. Existe un pacto con la Luz, por siempre, que eterniza el lenguaje de las hadas en mi torpe hilvanar la realidad. Elfos y sílfides, ondinas, duendes, Ganesh, iluminados, Tara, Gaia, la del Búfalo Blanco y mi María, Nazareno Jesús, ángel custodio, Kuan Yin, Melquisedec y Saint Germain... Su aliento llega, pasado el medio siglo, al oído infantil que en mí pervive, el que el tiempo transmuta en su peonza, el que salta, feliz, las desventuras, alegre tirachinas que ejecuta al Goliat presuntuoso de las sombras.

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SUEÑOS LÚCIDOS Era la inocencia cálida, solemne, el asombro feliz en la mirada, la dulzura en la arena y en el agua, eterno devaneo de los instantes. Era el sueño, verdad más que evidente, realidad incontenible, a manos llenas, borbotones de magia sin palabras, hechuras de misterio y de alegría. ¿Cuándo fue la expulsión de aquel dominio, de la gracia infinita y sus contornos? Hoy me adentro en la fe de los recuerdos, a sabiendas de que hay un mundo nuevo, un mundo nuevo en la visión del niño, que se esconde en mi alma desde entonces. A él, a ella, niño, niña, mago, maga, infinito poder, transmutación de la noche en ráfaga estelar, en mis sueños lúcidos invoco y le imploro el retorno de la dicha que, cual faro radiante, me alumbraba.

Isabel Ascensión Martínez Miralles (Los Ramos, Murcia, 1961). Profesora de literatura. Es miembro del Liceo Poético de Benidorm, y su delegada en la Región de Murcia. Coordinadora de eventos culturales de repercusión internacional. Su último libro publicado ha sido Concha de luz, nombre que también lleva un premio literario que patrocina.


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LA BOHÈME

Toñy Riquelme

No se puede traducir la poesía. ¿Acaso se traduce la música? Voltaire


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GUILLAUME DECOURT PROMESSE

Algarade de chiens errants Les Césarion se succèdent Et les souvlas tournent toujours Un enfant mendie son morceau d’agneau - Ta signifiance embellit toutes choses sordides On se décrète Roi des rois Heureux comme un employé de maison J’avais oublié la couleur Des bigaradiers dans les rues de l’hiver Les pépins de grenade écrasés Sur le pas de la porte Toute une géographie de l’âme Avec la cicatrice du soleil à la mer

*****

ENTIÈREMENT Le puits chante le fond. Sécheresse. Cadavres blancs des cigales aux volets clos. Une femme est montée nue dans l’arbre. Elle regarde au loin. Les seins perchés au-dessous de la pluie.


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JE PORTE LE MOM DES POISSONS QU´ON PÊCHE AU FILET Για τον Γιώργο Λάλο La monnaie de bronze nous y reviendrions gaiement Si seulement si seulement Le chant du ferrailleur Avec la vendeuse de mouchoirs voûtée Avec la goutte au nez Le chant du ferrailleur C’est le matin qu’on l’entend Avec le sang la corde éraillée Avec l’orgueil des bigaradiers Le chant du ferrailleur C’est le matin qu’on l’entend A l’ombre des rides de l’olivaie Avec la consolation le café Avec l’icône le baiser Le chant du ferrailleur C’est le matin qu’on l’entend A l’ombre des rides de l’olivaie Le sperme noir du poulpe à bout de trident Avec l’âne patte avant Avec l’âne patte avant patte arrière liées Le chant du ferrailleur C’est le matin qu’on l’entend A l’ombre des rides de l’olivaie Le sperme noir du poulpe à bout de trident La monnaie de bronze nous y reviendrions gaiement Si seulement si seulement Guillaume Decourt nació en 1985, pasó su infancia en Israel, Alemania y Bélgica. Su adolescencia en Mayotte, en Nueva Caledonia, y en los montes de Forez. Es pianista. Ha publicado dos poemarios, La Termitière, 2011 y Le Chef-œuvre sur la tempe, 2012. Ha publicado también en varias revistas literarias : L’Atelier du Roman, Place de la Sorbonne, Remue.net, Borborygmes, Coaltar.net, La Passe.


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LITERATURAS POSIBLES Relatos

Ismael Murria Estal


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EL PERFUME DE LAS GUAYABAS Por Rosy Palau

Cuando el Dr. Singer abrió el zaguán, lo recibió el perfume de las guayabas. La casa era honda y se llenaba con la luz de los portales. Respiró el espacio, se quitó el sombrero, lo colgó de un clavo y acompañado de su bastón, entró en el comedor. Desde ahí escuchó el ir y venir de los pasos de Merceditas, el tintinear de las pulseras adornando sus brazos y el aire cargado del cu-cú de los pichones que picoteaban las frutas. Recordó el día en que se bajó del tren, empapado de sudor y bajo el cielo luminoso de naranjas. Un ventarrón de pájaros le pasó rozando la cabeza, como si en medio del gentío lo llegara a rescatar el asombro. Siempre que el instante lo sofocaba con las ansias, se consentía a si mismo imaginando. Del Dr. Singer se sabían con seguridad dos cosas. Tocaba el violín y sentía una extraña fascinación por los fantasmas. En las noches de verano, en las que apenas se acercaba el aguacero y se iba la luz, aprovechaba las reuniones en la banqueta para conversar a fondo sobre sus ideas. Su voz se abría paso en el silencio que dejaba el trueno y arrastrando con su acento las eses y las erres, se le ocurría decir: “Los fantasmas no son las almas sin descanso de los muertos, sino los disfraces de nuestros deseos”. Aunque algunos sacaban en claro que entonces no era lo mismo ser fantasma que ser espanto, lo escuchaban con atención. Sus palabras tenían el peso del hombre culto. El Dr. Singer se sirvió un plato de caldo y desbarató con los dedos unos granos de sal. Merceditas sentada a su lado, se perdía amorosa en los bordados del mantel. Él nunca la había visto reír, pero ella lo miraba como si la felicidad se le hubiera ido a vivir a los ojos. A Merceditas la conocían de oídas. Respaldaba su existencia el hecho de una sombra que se paraba tras las rejillas de la ventana a esperar al Dr. Singer que llegaba del mercado. Ocupada en recorrer los rincones de la casa, lo que más disfrutaba era ver los rayos de sol jugar en los espejos. Por las tardes con el viento acariciando las hojas de los árboles, el Dr. Singer le hablaba como si le contara un cuento. Sus palabras caían desde muy alto, como un agua de lluvia que al apagarse se quedaba goteando en los paisajes que le dibujaba la memoria. Antes de terminar la plática, sostenía que sus deseos eran como los aromas, cosas


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sencillas, pero que muy pocos experimentaban el éxito de materializarlos. Pero a Merceditas desde hacía mucho que la perseguían unos pasos. A la hora de dormir un aliento le frotaba el oído y un cuerpo se le sentaba en la cama. Aunque no conocía el miedo, los padres nuestros y las aves marías le refrescaban el alma. El Dr. Singer se entretuvo en la mesa. Formaba figuritas con las migajas. El zumbido del abanico le cerró los ojos que siguieron mirando, bajo los párpados una pantalla de manchas amarillas. Lo levantaron las campanadas del reloj. Como enmarcada en su virtud, bajo una entrada de luz que espolvoreaba escarcha dorada sobre su pelo negro, sorprendió a Merceditas, tan liviana, atravesar la pared de su cuarto. Frente a las sombras que se quedaron inmóviles en el corredor la vio voltear al cielo, ponerse de rodillas, tomar un puño de tierra y probarlo, la vio cortar con los dientes los tallos de una enredadera y ensartar los cascos de las guayabas para hacerse un collar. Extasiada con su reflejo en los mosaicos de la pila, se desabrochó un botón de la blusa, se emparejó la falda y colocó en su oreja una flor. El desconcierto, le provocó un vacío que luego vino a llenar la certidumbre. Ella había aprendido a brillar con su propia luz y sin su consentimiento. El violín sacudió durante horas las horas. Las notas no lograron serenarle la tristeza. Se le desmoronaban los sueños. Desde ese día no pudo encontrar las ganas de seguir viviendo. La lámpara, el espejo, un libro, el peine de carey, los frascos de vidrio de colores, se convirtieron para Merceditas en objetos maravillosos. Saboreaba con las manos la textura de la realidad. Al Dr. Singer se le oscurecieron los asombros. Que los deseos adquirieran el poder de tener deseos, era para él un cruel descubrimiento. ¿Por qué nunca pudo como su Merceditas, dormirse volando? Una tarde, mientras el sol doraba las bardas, la divisó por última vez. Flotaba entre las nubes de pichones, masticando una fruta, en su vestido entallado de muselina. Practicaba el encanto de desaparecer. La casa era honda y a lo lejos, con el silencio alumbrándole la cara, el Dr. Singer, escuchó pitar el tren.

Rosy Paláu (Culiacán, Sinaloa, México, 1956). Ha publicado los poemarios Quizá el tiempo, Territorio Indeciso, La clara sombra del silencio y Estamos solos desde ayer. Y el libro de cuentos La casa de arrayán.


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CASI UN CUENTO Por José Jiménez Fernández

Las luces de las tragaperras se cebaban sobre una de las esquinas del comedor, con sus mesas muy bien dispuestas a la espera de una clientela que aquella noche había decidido no acudir. En la otra, una televisión emitía una serie compulsiva de imágenes mudas, coches que derrapaban entre nubes de polvo, playas paradisíacas y algún que otro atardecer de postal que teñía el horizonte de un rojo de escándalo. A más de uno le hubiera gustado perderse por allí, por esos parajes, que se lo digan si no a la camarera que llevaba desde las siete de la mañana delante y detrás de la barra y en su cabeza solo había hueco para algo caliente y una buena cama. Y más que nada, una playa de aquellas, aunque con lo que le pagaban mejor no perder el tiempo haciéndose ilusiones.

Era casi la hora de cerrar y su cuerpo era todo dolor de pies y de espalda, un sube y baja indefinido que la tenía baldada, pero afuera varios jugadores de cartas parecían dispuestos a fastidiarle el viaje al paraíso. No había manera de echarlos, y por más que insistía pedían otra ronda de cervezas y daban cartas de nuevo. Las lenguas las tenían estropajosas, gordas y como poco engrasadas, muy trabajosas a la hora de irse moviendo por el hueco que les dejaban las risotadas, las bromas de mal gusto y las salidas de tono con la camarera. Sí, estaba ella para hombres, que los metería a todos en un barco y les pegaría fuego.


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La noche era tibia, el aire en calma y por la carretera no pasaba ni un coche: nadie tenía la deferencia de asomarse y ver qué pasaba por allí. La camarera los dio por perdidos - a los jugadores - y se sentó en una de las mesas a esperar a que a sus señorías les diera la santísima gana de largarse a sus casas. Así que se sacó el paquete de tabaco que se le señalaba por el culo y se echó un cigarrillo. Estaba prohibido, pero a esas horas a ningún imbécil se le iba a ocurrir ponerle una denuncia. La primera calada fue balsámica, de esas que hacen época, pero le sonó el móvil y tuvo que ponerse de pie porque los vaqueros le impedían meter la mano en el bolsillo. Se ponía una talla de menos, tenía un buen tipo y no se lo tapaba. Le pilló la voz a la primera - era inconfundible - y nada más oírlo le dieron ganas de tirar el teléfono por la ventana; pero se contuvo, le había costado un ojo de la cara. Eres un hijo de la gran puta, llevas tres meses sin asomar la jeta y ahora me dices que andas de vacaciones, que te has ido una semana porque estás muy estresado, ¡pues que te vayan dando! ¡Que te mueras te digo!, y no me sigas poniendo esa vocecita de lástima, que me dan ganas de vomitar. Te vas, te olvidas de tu hija, dices que no tienes dinero para llevártela un fin de semana, y ahora te sacas con que estás muy cansado y te vas de vacaciones. ¡Que me da igual que te largues con quien quieras o que te tires a la primera que se te ponga a mano! Me trae sin cuidado, ¿me escuchas?, me importa una mierda lo que hagas, pero tú vas y le explicas a tu hija que no tienes dinero para llevártela, y de paso le dices lo cabrón e hijo de puta que eres. La partida se paró en seco, al igual que las lenguas sin engrasar, que se pusieron a pegar la oreja a ver si se enteraban de algo más, que la cosa se estaba poniendo interesante. En pocas ocasiones habían pillado a la camarera con los papeles perdidos, ella tan discreta y a lo suyo a pesar de lo buena que estaba. Pero aquello era material de primera mano y sonaba mucho mejor que las telenovelas de la tarde. Daban ganas de sentarse a ver cómo acababa el capítulo. Acabó pronto, y la camarera, envalentonada, se presentó por allí: señores, se acabó la función, esto se cierra porque yo me largo a mi casa, que ya está bien por hoy. ¡Ah!, y son cincuenta euros, que no penséis que lo vais a dejar a la púa. El asunto se puso serio y tuvieron que rascarse el bolsillo. También se les pusieron los ojos bizcos, porque la camarera estaba como nunca: la discusión le había afilado la mirada y le había puesto los pechos aún más en su sitio. Pero había que tragarse las ganas porque el horno no estaba para bollos; así que, como corderitos, se metieron las manos en los bolsillos y pagaron a escote. Otro día probarían, y fueron desalojando. Con todo, uno se le encaró, el que estaba peor de la cabeza y el más imbécil - todos lo conocían - pero la camarera se le revolvió como una fiera y le dijo que si tenía ganas de fiesta que se buscara a otra o que fuera a calentarle la entrepierna a su mujer, que lo estaba esperando. ¡Todos los tíos sois iguales, un hatajo de salidos! ¡No hay ninguno que se escape de la quema! Me dan ganas de desaparecer, dijo llorando con más pena que otra cosa, porque la cuadrilla era lo peor que se había echado a la cara. Y lo que más le revolvía las tripas, que se tenía que tragar todos los días sus impertinencias. Se secó las lágrimas como pudo y se metió adentro: no tenía ganas de seguir viendo a nadie. Las botellas y las cartas las dejó al relente. Mañana acabaría la faena.


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La televisión seguía con su soniquete de coches derrapando y aquel maldito atardecer que nunca llegaba a caer del todo. Terminó de perder los nervios: ¡por favor, que se pusiera de una vez de noche en aquella maldita playa porque se iba a volver loca de las ganas que tenía de largarse para allá! Se puso a llorar fuera de sí, salvajemente, sin espectadores, sin necesitar a nadie que la consolara, y gritó con todas sus fuerzas hasta quedarse ronca, vacía, como si le hubieran dado la vuelta y le hubieran sacado las tripas del revés. Un saco sin nada dentro. Estuvo a punto de acabar con todo, de hacer añicos aquella maldita cristalería que había fregado diez mil veces y otras tantas se había manchado, una rueda que no tenía fin. ¡Y además no podía irse de vacaciones! Y su hija, que no dejaba de insistir, todos los días con la misma murga, que cuándo iban a hacer como todas sus amigas. Parecía que aprovechaba la oportunidad para hundirla un poco más; y lo peor, que lo estaba consiguiendo. - Si quieres nos vamos juntos, yo te pago el viaje, nos vamos los dos a esa playa o a la que tú quieras, la que más te guste, pero a tu hija te la dejas con tu madre o con su padre. No nos hace ninguna falta. Un coche había repostado en la gasolinera y había aparcado en la puerta del bar mientras ella perdía los nervios. El tipo que bajó entró en silencio y no se perdió detalle, y puso las cartas sobre la mesa. El coche era bueno y al tipo se le veía con pasta. Lo miró con mala cara, pero se metió en la cocina a coger el bolso.

José Jiménez (Murcia, 1955). Pediatra. Ha publicado dos libros de relatos, El guardián de las mareas y Negro sobre fondo azul. Ha colaborado en revistas literarias con relatos y ha hecho alguna que otra incursión en la poesía, pero eso, y otros libros de relatos, esperan mejores tiempos para ver la luz.


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EN BUSCA DE LA PERFECCIÓN Por Cara Maeztu Redín

Miraba por la pequeña ventana enrejada del alto piso el horizonte interrumpido por edificios difíciles de comprender. No se sentía incómodo en aquella fría y vigilada celda. Tenía todo lo que necesitaba, su pluma y sus cuartillas manchadas de la extraña y húmeda suciedad del suelo. El cielo infestado de tristes nubes grises transformaban todo su ser en tristeza y melancolía. Pensaba en cuáles serían las palabras exactas para describir aquella estampa. Tenían que ser palabras bellas, frágiles y llenas de emociones, palabras que enfrascaran sensaciones; en su historia tendrían que aparecer frases que al leerlas despertaran al lector los sentimientos que él quisiera que sintiesen. Por su cabeza desfilaban numerosas combinaciones, frases que descartaba casi automáticamente, no eran lo suficientemente buenas para aparecer en la novela que pronto empezaría, su próxima obra maestra. Cada vez le traían menos libros y periódicos… pero tampoco quería leerlos, odiaba ver cómo míseros y vulgares escritores eran reconocidos y publicados. La gente no se merecía leer eso, pero sin embargo a ellos les encantaban, eran frases pobres, no sabían distinguir una obra de arte de un vulgar texto que podría haber escrito cualquiera. Unos años atrás había comenzado a trabajar en una editorial, junto a un ejército de periodistas y escritores de éxito como Armand, un novelista de moda, que había sido reconocido recientemente y galardonado con numerosos e importantes premios. Solo quería estar allí para aprender, guardar y archivar en su mente los diferentes puntos de vista de sus compañeros, sus mejores frases, sus formas de transmitir y transformar la belleza de las cosas en palabras, sin derramar y conservando toda su esencia. Conforme pasaba el tiempo veía más las imperfecciones de sus camaradas, no tenían ese don que poseían los más grandes, eran simples escritores, simples personas con una pequeña facilidad para escribir, de la cual alardeaban en todo momento como si fueran grandes ilustrados. No se merecían nada de lo que tenían. Eran mercenarios. Cuando acabó de leer la más famosa de las novelas de Armand, una sensación de ira e incredulidad le invadió, no podía ignorarlo. Esa misma noche se dirigió a la editorial. Sabía que Armand se quedaba hasta tarde trabajando en su próximo libro. Allí estaba, en su habitual sillón de pana marrón, con su característico aire de superioridad. No lo dudó. Le golpeó una y otra vez con su propia novela, hasta que calló, manchando el suelo con la tinta de la pluma Montblanc que días atrás le habían regalado. En su lúgubre celda pasaba los días, esperando las palabras exactas, las palabras perfectas que merecieran ser escritas. Cara Maeztu Redín. Nacida en Pamplona. Estudiante de Bachillerato. Es la primera vez que colabora en una revista literaria, con apenas dieciseis años cumplidos, espera que este relato sea el inicio de su aventura literaria.


