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Musicalidad de los tejados
Adolfo Marchena
Colecci贸n el Marsupial
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Edici贸n: Mayo, 2014
漏 Adolfo Marchena
Editor: Bubok Publishing S.L.
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Alguien: ¿Qué es el jazz? Duke Ellington: El jazz no es el qué, es el cómo.
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MUSICALIDAD
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Atraviesa el saxof贸n pentagramas en calidad de m煤sica sostenida que se injerta a los instantes. En un momento de la vida no basta con decir el agua esquilma se cayeron los anhelos y los focos de luz, quebraron las lentejuelas los brazos entreabiertos la seducci贸n del pensamiento. En un momento de la vida se renace como nota abstracta como verso alejandrino en catorce muertes residuales.
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A ritmo escoge el capítulo tapiado estruja el cerebro de la circunferencia escucha la deformación de la serpiente en tu vientre, los tentáculos de las avenidas ingiriendo los intestinos. A ritmo el sueño de dormirse sin calmantes, sin escafandras poliédricas, sin tostadoras incendiadas. Escoge, nada más escoge la fórmula del vino el indicio de los toneles.
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Tengo hambre, no de catástrofes interiores como cirios apagados baldosas en las acequias ropas interiores en los aspersores. Tengo hambre, en continuidad de saxofón se enroca la melancolía en el otro extremo de la alcoba como puta recién amanecida (limpia como una regata en el Támesis) como un cabrón alimentando a sus hijos con su propia orina y sus lamentos. Tengo hambre de comenzar nuevamente un día sin relojes en los mercados sin traficantes en las venas sin prejuicios en el acorde de las campanas.
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Para tocar un sonido, tienes que elegir‌ elegir la nota mås importante Miles Davis
Fuiste la reina de la fiesta con tus bragas amarillo limĂłn asomando entre la seda. Las copas martilleaban mi cabeza un brindis por su majestad la reina un brindis por los desahuciados un brindis por el exorcismo de Raimundo I un brindis por el desagravio del poeta. Fui el cautivo de tus fiestas adiestrado como tigre por el elĂĄstico cedido de tus bragas.
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Más tarde llegó la despedida que fue como lanzar sardinas a un cubo de basura en tu costado, como lanzar escupitajos al mar inundado propiedad privada de un censor robusto en leyes sentenciando al pueblo, al pueblo a la basura mientras de fondo sonaba Miles Davis y yo cumplía 200 días de arresto domiciliario.
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La sombra en el pavimento se arrastra como lombriz sue単o de verano en el teatro de los sue単os sue単o de verano en detrimento del suspiro. No escribir pensando en nada pensando en nadie no amar pensando en nada pensando en nadie. Sombra de saxof坦n incunable en la coraza donde las cucarachas se confunden todas con el mismo nombre bebiendo aguardiente con Kafka.
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De esta palabra queda arena erupciones ingratas de la piel salación de la fugacidad del cuerpo entre miradas de resaca. Más allá de la pleamar de calamares gusanos de seda que se antorchan a la muñeca como una historia reciente como una historia de dedos. De la patraña del verbo surge un silogismo de angustias y calma, de recelo y vértebras para no sumergirse en olas batientes en horas de anocheceres desprovistos de carne y pescado de estandartes bíblicos.
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Las noches se suceden en las largas caminatas del invierno de la bóveda, en procesión de austeras maneras de conformarse con un plato de sopa después del trabajo en el campo después de dispensar recuerdos cuando las hojas son vértigo y el estruendo de la tarde complace las alhajas de la soledad.
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A d贸nde llegar sin voz en la garganta con un anzuelo vivo que dispersa las vocales por las autopistas de la traquea, vocal de la resistencia sin paranoia reticente, no dormirse en la resaca de una ma帽ana sin disgustos ni abreviaturas cancelados todos los viajes hacia las vanguardias.
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En esta canción no serpentea un río de acordes disfrazados ni Caronte tiene a bien mirarte a los ojos. Uno se vuelve taciturno a medida que tropiezan los años, el jengibre caduco, la náusea de la existencia. Tal vez recordemos un verso una estrofa tal vez depositada en los años de la insatisfacción. Las persianas canalizan el aire donde mostramos el pañuelo ensangrentado, como un despertar a los músculos expropiados, la maquinaria muerta de la construcción, el esperma ovalando disquisiciones.
