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REVICIONES Arantxa Oteo
Ésa no es mi peli que me la han cambiao...
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REVICIONES Ésa no es mi peli que me la han cambiao... de Arantxa Oteo
2012, Ebookprofeno ebookprofeno.blogspot.com ebookprofeno@gmail.com Colección: Sendero Ideólogo Editorial: Felipe Zapico Alonso. Diseño y maquetación: Sol Cabañas Arias Depósito Ilegal: 3-2012 Imprime: Cada uno el suyo Libre 100% de cloro e I.S.B.N. Verano, 2012 Reconocimiento - NoComercial - SinObraDerivada (by-nc-nd): No se permite un uso comercial de la obra original ni la generación de obras derivadas.
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Índice Prólogo...................................................................................5 Franky y yo ........................................................................7 Zamponstein ........................................................................15 No vi a Dyc ......................................................................23 El hombre tranquilo; y la mujer nerviosa ................33 El último trago en París .............................................. 45 El escorcista ......................................................................53 Mujeres al borde de un ataque de pernios .............61 Black Christmas, o para ser politicamente correctos, Afro-American Christmas .......................... 75 Historia de una ninja ......................................................87 El aparcamiento ............................................................... 97 Historias de Pili y Delia ........................................... 107 Tu pie izquierdo .............................................................117 Murieron con las batas puestas ................................123 ¿Qué ocurrió entre tu padre y mi madre?..............133 ¿Qué le pasa a éste, doctor? .....................................143
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PROLOGO Claudia M. Capel
La palabra del escritor nace en la mirada, porque un pájaro le recuerda un amor, cuando un gesto se parece a alguien o si un paisaje le llega al alma, así las palabras entran por los ojos, recorren las emociones, la sangre, el tiempo personal y bajan hasta las manos del autor para regalarnos un texto o un poema. Si la mirada es de Arantxa Oteo, en lo escrito habrá un corazón de mujer, ingenio, trastiendas y sobre todo, libertad. ReviCIoNEs es otra visión del cine a través de películas que ella ha elegido para NO contarnos películas NI hablar de cine, las ha elegido para anotar sensaciones y convertirlas en experiencia personal. Todos conocemos ese sentimiento de meternos en las películas, transportarlas a nuestra vida, quedarnos con una escena para algún sueño, identificar personajes con gente que nos rodea, ser el héroe o la heroína por unos minutos, mientras nadie nos ve.
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Lo primero que se reviciona es el título de las películas, ese nombre que las traducciones y doblajes casi nunca respetan y Arantxa transforma con humor y retruécanos en un juego con el lector. Luego aparecen las anécdotas, lo cotidiano, los detalles, instantes hilados con recuerdos de cine. Este libro de aventuras fue escrito por una poeta por eso entre relatos y confesiones, se le escapa “El último trago en París” que es pura poesía, y aparece mamá, el eterno amor. Cuando Arantxa se monta una película, quizás al alba, con la armadura diaria, el yelmo que salva sus ideas del espanto, lanza en mano cargada de tinta y sueños, se vuelve una quijota. Tiene esa ternura cervantina, la ingenuidad y el valor de decir lo que piensa, la música del lenguaje amigo, la palabra cercana, y tiene, sobre todo, la alegría de la libertad. Un ebookprofeno no se lee, se toma y este libro te alivia el alma, te acompaña, te divierte, te trae recuerdos y te invita a dar un paseo por algunas pelis mientras pasa la vida y todo cambia, menos el corazón.
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F RANKY Y YO 7
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F RANKY Y YO Esta revición se inspira en dos grandes películas de terror de los años 30 de la Universal, Frankenstein y La Novia de Frankenstein, esta última considerada por muchos la obra maestra de la productora en esa década y seleccionada por muchos críticos entre las 100 mejores de la historia por su calidad narrativa, su cuidada estética (incluidos los efectos especiales, muy innovadores para la época) y las interpretaciones, más propias del estilo europeo que del americano. Colin Clive, como el Dr. Frankenstein, y Boris Karloff, haciendo el papel de la criatura, protagonizaron las dos películas, mientras que en la segunda se sumó la gran Elsa Lanchester como “la novia”. Otra magnífica película, De Dioses y Monstruos (dirigida por Bill Condon e interpretada por Ian McKellen y Brendan Fraser) recrea los momentos finales del director de ambas, James Whale.
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Nuestra primera cita prometía mucho; yo estaba junto al río, deshojando unas florecillas silvestres, arrojándolas al agua como una Ofelia un poco tristona y melancólica y, de repente, vi su reflejo formándose entre las ondas que hacían los pétalos en el agua... No podía imaginarme que ese espejo juguetón iba a desvelarme el rostro del que enseguida sentí que sería el hombre de mi vida. Mis cabellos se erizaron cuando, lentamente, me giré y me encontré con su imponente figura, cuando noté su delicado tacto en mis manos, esos ojos suyos que me traspasaban, su rostro sereno, su cuerpo fuerte y acogedor y esa mirada suya que evidenciaba su fina inteligencia, toda su sensibilidad y esa belleza interior que lo inundaba todo y que transformaba ese día que había empezado gris en un derroche de arco iris. Pero fue sobre todo su voz lo que me enamoró; la voz de Franky me acarició y me estremeció cuando abrió sus labios para decirme eso tan bonito y delicado de “hasta este momento no sabía
qué hacer con mi vida y acabo de descubrir que todo ha tenido sentido porque al final del camino estabas tú”. Caí rendida entre sus brazos y mientras me hacía suya me susurraba al oído
“strangers in the night / to lonely people we were strangers in the night...” mientras yo gritaba de placer eso de “fly me to the Moon / let me swing among the stars / let me feel what spring’s like on Jupiter or Mars” al descubrir ese dulce secreto de la vida que Franky me regaló. Quisimos sellar nuestra eterna unión con un beso tierno, cálido, lleno de luz: yo siempre sería suya, él siempre sería mío, forever and ever...
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Desgraciadamente, esa promesa no ha podido hacerse realidad como a los dos nos habría gustado: él es para el mundo y yo no puedo ser tan egoísta como para privar a la humanidad de tanto genio, de tanta grandeza, de tanto amor... Casi inmediatamente comprendió que yo tenía razón, me dijo que mi sacrificio iba a ser enorme y que por eso mismo nunca me olvidaría, pero la causa lo merecía, la humanidad tiene que poder disfrutar de su talento y tiene que disfrutar sintiendo esa misma pasión que nubló mi entendimiento y que arrancó de lo más hondo de mi alma lágrimas de auténtica felicidad. Le dije que se fuera a NY, y él improvisó con su tierno y envolvente timbre de barítono “if I can make it there, /
I’ll make it anywhere / It’s up to you / New York, New York”. Y le vi girar sobre sus talones y hacerme un cálido
gesto de despedida con su mano que, sin embargo, me decía todo lo contrario: “Recuerda, baby, soy tu Franky y tú eres
mía, los dos solo uno, para siempre, bestialmente enamorados, monstruosamente amantes... volveré a ti, volveré”.
Hoy, mientras buscaba desesperadamente una peluquería que me arreglara estos pelos, vi fugazmente al pasar por un kiosco de prensa las portadas de Life, Paris Match, Newsweek y el dominical de La Razón. Mi Franky ocupaba las primeras planas de todas ellas y se entrecomillaban sus primeras declaraciones a la prensa internacional: “I did it my way”. En sus ojos brillaba una luz especial: me acerqué y no puede evitar la emoción de ver cómo ocultaban sus
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pupilas unas lentillas de diseño en las que Franky había hecho grabar mi retrato y mi cabellera, tan desparramada al viento como la de Julieta Serrano en Mujeres al borde de
un ataque de nervios...
Solo me pregunto si habrá laca suficiente para mantenerla así, como a él le gusta, hasta el día feliz en que nos reunamos, hasta el momento bendecido en que de nuevo me estreche entre sus brazos, en que devuelva el color a esta película en blanco y negro en la que vivo desde que se fue, cuando volvamos a amarnos salvajemente, cuando, de nuevo, los dos seamos uno, bestialmente, monstruosamente uno.
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ZAMPOSTEIN 15
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ZAMPONSTEIN Esta revición se basa, muuuuuy libremente, en ese “bodrio” que es Zampo y yo, que ya en su época fue un absoluto fracaso pero que, inexplicablemente, la televisión se ha empeñado en emitirla una y otra vez como si hubiera sido un hito del cine español. Está claro que Zampo… me parece más horroroso y patético que Frankenstein, de ahí el juego de palabras que originó las dos “reviciones” simultáneamente. Paradójicamente, Ana Belén, después de haber perpetrado esta felonía, ¡se hizo actriz y cantante!. El gran Fernando Rey ya estaba acostumbrado a hacer en España películas nutricias en una época de sequía intelectual y de censura, tendencia muy diferente a sus rodajes en el extranjero con Buñuel, por ejemplo.
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Sí, ya lo sabía, me lo habían dicho cienes y cienes de veces: que las niñas huerfanitas debían ser buenas, que si sus papás no les hacían mucho caso era porque estaban ganando mucho dinerito para darles todo lo que necesitaban y convertirlas en unas señoritas de provecho, que tenían que seleccionar sus amistades porque había por ahí mucho aprovechado y mucho “vivalavirgen” que solo las querían para medrar en una clase social que no les correspondía... Pero, a ver, precisamente por ser huerfanita, porque mi padre no me hacía ni caso y porque, en el fondo, me importaba un bledo eso de ser una señorita de provecho, me junté con Manolo, un niño medio lelo que me caía como una patada en el estómago, y me hice amiga de un payaso, y ahora no me refiero a Manolo, que también tenía el pobre lo suyo, sino a Zamponstein, un auténtico payaso de circo, el ser más alejado de lo que mi padre podía considerar un posible buen partido. Porque, a ver si me entienden, yo ya no era tan cría, aunque me hicieran peinarme con trencitas y ponerme falditas demasiado cortas que despertaban los instintos más depravados de todos los pedófilos del barrio bien en el que vivía (¡y mira que había pedófilos en el barrio bien en el que vivía!). Yo era una jovencita rebelde porque el mundo me había hecho así, estaba hasta el gorro de mi padre y sólo quería llevarle la contraria, así que acostumbraba a hacer lo que me parecía que podía resultarle más desagradable y lo sacaría de quicio. Cuando veía que estaba a punto de estallar era cuando más disfrutaba porque sabía que sus buenos modales y su esmerada educación
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en ese internado de Suiza que les costó a los nazis de mis abuelos una pasta gansa le impedirían hacerlo; como mucho me diría eso de “menos mal que tu santa madre no te puede ver ahora” y saldría de mi habitación a punto de dar un portazo que, al final, siempre reprimía para que la cotilla de la dama de llaves no se lo contara a todo el servicio. Y aquí me tienen, en el circo, haciendo muecas, coreografías tontas y ayudando al panoli de Zamponstein a maquillarse todos los días, viendo repetir una y otra noche su boba actuación, pegándose costaladas ensayadas y fingiendo unas patéticas lágrimas que hacen desternillarse a la chiquillería... Yo, destinada a ser una señorita de pro, malgastando mi primera juventud con un payaso viejo y que maldita la gracia que tiene, por tocarle las narices a mi padre y hacer todo lo posible por escandalizar a sus amigotes burgueses. ¡Mierda de vida! Pero ya me estoy hartando del viejo Zamponstein, ¡es peor que mi padre! Que si tengo que ser una buena chica y quererlo mucho, que si en esta vida no hacemos felices a los demás nada tiene sentido, que si todos lucháramos por ello éste sería un mundo mejor... ¡Qué plasta! ¡No hay quien lo aguante! Y lo peor de todo es que siempre está sermoneando con eso de que el dinero no lo es todo... ¡Ya, ya, no lo será todo, pero vive en una asquerosa caravana mientras que la casa de mi padre es un palacio! ¿y el muy pobretón (o el muy guarro, que no sé yo qué pensar…) se pasa toda la película con los mismos harapos, mientras que en mi vestidor tengo mas modelos exclusivos que la Audrey Hepburn…
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¿Sabéis que os digo? Que para aguantar viejos me vuelvo con el mío, que al menos está forrao y me da todos los caprichos. Que sí, hombre, que sí, que está muy bien eso de la rebeldía y la transgresión pero los amigotes burgueses de mi padre tienen unos hijos guapísimos, con unos cochazos de miedo y con unas casitas de campo preciosas en las que montan unos guateques de campeonato todos los fines de semana... Todos van a la universidad, la mayoría hace derecho o ingeniería y ya tienen un puestazo asegurado en los bufetes o en las empresas de sus papás... Y que, pues eso, que ya no soy tan cría, y que si me pongo falditas aún más cortas y me suelto las trencitas (¡o no, que sé de buena tinta que a alguno le pone mi pose de niña contestataria! ;-) puedo ligarme a cualquiera, y ya va siendo hora de que me deje de tonterías y, por fin, me convierta en una mujercita de provecho, que piense en mi futuro y que me deje de farándulas y de milongas... Además, para qué nos vamos a engañar, a mí los payasos siempre me han dado un poco de miedo, o de asco, o no sé muy bien de qué, pero seguro que de nada bueno. A ver si hay suerte y la funambulista se cae, o al trapecista le suelta el portor, o el león se come la cabeza del domador, o se derrumba la apestosa carpa sobre el público y se acaba ya la función. Está decidido, me largo, esto del circo es de lo más vulgar, está lleno de gente de mal vivir y si me quedo mucho más por aquí seguro que cualquier vivalavirgen de estos intenta aprovecharse de mi virtud, que no hay más que verlos a todos, qué pintas, si parecen sacados de una peli de la mafia, todos unos rufianes, unos gañanes, unos sinvergüenzas.
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¡¡Y que no acaba esto, oyessss!! ¡¡Y venga redoble de tambor, y doble-triple salto mortal con tirabuzón y en plancha, y hombres dominando a las bestias salvajes!! ¡¡Qué coñazo, que acabe ya!! Pero, ¡vaya, mira quién está entre el público!! ¡Borja Mari! ¡Qué majo es ese chico! Ha venido a traer a su sobrinito, que se ríe a mandíbula batiente mientras Borja Mari se aburre como una ostra; normal, es un chico inteligente, opositor a notarías (como si le hiciera falta opositar, con el enchufazo que tiene), de buena planta y mejor porvenir... ¡¡Fuera esta nariz estúpida y estos pantalones enormes!! Me voy a mi caravana a ponerme mi falda-cinturón y a soltarme las trencitas... ¿o no?
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N O VI A DYC 23
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N O VI A DYC Moby Dick, basada en la novela homónima de Herman Melville, cuenta con un magnífico guión de Ray Bradbury y del no menos extraordinario y extravagante John Houston, que también la dirigió en 1956. Gregory Peck encarna al fiero Capitán Ahab y magníficos secundarios como Leo Genn o Richard Basehard componen una creíble tripulación de un Pequod condenado a sucumbir ante el “leviatán”. No hay que olvidar el inolvidable papel de Orson Welles, un predicador muy particular y terriblemente convincente.
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“Llamadme Ismael”. Por las barbas de Poseidón que no me dio buena espina ese grumete que se presentaba de manera tan enigmática y pretenciosa. Enseguida pensé que se trataba de un marinero de agua dulce y él mismo me lo confirmó tan pronto como me dijo que venía de tierras castellanas, en el interior de su país, España, y que sólo había navegado por océanos de trigo y cebada. Eso no me extrañó demasiado, la tripulación del Pequod era de lo más variopinto: indios, negros, amarillos y blancos de todas nacionalidades, y de los que nunca se conocía muy bien su buena o mala ralea, se enrolaban en el ballenero buscando un buen dinero que compensara el riesgo. Pero fuera cual fuera su origen todos parecían estar en sus cabales, al menos lo mínimo como para asumir las consecuencias de la aventura en la que se embarcaban. No obstante, este mozalbete nos dijo que se hacía a la mar porque llevaba una temporada recreándose “demasiado tiempo delante de los escaparates de las funerarias” ¿Funerarias? Como si no hubiera cosas más bellas que ver en la bahía de Nantucket y, sobre todo, cosas más interesantes que hacer en los burdeles y en los tugurios de los bajos fondos... No señor, no me dio buena espina, pero dejó omnubilados a todos con unos cantos de su tierra (no sé qué del cacharro de su abuela, que era de latón de latonera1, o algo así) y, sobre
1 Ismael, cantautor tan segoviano como el güisqui DYC, rescató y popularizó con su Banda del Mirlitón temas del folclore castellano. En los recovecos infantiles de mi cerebro el machacón latón del cacharro de la abuela sigue, indeleblemente, grabado.
