Cómo ser el empacador ideal * 1. Cuida tu imagen: a. Preséntate a trabajar aseado. b. Mantén limpio tu calzado y uniforme. c. Ten el cabello arreglado. 2. Háblale al cliente de usted, siempre con una sonrisa y mirándolo a los ojos. 3. Recuerda que existen cuatro tipos de mercancía: a. Frutas, verduras y perecederos. b. Ropa. c. Detergentes e insecticidas. d. Abarrotes, vinos y licores. 4. Identifica el tipo de artículo para saber qué tamaño de bolsa debes usar. 5. Cuida no confundir la mercancía entre un cliente y otro. 6. En caso de que un cliente olvide algún producto, comunícaselo de inmediato al cajero. 7. Si el servicio que proporcionas a nuestros clientes es cordial, te recompensarán como lo mereces. 8. Empaca ordenadamente, con cuidado y rapidez.
• Material de capacitación para empacadores en tienda de autoservicio.
7
0. Llegado el momento se debe estar listo para renunciar. Dar la espalda a los años. A todo aquello por lo que se trabajó. Superarlo. Aspirar a poco. Empequeñecerse y reducir las obligaciones a cubrir el turno en el supermercado. Con el tiempo resulta inevitable… a todos terminan por corrernos… somos piezas intercambiables… mobiliario de oficina. Más vale aceptar lo que ofrecen… la cantidad —siempre menor a la hipotética jubilación— a cobrar por retirarse de manera voluntaria. Juntar lo que se tiene y hacer algo con ello… aunque se acabe empacando compras ajenas en bolsas de plástico. O… si se tiene el suficiente coraje… morir de hambre. En pocos días uno se acostumbra a trabajar con despensas de otros… a ver desfilar los productos y dejarlos pasar. No es falta de voluntad. Ella no juega ningún papel en esto. La voluntad se reduce al hecho de mover un pie delante del otro para caminar… a llenar un vaso con agua y beber de él. No importa cuánto se esfuerce uno… cuánto se quiera algo… cuán insistente sea el discurso que repetimos frente al espejo… o mientras salimos de la regadera. La voluntad vale para dos cosas… y ninguna de ellas elimina los estragos del tiempo. Hay que convertirse en la última estación de la cadena de producción que inicia con el cliente depositando sus compras en la banda deslizadora y termina con el empacador regresándoselas después del embalaje. El elemento superior de la cadena alimenticia… el depredador… termina alimentando lo más bajo de la misma.
9
Carlos Bortoni Resistirse no ayuda… hay que aceptar que no se es especial… que no se tiene suerte… que no nos jubilaremos antes de que nos den las gracias y una palmada en la espalda. El corolario es lo que sigue: recoger las migas que arrojarán al suelo cuando metamos sus productos de regreso al carrito metálico. Para nuestra suerte… con el inevitable proceso de putrefacción… las necesidades disminuyen. Eso abre una gama de posibilidades. Aunque haya que resignarse ante la derrota. Soltarlo todo y dejar de fingir que controlamos la situación. Asumir que no se puede más que influir en el desarrollo de las cosas… no dirigirlo. Tomar lo poco que le queda a uno entre las manos y meterlo en una bolsa de plástico para cargar con ella adonde se vaya. Atenerse a las circunstancias. Al humor del otro. A su capacidad… no de compasión sino de diferenciarse de uno y necesitar reafirmarlo. Al azaroso juego de la generosidad. Sobrevivir deja de ser una lucha para convertirse en un letargo… en el aplazamiento del final. La derrota jamás es absoluta… por eso es incómoda. Cuando se pierde la capacidad laboral… se recurre a la capacidad de venta. Del mismo modo que una puta o un jornalero… se ofrece lo que se tiene… lo que se puede dar. Si no hay carne por la que alguien pague… o fuerza de trabajo por la cual cobrar… queda el espectáculo de lo caduco. Cuatro horas diarias parado al pie de una terminal esperando al próximo cliente. A cierta edad… sólo se puede dar lástima… y la lástima no es más que otro producto de intercambio. Por fortuna no la han patentado. Habrá que explotarla antes de que alguien la reclame como propia.