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La heroína de los tebeos la heroína de las herraduras Art Pepper con la mirada enquistada en un callejón sin muelas como perro apaleado, como sombra detenida en el abrevadero, los brazos formando bosques. Patricia en la cara 2 del disco mientras Stanley Cowell susurraba al piano: no es tarde para comenzar qué fue de ti en la cárcel, Art, aún conservas ese viejo dogo en tu antebrazo.
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Última palabra, último consejo la música tiene efecto retardante no la muñeca de plastilina que te hablaba al oído lentamente como madame de un cuerpo africano en la II Guerra Mundial. Cuando cuesta más encender un cigarrillo que apagarlo entiendes entonces que la plusvalía es algo que se aprende que las bujías son algo que se sustituyen al desgaste, que nada es todo en cuestión de segundos y arrojamos la última sentencia como vendaje en un hospital de campaña.
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Ese hombre esa mujer adolecen de la musicalidad de las formas, en todas partes las comisarías los cementerios los bosques de la infancia, en todas partes las sirenitas los gnomos los héroes de los cómic arrastraban el artículo entre las comisuras de los labios y Alan Moore en los 80 daba forma a nuevos personajes de ficción, la guerra fría en un huevo en una sartén friéndose como mantequilla derretida.
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En el siglo XXI las arrobas iban de la mano destrozando la musicalidad de la entrepierna. Había que decirlo así, había que decirlo en poemas de la resurrección en desfases de las constituciones en los huecos de los ascensores.
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Atravesaba una avenida invadida por los cangrejos la parada de taxis en la cercanía la cuerda del bajo rasgaba el hotel a donde se dirigía en forma de aguacero. Una tarde de principio de mayo el sol regurgitaba la melodía de una realidad insoportable. Fue entonces cuando sucedió todo. Se encontró con ella sin la lascivia de costumbre y supo ver el gris marengo en su sombrero
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y supo ver el suplicio de las escombreras y supo ver la carnaza de las bocas trashumantes.
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Teclear sin pensar en la mañana que nos abre los buzones, las cartas atrasadas de una vida en fuga, consumido el reloj en el último toque de campana de fin de siglo. La reiteración en los surtidores de gasolina el octanaje del recuerdo en parábola hacia la distancia de nuestros presentes enquistados en otras seducciones de océanos sin alambiques.
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Ciego recordando al niĂąo ahogado Ray se camufla en el blanco y negro entre las piezas de un piano efervescente y busca en vena la consecuencia de la nada. Perderse en ese olvido que acallan las fotografĂas quemadas en la hoguera. Un buscavidas atraviesa la calle no lleva monedas ni llaves en los bolsillos pero suena el candil en la noche derritiendo los ventanales recordando la tinaja de agua, el niĂąo ahogado como pulpo contra la piedra.
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Escupir al cielo como lluvia inversa entre cien fragatas que componen las olas del destierro. En el semáforo en rojo monsieur y madame -apenas hace una copa se conocenamartillean sus manos contra la guantera del encofrador de radios. Se escucha el claxon de un camión y las manos retroceden al volante. Arranca y la música dicta atropellos: “Debió ser una tarde de primavera cuando los escalpelos salieron a pasear cuando las muescas deshabitaron las habitaciones contiguas”
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Lágrimas de lagarto en torno al crepúsculo del libelo no escrito no descrito en la soledad de los muros de una cárcel. Piedra entre los dientes en la mueca del condenado que compone música batiente en el aislamiento de una celda. Los grandes animales del subsuelo asoman la cabeza entre algas y plegarias de un sacerdote que regala cañas de pescar que sostiene la fe con el alcohol destilado en las granjas en los campos de la siega en la memoria de los peces.
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Esta neurona revuelta en el plácido festivo se acongoja ante tanta pulcritud del entresuelo del púlpito, el sacerdote regalando homilías tan lejanas como el tambor de una novela, la película sobre la vida de un jazzista. No caer en la tentación de emprender a horas tempranas esa pieza mayor no caer en la pronta embestida del toro jadeando a tus espaldas cuando todo es de madera como templo budista o la nariz de Pinocho con la púa a punto de rasgar el firmamento y la corteza.
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Ensalivada la vida retuerces la cadencia de la respiraci贸n para contener el aliento imperfecto, la inmadura consecuencia del asesinato mudo. Fue en un tiempo de alianzas cuando el conserje te dejaba las cartas bajo el pomo de la puerta. La bajada de tensi贸n electricidad que transita por las estaciones de la noche. Y el punto final en la nota fuera del pentagrama la nota de los labios el hombre que se derrite como un polo y calienta sus ideas en la glo-
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balizaci贸n de las circunstancias.