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NIEVE Por Alexander Copperwhite

Tinieblas y perversión escondidas en recónditos rincones de lo inimaginable. Sombras de vestigios de presencias olvidadas y desnombradas, para que desaparezcan de la faz de la tierra y se lleven consigo sus pesadillas, que en ocasiones se esconden bajo el blanco inmenso de la inocencia. * Frío… mucho frío. Iván no comprendía cómo se perdió, después de haber recorrido la misma ruta más de un centenar de veces. El uniforme le protegía de las ráfagas de viento que congelaba hasta su aliento. ¿Dónde demonios estoy? –Pensaba-. Las pisadas en la nieve pronto se perdían bajo el manto blanco de los copos que lo cubrían todo. Su fusil, perfectamente camuflado y protegido para seguir siendo funcional en este tipo de clima, le pesaba mucho más de lo habitual. No lo comprendo, parece que me faltan fuerzas. – Musitaba-. La crudeza de la Antártida se apoderaba de todo ser vivo que se encontraba fuera de su hábitat natural. El casco le apretaba, aunque fuera hecho de material ligero; la chaqueta le agobiaba, incluso siendo fabricada a medida; la mochila le estrujaba el torso, y eso que sólo llevaba consigo lo imprescindible. Iván se detuvo, sacó su GPS y calculó su posición actual. Se quitó las gafas de protección y se frotó los ojos. Tenía la impresión que se le habían helado las pestañas, y así era, pero no le dolía, porque toda su cara estaba adormecida a causa del clima extremo. ¿Cómo he llegado hasta aquí? El campamento se encuentra a doce kilómetros más hacia el sur. –Se dijo a sí mismo-. Nunca me había alejado tanto del campamento base. Tocó la nieve con los guantes y la empujó con fuerza. Sintió el crujir de su textura al comprimirse. Decidió sentarse para descansar y tomar un bocado. Creía necesitarlo; sus tripas parecían quejarse y su paladar estaba seco, ya no recordaba cuándo había sido la última vez que bebió un poco de agua. Una especie de olor a limpio recorrió su nariz y se introdujo en su interior. No era capaz de explicarlo. Los ojos se le abrieron de par en par, la boca, a pesar de haberse agrietado, parecía reblandecerse como algodón que se moja; los músculos que estaban demasiado tensos, se le relajaron como por arte de magia, y sus pulmones se encogieron y se expandieron como nunca antes lo habían hecho. Esto es muy extraño. –Pensó-. Se acercó la cantimplora a los labios y, después de tomar dos tragos, ya no quedaba más agua. ¿Cuándo demonios me he bebido el resto de agua? –Se preguntó-. Buscó sus raciones de campaña pero no encontraba nada. ¿Y mi comida? –Dijo enfadado-. No quería abandonar. Bajo ningún concepto iba a morirse en ese inhóspito lugar sin luchar. Recordó cuando su madre le metió en la mochila un bañador para los momentos de ocio. Allí a donde voy no me hará falta. –Le dijo en su momento-. Pues yo he leído que ese lugar tiene mucha agua. –Afirmó ella-. Sí mamá, pero está congelada. –Contestó él-.


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En ese momento se le doblaron las rodillas y se mareó. El blanco profundo giraba a su alrededor y sus ojos se cerraban sin que él pudiera evitarlo. Cuando se desplomó, intentó apoyarse para hacer fuerza y levantarse, pero resultó inútil. No disponía de fuerzas. Se dio la vuelta como pudo y se quedó mirando fijamente el sol que estaba oscurecido por el frío ártico. No eran las nubes, ni la ventisca, ni la nieve; era el helor que se movía en espiral y danzaba por un escenario de alfombra blanca que no se asemejaba a nada que nadie jamás había visto. Sus pupilas se adaptaron a su entorno y el azul profundo se tintó del color crema que rodeaba sus ojos. Los latidos de su corazón disminuían con cada respiración, su cuerpo se amoldaba al blando colchón de nieve, y su mente la recorrían los recuerdos de los momentos más felices de su vida. Sin saber por qué, sintió como una chispa se encendía en su interior. La extraña corriente que nació en su cerebro, recorrió su espina dorsal hasta acabar en su cintura donde se esparció por el resto de su cuerpo, obligándole a negarse abrazar a la muerte. ¡Nooooo! – Gritó-. Hincó los brazos y estiró su espalda, giró el cuello y adelantó su rodilla derecha, luego la izquierda, utilizó el fusil como apoyo y consiguió erguir su torso, miró al cielo. He de volver. –Dijo a modo de plegaria-. Esta vez caminó igual que antes, como si hubiera llegado a este infierno de hielo ese mismo día. La instrucción recibida le servía de guía ya que su subconsciente indicaba las pautas a seguir y sus piernas obedecían sin que él tuviera nada que ver en todo eso. A veces se veía a sí mismo delante de él, fuera de su cuerpo, animándole a seguir a pesar del dolor y el cansancio. El tiempo no transcurría con normalidad; unas veces iba demasiado rápido y otras parecía detenerse por completo. Hasta que por fin vislumbró la bandera rusa en lo alto de una de las torres de radiotransmisión. * Cuando cerró la puerta y se apoyó en la pared, el sentimiento de victoria estimuló sus neuronas y sonrió, aunque no se veía con claridad porque los músculos de la cara apenas se movían. Sobre la mesa de al lado, una taza con un líquido de color oscuro llamó su atención. No se lo pensó dos veces y empezó a bebérselo. Hhhmmmm… Café. –Expresó con gusto-.


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Colgó el fusil, se quitó las gafas protectoras con cuidado, se destapó la cabeza y dejó los guantes encima de la mesa. Con un movimiento suave y dudoso, se tocó la cara y notó su adormilada piel, entendió que pronto le dolería como una quemadura, pero decidió no pensar en ello de momento. Estaba vivo. Se sacudió la poca nieve que se la había colado en el pelo negro y siguió con el café. - Nicolai, Boris, Alexei. –Dijo en voz alta-. Miró sus manos y vio como parecía estar desnutrido. Empezó a palparse por todo el cuerpo y se dio cuenta de que estaba en los huesos. De repente observó su alrededor y advirtió el estado vejatorio que se encontraba todo. Dando traspiés, se dirigió a la sala de radio y encendió el interruptor. Nada. Lo movió repetidas veces, arriba abajo, pero no parecía funcionar. ¿Qué está pasando aquí? –Pensó-. - Nicolai, Boris, Alexei. –Gritó de nuevo-. Susurros y silbidos. Asustado, se dio la vuelta y se dirigió de nuevo donde había dejado su fusil. Lo cargó y siguió con la mirada los extraños ruidos. Primero hacia la derecha, el silbido parecía salir desde lo más profundo de la base, recorriendo las habitaciones de los soldados hasta que lo que restaba tartamudeaba en sus orejas como un suspiro atronador. Luego hacia la izquierda, donde extraños gritos se entremezclaban con el soplar del viento y se perdían por los tejados hasta enterrarse en la nieve. Y finalmente bajo sus piernas, que era donde un crujir de roca provocaba el espástico movimiento de sus muslos. La negrura se expandía como tinta negra que lo tapa todo a su paso. Las paredes y el suelo parecían uno, las sillas desaparecían al disimularse su contorno, los bancos de trabajo y el instrumental era cubierto en cuestión de segundos. Iván permaneció paralizado. La tinta negra le rodeó y permaneció ondulando a su alrededor, como si le estuviera reservando para el final. El joven miró sus manos y vio como sus venas se cruzaban con sus huesos bajo la fina capa de piel que se lo mantenía todo unido. La impotencia atravesó su espíritu. Lanzó su fusil a la marea negra y enseguida desapareció, se puso de rodillas, rezó, y una diminuta gota se le escapó del lagrimal, consiguiendo acariciar su deteriorada y casi quemada mejilla… sintiéndose vivo de nuevo. La tinta negra empezó a agitarse y varias gotas del tamaño de una canica comenzaron a suspenderse en el vacío inmenso que parecía haberse apoderado de la base y de sus alrededores. - ¡Aaaaaahhhhhhhhhhh! –Gritó Iván desesperado-. Las gotas se le pegaron en el torso, en los brazos, en los pies, se le metieron por la boca, por las orejas y la nariz, hasta que la negrura le hizo desaparecer a él también. * El frío azotaba la mañana e incluso los habitantes más valientes del continente extremo apenas se atrevían a abandonar sus madrigueras, nidos u hogares. ¿Dónde demonios estoy? –Se preguntó Iván-. Le limpió la boca y cogió su fusil. Curiosamente se encontraba en el suelo, casi enterrado por la nieve, y él no recordaba haberlo dejado ahí. He salido a patrullar decenas de veces y esto no me había ocurrido nunca. –Se dijo a sí mismo-. Sacó su cantimplora para beber un poco de agua y al agitarla entendió que estaba vacía. Lo que me faltaba. –Maldijo-. De su mochila buscó el GPS y lo encendió; curiosamente parpadeó


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un par de veces y hasta parecía que se iba a apagar. Ajustó la luminosidad y lo mantuvo en alto para poder atrapar con más facilidad la señal del satélite. No servía de mucho, pero ya lo hacía por inercia. ¿Qué hago a doce kilómetros del campamento base? –Se preguntó-. Se orientó, guardó el aparato, se colocó el fusil en la espalda y emprendió la marcha de regreso. Los pies le pesaban mucho, lo mismo que los brazos y la cabeza; sentía un apretón en el estómago, aunque no era por culpa del hambre. Era un dolor muy diferente a eso pero con ciertas similitudes. No le dio mucha importancia, en cuanto estuviera en el campamento iría a ver a Alexei para averiguar qué es lo que le estaba pasando. Pero al marcharse, al arrastrarse de nuevo hacia la infectada base, no se percató de la presencia de algo extraño que susurraba mientras se desintegraba en la nieve. Una bola de melaza moría burbujeando, esa cosa de tinta negra se deshacía y se perdía en el blanco profundo… * En el otro lado del mundo… - Señor, el soldado Iván ha sobrevivido de nuevo. El teniente responsable de la operación ajustó la imagen del satélite e informó a su superior. - Ha vuelto a matar a esa cosa. - Sí señor, pero seguimos sin saber cómo. Creo que deberíamos enviar un equipo de rescate para traerle de vuelta. Ya ha pasado una semana y no durará mucho. - ¿Y si nos infecta a todos? El teniente apretó la boca y miró fijamente la pantalla. - Señor, si esa cosa encuentra la manera de expandirse, el soldado Iván puede que sea el único con la información necesaria para matarla. Ambos fijaron la vista en el soldado Iván. Ese joven aún guardaba fuerzas para luchar por su vida. Su pasión y su espíritu habían vencido ya en más de veinte ocasiones, obligando al invasor incluso dudar en apoderarse de su cuerpo. Tanto de día como de noche, el soldado Iván había recorrido poseído doce kilómetros hacia el sur, y luego regresaba sin agua o comida para encontrarse de nuevo con una base donde nada funcionaba ni nadie iba a ayudarle. Y ahora, de nuevo azotado por el frío, la nieve y el viento, Iván inconscientemente luchaba para la supervivencia de la humanidad, aunque él sólo quería regresar a casa…

Alexander Copperwhite (Alcalá de Henares, 1980). De padre griego y madre española, ha viajado por muchos países, hasta que en 2001 se instaló en Las Torres de Cotillas. Su pasión por la escritura despertó el día en que regresó a su tierra materna. Su última novela, La primera corona, 2012.


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LA ÚLTIMA CITA Por Fuensanta Vidal

Reparó en ella nada más entrar en el bar. Ocupaba un lugar al final de la barra, sentada en el alto taburete, mostrando generosamente sus largas piernas cruzadas. Se sentó algo apartado pero en un lugar desde el que podía observarla. Era hermosa como pocas y parecía ausente, con la mirada clavada en el frente y el semblante serio. La elegante copa de bordes escarchados, que contenía un líquido de vistoso color, permanecía intacta ante ella. Siguió observándola durante largos minutos, en los que apuró un whisky con hielo, mientras se preguntaba quién sería aquella mujer, qué hacía allí y, sobre todo, cuál sería la causa de la tristeza que mostraba su hermoso rostro. Mientras se tomaba la segunda copa, llegó a la conclusión de que ella estaba esperando a alguien, un hombre con toda seguridad, al que envidió sinceramente; una mujer como ella era un exquisito regalo para cualquiera. “Si continuaba retrasándose -se dijo-, los habituales ligones comenzarían a pulular alrededor de ella como moscas sobre la miel, y ni su triste semblante o el invisible cartel de “no molesten” que su actitud delataba, serían suficientes para detenerles”. Con el tercer whisky se decidió a acercarse a ella. No soportaba verla allí, sola, desvalida, abandonada por aquel desconsiderado, fuera quien fuese. Una mujer como ella no se merecía ese trato. Caminó algo tambaleante hasta llegar a su lado, sintiendo una opresión en el pecho y un sudor frío extendiéndose por todo su cuerpo. Tanta belleza le aceleraba los latidos del corazón, pensó entusiasmado. -Has tardado en llegar –dijo ella como en un susurro. -¿Me esperabas a mí? –le preguntó asombrado. No podía creer en su suerte. -Sí. Hoy te esperaba a ti –respondió con enigmática sonrisa. Él sintió un fuerte dolor en el brazo izquierdo y dejó caer el vaso que sujetaba. La miró con una muda pregunta en sus aterrados ojos mientras se desplomaba. -¿Quién eres? –demandó con su último aliento de vida. El bello rostro de ella se transformó en horrible máscara sepulcral y, con siniestra carcajada, respondió: -La Muerte.

Fuensanta Vidal (Cartagena, 1956) Licenciada en historia, trabaja en documentación de la UPCT. Ha publicado relatos, novelas cortas y poemas en diferentes libros colectivos y revistas. Sus obras más conocidas son novelas romáticas, que publica bajo el seudónimo de Amber Lake: Estrategias del destino, El escolta, Atrapada en el engaño y Buscando a la esposa perfecta.


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UN REGISTRO DIFERENTE Por Ramón Zarragoitia

Al Maestro, Luis García Berlanga, In Memoriam, (1921-2010).

Accedí a la oficina del Registro. El funcionario de turno ni siquiera se dio cuenta de que llegaba pues, absorto en la lectura de varios papeles que tenía entre las manos, se encontraba medio escondido detrás del mostrador. -Buenos días -recuerdo que le dije en voz baja; no pretendía molestar. -Oh -me contestó el burócrata un tanto sobresaltado-, disculpe, no le he oído entrar. Enseguida lo atiendo -y ordenó sus hojas en un pulcro montoncito para después añadir-. Dígame, ¿en qué puedo servirle? -Sí, mire. Venía por un certificado de defunción -expliqué. -Indíqueme, si es tan amable, los apellidos y el nombre del finado. -Dos mil, los apellidos, y el nombre: once. -¡Claro! Ya decía yo que su cara me era familiar. Usted es... -El hijo, sí. -Permítame expresarle mis condolencias. Todos en esta oficina lo acompañamos en el sentimiento -dijo el funcionario llevándose la mano derecha al pecho. -Muy agradecido -correspondí. -Y dígame, ya que está usted aquí, ¿no querría llevarse también su certificado? Me pareció no haber oído bien, por lo que le pregunté: -¿Mi certificado? ¿Se refiere usted, por casualidad, a mi propio Certificado de Defunción? -Claro, hombre; en esta oficina no se expide otro -aclaró el burócrata, para añadir a continuación-. Recuerdo que su padre me dijo esas mismas palabras, en el mismo tono y poniendo la misma cara. Es curioso lo rápido que pasan ustedes –y la mirada se le perdió por la inmensidad de las dependencias acompañada de un suspiro. -Pues no sé qué decirle -le contesté asombrado. No, asombrado no, aterrorizado más bien-: por una parte ahorraríamos un viaje, pero por otra... Usted nos conoce: somos una familia un tanto supersticiosa -justifiqué. -Ya lo sé, ya. He entregado el «Documento» a muchos de ustedes y me precio de conocerlos bien. Aunque, si me lo permite, le recomendaría recoger ahora su certificado; total, la fecha ya está puesta. Mire, aquí lo tengo: debidamente cumplimentado, firmado y sellado. Me mostró una cuartilla amarillenta adornada en los bordes con arabescos y filigrana. -Hombre, visto así... La verdad es que eso de tener la caducidad señalada de antemano tiene sus pros y sus contras. Por ejemplo, si sabes ya cuándo te «va a tocar», puedes planificar tu vida al milímetro... -comenzaba a explicar cuando el encargado me interrumpió: -...Más que al milímetro, al segundo, diría yo. Son magnitudes distintas, ¿no cree?


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-Sí, por supuesto, al segundo, al segundo. Pero, como le decía, por otra parte es un tanto angustioso conocer la Fecha de uno con tanta antelación. ¿No le parece? -Pseee,... no sabría muy bien decirle -el funcionario preparaba otra de sus argumentaciones-. Angustias las hay de muchas clases: figúrese usted que a alguno de nosotros, a mí en concreto, que soy de los que no conocen aquel dato; figúrese digo que en un par de horas, al salir por esa puerta y cruzar en el primer semáforo... ¡ZAS!... llega un conductor despistado y me echa los sellos al «Documento». Tanto la onomatopeya como el juego de palabras del hombre lograron herir mis oídos. Además, aquella conversación había comenzado ya a producirme una suerte de urticaria por todo el cuerpo. Decidí abreviar: Mire, la verdad es que llevo un poco de prisa. Si es tan amable y me facilita el certificado de mi padre... Bueno, de acuerdo, y el mío también -y aún no me explico la razón, pero el caso es que me envalentoné y añadí-: ¡Qué demonios! Y ya que estamos en ello, retiraré además

el de mi hijo trececito -confieso que me recuerdo diciendo aquellas últimas palabras con un pelín de sorna. -Oh, cuánto lo siento -me respondió el funcionario, al tiempo que volvía a tomar los papeles que había estado leyendo anteriormente y con los que había formado un pulcro montón-, pero me temo que ahí no voy a poder ayudarlo. Precisamente estaba leyendo la última circular del Ministerio al entrar usted, y ya le anuncio que para el año que viene habrá cambios: CAMBIOS DRÁSTICOS -enfatizó el burócrata subiendo su tono de voz por vez primera-, por lo que me veo en la obligación de comunicarle que aún no tenemos preparado el certificado de su hijo... Me da que no va a ser tarea fácil; cosas de la crisis y el fin del mundo, ya sabe. Ramón Zarragoitia (Gorliz, Vizcaya, 1970). Se formó como urbanista y ejerció hasta darse cuenta de que había otro modo mejor de construir la Realidad. Es autor de varias novelas, relatos, cuentos y piezas de microficción que van apareciendo publicadas por aquí y por allá. Su proyecto literario queda periódicamente reflejado en "Scriptum. Despacho de letras", su blog.