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todo, les invitó a una ronda de un brebaje diabólico al que llamaba DYC, lo que terminó de convencer a mi segundo de que seguro que nos traía buena suerte a bordo un tipo tan curioso que, además, podía tumbar a la mismísima Moby Dyck con su DYC. Todos rieron el chiste y les cayó en gracia el imberbe chaval que, además, se ofreció a hacer las tareas más duras a cambio de la experiencia. Parecía como si yo fuera Odiseo, encadenado al mástil para resistir el canto de las pérfidas sirenas mientras que toda mi tripulación enloquecía porque hubiera olvidado ponerse cera en los oídos y esos cantos ñoños de tierra adentro los hubieran embrujado. Pero no iba a renunciar a un grupo de hombres duros, curtidos y, sobre todo, ciegos por el mismo deseo que yo, acabar con el monstruo, con el leviatán que año tras años nos empujaba a embarcar... a lo mejor no estaba de más que los hombres tuvieran alguien a costa del cual echar unas risas, alguien que les animara en los duros momentos de soledad con sus canciones y, sobre todo, que les levantara el espíritu con sus pócimas: Ismael sería uno más en el Pequod, y esta vez Moby Dyck no escaparía. De esto ya hace tres años y de Moby Dyck no ha habido rastro. La caza de ballenas se nos ha dado bien, hemos desembarcado en varios puertos con nuestros trofeos y los marineros están contentos con sus ganancias, aunque algunos apenas hayan tenido tiempo de bebérselas cada vez que hemos anclado en tierra. Ismael sigue siendo tan popular como el primer día, el cacharro de latón de su abuela se ha convertido en una especie de himno para la tripulación
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y cuando los ánimos decaen su DYC es como los lotos que devoraron los hombres de Odiseo, ayudan a que se olviden del tedio, del frío y del miedo, aunque sus efectos secundarios duren más tiempo del deseado. Hoy es uno de esos días en que tendremos que recurrir al DYC de Ismael porque nuestro Dyck no asoma el morro. Hay días en que pienso que debe de estar tan viejo como yo; eso si no se ha muerto ya. Él se llevó mi pierna, sí, pero en nuestros encuentros tampoco ha salido bien parado, lleva varios de mis arpones clavados en su lomo y la última vez que nos vimos las caras le atravesé uno de sus ojos... quizás por eso Poseidón, que también condenó a Odiseo por haber cegado a su hijo cíclope a surcar los siete mares sin encontrar el camino de regreso a Ítaca, esté también castigando mi osadía. Está claro que tantas batallas no pueden haberle sentado nada bien a un cachalote del que he oído hablar desde mi niñez. ¡Por las barbas del mismísimo Poseidón que este viaje, que quizás sea el último que mis cansados huesos y mi carcomida pata de palo puedan aguantar, también será el último de Moby Dyck! Pero hoy no es el día, eso está claro, esta calma chicha no es un buen augurio y el deseado encuentro se retrasa demasiado. Nunca he probado la apestosa poción de Ismael pero, ¡qué diablos!, ya estoy harto, vive Dios que hoy me cojo una buena cogorza con mi tripulación, el doblón de oro que clavé en el palo mayor para quien avistara a Dyck sigue intacto y la confianza de los hombres empieza a flaquear. Comienzo
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a descubrir miradas de recelo a mi alrededor; seguro que muchos opinan que mi obsesión por cazarlo nos llevará al fondo de este frío océano y no puedo permitirme el lujo de que ahora, después de tanto tiempo, sintiendo en mis viejas venas y en mis sienes plateadas que no queda mucho para el encuentro final en el que Dyck, o yo, o los dos perezcamos, la tripulación se amotine. Mi corazón sabe que este será mi último viaje, pero todavía no ha llegado la hora... Ismael, saca tu DYC, hoy celebraremos la derrota del enemigo, que siento cercana. También predigo que ambos nos iremos juntos al infierno, así que bebed conmigo, amigos, hermanos, brindad por la mar, que ha de ser la tumba eterna de dos enemigos acérrimos, brindad por Ahab y por Moby Dyck y recordad los que estáis aquí que tendréis el privilegio de asistir al fin de dos titanes, y que cuando lleguéis a puerto podréis decir orgullosos “yo estuve allí, fui testigo de tan glorioso encuentro, presencié el digno final de una batalla justa y gloriosa que ya había durado demasiados años”. Mientras Ismael reparte generosamente DYC compruebo la fecha en la bitácora y veo que es día de San Crispín: buen augurio, voto a bríos, me siento como Enrique V arengando a sus hombres para la batalla de Agincourt y cuando, emborrachado no ya del brebaje infernal, sino de mi propia soberbia, le pido a Ismael que entone el “non nobis” me encuentro, con horror, con que todos cantan al unísono esa horrible cantinela del maldito cacharro de latonera, de la
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abuela, o de la madre que lo parió... ¿Qué es esto? ¡Mis hombres han enloquecido por completo! ¡No hay nadie en la cofa de vigía! ¿quién va a gritar “por allí resopla” si aparece en el horizonte el sucio chorro de Moby Dyck? Mis hombres bailan como poseídos (¿o es posesos? pos eso) por un espíritu diabólico; hacen un corro alrededor de mí, se me echan encima, mi pata de palo tropieza con algo y caigo, y pierdo el sentido... Lo recobro cuando ya es demasiado tarde; el golpe ha sido infernal, sólo Moby Dyck ha podido chocar con una fuerza tal contra el casco del Pequod. Hay vías de agua por todas partes pero la tripulación no reacciona, todos duermen a pierna suelta, agarrados a su botella de DYC... La mesana se parte, cae sobre mí justo cuando las aguas se tragan el puente de mando en el que estoy. Caigo de cabeza al agua, agarrado al palo como los caballeros a su lanza en los torneos medievales: “No vi a Dyck, no vi a Dyck” es lo único que aciertan a musitar mis labios mientras noto cómo la mesana astillada hace blanco en algo fibroso y las aguas se tiñen de rojo a mi alrededor. Una risa histérica sale del fondo de mi alma: “di a Dyck, di a Dyck”, es lo que grito sin parar mientras que el agua inunda mis pulmones y la descomunal fuerza del condenado cachalote herido de muerte me arrastra a nuestra eterna morada... Sic transit gloria mundi: maldito Dyck, bendito DYC. Se ahabó.
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E L HOMBRE TRANQUILO ; Y LA MUJER NERVIOSA 33
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E L HOMBRE TRANQUILO ; Y LA MUJER NERVIOSA El Hombre Tranquilo sí que es una de mis películas favoritas, pero es que además transcurre en Irlanda, la cuna de mi corazón :-) El estupendo José Luis Guerín la homenajeó en Innisfree, bellísimo documental que combina la poesía (Yeats está presente continuamente), el cine, la nostalgia y el folclore y el tipismo irlandeses. Confieso que con esta revición un tanto “destroyer” (el Duque no me lo tome en cuenta) lo he pasado muy bien, recordando a sus personajes y sus diálogos, su fotografía, su fantástico y simpático guión, su lírico montaje y, por supuesto, su pareja protagonista, John Wayne y una especialmente guapa Maureen O’Hara, que rezumaban química y complicidad. Todos los integrantes del reparto y del equipo técnico eran una gran familia, la familia de John Ford, y el buen ambiente que hubo en el rodaje se refleja en la película. Y, por favor, si tenéis la ocasión, viajad a Irlanda, que disfrutaréis aún más de este Quiet Man. A la muerte de Ariadna, su esposo Dionisios puso su corona en el cielo, entre las estrellas de Hércules y de Boyero; en el cielo boreal siguen brillando sus gemas. Esta revición es para la más brillante de todas ellas: Dijo Napoleón que las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo. No sobrevivas, Laztana, VIVE.
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¡Qué mala suerte la mía! ¡Vaya vida más perra la que me ha tocado llevar y qué cruz, la de haber pasado a la posteridad con el sambenito de ser una histérica! No, se ve que no tenía bastante con ser una solterona, así que tuvo que llegar a mi probablemente anodina, pero sin duda ordenada vida en Innisfree, ese dichoso hombre tranquilo que no hizo sino revolucionar a toda la comunidad y trastocar nuestras costumbres... Sean Thornton apareció en el pueblo una mañana normal. El tren del que se bajó acumulaba el retraso habitual porque en cada parada había novedades que comunicar y polémicas que dirimir, pero la parada en Innisfree no se alargaría tanto como acostumbraba por culpa de ese americano grandullón con pintas de millonario extravagante que no tenía nada mejor que hacer que regresar a la tierra de sus ancestros. Ahí ya se le notaba que era un tipo raro porque ¿quién quería volver a la Irlanda de la época habiendo vivido en Estados Unidos? Pues eso, un hombre tranquilo dispuesto a desoír los sabios consejos de los paisanos sobre dónde pescar los mejores salmones, que era para lo único que se acercaban los forasteros a este culo del mundo en el que vivimos... Al que le cayó bien desde el primer momento fue a Michaleen Flynn, ese alcahuete borrachín que “le había limpiado los mocos” cuando era un crío ¡JA! Con esa tontería de la nostalgia de la niñez, la añoranza de la casita en la que nació y toda esa palabrería típica de película yanqui Sean fue camelándose a medio pueblo: la viuda Tillane, que le vendió Blanca Mañana (lo cual me pareció muy bien, tengo que reconocerlo, porque cualquier
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cosa que fastidiara a mi hermano Will era buena para mí), el reverendo Playfair (pero bueno, eso era lógico, al fin y al cabo era protestante, y tan malo que le salió un hijo católico, el Padre Paul) y así a medio pueblo. Lo que nunca me podía imaginar es que el Padre Lonergan también fuera a caer en sus garras... El Padre Lonergan, Dios mío, mi confesor, el cura que me había bautizado, que me había dado la primera comunión, dispuesto a tenderme una trampa, que es lo que hicieron todos a mis espaldas... Sí, sí, digo bien, me engañaron y me traicionaron todos, favorecieron que cayera en la telaraña de ese sinvergüenza que ¡se atrevió a darme el agua bendita en su mano en nuestro primer encuentro! Y si así de descastados fueron los comienzos, ni os cuento cómo fue lo que le siguió. ¡Adiós mi tranquilidad, mi parcela de poder, mi matriarcado! ¡Todo patasarriba por culpa de este tipo que “tocaba la bocina y las chicas corrían a subirse en su coche”! Eso las americanas, que seguro que eran tan pelanduscas como se las veía en el cine, y tan desconsideradas como él lo era en lo tocante a mi buen nombre y a mi reputación. Pero ¿cómo pudiste ser tan tonta, Mary Kate Danaher? ¿Cómo no te diste cuenta de lo que se cocía a tu alrededor? Porque hasta el tonto de mi hermano Will participó en la trama, de forma involuntaria, eso sí, porque lo engañaron tanto como a mí... con “las iglesias” y sus conspiraciones habíamos topado los Danaher; con las iglesias y con el parné yanqui, el que le abría a Sean las puertas de la taberna donde solía invitar a rondas de Guinness sin ton ni son, el que lo enfrentó a mi hermano Will (que incluso lo escribió en su lista negra) al arrebatarle Blanca
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Mañana... el que lo había convertido en un ser tan soberbio y tan ignorante que no supo apreciar ni la importancia ni el valor que tenía para mí, como para cualquier hija de Irlanda, su merecida dote. Desgraciadamente de todo esto nos enteramos cuando ya era demasiado tarde, cuando el Padre Lonergan nos había unido en santo matrimonio ¡como que si llego yo a saber todo este tinglado me caso! ¡JA! Hoy los tiempos han cambiado y nadie le ve la importancia a casarse, fundar una familia, educar a los hijos en las tradiciones y en el respeto a sus mayores, pero en mis tiempos no quedaba otra... Y así empezó mi fama de “mujer nerviosa”, a medida que aumentaba el buen nombre de Thornton y la admiración de mis paisanos, que ya se había encargado el desgraciado de Michaleen de calificar de “homérico” lo que NO había pasado durante una noche de bodas que no había sido tal. Si ya antes de mi relación con Sean la gente del pueblo cuchicheaba a mis espaldas por eso de que soy pelirroja, “y ya se sabe que las pelirrojas no son de fiar”, ahora nadie se comedía lo más mínimo, notaba sus miradas burlonas y sus risas, al principio ahogadas pero después manifiestamente escandalosas... ¡cuánto disfrutaron convirtiéndome en “la mujer nerviosa”, y cuánto sufrí yo tragándome mi rabia y ocultando mi frustración! Pero el colmo llegó el día en que humillada, incapaz de aguantar más y, sobre todo, arrepentida de querer, a pesar de todo, a un hombre que en tan poco me tenía, me fui a coger el primer tren hacia Dublín, algo que sí que era “homérico” porque, a pesar del madrugón que me di y de que salí de casa sin
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hacer ruido para que Sean no se despertara, le dio tiempo a llegar antes que al habitualmente remolón tren. Ese día hizo la parada más larga que nunca antes el Rápido a Dublín hubiera hecho, otro motivo por el cual aquella jornada aciaga para mí se convirtió en inolvidable para todo el condado. Todavía se oye decir eso de “¿recuerdas el día en que el Rápido a Dublin estuvo parado seis horas y cuarto en Innisfree? ¡Sí, hombre, ese día en que Sean Thornton arrastró a la pelirroja Mary Kate Danaher hasta de los pelos para llevarla de vuelta al pueblo! ¡Y cómo se zurraron los cuñados, nunca lo había pasado tan bien en un pelea! Yo perdí la apuesta, la verdad, pero después bebimos tanto y cantamos tanto y lo pasamos tan bien que jamás olvidaré (ni yo, ni mis hijos, ni mis nietos, ni aquéllos a los que se lo podamos contar) la fecha más gloriosa de la historia de Innisfree...” Desde aquel entonces no me he repuesto: empecé a darle a la Guinness pero aparte de que me subiera el hierro (lo cual, todo sea dicho, fue muy positivo para mi salud) no notaba más efectos que me hicieran olvidar mi mala fortuna, así que me pasé al Lexatín, al Valium y a todos los fármacos narcotizantes que pillaba por ahí, pero ni por esas podía olvidar que ya sería para siempre “la mujer nerviosa”. También me aficioné a la maría, a la absenta, al whiskey (Jameson, eso sí, que una es todavía una buena irlandesa) pero solo podía oír cómo a mi alrededor la fama y el buen nombre de Sean seguía creciendo, se estaba convirtiendo en un mito, el hombre tranquilo que había conseguido domar a la pelirroja nerviosa.... ¡Si ellos supieran todo lo que me he tenido que beber, que tomar y que
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fumar para sobrevivir hasta ahora, soportando la vergüenza y el deshonor de haber pasado toda una vida con este hombre! Pero hoy ha llegado mi gran día, el día de mi venganza, el día de mi liberación... Ya llegan, por fin están aquí, pasen, pasen, procuren instalar la parabólica pronto, ¡y límpiense los pies, cochinos, que me van a poner toda la salita perdida! A ver, repasemos, sí, sí, lo tengo todo, varios barriles de Guinness para Michaleen y sus amigotes, té y pastas para la cursi de la viuda Tillane y todas la damas de buena reputación del pueblo, el coñac para el inmutable coronel... Madre mía, no sabía que esta pantalla gigante iba a ser tan gigante, luego intentaré vendérsela a los del bar de tapas españolas que nos han abierto en el pueblo; dicen que España está invadida de pubs irlandeses, pero mira que lo dudo, cuando son ellos los que nos han “colonizado” con eso del jamón de pata negra, la tortilla de patatas y la paella... Hola, hola, bienvenidos, pasen, por favor, sean bienvenidos al humilde hogar de los Danaher Thornton. Pónganse cómodos, sírvanse ustedes mismos, que están en su casa... ¿Sean? No, Sean no está, pero tiene un saludo muy especial para todos ustedes. Sí, ya saben cómo son los americanos, tan tranquilos ellos, todo lo hacen a lo grande, claro... Vean, vean: (Nota de la revicionista: llegado este punto me veo obligada a interrumpir la narración para ponerles en antecedentes de lo que la maquiavélica cabeza de Mary Kate había ideado. Imaginen a todas las fuerzas vivas del pueblo en torno a la pantalla gigante en la que, patéticamente, John Wayne canturrea una cancioncilla junto a Dean Martin, al
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que se le ve en su salsa poniendo en ridículo al gigantón, más habituado a montar a caballo que a vestir de esmoquin. Probablemente se estaba vengando del mal trago que Wayne le hiciera pasar en ese peliculón que era Río Bravo, y digo “mal trago” porque lograba mantenerlo sobrio y que no se echara uno al coleto, misión harto difícil tratándose de un borrachín como Martin. En el vídeo se les ve lanzándose miraditas de complicidad, tonteando y haciéndose cucamonas, sobándose y riéndose bobaliconamente como dos adolescentes enamoradizos… una mariconada, vaya :p Y si no me creen, pongan en You Tube “Dean Martin y John Wayne singing Everybody loves somebody sometime” y compruébenlo ustedes mismos, ea) Sí, es uno de sus amigos americanos, sí, sí, ya ven cómo se quieren, con qué ojitos de carnero degollado lo mira mi Sean... ¿Qué dice, viuda Tillane? ¿Que ahora entiende porqué he sido toda mi vida una mujer nerviosa? No, no por Dios, no se lo tomen ustedes así, mi amado esposo es un hombre tranquilo, cabal, encantador... es cosa de americanos, ¿saben?, que son así, un poco raros... Pero Michaleen, ¿cómo puedes decir que te arrepientes de haber dicho por todos lados que es todo un hombre y que sus actos son homéricos? ¿Cómo dices? ¿Que te parece vergonzoso? Pero hombre, no, no te pongas así, es que los americanos son así, tranquilos ellos... ¿Que a ti te está poniendo de los nervios? Pero Coronel, si hasta usted está perdiendo el color; que esto le ha sacado de sus casillas, dice usted, Padre Lonergan, ¿pero cómo puede decir que si se le ocurre volver por el pueblo lo excomulga? Y a usted, Reveren-
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do Playfair, ¿qué le pasa? Nunca lo había visto así de indignado; usted, que siempre ha mantenido la sangre fría, incluso cuando vino su obispo a trasladarlo a otro pueblo porque, la verdad, feligreses, lo que se dice feligreses, no es que haya tenido muchos en este pueblo, no... Ahhhhhh, ahora entienden porqué siempre se me ha visto tan nerviosa, verdad... Sí, sí, pobre Mary Kate Danaher, sí... ¡A buenas horas, panda de cotillas, sinvergüenzas, mezquinos e ignorantes, que eso es lo que son, y muchas más cosas que no me atrevo a decir porque el cóctel que me he preparado antes de que vinieran me lo impide! ¡Fuera de mi casa! ¡Dejen tranquila a la mujer nerviosa! ¡Déjenme en paz! ¡Fuera he dicho! ¡Inmediatamente, fuera! Ya han pasado varios meses de esto. De Sean no he vuelto a saber nada y la gente ya no habla de mí, al menos que yo sepa. Todos agachan la cabeza, avergonzados, las pocas veces que me ven por las calles del pueblo. Vivo tranquila en mi casa, nadie me da la lata, les regalé la tele a los chicos españoles a cambio de un plato de paella todos los jueves, unas racioncitas de jamoncito de cuando en cuando, de papas arrugás y de cecinita leonesa de cuando en vez y, sobre todo, Rioja a discreción. Esto sí que ha traído la paz a mi vida... estoy aprendiendo canciones típicas españolas, son muy bonitas, aunque no sepa qué dicen: algo del vino que vende Asunción y que mi patria querida es Asturias... Por fin soy feliz, por fin vivo tranquila: la mujer nerviosa ha muerto ¡viva la nueva Mary Kate Danaher!