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Hereje, mastodonte, el pensamiento acoge logaritmos todo en detrimento del ritmo de una partitura ajena a las voluntades mĂĄs fuerte la percusiĂłn agudiza como hembra los sentidos como macho atrapado en la herida. Atravesamos el polvo la blanca especie de motas tan inservibles como el verbo el primer contacto con el suelo lunar, la primera casaca del borracho, la resumida esfera del esquizofrĂŠnico.
(O el temor a la nada lo desconocido)
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Musicalidad en las farolas iluminando tenuemente las avenidas los barrancos las callejuelas sin salida. Vocales impersonales recorren el asfalto aún caliente, maduro como higo sureño. Un hombre no sale de su asombro cuando atiende al bando que proclama la guerra, la primera de las grandes guerras. Luego se supo, como se sabe que el carmín se desgasta, se pierde en la noche. Musicalidad de una luz en el jazz ulcerado, en los estómagos que retienen la mortaja, que juzgan a través de los intestinos la palabra el verbo la música de los serviles.
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Baja la escalera, guarda un blog en el bolso, la contraventana abierta una mañana de setiembre. Baja despeinada de un taxi en la confluencia de las acequias, anota sobre la barra mientras cuenta con los dedos hileras de soldados que suman veinte, por un alejandrino la composición de la receta que en acto de fe se encorva en la página calcificada. Cuenta con los dedos, sobre los labios el bolígrafo negro aturdido, olor a marihuana en el sótano. Cuenta con los dedos la sílaba perfecta para el verso final.
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Se perfila la mĂşsica, estridente como macho enfurecido, suena en mi mente el jazz e imagino la captura de la ballena a los ojos del pianista, nada mĂĄs lejos y el poema hilvanado como una verdad en el trapecio.
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Alguien supervisa la materia de los sueños como si fuese un sanitario que desinfecta inodoros. El miedo es un pasajero que atosiga, se incrusta en el medallón sin avisar de la existencia de un broche que colgarse al cuello. Tal vez para quedarse en el mismo sitio, tapa de alcantarilla en la séptima avenida, música soterrada en el sudor de la frente, gnomos en el jardín. Un escritor lejano, no el vagabundo que permutó su trompeta por un cartón de vino, un escritor que goza del derecho de pernada y
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anima a sus amigos a escribir salvajemente a escribir en la cueva, vacĂa los ceniceros de la Ăşltima tertulia y describe la composiciĂłn del miedo.
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No cambiar de sitio ante la amenaza de un cataclismo nuclear. Mirar al cielo por 煤ltima vez y dar la conformidad, las estrellas siguen las estrellas desaparecen. El vinilo en su cara B irrumpe los espacios con las baquetas. Hay ocasiones en que un solo hombre atesora la cara norte de la luna y el enigma brota. Confundir la pasi贸n con el miedo, la certeza
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con la disfunci贸n. Hay ocasiones en que el agua corre sin ayuda de los psiquiatras.
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Tal vez no sea necesario, en una escala en proporción directa al vacío de las calles esos días de invierno de farolas apagadas y niños mudos cerca de las calefacciones. Bill Holiday embriagada escribe siempre quise el gran sonido de Bessie y el sentimiento de Pops. En la soledad del ajenjo raciocinio y evidencia se atosigan, se anhelan las sonrisas los miedos la decadencia. Todo se olvida a la mañana siguiente, salvo la resaca y dónde dejó uno aparcada la camisa. Los inviernos transcurren lentos al calor del fuego, crepita el recuerdo. Una dama fotografiada en 1949 mira hacia el cielo, no deja de ser Lady Day, no deja de ser una escala en proporciones numéricas
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desatendidas. Como nรกufrago en el velatorio.
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DE LOS TEJADOS
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Sólo soy un trompetista. Sólo sé hacer una cosa, tocar mi instrumento y esa es la base de toda la confusión. No soy un hombre de espectáculo y no quiero serlo. Soy un músico. Miles Davis
Esa es la base de toda confusión, encontrarse fuera después de haber estado adentro, en el útero artificial donde el abecedario resulta un número insurrecto y los años un renglón de palabras malsonantes. Esta es la casa en la que habito. No tiene muros, candados que los niños abren con sus abrelatas.