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NO DISPAREN A LOS MÚSICOS Por Pedro Pujante

y fusilar al rey de los poetas con balas de juguete. Joaquín Sabina

Los clientes del bar permanecían sumidos en un letargo similar a un sueño recurrente. Esperaban y bebían de sus vasos de forma mecánica, y se lanzaban desconfiadas miradas. Aún no había sucedido nada y eran ya más de las once. La penumbra gelatinosa y blanca provocada por el humo de los cigarrillos era recortada por la macilenta luz de focos que iluminaba el pequeño escenario. Sobre las tablas tres músicos simulaban tocar una triste y patética canción de amor. Desafinaban y el público hacía que bostezaba. La tensión rugía silenciosa entre los desacordes del guitarrista y el tintineo de los hielos en las copas. Algún escote generoso de mujer simulaba la escabrosa escena. La atmósfera se cargaba lentamente de recelo y la gente empezaba a inquietarse con un arrebato en escala ascendente. Una vehemencia soterrada comenzó a aflorar disimuladamente y no parecía menguar con la fingida música de los tres individuos que ocupaban el escenario. Tres harapientos músicos, tres actores sin guión. Algún camarero, presa de la embarazosa situación, dejó caer una copa sobre el regazo de una señora. Se disculpó y continuó con su sutil trabajo. Todavía no había ocurrido nada, habían acabado la primera ronda de canciones, y el público se impacientaba. Dos o tres clientes simularon un débil aplauso. Un nerviosismo preocupante se hacía patente. Los comentarios en voz baja eran cada vez más notorios. Una mujer en primera fila giraba la cabeza y miraba hacia atrás en busca de su marido o del ineficiente camarero. El cantante no parecía conocer la letra de las tonadillas y el pianista sudaba profusamente. Justo cuando la peor de las canciones alcanzaba su punto álgido entraron en la sala tres señores armados con ametralladoras y abrieron fuego. Descargaron cientos de ruidosos proyectiles sobre los tres figurantes. La señora de la primera fila se cubría la cara para no recibir el impacto de la sangre que brotaba del cuerpo del vocalista. Los tres artistas improvisados se desplomaron sin abandonar sus puestos. El público se cubría los oídos y los camareros se acodaban en la barra para contemplar el súbito espectáculo. La sangre era abundante. Cuando la ráfaga y el estruendo de las balas se detuvieron los recién llegados asesinos se marcharon sin mucha prisa. Uno de ellos encendió un cigarro con parsimonia antes de salir por la puerta. Echó un último vistazo para cerciorarse de que los difuntos artistas no retomaban sus instrumentos. Un silencio revelador se extendió por el antro como anuncio del final de la tormenta. -¿Se han marchado ya? Preguntó con muestras de impaciencia el que parecía el dueño del local.


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-Sí, ya no hay peligro de que vuelvan. Respondió la señora de la primera fila cuyo escotado pecho decoraban brillantes perlitas de sangre bermellón. Y no se han percatado de nada, jamás lo conseguirán, ya pueden salir los músicos de verdad. Y tras esconder los tres cadáveres, como tantas otras noches, salieron los músicos reales y la fiesta se reanudó sin más sobresaltos.


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VIAJE FANTÁSTICO AL BOSQUE ENCANTADO Por Rudy Spillman

Luego de mis tareas diarias vuelvo a casa. Cansado pero bien. Satisfecho y con deseos de prepararme algo para comer y descansar. Hogar dulce hogar. Aquí estoy frente a la puerta de mi casa. Lo único que me queda por hacer es introducir la llave en la cerradura y girar. La introduzco en el tambor pero la llave no gira. A medida que los segundos transcurren mi impaciencia aumenta. Entonces fuerzo un poco el giro de la misma pero cuidando que la llave no se quiebre dentro. Y hago lo que mucha gente hace en similares circunstancias. Intento girarla hacia el lado contrario. La puerta siempre se ha abierto empujando hacia adentro, sin embargo lo intento también hacia afuera. Soy presa de un ataque de irracionalidad. A veces, cuando se nos presentan situaciones que nos parecen ilógicas respondemos también sin lógica. Como si la falta de lógica exterior sumada a la interior pudieran dar como resultado algo racional o el arreglo de tal situación. Dejo la llave dentro de su cerradura porque tarde o temprano deberá abrirla. No estoy eligiendo llaves al azar para descubrir si tengo suerte. Hace años que esta llave abre la misma puerta. Una pertenece a la otra y juntas me permitirán finalmente ingresar a mi casa. Me separo de la puerta, tomo distancia, miro a mi alrededor observando cada detalle. No vaya a ser que me he equivocado de edificio. O de barrio, de ciudad. Quizás me equivoqué de mundo y para que mi llave funcione debo regresar al mundo en que las cosas son siempre igual. Las mismas llaves abren siempre las mismas puertas. Observo nuevamente la puerta de ingreso a mi casa, la llave dentro de su cerradura. Me digo a mí mismo: "Ésta ha sido siempre la puerta de entrada a mi casa..." Y me quedo pensando: "¿Podría ser acaso que en algún momento dejara de serlo?" Y arremeto contra la puerta en un nuevo intento por abrirla. Dicen que "la tercera es la vencida" y debe ser verdad, en cierto modo, pues al tercer nuevo intento la llave se parte en dos. Una parte queda dentro de la cerradura y la otra en mi mano. Decepcionado y habiendo perdido un poco los estribos, situación que rechazo sobremanera debido a que muestra mi falta de control y mi necesidad de poseerlo, doy un fuerte puntapié a la puerta con mi pierna derecha. Al seco ruido provocado por mi patada se le agrega el largo rechinar de bisagras herrumbradas. La puerta se abre apenas un muy corto tramo. Mirando la parte inferior de la misma puedo observar lo que la ha frenado en su apertura. Ahí veo asomarse restos de tierra, pastos, yuyos, raíces, plantas. Ya no está el hermoso y brillante piso de mármol que lucía hasta hace un rato en la entrada a mi casa. Guardo el inservible trozo de llave en mi bolsillo y me lanzo sobre la indefensa puerta como si ésta fuera la causante de todos mis males. Sabiendo que ya no se trata de cerraduras y llaves, la empujo con todas mis fuerzas aplastando a mis pies algunos yuyos, exprimiendo la clorofila de vivas y verdes plantas, levantando el polvo de la tierra caliente. La puerta cede algo más dejando el espacio necesario para introducirme. Lo hago, y veo salir volando una


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mariposa de mi casa. Pero ahora que estoy nuevamente dentro puedo saber que mi hogar dulce hogar ya no está. Que la mariposa apareció de un bosque que pareciera estar encantado... y que dudo mucho que pueda adaptarse al lugar adonde voló. Una fuerte ráfaga de pesado viento cargado de tierra y hojas me golpea derribándome. Cierro mis lastimados ojos y escucho junto con el del viento el sonido de un fuerte portazo a mis espaldas. Y seguido el débil rugir de una fiera. ¡No puede ser! ¡Esto es demasiado! Abro mis ojos todavía irritados y veo avanzando hacia mí un portentoso león... caminando pero siempre en mi dirección. Se encuentra a unos veinte metros de distancia. Giro instantáneamente mi cabeza hacia atrás en busca de la puerta. Pero ya no está. Todo es bosque. Un hermoso bosque encantado, lleno de marrón, dorado y verde. Un lugar donde los rayos del sol parecen danzar con la tupida vegetación. Pero el rugido de la fiera y su lento avance hacia mí me dice que puede que todo no sea tan hermoso como parece. Al menos no para mí. La verdad es que no sé qué hacer. Escapar corriendo de semejante amenaza sería tan ridículo como haber intentado abrir la puerta girando la llave en sentido contrario. Hoy parece ser mi "día de los ilógicos". Me levanto y camino en dirección al león mientras él no deja de avanzar hacia mí. Vuelve a rugir más fuerte. Ya está muy cerca. Me mira y acelera el paso ¿Qué será de mí? ¿Qué será de la mariposa... ya del otro lado? ¿Estará ella más segura que yo? Entonces comprendo que la seguridad nos la brindamos nosotros mismos y nuestra forma de encarar cada situación en la vida. Y no tanto las situaciones o los lugares en los que nos encontremos. ¡Pero el animal cojea! Me acerco a él sin temor. Apenas unos metros nos separan. Cuando observa que me acerco amigablemente se detiene. Su pata trasera derecha sangra y lleva adosada un aparato que parece ser metálico. Vuelve a rugir. Ahora mis oídos identifican el gemido de dolor. Cuando no sabemos interpretar bien una situación debemos esperar hasta poder recabar más datos. Deseo mucho poder ayudar a esta fiera que sufre. Acaricio su melenuda cabeza, irresponsablemente, sin tomar en cuenta que pueda ser la última vez que vea mi mano. O que vea. Pero la bestia se recuesta sobre uno de sus costados y empieza a lamer su herida. Con suavidad, sin prisas, me siento al lado de su trasero, bastante alejado de su cabeza, considerando que se trata de un animal enorme de unos cuatrocientos kilos de peso. Acaricio una zona más elevada de la misma pata pero que no se encuentra herida. Pienso que en la vida a veces se hace necesario mostrar nuestras intenciones además de tenerlas, para evitar molestas confusiones. Con un poco de esfuerzo levanto su pata herida y muevo apenas el extraño aparato, que parece una trampa. El león emite un estruendoso rugido de dolor e inclina su enorme cabeza hasta mí. El hálito de sus fauces me envuelve mientras comienza a lamer su herida y parte de mi mano que sostiene su pata. Luego me echa una mirada y continúa lamiendo sólo mi mano y parte de mi brazo. Me concentro en el aparato. Son como dos mandíbulas metálicas con afilados dientes cada una. Gran parte de ellos clavados en la pata del animal. Las mandíbulas están unidas por un perno largo. En uno de sus lados alcanzo a ver una pequeña abertura con cierta profundidad. El animal ahora me huele. Huele mi piel transpirada. Sólo espero que mi olor no despierte su apetito. Me desconecto por un segundo de tan delicada situación y observo a mi alrededor. Todo es silencio y quietud. Nada se mueve. Un hermoso bosque que en este preciso momento más parece una pintura que naturaleza y realidad. ¿Estará todo en esta dimensión atento a lo que sucede? La fiera me mira y espera. Sin pensarlo dos veces, me decido y acerco ambas manos al extraño aparato. Con todas mis fuerzas intento abrirlo, separar sus metálicos dien-


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tes clavados sobre la pata del animal. Las fauces de la bestia se abren mostrando su interior del que sale un rugido paralizante. Sólo veo el tamaño de sus colmillos y decido renunciar a mi intento. Quedo mirando el artilugio. El depredador ha cerrado sus fauces. Yo continúo mirando las mandíbulas metálicas mientras siento su áspera y larga lengua recorrer mi mano y parte de mi brazo. Mi vista queda fija en el costado del aparato, donde el perno une las dentadas mandíbulas. Vuelvo a observar esa pequeña abertura, extraña hendidura en el metal. El animal ahora me mira, sólo me mira y espera. Sin quitar mi vista del ombligo metálico, meto mi mano en el bolsillo y extraigo la parte de la llave de la puerta de mi casa que me ha quedado. Casi sin pensar la introduzco en la ranura y giro. El artilugio cede en su presión, se desarma. Intento quitar los dientes metálicos de dentro de la carne del león pero su rugir me advierte que no prosiga. Me detengo de inmediato. Observo con qué facilidad y destreza el animal se deshace del artilugio y comienza nuevamente a lamer su herida, ya libre otra vez. Lamidos de curación y lamidos de amor se suceden, unos a otros. Los primeros sobre la pata herida, los segundos sobre mi mano, mi brazo, mi cara. Pienso: "Cuánta más verdadera comunicación puede haber sin palabras". Escucho trinar de pájaros, mezclados sonidos de todas las especies animales. Una cómoda brisa viene a avisarme que todo está bien. Vuelvo a mirar a mi alrededor. Encuentro un bosque lleno de vida. La naturaleza se ha compensado a sí misma. Me incorporo para irme, aunque en realidad no se adónde. Me encuentro encerrado en mi propia libertad. Pero esto me suena como demasiado mundano, terrenal. Camino... camino... no tengo por ahora otra cosa que hacer, más que caminar. Mi félido amigo aún cojea, pero está a mi lado, no deja de acompañarme. Y mientras camino, pienso: "Cómo es la vida, una situación que debiera ser en extremo peligrosa de pronto se ve convertida en otra de máxima seguridad y protección". ¿Podremos saber con certeza alguna vez lo que nos deparará el instante que llegue luego del que estamos viviendo? Por suerte no. En un tramo del interminable bosque mi amigo se me adelanta señalándome un inmenso y robusto árbol más grande que una casa. Y se encamina hacia él. Su diámetro debe superar fácilmente los diez metros. A medida que me acerco puedo observar una clásica abertura oval de aquellas que suelen presentar algunos árboles de cierto tamaño. El animal me mira y yo a él. Avanzo acelerando mi paso hacia ese orificio cuya altura supera la mía. Nos miramos nuevamente con mi mascota cuando veo salir un insecto volando de dentro del árbol. ¡Es la misma mariposa! Y ya sin la más mínima duda entro dentro del árbol. Finalmente, he vuelto a casa.

Rudy Spillman (Buenos Aires, Argentina, 1950). Estudió en la facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. En 1989 se radicó en Israel con su esposa y sus cuatro hijas, donde vive actualmente, en la ciudad de Eliat. Se dedica en forma permanente a la meditación. Ha escrito diez libros, decenas de cuentos cortos y cientos de artículos. El relato que nos regala ha sido traducido al rumano y al inglés .


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DISTRACCIONES DESESPERADAS Por Juan Felipe Galindo Márquez

Habitamos temporalmente una caja metálica, debe poseer remaches y soldaduras eficaces en todos sus ángulos, pues no se filtra ni una grieta de luz. El artefacto, en su exterior, lleva pendientes de techo y paredes, cuerpos en descomposición, carroñas consumidas, no se saben si humanas o animales, aunque saberlo no proporcionaría ninguna diferencia. No sobraría decir que la caja es también rodante, montada sobre 4 o 6 ruedas (no observe lo suficiente al subirme) no simétricas del todo, a deducirlo por los sobresaltos a intervalos y la dirección esporádicamente extraviada que describe el vehículo. El interior, totalmente aséptico y oscuro, en contraste con el día de hermosa luz en que lo abordamos. El tedio produce a veces deliciosas y aberrantes distracciones desperadas. Nos hemos enumerado concluyendo ser 79. Desde luego nadie se ha aventurado, en arrogante pedantería, a proferir en voz alta un número determinado y asumir, en un exceso de fe, que otra voz encarnará el número consecutivo. No, lo que ha sucedido tiende a ser más sutil. Supongo que no podríamos saber quien comenzó, pero se ha creado una cadena incesante, en la que por medio de toqueteos y manipulaciones en el cuerpo del receptor, es transmitida una cifra precisa. El emisor debe tratar de codificarla solo a través del tacto, y tal vez, si cuenta con suerte, por medio de uno que otro olor. Sin embargo, no podríamos hablar de un código, pues no contamos con signos establecidos ni la articulación propia de un sistema. La caja parece estar repleta cuando lo que sentís son cuerpos por todo lado, en tal profusión, que la sensación del propio cuerpo se confunde con la de los adyacentes. Aunque también hay momentos en que no queda ningún contacto, ni siquiera un roce esporádico, y llego a sentir frio. Se es emisor y luego receptor, es éste el único canon con que contamos. Además de no proferir palabra alguna, aunque esto es más bien una contención natural. No podría precisar que hace diferentes a estos contactos, si es su contundencia, su frivolidad o sutileza; su carácter ha de ser diferente y excepcional en cada caso. El momento en que comienzan a tocarte de tal manera es imposible ignorar que se trata de tu mensaje; resistirse, ceder, entregarse, puedes hacer lo que quieras, de cualquier forma terminaras por entender. Después de la transmisión, que puede ser también trance prolífico en sensaciones, se debe de inmediato retransmitir el mensaje, que no es otro que la cifra que consideres consecutiva a la que a ti se te ha transmitido. Debe tomarse de inmediato el cuerpo que más espontaneo se te figure deseable, entonces hay tienes todo tu cuerpo y todo el otro cuerpo ajeno para hacerlo. Juan Felipe Galindo Márquez (Cali, Colombia, 1979). Licenciado en Artes Visuales de la Universidad del Valle, alterna la creación artística con la literaria. Ha participado en diversas exposiciones en su país. Ha escrito para varios medios impresos y digitales de diferentes países .