10
1. El Sr. González entra al supermercado. Camina hasta Servicio a Clientes y deja su maleta con la mujer de paquetería. —Se la encargo. Regresa sobre sus pasos. Saluda al policía que está en el punto de control que divide el área de cajas del resto de la tienda… y se introduce en ella. Recorre los pasillos sin mirar a su alrededor… con la monotonía de quien conoce de memoria el camino. Al fondo de la tienda… pasando la sección de discos… películas… aparatos de sonido y televisores… donde termina el área de muebles de jardinería y artículos para el baño… a unos pasos de la cafetería que casi nadie visita… están los únicos baños del lugar. Los mismos que tienen que usar… en caso de presentarse la necesidad… tanto clientes como empleados… supervisores… gerentes y demás personas en el supermercado. El Sr. González se mete al baño y mira de reojo su silueta en el espejo cuando pasa frente a él rumbo al mingitorio. Orina. No tiene una necesidad urgente… pero aprovecha los minutos que le quedan antes de empezar la jornada para no verse en la necesidad de pedir permiso para ir al baño. Entre la costumbre del infante que escurre lo poco que tiene en la vejiga antes de salir de su casa… y la humillación del escolar que depende del humor de su maestra para dejar el salón e ir al baño… el Sr. González prefiere la primera… por ridícula que resulte.
11
Carlos Bortoni Cuando termina… camina al lavabo y se enjuaga las manos. Durante un largo tiempo mantiene los dedos bajo el chorro de agua fría… sin moverlos… remojándolos… sintiendo cómo se aprietan los huesos… cómo se ponen rígidos. Levanta la vista y se encuentra con su rostro en el espejo. Ve sus arrugas… la expresión que conforman… se mira fijamente a los ojos… como si quisiera encontrar algo. Durante las cuatro horas que dura su jornada… es a la única persona que encarará. Por eso lo hace… para no olvidar que existen otros. Si el grifo no fuera automático… saldría del baño sin cerrar la llave. Pero sólo puede hacerlo sin secarse las manos. Mientras recorre la tienda… de regreso al área de cajas… balancea los brazos para que el aire se encargue del agua que escurre por sus dedos. En Servicio a Clientes le pide a la encargada de paquetería que le preste su maleta. Mientras se la da… cierra los puños y los aprieta tan fuerte como le es posible… sin reparar en la molestia que esto le genera… como un corredor de cien metros planos que se prepara para la carrera… concentrándose en otra cosa. Abre la maleta y saca un mandil verde y una cachucha del mismo color. Sin prisa… se cuelga el mandil… lo amarra a su cintura y se ajusta la gorra en la cabeza. Regresa su mochila a la mujer de paquetería… quien lo ha estado observando con un dejo de lástima. Con la mirada busca al supervisor de cajas y camina hacia él. Lo alcanza y le pregunta a qué terminal debe dirigirse. —Para eso les entregamos el calendario quincenal… don. No me diga que no se lo dieron —le dice el supervisor a manera de reproche. —Me lo dieron… señor. Lo revisé antes de salir de la casa. Pero no recuerdo el número de caja. El supervisor abre su carpeta de plástico con arillos metálicos y revisa el calendario del día.
12
Dar las gracias no es suficiente —González. Caja once. —Gracias… señor. Le pido me disculpe. Rumbo a su terminal el Sr. González pasa frente a un grupo de empacadores que —como él— esperan el cambio de turno. —Ancianos. Nadie responde. Poco después pasa junto a algunos «cerillos» que platican mientras descansan. —Soy su futuro. —Cállate —contesta uno de ellos… un niño alto con cara de bebé. —Descubrirás esta cara demacrada en tu espejo. Se detiene al pie de la caja once. Saca del mandil un cojín húmedo con moldura de plástico rojo… cuenta las bolsas que tiene en la terminal y separa las grandes de las pequeñas. Sonríe con la cajera cuando ésta voltea a verlo. Se persigna y empieza a empacar productos.