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La casa donde nacieron mis padres y mis abuelos. AĂşn recuerdo el tejado rojo de la tarde, la estancia en un purgatorio amarillento como calendario de la retaguardia, el sonido metĂĄlico de una radio que anunciaba el calor o la desidia.
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Fotografía desenfocada en el corredor de la muerte asesinando al transeúnte con el fuego de la hoguera. Serpientes de la primavera reptan al híbrido concepto del mate, sepia, el colorido de lo que fuera. Llega el presente bajo los tejados, bajo la efigie de Pollock trasquilando borracho la corteza de un árbol.
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Pollock lamiendo un árbol la muerte arracimada, la niña buscando un jarrón chino tan falso como una moneda del jurásico. Las líneas del cuadro cayendo a borbotones como el alcohol de Pollock la última noche que esbozó neuronas a 130 km. por hora en la soledad de una carretera cuyas curvas de serpiente negras blancas rojas azules de bosquejo.
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La farola apoyada contra la botella una noche de novias, ataúdes de linóleo al dictado de un poeta que lee la prensa entre pájaros de la conjugación de la perífrasis de la conjura, escribiendo artículos de un tiempo que no existe, de la inexistencia de los andamios, vida y posesión en la cuerda floja del subconsciente.
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Al otro lado de la cuerda atrapa el buscador de escorpiones ceniza de chamanes, longevidad en la luz de la ma帽ana un d铆a desatento como otro cualquiera, buscando en los titulares de prensa alcanfor bajo las tejas grises, conversaci贸n nonata que s贸lo transpire hechuras de la carie en la palabra.
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El sol bordea el alerón secante de los pecados capitales, la circunstancia bloquea la respiración y el rojo toro sobre el ruedo del laberinto. Pudo ser el rey de Alejandría, la puta de Damasco, el carpintero del Gólgota pudo ser la desviación de un pensamiento buscando el equilibrio estandarte de la razón desnuda, penitencia del labrador que abona los campos con polvo de ladrillo.
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Mirada de ladrillo para confirmar la aspereza de los conflictos guerra en la palabra el verbo la proclama del cese de hostilidades. Nadie quiere empujar el carro de la compra despuĂŠs de las trincheras. Amanece en el polvo blanco de la carretera alguien revuelve las guanteras y encuentra un revolver la cuenta atrĂĄs de la ruleta rusa.
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La vida como ruleta rusa una bala en la recámara para cerciorarse del segundo que anticipa las tempestades. El tiempo relámpago yermo de enfermedad en la clavícula anunciando la longevidad de los saurios en las vías, la indiferencia del beso en los andenes. El agua baja rodada como canto de piedra entre las cañerías del musgo y la indiferencia. La imagen y el miedo cabalgando en el cuadro ovillado en el Renacimiento como nota aclaratoria hacia el hombre y su propuesta.
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Filosofía en estaciones impares juzgan los terremotos las consecuencias del enfado. De fondo la cortina tras la ducha el café de media mañana. Razón y fe explicaba el poeta bajo los alambiques prohibidos, demagogia en libros pretéritos alumnos que escapan de las aulas para juzgar el terciopelo. Si algo existe ha de ser bajo la voluntad de ser; si algo no existe nos inventamos la travesura y cruzamos los océanos mintiendo de refilón una vez más. Filosofía que no canaliza el juego ni el sentido de la prioridad hacia las causas de un hombre justo, la orfandad última antes de acostarse sobre almohadas de plata.
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Musicalidad de los tejados. como masturbación ajena de acontecimientos presentes. No existe la causa ni lo efímero. Musicalidad en la danza de los tejados por momentos las yemas de los dedos teclean escriben acarician susurran. La madame de la mano dueñas del mundo perceptivo donde las ratas cardan lana y las fábulas del mundo onírico regentan las taquillas de la música, las palabras, los cuadros, las caricias del eterno retorno. Musicalidad en el cuello que gira involuntariamente, de los tejados que fueron cobijo, ciertamente, a pesar de las goteras.
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Había que decirlo, tal vez gritarlo, anunciarlo en prensa como sulfato de potasio. Los muertos decidieron hablar, los suicidas explicaron la causa el efecto que produce la incredulidad. Había que decir que el artista toma nota como camarero de verano que las formas de la escultura no guardan simetría con la boca de La Gioconda. Había que decir que bajo los tejados habitan golondrinas y que no todos los hombres miran hacia el cielo, salvo en determinados eclipses que precisan de cristales rotos.