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LA FINAL Por René de la Barra Saralegui

El partido empezó con cinco minutos de retraso. Desde el principio se notó la diferencia; los capitalinos, más cancheros, tocando a ras de piso, cuidando el balón. Los nuestros, nerviosos; se les notaba la impericia, sobre todo en los primeros minutos. Pero de los quince pa delante, estuvieron, lo que se dice, paraditos. A fin de cuentas, mucha pelota en el medio campo y los primeros cuarenta y cinco terminaron con el marcador en blanco. Hasta ahí no era mal negocio. Pero Briones estaba mudo, el pobre bufaba en lugar de respirar... Por Diosito que no nos dimos cuenta. Todos pensamos que después habría tiempo pa explicarle, lápiz en mano y sacando cuentas en una servilleta, que el equipo igual subía a primera división... Pero a los diez minutos del segundo tiempo vino el tiro libre... Un faul tonto, don René, usted no lo va creer. Un central que estaba adelantado, Zambrano, me parece, se vino por la punta derecha, casi sin peligro... Pero Ortiz, de puro nervioso, igual le metió leña; una patada clarita a dos metros del árbitro. Por suerte no le mostraron tarjeta, palabreo no más. Vino el pitazo y Jaime Baeza ―que no es el camión Baeza, porque ese es estoper y juega en Iberia―, le dio con borde externo, pie derecho, fuerte y combado, justo por encima de la barrera... Un tiro al ángulo, como puesto con la mano. Dejó parado a nuestro arquero; nada que decir, precioso gol. A todos se nos vino la noche encima. Pero para Briones fue peor. Se dejó caer en el asiento, agarrándose el pecho con las manos. Nos miramos preocupados. Alguien sacó una botella de pisco, que había metido de contrabando, y se la dio. Parece que le hizo bien, porque se quedó tan callado como todos en el estadio, abrochándose el abrigo para capear el frío. La pena no duró ni tres minutos, porque vino el gol de Casas, que también fue bonito, porque la agarró en el aire y le salió una emboquillada perfecta, que pilló mal parado al meta Cortés... Briones bailó de gusto y compró sándwiches para todos. La botella de pisco ya se había acabado, pero uno de los muchachos convidó una de tinto, que pasó de boca en boca como celebración. Sobre el alargue, cuando ya todo estaba oleado y sacramentado, y apagábamos las radios a pilas y recogíamos los gorros para irnos, vino un centro alto de Guarda, abriéndose un poco, y a nuestro portero se le ocurrió la tontera de salir a buscarlo; pero así es el fútbol, salió no


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más, y al saltar, chocó con un defensa, Sánchez, me parece, y la pelota quedó dando botes ―todo el estadio mudo― para que Baeza la tocara suavecito y se fuera al fondo de la red. Fue después de la silbatina y del alegato que se armó, no antes, como dicen otros, pa puro dárselas de advertidos, que vimos a Briones tirado en la gradería. Por más que lo zarandeamos, no volvió en sí. Fue horrible, nadie en la barra atinaba a hacer nada, hasta la ambulancia demoró en llegar. Bueno, ya estamos acá. Se hace larga la subida al camposanto, ¿no?

René de la Barra Saralegui (Valdivia, Chile, 1962). Cirujano y psiquiatra. Vive en Puerto Montt, Chile. Comenzó su actividad literaria en la poesía, pero a partir de 1984 evoluciona hacia la prosa. Ha obtenido varios premios y menciones y publicado Barrio bullicioso, en 2012. Anteriormente ha aparecido en varias antologías y en diferentes revistas literarias .


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LA BALSA DE ULISES Artículos literarios


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DISCURSO HISTÓRICO Y DISCURSO FICCIONAL EN LA POESÍA SOCIAL ESPAÑOLA: EL EJEMPLO DE JAIME GIL DE BIEDMA Por Alejando Jacobo Egea

HISTORIA Y LITERATURA, O LA IMPOSIBILIDAD DEL DESLINDE ENTRE AMBAS DISCIPLINAS. La relación necesariamente insoslayable entre Historia y Literatura se ha convertido en un problema para el pensamiento actual, debido en gran parte a la polémica que desde siempre ha suscitado el intento de delimitar ambas disciplinas dentro de un marco teórico-crítico en el campo de las Humanidades. La Historia, entendida como un discurso que transmite una serie de hechos dentro de una sucesión temporal y causal, no es distinta del discurso artístico propio de la Literatura, sobre todo si consideramos la Literatura en una primera delimitación como el conjunto de textos que toman como vehículo de expresión la palabra. En relación con ello, numerosos teóricos han planteado que uno de los aspectos fundamentales para delimitar ambos discursos estriba en el significado del mensaje que transmiten. Ahora bien, desde el punto de vista de su significado, no debemos olvidar que —como ha sugerido el historiador Hayden White 1— el discurso considerado como histórico es una elaboración puramente ideológica, y como tal, viene determinado por las normas morales impuestas en la época en que se escribe dicho discurso. Pero lo mismo le ha sucedido al discurso literario (artístico, ficcional): en el caso que nos ocupa, la poesía social en España surgió tras la contienda bélica como un medio de acción revolucionaria para llevar a la práctica contenidos político-sociales, cuyo propósito fue transformar la realidad a través de la palabra. De manera que este argumento para diferenciar ambas disciplinas atendiendo a su contenido no es válido o, en todo caso, resulta incompleto. También se ha señalado que la diferencia fundamental entre Historia y Literatura reside en la mímesis o recreación de la realidad mediante la cualidad de la verosimilitud2. Según este criterio, solo la Literatura es puramente ficcional, dejando para la Historia el papel de relatar los acontecimientos en el tiempo y en el espacio que verdaderamente han ocurrido. Así, la raíz de este problema no reside en los criterios formales de ambos discursos, sino más bien en elementos de naturaleza extralingüística, esto es, en el receptor y el referente del discurso. Nos hallamos por tanto ante un problema de naturaleza pragmática. Un examen minucioso sobre esta consideración nos induce a pensar que la ficción depende de la intención del autor, y sin embargo es el receptor del texto quien decide si la obra que está 1

Cfr. Hayden White, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representación histórica, Barcelona, Paidós, 1992; vid. muy especialmente Cap. I «El valor de la narrativa en la representación de la realidad», pp. 17-39. 2

Ciertamente, se ha pensado que este concepto es una cualidad propia solo de los textos literarios que, pertenecientes a la ficción, son creíbles desde el concepto de la verdad poética, y no de la realidad histórica.


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leyendo es literatura o no. De ello se infiere necesariamente que nosotros, como lectores, adoptamos una predisposición ante el texto, no ante el discurso artístico del mismo. Es por este motivo que el aparente discurso ‘objetivo’ de la Historia produce una ilusión referencial, como también la produce el texto literario. A esto hemos de añadir un aspecto de capital importancia relacionado con lo que acabamos de apuntar: si el discurso literario, artístico, genera emociones y entretenimiento en el lector, no hay ninguna razón que nos permita desechar que dichos sentimientos también los genere un discurso considerado como histórico. Por tanto, lo dicho hasta aquí confirma que no hay fronteras claras entre lo que es literatura y lo que es historia, pues ambas se complementan. Veamos a continuación cómo se interrelacionan el discurso histórico y el discurso literario en la poesía social de Jaime Gil de Biedma, haciendo hincapié en el tratamiento de la historia de España que aparece de manera explícita en dichas composiciones poéticas, no sin antes señalar algunas consideraciones de manera sucinta, necesarias para el esclarecimiento de nuestro ensayo. ENTRE LAS RUINAS DE LA INTELIGENCIA, O LA HISTORIA DE ESPAÑA EN LA POESÍA SOCIAL DE JAIME GIL DE BIEDMA. Sin entrar de lleno en la densidad que supondría una caracterización de la poesía social española, por cuestiones de espacio señalaremos únicamente que bajo este marbete se incluyen las composiciones poéticas que ofrecen al lector un testimonio del poeta donde se reflejan y denuncian situaciones ‘injustas’ de un panorama histórico-social concreto. Como tal, la poesía social o política surge a partir los años 40, adquiere su auge en la década de los 50, y comienza a dar sus últimas boqueadas aproximadamente a mitad de los años 60. Algunos de los temas que se tratan en este tipo de poesía pueden resumirse como sigue 3: referencias a la Guerra Civil española, solidaridad con el ‘otro’; la voluntad de lucha política, el tema de España y su historia, etc… No obstante, en nuestros poetas del 50 —generación en la que se incluye a Jaime Gil de Biedma—, cabe decir que el tratamiento de la poesía social no es el mismo, pues los poetas de esta generación (Barral, Goytisolo, González, etc…) no la entendían como una arma política, y en sus composiciones retornan al discurso neorromántico para poetizar sus experiencias personales mezclándolas con sus recuerdos de infancia. Como sabemos, Jaime Gil de Biedma (1929-†1990) era de procedencia altoburguesa; sin embargo, pese a su posición en la sociedad, se sentía unido a aquellos que rechazaban la dictadura, y ello le condujo irremediablemente al terreno de la poesía social. Pese a todo, dentro de la obra poética de Gil de Biedma el número de poemas sociales es muy reducido, y de ellos muy pocos tratan el tema de la historia de España de manera explícita. Por el contrario, las referencias implícitas en sus poemas sobre la situación española de aquellos años son abundantes4. 3

Estos y otros temas de la poesía social española han sido desarrollados por Guillermo Carnero en el artículo: «La poética de la poesía social en la postguerra española» pp. 299-336, incluido en su libro Las armas abisinias. Ensayos sobre literatura y arte del siglo XX, Madrid, Anthropos, 1989. 4

Entre los poemas sociales que incluyen referencias implícitas a la historia, y que no vamos a reproducir, destacan «El miedo sobreviene», donde el poeta denuncia el régimen de miedo que los españoles respiran bajo la dictadura de Franco; en «Los aparecidos» se narra la indigencia que vive gran parte de la población; significativo es «Por lo visto», que plantea la posibilidad de oponerse a la represión.


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Es quizá por esto último que acabamos de señalar por lo que la crítica (y los lectores en general) no ha prestado la atención que merece a los poemas de raigambre social de Jaime Gil. Y ello obedece principalmente a una razón: es fundamental para el lector actual de la poesía social de Gil de Biedma el conocimiento del contexto histórico en que vivió el poeta, dado que el significado de los versos que el lector confiera a los mismos está sujeto de manera irremediable a la temporalidad histórica en que se produjeron y en la que se insertan. Dicho conocimiento plantea una ventaja clara: facilita la comprensión de dicha poesía, cuyo mundo referencial ya no es el nuestro, por poco tiempo que haya pasado. No obstante, si se desconoce dicho contexto, la única desventaja destacable es que la lectura debe ser realizada mediante la introspección del lector, lo que hace que la lectura de los versos sea ficcional. Veamos lo que acabamos de decir con ejemplos de nuestro poeta. Como se ha señalado, en la poesía social de Gil de Biedma hay casos en los que se trata la historia de España de manera explícita a través de la modalización narrativa, recurso que le sirve a nuestro poeta para romper con el orden cronológico del discurso respecto al tiempo exterior (acontecimientos históricos) de su época, reflejando dichos versos una atemporalidad que bien podríamos caracterizar como testimonio ‘objetivo’ de la historia. Sirvan como ejemplo de lo que venimos comentando los primeros versos de «Años triunfales»: Media España ocupaba España entera con la vulgaridad, con el desprecio total de que es capaz, frente al vencido (vv. 1-3, p. 117)5 o los siguientes versos del poema «Lágrima»: Así es el mundo y así los hombres. Ved nuestra historia, ese mar, ese inmenso depósito de sufrimiento anónimo, ved cómo se recoge todo en él: injusticias calladamente devoradas, humillaciones, puños a escondidas crispados y llantos, conmovedores llantos inaudibles de los que nada esperan ya de nadie… (vv. 60-69, p. 68)

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Cito de aquí en adelante los versos y el número de página por Las personas del verbo, Seix Barral, 1982.


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En estos versos el poeta denuncia la situación penosa que se dio en la España de la posguerra: se nos presenta la historia de un país mísero y humillado en su mayoría. Con ello, Gil de Biedma no solo pretende comunicar al lector una serie de verdades consabidas sobre la historia (referencias explícitas), sino también compartir experiencias que el lector debe explorar (referencias implícitas). En este sentido, no debe resultar extraño a un lector ducho en la poesía social de Jaime Gil el hecho de que ésta sea en numerosísimos casos un discurso que contenga un valor documental digno de convertir su lírica en una fuente para la Historia. Buena muestra de ello es el poema «Apología y petición»: Y qué decir de nuestra madre España, este país de todos los demonios en donde el mal gobierno, la pobreza no son, sin más, pobreza y mal gobierno, sino un estado místico del hombre, la absolución final de nuestra historia?

de este país de todos los demonios. Y a menudo he pensado en otra historia distinta y menos simple, en otra España en donde sí que importa un mal gobierno.

De todas las historias de la Historia la más triste sin duda es la de España, porque termina mal. Como si el hombre, harto ya de luchar con sus demonios, decidiese encargarles el gobierno y la administración de su pobreza.

Quiero creer que nuestro mal gobierno es un vulgar negocio de los hombres y no una metafísica, que España puede y debe salir de la pobreza, que es tiempo aún para cambiar su historia antes que se la lleven los demonios.

Nuestra famosa inmemorial pobreza cuyo origen se pierde en las historias que dicen que no es culpa del gobierno, sino terrible maldición de España, triste precio pagado a los demonios con hambre y con trabajo de sus hombres.

Quiero creer que no hay tales demonios. Son hombres los que pagan al gobierno, los empresarios de la falsa historia, son hombres quienes han vendido al hombre, los que le han vertido a la pobreza y secuestrado la salud de España.

A menudo he pensado en esos hombres, Pido que España expulse a esos a menudo he pensado en la pobreza demonios. Que la pobreza suba hasta el gobierno. Que sea el hombre el dueño de su historia. (pp. 82-83)


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Es este quizá el mejor de los poemas sociales de Gil de Biedma, pues es en él donde mejor se presenta la visión de España como una nación sumida en la miseria material y moral; como un país donde todo era miedo y tristeza debido a la mala gobernación. El poema constituye una dura denuncia del poeta a la situación de España, a la que don Jaime intenta poner solución para que el país escape de ese horizonte oscuro sin rumbo ni esperanza. Por último, señalaremos uno de los poemas más famosos del poeta: «De vita beata», donde Gil de Biedma realiza una sátira de nuestro país: En un viejo país ineficiente, algo así como España entre dos guerras civiles, en un pueblo junto al mar, poseer una casa y poca hacienda y memoria ninguna. No leer, no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, y vivir como un noble arruinado entre las ruinas de mi inteligencia (p. 173) Como vemos, además de motejar a nuestro viejo país, ineficiente y fratricida, se destaca en este poema el menosprecio del ciudadano español por mantener la memoria de su pasado histórico y cultural así como su picaresca de evadirse de los deberes cívicos. La conclusión del poema es patética: la ruina económica, social y, sobre todo, intelectual de un pueblo. Con todo, lo más interesante para nosotros son las referencias explícitas a la historia de España —que hemos señalado en cursiva—. Son versos que producen en el lector un goce estético ‘atemporal’, ya que el lector actualiza el valor de dichos versos desde su experiencia y su conocimiento en el presente. De esta manera, la lectura ‘histórica’ de estos versos no se recrea, sino que se confirma, ya que en nuestro caso, la ‘visión’ de la historia que nos muestra un poema perfectamente puede repetirse en otro momento o situación que esté siendo experimentada por el lector, y ello es precisamente lo que da validez universal a los versos de Gil de Biedma. Para finalizar con nuestro ensayo, señalar que el acierto de los poemas sociales de Gil de Biedma reside, a mi modo de ver, en que reflejan una consideración —que casi siempre es crítica o de denuncia—, sobre la historia de nuestro país, ya remota ya próxima o contemporánea, mediante las referencias explícitas a la misma por medio de la analepsis y la acronía (dirigiendo con ello la conducta y la experiencia del lector); y a su vez reflejan la visión del poeta mediante representaciones personales, que son fruto de su imaginación (tal y como él la entendía, esto es, como las imágenes depositadas en la experiencia sensitiva del poeta transmitidas al poema, y con ello, al lector). En conclusión, Biedma regula la relación entre historia y ficción en el texto poético de manera consciente; los poemas que hemos visto y a los que he remitido al lector son buena muestra de ello. Alejandro Jacobo Egea (Elda, 1984) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Alicante y Máster en Estudios Literarios por dicha universidad.


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EL ESPECTRO Aquellos años que vivimos peligrosamente. Adolescencia de una generación (1ª parte)

Por Irelfaustina Bermejo “No hay barrera, ni cerradura que puedas imponer a la libertad de mi mente”. (Virginia Woolf)

I PARTE: FEMINISMO Y TRANSICIÓN. "El Espectro", obra teatral escrita en 1976, fue representada durante los años siguientes, en plena transición política. España salía de una dictadura de 40 años. A partir de Noviembre de 1975 nuestro país experimentó un complejo proceso de cambio. Los viejos moldes y arquetipos ya no servían. El cambio de gobierno, las costumbres, la cultura, el modo de entender la familia; todo experimentó un cambio revulsivo como lógica reacción al largo período anterior. El movimiento feminista emergió en España, tras la muerte del General Franco, con un retraso de cinco a siete años con respecto al resto de Europa, en medio de un fuerte clima de reivindicaciones sociales, hasta que en 1978, la Constitución Española recoge en el Art.14 la igualdad de los españoles ante la Ley, sin discriminación de sexo, religión u opinión o cualquier circunstancia personal o social. Estas reformas empezaron desde abajo, con la presión de algunas abogadas que consiguen modificar el Código Civil; las mujeres casadas no podían disponer de sus bienes, ni aceptar herencias, ni comparecer en juicios. La abogada María Telo consigue acabar con una situación humillante para la mujer: que desaparezca la figura del marido como cabeza de familia (Mayo de 1975). Durante la República, y también en el período de guerra civil, las mujeres tuvieron gran participación política y social. La Constitución republicana de 1931 establecía que “No podrá ser fundamento de privilegio jurídico la naturaleza, la filiación, el sexo, la clase social, la riqueza, las ideas políticas ni las ideas religiosas”, en consecuencia reconocía los mismos derechos electorales a los españoles de uno y otro sexo, la igualdad en el acceso a los cargos y empleos públicos según su mérito y capacidad, la igualdad dentro del matrimonio y el derecho al divorcio. Durante el franquismo se derogó el matrimonio civil, el divorcio, la coeducación y otras leyes vigentes en la República quedaron invalidadas.