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E L ULTIMO TRAGO EN P ARIS El último tango en París no es una de mis pelis favoritas pero hay que reconocer que Brando estaba, como casi siempre, genial, que el argumento no dejaba indiferente, lo cual ya es un gran logro, y que marcó toda una época, así que ya ha pasado a la historia. A estas alturas ya sabéis que mis reviciones no tienen mucho que ver con la película: a mí me ha sugerido algo parecido a la poesía (quisiera denominarla “erótica” si supiera que Catulo y Ovidio, por citar sólo algunos ejemplos clásicos, perdonarían mi atrevimiento), aunque no sé si tanto como la fotografía del gran Storaro. Si de alguna manera he “removido” vuestro espíritu, como suele hacer Bertolucci, ya habré conseguido mucho. Esta revición es tuya, siempre lo ha sido; lo era, incluso, antes de que te conociera, igual que ese poema de tu primera juventud, era para mí, que apenas empezaba a abandonar la infancia. They that Love beyond the World Cannot Be Separated by it. William Penn.
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Echo de menos ese beso que prologaba otros que nunca vinieron, las palabras que no me dijiste, los sueños no compartidos que se desvanecieron antes de ver amanecer, y tu cara, y tu voz, y tu silencio, y tu piel, y tu piel... Extraño que te derritieras en mi boca, que saborearas todos mis labios, y esa miel, que me habría envenenado, y tu agua, que me habría dado vida mientras me la quitaba... Me falta esa almohada a la que rompiste las costillas imaginándola yo, a la que regalaste tu perfume, a la que cubriste de tus caricias y de tu sal. Y tus brazos, y tus ojos, y tu luz, me faltas tú, me falta tu olor... Odio el tiempo que no hemos pasado juntos, las historias que no inventamos entre los dos, las películas que no veremos, el jazz que no hemos escuchado y a cuyo ritmo no nos hemos besado, la brisa que no nos ha refrescado mientras nos adormecía después del amor, y mis dedos, que no te han recorrido... Se me hacen cuesta arriba los días en que no me has dicho que me quieres, en los que has faltado a tu promesa de acariciarme y de comerme entera, sin dejar de estremecer ni un solo centímetro de mi cuerpo que descubrí, tan bello, con tus ojos... Amo tus historias y las que has rescatado de mi interior, ¿o acaso las pusiste tú ahí, donde no quisiste entrar? Y toda la
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confianza y la seguridad que no existía antes, y la verdad, que antes de ti me era esquiva, y la bondad, que ignoraba que morase en mí; haciéndome sensible, vulnerable y frágil has sacado toda la fuerza que había en mí. No quiero olvidar nada de esto: lo que me falta, lo que me cuesta, lo que odio, lo que amo. Por eso mi último trago es por ti, la penumbra otoñal de esta ¿ciudad de la luz? se pierde en el fondo de mi vaso y quiero beberme hasta la última gota de mi amargura para estar siempre serena, feliz y dispuesta para ti. Por lo que fue, por lo que ahora no es, por lo que será. Por las aristas1 con las que peleamos porque amamos; ¡a nuestra salud!
1 Gracias, Gabriel Ramírez Lozano, autor.
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E L ESCORCISTA Uff, no me atrevo a decir mucho de El exorcista, creo que es la única peli que me ha dado yuyu, pero yuyu-yuyu… Les aseguro, queridos lectores, que esta revición no lo da. Esta revición se la dedico al Marqués de Jadomín, que lucha a diario contra las cohortes del mal: no desfallezcas, querido, sigue firme como el Arcángel Miguel. Habrá justicia, y conseguirás tus sueños, esos por los que tanto has luchado, esos por los que a diario trabajas y que he tenido la fortuna de compartir contigo muchos años. Sigo compartiéndolos pero, sobre todo, deseo cada día más que se hagan realidad, porque lo mereces, porque, como en el cine, los buenos tienen que triunfar.
Animae dimidium meae Horacio
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Sí señor, el escorcista, no crean que se trata de un error tipográfico de esta estrafalaria cuentista, que también podría ser, pero es que uno es así de raro. De todos los dones del Espíritu Santo me tuvo que tocar el más extraño: ni el de las lenguas, ni el de la sanación, ni el de la bilocación... El del escorcismo, ese me cayó en suerte, que no es sino una variante muy peculiar del don del exorcismo y que consiste en no temer a los casos más severos de posesión, los de aquellos que por culpa del diablo presentan un extremo caso de escorzo, i.e., reducen su longitud según las reglas de las perspectivas, sobre todo si nos los encontramos en posición oblicua o perpendicular a nuestro nivel visual. Y si no se lo creen consulten en la Wikipedia, que no les engaño, aunque sea casi tan raro como la elementa esta que les cuenta mi historia… Mi nombre es Padre Karras: me quité el Mac que lo precedía porque un compañero mío de seminario que sí tenía el don de las lenguas me dijo que en español mi apellido tenía mucha guasa. Nunca fui un gran predicador, mis feligreses se aburrían bastante en las homilías, así que me destinaron a una parroquia de segunda donde tampoco tenía mucho que hacer: a ver, en un típico barrio WASP (jo, si es que encima esta tipa habla inglés… bueno, pues eso, blanco, anglosajón y protestante, traducido al cristiano) ya me dirán ustedes qué pinta un cura católico... Tan WASP era este barrio que el único caso interesante que me encontré allí lo protagonizó una niña que se llamaba Regan, Regan, ni más ni menos. Les aclaro que esto es un juego de palabras: Reagan, Regan... No sé si lo pillan, pero es que el Espíritu Santo tampoco me concedió el don del sentido del humor, por eso salgo
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en la peli con esa cara de amargao que no puedo con mi alma, pero al fin y al cabo cada uno tiene que cargar con su cruz. El caso es que cuando me topé con el drama de Regan, esa pobre niña deformada, retorcida, vomitando papillas verdes que daban asco, levitando, bajando las escaleras bocabajo y al revés y haciendo otra serie de contorsiones de lo más repulsivo, para qué nos vamos a engañar, no me creí, ni de casualidad, capaz de hacer algo por esa desgraciada alma en pena... Con lo soso que yo era, con lo poco agraciado por el Espíritu Santo que había sido, con todas mis miserias, ¿cómo iba a poder enfrentarme yo a un caso tan terrible? Sólo el mejor podía acabar con tanto mal, y sin duda el mejor era el Padre Merrin, que para eso se había enfrentado a la mismísima Muerte en una partida de ajedrez en una peli que había hecho en su juventud. El séptimo sello, creo que se llamaba, de ese director tan admirado por los culturetas, Ingmar Bergman, o algo similar, que ya les he dicho que las lenguas tampoco son lo mío y es pobre era hombre era danés, o sueco, o de alguna nacionalidad escandinava y luterana igual de rancia y de triste. El caso es que esa presencia, esa elegancia, esa sangre fría del Padre Merrin ante la propia Muerte, ni más ni menos, no impondría mucho más respeto al maligno que el que pudiera imponer yo, un MacKarras cualquiera: el primer día que llegamos el Padre Merrin y yo a casa de Regan (por cierto, era domingo: ya fastidiamos el tercer mandamiento porque vaya modo más asqueroso tenía la dichosa niña de santificar las fiestas) nos la encontramos blasfemando a diestro y siniestro (el segundo
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mandamiento, y de refilón el primero, también a hacer gárgaras), mandándole a su madre a tomar por donde amargan los pepinos (y el cuarto mandamiento, ya ven ustedes el cariz que iban tomando los acontecimientos), mintiendo como una cosaca (el octavo tampoco parecía importarle demasiado) y amenazándonos con matarnos a todos (incluso el quinto, Dios mío, el quinto también le importaba un bledo). El Padre Merrin vio enseguida que lo de este demonio iba a ser un hueso duro de roer… No, no era un cualquiera, él ya se había encontrado con el mal absoluto en unas excavaciones en Irak (y no, no se trataba de Sadam Husseim), así que tuvo claro que yo podía ser el ayudante ideal. Obviamente él era el mejor, pero teniendo en cuenta que el diablo que había poseído a Regan era de los buenos (quiero decir, y ustedes me entienden, de los malos malísimos) si llegaba a necesitar un escorcista, allí estaría yo. Ni los rezos, ni las cruces, ni el agua bendita parecían surtir efecto. Regan (bueno, el diablo, claro) cometía todo tipo de actos impuros (a tomar por saco el sexto y el noveno) y le estaba robando la vida a su pobre madre (y el séptimo, ídem). Cuando comprobamos que ya no le quedaba ni un solo mandamiento que incumplir (porque seguro que codiciaba esa alma pura que era Regan, así que también se pasaba el décimo por el arco del triunfo), que su cabeza había dado varias vueltas alrededor de su cuello, que no quedaba en la casa ni una sola sábana que no chorreara vómitos de todos los colores, que sus ataques eran cada vez más salvajes y que el pobre cuerpo que lo contenía era cada vez más frágil, más deforme, más feo (mal me está decirlo,
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el Señor me perdone, pero ni el Fary comiéndose un limón era tan horroroso como esta monstruosa criatura) el Padre Merrin decidió que ya era hora de que yo entrara en acción. Sí, yo, el escorcista, porque en su última levitación había mostrado, inequívocos y contundentes, signos manifiestos de escorzo. “Padre Karras”, me dijo solemnemente el Padre Merrin, “yo ya no puedo hacer nada más. Regan está sólo en sus manos, y en las del Señor, claro, pero mi don espiritual no da más de sí”. Y si el Padre Merrin, el mejor exorcista de su tiempo, el que había mantenido la cabeza fría incluso en el momento de enfrentarse en una partida de final incierto con la mismísima Muerte, deja todo en tus manos (bueno, y en las del Señor, claro), pues ya me dirán ustedes qué podía hacer yo: pues armarme de valor y disponerme a asumir las consecuencias de mi don. Regan me miraba desde el techo, en un forzadísimo escorzo que desafiaba todas las leyes de la perspectiva y yo le dije al mismísimo maligno lo único que sabía que podía hacerle salir de la pobre niña: “Entra en mí, entra en mí”. Aunque nunca me lo habían explicado claramente en el seminario yo siempre supuse que este don que me había tocado en suerte era de lo más cutre porque si alguna vez tenía que ponerlo en práctica no me iba a quedar otra que palmarla. Tampoco es que me importara mucho, claro, con esa cara de alelao que tenía si quería que alguien se acordara de rezar por la salvación de mi anodina alma lo lógico era que me muriera de la forma espectacular en que lo hice, ya saben, tirándome por la ventana y acabando así con el diablo que había abandonado el
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cuerpo de Regan para hacerse con un trofeo que consideraba mayor. Sería un diablo poderoso, nadie lo pone en duda, pero muy listo no, o al menos no tenía ni idea de que existiera el don del escorcismo, escaso, aburrido pero, al menos la única que vez que lo puse en práctica, muy eficaz. Mi cuerpo sí que quedó en un escorzo horroroso espanzurrado contra la acera, pero supongo que el demonio ese quedó más chungo que yo… Por aquí la vida es tranquila, yo no me aburro demasiado porque como estaba acostumbrado a llevar una existencia de lo más monótona no echo en falta la acción ni nada de eso. Sé que el Padre Merrin sigue por ahí, exorcizando a unos y a otros. Ahora parece que está muy interesado en dos casos, el de un tal Damian, que es hijo del embajador (o del cónsul, o algo así) americano en Roma y que parece ser que nació un 6 de junio (mes 6) a las 6 de la mañana (sí, sí, los que conocéis a la revicionista esta de tres al cuarto ya sabéis que ella también nació en esa fecha, pero a las 22, así que aunque la sigáis leyendo no corréis, de momento, peligro... aunque dadle tiempo) y el de una chica muy mona que está llevando un embarazo de lo más complicado y que vive en un edificio de Nueva York que, según el Padre Merrin, está habitado por adoradores de Satán1.
1 Referencias a La Profecía, dirigida por Richard Donner en 1976 (la dos secuelas son penosas) y La Semilla del Diablo, de Roman Polanski, protagonizada por Mia Farrow y por los satánicos vecinos del famoso edificio Dakota de Nueva York: John Cassavetes, Ruth Gordon, Sidney Blackmer y Ralph Bellamy.
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Yo, pues qué quiere que les diga, creo que el Padre Merrin ya está mayor para estas cosas y desde esta posición privilegiada que tengo sé que lo peor que le va a pasar al niño ese es que dentro de unos años se van a empeñar en hacer dos pelis más con su historia, y esta primera es bastante buena, y además sale Gregory Peck, que siempre es una garantía, pero la segunda y la tercera parte no va a haber quien las aguante. Y respecto a la chica preñada de la otra película pues nada, parirá al crío (que sí, que no es trigo limpio, en eso tiene razón el Padre Merrin) pero luego se liará a adoptar niños chinos, camboyanos, vietnamitas… y una de sus hijas adoptivas se casará con un director de cine medio neurótico con el que ahora comparte su vida. Claro que esta chica nunca eligió muy bien porque también se casó con un gran cantante (aunque no tan buen actor) que andaba metido en historias mafiosas y que le sacaba unos 40 años, más o menos, así que el matrimonio terminó como el rosario de la aurora… Sé que todo esto puede parecerles extraño, pero si quieren un consejo les diría que se cuidaran, que no se estresaran por nada y, sobre todo, que no se acostumbren a adoptar malas posturas porque yo, la verdad, caí en un escorzo tan exagerado que ando todo trocho por la eternidad, y qué quieren que les diga, toda una eternidad es demasiado tiempo para aguantar tan mala postura, pero bueno, es lo que me ha tocado y, como creo que ya les dije antes, cada uno tiene que cargar con su cruz… No obstante, y si pueden evitarlo, no se hagan escorcistas, que es muy incómodo: se lo recomienda el Padre McKarras.