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Esperando un gesto desde el cielo provocando sueño en las parejas que se ovillan en los cines, distanciando las líneas de las manos. El tocadiscos se detiene en rojo en la suspensión del diálogo entre padre e hijo. Generaciones que se transmutan se intercambian los conceptos una nube pasa y lima el aire, es hora de acotar la migración de las ideas y los barcos de vapor de encender las teas y las antorchas iluminar los estrechos pasillos de la historia no apergaminada.
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Las horas caducan se tiñe la diligencia se quebranta en los portales como aves ateridas por el frío caucasiano. La danza es esa malograda eternidad de las extremidades del circunloquio helado. El señuelo para alcanzar la bula, la certeza de sentirse vestido, la proclama de las horas que nunca llegarán al reloj de los campanarios oxidados.
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No jugué al dominó en domingo no me pegué un bigote postizo para ir a la iglesia ni arrojé sal en las vías del tren. En Alabama estaba prohibido como un cartel de Massias que anunciaba vino californiano. Encendí el tocadíscos en mi habitación azul abierta a los obstáculos y puse un vinilo de Bill Evans. El jazz emergió como flecha que indaga en las manzanas y escribí a ritmo de armónicos
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poemas s贸lo de mi futuro no industriales sin mezclas de celulosas ni prohibiciones.
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Preciso como acorde de jazz en mi habitación azul Picasso partitura de una noche que no esconde notas firmes atraviesan mi coraza vulnera la responsabilidad del niño educado en internados crueles donde el pan se mojaba en agua. No pretender el poema con baberos tomando plácidamente una comida como poeta aburguesado en el alejandrino, atacar todas la bases de la plenitud adolescente del verso, asumir hasta el último riesgo como piano incivilizado que arranca el propósito de la mano en música de jazz que evoca al poema.
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Son lentas estas manos que dulcifican la materia, el barro formando la figura como poema en la base del jazz, Pepper olvidando el metal de los barrotes de nuevo en la calle ovillando pentagramas. Son dulces estas manos que acarician la plenitud de un d铆a donde los soldados arrojaron sus bandoleras, sus cartucheras y la luz de cobre ilumin贸 el escenario.
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Alguien cree en la soledad de las estrellas la deformación de los volcanes en planetas extinguidos, el número primo estrangula la fórmula matemática de la precisión y una tortuga se retracta en su envoltorio. Las líneas de la mano esconden la vida del compositor que me devuelve la inspiración después de tres lustros comiendo octavillas del cuerpo rojo de la revolución.
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Todo es silencio, plenitud en esta hora donde Marsalis compuso una suite dedicada a mi ciudad. Me adentro en el poema como en la juventud de mi propia incertidumbre salvando las distancias transformĂĄndome en mĂşsica, el tiempo se detiene en la palabra y las notas, composiciĂłn de los aleros que me protegen del agua de mi propio linchamiento. La ciudad que me vio crecer y tantas veces alejarme para regresar siempre como Kavafis.
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El destino está siendo amable conmigo. No quiere que sea famoso demasiado joven”. Duke Ellington
Contemplo la fotografía en b/n the Cotton club en Harlem Duke Ellington seduce al piano en los clubs nocturnos compone música miles de pedacitos de papel que se perdieron como arena quebrada. Se acerca a mi escritura como un pulpo me sostiene con sus tentáculos escapo de mi propia obligación de mi falsa
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necesidad de agradar al mundo escribiendo para adentro en una libreta que se perderĂĄ en la nada participando del ritmo del jazz bajo un techo con forma de tejado en uve como una pagoda vacĂa.
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No es necesario explicar que la juventud fue por otros derroteros. Las bandas olvidadas las piedras que caían sobre tu cabeza cercana la charca de las ranas. Uno pretendía la fama como principio básico de la existencia elixir para envejecer pausadamente falsa propuesta hacia la pedantería. Los años entierran a uno en la creatividad indecisa como masturbación de letras y los signos en contubernio con tu alma te convierten en ese solitario que sólo cohabita con el café de la mañana, si acaso, con un amigo disfrazado de Miles Davis que te corrige los poemas a última hora y te dice: no es necesario el uso de los alam-
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biques, salva tus versos antes que el alma.