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El nacional-catolicismo instaurado en el año 1939 supuso una losa pesada para las españolas que quedaron, de la noche a la mañana, al margen de la sociedad. Fueron utilizadas como instrumento de manipulación, al servicio de la causa como madres-educadoras. El patriarcado supuso para la mujer un atraso para su posterior independencia. En la familia, de carácter tradicional, dominaban los valores de autoridad patriarcal, la estructura jerárquica y el trabajo de carácter doméstico. Las relaciones de la familia se basaban en la jerarquía: la mujer estaba supeditada al varón, y los hijos a los padres. Era la sumisión de la mujer al varón, convirtiéndola en su sombra. Su función consistía en hacerle agradable la vida, cuidar de la casa, engendrar sus hijos y procurarle placer; “era el reposo del guerrero”. El objeto del matrimonio para la mujer consistía en ser madre. La mujer pasó a depender, hasta para su propia supervivencia, del varón; primero del padre y luego del marido, y acabó convirtiéndose en un bien comercial que consistía en una propiedad que se adquiría por contrato. A la mujer se le enseñaba, desde muy joven, el arte de agradar en vez de ser alguien en la vida. Fue impulsada a buscar marido como seguro de vida, y difícilmente podía rebelarse. Por lo tanto, había que prepararla y disponerla desde su más temprana edad para el matrimonio, de lo contrario se quedaba para “vestir santos”. Su deber de obediencia hacia el esposo quedaba reflejado en el Código Civil; el matrimonio era un lazo indisoluble. La esposa estaba supeditada al marido con la convicción manifiesta de inferioridad legal. La “mujer de su casa” era una parte integrante de la España católica y tradicional; el mundo podía progresar sin mujeres científicas, doctoras, abogadas, etc… pero no sin madres. El papel que se le asignó a la mujer era el de “máquina de producir hijos”. Su papel en la vida social era: cocina, niños e iglesia. Su reclusión en el ámbito doméstico era impuesta; su libertad estaba condicionada por la dependencia económica y su escasa formación que se reducía al dominio exclusivo de tres ciencias: culinaria, confección y costura y economía doméstica. Eso fue una de las mayores causas de analfabetismo y servilismo. Se le negada la posibilidad de su realización personal. El feminismo de los años 70 nace en un contexto de política radical. La política del pacto suponía un freno a las reivindicaciones de las mujeres que vieron como sus demandas eran relegadas a un segundo plano en pro del pacto democrático. Entre 1976 y 1978 las feministas actuaron como un bloque unitario en torno a unas demandas políticas centrales: amnistía para las mujeres, despenalización del adulterio, sexualidad libre, derecho a los anticonceptivos, al aborto. El Nuevo Feminismo hará hincapié en el derecho a la diferencia, reivindicación que cumple un papel fundamental en los inicios del movimiento, en la incipiente toma de conciencia feminista, al anteponer lo que une a todas las mujeres y poner el énfasis en la solidaridad. Se trata de afirmar la realidad específica positiva de las mujeres, de revalorizar sus valores, de sentir el orgullo de ser mujer. Las campañas de este movimiento emergente fueron: “Yo también soy adúltera”, que se mantiene hasta la despenalización de los delitos de adulterio, en 1978. Otras se centraron en la venta y publicidad de anticonceptivos, el derecho a la educación y al trabajo, y contra los malos tratos y agresiones sexuales, la violencia contra las mujeres, muy especialmente en el ámbito doméstico. Las campañas de reforma culminaron con la consecución del derecho al divorcio (1981) y el derecho al aborto, legislado en 1985.


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LA CULTURA EN 1976 El llamado "año de la apertura" en España, fue bastante convulso a nivel internacional. En el mundo de la tecnología, Steve Jobbs y Steve Wozniak, diseñan Apple I, uno de los primeros computadores personales, el primero en incluir un teclado con un microprocesador y una conexión a un monitor. En el mundo del cine, Silvester Stallone interpretaba a Rocky Balboa, uno de sus papeles más populares. Otras películas que marcaron época estrenadas ese año fueron: Ha nacido una estrella, Taxi Driver, Carrie, La profecía, Novecento, NetWork: Un mundo implacable, El imperio de los sentidos, Marathon man, Todos los hombres del presidente, La fuga de Logan… Desaparecen en 1976 dos grandes directores: el cineasta italiano Luchino Visconti, y Fritz Lang, director de cine alemán. La película española Furtivos, dirigida por José Luis Borau, es premiada en Cartagena de Indias. Muere en Nueva York Alexander Calder, escultor estadounidense, conocido como el inventor del móvil (juguete móvil colgante), precursor de la escultura cinética. El arte postmoderno, por oposición al denominado arte moderno, surge tanto en Europa como en Estados Unidos desde mediados de los años 70. En España se desarrolla en la década de los 80, aunque venía gestándose desde los 70. Recoge detalles de obras anteriores, recicla técnicas, ideologías y temáticas de otros movimientos, pero todo ello, visto con una estética actual. La revista de teatro Pipirijaina dónde se podía leer las obras de los nuevos dramaturgos, está recién nacida La doble historia del doctor Valmy, de Antonio Buero Vallejo, cuyo estreno no se había permitido durante la dictadura, llegó al público el 29 de enero de 1976 con gran éxito. Se estrena en Madrid “Las criadas” de Jean Genet. Otras obras del momento: 7.000 gallinas y un camello, de Jesús Campos; El día en que se descubrió el pastel, de Manuel Martínez Mediero. Fly-By de Alfonso Vallejo. La censura iba levantando la mano, el auge del destape fue llenando los escenarios con obras cuyo aliciente era el desnudo; “Equus” fue uno de los grandes éxitos de taquilla en esta etapa de transición, que tuve el placer de ver en Murcia, en el Teatro Romea. La censura era más severa en lo referente a lo ideológico que a las exhibiciones del cuerpo desnudo. En 1977, ocho años después de su estreno en Nueva York, llega a España “Oh, Calcuta”, comedia musical que se concibió como una burla a los contrastes sociales que provocó la revolución sexual de los años sesenta. La partitura musical de esta obra fue compuesta por John Lennon, sobre textos de David Newman, Rober Benton, San Sephard, Joe Orton, lonesco, Terence Rathigan y Tennessee Williams. Entre los poetas de los años 70, destacan Manuel Vázquez Montalbán, José María Álvarez, Leopoldo María Panero, Luis Alberto de Cuenca y Luis Alberto de Villena. Es en este contexto donde se origina la obra "El espectro". ANÁLISIS SEMIÓTICO DEL TEXTO “Existen dos códigos de moral, dos conciencias diferentes, una del hombre y otra de la mujer.


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Y a la mujer se la juzga según el código de los hombres. [...] Una mujer no puede ser auténticamente ella en la sociedad actual, una sociedad exclusivamente masculina, con leyes exclusivamente masculinas, con jueces y fiscales que la juzgan desde el punto de vista masculino.” (Notas para la tragedia actual. Ibsen.) Estábamos en 1976 en pleno proceso de democracia. Molina de Segura, mi localidad, contaba con un festival de teatro de gran renombre que empezaba, lo que ha sido hasta ahora, su larga trayectoria. Tres grupos de teatro del pueblo representaban dentro y fuera de la región: ATEM, Pandora y Genus. Yo tenía 15 años cuando ingresé en la compañía de teatro Pandora, allí ensayamos “Fando y Lis”, de Arrabal. Yo interpretaría a Lis. La obra no llegó a estrenarse. Mi indignación ante el hecho de que la mujer fuese considerada ciudadana de segunda clase, me llevó a escribir esta obrita. Nuevos tiempos estaban llegando a la sociedad española. “Fando y Lis” me impresionó en plena adolescencia, en una etapa única, de la historia de España. La influencia de lo emergía en el país y la obra de Arrabal, se reflejan en El Espectro. También me impresionó Ibsen con “Casa de muñecas” y el portazo de Nora, uno de los más sonados escándalos de la historia de la literatura europea. En honor a Ibsen di el titulo de El Espectro a la obra como el autor había titulado “Espectros” a la suya en la que la señora Alving, por consejo de su líder religioso, vive con su marido simulando ser feliz, tapando y preservando su imagen respetable en sociedad. Ibsen cuestiona a la sociedad burguesa. El espectro representa el mundo fantasmagórico que nos aterra, el mundo de los sueños. Nuestros fantasmas, nuestros miedos, nuestro infierno. Porta la luz (El cirio). Nos conduce al fondo de nuestro ser, nos hace tomar contacto con nuestros sueños. La danzarina es el ángel que nos protege, que nos guía. Su cara, mitad blanca, mitad negra, nos recuerda nuestra propia dualidad, nuestra luz y nuestra sombra. Representa también los anhelos de la mujer, sus aspiraciones, sueños, lo que ella desearía ser. El hombre nos recuerda con su pijama de rayas a un preso y prisionero es de su jerarquía patriarcal, de su educación nacional-catolicista, de sus propias limitaciones que le impiden seguir sus sueños, de sus miedos a los cambios que se respiraban en la convulsa sociedad del momento. Se nos presenta durante su pesadilla, temeroso ante la luz que le muestra el espectro y durante el sueño de ella; el hombre representa el rol que había mantenido durante el franquismo, imponiendo sus normas, su soberanía, cortando las alas a un pájaro que desea volar porque lo necesita. El hombre manipulará a la mujer y la castiga, pero la imperiosa necesidad de volar, de ser, de realizarse, van a resultar más fuertes que toda la carga social del hombre. La mujer se nos muestra de dos modos. En el estado de vigilia, cuando está intentando dormir


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en ese lecho que es un nido, la mujer asume su rol de esposa y más o menos está acomodada al sistema, preocupada por todas las tareas que le esperan al día siguiente. Es un ser insatisfecho, pero cumple con sus rutinas diarias de ama de casa. Es durante su sueño donde ella experimenta su proceso de liberación y emancipación. Se enfrenta al sistema, como en la sociedad española lo hace el feminismo. Se arranca las cadenas impuestas y, como en "Casa de muñecas", es capaz de abandonar el hogar en la búsqueda de su realización y pegar el portazo, cosa impensable hasta entonces en nuestro país. El lastre de la religión que tanto daño hizo especialmente a la mujer se representa por ese triángulo con el ojo que todo lo ve. La Trinidad es el dogma central de la iglesia católica. Esta creencia afirma que Dios es un ser único que existe simultáneamente como tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Un Dios que está en todas partes, un Dios que todo lo controla, que nos observa, que nos castiga. Sentirse observado es sentirse inhibido, controlado. El nido representa el hogar, donde se incuban los huevos, donde se procrea. La mujer era madre antes que amante. El matrimonio suponía formar una familia y tener hijos, a lo que la mujer se va a enfrentar, diciendo que no quiere ser sólo la madre de sus hijos. El nido también es el símbolo de lo que ha de nacer, de una democracia que se está gestando y de una reconquista de derechos para la mujer. La tela blanca que los cubre representa el líquido amniótico que protege en el útero a ese feto que va a nacer. Las hojas secas que cubren el escenario representan la caducidad del sistema. Se precisa que las hojas verdeen para que un nuevo mundo emerja. El marco representa la limitación impuesta. Salir del marco suponía enfrentarse al sistema, signo de locura; al mismo tiempo, salirse del marco supone osadía y valor para atravesar esos límites, para expandir la mente, para que una sociedad avance. Atravesar los límites es propio de un ser creativo que se arriesga a buscar otro mundo fuera de ese cuadro. El final de la obra queda indeterminado. El sueño termina y ellos continúan durmiendo en su nido. La danzarina les da sus alas para que vuelen. ¿Qué será de esos personajes? ¿Cuál es el desenlace de esa relación donde no hay amor? La acción nos plantea un conflicto entre dos sexos, con dos posturas enfrentadas por intereses opuestos. El espacio es una alcoba. Salvo el nido donde duermen, no hay objetos en el espacio. Lo que nos limita y oprime es el marco, pero detrás se proyectan imágenes que nos permiten respirar. El número 13, que dice ser la mujer, en el Tarot es el número de lo innombrable, la muerte. Es un número destructivo que tiene el fin de regenerarse, como el Ave Fénix que muere para resurgir de entre las cenizas. ESTE ENSAYO, DEBIDO A SU GRAN EXTENSIÓN, CONCLUIRÁ EN EL PRÓXIMO NÚMERO DE Acantilados de papel, DONDE SE REPRODUCIRÁ EL TEXTO DE LA OBRA TEATRAL. Irelfaustina Bermejo, nacida en Molina de Segura. Máster de Postgrado en Artes Escénicas por la Facultad de Letras de la Universidad de Murcia. Actriz en Nueva Era, Teatro Europeo. Coordinadora de la revista literaria Molínea. Coordinadora del Festival Internacional de Poesía, en Murcia, Grito de Mujer. Colaboradora del Programa literario-musical Martes de Luna Llena. Autora de varios poemarios.


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MUNDOS ÉPICOS Un breve acercamiento a la épica fantástica desde sus orígenes hasta la actualidad

Por Fernando López Guisado

Desde que el hombre adquirió constancia de sus propias fuerzas, sus debilidades y sus conflictos (interiores y con sus semejantes), ha deseado mitificarlos y “cantarlos”; bien para dejar constancia de sus hazañas, bien para expresar la necesidad de que, ante la adversidad, siempre precisaremos de héroes que nos inspiren para imitarlos y superarnos. De esa forma, la épica y la fantasía heroica (la interpretación mítica de un mundo misterioso y agreste, a la par que fascinante) nos ha venido acompañando, con sus dioses y sus héroes, en la literatura y artes semejantes. Su tema clásico, “el viaje del héroe”, simboliza las etapas que experimenta todo ser humano desde la inocencia al conflicto (sacando fuerzas de flaqueza), para alcanzar el conocimiento de los propios dones y, por tanto, la sabiduría.

Todas las manifestaciones contemporáneas de este fenómeno comenzaron en las sagas de la Antigüedad: los cantos mesopotámicos (sobre todo, Gilgamesh), las leyendas del antiguo Egipto, los poemas homéricos, y las narraciones grecorromanas (bien de su mitología, bien de sus propias hazañas bélicas, muchas veces complicadas de desligar entre sí). Sentaron unas bases para la literatura futura que, según algunos expertos y con cierta razón, sólo ha sido imitación de esas famosas sagas. Tras el declive de Roma, la herencia la recogen los Cantares de Gesta medievales, (Beowulf, Roland, el Cid, por citar algunos) y los Ciclos Artúricos, que terminaron desembocando en las novelas de caballerías y las bizantinas, repletas ya de los arquetipos más conocidos o maniqueos: la bella dama y su amor cortés, el malvado brujo, el caballero brillante, etc.


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El género experimentó un renacer en forma de poesía narrativa durante la época romántica (donde comienza a cobrar fuerza el concepto del antihéroe) y ha venido evolucionando siempre parejo y asociado a otros como la [mal llamada] literatura “juvenil”. En muchos clásicos de esta última nos reencontramos, en diferentes medidas, con el viaje y los mitos del héroe: Robinson Crusoe, los Viajes de Gulliver, la Isla del Tesoro, Las minas del Rey Salomón, Los Tres Mosqueteros (el folletín por entregas que, en mi tímida opinión, supone los inicios del Pulp), Moby Dick... Una línea continuada por Salgari y su famoso Sandokán. Hay que señalar los aportes del género detectivesco donde el protagonista vuelve a ser un ego superior, brillante y arrebatador, pero también desmedido y aislado (por culpa de sus singulares y extraordinarias dotes) de la masa a la que auxilia, como ocurre con el mayor detective del mundo, Sherlock Holmes. No debemos olvidar que cada cultura ha ido sumando sus propios referentes con el avance de las épocas. Cuando el mundo se redujo drásticamente al principio del siglo XX (por la mejora tanto en comunicaciones como en los transportes y ciencias) las influencias de otras mitologías (orientales, nativas americanas, precolombinas, africanas, australianas, nórdicas) se hicieron más patentes en las producciones occidentales. Ya estaban presentes, pero se fueron incorporando definitivamente en la conciencia popular (las 1001 Noches, por citar un ejemplo), para crear un todo completo y orgánico durante el siglo XX, donde la épica fantástica se definió con sus características contemporáneas. Aquí se suelen percibir dos grandes tendencias, ligeramente diferenciadas. Mencionaré dos autores relevantes de cada una.

En Europa hallamos la rama inglesa, de intenciones literarias más elevadas, más densas y profundas, que bebe sobremanera tanto de las herencias artúricas y gaélicas como del cristianismo. La representan, sobre todo, CS Lewis (Las Crónicas de Narnia) y JRR Tolkien (El Señor de los Anillos). Éste último continúa siendo el mayor exponente y “padre a imitar” del género hasta la fecha, respetado y adorado casi con fanatismo por la profundidad de los mundos que creó, ya que se trataba de un profesor erudito que llegó a elaborar mapas, detalladas descripciones mitológicas y hasta lenguajes propios para sus tierras imaginarias.


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Después tenemos la vertiente americana, que se originó en la era dorada del Pulp llamada así por la calidad escasa del papel en el que se imprimían revistas como Weird Tales y Amazing Stories. Presentaban relatos de extensión reducida y aparente menor calidad literaria donde preponderaban unas tramas trepidantes y ágiles, sin tiempo para el dibujo pormenorizado de escenarios o caracteres. No obstante, a los lectores les resultaban (siguen resultando) profundamente entretenidas, divertidas y menos serias. Sus fuentes son heterogéneas (respondiendo a la necesidad de una nación “creada”, también heterogénea, con poca historia propia y sin mitos antiguos que la respalden), por lo que cada comprador podría encontrar algo que se adaptase a sus gustos, ya que se mezclaban con alegría mundos épicos, exóticos y lejanos: una inventada antigüedad precataclísmica, el viejo Oeste, el terror, la ciencia ficción, etc. Dos autores (entre muchos) han gozado de gran relevancia posterior. El primero, Edgar Rice Burroughs, con sus icónicos John Carter y el archiconocido Tarzán. El segundo representa el pináculo de esta corriente, cuyos personajes son recordados y reelaborados mucho después de su muerte: Robert E Howard, creador de Rey Kull, el cazador de brujas Solomon Kane y, en especial, Conan (epítome de la “espada y brujería”). Sin duda alguna, el siglo XX supuso un debilitamiento de las fronteras entre las narraciones y sus soportes tradicionales. Literatura, radio, cine y cómic comenzaron a influirse para conformar una aleación de géneros profundamente interdependientes. Es el mundo del cómic quien recoge sobremanera estas herencias de los héroes. Partiendo de los entrañables comienzos (con Flash Gordon, Mandrake, y el Hombre Enmascarado) se moldeó a los grandes mitos modernos que respondían a la necesidad estadounidense de portar el estandarte moral de su victoria en las guerras mundiales: se crearon los Súper Héroes, los nuevos semidioses griegos. Aparecieron figuras como los Cuatro Fantásticos (una familia mágica), Batman (el mortal que se compara a los dioses a base de tesón e intelecto superior), Spiderman (el joven que descubre que un poder conlleva una gran responsabilidad). Aún así, por encima de todos, amado y odiado a partes iguales, se alza el gran icono del POP, sobre el que han llovido ríos de tinta (no sólo la colorida del cómic, sino la de respetados ensayos) respecto a su simbología: Superman. De forma paralela, cine y televisión recogieron la adicción (progresivamente más visual e inmediata) al espectáculo por parte de un público voraz y perezoso. En especial, desde los años 70, las grandes pantallas han venido respondiendo y tocando la fibra que subyace en los corazones de todos los “mortales” sedientos de héroes que nos guíen e inspiren (aunque resulte un fugaz paraíso artificial y superficial, pero tan emotivo como la propia necesidad). De esta manera, se refrescaban muchos mitos de la antigüedad para una generación que no se solía interesar por ellos hasta después de experimentar los fenómenos de Star Trek y Star Wars (éste último cumple con perfección modélica el viaje del héroe). De un tiempo a esta parte, con el cambio de siglo, la fórmula resulta obsoleta. Tras del bombardeo ingente de productos imitativos y casi paródicos (pensados para la recaudación desenfrenada y el consumismo), los lectores se están cansando de perfectos modelos sin


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tacha ni grisura moral, y exigen unos héroes más humanos, complicados, verosímiles. Se perciben tres corrientes actuales al respecto: traer el mundo inverosímil y mágico a la realidad de autobuses y rutinas (JK Rowling con su Harry Potter y autores más ligados al cómic como Alan Moore y Neil Gaiman) o, por el contrario, barnizar de verosimilitud realista un mundo mágico y ajeno (el ejemplo más significativo es George R. Martin y su Canción de Hielo y Fuego), por último, recogiendo la más pura herencia de la sátira griega, existe la opción de utilizar los clichés medievales fantásticos para realizar una crítica a las ambigüedades y sinsabores de la sociedad moderna (Terry Prachett y su Mundodisco). Con independencia del aspecto que cobre su destino, los héroes y sus hazañas siguen más presentes que nunca, pero necesitan de ayuda para seguir latiendo en nuestros corazones con la emoción y la maravilla. No permitan los lectores que sus iconos caigan en el olvido para las nuevas generaciones, resultaría un mundo de escasas esperanzas que los malvados pretenden extender.

