Duelo en el aula...

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Secretaría de Difusión Cultural Dirección de Museos Universitarios

Duelo en el aula…. La muerte del profesor, del Instituto Científico y Literario Autónomo, Margarito González.

Erika Leticia Bobadilla Quiroz


La muerte es un proceso natural que, tarde o temprano, los seres vivos tenemos que experimentar. Sin embargo, hablar de la muerte es uno de los temas más complejos que pueden existir: se muere de manera individual, pero el acontecimiento afecta a aquellos que se relacionaban con quien muere; lo que hace que se despierte una conciencia social y cultural de aquellos que sobreviven. Conciencia que provoca reflexionar sobre la propia mortalidad, sobre la propia finitud. Esta reflexión lleva, en algunos casos, a los familiares y amigos más cercanos del fallecido a una profunda amargura que puede trasladarlos a negar la existencia de una dimensión trascendente, aunque ello conlleve una toma de postura religiosa, la cual siempre parece ser necesaria.

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Y es que la muerte desde un concepto científico –llano-, es el término de la vida a causa de la imposibilidad orgánica de sostener el proceso homeostático; es decir, que el cuerpo deje de funcionar, de equilibrarse, de regularse. Por dicha situación, es que la muerte ha sido un tema de interés en todas las culturas, aunque algunas se excedan en la solemnidad y otras, como la nuestra, en la normalidad de su situación. Para los mexicas, la muerte no era algo que temer, simplemente era parte de un ciclo de regeneración, un caracol: la muerte da vida, fertiliza la tierra, alegra los marchitos corazones de los dioses e incluso era una promesa de una mejor existencia, la muerte era un inicio, una continuación de la vida del Universo. Para los católicos, en cambio, la muerte pone fin a la vida física del hombre como un tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo para gracia de Dios. Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida ya sea a través de la purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, o bien para condenarse inminentemente para siempre.

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Es decir, el cuerpo muere, pero el alma es la que pasa por alguno de los tres procesos: purgatorio, cielo o infierno. Y al menos en nuestra posición geográfica hay una mezcla de esas dos visiones en la postura religiosa que es el acervo acumulado desde los tiempos de la Conquista y la Colonia, los cuales se solidificaron durante la etapa Independiente. Otra de las visiones sobre la muerte es aquella que tenían los mayas: ellos creían en la vida después de la muerte, pues la vida era un tiempo sin fin en el cual la vida y la muerte son complementos indispensables para el equilibrio del Cosmos. La doctora Vera Tiesler, investigadora de la Universidad Autónoma de Yucatán, explica que, para los mayas, la muerte no era un destino final, sino que tenían la noción del devenir constante; para ellos, cada persona tenía un corazón sagrado formado por una serie de componentes anímicos que transitaban por los espacios del Cosmos. Duelo en el aula…


La muerte era un ciclo en donde la materia se desintegraba; pero el alma subsistía y tardaba entre 4 o 5 años en llegar al Xibalbá (lugar de reintegración a la Naturaleza); después de este tiempo el alma podría ser escogida para el vientre de una mujer, con el fin de volver a nacer. Algo similar, aunque muy distante, para el hinduismo que ve la muerte como parte de un ciclo llamado Samsara: traducido como nacimiento, muerte y vuelta a nacer; es decir ellos creen en la denominada reencarnación y está depende de las decisiones tomadas en el pasado. Especulan que lo realizado en vidas anteriores repercute en las futuras reencarnaciones, quienes están determinadas por las acciones, la conciencia y los actos de presencia con las que se actúe para lo que se consiga en una vida posterior. La finalidad de estas continuas o múltiples reencarnaciones, según sea el caso, es llegar a la ansiada liberación, para que así la muerte ya no sea más un paso transitorio entre dos cuerpos sino que se llegue a la ansiada liberación final.

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Hay distintas concepciones respecto de la muerte, esto depende de la religión y prácticas de la vida cotidiana de cada cultura. Sin embargo, en todas existe un duelo por la pérdida de un ser querido, ya sea que esta aflicción se transforme en resignación, tristeza, esperanza de una mejor vida o incluso alegría por la culminación de una vida próspera, el meollo es la aceptación de una pérdida irreparable. La muerte, por tanto, es parte de la vida cotidiana, todos hemos experimentado la ausencia de un ser querido, hemos transformado el dolor de su abandono de distintas maneras. Y también es cierto que la muerte de las personas que han convivido con nosotros, en algún momento, nos dejan un dolor que nos quebranta. Esto depende mucho de las vivencias, experiencias y lazos afectivos que se tengan con el finado. La muerte es infalible y forma parte de nuestras experiencias cotidianas; por ello es pieza clave en los acontecimientos del Instituto Científico y Literario Autónomo (ICLA).

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Para inicios del siglo XX, ser maestra o maestro significaba un arte. Un arte porque se adquiría poder cuando se transmitía el conocimiento en el aula y este poder moldeaba conciencias; hoy esa visión ha venido en detrimento, desafortunadamente. La historiografía de la educación ha referido que se privilegió más a la zona central de nuestro país, por ejemplo en la creación de las escuelas normales. En el ahora Estado de México, la principal escuela normal para profesores se anexó, provisionalmente, en el Instituto Literario de Toluca, en el año de 1882, teniendo el privilegio de ser uno de los principales centros de formación de maestros. Duelo en el aula…


Ahí se formaron los preceptores que prestaron sus servicios en las escuelas de primera, segunda y tercera clase. Por lo tanto, ser maestro consistió en una vocación que se practicaba con dedicación y esfuerzo. Para sus alumnos eran la guía que tenían que practicar con el ejemplo; es decir, un modelo a seguir, al que incluso le temían por ciertas reacciones ante las incoherencias o incumplimientos; aunque también podían venerarle por su entrega y constancia en el trabajo. El maestro era considerado una autoridad local junto con el cura, el médico y el farmacéutico; toda una personalidad. Hablar, entonces, de la muerte de un profesor en aquellos tiempos es acercarnos a la idiosincrasia también de los alumnos, los mismos docentes; pero también de la localidad en general que vive en el contexto. Este acontecimiento doloroso no fue ajeno al ICLA y para ejemplo podemos citar que el 4 de febrero de 1904 se extendió un comunicado para informar al gobierno y al personal del Instituto lo siguiente: "tengo la profunda pena de participar a usted que anoche, 3 de febrero, a las 9:00 horas 30 minutos falleció de una afección violenta el ciudadano profesor de este Instituto Margarito González".