13
2. —¿Encontró lo que buscaba? El sólo plantear la pregunta crea un ambiente para el comprador… que de otro modo jamás se daría. Sin importar lo que responda… incluso si se queda callado… el cuestionamiento le hace sentir que es alguien. No cualquier consumidor en la cadena alimenticia… sino un ente aparte… una persona digna de tomarse en cuenta. Para el Sr. González… este gesto —que escapa a su control— es vital en la consecución de su objetivo… monedas a cambio de embalaje. Las palabras del cajero son la última frontera que cruza el cliente antes de enfrentarse con él… y en gran medida influyen en el monto que conseguirá de cada cliente. El comprador… hombre o mujer… la sexualidad es insignificante una vez que el sujeto se asume como consumidor… llega a la caja después de recorrer la tienda. Si bien es poco probable que se encuentre fatigado… seguramente estará hastiado… cansado de buscar lo que necesita… quiere… o piensa que le hace falta… cansado de recorrer los pasillos y encontrarse rodeado por empaques con colores chillones… harto de las novedades… de la gente que está en el supermercado haciendo lo mismo que él/ella… desesperado porque la fila no avanza… pensando que de haberse formado en otra caja ya estaría afuera. En fin… el comprador llega a la caja con los hombros caídos. Pero sí escucha: —Buenos días… ¿encontró lo que buscaba? —Buenas tardes… ¿encontró lo que buscaba? —Buenas noches… ¿encontró lo que buscaba?
15
Carlos Bortoni Su actitud cambia de inmediato. Durante el lapso que se encuentre frente a la caja… el cliente dejará de ser esa figura de hombros caídos… asumirá un papel de dirigente… de patrón… de líder ¿de quién? Nadie lo sabe. Pero sentirá que su voz se escucha. Su respuesta variará tanto como la expresión facial de cada uno… o el modo en que la tela de sus pantalones cae debajo de sus rodillas. Pero se pueden agrupar de la siguiente manera: —Sí… gracias —prescindiendo incluso del sí y quedándose con el simple gracias que no aclara nada. —Me faltó… no vi… no encontré… —las opciones son infinitas… el sentido de la queja… uno: no hay. O un silencio sepulcral… en cuyo caso el cajero no está obligado a insistir… pues se asume que el comprador… a pesar de agradecer el cuestionamiento… no sabe qué hacer cuando se le toma en cuenta. La segunda posibilidad —a diferencia de la primera y la tercera— no se termina en sí misma… abre otros panoramas. Cuando el cliente se queja o lamenta no haber conseguido o cumplido con alguno de sus objetivos… el cajero toma una pequeña libreta que se encuentra sobre la caja y apunta en ella lo que el comprador afirma no había en los estantes… sin preocuparse por la veracidad de la declaración. —De inmediato lo reporto —responde el cajero como colación a su nota. Eso es todo. Ni siquiera importa si en verdad escribe en la libreta. El comprador paga y se retira de la tienda satisfecho… dejando como muestra de ello… las monedas que el Sr. González guarda en el bolsillo de su mandil. En consecuencia… se entiende que sucede lo opuesto cuando el cajero ignora al cliente y se limita a cobrar… cuando no lo hace
16
Dar las gracias no es suficiente parte del supermercado y lo reduce al papel de llano consumidor… que a su vez será consumido por el siguiente eslabón de la cadena alimenticia. El empacador paga los platos rotos. No importa lo que haga. El Sr. González empaca al pie de la terminal con el número 11. El cajero cumple con la labor de registrar los productos… leer el total a pagar… recibir el dinero y —en su caso— entregar el cambio o el voucher que debe ser firmado por el cliente. Nada más. El cajero es un hombre eficiente… sin embargo… nadie se siente a gusto en su caja. El silencio y la seriedad sumergen al comprador en su día a día y lo hacen consciente de su situación… lo mantienen donde siempre ha estado: en un lugar que no es el mejor para dar limosnas. Cobra y ni siquiera responde cuando alguien llega a darle las gracias. Despacha al cliente que sigue en la fila. Deja desamparado al Sr. González… quien hace lo único que está en sus manos para enfrentar la situación: intenta complacer al comprador desairado. —Que tenga un buen día —dice antes de que le entreguen la propina. Y sonríe. Sus palabras surten efecto… el cliente por un instante asume el papel de dirigente. Pero la propina —si es que la hay— no deja de ser escasa. La satisfacción llega tarde. El Sr. González guarda en el bolsillo de su mandil los pocos pesos que le entregan y sigue intentando dar con la forma de revalorar al comprador despreciado y generar el mismo efecto que la pregunta: —¿Encontró lo que buscaba?