Fernando Joaquín López Guisado (Madrid, 1977) combina la escritura con la imagen para el diagnóstico. Ha publicado, entre otros, Aromas de soledad (1995), El altar de los siglos (1998) y La letra perdida (2012). Pertenece al grupo Escritores de Rivas.


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LIBROS EN EL ACANTILADO

Toñy Riquelme García


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Francisco Javier Illán Vivas A mi manera Ediciones Vitruvio, 2012 Todo libro de poemas supone un recorrido emocional. Este precepto resulta particularmente intenso en “A mi manera” (Ediciones Vituvio, 2012). Aquí acompañaremos a su autor en un retorno a la lírica tras un largo silencio. La dilatada carrera literaria de Francisco Javier Illán Vivas se asienta en la crítica literaria, el periodismo y dos géneros de público reducido aunque exigente: la poesía y la épica fantástica. “Mi huidiza vida rechaza mi vida.” Nos encontramos ante un viaje interior, un mundo personal intenso. El poeta (su palabra) se sabe en un momento de inflexión vital —¿un vacío, una duda?: “un invierno”— contempla su pasado y lo evalúa. Descubrimos no un alma desgarrada sino entregada al balance nostálgico, a la saudade distanciada y sutil —“no vivo, paso sin ánimo”—, desde un dolor contemplativo, una soledad que, sin embargo, es el acicate que impulsa al acto poético y, con su catarsis, a la valoración de la propia vida. El escritor, su alma, se percata de que el Tiempo ha pasado, intenta aferrarse a él, pero no “comprende su idioma”, y el futuro se presenta como algo incierto, opaco. Destilan el entorno y los recuerdos una gran sensación de pérdida, de vacío, no sólo emocional sino espiritual: se pasa al diálogo con el infinito, la creencia, la eternidad. El mundo físico no tiene apenas presencia en los versos, excepto como símbolos telúricos, elementos de unión con lo divino. “Y tú naciste para ser mirada” Esos canales místicos representan, sin duda, el rasgo identificativo de todo el volumen. Los referentes materiales (ella, las lecturas, el mar), producen un abanico de emociones (entre otras: amor, identificación, sobrecogimiento) en el mundo interno. Estos sentimientos son los que se elevan espiritualmente hacia la conexión con lo divino, la eternidad. En consecuencia, dicha mirada poética implica tanto un medio reflexivo como un destino y una liberación de la carga, de la sequedad espiritual y la soledad.


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Somos testigos de una voz muy personal, que resuena con ecos místicos, con elementos de Pessoa y Machado. Nos encontramos una vibración intimista semejante a la de Bécquer con retazos de Juan Ramón Jiménez, si bien con espíritu más humilde. El lenguaje resulta puro, intenso, de imágenes potentes. Un estilo cuidado y depurado, donde las palabras quedan suspendidas de forma evocadora en la eternidad. La palabra se impregna de emoción contenida, de introspección. La musicalidad se construye con la anáfora y cobra entidad mediante la reiteración de estructuras –“…este mar que viene/este mar que va/trae nostalgias de mi primavera.”— sin duda herencia de las primeras fantasías épicas sumerias y grecolatinas. “A mi manera” El texto se estructura (con breves acotaciones en portugués utilizando la cursiva) en diferentes apartados/capítulos identificados mediante referencias musicales y cinéfilas (tanto clásicas como modernas, de Tchaikovsky a Shakira, pasando por Ava Gadner). El último es el mejor poema de todos, el pináculo que da nombre a la obra y supone un reencuentro, una reconciliación con el yo. El escritor se ha detenido en su camino, ha contemplado su vida, se regocija y se congracia consigo mismo, y con el Todo. Ahora recupera la fe, se enfrenta a su otoño feliz, además de conforme con un pasado vivido (con sus aciertos y errores). Se proyecta al futuro con la satisfacción de haber hecho las cosas, así como reza esa famosa canción “A mi manera”. El libro sigue los cánones de la colección Baños del Carmen, una bandera de ediciones Vitruvio, que marca su propio pulso poético alejado de otro dogma que no sea el de la calidad de la obra. Portada azabache y línea sobria, sin otros aditivos excepto el nombre del autor, la editorial y el título; una declaración de que la poesía debe sostenerse sola, sin otros reclamos. El papel es denso, de color hueso, con letra grande. Una colección que lleva en alza mucho tiempo. En resumen, estamos ante un gran poemario, uno de lectura necesaria. Narra la introspección de una voz que se proyecta hacia todas las almas porque canta a dudas eternas que todo ser humano se plantea en algún momento. No obstante, este canto es una defensa de que la paz interior (en el diálogo con la muerte) proviene de sentise fiel a uno mismo. “Sé que nada se acaba hasta que se acaba. Sí, pero a mi manera.” Fernando López Guisado


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Antonio Garrido El lector de cadáveres Espasa Libros, 2011 Antonio Garrido, ingeniero industrial, compagina su labor docente en la Universidad Politécnica y en la Universidad CEU Cardenal Herrera —ambas de Valencia— con la literatura. Tuve ocasión de conocerlo personalmente y de apreciar su cercanía y amabilidad con motivo de la presentación, en Puerto de Sagunto, de su último trabajo El lector de cadáveres, cuya lectura, hace apenas unos días, di por concluida. Previamente a la elaboración de esta obra —según él mismo manifestó y documentó mediante la exposición de diapositivas en la tarde de la presentación— realizó una exhaustiva investigación sobre la vida en la China medieval, época en la que se basa la vida del protagonista Ci Song, quien mantiene una cruenta lucha por sobrevivir en medio de la tiranía y la maldad que la envidia, la codicia, y a veces la ignorancia, producen. En la historia, la conspiración y el espíritu de supervivencia caminan paralelamente con la capacidad de reflexión y el cuestionamiento de lo ya establecido. Movido por esta capacidad reflexiva, el joven Ci Song, desde edad muy temprana, aspira al estudio de los cadáveres, esperando de estos el indicio que le ponga sobre la pista de las causas de la muerte, en ocasiones, de dudosa naturaleza. Sus aspiraciones, sin embargo, se verán constantemente obstaculizadas debido a su origen humilde, incompatible con la condición de juez, privilegio disfrutado por una élite y a quien el estudio de los cuerpos concierne. No obstante, los acontecimientos y la amistad de su familia con el juez Feng, personaje clave en la trama, le situarán sobre la base del conocimiento en relación al análisis de los cadáveres. El trabajo como enterrador al servicio de la picaresca de un amo ambicioso, el caso de las sucesivas muertes en extrañas circunstancias de personajes cercanos al emperador, y el interés de este por llevar a término las indagaciones que den con la identificación de los autores de los crímenes, culminan en un desenlace inesperado.


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Previamente al prólogo de la obra, el autor nos escribe una breve reseña de «De los deberes de los jueces» referente al artículo cuarto del Songxingtong, código penal de la Dinastía Tsong, cuyas líneas transcribo a continuación: El forense designado por la prefectura se personará en el lugar del crimen dentro de las cuatro horas siguientes a su denuncia. Si incumpliera esta obligación, delegara su deber, no encontrara las heridas mortales o las determinara equivocadamente, será declarado culpable de impericia y condenado a dos años de esclavitud.

Lola Estal


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José Guadalajara La luz que oculta la niebla Bohodón Ediciones, 2012 Si se conoce personalmente a un escritor hay que desprenderse de todo lazo afectivo para realizar una crítica bien elaborada de su trabajo literario. La empresa resulta más complicada si en el texto aparecen lugares familiares (calles, ambientes) que sintonizan con los propios recuerdos y terminan —como le sucede a la protagonista— transportándole a uno a su propio pasado mediante la nostalgia. Puedo afirmar que supone un redescubrimiento del autor y su estilo, porque aunque la novela se anuncia como “escrita con lápiz de labios” (en clara referencia a la esencia más romántica de la trama) es mucho más que eso. Este libro supone un valeroso cambio de registro para Guadalajara, que hasta el momento había centrado su producción bien en el ensayo sobre la figura del Anticristo, bien en la novela histórica. No obstante, se distingue de las voces habituales de dicho género por presentar intrigas tan cuidadas como enigmáticas, destacando especialmente en la profundidad psicológica y emocional de sus protagonistas, detalles que vertebran también su nueva aventura literaria. “En esta torre de Babel hemos sido nosotros mismos y nos hemos amado como si el tiempo oculto de todos estos libros nos hubiera rodeado con sus voces.” La trama describe la introspección intimista de una mujer madura respecto a momentos determinantes de su vida, mientras posterga la apertura de una carta recién recibida y probablemente escrita por el que ha sido su gran amor, un fascinante arqueólogo. Mientras pasa revista a dichos episodios, adquiere consciencia de que muchos de ellos no han quedado bien resueltos emocionalmente; en especial, todo lo relativo con su relación apasionada y nada convencional con ese hombre, siempre envuelta en altibajos y claroscuros. Dichas remembranzas dan cuerpo a la novela y permiten conocer a sus personajes —la evolución de sus etapas vitales desde la juventud universitaria a la madurez — a través de la perspectiva de la protagonista. Poco más se puede revelar sin romper los misterios argumentales. Nos encontramos ante un viaje por el tiempo, bien al pasado antiguo y sus civilizaciones (mediante los eruditos comentarios de algunos personajes) bien a épocas algo más recientes (los últimos treinta años), que a muchos lectores le resultarán familiares: los cambios en las calles, las costumbres y el espíritu. No obstante, todas estas referencias pretéritas guardan una


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profunda significación emocional con el desarrollo de la trama y en las almas de sus integrantes. Algunos de ellos son identidades reales como el poeta Félix Jiménez o el novelista Manuel Finisterre (amigos del propio José Guadalajara, que recupera con valentía esta tradición ahora en desuso de incluir autores reales en una obra de ficción). Además, queda sugerido que la historia puede tratarse de un suceso real, lo que aumenta su especial magia. “Estoy irremisiblemente condenada a convertirme también en una fotografía.” Mediante gran habilidad narrativa, el autor va alternando remembranzas del pasado y hechos del presente, con un estilo muy preciso, subjetivo y natural. Emplea un campo léxico cuidado y lírico, acorde con el nivel cultural y las pretensiones literarias de la narradora y personaje central. No obstante, recurre a un registro más coloquial dependiendo de las emociones de cada momento, como nos pasa a todos. Este rasgo de coherencia interna cubre de verosimilitud y naturalidad el relato y forma parte del elemento más representativo de la obra: el eficaz retrato literario de la psicología del alma humana, contradictoria y emotiva. Físicamente, el volumen está cuidado, sin erratas. Quizás el papel empleado resulta demasiado blanco, cosa muy común en estos tiempos de crisis, en el que los editores deben de recortar costes. La imagen de portada, reveladora y sugerente, muestra una mujer sola al borde de una playa bañada en la última luz rojiza del ocaso (no se nombra al artista en los créditos). “—Se merece que hubieras vendido cien mil ejemplares…” En conclusión, una novela breve, emotiva, de gran lirismo y calidad literaria, en una línea que guarda semejanzas con autores como Murakami o Proust, pero con una marcada identidad que no se queda en el retrato romántico o la sensiblería simple, sino que transforma tras su lectura, que es la misión de todo buen libro. Sin duda, estamos ante una narración de una calidad muy superior a las que suelen poblar los mostradores mediáticos de novedades de las grandes superficies. Merece un gran destino y la acogida del público. Fernando López Guisado


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Santiago Montobbio La poesía es un fondo de agua marina Los libros de la frontera, diciembre 2011 Conocí a Santiago Montobbio en la extinta Ágora papeles de arte gramático y alrededor de ella, y de mi interés, primero como codirector y después como director, por saber de las novedades de quienes habían publicado en ella, llegué hasta el libro que nos ocupa, la muestra de que existe la fiebre creadora. Santiago nos cuenta el proceso personal y creativo que le llevó, en los primeros meses de 2009, pero sobre todo en marzo de ese año, y después de veinte años de silencio, a escribir de "manera constante y copiosa" poemas y más poemas, de tal forma que se decidió a dejar que aquella erupción creadora se extendiese por todo su mundo, sin reparos, escribiendo donde se encontrase en cada momento: en la Vía Augusta, en la Diagonal, apoyado a un árbol, sentado en un banco del paseo, sin poner traba alguna brotaron "438 en tres semanas de marzo y unos días de abril. Luego, en verano y otoño, volví a escribir otros 500, hasta alcanzar un total de 942". El presente libro tiene una muestra de aquellos 438, en concreto, si no he contado mal, 283 de ellos, titulados con el número que les fue otorgando conforme brotaban en aquellos vertiginosos días creativos. Sorprendente. Más aún para alguien, como quien os escribe estas líneas, que se ha planteado retos creativos y conoce la dificultad de crear ¡un poema al día! Un poema que, después, resista el paso del tiempo y tenga suficiente calidad para no terminar en la papelera de reciclaje. Santiago Montobbio nos muestra en este libro ocho, diez, doce... poemas escritos en un mismo día, casi como un inesperado diario a través del cual podemos conocer al autor y lo que sentía casi en cada momento del día. Poesía, por tanto, que nos mostrará lo cotidiano de cada momento del poeta, a la vez que lo más inusual, lo que siente, y lo que sueña, lo real y la irrealidad de tan turbulentas fechas de marzo. He hablado de creación volcánica, de un libro que reflexiona sobre la poesía, sobre su sentido, preguntándose a veces qué es ella, qué es la palabra, el arte, para ser capaz de inundar pasillos, calles, avenidas, para iluminar vidas y para, respetando y abrazando el


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silencio, hacerse más fuerte en cualquier camino que emprendan los pies del poeta... pero, como digo, podía haber hablado de mares de "oleajes inesperados", como escribe Angelina Muñiz-Huberman en la contraportada. Un poeta que se muestra y que se nos muestra "como un temblor me escribo...//... No busco más explicaciones a la exploración/ de los pozos y recodos más finales de mí mismo". La palabra es, en este fondo de agua marina, incontenible.

Francisco Javier Illán Vivas


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MALEFICIUM Primer capítulo de la novela de Patrick Ericson Maleficium, Algaida, 2012.

En el nombre de Dios Todopoderoso, yo, Alonso de Salazar y Frías, jurista al servicio del Nestoris Herectus Pravitatis Sanctum Officium, doy veraz testimonio de lo ocurrido en el llamado «Auto de Fe de Logroño» contra las brujas de Zugarramurdi. Ahora que todo ha acabado y veo cercano el fin de mis días, he decidido por mi propia voluntad plasmar sobre el papel todo lo que aconteció durante los varios años que estuve a cargo de la investigación que me fue delegada por el Consejo de la Suprema Inquisición de Madrid. Por aquel entonces fui testigo de muchos horrores y torturas que con el paso del tiempo consiguieron abrir una profunda herida en mi corazón, por lo que no me arrepiento de haber procedido con honradez y buen juicio. Impugnar las decisiones tomadas por los otros inquisidores que formaban parte del Tribunal de Logroño, y buscar la verdad a través de las declaraciones de miles de vecinos de las distintas villas del valle de Baztan, no fue un mero capricho ni un acto de presunción por mi parte, sino una necesidad del alma. Todas aquellas víctimas inocentes que tuvieron que padecer el suplicio, la humillación y la muerte, clamaban justicia; y yo, simplemente, se la ofrecí. Aunque para entonces ya era demasiado tarde. Pero mejor me olvido de los prolegómenos y me ciño a dejar constancia de lo ocurrido en la región de Xareta, porque toda historia exige un comienzo, y es mi deber y obligación dar primicia siendo fiel a la realidad de lo allí acaecido. Aquella mañana de finales de junio del año de Nuestro Señor Jesucristo del 1609, cabalgaba en paz camino de Logroño, dichoso por dejar atrás el enrarecido ambiente de la Corte madrileña, así como las inoperantes juntas que degradaban el poder político de los miembros más relevantes del Consejo Real. Me acompañaba don Gonzalo de Mendoza, mi secretario, así como mis pajes y una guarnición de alabarderos de la Guardia Vieja del rey, quienes caminaban detrás de nosotros embutidos en sus uniformes jaquelados en cuadros


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rojos y blancos con sus capotillos de mangas abiertas a modo de aletas sobre el jubón, escolta que me fue proporcionada por el inquisidor general don Bernardo de Sandoval y Rojas, arzobispo de Toledo. Las órdenes dictaminadas por éste eran bastante explícitas: debían protegerme de asaltantes y bandidos hasta que llegásemos al convento de San Francisco. Transcurridos varios días de viaje, finalmente alcanzamos los arrabales de Logroño. Decidimos detenernos con el propósito de abrevar a las bestias, y por supuesto, para ofrecerle algo de descanso a nuestros doloridos huesos... ... Le hice un gesto a mi secretario, que se acercó de manera servicial. Cubrían sus hombros una capa magna, e iba lujosamente vestido con casacón, calzas azules, medias blancas, chinelas con hebilla dorada y chapeo de plumas. —¿Y decís, mi buen Gonzalo, que los señores inquisidores don Juan del Valle Alvarado y don Alonso Becerra Holguín, aguardan mi llegada? —le pregunté. —Así me lo confirmó el secretario del arzobispo de Toledo antes de partir —dijo él con voz templada—. Hasta donde yo sé, los correos fueron enviados desde Madrid hace apenas una semana, por lo que la noticia de vuestro nuevo nombramiento ya debe haber llegado hasta los oídos de fray Gaspar de Palencia, prior del convento de San Francisco y calificador del Santo Oficio —meditando sus palabras muy bien antes de pronunciarse, terminó diciendo—: Ha de saber vuestra señoría que el tribunal está investigando un asunto de brujería, y que os aguardan con ansiedad para que escuchéis las delaciones de los vecinos de las villas implicadas. Necesitan conocer vuestro criterio. —Algo he oído… sí. —Estos pagos, olvidados por la mano de Dios, sirven a los propósitos del diablo, y en sus prados y cuevas se reúnen las brujas —terció el oficial de la Compañía de soldados, un hombre de gran dignidad llamado Rodrigo de Cantabella, amigo de las tabernas y de los juegos de dados, quien se acercó a nosotros alabarda en mano. Asentí en silencio, pues ya había tenido ocasión de consultar los archivos de la Suprema y conocía bien las investigaciones realizadas, años atrás, por las autoridades civiles de Navarra. —Será mejor que sigamos adelante —les dije a los dos con ceño—. No es aconsejable hacerles esperar. Espoleé con suavidad a mi caballo y el animal se puso en marcha. La comitiva que me servía de escolta, llevando consigo un pendón con la Cruz Verde del Santo Oficio, avanzó a un mismo tiempo. Ya declinaba el sol cuando cruzamos el río Ebro a través del puente de 716 pies de vara castellana de longitud —fortificado con torreones y sostenido por doce arcos reales—, que conducía a esa parte de la muralla donde se ubicaba la entrada a los peregrinos. Logroño era una ciudad bastante grande para su época, bella y rica como ninguna, donde pululaban aprendices de todos los oficios inconfesables. Así lo pudimos comprobar mientras deambulábamos por la rúa vieja, mezclándonos entre el gentío de truhanes, comerciantes, pedigüeños y abates partidarios de la barraganería, y a la vez previsores de sus hábitos.