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MUJERES AL BORDE DE UN ATAQUE DE PERNIOS Una de las pelis que más me gustan de Almodóvar, el “delirante”, el de los 80. Toda la “troupe” almodovariana, al menos la de esa época, aparecía en la película: Carmen Maura, su primera musa, Antonio Banderas, Julieta Serrano, María Barranco, Rossy de Palma, Guillermo Montesinos… resultan más que convincentes en el ritmo frenético y por momentos histérico de esta película de acertado guión y proverbial montaje, por no mencionar su particular e inolvidable estética. Esta revición es casi tan alocada como era Mujeres al Borde de un Ataque de Nervios y, aunque pueda parecer mentira, y como dicen en los telefilmes americanos, está basado en hechos reales, así que prepárate, querido lector… Pernio : (Del it. pernio, y este del lat. perna, pierna). 1. m. Gozne que se pone en las puertas y ventanas para que giren las hojas.
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¡Ay, Virgencita de Guadalupe! ¡qué mañanita, qué mañanita...! ¡y me la quería yo perder! ¡Santa María del Perpetuo Socorro, el teléfono suena que te suena a las 6 de la mañana y yo con los rulos puestos! ¿Que se ha caído? ¡Ay, Señor! ¿Que está bien? ¡Menos mal! ¿Cómo que han ido los bomberos? ¿Pero no me dice que todo está bien? ¿Que no podían abrir la puerta? ¡Pero si ustedes tienen sus llaves! Oiga, ¿y han tirado la puerta abajo? ¿Cómo que ya me lo dirán cuando llegue allí? Salgo disparada, claro... ¡mira que si se han cargado la puerta! Que sí, que sí, que lo primero es lo primero, pero a ver qué hago yo ahora, con mi madre “bien”, según dicen estos, pero sin puerta... Y encima es sábado, claro, para que sea más fácil solucionar lo de la puerta y todo lo demás... Sí, sí, yo me bajo aquí, claro, que tú tendrás que buscar aparcamiento.... Pero, ¿cómo que no ha sido nada, si veo que están los del SAMUR, la policía municipal y un coche de bomberos? ¡Ay, Santo Ángel de la Guarda, que esto ha debido de ser muy gordo, pero mucho, mucho! Dios mío, qué buenorro que está ese bombero, con su casco y sus arneses, con su hacha reluciente... con qué brío se sujeta el mango, ¡ay, madre, lo que te sujetaba yo, hermosura! Atúsate el pelo, Arantxitamary, qué va a pensar este mocetón... Uy, por Dios, si me he dejado un rulo puesto... ¿Qué tal, comandante? Porque usted será al menos comandante, con tanto entorchado y tanto galón... ¿Que ya han podido abrir la puerta? ¡Cuánto me alegro! Pero, claro, ¿qué entienden uste-
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des por “abrir”? Porque yo lo veo con ese hacha y no sé muy bien qué pensar... Que han “penetrado sin fuerza”, dice usted... qué sensibles son ustedes, cómo mantienen la sangre fría, incluso en estas ocasiones. ¿Y no pueden acompañarme ustedes al 5º? Es que con tanta emoción estoy un poco mareada.... ah, que tienen otro ser-vicio... ¡vicio el mío, morenazo, que me están entrando unos calores! ¡Esto es un cuerpo, y no el de profesores de secundaria! Sí, sí, claro que les llamaré si los necesito, ¿me da usted su teléfono? ¡Ah, qué lástima, que esto está centralizado en el 112! Ya, hombre, pero es que con lo (m)amable que ha sido usted, y la confianza que ya tenemos... Vale, vale, que todos ustedes quedan a mi disposición: ¿los cinco? ¡Ay, Dios, ni en mis mejores sueños! Bueno, ya estoy aquí... ufff, pues el municipal este tampoco está mal. Bendito sea Dios, si esto parece una kermés (¡qué ganas tenía de poner esta palabra, coño, ya era hora!), con tanto uniforme, con tanta gente por el pasillo.... ¡Hola, madre, guapa! ¡Pero si estás temblando, cielo mío! ¡MUACK, MUACK, MMMMMMMMMMMMUUUUUUUUUUACK! ¡Ay mi niña, qué carita de susto, y cuánta magulladura! ¡Ay, hola doctor! Este no está tan bueno, pero ha salido en la tele muchas veces, que los del SAMUR es lo que tienen... ¿no vendrán ahora los de Madrid directo, verdad? ¡Y yo con estos pelos! ¡Y mi Charito en camisón, pero eso sí, yo la arreglo en un momentito y preparadas para el estrellato y lo que haga falta! ¿Sabe que yo protagonicé un minicorto? Sí, sí, un minicorto, y lo hacía todo: interpretaba, improvisaba (quiero decir, elaboré un cuidadísimo guión, deconstructivista, claro, que soy la musa
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de la postmodernidad), montaba (no me malinterprete, joven), dirigía... en fin, que no sabe Hollywood lo que se ha perdido, que el cine me corr(o)e por las venas... ¿Qué cómo se llamaba? La Experiencia, suena muy intelectual, ¿verdad?, como de Bergman, o así...1 ¡Ah!, que usted quiere decir que cómo me llamo yo, claro: Arantxa, Arantxitamary para los amigos, y tutéeme, por favor, que yo también te voy a tutear, que después de todo lo que hemos pasado juntos... Pero, ¿qué me dice, joven? ¿Cómo que nos hemos vuelto a quedar encerrados? Pero eso no puede ser, no señor.... ¡Ay Virgencita de la Antigua, y los bomberos, que ya se han ido! Ahora mismito aviso de nuevo al comandante, que seguro que viene a rescatarme, quiero decir, en nuestro auxilio, en el mío, claro, pero también en el de ustedes, que ya que estamos aquí todos juntitos, en amor y compañía... Pero bueno, a quién se le ocurre, si se han cargado ustedes la cerradura, salir a comprobar si abre o no, echar la llave y dejarnos a tantos aquí dentro... Y este iluminao, ¿tiene contrato fijo? Porque fijo que si lo tiene es por enchufe, o algo, lo digo por lo de sus (escasas) luces... Bueno, pues en vista del éxito, ¿quieren ustedes un cafelito? Es que no es la época, pero si estuviéramos en verano les preparaba un gazpachito, que
1 Este mini-corto no es una invención literaria, no; desafortunadamente para mí existe, aunque no creo que este hecho empeore mi reputación, je. Si habéis llegado hasta aquí a lo mejor hasta os hace gracia verlo, así que os lo enlazo; eso sí, no me responsabilizo de las atroces consecuencias que su visionado os pueda acarrear. http://www.youtube.com/watch?v=RKEJMk8sqC4
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es mi especialidad. A mí es que el gazpacho me sale bueno y rebueno... Sí, sí, claro, doctor, esa chica tan guapa de la foto soy yo, quién si no... Bueno, pues mientras ustedes se acomodan por el pasillo yo voy a atender a mi santa, como en su casa, oigan, siéntanse (y siéntense) como en su casa... ¡Venga, guapa, al baño, que como esto se complica igual llaman también a los de la tele, que son los únicos que nos faltan! No, no, los de la prensa gratuita que no vengan, qué cutrerío, por Dios, a nosotras que nos hagan la exclusiva el Qué me dices, qué menos, no seas modesta, madre, que el tinglado que hemos montado en el barrio va a hacer época... Ya estás, más bonita que un sanluís, pobrecita mía, ¿te duele mucho, reina? Tú sentadita, que ya me ocupo yo de todo, cariñomío... ¿quieres una tila, una manzanilla, un gintonic, no sé... cualquier cosa, algo en particular? ¿Que por qué sigue toda esta gente aquí? Pues nada, ya ves, que nos han dejado encerrados, pero he llamado a mi comandante, que ya he cogido mucha confianza con él, y estarán aquí en un pispás, a rescatarme, quiero decir, a rescatarnos.... Debería haber hecho la dieta esa de la alcachofa, para estar más ligera y que me baje en sus brazos por la escalera, pero bueno, con esos bíceps, con esos tríceps (¡ay madre, que me entran de nuevo los calores!) ni aunque pesara 20 arrobas me abandonaba mi guapo bombero... ¡ays! (esto leedlo así, suspirando: a ver, coged aire, retenedlo un poco y liberad los pulmones, así... ¿a que da gustirrinín?)
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Pero mamá, ¿qué dices de Toñi? Si esa señora hace ya 10 años que no vive en esta casa y no tiene llaves tuyas. Y, además, aunque tenga llaves, qué más da, si es que nos han dejado encerrados desde fuera, los que están fuera, uno de los municipales (el más feo, afortunadamente, que el guaperas está aquí, manteniendo el orden) y el iluminao también tienen llaves, pero ya ves de qué sirven... ¡Ay, qué perra te ha entrado con Toñi! ¡Que no, madre, que esa señora ya no vive aquí! ¡Uy, si ya han llegado, voy corriendo! ¡Hola amor, ¿has traído la escala, o vas a entrar a rescatarme? Hombre, prefiero que penetres suavecito, como antes, pero hijo, si es necesario recurrir a la fuerza, estoy preparada para lo que sea... Sí, sí, tengo aceite (ay, ¡cómo es este chico!, piensa en todo...) Ah, para la cerradura, dices; pues no sé, voy a mirar... no, no, de 3 en 1 nada, a mí las cosas buenas de una en una, para disfrutarlas bien... pues no, de eso no tenemos, a ver qué te has creído tú, que esto no es el carrefour, que seremos de barrio pero la Arganzuela es un sitio con glamur... ¿Cómo que avise a un cerrajero? Pero, ¿me vas a dejar aquí tirada? ¡No me esperaba esto de ti! Yo había puesto mis ilusiones en ti, corderito, siempre había soñado con una situación como la que me prometías, y ahora me dices que llame a un cerrajero, a un cualquiera que seguro que no tiene ni tu preparación ni tu tableta de chocolate, guapetón... ¡AYS! (este también es suspirando, pero con “quejío” profundo, como en el cante jondo)
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Y tú, mamá, hermosa, para ya con Toñi, qué pesadita estás, corazón... ¿cómo que “él” puede abrir la puerta? ¡Toñi era una señora, madre! ay por Dios, doctor del SAMUR, que dice usted que a mi madre no le ha pasado nada pero yo creo que se ha golpeado la cabeza o algo porque ya no sabe lo que dice, la pobre... Espera, espera, que oigo ruidos en la cerradura... ¡mi bombero, que se ha arrepentido! Ya sabía yo que volvería a por mí! ¡Prepárate para una noche de desenfreno, bomboncito, que de esta no te libras! ¡Uyuyuyuyuy, que ya abre! ¡Y sin fuerza! ¡Mi héroe! ¡Ah, Toni, eres tú! Que te ha ido a buscar el policía este feo para que abrieras la puerta... que los bomberos no podían hacer nada y el municipal se ha acordado de que a la vuelta de la esquina había un cerrajero... ¡Cómo que este es Toñi, mamá? Toñi no, Toni, TO-NI. Y has abierto así, sin problemas, con la llave y con la cerradura supuestamente rota... ay, no sigas contando, Toni, que se me cae el mito, que yo esperaba encontrarme con un bomberazo y, no es por nada, pero que se abra la puerta y aparezcas tú no es lo mismo, no, vamos, que no hay color, no hay color... Ay, hombre, no te ofendas, que yo soy testiga y ya sabes que las testigas no mentimos y, además, sólo queremos la salvación y el bien de la humanidad, pero pensando en mi salvación y en mi bien, qué quieres que te diga, dónde esté mi bombero...
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Y ustedes, ¿ya se van? Y no han querido tomar un cafelito ni nada... Pero si todavía no han venido los de Madrid directo ni nada, ¿no pueden esperarse un poco más? Ah, ya, que lo han pasado muy entretenido pero que hay otras ancianitas que pueden necesitarles. Oiga, lo de ancianita no lo dirán por mi santa, ¿verdad?, que está pachucha pero ya ven ustedes qué cutis tiene, como una muñequita de porcelana, más reguapa está ella que otra cosa, ya quisieran ustedes llegar a su edad así, sin una arruga... Bueno, pues nada, no “les entretengo” más (jaja, era un juego de palabras, ¿lo han entendido? Sí, claro, ustedes han dicho que lo han pasado muy entretenido y yo les he dicho que no los entretengo más... ¡es que soy de un ingenioso! la monda, oigan, ¡la monda!) Ea, con Dios, con Dios... Bueno, madre, pues aquí estamos, tú y yo solitas, al borde de un ataque de pernios pero, ya ves, solas y, como dice el tango, “fanés, descangalladas”... ¿Qué, hace ese gintonic ahora?
En la madrugada del 13 al 14 de noviembre de 2010 mi madre se cayó en casa y la pobre no pulsó el botón de la teleasistencia hasta casi 2 horas después porque no podía moverse. Vinieron los empleados del ayuntamiento del servicio de teleasistencia, avisaron al 112 para que acudiera el SAMUR y la policía por si había que trasladarla al hospital
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y como estropearon la cerradura también se presentaron los bomberos. Lo que he contado así, en tono humorístico, de primeras no me hizo mucha gracia, como es fácil de entender. En esos momentos te das cuenta de lo importante que es que funcionen bien los servicios públicos, y en qué cosas NO HAY QUE RECORTAR. Gracias a los de la teleasistencia, a los del SAMUR, a la policía municipal... y a los bomberos, claro :-) Desgraciadamente, mi madre ya no está aquí para reírse conmigo. En los últimos meses de su vida, cuando se perdió en una nebulosa surrealista de la que apenas lograba discernir algo, se reía conmigo cuando me veía reír porque por muy extraño que pueda parecer aprendí a disfrutar de su enfermedad y a quererla como a “mi niñita”, porque en su madre me convirtió :-) Mi admirada Ntozake Shange hizo unas declaraciones bellísimas sobre lo que una madre supone, sobre todo para las mujeres. Me siento tan identificada con estas palabras que las reproduzco a continuación porque creo que es el mejor homenaje que se le puede hacer a una madre: ...heroism is the willingness to know your mother and not be ashamed. None of our mothers are who we want them to be, but I really adore mine. To know and accept one´s mother is, for women, our biggest challenge and gift. It’s a gift to us to know what they did and how they did it, all mistakes they made, but it’s still Mommy.
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El heroísmo es la voluntad de conocer a tu madre y no avergonzarte. Ninguna de nuestras madres es lo que queremos que sea, pero yo verdaderamente adoro a la mía. Conocer y aceptar a la madre es, para las mujeres, nuestro mayor reto y nuestro mayor regalo. Es un don para nosotras saber qué hicieron y cómo lo hicieron, incluso con todos los errores que cometieron, pero al fin y al cabo es Mami. Sit tibi terra levis, querida madre, mi mujer technicolor; siempre te quedaste en plano general para que yo acaparara los planes detalle: esta revición va por ti.
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B LACK CHRISTMAS, O PARA SER POLITICAMENTE CORRECTOS ,
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BLACK CHRISTMAS, O PARA SER POLITICAMENTE CORRECTOS, AFRO-AMERICAN CHRISTMAS Nada tan opuesto a la candidez y al derroche de falsa felicidad que había en esa anodina “americanada” llamada Navidades Blancas que esta revición en la que pretendo hacer un humilde homenaje a la comunidad negra estadounidense, tan cercana, admirada y querida para mí. Con todo mi respeto y cariño esta a mis hermanos de alma negra, Animae (nigrae) dimidium meae. Y a mi querido Lovecraft, agradecida por los buenos ratos me ha hecho pasar.
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Pues sí, soy negro, y a mucha honra, ¿eh? Y negro, negro, que lo que no puedo aguantar es eso de “de color” ¿Qué es eso de “de color”? El eufemismo que usan los desteñidos de los blanquitos para referirse a nosotros, a los pieles rojas, a los asiáticos, a los aborígenes de Oceanía... a todos los que podemos ver la vida de colores, vaya, sin el rígido corsé de la “limpieza de sangre y de piel”. Pero ser negro, a pesar de Obama, sigue teniendo sus inconvenientes en América... ¡que se lo digan a Amadou Diallo1, por mucho homenaje que le haya hecho Springsteen después! A mí, humildemente, no me ha pasado algo tan horroroso, pero voy a contarles mis “navidades negras”, por si sirven de ejemplo... A estas cosas estamos, desgraciadamente, acostumbrados, aunque a veces fuera de Estados Unidos puedan sonar “extrañas”. El caso es que estaba yo tan feliz en mi casa preparando la comida de Navidad. Vivo en Pittsburgh, en The Hill, que es como se llama el gueto negro aquí, y me siento orgulloso
1 Joven acribillado por la policía de NY cuando intentaba identificarse porque le habían dado el alto al confundirlo con un delincuente. Al sacar la cartera de un bolsillo de su chaqueta los cuatro policías “la confundieron” con un arma y le dispararon ni más ni menos que 41 tiros que dieron nombre a la canción con que el “Boss” denunció no solo la brutalidad policial, sino también su racismo.