17
3. La gerencia lo considera una sanción. Sin embargo… hay que esforzarse para hacerse acreedor a ella. Es más sencillo encontrarse trabajando al pie de la terminal donde cobra Susana… una mujer amable y consciente de los límites de los ancianos… que terminar al pie de una caja donde detrás de la máquina registradora se encuentre Doña Esther… una cincuentona que repele todo lo que huela a viejo por sentirse cercana a ello. O en la de Lucía… una joven adicta al trabajo y la perfección… una pobre criatura dispuesta a hacer cuanto haga falta para superarse y ascender dentro de la empresa hasta alcanzar la gerencia de alguna sucursal. De ahí que lleve los últimos cuatro días… metiendo compras en bolsas de plástico… en terminales donde los cajeros son incapaces de despreciar… mucho menos humillar… a un anciano como yo. Al contrario… a la menor provocación ofrecen su ayuda: disminuyen su ritmo de trabajo cuando notan que uno está más lento de lo normal… para evitar que los productos se amontonen y la terminal se sature… deslizan las compras sobre la superficie metálica de tal modo que cada artículo llegue hasta nuestras manos y no sea necesario estirarse para poderlo empacar… o —cuando el afluente de clientes se los permite— toman algunas bolsas de plástico… las despegan… las abren y dejan frente al empacador un montón de diez o trece listas para usarse. La jornada… al pie de sus terminales… es pan comido. Pero nada productiva. Sin importar cuántos clientes se atienda… o lo lle-
19
Carlos Bortoni no que esté el supermercado… trabajando con ellos… el bolsillo se siente ligero al final del día. Como si se estuviera empezando el turno. La razón: su amabilidad. Impacta de forma negativa al cliente… hace que todo resulte natural… que parezca en su lugar. No hay motivo para dar una propina decente a un hombre que se gana la vida trabajando en un ambiente de cordialidad y respeto. A los ojos del cliente promedio… alguien así no está necesitado. Al contrario… tiene todo lo que hace falta: gente que se preocupe por él. Pedir al gerente un cambio de caja sería inaudito… injustificable. No hay modo de hacerles ver que trabajar para gente buena es un infierno. Que junto a ellos no podemos vender nuestro producto. No queda más remedio que empacar y esperar que los vientos cambien por algo más severo. Por algo que brinde tela de donde cortar. Desde las diez que empecé a trabajar… he recibido un total de noventa y tres pesos… y falta menos de media hora para que mi turno termine. Para que se me escurra entre los dedos uno de los mejores horarios que me ha sido asignado: quince días seguidos… cubriendo el turno de diez de la mañana a dos de la tarde. Cuando la tienda se llena de amas de casa con el tiempo suficiente para encontrarle sentido a sus vidas… para pasearse empujando su carrito y creer que todo está a su disposición… que basta con estirar el brazo para hacerlo suyo. Cosa que no me ha beneficiado en nada… pues no he encontrado más que cajeros amables cobrando en las terminales que me corresponden. Cualquier esfuerzo para comprometer al cliente resulta inútil. Me resigno a que los dedos chuecos y con bolas hagan lo que puedan… a que las arrugas de mi cara produzcan algo en el consumidor… sin aportar nada a la interpretación. Tomo las compras de la mujer que sigue y las empaco. Se me resbala de las manos el galón de Pinol cuando intento cargarlo y meterlo en el carrito. Karina lo nota