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Tras dejar a nuestra izquierda la iglesia de Santa María de la Redonda fuimos a encontrarnos con el frontispicio de la iglesia de Santiago, santuario de parada obligatoria para los cansados viajeros, para los que se acercaban a rezar al Santo Apóstol, y para todos aquellos que necesitaban saciar su sed en la Fuente de los Peregrinos. Ascendimos la calle Mayor hasta llegar a su final, y de ahí entramos en la bocacalle que enfilaba hacia el barrio de los mercaderes. Al pasar frente a una hospedería situada junto al Hospital de San Juan, pudimos ser testigos de una riña entre un leñador de recias espaldas, armado con un destral de hoja afilada, y un grupo de rufianes que pretendían apropiarse de la bolsa que colgaba de su ceñidor. Mas fue ver a los alabarderos, cuando todos, sin excepción, corrieron por las estrechas callejuelas adyacentes como si les persiguiera el mismísimo diablo; incluso la víctima de los asaltantes, que no debía de tener la conciencia muy tranquila cuando prefirió huir a tener que acogerse a la protección de la Guardia Vieja del rey. —¿Quiere vuestra señoría que vayamos tras esos rufianes? —Inquirió el capitán Rodrigo, pues ellos representaban la autoridad en cualquier ciudad de España—. Las levas necesitan hombres con hígados, aunque sean unos miserables bribones. —Se echó a reír. —A fe mía que esos tienen más hambre que las ratas —apuntó con jactancia otro de los soldados, un segoviano tan alto y magro como el arma que portaba con orgullo—. Y ya se sabe que el alimento y el medro sólo se consiguen sirviendo a las armas o a la Iglesia. Negué con un gesto, instándoles a que siguiesen adelante. Debido a las fatigas del viaje deseaba llegar cuanto antes al convento de San Francisco. Nos dirigimos hacia el este haciendo gala de nuestra autoridad y señorío, por lo que muchos de los ciudadanos se fueron apartando a un lado y a otro, temerosos ante la presencia de los soldados y el distintivo gallardete de la Santa Inquisición. Apenas nos habíamos adentrado en la calle Herrerías, cuando nos detuvimos frente a un enorme edificio situado al otro lado de la Travesía de Palacio. De una puerta con arco lobulado, clave con escudo de armas y enjutas con relieves, a cuyos lados se abrían dos ventanas que decoraban sus dinteles con motivos florales, vimos salir a un grupo de hombres que portaban un cadáver sobre una angarilla. Los porteadores llevaban el rostro embozado con sus capas. En cabeza iba un clérigo de luengas barbas que, debido a tantas penitencias impuestas con sumo rigor, más bien parecía un saco de huesos que un servidor de la Iglesia. Y rezaba en voz alta un responso: —Ne recorderis peccata mea, Domine. Dum veneris iudicare sæculum per ignem. Dirige, Domine, Deus meus, in conspectu tuo viam meam. Dum veneris iudicare sæculum per ignem. Requiem æternam dona ei, Domine, et lux perpetua luceat ei. Dum veneris iudicare sæculum per ignem… —¡Por los clavos de Cristo! —Juró el oficial al mando de la guarnición, cubriendo su rostro con el capotillo—. ¡Es la peste! Nada más mencionar el nombre de tan terrible y mortal enfermedad, los caballos piafaron y los aguerridos alabarderos comenzaron a temblar como viejas aprensivas. Tampoco se quedaron atrás los pajes y mi secretario, que se persignaron con devoción a la vez que susurraban una plegaria a San Roque para alejar así cualquier atisbo de contagio. Sólo yo me mantuve firme como una roca sobre la silla de montar. Por no fomentar el temor que sentían quienes me acompañaban, desvié mi trayectoria dirigiéndome hacia el norte.


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Atrás quedó aquel barrio infecto donde la muerte negra no hacía distinciones entre hidalgos y vasallos de signo servicio, y con paso lento nos dirigimos hacia el monasterio de San Francisco.

Fray Gaspar de Palencia, prior del convento y calificador del Santo Oficio, me recibió en la sala capitular con grandes honores y lisonjas después de que el cillerero acompañase a mi secretario hasta la biblioteca, pues como erudito y escribano que era, deseaba aprovechar el tiempo ilustrándose con los varios libros, códices y manuscritos que allí se guardaban con mucho celo. Mis pajes, mientras tanto, fueron a desempaquetar el equipaje después de haber conducido los caballos a las cuadras del monasterio. Era fray Gaspar un hombre corpulento de formas redondas y ventrudas. Tenía la nariz carnosa, los pómulos rollizos y una espesa barba de color gris que compensaba de algún modo su calvicie. La impresión que aparentaba a primera vista era la de ser un monje benevolente y jovial, pero cuando se le iba conociendo más a fondo, uno comprendía que tras aquella máscara de indulgencia se ocultaba una persona sistemática y autoritaria que tendía a fundir en una unidad global la intuición y la sensatez. Y si bien es cierto que, según sus propias palabras, procuraba conducir a las almas descarriadas hacia el camino del Cielo con el buen ejemplo de sus actos, para mí que sentía cierto desdeño hacia todo aquel que no comulgase con sus principios morales. Harto de escucharle hablar del peligro que corría la comunidad eclesiástica por culpa de los Religionnaires —enemigos del Papa— y los judíos conversos que ignorando las normas de la Iglesia celebraban el sabbat a escondidas de los cristianos, le pedí que me condujera hasta don Alonso de Becerra Holguín, del hábito de los Alcántara e inquisidor apostólico del antiguo Reino de Navarra y su distrito, o en su defecto a la sala del Tribunal, donde me aguardaba el licenciado don Juan del Valle Alvarado; pues éste, que debía estar estudiando los informes referentes a un caso de brujería que traía de cabeza al Tribunal de Logroño, había requerido mi presencia. Sorprendido de que estuviese al corriente de ese detalle enarcó sus pobladas cejas, observándome con recelo. —¿Puedo saber quién os ha facilitado dicha información? —inquirió con voz ampulosa. —El cillerero es un hombre bastante lenguaraz a mi parecer —sonreí—, pero no creo que su indiscreción sea motivo de castigo. Si el inquisidor general de Toledo me ha enviado a este monasterio no es para que sus miembros recelen de mí y me vengan con reservas, sino todo lo contrario. Creo que tengo derecho a saber qué está ocurriendo, pues hasta mi escribano y los alabarderos que me han escoltado hasta aquí, desde Madrid, están al corriente de las detenciones de varias personas que han sido inculpadas de brujería —Un asunto de lo más preocupante… y escurridizo, además —el calificador del Santo Oficio cabeceó con resignación—. Precisamente, don Alonso se haya reunido en las mazmorras con el alguacil y las primeras acusadas de brujería, así como con las otras gentes que se allegaron al monasterio por su propio pie, hace ya unas semanas, para declarar que habían sido inculpadas por sus vecinos sin motivo alguno —le explicó con todo detalle, bajando el tono de su voz—. Según afirman, nadie en su comarca practica la brujería. Dicen que todo son falsos testimonios de una criada de origen francés resentida con su dueña.


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Y que si bien confesaron haber mantenido tratos con el diablo no fue por propia voluntad, sino debido a las violentas amenazas y torturas que habían tenido que sufrir a manos de la autoridad local que actúa en nombre de fray León de Araníbar, abad del monasterio de San Salvador de Urdax, después de que el sacerdote de Zugarramurdi pusiera en su conocimiento la delación de la joven francesa. —¿Hablamos de navarros? —Así es, concretamente de un puñado de hombres y mujeres de las distintas villas que se asientan en la región de Xareta, cercanas a la frontera con Francia —contestó con firmeza mi interlocutor—. Una de las acusadas, de las que vinieron por su propio pie acompañadas de un guía, es una afamada sorguina de Zugarramurdi, de nombre María Txipia de Barrenetxea. Le acompañaban sus sobrinas, María y Estebanía de Yriarte, también Joanes de Goyburu, el amancebado de ésta última —concretó—, su padre y un joven llamado Joan de Sansim. Estos últimos viven en Arraioz. —¿Y cuál creéis vos que es el verdadero motivo que les ha empujado a viajar hasta Logroño? —me interesé. —Mi opinión es que los muy ladinos quisieron adelantarse a su inminente detención presentándose aquí con vanas excusas, tal vez para restarle importancia al asunto. Sabían, de antemano, que no iban a poder escabullirse del rígido interrogatorio del brazo secular. No olvidemos que se les relaciona con las cuatro acusadas enviadas previamente por fray León de Araníbar. —¿Sabéis como se llaman esas cuatro mujeres, las primeras inculpadas? Siempre he pensado que es más fácil y honrado llamar a la gente por su nombre, sea o no culpable de algún delito. —La primera que fue denunciada se llama María de Yurreteguia, que es esposa de un molinero de aquellos pagos y ama de la criada que efectuó la delación. Las otras tres son María Pérez de Barrenetxea, hija de la susodicha María Txipia, así como Joana de Telechea y Estebanía de Navarcorena, la más vieja de todas. —¿Y decís que los otros inculpados, la sorguina, su hija y demás deudos, vinieron a pedir recuesta de sus propias acciones? Quise retomar la conversación de un principio, no en vano aquel detalle implicaba una conducta bastante extraña, pues nadie que fuese culpable de un delito acudiría personalmente a la Santa Inquisición. No tenía ningún sentido así. —Sí, en efecto —el propio fray Gaspar pareció comprender, durante breves segundos, lo paradójico y extraño que resultaba la decisión de aquellas gentes—. Aunque ya os he dicho antes que los vecinos los acusaron de mantener tratos con el diablo, de ahí que se allegasen a Logroño para declamar su inocencia antes de que fueran requeridos por los del brazo secular. Lo que no se esperaban, es que el guía que los había conducido desde Zugarramurdi fuese llamado a declarar ante don Alonso. ¿Y sabéis lo que este rapaz le dijo al decano? Que efectivamente eran brujos, y que no había tribunal en su villa que pudiera condenarlos —Reflexivo, juntó las yemas de sus dedos—. La verdad… pienso que tratar de confundir a los inquisidores, con la absurda estrategia de hacerles creer que habían sido víctimas de la mala fe de sus vecinos, es una argucia propia de los servidores del diablo. No estaba de acuerdo con sus palabras, pues existía la posibilidad de que realmente fuesen inocentes. Sin embargo, no quise importunarle con disensiones ni con más preguntas, ya que había sido nombrado censor por el Tribunal del Santo Oficio y un nuevo


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interrogatorio, por improcedente, podría herir su orgullo y desacreditar la honorable labor que efectuaba. De ahí que le rogase que tuviera a bien conducirme hasta el despacho donde me aguardaba el licenciado don Juan de Valle Alvarado. Mostrándose algo más complaciente y servicial, el prior del convento me pidió amablemente que fuese con él. Me acompañó hasta el refectorio, que a aquellas horas albergaba al resto de los frailes descalzos acogidos a la Regla de San Francisco. Nada más verme llegar, dejaron de comer las verduras hervidas de sus escudillas, un frugal alimento que marcaba el final del día y la necesidad de acudir cada cual a su celda en busca de descanso y oración. Más de un centenar de miradas analizaron cada uno de mis movimientos según me adentraba en la sala. Respetuoso, fui saludando con corrección a todos aquellos comensales que encontraba en mi camino, y estos, a su vez, me devolvieron la venia para luego seguir comiendo como si mi presencia en aquel lugar ya no fuese motivo de extrañeza. Fray Gaspar me indicó un asiento vacío al final de las mesas colocadas en hileras, diciéndome que habría de aguardar la llegada de los inquisidores del Tribunal junto con el resto de los hermanos, pues ya era demasiado tarde para mantener una conversación cuyo eje central giraba en torno a los prosélitos del diablo. Pronto comprendí que no estaba dispuesto a satisfacer mi deseo de hablar cuanto antes con don Alonso Becerra, o en su defecto con el licenciado don Juan del Valle, por lo que accedí a la invitación obligado por las normas de caridad y cortesía que se han de guardar en un convento. No tenía otra elección, ni fuerzas para oponerme a su laudo. Al cabo de unos minutos, poco después de que los seglares del servicio doméstico colocaran ante mis barbas una escudilla pobre de alimento y un cucharón de madera, dos hombres entraron en el refectorio arrastrando consigo el insoportable hedor de las mazmorras. Eran ellos: don Alonso, decano del Tribunal del Santo Oficio en Logroño, y el licenciado don Juan. Seguí comiendo, ignorando su aparatosa entrada en la sala porque, ciertamente, no era el mejor momento para las salutaciones. No obstante, por el rabillo del ojo pude ver cómo el prior se acercaba a ellos para acompañarlos hasta sus asientos y de paso advertirles de mi llegada, poniendo en su conocimiento, de forma escueta y sutil, mi apremio por formalizar una audiencia con los demás miembros del Tribunal. Al pronto me dirigieron una fugaz y ensoberbecida mirada que para nada resultó de mi agrado. Tuve que aguardar hasta el final de la refacción antes de poder dirigirles la palabra. Fray Gaspar se encargó de las presentaciones. Don Alonso de Becerra, ataviado con el hábito distintivo de los Alcántara, se dirigió a mí con respeto y cortesía. Era éste un hombre de faz austera y mirada crítica, con una frente pura en forma abovedada. Tenía la nariz ligeramente aquilina, y sus pómulos y mandíbula parecían unirse en un solo trazo. Era de preclara inteligencia, aunque debido a su soberbio carácter a veces resultaba distante en el trato y altivo en las formas. En cuanto a don Juan de Valle, su arrogancia personificaba el fanatismo del ser humano y la hostilidad de la vida. Su cuerpo era atlético, con cierta tendencia a las formas rudas y cortantes propia de los soldados al servicio de Dios. Abrupta pelambre coronaba su entrecejo, de donde le nacía una nariz de pico corvo como las que poseen los pájaros de presa. La suspicacia anidaba en sus ojos, de un color grisáceo casi fantasmal. La impresión del conjunto era de seriedad y dominio.


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Supe desde un principio que nuestros caracteres no habrían de congeniar, pues resultó ser un hombre firme en sus ideas inquisitoriales, incapaz de ver más allá de su propio criterio. Y ya se sabe que cuanto más nos empecinamos en querer llevar la razón, más se aleja ésta de la verdad. Y yo, por encima de todo, siempre he defendido la imparcialidad de juicio. Honeste vivere, naeminem laedere et jus sum cuique tribuere, que es el principio filosófico del Derecho, según el jurista romano Domicio Ulpiano. Como si ambos quisieran poner a prueba mis conocimientos en materia de fe, iniciaron una conversación bastante controvertida —a mi parecer— mientras recorríamos los umbríos corredores del convento camino de nuestras habitaciones. Obviando el hecho de que mi nuevo nombramiento me colocaba a la altura de las labores que ellos mismo realizaban en el Tribunal del Santo Oficio de Logroño, y que por lo tanto no estaba sujeto a sus requerimientos inquisitoriales, solicitaron mi opinión sobre la síntesis de los problemas filosóficos más discutidos por el Tomismo —fe, razón, creación y política—, y su posible vinculación a las heréticas ideologías propugnadas por hugonotes y demás reformistas. Yo, que siempre me he acogido a la discreción en lo que respecta a los asuntos teológicos, máxime si el oyente busca en mis palabras un motivo de crítica con el fin de desprestigiarme, les dije que la filosofía es la ciencia de las totalidades. Añadí que su función y significado incluye el orden divino del mundo, por lo que no debíamos tomarnos con frivolidad las influencias platónicas y aristotélicas plasmadas en los escritos de Tomás de Aquino, pues su teoría del conocimiento se basaba en la experiencia sensible del ser humano y finalizaba con la abstracción; a través de la cual, el hombre podía adquirir el discernimiento de lo universal y llegar a comprender el conocimiento infuso de Dios. Por suerte, la plática duró hasta que llegamos a nuestras respectivas celdas, situadas una al lado de la otra. He de reconocer que el tema de conversación no me inspiraba ninguna confianza. Además, me sentía demasiado cansado como para seguir debatiendo cuestiones filosófica, cuando la verdadera obligación de mis colegas era la de ponerme al tanto de las acusaciones vertidas sobre los inculpados por brujería, y no acuciarme con sutiles interpelaciones. Cuando les pregunté por los acusados, me dijeron que ya habría tiempo de hablar con tranquilidad al día siguiente, pues ahora necesitaba descansar de mi largo viaje. No quise insistir. Hubiera resultado inútil. Aquellos hombres sólo se escuchaban a sí mismos. Mal comienzo el nuestro.