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Bajo el último pistoletazo de salida los dedos olfateando las bóvedas como cálida estampida de búfalos el derribo de las suposiciones para no doblegarse de paja y heno. Sentirse dentro del esbozo de la creación participando de la tala del pensamiento en lugares donde el arca fue bíblicamente expuesta a la tempestad de cuarenta noches. El joven Wynton Marsalis tocando la trompeta junto a su padre, descifrando un pentagrama con los restos de la última llovizna y todos los animales arracimados antes del diluvio.
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La constante hacia esa recreación que es el poema a resultas de la música que parpadea el aire y se detiene. Plagas de suposiciones para hacer de ti el indeseable caduco apóstata impostor, romper el molde de un manotazo y adherirse a la liga de encofradores que trafican con la sentencia última donde la firma está falsificada. Dejar constancia en la palabra el hecho circunstancial de ser el prófugo de los linchamientos, escribiente que no jalona ni determina la sucesión de los fotogramas en b/n.
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Me siento en una silla ocupada por el peso del humo satisfago la necesidad primaria de compartir los diccionarios de una interpretaciĂłn en Casablanca. Las luces me devuelven a la realidad al mar tortuoso de los proxenetas regreso a los amores que me odiaron despuĂŠs del Ăşltimo escorzo del poema.
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La voluntad de extraviarse en una isla polif贸nica de acordes tenues, la sensaci贸n de tenerlo todo amarrado. Hablar de amor una noche de setiembre bajo las estrellas del planetario. El amor resulta en ocasiones ingrato como el insulto de un justiciero en vacaciones jugando al tenis rompiendo las cuerdas de la mandolina. El amor apergaminado donde parten los insectos en procesi贸n en busca de recambios para los tractores de la trilla.
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O no decir nada o decirlo todo, cambiar de agua la baĂąera donde habitan los cangrejos. donde el jazz rompe esta monĂłtona secuencia a no encontrar el pulso del maniquĂ la garra del leopardo.
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Acepta el veneno en tu cuerpo los filamentos de la amanita la cicuta el amoníaco la combustión de las cañerías. Espantapájaros de la modernidad que recela del libro no escrito la idea de convertirse en ánfora. El hombre celebrando sus victorias cadalso de la idea donde el fuego traza sus virtudes, el hombre temeroso de su propia esencia. Aceptar la musicalidad como norma disidencia al éxito malogrado acostumbrar el cuerpo al veneno la vida es mitad costilla mitad carne en el plagio de los años.
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Entremeses en el patio de butacas los focos apagados una eternidad abraza la sustancia del pecado el hombre contra sĂ mismo en busca de su origen. Cancerbero aguardando el regreso de un cartero que esconde todas las cartas como un tahĂşr en la ruleta de la tierra yerma.
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Charlie Parker, Paul Desmond, Dizzy Gillespie, Thelonious Monk improvisación de modos y escalas en 1950 el contubernio de músicos escritores pintores ambiente de sudor y humo olor a saxofón y madera. El papel en blanco ascendiendo hacia el verso el esbozo. Se escribe igual que se escucha a ritmo la melodía perdurará ahora que las mariposas disecadas cuelgan de la pared y los niños arrojan partituras a la guillotina.
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Confianza en el útero recreo del acorde que evoluciona en diapasones y acantilados. naturalezas muertas fotografías y cuadros remando hacia la voz como un aullido en el poema generación de John Clellon Holmes reuniéndose en los clubs en veladas melódicas tomando cerveza aguada en noches de pizarra.
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No detenerse, como principio ante la soledad arrancar la desgana la no participaciĂłn de la enseĂąanza. Encender el tocadiscos y reposar el vinilo el jazz arrancando Ăşlceras no detenerse ante la desgana el hastĂo dulcificar la entrada a este manicomio de palabras configurar el verbo sin elementos psicoactivos.
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Concluir con un decibelio la relación que pretende ascender cimas de alabastro palacios encorsetados en el medievo la danza de los tejados cumpliendo el ritual de los ascensores cuando los puertos apagan amarras y todas las leyes desquiciadas como niño huérfano sin caridad se agolpan a babor en el subconsciente de la temeridad un día más allá de los relojes y las mismas leyes que enfundaron el saxofón caen perpendiculares por la cascada de arpegios que susurran las paredes.
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Impreso en Espa単a, 2014
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Otros t铆tulos de la Colecci贸n el Marsupial.
1- La Mitad de los Cristales 2- Reloj de Arena 3- Una semana de arresto domiciliario 4- Tarde de Moscas
https://www.facebook.com/marchena.adolfo
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