20
Dar las gracias no es suficiente y me dice que lo deje… que siga empacando los demás productos y que en cuanto ella termine de cobrarle a la señora… lo hará por mí. —Sabe que no debe cargar cosas pesadas… don. Ahorita lo ayudo. Sin remedio alguno sonrío. Karina cobra… empaca el Pinol… y regresa a su sitio. La reacción es la esperada. La mujer —después de guardar el cambio en su bolso— pasa a mi lado y me entrega dos monedas de un peso. Las amas de casa necesitan estímulos para sentir que hacen falta… necesitan víctimas evidentes… de lo contrario —de no encontrar seres atormentados y desprotegidos— pasan por alto lo que de otro modo les desgarraría el corazón y las obligaría a actuar: a sacar diez pesos de sus bolsos para tranquilizar su conciencia… para sentir que han hecho algo por ese otro que se encuentra en apuros. Dos clientes después… aprovecho un descuido de Karina —quien no empuja con suficiente fuerza dos barras de mantequilla… dejándolas fuera de mi alcance— y me aventuro a ponerle fin a mi situación… para bien o para mal. Las barras se encuentran a menos de un metro de distancia… bastaría con estirarme para tomarlas y seguir empacando. Pero cuando uno está parado sobre arenas movedizas y no termina de hundirse… no hay más remedio que actuar intempestivamente… incluso si eso significa morir asfixiado. Todo… con tal de no seguir a la mitad del atolladero. —Por favor… mija… empújame la mantequilla —le digo—. No seas malita… cuántas veces he de pedirte que no me dejes las cosas tan lejos… que me ayudes un poco. Karina me voltea a ver incrédula… luego se estira sobre la terminal para arrojarme las barras. No dice nada.
21
Carlos Bortoni Mientras las guardo la cajera cruza miradas con la mujer a la que atiende. Reprueban mi actitud. Caigo en cuenta de que en mi desesperación no logré más que empeorarlo todo sin remediar la situación… sin hundirme por completo y morir ahogado. Karina registra los productos del siguiente cliente… marca dos veces la misma lata de piñas en almíbar. Enciende la luz roja sobre su terminal y antes de cobrar se disculpa con la pareja que tiene enfrente por hacerlos esperar y les explica que es necesario que se presente el gerente para autorizar la cancelación. Cuando el gerente llega… mientras introduce su llave en la computadora y teclea la clave para eliminar el artículo de la lista… Karina le comenta algo al oído. No necesito escucharla para saber lo que le dice. Ni siquiera las cajeras más amables toleran que alguien las cuestione… mucho menos que se les diga cómo deben hacer su trabajo. Y una queja sobre comportamiento inadecuado siempre es efectiva. Mi turno termina. Antes de salir de la tienda… el gerente me detiene para entregarme un nuevo rol de cajas. —Hubo algunos ajustes… González. Tu horario sigue igual. Sólo reacomodé las terminales. Durante los próximos días alternaré en las cajas de Lucía… Doña Esther y Joaquín… un cajero amanerado que abiertamente ha declarado no soportar el olor de las personas mayores y… en consecuencia… hace cuanto le es posible por mantenernos alejados. Tendré que estirarme para alcanzar cada artículo que registren en la computadora y de ninguna manera contaré con su apoyo en caso de que algo se me dificulte. Por el contrario… recibiré sus palabras de escarnio. Sonreír… sería burdo. No le digo nada al gerente… tomo el papel donde imprimió mi rol de cajas y salgo de la tienda.