Patrick Ericson, seudónimo de José María Fernández-Luna (Alhama de Murcia, 1962). Ha publicado ocho novelas, algunas de ellas traducidas al portugués. Sus últimas publicaciones son Objetivo: Adolf Hitler, La memoria de Lucifer y Maleficium, sobre el caso de las brujas de Zugarramurdi. Su próximo proyecto es Anochece en Irak, sobre la guerra de Irak.


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A HOSTIAS Fragmento de la novela de Claudio Cerdán El país de los ciegos, Ilarión, 2011.

En una ocasión me dijeron que, cuando una chica te da dos besos, es como si el novio te diera con la polla en la cara. Viendo la zona de marcha de Alicante, debo rendirme a la evidencia de tan sabias palabras. La zona del puerto tiene un centro comercial que sobrevive gracias a las discotecas. Las abren de miércoles a domingo en invierno. En verano no cierran. Tienes para elegir: música electrónica, pop español de siempre, rock duro, bachata sudaca y la mierda pegadiza del momento. Los garitos se reparten la clientela. El Di´Napoli se llena de pijos y tienen gorilas de porteros, mientras que en la puerta de al lado sólo dejan entrar a los extranjeros anglófonos. El lugar es una suerte de isla artificial de forma rectangular. A la izquierda y de frente te encuentras con el agua estancada, mientras que por la derecha se pueden ver las ratas que salen de la parte en obras de un hotel. Y a mi espalda, la ciudad se oculta tras una máscara de tranquilidad, con el Castillo de Santa Bárbara convertido en un nido de drogadictos y mendigos. Algunas postales turísticas tienen esta estampa, Alicante de noche, y hasta parece agradable. En la calle, el ruido de los diferentes antros se mezcla con el olor a fritanga de hamburgueserías y turcos. Hay mujeres viejas y jóvenes, pero todas llevan poca ropa y un séquito de borrachos a sus pies. Ancianas muy maquilladas pervirtiendo a pipiolos, chulos de gimnasio luciendo tatuajes y dos prostitutas vendiéndose ante la atenta mirada de su proxeneta. Es curioso, pero las putas enseñan menos carne que las demás chicas.


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Hay unos aseos públicos que casi nadie usa. Una buena meada al mar o regar las palmeras parece más apetecible a esas horas de la noche. Camino hasta ellos. Llevo zapatillas por si hay que patear cabezas y la correa sin pasar por las agarraderas de los tejanos. Incluso me he puesto camisa. Dentro, el suelo está inundado de orines mezclados con barro. Los charcos son negros y chapoteas al pisar. Encuentro lo que buscaba a la primera. No hace falta ser Einstein para conseguir droga en Alicante. El camello lleva colgada la etiqueta y hasta señales luminosas. Está apoyado contra la pared, junto a un colega. Tiene ese aire de superioridad moral que tanto se ve en la trena los primeros días. No debe cumplir ni los veinte y ya juega a ser peligroso. Robas las ruedas de una moto, haces cuatro graffitis y ya te crees el puto Al Capone. —Oye, ¿tienes algo para mí? —pregunto. Pupilas dilatadas, la mandíbula le baila de un lado a otro. Se mete las manos en el bolsillo y las deja ahí. El amigo mira hacia todos lados, haciendo ver que vigila. Es absurdo, porque en el aseo hay otras tres personas meando. Las transacciones se hacen a cara descubierta y a nadie le molesta. —¿Qué quieres? —dice por fin. —Medio pollo. —Los vendo enteros. 60 cada uno. —¿De dónde lo sacas? Ni se mueve. —¿Eres pasma? —Soy tu amo y señor. Le achico hasta que mi pecho toca el suyo. Se miran sin entender nada. Agarro al otro del brazo y aprieto con fuerza. Me empujan y a punto estoy de caer al suelo resbaladizo. —¡Que te den por culo, gilipollas! —grita. —¿Quieres que te rajemos, mamón? —añade el otro. Sin hacerles el menor caso, avanzo de nuevo, esta vez hacia el amigo. Llevo la mano izquierda extendida, como para tocarle. Cuando la tengo a escasa distancia de su polo de rebajas, me la aparta de un nuevo empujón. —¿Pero qué coño te pasa, capullo? —dice. Si fuera listo se habría dado cuenta de mis intenciones. Mientras su atención se centra en la zurda, le lanzo un directo con la derecha. El pómulo se quiebra y él cae sin sentido. Un par de borrachos salen del aseo a escape. Otro termina de echar la meada contemplando el espectáculo por encima del hombro. El camello ni se mueve. Observa a su colega sobre los meados. Soy varios palmos más alto y tengo dos veces más cuerpo. Me apoyo en la pared, arrinconándolo con los brazos. Acerco la cara a la suya para que pueda oler mi aliento. Suda como un pollo, pero no de miedo. La palidez de su piel se acentúa por la luz fluorescente.


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—¿Por qué discutir si lo podemos resolver a hostias? —le digo. —Joder, te has cargado al Choto. —Al Choto le va a doler la cabeza un rato largo —le obligo a mirarme al ojo—. Pero tú pareces más listo. Así que dime dónde cojones está tu jefe. Traga saliva. —Claro, tío. Eso está hecho. Intenta dar un paso para salir, pero le clavo la mano en el pecho. Su espalda choca contra los azulejos. —¿Dónde coño crees que vas? Me mira con ojos acuosos. Parece darse cuenta de la situación. —No me hagas nada, tío —suplica—. Está aquí al lado. Sígueme y te llevo hasta él. Le agarro de la colleja y le empujo a la puerta. Temo que salga corriendo y no sea capaz de seguirle. Estoy viejo y mi resistencia ha menguado. Lo que antes era músculo ahora está recubierto de grasa. La barriga apareció hace unos años y se niega a marcharse. Así que si este capullo intenta escapar, más me vale que se choque contra la multitud, porque si no la habré cagado. Nos dirigimos al Di´Napoli. Engancho al camello del brazo. Cuando estamos a punto de entrar, el portero me detiene. Negro, gafas de sol, auricular en la oreja. No dice nada, sólo me aparta. —Las zapatillas —indica el camello—. Sólo puedes entrar con zapatos. —¿Es una broma? —No, tío. Miro al gorila. Carne de mancuerna, pinchazos de esteroides, músculos de complementos dietéticos. Muy efectivo de cara a la galería, pero poca fuerza útil. Es unos quince años más joven que yo. Me durará dos asaltos. El problema es el auricular. Si pide ayuda a alguien más, estoy jodido. Comienzo a perder la calma. Me empeño en sonreír. —Escucha, tengo que pasar. —No con ese calzado —sigue sin mirarme. —Es entrar y salir. Me están esperando dentro. No tardo ni dos minutos —ninguna respuesta—. Vamos, es un segundo. —Sin zapatos no puedes. Me caliento por instantes. Me aproximo a su cara de gorila. —No queremos montar un jaleo, ¿verdad? —digo. Parece entender la indirecta. Me juzga a través de los cristales oscuros. Estoy a punto de sacar un par de billetes para sobornarlo, cuando dice: —Dos minutos. No me hagas entrar a buscarte.


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Enseño los dientes. —Claro, jefe. Tú mandas. Pasamos. El local está abarrotado. Olor a sudor, alcohol y vómito. Hubo una vez en que yo también consideré que eso era la fiesta. Los niños de papá se divierten aplastados unos contra otros. Algunos van con gafas de sol, la mayoría tiene las pupilas del tamaño de monedas, todos van borrachos. La música es un bodrio, pachanga de la mala. Está tan fuerte que sólo se escucha un martilleo repetitivo. El camello me arrastra hasta la barra. La camarera está bailando entre vasos de cubatas semivacíos. Lleva zapatos de tacón y una minifalda que no le ha comprado su madre. Mi rehén le hace un gesto con la mano, la chica le dice algo al oído y señala a una esquina. No se despiden. Caminamos entre la marea de gente y me indica con el dedo a un grupo de veinteañeros. —Es el de la camisa blanca —dice a gritos para hacerse oír—. Se llama Silvio Cortés. ¿Me puedo ir ya? No quiero que sepa que me he chivado. Le pongo la mano en el cuello, pero casi no hago presión. —Espero que sea verdad —asiente con la cabeza como un loco—. Te he encontrado una vez. Puedo volver a hacerlo. —No miento, lo juro por lo que quieras, tío. Sé que es cierto, pero tengo que atarlo en corto. Está tan asustado que no creo que me la vaya a jugar, pero también va drogado, y ése es un factor impredecible. —Dile al portero que he salido por otra puerta —le empujo hacia atrás—. Llama a una ambulancia para el Choto y que no te vuelva a ver por aquí. Corre como si tuviera un cohete dentro del culo. Empuja a todo el que encuentra en su camino y desaparece de mi vista. Me vuelvo hacia el tal Silvio. Un crío, apenas media hostia. Alto, delgado, pelo largo, gafas. Tiene ese porte de chico listo que sabe que le respetan por el dinero. Se rodea de cuatro más como él, estudiantes universitarios metidos en negocios que le vienen grandes. El que más me preocupa es un mulato de casi dos metros. Lleva una camiseta de tirantes y marca músculo. Al contrario que el portero, este otro parece más un atleta profesional que un marica de gimnasio hinchado con creatina. Me ajusto la correa, hago crujir los nudillos y salgo a su encuentro. Cuando llego a su altura, aparecen otros tres con un gintonic cada uno. Son ocho, contando al café con leche. Me superan en número. Están cerca de un altavoz tamaño lavadora. Siento las vibraciones en los incisivos. —¿Silvio? —pregunto. Miradas bovinas, mandíbulas tensas. El mulato me planta cara. —¿Te conozco? —Tú no me interesas. Quiero hablar con Silvio.


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—Soy su secretario. ¿Qué coño te pasa? Reconozco su actitud. Me he comportado como él en infinidad de ocasiones. Godoy tenía muchos enemigos, y más de una vez tuve que abrir paso a patadas. Por regla general, mi trabajo consistía en supervisar los envíos, conducir, y, en caso necesario, cobrar deudas usando los puños. —Esto no va contigo. Me hacen el corro. Uno se queda con Silvio. Parecen divertirse. —¿Eres un puto secreta o qué? —Vamos fuera —ordeno—. Aquí no se puede hablar. Señalo con la cabeza, aunque no hace falta. Varios seguratas se pasean por la discoteca. Es fácil descubrirlos: moles con cara de malas pulgas y auricular incrustado en el tímpano. Silvio y sus colegas saben que no pueden organizar una gresca aquí. La tangana queda para la calle. Me doy la vuelta y salgo por una puerta próxima. El muelle está abarrotado de barcos, creando una maraña de postes sobre el mar negro. En esta parte, el olor salino del Mediterráneo queda reducido al de aguas fecales. Al fondo, una estatua parece andar sobre el agua con una tabla de surf. Desde aquí se ve una perspectiva de la ciudad a oscuras. Edificios recortándose sobre el horizonte y el Benacantil reinando sobre todo. A base de empujones, me conducen a una zona poco iluminada sobre un parking público. En los bancos de piedra hay restos de botellones. Vasos de plástico se mezclan con bolsas de hielo derretido y colillas de porros. El mulato sale del Di´Napoli. Viene solo. Silvio se queda en el refugio junto a otro más. Los chavales me increpan, pero está claro que esperan a su líder. Apenas tarda un momento en llegar a nuestra altura. —¿A ti qué mierda te pasa? —dice—. ¿No sabes quiénes somos? —Un rebaño de borregos que se creen lobos —como no creo que entiendan nada tan refinado, me pongo a su nivel—. Pasáis droga en un territorio vedado. El puerto tiene dueño. Se ríen. —Así que todo es por la farlopa. —Siempre es por la farlopa. —Mira, abuelo —el mulato me saca una cabeza—. Te doy la oportunidad de que te largues. Soy un tío razonable. —¿Y si decido quedarme? Está tenso. Cierra los puños. Los otros me rodean. —Entonces te tiro al suelo y te desangro a patadas, tuerto de los cojones.


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Reconozco una pelea a kilómetros de distancia. Primero te provocan para que recules, y después, cuando te tienen acojonado, muerden. Hemos llegado al momento de morder. Le lanzo un puñetazo en la boca del estómago y lo dejo doblado. Al instante me doy media vuelta y me tiro contra el primero que veo. Es un chaval con sobrepeso, pero no consigo que caiga al suelo, así que le engancho del cuello y lo lanzo en otra dirección. Recibo un puntapié. Uno se me acerca por el costado. Le agarro de la pierna cuando me va a patear la espalda y le devuelvo un cabezazo que le rompe la napia. El gordo se levanta, pero está gritando y le oigo acercarse. Le parto varios dientes de un codazo. Entonces el mulato se pone en pie. Ha recuperado el resuello y brama algo que no entiendo. Los tres que siguen enteros ayudan al gordo y al de la nariz rota. Son unos pringados, unos payasos sin huevos que no tienen nada que ver con los otros. Pero el que me preocupa es el mestizo y el pincho que saca del bolsillo. El acero brilla en su mano. Algunos curiosos se han acercado a ver la fiesta. Siento los latidos del corazón en las sienes, la lengua como una tira de cuero, los nudillos pelados. Sonrío y regalo mi mejor cara de cabrón. En apenas dos movimientos me quito el cinturón. Enrollo el extremo en la mano izquierda y dejo la hebilla colgando. —Vamos, tío mierdas —digo—. Vamos, joder. —Te voy a rajar, hijo de puta. Vas a mear sangre. Maneja el baldeo con soltura, pasándoselo de una mano a la otra. Sabe lo que hace y eso me preocupa. En sus ojos veo que quiere rajarme la cara, dejarme ciego. Se lanza hacia mí y yo hacia él. Ataco con la correa, pero está preparado desde antes y la para con la mano. Sube la otra y el filo me pasa cerca. Me he confiado. He estado lento de reflejos y casi pierdo una oreja. Viejo estúpido. Viejo estúpido y lento. Consigo cogerle la mano de la navaja y aprieto con fuerza. El mulato me golpea con el brazo libre. Se me hinchan las pelotas y embisto con el hombro. Cae al suelo con todo. Necesita dos segundos para saber dónde está y ése es su error. Se lleva un puntapié en la mandíbula. Le piso el cuello y la nuez cede. Sin aire, le pateo hasta que suelta el cuchillo. Entonces me arrodillo a su lado y le golpeo una, dos, mil veces, hasta que su cara se convierte en una pulpa sanguinolenta. La adrenalina hace que mis sentidos estén al máximo. Escucho gritos y pasos. Agarro el pincho y señalo a todas partes. Los amigos del mulato me tienen rodeado. Me falta aliento, tengo los brazos agarrotados del esfuerzo, el corazón me late a toda prisa. —Vamos, cabrones —les amenazo—. ¿Quién le pone el cascabel al Tuerto? Me insultan y blasfeman. Están eufóricos, deseosos de venganza, pero ninguno hace nada. Retroceden y me alejo de allí. Se vuelcan en su colega. Guardo la automática en el bolsillo y me abro paso entre la multitud hasta llegar de nuevo al Di´Napoli. El portero debe ver algo en mi cara y no dice nada de las zapatillas.


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No tardo en encontrar a Silvio. Está con un amigo con pinta de oligofrénico. Empujo a todo el que se interpone en mi camino y le engancho de los pelos. El colega se queda helado mientras me llevo al gran Silvio Cortés camino de los aseos del garito. Apenas se resiste. Le lanzo contra la pared. Está asustado y perdido. Trata de decir algo, pero sólo consigue un puñetazo en los riñones. Cae al suelo doblado de dolor. Le agarro por la camisa y lo arrastro hasta un váter. Le meto la cabeza dentro. Su peinado de cien pavos se ha cubierto de mierda, orines y hasta de un condón usado. Ha perdido todo signo de dignidad. Le aprieto el cuello con fuerza y lo tiro de nuevo al suelo. Piso su entrepierna varias veces. Me pregunto cuánto tiempo lleva llorando. —¿Me escuchas? —me arrodillo a su altura—. Responde, joder. Asiente. En su mirada se refleja el pánico que he visto en tantas y tantas ocasiones y que, a veces, me asalta por las noches. —Pues presta atención, capullo. El puerto tiene dueño. Vosotros os habéis metido donde no os han invitado, y aquí estoy yo para recordároslo. —¿Quién eres? —consigue decir. —Tu puto dios. A partir de ahora las reglas van a cambiar. Cuando quieras comprar droga, me pedirás permiso. Cuando la vendas, me darás una parte. Incluso si no la vendes me darás mi parte. Jódeme y la próxima vez no vendré solo. ¿Quieres que papá te encuentre flotando en el muelle? —se pone aún más blanco—. Has estado jugando con los mayores, ya sabías las consecuencias. —Sigo sin entender lo que quieres —balbucea. Le doy una bofetada. Luego otra. —Vais a cambiar de jefe. Me compraréis la nieve a mí y la venderéis aquí y en el campo de golf. Si os portáis bien, os daré una comisión y no te romperé las piernas —saco un papel arrugado del bolsillo con mi número de móvil y se lo restriego por la cara—. A las dos en punto de mañana vais a llamar a este teléfono. Como te retrases un puto minuto, más vale que sepas correr. Le empujo contra el suelo y su cabeza golpea las losetas. Me levanto y me voy. Salgo por una puerta diferente y me pierdo en la noche.

Claudio Cerdán (Yecla, 1981). Licenciado en sociología, escritor y guionista. Ha publicado El dios de los mutilados, Cicatrices y El país de los ciegos. Con esta obra fue finalista del premio Lengua de Trapo de novela y del premio Silverio Cañada a la mejor primera novela negra (Semana Negra de Gijón). Obtuvo el premio Novelpol a la mejor novela negra de 2011.


ÚLTIMA

Mª José Villarroya (Madrid, 1968). Licenciada en Filología Inglesa y Filología Hispánica, trabaja como profesora de Secundaria. Ha publicado en las revistas de poesía Dáctilo, y Ágora y en la serie Relatos de la Historia de Cartagena. Ha dedicado muchos años a la prensa juvenil y digital, obteniendo premios nacionales (Lobo de Oro 2003) y regionales (Mi periódico digital 2012). Finalista del concurso Rendibú en su edición 2012 y finalista semanal del concurso de microrrelatos Relatos en Cadena de la Cadena Ser en su edición del año pasado. La portada de Acantilados de papel es su primera incursión en el mundo de la fotografía El pasado diciembre de 2012, fue galardonada con el premio del certamen literario Carmen de Michelena, en Beas del Segura, Jaén.

Acantilados de papel regresará en septiembre de 2013


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