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de haber tenido vecinos tan ilustres como August Wilson 2 o Art Blakey, que también tuvieron sus “Black Christmas” aunque no fuera en las fechas adecuadas... Pues, como decía, estaba yo preparando mi comida de Navidad cuando oí unos golpes tremendos fuera. Me eché a reír porque me acordé de la canción del gran Satchmo, la de ‘Zat you, Santa Claus, porque, claro, si los negros oímos a alguien aporreando nuestra puerta no sé porqué tendemos a pensar que no va a ser precisamente Santa Claus el que está llamando, por muy navidad que sea, no señor... Pues eso, que si el queridísimo Louis Armstrong se ponía de rodillas y pedía a Dios que fuera Santa el que llamara a su puerta, yo no pude hacer menos, claro... “¿Eres tú, Santa Claus?”, pregunté con una mezcla de ironía y de prevención. Al abrir la puerta, el terror que sentí me heló la sangre y la sonrisa de la boca se convirtió en una mueca mezcla de confusión y temor. Jamás pude pensar que eso pudiera pasarme a mí: siempre he sido un ciudadano honrado, he tratado de hacer las cosas lo mejor que he sabido y que he podido, incluso cuando las cosas no eran fáciles (nunca lo son) en mi barrio negro, pero eso... No, no, eso era impensable, jamás se me habría ocurrido que alguien, ni siquiera un hermano como yo, pudiera
2 Dramaturgo afroamericano, conocido como “el O’Neill negro” por la calidad y la trascendencia de su obra. Su ciclo del siglo XX es un estupendo retrato de la vida de los negros en EE.UU. y está compuesto por diez obras, una para cada década del siglo. Todas ellas, salvo la correspondiente a los años 20, transcurren en The Hill, barrio en el que se crió Wilson, al igual que el músico de jazz Art Blakey.
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sufrir tamaña humillación. Contarlo me produce todavía vergüenza, haber sido objeto de befa y mofa no es nada agradable y no es en absoluto fácil asumir que esto le haya pasado a uno, y precisamente a mí, que intento ser una persona discreta, pasar desapercibido, no molestar a nadie... Pero bueno, creo que mi historia ilustrará, sin duda, hasta qué extremos estamos llegando, así que me armo de valor y procedo. Al abrir la puerta, unos focos me deslumbraron, así que no pude ver la espuma del micrófono que me pegó un magnífico gancho de izquierdas en la nariz. “YO POR MI HIJA, MATO, MAAAAATO” Dios, no entendía nada, ¿qué diablos era eso? ¿quién profería esos berridos que me ensordecían y me aturdían aún más de lo que ya estaba? “Amable concursante, tiene usted el privilegio de haber sido seleccionado al azahar (sí, sí, el hortera del presentador, o lo que fuera, dijo “al azahar”; esto era mucho peor de lo que me temía) para participar en nuestro concurso “AQUÍ TE PILLO, AQUÍ TE MATO”, y esta es, precisamente, la 1ª pregunta que tiene que contestar para poder ganar nuestro superpremio, ser el protagonista de nuestro programa durante todo un mes, dejar que nuestras cámaras muestren al mundo entero su vida, su casa, sus armarios... por cierto, ¿está usted dentro o “ya ha salido”?, jaja, es broma, a eso no nos tiene usted que contestar... todavía” Pero, ¿qué estaba pasando? ¿Por qué me habían elegido para tamaña tortura? Me negaba a protagonizar ese extraño experimento... ¿Por qué yo, Dios? ¿Porque soy negro? Pero no había tregua, el tío seguía hablando sin darme op-
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ción a meter baza ni a manifestar mi protesta “Pues esa es precisamente la 1ª pregunta que tiene que contestar, si es que quiere tener el enorme honor de protagonizar nuestro show... Ah, caballero, qué suerte que haya sido elegido, cuánto le estarán envidiando nuestros tele-expectadores” (porque dijo “expectadores”, sí... ¿pero acaso podía alguien estar expectante ante algo tan cutre?) “¿Quién es nuestra musa, la diosa de la belleza, la elegancia y el refinamiento que ya es mundialmente conocida por esta frase que pasará a la “posterioridad”? (y por cierto, ¿qué coño era eso de la “posterioridad”?) A lo mejor esto no era ningún concurso, sino una cámara oculta, una broma de mal gusto, pero me temía algo aún peor; sí, una vez más se atentaba contra el pueblo negro, se intentaba humillarlo, no cabía la menor duda, así que cuando por fin se calló el dichoso presentador y se produjo el silencio, respiré profundamente para coger aire y me dispuse a no dejarme llevar por la indignación y dejar a mi raza y a los míos en el lugar por el que llevamos siglos luchando. “Ni sé quién es la supuesta musa ni me importa, y considero este acto vandálico un atentado contra la comunidad afroamericana, una manifestación más de las malas artes de los racistas que ni respetan ni entienden nuestro modo de vida, que se creen mejores que nosotros y por eso con derecho a violar nuestra intimidad y a ridiculizarnos sin ningún pudor...” “Vaya, vaya, vaya, hemos dado con un “intilectual”, uno de esos que critican nuestros programas y no entienden que la tele es para el pueblo, precisamente para los que son parte de esos
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a los que usted cree defender”, y, en esta ocasión mediante un derechazo, volvió a encasquetarme la alcachofa para ver qué podía responder ante una razón tan poderosa como la que acababa de esgrimir. “Pero, ¿qué dice, insensato? Ustedes tratan al pueblo como si fuéramos catetos, inútiles sin capacidad para pensar. Intentan idiotizarnos con sus ridículas historias, probablemente para que nos olvidemos de nuestros problemas y de luchar contra las desigualdades, contra las injusticias, contra los atropellos de...” “Y encima es un “planfetario”, ahora querrá hacer “prolesitismo” a nuestra costa, aprovechando la gran audiencia que nos sigue, adoctrinando a nuestro querido y amable público...” Fui yo quien, en esos momentos, traté de arrebatarle el micro al bobo ese y aprovechar mi medio minuto de gloria para decir: “Buenas gentes, lean ustedes más y apaguen la TV, lean lo que quieran, periódicos, libros, blogs... lo que sea, pero no se dejen manipular por la caja tonta. En mi blog, yolecantolas40allucerodelalbapuntoafro, podrán ver que...” “¿CÓMO? - ahora fue él el que se hizo de nuevo con las riendas del micro - ¡¡¡ENCIMA ES “BLOGERO”!!! ¡VÁMONOS! ¡Y SÉPALO USTED BIEN, ESTÚPIDO, MANIPULADOR, PIRATA, QUE ES USTED UN PIRATA! ¡¡¡LE VAMOS A DENUNCIAR A LA SGAE!!! ¡La SGAE! ¡No, por Dios, la SGAE no! ¡No me lo podía creer! Esto era mucho peor de lo que nunca hubiera podido imaginar... La SGAE, ¡estaba perdido! Cerré la puerta como pude y salí disparado al salón, cogí una bolsa de basura y empecé a meter
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en ella, apresuradamente, las cintas de casete en las que mi hermano me había grabado, hacía ya muchos años (tantos que Michael Jackson todavía vivía y era negro) las canciones de los Jackson Five, de Aretha Franklin y de Stevie Wonder; las viejas cintas de vídeo en las que había grabado los partidos de la NBA y los conciertos de Ray Charles; los disketes en los que había guardado mis trabajos de la carrera, los CDs con mi tesis doctoral sobre teatro (afroamericano, claro), los DVDs con las actuaciones de mis sobrinos, los mejores raperos de The Hill... ¡Toda una vida a la mierda! Tenía que borrar mis favoritos, revisar mi disco duro... no, qué va, no había tiempo para eso. ¡Qué horror!, pero no había más remedio, ni tiempo que perder... Sí, “format C:”, era mi única opción. Tan pronto como pulsé enter me di cuenta de mi terrible error: ¡¡¡¡HABÍA DICHO EL NOMBRE DE MI BLOG EN LA TELE!!!! ¡Ahora sí que nada ni nadie podría librarme de las garras de la SGAE! Me derrumbé en el sofá: quería despertarme de esa horrible pesadilla, pero no estaba dormido, no me quedaba otra que escapar, recurrir a mi última esperanza, esa que nunca quieres utilizar pero a la que en situaciones tan dramáticas como la mía no queda más remedio que echar mano. Cuando se es bloguero, y además negro, se es con todas las consecuencias, pero mi vida de protesta pública había llegado a su fin, tendría que pasar a la clandestinidad, no me quedaba otra... Ni Obama podía solucionar mi tragedia: una vez más, la injusticia golpeaba con dureza en el corazón de la comunidad afroamericana, y en esta ocasión la víctima era yo.
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Saqué el pavo del horno: se iba a quemar, aunque ya nadie se lo fuera a comer. Cogí mi antología de poemas de Langston Hughes, que siempre me han acompañado, mi I-Pod cargado de jazz y de blues (afortunadamente en mi arrebato por intentar limpiar las huellas de mi “carrera delictiva” no había reparado en ese chisme prodigioso) y salí de casa sin mirar atrás. Encaminé mis pasos hacia el único lugar en que sabía que, al menos por un tiempo, podría sentirme seguro. Anduve y anduve por los barrios más sórdidos, protegido de la noche por la tonta alegría navideña que reunía a las familias en el calor de las casas y que había vaciado las calles: no se veía ni un alma, justo lo que necesitaba para llegar a mi guarida sano y salvo. Di 4 golpes en la puerta, esperé a que me contestaran con otros 2 y canté susurrando la contraseña: Stop, in the name of love, before your break my heart. La puerta se abrió lentamente, la oscuridad del interior era aún más tenebrosa que la de fuera, una mano tiró de mí con fuerza hacia dentro y sentí un dolor punzante en la nuca. Noté el microchip; sí, ya era uno de ellos. Cuando encendieron las luces, me vi dentro de un círculo rodeado por los que, a partir de ese momento, serían mi única familia. Las más extrañas criaturas imaginables me dieron la bienvenida, todos los parias de la tierra, todos los desheredados por nuestra sociedad parecían haberse reunido allí, como los monstruos en la parada de Tod Browning “Bienvenido a Providence”, me dijeron a coro, “ya eres uno más de los primigenios”.
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Por primera vez en mi vida, rodeado de seres inusuales, viscosos, deformes y de todos los tamaños y tonalidades no me sentí “raro”, ni en la obligación de tener que hacer algo especialmente extraordinario para reivindicarme o justificar mi existencia. Sentí paz, armonía, verdadera libertad; y como primigenio, trabajaré para que las navidades, y el resto del año, dejen de ser en blanco y en negro y sean de colores, como lo somos todos nosotros en Providence; pero, sobre todo, para que las nuevas generaciones no caigan en la tentación de ser grises.
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HISTORIA DE UNA NINJA Historia de una Monja fue dirigida por Fred Zinnemann en 1959 e interpretada por Audrey Hepburn y Peter Finch. El guión está basado en la vida de la ex-monja y enfermera belga Marie Louise Habets, contada por la novelista estadounidense Kathryn Hulme. Marie Louise, como la Hermana Lucas de la película, había estudiado medicina y pasó por distintos destinos que desaprovechaban su preparación hasta que fue al Congo como enfermera. De vuelta a Bélgica abandonó definitivamente los hábitos cuando su conciencia no pudo “permanecer neutral” ante la invasión nazi del país, tal y como imponía su orden.
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Desde pequeñita siempre quise ser ninja. Sí, ya sé que puede sonar extraño, al fin y al cabo era la niña de una familia bien, fui a los mejores colegios y tuve una educación esmerada. Todos confiaban mucho en mí: como poco, estaba destinada a ser como mi madre, mujer modelo, esposa fiel y madre entregada, pero eso era lo mínimo que cabía esperar de mí porque mi padre soñaba con que fuera a la universidad, con que fuera médico como él, con que me convirtiera en una de las primeras mujeres en seguir su carrera y siempre, siempre, tuvo la esperanza de que yo hiciera su sueño realidad. Pero no, yo quería ser ninja, caramba, y como mi padre me educó para que pensara por mí misma pues eso hice, pensar, aunque tampoco demasiado porque cuando tomo una decisión tengo que reconocer que no hay quien me apee del burro... Y aunque sé que fue doloroso para mi familia, sobre todo para mi padre, claro, a los 17 años dejé mi hogar para convertirme en ninja, para seguir mi vocación, para ser fiel, sobre todo, a mí misma. Como podrán imaginar, ser ninja no es nada fácil; una va llena de ilusiones porque toda su vida ha estado deseando que llegue el momento de entrar en esa especie de noviciado que es la LOFLINPEN (Legítimamente Orgullosa Fundación para la Legalización Inmediata de Ninjas en Peligro de ExpansióN) aunque se sepa que va a ser una experiencia dura, la más dura que se haya vivido hasta ese momento crucial en la vida. Pero LOFLINPEN y ser ninja eran mi vida, y de buen grado la habría dado si hubiera sido preciso por conseguir ser admitida
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allí. Estudié mucho, me preparé, sacrifiqué horas de ocio, de juegos, de confidencias propias de la edad… todo mereció la pena cuando, después de haber hecho la solicitud de ingreso y todas las pruebas en secreto, a espaldas de mis padres y de mi acomodada familia, llegó la respuesta anhelada: había sido admitida. ¡Lo flipen! El caserón que albergaba la sede de LOFLINPEN era imponente; las instalaciones, las salas de entrenamiento, las aulas… todo estaba diseñado para que el neófito se adentrara en la filosofía ninja desde el primer momento en que pusiera sus pies en la sobrecogedora mansión Bruce Van Lee, donada a los ninjas belgas por el padre fundador de nuestra orden. Pero lo que realmente me impresionó fue mi celda: no había cama ni nada que se le pareciera, sólo una manta en el suelo y un libro en un rincón que se convertiría en mi biblia: el Hagakure. Entrené con auténtica devoción y pasión; quería ser la mejor y cada vez que mi maestro nos decía eso de “¿Buscáis ¿Buscáis ser ninjas? Pero ser ninja cuesta: aquí es donde vais a empezar a pagar…con sudor” sudor un escalofrío recorría mi espalda. Sí, el sueño de toda mi vida se estaba haciendo realidad y haría todos los sacrificios necesarios para alcanzarlo, para estar a la altura de las expectativas y de la confianza que mi maestro depositaba en mí. No podía defraudarlo, mientras estuviera en LOFLINPEN él me guiaría y me instruiría en las sabias enseñanzas del Hagakure, pero cuando saliera al mundo estaría sola y sabía que, entonces, empezarían las verdaderas dificultades, sería el momento clave para demostrar a todos que era una
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verdadera ninja, digna de la instrucción que había recibido, fiel seguidora de la filosofía de Van Lee… Sería agua, mi friend, querido amigo que lees mi historia. Y por fin llegó el momento: mi maestro confiaba en mí plenamente y sabía que estaba preparada más que de sobra, aunque otros maestros ninjas decían que yo era un poco rebelde, que no siempre ponía buen gesto cuando tenía que cumplir órdenes que no me agradaban y que la obediencia no era lo mío, pero no podía evitar pensar por mí misma, era parte de mi vida, así me habían educado y precisamente gracias a ello había llegado a ser ninja, así que mi maestro abogó por mí y me consiguió una misión dura que muchos pensaban que no sería capaz de asumir. Ahí podría demostrarles a todos de qué era capaz y ligera de equipaje pero cargada de ilusiones salí de LOFLINPEN dispuesta a comerme el mundo. Marbella, ese fue mi destino, una ciudad llena de esas cosas que a la gente normal les gusta pero que a los ninjas auténticos nos repelen: lujos, vicios, juergas, vanidad y vida superflua por doquier. Y mi protegido era el peor de todos, un niñato insoportable al que le gustaba lo que él llamaba la buena vida, pero que para mí era un auténtico infierno... lo que para él era música para mí era ruido ensordecedor que perturbaba mi paz interior y lo que él denominaba seguratas estúpidos que no tienen ni idea de quién soy yo eran para mí auténticos gorilas con los que tenía que mantener peleas día sí y día también (mejor sería decir noche sí y noche también, porque mi protegido hablaba de empezar el día a partir de las 9 de la
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noche). Mis costumbres sobrias y mis hábitos monacales poco tenían que ver con esa vida disoluta en la que él se sentía como pez en el agua, nuestros caracteres eran tan distintos que ni la cortesía natural en la que me habían educado podía salirme de forma espontánea con él... Aggghhh, que Van Lee me ampare, aunque me esté mal decirlo, ese ambiente corrupto estaba haciendo mella hasta en mi alma, pero lo peor estaba aún por llegar: ¡me estaba enamorando de ese imbécil! Las cosas no podían seguir así: cada vez que veía a ese necio sí que tenía escalofríos por todos lados, muchos más que durante mis durísimos entrenamientos. Trataba de esquivar su mirada porque me ruborizaba y eso me hacía parecer más idiota aún, lo que le encantaba porque le daba pie a reírse de mí (por mucho que él dijera que era conmigo) y a repetirme lo encantadora que era y la suerte que había tenido con que LOFLINPEN hubiera tenido el acierto de mandarme a él... No, no podía ser, tenía que abandonar esa misión, sabía que eso defraudaría a muchos, sobre todo a mi maestro, que tendría que aguantar las chanzas de sus colegas diciéndole eso de “ya te lo decíamos nosotros, la obediencia no es el fuerte de esta...” ¡Cuánto lamentaba fallar a todos, qué mal me hacía sentir pensar que mi maestro tuviera que soportar las críticas, pero confiaba en que él me conocía de verdad y esperaba que supiera que si abandonaba mi misión no era por no obedecer, sino más bien por todo lo contrario, porque si seguía en ella desobedecería, faltaría a todos mis votos, desatendería mis obligaciones... Sí, porque el memo cuyo nombre no me atrevo ni a pronunciar había removido de tal manera mi interior que
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me hacía poner en duda todas mis creencias, mis ideas más profundas, mi fe. Para todos habría fracasado pero esperaba que mi maestro me entendiera y supiera, como yo, que sólo mi fidelidad a él y a las enseñanzas del Hagakure me llevaban a tomar esa terrible decisión. He vuelto al que se supone mi hogar. La mirada de desprecio de mi padre es mi mayor castigo y, al mismo tiempo, mi mayor recompensa; sé que no entiende nada de lo que he hecho pero confirma que el gesto benévolo y comprensivo de mi maestro cuando me recibió en LOFLINPEN para asistir a mi ceremonia de desarraigo no fue imaginación mía. Mi maestro sabe que el Hagakure vive en mí. Aquí estoy recuperando mi autocontrol, sé que ya no podré ser miembro de la comunidad ninja y que tendré que ser una “ghost dog”, pero seguiré siendo fiel a mí misma. Siempre seré una ninja: siempre, mientras que Marbella y él (¡¡¡¡¡AAAAYYYYYYYNNNS!!!!!) no vuelvan a cruzarse en mi camino...1 Y siempre he pensado que la hermana Lucas, la adorable Audrey Hepburn de Historia de una Monja, era la mujer más obediente del mundo...