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Cómo indica la costumbre se le tenía que realizar un sepelio al profesor, por lo que la dirección del establecimiento convocó a los profesores: Anselmo Camacho, Gabino Hernández, Juan L. Bobadilla, Ramón Covarrubias, Ignacio Guzmán, Rafael García Moreno, Agustín González, Agustín M. De Castro, Pascual Molina, Miguel Amador, Enrique del Castillo, entre otros, para asistir al acompañamiento del cadáver a las 4:00 horas p.m.

Los sepelios fueron parte de un ritual que de acuerdo con nuestra religión, en este caso católica, mezcla de lo indígena y español, así como las costumbres derivadas de ello, nos daban un significado de tranquilidad, paz y agradecimiento hacia el ser querido que ha muerto y del que no se sabe con exactitud su destino, situación que hoy se ha heredado con menor énfasis. Los rituales del llamado "velorio" (despedirlo con la luz de las velas) aseguraron la continua e inalterable presencia del finado en el espacio físico; pero también reafirmaron la ausencia del cuerpo del mundo terrenal, de manera que se quiere permanecer al lado del muerto y, al mismo tiempo, apartarlo hacia otro mundo. Es decir se vive un momento de protesta y aceptación al mismo tiempo, una amalgama muy dolorosa. Duelo en el aula…


Pero después de este proceso de desolación continúa la vida, pues la muerte sólo ha puesto fin a la vida mundana del ya fallecido, no así a la de sus familiares. Y aunque el dolor es grande, no se puede dejar atrás los deberes de la vida cotidiana, de la reconciliación con lo que queda de la vida. Por ejemplo, la familia del finado profesor Margarito González había quedado desamparada no sólo socialmente sino también económicamente. En 1900 se enseñaba más por vocación que por retribución económica, la docencia sólo se veía remunerada con el agradecimiento de los padres de los alumnos y de quienes ofrecían productos de huertos o granjas. Por esta razón, el Instituto suplicó que los profesores se sirvieran reunirse el 8 de febrero de dicho año, para llegar a un acuerdo y brindar un auxilio a la familia del finado profesor. Este humanismo hoy es muy difícil de presenciar o constatar.

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El acuerdo al que llegaron los empleados del plantel fue que se darían 2 días de su sueldo para ayudar a los hijos del profesor, mismos que se descontarían al final del mes en curso y en la primera quincena del próximo, con el objeto de que una vez salida la cantidad de que se disponía hubiera una nueva junta en la que se determinara la inversión de los fondos recolectados.

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La muerte es un suceso, no sólo natural sino también social religioso y cósmico –cotidiano- la muerte representa una etapa esencial del equilibrio cósmico, sobreviene repentinamente; pero forma parte de la estabilidad de la vida. La muerte es un acontecimiento raro e insólito que siempre quebranta de alguna manera la cohesión de la colectividad, genera inquietud y angustia, saca de la rutina. Modifica el denominado status quo.

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Los profesores del ICLA no sólo eran reconocidos por su trayectoria académica, por su profesionalismo o vocación pedagógica. El dolor que significaba su fallecimiento implicaba las experiencias vividas con ellos en la cotidianidad de la escuela; pero sobre todo el humanismo con el que se desenvolvían recurrentemente y que se verificaba en la preocupación a sus estudiantes desde las notas; pero también en el contexto de sus vidas, las cuales, muchos de ellos como el profesor Margarito González, siempre quisieron remediar aunque no tuvieran los elementos suficientes para hacerlo. Sirva este texto para enviar un reconocimiento afectuoso a nuestros profesores que levantaron los cimientos de nuestra actual Universidad Autónoma del Estado de México (UAEMex). Gracias por sus enseñanzas.

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Dr. en Ed. Alfredo Barrera Baca RECTOR Dr. en C.S. Luis Raúl Ortiz Ramírez Secretario de Rectoría M. en S.P. María Estela Delgado Maya Secretaria de Docencia Dr. en C.I. Amb. Carlos Eduardo Barrera Díaz Secretario de Investigación y Estudios Avanzados Dr. en A.V. José Edgar Miranda Ortiz Secretario de Difusión Cultural M. en Com. Jannet Socorro Valero Vilchis Secretaria de Extensión y Vinculación M. en E. Javier González Martínez Secretario de Administración M. en E.U.R. Héctor Campos Alanís Secretario de Planeación y Desarrollo Institucional

M. en L.A. María del Pilar Ampudia García Secretaria de Cooperación Internacional Dra. en C.S. Pol. Gabriela Fuentes Reyes Abogada General Lic. en Com. Gastón Pedraza Muñoz Director General de Comunicación Universitaria M. en R.I. Jorge Bernáldez García Secretario Técnico de la Rectoría M. en A.P. Guadalupe Ofelia Santamaría González Directora General de Centros Universitarios y Unidades Académicas Profesionales M. en A. Ignacio Gutiérrez Padilla Contralor de la Universidad


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