22
4. Es la forma como controlan la cantidad de gente en las cajas. El método que se sigue en el supermercado para agilizar y mantener en orden esa línea de producción que implica el cobro y empacado de los mandados. El responsable de ello es el encargado de repartir las bolsas… un «cerillo» elegido por el supervisor de cajas… que se pasea entregando bolsas a los empacadores que las necesitan. Al inicio del turno reparte bolsas grandes y bolsas chicas en cada terminal… y conforme el día avanza entrega más donde lo considera necesario. Su objetivo es mantener el mismo flujo de gente en todas las cajas abiertas, controlar la velocidad de los empacadores y regular su desempeño. Es por ello que el Sr. González intenta hacerse de más bolsas. De lo contrario… cuando le hagan falta… cuando la cantidad de clientes no le permita despegarse de su caja… entonces no tendrá los recursos suficientes para despacharlos y no le quedará más opción que frenar su servicio —si no se ve obligado a detenerlo por completo— a la espera de que le entreguen más bolsas… sin poder hacer nada al respecto —tal como lo espera el supervisor—… viendo cómo los clientes abandonan la fila en busca de cajas más rápidas. Por eso aprovecha cualquier oportunidad de hacerse de una bolsa extra… de acumular un poco más… de atesorarlas en la esquina izquierda de su terminal. No importa si le hacen falta o no. Las necesita para atender a cuanto cliente se forme en su caja sin depender del control que establece el repartidor. Lo normal es que las bolsas grandes se agoten primero. En un turno pesado… cuando
23
Carlos Bortoni el flujo de gente es considerable en la tienda… suele atenderse a clientes que compran despensas completas… familias que toman su quincena… o sus vales de despensa y surten su hogar. Así que es raro usar bolsas chicas para empacar algo. A pesar de ello… el Sr. González se hace de cuanta bolsa consigue sin discriminarlas por su tamaño. Cuando se para frente a la máquina registradora un cliente con el carrito rebosando de productos… el Sr. González —simulando hablarle a la cajera— dice: —No me van a alcanzar las bolsas. Voy por más —asegurándose de que el cliente lo escuche… preocupado por demostrarle que lo hace para atenderlo mejor. Dicho esto… sale tan rápido como le es posible a satisfacer su objetivo. No hay muchos lugares donde buscar… sólo se pueden encontrar bolsas en las otras terminales… en el carro del repartidor y una oficina de atención a clientes donde se utilizan archiveros para guardarlas. Lo primero que hace cada que intenta conseguir más bolsas… es pedirlas a otro empacador o cerillo. Pocas veces funciona. Todos están inmersos en la misma lógica… no importa si su caja tiene un afluente constante de clientes o si es de aquellas casi vacías… se negarán a darle un par de bolsas argumentando que las necesitan. Así que el Sr. González se ve obligado a buscarlas en las cajas cerradas o a esperar a que alguien se distraiga para quitarle sus bolsas. En el mejor de los casos… si los dioses están de su lado… la oficina con archiveros llenos de bolsas tendrá la puerta abierta… no habrá nadie y podrá abrir un cajón para despacharse a sí mismo. Una vez que lo logra… regresa cuanto antes a su caja para seguir trabajando. Corre porque el cliente pronto habrá pagado por su compra y debe regresar a empacarla… porque la agitación hará parecer más grande su esfuerzo por traer bolsas donde guardar las compras de los consumidores… y porque sabe que si descuida su
24
Dar las gracias no es suficiente caja por demasiado tiempo… alguien más podrá agenciarse sus bolsas —como él mismo lo hace cuando pasa por una terminal que ha sido temporalmente abandonada. De regreso en la caja… el Sr. González coloca su adquisición entre las demás bolsas y empieza a guardar los productos del cliente con la torpeza que caracteriza a sus manos… apurando en la medida de lo posible la lentitud con la que toma cada objeto para garantizar que no se le caiga… que sus rígidos dedos no lo tiren. La tarea es agotadora pero nada resulta más redituable que un cliente convencido de que se han esforzado por él… seguro de que lo hecho ha sido por atenderlo mejor. Por