1 El Hagakure es el libro que lee el protagonista de Ghost Dog, su guía espiritual. Esta película, dirigida por Jim Jarmusch y protagonizada por el gran Forest Whitaker, cuenta la historia de un asesino a sueldo cuya vida diaria se caracteriza por su actitud tranquila y por su adhesión al código del honor de los antiguos samuráis, el Hagakure.
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E L APARCAMIENTO 1. Me llamo Baxter y tengo un aparcamiento. Sí, ya sé que para los que me leen desde el futuro esto no tiene mayor importancia, pero para los que me leen desde el pasado, desde 2012 por ejemplo, esta frase que les puede resultar anodina encierra ciertos misterios que su falta de conocimiento les impide entender... Esto me obliga a darles alguna explicación a los lectores del pasado, así que a los que sobrevivieron al gran cataclismo o poblaron, no me importa por cuáles medios, este planeta a partir de esa fecha les invito a saltarse los apartados 2. y 3. y a continuar la lectura (si es que sabiendo que tengo un aparcamiento aún quieren seguir haciéndolo) a partir del apartado 4. A mis lectores del pasado, sin embargo, les pido que no se los salten, si es que quieren encontrarle algún sentido a mi historia. 2. Mi aparcamiento no era el típico que ustedes, queridos lectores del pasado, pudieron conocer. Sí, había coches, pero eran una auténtica antigualla que ya nadie usaba en un mundo en el que los “autos” (por utilizar un término que les ayude a imaginárselos) volantes y los teletransportes eran lo más habitual. Mi aparcamiento, de hecho, era una reliquia arcaica, uno de los pocos edificios que, milagrosa y paradójicamente (y uso este adverbio porque ya era una cochambre en esos momentos) sobrevivieron al cataclismo de
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20... Mejor no les revelo la fecha, no sea que si lo hago cunda el pánico y ustedes se empeñen en tratar de evitarlo y la caguen aún más, así que me callo y voy al grano, que encima de que en esta época sólo leen 4 gatos (bueno, y en la de ustedes me temo que también) no voy a disuadir a los pocos que se animan a dedicarme unos pocos minutos de su tiempo. 3. Mi aparcamiento alquilaba coches por horas, pero esos coches no salían de allí, entre otras cosa porque estoy convenido de que casi ninguno hubiera llegado siquiera a la vuelta de la esquina. En esos coches tenían lugar citas clandestinas, encuentros amorosos ilícitos y, a veces, incluso sórdidos... Eso sí, la discreción estaba garantizada, yo era una tumba y llevaba tantos años dedicándome a eso que ya no sentía curiosidad alguna, si es que alguna vez había tenido la tentación de espiar a los usuarios de mi negocio. La crisis económica de finales de la primera década del XXI y de la segunda había llevado al cierre de mucho hoteles, así que los adúlteros tuvieron que buscar alternativas que no les arruinaran pero que les permitieran continuar dándose las alegrías que su monótona vida familiar les privaba... Y así, poco a poco, mi establecimiento fue ganando fama de sitio tranquilo y lo suficientemente mal iluminado como para que si el azar hubiera llevado a que dos conocidos se tropezaran no pudieran reconocer en el oscuro rostro con el que se cruzaban las facciones de algún compañero, pariente, vecino, amigo o, por qué no, cónyuge.
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4. Ahora que los lectores del pasado ya saben, aunque sea muy por encima, las implicaciones de ser el propietario de un aparcamiento, quizás sean los lectores del futuro los que se sorprendan de que fuera precisamente yo, uno de los individuos menos apropiados para una misión así, un tipo vulgar hasta decir basta, el elegido para acabar con una partida defectuosa de replicantes PLEXUS 5300. ¡Mierda, otra vez! ¡Tengo que volver a dar explicaciones a los pobres ignorantes del pasado! Por favor, amables y pacientes lectores del futuro que ahora se sentirán encantados de que ya quedemos tan pocos humanos porque no hacemos otra que proclamar nuestra incompetencia a cada paso: les invito, de nuevo, a saltarse el párrafo 5. y les pido perdón por las molestias. Mi torpeza narrativa no hace sino darles la razón, las capacidades de los humanos son tan limitadas... Afortunadamente para ustedes ya quedamos muy pocos, y casi todos somos viejos o estamos enfermos, taras estas que ustedes nunca conocerán. 5. Pues ya estoy de nuevo con mis lectores del pretérito pluscuamperfecto. Ya antes del gran cataclismo los genetistas habían creado los PLEXUS, unos replicantes (ustedes creo que les llamaban algo así como “clones”) que podían hacer todo lo que hacían los humanos pero con muchas grandes ventajas. La principal de ellas apuntaba al modo de vida que hoy en día es habitual porque los PLEXUS ni enfermaban ni envejecían, lo cual ponía punto final al lastre de la degeneración celular que ustedes y yo estamos condenados a sufrir. El resto de las ventajas estaban íntimamente
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relacionadas con esta: un PLEXUS podía hacer el mismo trabajo que un humano mucho mejor y más eficazmente; era, por tanto, altamente rentable. Pero la característica que más enorgullecía a sus creadores era que habían conseguido anular el deseo en los PLEXUS: el “Mundo Feliz” que imaginó ese tal Huxley del siglo XX estaba cada vez más cerca. 6. Y ahora que todos ustedes están al tanto de la situación, comprenderán mi sorpresa cuando el Gran Consejo contactó conmigo para “reciclar” a los PLEXUS 5300 defectuosos. Esta partida había desarrollado su cerebro de forma anómala porque empezaba a “involucionar”, tanto que ya no eran autopoiéticos, no; desgraciadamente, empezaban a acercarse a los humanos, se extasiaban ante la contemplación de la belleza, se preocupaban por sus semejantes, se enamoraban, sufrían, disfrutaban de los pequeños placeres de la vida, tenían ambiciones... En resumen, que eran un auténtico desastre, exactamente como usted, amable lector del pasado, y como yo. 7. El Gran Consejo pensó que yo podía ser adecuado para esa delicada misión por tres motivos. En primer lugar, era totalmente prescindible, el mundo no perdería nada, más bien al contrario, si yo perecía en la misión. Segundo, pensaban que todas mis debilidades eran las mismas que las de los PLEXUS 5300, así que me sería fácil dar con ellos e identificarlos. Y por último, mi discreción y mi mortalidad garantizaban que nadie tendría conocimiento de mi misión... “¿Nadie?”, se preguntarán ustedes, “¡pero si lo está contando a todo el mundo!”. Ya, pero lo estoy contando a través de un medio tan obsoleto como el blog; será difícil que
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alguien del futuro lea esta historia, y si lo hace toda esta trama habrá ocurrido tanto tiempo atrás que ya no tendrá importancia. Y respecto a los lectores del pasado, ¿qué importan los lectores del pasado si son tan humanos como yo y, por tanto, tan perecederos y dispensables? 8. Para no aburrirles demasiado les diré que todo me resultó más sencillo de lo que pensaba. Supongo que llevaba tanto tiempo encerrado en mi aparcamiento y sin relaciones verdaderamente importantes con mis semejantes que había conseguido anular muchos de mis deseos, lo que me ponía en una situación privilegiada respecto a los vulnerables PLEXUS 5300. Además, al estar en continuo contacto con humanos viciosos que hablaban abiertamente de sus miserias y de sus pasiones más bajas en mi aparcamiento estaba al tanto de los garitos donde podría encontrar con facilidad a los replicantes defectuosos. Localizarlos fue fácil y eliminarlos no me supuso ningún conflicto moral, aparte de que por cada uno de ellos me ganaba muchos créditos que me permitirían cambiar de vida y abandonar mi aparcamiento cutre... si es que eso era lo que quería. 9. Pero estoy abriéndoles ¿mi alma?, así que no puedo engañarles: mi encuentro con el PLEXUS 5300 LGG fue una auténtica pesadilla. Era fuerte, seguro de sí mismo, amable, divertido, generoso, inteligente, gentil... Era un viajero impenitente, un hombre renacentista, no admirarle era difícil pero no quererlo era imposible. Me sentía tan incapaz de enfrentarme a este reto que, incluso, llegué a encomendarme al dios que fuera, algo tan ridículo que hasta a mí me desconcertó... Lo peor es que ese dios me escuchó; o quizás PLEXUS 5300 LGG era tan perfecto que leyó mi mente,
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interpretó mis miedos y se compadeció de alguien tan triste y tan mediocre como yo, tanto que decidió facilitarme la misión. Bajo una intensa lluvia que en un momento dado no supe distinguir de mis lágrimas y de lo que pensé que también pudieran ser las suyas, pronunció unas palabras que llevo indelebles en mi corazón y que dejaron bien patentes que su categoría humana, por muy paradójico que pueda parecer el término para un replicante, era muy superior a la de la mayoría de los que supuestamente sí lo éramos:
“He visto cosas que vosotros no creeríais, naves de ataque en llamas más allá de Orión. He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhaüser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir.” 10. Después de esto no tengo mucho más que decir... El Gran Consejo se sintió muy satisfecho con mi trabajo hasta el extremo de que me atrevería a decir que el día que me recibieron para darme mi recompensa en créditos estaban un poco eufóricos y se sentían incómodos porque esa sensación no les resultaba familiar ni agradable. Fui yo quien se aprovechó de ese momento de debilidad para pedirles que, en vez de créditos, me dejaran seguir con mi vida y me otorgaran el privilegio de tener una PLEXUS 1100 para mí, una chica sencilla y bastante primitiva porque se trataba de un prototipo que había sobrevivido a las mejoras posteriores que los genetistas habían alcanzado en sus hermanos. La conocía de vista porque solía venir a mi aparcamiento pero, a diferencia de cualquiera de los clientes habituales, ella sí que no me resultaba invisible. Su presencia iluminaba mi rutina y siempre
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saludaba, tímidamente, al entrar y al salir y me dirigía una mirada cálida y azorada. Había sido testigo mudo de sus sonrisas y de sus lágrimas, de sus esperanzas y de sus decepciones, de sus sueños y de sus caídas... Una PLEXUS 1100 no suponía ningún riesgo para la sociedad, tenía fecha de caducidad, no era más que un experimento que había durado más de lo previsto y que había permitido que los científicos mejoraran las versiones posteriores. Me la concedieron, y con ella compartí mi vida; jugábamos a cartas, veíamos pelis antiguas de esas que guardaba como un tesoro porque después del cataclismo el cine desapareció, leíamos libros prohibidos porque no eran los folletos y los panfletos recomendados por el Gran Consejo, saboreábamos comidas vetadas porque ella misma se encargaba de prepararlas y no eran los insípidos productos permitidos por el Gran Consejo y destinados a cubrir las necesidades básicas de la población sin que se perdiera mucho tiempo y sin que se crearan falsas expectativas gastronómicas y, sobre todo, disfrutábamos del jardín, tan clandestino como mi aparcamiento pero en absoluto tan deprimente porque fue ella quien se encargó de darle vida y de hacer que en él cada día saliera el sol... Hasta mi aparcamiento parecía menos feo cuando a ella se le ocurría dejarse caer por ahí. De eso hace ya algunos años; sé que nuestro tiempo se acaba y por eso he querido contarlo todo, probablemente con la estúpida idea de que esta historia puede animar a los lectores del pasado que estarán enfrentándose a momentos difíciles (todo era difícil en el pasado) y que tendrán miedos a todo y a todos, y con la idea más ridícula aún de que los del futuro, que creen conocer todo lo
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que aconteció, vean que hay muchas cosas, seguramente banales para ellos, que sin embargo llenaban la vida de esos extraños habitantes que poblamos su mismo mundo en tiempos ya remotos. Nuestro tiempo se acaba, pero no nos importa. Hemos pasado nuestra vida sin sobresaltos, hemos llevado una existencia tranquila y nos hemos querido sin grandes pasiones, pero también sin grandes sufrimientos. Somos moderadamente felices, creo que no se puede pedir más. Y además, desde el día en que conocí a PLEXUS 5300 LGG tengo la sensación de que él, que propició nuestra convivencia, vela también por nosotros. Sé que esto sí que es totalmente incomprensible para los lectores del futuro pero, quién sabe, a lo mejor alguno del pasado, que se ha olvidado de vivir y de que nuestra propia existencia es la pervivencia de los que nos precedieron, decida engancharse a la vida de nuevo... porque la vida tiene muchas formas, y nos ofrece muchos caminos y si nos sentamos a verla pasar pasará, pero sobre nuestros cadáveres.... A Luis GG, un PLEXUS 5300 que ya ha cruzado las puertas de Tanhauser: Sit Tibi Terra Levis.
No hace falta decir que la inspiración de esta revición la podéis encontrar en dos auténticos peliculones, El Apartamento, de Billy Wilder, y Blade Runner, de Ridley Scott. Si no las habéis visto, id a la videoteca inmediatamente y purgad vuestro pecado disfrutando de las dos: será una de las penitencias más agradables que cumpláis en vuestra vida.
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HISTORIAS DE P ILI Y D ELIA Historias de Filadelfia es una de las mejores comedias del cine. Dirigida en 1940 por George Cukor está protagonizada por una Katherine Hepburn y un Cary Grant en estado de gracia, junto a unos “secundarios” de lujo, entre los que cabe destacar un magnífico James Stewart en un registro en el que no se prodigó. Ruth Hussey, interpretando a la fotógrafa, completa el cuarteto. El guión es, sencillamente, magistral. El gran Orson Welles decía que una buena película era tres cosas: guión, guión y guión. Según esta definición, Historias de Filadelfia es una auténtica obra maestra.
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Hola, soy Pili Lord y me abuuuuuuurro mortalmente. Soy una chica bien, vivo en una mansión impresionante, nado en la abundancia, me casé con un hombre guapo pero inaguantable del que me divorcié, he viajado y viajo cuanto quiero, gasto a manos llenas... pero me aburro. A veces me gustaría ser pobre; ¡debe de ser tan divertido! Cada día una emoción nueva, una incógnita, un problema magnífico al que estoy convencida que tiene que ser muy ameno enfrentarse... ¿comeré hoy o no?, ¿podré comprarle a mi niño unos zapatos para que no lleve esas alpargatas viejas y rotas ahora que no para de nevar?, ¿me embargarán la casa por no poder pagar la hipoteca?... todos los días un reto, un aliciente para seguir vivo, un motivo por el que luchar. Pero yo lo tengo todo y me aburro, soy una víctima, digna de compasión... seguro que ustedes se hacen cargo. Por eso entenderán que por ver si me entretengo algo, me haya dado por casarme otra vez. La verdad, mi prometido es soso sosísimo, pero como C.K. Dexter era tan insoportable, tenía tanta personalidad, era tan arrollador y tan interesante pues no había manera de meterle en cintura, así que he pensado que quizás mangonear a un pavisoso como George me divierta una temporada... al menos voy a intentarlo porque tengo que hacer algo para salir de esta monotonía. Hasta ahora los preparativos de la boda me han tenido bastante atareada y eso ha puesto una nota de color en mi gris existencia. Sin embargo, casi todo está listo ya, perfectamente
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planificado y organizado, así que empiezo a aburrirme de nuevo y no sé cómo podré soportar estos días que faltan para la ceremonia. Afortunadamente, acabo de recibir noticias de mi ex, que pretende venir a verme y no sé qué me ha contado de unos periodistas. La verdad, C.K. tiene una habilidad especial para sacarme de quicio, pero al menos su presencia y la posibilidad de tener unas cuantas buenas trifulcas le da cierta emoción a esta rutina tan anodina. Están a punto de llegar... oigo un coche acercarse, deben de ser ellos. ¡Vaya!, el perodista no está nada mal y la fotógrafa es muy mona, demasiado, tal vez. Se la ve tan preparada, tan independiente, tan segura de sí misma... ¡aggghhh, la odio! ¿Cómo se ha atrevido C.K. a traer esta arpía a mi casa? ¿Lo ven? ¡No sé cómo se las apaña para hacerme perder los nervios, en cuanto cruce el umbral de mi casa se va a enterar! “C.K. ¿quién te crees que eres para irrumpir en mi casa y arruinar la tranquilidad que me caracteriza? ¿No comprendes que necesito paz y calma para prepararme para mi enlace? ¿Cómo que qué cursi e hipócrita que soy? Y tú, ¿qué? ¡Fantoche, que eres un fantoche! Encantada, Sr. Connor, lamento que nos conozcamos en circunstancias tan aciagas... y usted, Señorita Imbrie... ¿Cómo, que la llame Delia? ¿Pero quién se ha creído que es, qué confianzas son esas? ¡¡Lagartona, que es usted una lagartona!! ¿Cómo que le encanta mi perfil izquierdo? ¿Lo dice en serio? Sí, sí, ya sé que soy fotogénica, Pili Lord siempre ha sido una de las más glamurosas y bellas caras del papel couché y, la verdad, parece que los
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años no pasen por mí... Venga conmigo… Delia, me dijo que se llamaba, ¿verdad?” Pues sí que es simpática esta chica, y qué agradable... El Macauly este parece un poco bobo, buena persona, seguro, pero me temo que un títere en las manos de C.K., pero Delia Imbrie es otra cosa, eso está claro. Con qué seguridad se desenvuelve, se ve que es toda una profesional de la fotografía, enseguida ha apreciado mi belleza y mi buen porte. Y no es por nada, pero parece que se haya criado en un entorno como este, queda tan bien en esta casa, no desentona ni con los muebles, ni con la tapicería, ni con la decoración... ¡Y qué guapa es! Además, no le hace ni caso a C.K., el Sr. Connor le sigue como un perrito faldero, seguro que irán a entrevistar a mi padre, y a mi madre, y al mayordomo, a ver qué cuentos chinos sobre mí les sacan: que si estoy histérica con todo esto de la boda, que si George Kittredge es un pobre tonto al que maltrataré y volveré loco con mis caprichos y mi antojadizo carácter, que si qué lástima que lo mío con C.K. se fuera al traste, con todo lo que lo querían en esta casa... No quiere más que regalarse los oídos y disfrutar con mi enojo, así que no le voy a dar el gusto, no señor. Que se quede con su Sr. Connor, que yo me llevo a Delia... por cierto, ¿puedo tutearte, verdad, reina? Sí, claro, llámame Pili, como hacen mis amigas del alma, que tú y yo ya lo somos. Eres preciosa, Delia, y vaya tipazo tienes; ¡¡¡lo que yo llamo una mujer cañón, pero cañón cañón!!! Pues yo, qué quieres que te diga, bombón, que en el fondo de mi alma soy una pobre infeliz... sí, supongo que todavía no he
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encontrado lo que quiero, claro, porque C.K. no me lo dio y pongo en duda que el Sr. Kittredge esté a mi altura, y desde luego, yo no estoy dispuesta a ponerme a la suya1 . ¡Qué sonrisa tan encantadora tienes, Delia! ¿Que sonríes porque te sientes bien a mi lado? ¡Hacía tiempo que no me decían un cumplido tan bonito! Cómo me gustaría llevarte a todos esos sitios maravillosos que conozco porque seguro que contigo serán bellos, e interesantes... ¿Me dices en serio que te encantaría? Ufff, eso me hace la mujer más feliz del mundo. Ay, Delia, qué me has dado, que mi corazón late alocado y me tiemblan las piernas... Ay, madre, nunca me habían besado así, no sé si esto es correcto, pero qué diablos, me encanta... ¿Que lo único correcto es ser feliz? Sí, supongo que tienes razón, pero llevo toda la vida haciendo lo que se supone que tengo que hacer y aburriéndome como una ostra, como es mi obligación; seguro que contigo no me aburriría nada nada, ¿puedo probar? ¿Cómo que “debo” probar? ¿Lo quieres, de verdad, tanto como yo? Ay bendito, esto sí que no se lo esperan, pero, la verdad, no se me ocurre un momento mejor para dar la campanada. Al fin y al cabo, todos están pendientes de mí, así que todos lo sabrán de golpe... Espero que mis pobres padres no se lo tomen demasiado mal, seguro que no, al fin y al cabo están acos-
1 Es famosa la anécdota de que cuando Katherine Hepburn conoció a Spencer Tracy le dijo eso de “qué bajito es usted, Sr. Tracy”, a lo que el genial actor, haciendo gala de su mejor ironía irlandesa, contestó “No se preocupe, Srta. Hepburn, ya me encargaré yo de ponerla a mi altura”. Son una de mis parejas favoritas de todos los tiempos.
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tumbrados a mis extravagancias. Pero esto no es un capricho más, cuando una encuentra el amor verdadero lo sabe, y lo sé porque nunca antes había sentido algo así, nunca antes había tenido tanta certeza sobre algo, nunca antes me había sentido tan segura de mí misma. Y además, ¡qué transformación! ¡Ya no siento ni el más mínimo aburrimiento! Solo el amor auténtico puede cambiar a alguien así, de repente y radicalmente. Bésame otra vez, amor, tus besos me hacen sentir viva. Pero ven, dame la mano, corre, que veo al Sr. Connor con mis padres, con C.K. y con George. ¡Y el mayordomo les lleva unos refrescos! ¡Qué bien, todos juntos, no puede haber mejor ocasión! ¡Ay, Delia, qué feliz me haces, contigo me siento capaz de cualquier cosa! ¡Qué felices vamos a ser! “Hola, hola, por favor, no se levanten... Sr. Connor, seguro que ya habrá recavado información suficiente para su reportaje pero, ¿quiere una auténtica exclusiva?”
Para Paloma; ya sé que no es un póster de la Hepburn con pantalón, pero seguiré buscando.
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T U PIE IZQUIERDO Mi pie izquierdo es una de esas películas de superación personal que tanto gustan en Hollywood, aunque transcurre en Irlanda, los actores y el director lo son y, al menos, se ven en ella las miserias de cualquier ser humano, incluido las del “héroe” de la película. Está basada en la vida del pintor y escritor Christy Brown, que superó su parálisis cerebral gracias a su tenacidad y al apoyo incondicional de su madre. En esta película funciona, como en otras, perfecta y eficazmente el tándem Jim Sheridan y Daniel Day-Lewis, actor que consiguió el óscar por su interpretación. Esta revición también narra una terrible historia de superación… aunque no tan ejemplar, me temo.
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“Caminé 7 kilómetros por ti”... ¡Valiente gilipollas! Si creías que con eso me ibas a ligar lo llevabas claro... A mí, la reina de la displicencia, la que usaba a los hombres, los tiraba como si de un kleenex se trataran y los humillaba; la que presumía ante sus amigas de pasar de los tíos, del romanticismo, del amor eterno... ¡¡Jo-der!!, ¿por qué me enseñaste los pies? Sí, soy fetichista, lo reconozco, donde haya un buen pulgar que chupar me pongo a mil... pero esa ampolla... ¿¿¿Era cierto!!! ¡Habías caminado 7 kms. por mí! Por llegar hasta mí con esa piel rasgada, con los talones en carne viva, con los dedos sangrantes porque tus uñas (demasiado largas, guarrete... ¿no has oído hablar de la pedicura?) se te habían clavado en la carne y habían profanado tu sagrada piel de aroma... un tanto a Torta del Casar, para qué nos vamos a engañar, y por eso mismo, para mojar pan. Pero cuando me enseñaste la ampolla de TU PIE IZQUIERDO... ¡ay madre, qué am-polla! Me sentí más-turbada, aturdida y mareada que nunca... El tamaño sí importa, ¡vaya que si importa!, y nunca, y cuando digo nunca es nunca, a pesar de mi experiencia de odalisca, a pesar de que el mismo Ovidio podría haberse inspirado en mí para escribir su Ars Amandi, a pesar de que si hubiera sido Scherezade habría convertido las 1001 noches en 41.356 (4-1-3-5-6... reintegro el 7)... A pesar de toda esa vida disoluta, nunca me había topado con una am-polla como la tuya.
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Caminaste 7 kms. por mí, y yo perdí mi equilibrio, mi reputación de femme fatale, mi buen nombre como amante plurilingüe.... Caminaste 7 kms. por mí, y desde entonces vago por los caminos, duermo en las cunetas, me vendo al peor postor... pero no he vuelto a ver un pie tan herido, tan vituperado, tan amante, y no he vuelto a sentir el escalofrío que convulsionó mi espina dorsal ante esa am-polla tuya, llena de pus que me veneraba, cargada de tu sangre derramada por mí... Caminaste 7 kms. por mí, y 70 veces 7 caminaré los 7 días de la semana, los 12 meses del año, todos los años que me queden por vivir, porque esa enooooooooorme am-polla tuya me une a ti irremediablemente, me hace eternamente tuya, ilumina mi vida y, angustiosamente, también me la quita...
NOTA: Este “relato exprés” incorpora la frase “caminé 7 kms. por ti” con la que Carlos Salem nos invitó a participar en la convocatoria de micro-relatos El tamaño sí importa que se celebra todos los miércoles en Los Diablos Azules: lo que me sorprende es que ganara. Se lo dedico con todo mi cariño a Luis Ricardo Suárez, el poeta pijo, el más laureado de los micro-relatistas: el premio me lo bebí en tu honor :-)
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MURIERON CON LAS BATAS PUESTAS Murieron con las botas puestas es una de esas películas épicas y patrioteras tan típicas del Hollywood clásico. Propias de una época en la que EE.UU. necesitaba afirmarse tras la Gran Depresión, reivindica las características asociadas al supuesto “espíritu americano”; el honor, el sacrificio, la constancia, la superación de uno mismo… asociados al bien de la comunidad que se librará del terrible mal que le acecha gracias a esa entrega. Solo que en esta ocasión ese “terrible mal” eran “los indios”, los nativos americanos, y “los héroes” el Séptimo de Caballería bajo las órdenes del General Custer, el militar ejemplar, el prototipo de soldado que tras la Guerra de Secesión en vez de recibir los honores de otros compañeros de armas fue destinado a seguir batallando en la Guerra contra los Indios y encontró su muerte a manos de Caballo Loco y sus hombres en la batalla de Little Big Horn. Las heroínas de esta revición también están dispuestas a entregar sus vidas, si fuere necesario, aunque teniendo en cuenta los tiempos que corren me parece que su batalla es mucho más noble y justa que la que protagonizó Custer.
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“¡Qué tiempos, Concha, qué tiempos!”, decía Choni mientras ponía alfileres aquí y allá en la falda de su vecina y, sin embargo, amiga. “Hija, no sé si voy a poder hacer gran cosa; por mucho que la tunee la tela ya está un poco pasadita y con tanto volante vas a parecer la Pantoja…”. “Ya, Choni, ya lo sé, pero ¿qué quieres que haga? A Mariano no le pagan desde hace tres meses y los ahorros nos los hemos comido. Hay que fastidiarse, que tengan que estar mis suegros y mi madre echándonos una mano para terminar el mes… Bastantes miserias pasaron los pobres en la posguerra, que en sus casas apenas había qué llevarse a la boca; y ahora, si no fuera por ellos, que no han dejado de apretarse el cinturón toda la vida, los que no tendríamos qué llevarnos a la boca seríamos nosotros…” La conversación se repetía día sí y día también; hoy la excusa era la falda que Choni iba a arreglarle a Concha para que fuera un poco “más apañá” a la entrevista con la empresa de limpiezas que la había llamado. Si la contrataban al menos no tendría que seguir pagando la seguridad social de su bolsillo y el sueldo sería un poco mejor que lo que iba sacando de asistenta en varias casas. Ayer había sido Choni la que compartió sus tristuras con Concha: Paco tenía la espalda cada día peor, pero como el ERE de su empresa había consistido en reducir el horario y el sueldo de los empleados para evitar despidos, estaba haciendo el turno de noche en el taxi de su hermano, que había tenido que echar al conductor rumano que lo hacía porque ya no podía pagarle. Paco apenas dormía cinco horas, pero qué otra cosa podía hacer, con dos chicos en casa y sin trabajo…
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Las dos amigas se ayudaban cuanto podían. Concha teñía y peinaba a Choni y le cortaba el pelo a “todos sus hombres”, mientras que Choni hacía milagros con la ropa de la familia vecina; Mari Ángeles, la chica de Concha, había ayudado a los de Choni a aprobar la secundaria. Era muy lista; si a pesar de los recortes, y gracias a su expediente académico, mantenía la beca se convertiría en la primera licenciada de la familia; a cambio, Miguel, el mayor de Choni, que era un manitas, se encargaba de las chapuzas de ambas casas, y se sacaba algún dinerillo con la buena fama que Concha le pregonaba por todo el barrio. Aunque Choni y Concha despotricaran, no hacían mucho más, como casi todos los mortales. Con luchar por el día a día tenían bastante, y además, qué iban a hacer dos marujas como ellas… Los políticos y los banqueros serían unos sinvergüenzas, sí, y el que no había hecho una trampa antes la haría después, pero eran gente preparada, con másters y cosas de esas, y si ellos no lo sabían solucionar a ver qué iban a hacer ellas; pues quejarse, claro, pero capear el temporal como buenamente podían. Sus chicos eran otra cosa. Eran jóvenes, habían ido a las manifestaciones del 15M, a las asambleas de barrio y a todos los tinglados habidos y por haber. Javi, el pequeño de Choni, incluso había acampado en la Puerta del Sol. A Choni no es que le hiciera mucha gracia; “perroflauta”, lo llamaban los vecinos, y aunque Concha trataba de convencerla de que lo hacían con cariño Choni decía que su hijo no era un “desarrapao”, que habría estado 10 días allí, sí, pero iba a casa a ducharse y la ropa la llevaba limpia, no era un melenas de esos que
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hasta huelen mal… Nadie dice que fueran malos chicos, pero a muchos no les venía nada mal “un buen lavao”… Así pasaban los días; las cosas estaban mal, sí, pero siempre había habido épocas difíciles, y siempre se había salido del atolladero. Nadie dice que fuera a ser fácil, pero ellos eran currantes natos, no se iban a dejar achantar por “la crisis”. No, no se iban a dejar achantar… pero había llegado el momento de pasar a la acción. Conocían a Pepita de toda la vida. Era la vecina del bajo, una mujer callada y trabajadora que había enviudado muy joven y había luchado con uñas y dientes para sacar a su chiquitín adelante. El crío tuvo una época difícil, la madre pasaba muchas horas fuera de casa y el chaval se juntó con malas compañías, pero la madre dejó el trabajo de las tardes y se encargó de meter en cintura al chico. Quien más quien menos, y respetando la discreción de la madre, echó una mano a Pepita en la tarea; Choni les decía a Miguel y a Javi que se llevaran a Pablo a jugar al fútbol; Mª Ángeles, pacientemente, le ayudaba a hacer los deberes para que recuperara el tiempo perdido en el instituto y todos contribuían con “regalitos” a compensar la disminución de ingresos de la pequeña familia. Superada la mala racha, Pablo se había puesto a trabajar de repartidor en un par de tiendas del barrio, lo que fue una bendición para Pepita porque una enfermedad degenerativa la había ido incapacitando para trabajar hasta que, definitivamente, tuvo que jubilarse con una mínima pensión.