eso lo hace así el Sr. González… porque la carrera termina siendo una inversión redonda en la que se asegura de que no le falten bolsas y que el cliente quede agradecido. A cierta edad… la única capacidad que se tiene… es la de causar lástima en otros. Sobre todo cuando se trabaja lento. Sin embargo… estas carreras para buscar bolsas nunca son suficientes… no importa que las consiga de otros empacadores o de cajas vacías o incluso que logre sacarlas de los archiveros de las oficinas… siempre hacen falta más… es imposible garantizar el parque necesario… se consumen rápidamente y no puede estar abandonando la caja para hacerse de más bolsas cada veinte minutos. No sólo porque no todas las compras de los clientes son tan grandes como para ir y venir en busca de más materia prima… sino porque tiene que asegurarse de no ser visto… garantizar que ni el supervisor de cajas ni el repartidor de bolsas se enteren de que se surte solo para atender a los clientes… y esto entorpece sus esfuerzos… resulta imposible intentarlo si alguno de ellos está cerca de su terminal… y su rango de acción está supeditado al espacio que le dan… al espacio necesario para no ser visto. Por ello es que recurre al cerillo de su derecha… cosa que nunca es sencilla debido a la naturaleza opuesta de cerillos y empaca-
25
Carlos Bortoni dores… de adolescentes y ancianos… porque es más rápido… y porque el empacador que el Sr. González tiene a su izquierda jamás colaboraría con él. La mayoría de los ancianos son celosos de su trabajo y siguen las órdenes al dedillo… temerosos de perder lo poco que les queda… aterrados ante la posibilidad de que alguien barra las migas que les han tirado en el suelo. Y éste no es la excepción. Así que… de cuando en cuando… le pide al niño que vaya rápido por más bolsas mientras él cubre su caja. Entonces el Sr. González despacha —en la medida de lo posible— las dos terminales, empacando los productos que se van juntando en la del cerillo sin descuidar su propia caja. Desde luego que nunca es por mucho tiempo… y desde luego que no lo haría si el cerillo no llegara con las bolsas y si no se quedara con las propinas de esos clientes. Sin la posibilidad de hacerse de más monedas… ningún trabajo extra se justifica. El niño regresa… divide el montón de bolsas en dos y le entrega uno al Sr. González. Durante un tiempo ambos trabajan sin problemas… a la espera de necesitar más bolsas. A la espera de que el guardadito empiece a disminuir y entonces el cerillo tenga que hacer otra carrera en busca del material. Por desgracia… el niño… a pesar de ser más ágil y rápido que el Sr. González… a pesar de regresar siempre con más bolsas entre las manos de las que el Sr. González podría sujetar… es poco discreto. Y no pasa mucho tiempo antes de que el supervisor de cajas le llame la atención por abandonar su puesto. Antes de que el repartidor de bolsas lo vea y entienda porqué el Sr. González nunca pide más bolsas a pesar de tener la caja repleta de gente. El repartidor —con la fidelidad que caracteriza a aquellos que no se dan cuenta de estar sometidos… y consciente de que los ancianos son intocables para la empresa—… siguiendo su encomienda… le comenta al supervisor que el cerillo de la caja quince —a la derecha del Sr. González— lleva mucho tiempo en ella… y que en la
26
Dar las gracias no es suficiente banca hay un par de empacadores a la espera de terminal. El supervisor —sin pensarlo dos veces— reemplaza al cerillo por un anciano celoso de su trabajo… como todos. El Sr. González mira lo sucedido sin poder hacer nada… consciente de haber sido descubierto por el repartidor de bolsas… de no poder dejar su sitio y de no contar con más ayuda. Poco a poco las bolsas se van acabando y se ve obligado a interrumpir su trabajo en un par de ocasiones para hacerle saber al repartidor —con cuanta seña le es posible— que necesita más. El repartidor camina lentamente hasta la terminal del Sr. González para dárselas y anotar en su lista de control que le ha entregado una segunda tanda al empacador de la caja catorce. Con cada espera… los clientes empiezan a cambiarse de fila… anhelando encontrar alguna que avance más rápido.
27