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Y la hora de actuar había llegado porque Pablo se iba a quedar en la calle; la frutería de Pedro iba de mal en peor, y otro tanto pasaba con el ultramarinos de Pili. El centro comercial que habían abierto en el barrio les estaba dejando sin clientela y no podían permitirse un repartidor, por mucho que los vecinos mayores de un barrio con tantas casas sin ascensor ya no les fueran a encargar la compra porque nadie se la llevara a casa. Pablo era un poco el hijo de todos, y en ese barrio de gente humilde y buena nadie iba a permitir que la mala suerte se siguiera cebando con la misma familia; no es que los demás estuvieran para lanzar cohetes, pero Pepita no se lo merecía. Y así nacieron las “marujaflautas”. Javi volvía de una asamblea de barrio; de los tres vecinos que se habían criado como hermanos siempre había sido el más idealista, o el que más pájaros tenía en la cabeza, como decía su madre. Estaba entusiasmado con lo bien que estaba funcionando entre los miembros de la asamblea “el trueque” y “el banco de tiempo”; intercambiaban cosas y servicios, pero, sobre todo, se fomentaba la solidaridad. Así que cuando Choni le dijo a su hijo, “vaya novedad, eso lo llevamos haciendo Concha y yo toda la vida” a Concha se le iluminaron los ojos y casi gritó, “sí, pero ahora tenemos que conseguir que todo el barrio lo haga”. El objetivo estaba claro; Pili y Pedro tienen que recuperar clientela para que Pablo conserve su trabajo, así que hay que “boicotear” al centro comercial, y qué mejor manera
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de hacerlo que concienciando a la gente de que no solo no es necesario, sino que además estos sitios solo pretenden hacernos consumir sin sentido. Si logramos instaurar “el trueque” en el barrio y que los vecinos “intercambien tiempo” muchas de las compras inútiles que hacemos en el centro comercial se pueden evitar; así ahorramos gastos, tanto materiales como en servicios, y el dinero lo invertimos en mejorar el bienestar de todos. Si las tiendas pequeñas no se cierran Pablo y otros empleados no perderán su trabajo; si un fontanero, o un electricista, o el mismo Miguel, que es muy manitas, hace unos arreglos gratis a los tenderos y estos se evitan unos gastos, seguro que ellos pueden “estirarse” en el peso o en el precio; a cambio de eso, Mª Ángeles y los universitarios del barrio pueden dar clases a los muchachos de esos fontaneros, electricistas o tenderos y que los padres no anden agobiados para pagarles a los hijos una clases de apoyo, y yo puedo peinar a los chicos y tú arreglar la ropa que intercambien para que parezca nueva, y tu Javi, que está ya muy acostumbrao a estas cosas, puede organizarnos a todos y ver qué podemos ofrecer cada uno y quién puede necesitarlo… Las palabras se atropellaban en la boca de Concha, pero es que Choni la interrumpía con ideas mientras Javi tomaba nota de todo, tan emocionado como las “marujaflautas”, y diseñaba cuadrantes para encajar todas las piezas. “Me dejaréis que me encargue de la propaganda, ¿verdad?”, “Claro, Javi, tú sabes cómo organizar esto, los perroflautas sois unos expertos”
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Al día siguiente, las familias de Concha, Choni, Pepita, Pedro y Pili salieron a las calles del barrio, cacerola en mano y con la ropa de andar por casa puesta, para llamar la atención del vecindario y promocionar la idea. Javi, Pablo y Mª Ángeles portaban la pancarta que proclamaba “Autogestión: Marujaflautas, unidas, jamás serán vencidas”. Y si alguien osaba intentar acabar con ese movimiento de solidaridad, con esa corriente de generosidad, con ese entusiasmo y toda esa bondad, se encontrarían con un barrio dispuesto a morir con las batas puestas.
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QUE OCURRIO ENTRE TU PADRE Y MI MADRE ? Si habéis llegado hasta aquí, amables lectores, habréis visto que este libro que está en vuestras manos se basa, muy libremente, eso sí, en clásicos del cine. De hecho su título, reviCIoNEs, juega con no solo con las mayúsculas y las minúsculas para resaltar la palabra CINE, sino con el parecido fonético con “revisiones”, algo que a fin y al cabo todos estamos muy tentados de hacer cuando nos piden nuestra opinión sobre una película o un libro. Lo que os he demostrado hasta el momento es que soy más o menos capaz de inventarme un relato jugando con ese parecido, reconozco que a veces un poco traído por los pelos, entre palabras. Dicho equívoco, por otro lado, es a veces una simple excusa para desbarrar totalmente y alejarme por completo de la película original (como pasa en Black Christmas, o Afro-American Christmas para ser políticamente correctos) mientras que en otras ocasiones, sin embargo, el argumento me proporciona el eje narrativo principal para mi historia, aunque obviamente personajes, situaciones, ambientes y, por supuesto desenlaces, no coincidan en absoluto. Además, y salvo quizás en Murieron con las batas puestas que mantiene el tono serio (me atrevería a decir que, incluso, épico) de la película de Raoul Walsh, todas mis reviCIoNEs se caracterizan por un toque
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humorístico, incluso irónico y un tanto ácido, que pretende, con mayor o menor éxito, denunciar alguna situación, actitud o comportamiento que me resulta reprobable. Todo esto que estoy contando parece una explicación, por no decir una justificación, para que no penséis que si he escrito… “esto”, es porque no sé de cine; en absoluto. Tampoco es que quiera dármelas de experta, pero no me gustaría que os quedarais con la sensación de que “ésta ha escrito esta cosa rara porque no puede hacer un estudio y un análisis serio sobre el cine clásico”. Con la breve introducción que incluyo antes de cada revición el lector avezado puede comprobar que, al menos alguno, tengo conocimientos de cine. Las notas a pie de página también lo demuestran, así como el hecho de que a veces incluyo anécdotas, explicaciones musicales, literarias o históricas que manifiestan claramente que podré haber desbarrado, sí, que a veces estoy más inspirada y a veces menos, pero que una ha estudiado, ha leído y ha visto mucho cine, que conste en acta... Una vez que mi alma se ha aliviado y que no me siento tan culpable por haberos estafado (entre otras cosas porque el libro caro, lo que se dice caro, no lo es) haciéndoos creer que ibais a encontraros algo formal y sesudo, quiero congraciarme con aquellos que todavía esperan algo de ese cariz y, aunque obviamente esta introducción ya se está alargando demasiado, voy a reparar la ligereza en el tratamiento de la cuestión cinematográfica que hasta ahora ha caracterizado este libro. Por ello, voy a contaros algunas cosas curiosas que concurren en la película que sirve de base a esta revición.
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¿Qué ocurrió entre mi padre y tu madre? se estrenó en 1972. Su título original es Avanti y esto podría dar lugar a la primera reflexión; en España no solo se doblan las películas, algo que en otros países no se hace en absoluto, sino que hay cierta tendencia a cambiar los títulos de las películas. En este caso es bastante incomprensible que se cambiara, no solo porque la historia transcurra en Italia (concretamente en Ischia, una de las islas de la bahía de Nápoles) sino por una de las escenas más memorables de la película, un momento romántico en que las únicas palabras que intercambian los protagonistas son “permesso” y “avanti” y el resto lo dicen sus miradas, sus gestos, sus actitudes. Además, el personal del hotel en el que transcurre buena parte de la película utiliza continuamente “permesso” para entrar en las habitaciones, a lo que los huéspedes responden “avanti”, claro está… Paradojas de la distribución cinematográfica en España. Billy Wilder la dirigió y junto a su querido amigo J.A.L. Diamond escribió el guión, en una más de sus muchas colaboraciones juntos. Jack Lemmon la interpretó; es una de las siete películas de Wilder en las que participó. Si Diamond y Wilder eran “los guionistas” por antonomasia, Lemmon y Wilder fueron una de esas magníficas alianzas actor-director que hicieron grande a Hollywood. Si Lemmon siempre fue un gran actor, recordado sobre todo como un genio de la comedia, Wilder siempre supo sacar lo mejor del amplísimo registro interpretativo de Lemmon, haciéndole pasar de un ridículo histriónico a un dramatismo contenido, pasando por toda la gama de matices cómicos que imaginarse pueda. Fueron grandes amigos dentro y fuera de la pantalla y la confianza y la complicidad entre ellos es patente en todas las películas que realizaron juntos. Quizás sea exagerado llamarlas a todas “obras maestras”, pero alguna de
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ellas sin duda lo es y el resto no deja de ser “alta comedia”, en el mejor y más amplio sentido de la palabra: obras inteligentes, agudas, elegantes, cuidadas y que muestran lo mejor (y en ocasiones lo peor también, aunque de ese papel suela encargarse Walter Matthau, otro de los actores fetiche de Wilder) del ciudadano medio. Con faldas y a lo loco, Irma la dulce, El apartamento, En bandeja de plata, Primera plana y La extraña pareja completan el genial septeto. A continuación os hablaré un poco de Avanti porque así como algunas de las recién mencionadas son muy conocidas y todos las conservamos frescas en nuestras cabezas y, en muchos casos, en nuestros corazones, ¿Qué pasó entre mi padre y tu madre? no lo es tanto. Otro de los problemas es, precisamente, el título; los adjetivos posesivos provocan confusión, así que tampoco es tan meritorio por mi parte haber cambiado el “mi” por “tu” y viceversa; decir a la primera el título correcto de la versión española es verdaderamente un reto. Durante diez años, el señor Wendell Armbruster, un importante hombre de negocios de Baltimore con contactos en el gobierno estadounidense, ha pasado el mes de agosto en el Gran Hotel Excelsior de la isla italiana de Ischia, al parecer para disfrutar de las aguas termales y los baños de barro terapéuticos. De familia muy tradicional, conducta intachable y con mano de hierro con sus empleados, Wendell fallece en un desafortunado accidente de coche, motive por el cual su hijo, Wendell Jr. (Jack Lemmon), viaja a Ischia para hacer los trámites pertinentes y reclamar el cuerpo de su padre, ya que la ceremonia de entierro está prevista para pocos días después. Debido a la posición del finado, al gran número de asistentes previsto (incluyendo y politicos de alto rango) y al parón laboral previsto en sus empresas para que los trabajadores
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vean el entierro de su padre por circuito cerrado de televisión, el nerviosismo de Wendell Jr. es notable ante el poco tiempo de que dispone para arreglar todo. Una vez que llega a Ischia, Wendell Jr. se instala en el mismo hotel en el que se alojaba su padre para hacer todo el procedimiento legal; allí se encuentra con una mujer británica, Pamela Piggott (Juliet Mills), que también ha venido a reclamar el cuerpo de su madre. Para su sorpresa, Wendell Jr. descubre que su padre no murió solo en su accidente de tráfico, sino que iba acompañado por la madre de Pamela. Durante su estancia también va descubriendo qué pasó en el accidente y qué hacía su padre durante sus vacaciones en la isla. Al mismo tiempo, comprueba cómo la fecha del funeral se acerca y cómo la burocracia y las diferencias de los caracteres italiano y americano puede dar al traste con su planificada agenda. Clive Revill es el diligente Carlo Carlucci, el director del hotel, y desempeña un papel clave como intermediario entre el eficaz y expeditivo Wendell y la “relajación en las costumbres” de los empleados italianos con los que Wendell Armbruster Jr. se va topando. Gianfranco Barra como Bruno, personal del hotel, y Pippo Franco como Mattarazzo, bordan sus papeles prototípicos de italianos. Entre los muchos logros de esta película está que a principios de los 70 un director del prestigio de Wilder filmara a los protagonistas desnudos; la escena en que Lemmon trata de tapar los pechos de Mills con sus calcetines es hilarante. Y aparte del guión y de las interpretaciones, la fotografía, la ambientación y la música (la melodía principal es la canción Senza Fine, del genial Gino Paoli) completan un conjunto inolvidable. Y ahora, sí, comienza esta revición.
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QUE LE PASA A ESTE , DOCTOR ?
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QUE LE PASA A ESTE , DOCTOR ? Y esto ya se acaba, y lo hacemos con una revición inspirada en la comedia de Peter Bogdanovich ¿Qué me pasa, doctor? En esta película, Ryan O’Neal interpreta a un serio musicólogo, un profesional tímido y despistado que ve cómo su vida ordenada y dedicada al estudio se ve alterada al conocer a una joven vitalista y un tanto alocada, encarnada por Barbra Streisand. Junto a ella pasará por una serie de situaciones disparatadas que además de provocar la carcajada del espectador le llevan a cuestionarse su vida. Eso pretende esta revición; que nos cuestionemos nuestras vidas. Y si para eso hay que tomar decisiones drásticas pues se toman, que los tiempos no están para medianas. Se la dedico a Felipe Zapico, padre del Ebookprofeno, y a Sol Kabañas, encantadora mamá de la criatura. ¡Larga vida a Ebookprofeno! Los que la tenemos garantizada somos los que disfrutamos de su eficacia terapéutica y de sus beneficiosos efectos secundarios.
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Sí, si ya sé que nos lo garantizó, doctor, pero qué quiere que le diga; después de haber ido a una docena de médicos, de haber probado todo tipo de potingues, de haberse sometido a tratamientos durísimos… en fin, que después de tres años de auténtica tortura ya sabe que vinimos a su consulta totalmente escépticos, desahuciados, sin esperanza de ningún tipo… Su actitud, su seguridad, su seriedad… todo usted nos transmitió confianza; nos habían hablado muy bien de usted, nos lo habían recomendado porque usted es especialista, precisamente, en casos desesperados, como era el de mi marido. Nos dijo que teníamos que tener confianza, que debíamos ser constantes pero que, sobre todo, que lo imprescindible era vivir de otra forma, cambiar de actitud, tomarse las cosas de una manera totalmente distinta… Teníamos que “renacer”, y el medicamento que nos recetó, tan novedoso pero, aparentemente, tan fácil de digerir y tan cómodo en cuanto a su administración, parecía confirmar que todas las bondades que nos habían dicho sobre usted se quedaban cortas. Pero no queríamos hacernos ilusiones; habían sido tantas las decepciones que no podíamos permitirnos una más. No obstante, a mí me costaba renunciar al cosquilleo que sentía por las buenas vibraciones que me había producido esa primera visita; pero lo más emocionante fue ver la mirada de mi marido, ese brillo en sus ojos, que habían perdido su alegría hacía ya mucho tiempo, eran para mí una señal premonitoria de que quizás, esta vez, habría suerte.
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Y, efectivamente, el ebookprofeno surtió efecto. Porque el ebookprofeno no es un libro cualquiera: está contraindicado en personajes necios, papanatas, hipócritas, abusones, narcisistas y egoístas. Absténganse de tomarlo también aquellos que no están acostumbrados a pensar ni a cuestionar lo que los rodea y a sí mismos: los efectos secundarios del ebookprofeno en estos casos son más que adversos, ya que aparte del consabido malestar general es más que frecuente el desequilibrio total, la alteración brusca del estado de consciencia y también de la conciencia, la desaparición repentina de la ceguera, con el consiguiente desconcierto y, en casos extremos, paranoia e, incluso, la aparición de una doble personalidad totalmente contraria a la anodina existencia anterior, la percepción de voces que te incitan a vivir de otra manera, a cambiar la realidad, a lanzarte a las calles clamando justicia y hasta a solicitar la erección (entiéndase bien este punto, por favor) de patíbulos y guillotinas en las plazas públicas. ¡¡¡Vuelve Robespierre!!! se convierte en el lema de tu vida y la transformación en un ser totalmente nuevo y radicalmente radical es tan fuerte que los flojos de espíritu no lo resisten. El ebookprofeno, sin embargo, está recomendado para personas (cuidado, he dicho PERSONAS, sí, pero no “personas humanas”: estas últimas absténgase de su lectura) inteligentes, sensibles, audaces, valientes, solidarias, generosas, buenas… Potencia las cualidades positivas, el pensamiento alternativo y a contracorriente, el amor a la verdad y a la libertad y, aunque solo se ha contastado este efecto secun-
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dario en un 50% de los casos, la vida sexual. ¡¡¡Y ya ve qué suerte hemos tenido, doctor, nosotros hemos estado en esa mitad afortunada!!! Los últimos estudios, además, confirman que su uso continuado aumenta todos estos efectos positivos. Por todo esto, agradecemos a sus creadores su contante desvelo por el bienestar de la comunidad, su dedicación y su entrega en pro de un mañana mejor y de un mundo más habitable, más justo, más sano, en todos los sentidos. No, no, doctor, no es que nos paguen para hacer propaganda, qué va… es que cuando uno se convierte a la causa del ebookprofeno le cambia la vida, y tal y como usted nos advirtió, nada vuelve a ser igual. Mi marido es un hombre nuevo, claro, pero yo también soy una mujer nueva porque lo bueno del ebookprofeno es que sus efectos se contagian, muy rápidamente, además. Ojalá podamos extenderlos y convertirlos en una pandemia.
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