Mundos de muerte Despojo, crimen y violencia en Guerrero
Carlos Illades Teresa Santiago
Mundos de muerte Despojo, crimen y violencia en Guerrero
Carlos Illades Teresa Santiago
CONTENIDO
Prólogo ........................................................................................................ 15 1. Mundos de muerte ........................................................................... Guerra irregular .............................................................................. El capitalismo criminal .................................................................. Necropolítica ....................................................................................
21 23 29 32
2. El capitalismo criminal ................................................................. Acuérdate de Acapulco .................................................................. Oro rojo ........................................................................................... Nido de avispas .............................................................................. Aguas turbias ................................................................................. Un ejército de jóvenes .................................................................
37 39 47 55 61 65
3. Necropolítica .................................................................................... Contrainsurgencia y guerra sucia ............................................... Los señores de la guerra ................................................................. Guerrero (in)seguro ....................................................................... La sociedad armada .......................................................................
69 71 78 89 97
4. Resistencias ........................................................................................ 107 De la plaza al monte ........................................................................ 108 La democracia imposible ................................................................ 116 Entre el malo y el peor ..................................................................... 122 Fue el Estado ..................................................................................... 129 5. Víctimas ............................................................................................... 145 Círculos de violencia ....................................................................... 146 Guerrero se desangra ...................................................................... 154 ¿A dónde voy a ir? ............................................................................ 158 Sin rastro ........................................................................................... 165 “¿Qué más le puedes hacer a un muerto?” ................................ 171 La guerra sin fin .............................................................................. 175 Bibliografía ............................................................................................ 179
Al interior del portal del Infierno El Pecado y la Muerte aparecĂan Sentados frente a frente, ante las puertas Que quedaron de par en par abiertas, Arrojando en el Caos atroces llamas [‌] Milton
Prólogo
Guerrero muestra la descomposición social, el colapso institucional y el fracaso de las políticas de seguridad que tienen al país en vilo. La entidad no es una excepción, es el extremo. La espeluznante realidad suriana desborda el cuadro diario que ofrecen los exabruptos de un Estado disfuncional, una clase política corrupta y la falta de escrúpulos de, por desgracia, no pocos de los dueños del dinero. Los guerrerenses, mayoritariamente pobres o miserables, resisten cuanto han podido, sucediéndose ciclos de represión y autodefensa en el siglo pasado, mientras la guerra sucia se ensañó con las comunidades de la sierra y de la costa hace cinco décadas. Actualmente, el despojo y la violencia, la injusticia y los cacicazgos anacrónicos, contextualizan la economía criminal enraizada en el Sur profundo. Ésta afecta el entramado social, mina las instituciones de la república y gobierna de facto el estado. Su reproducción genera una violencia permanente, superpuesta a otra preexistente, endémica, atizada por la desigualdad social. Resulta difícil precisar cuándo las cosas se pusieron mal si nunca estuvieron bien en Guerrero. Aventuramos, de todos modos, que hacia finales de los 50 y los comienzos de la siguiente década, inició la pendiente: los frutos de la reforma agraria cardenista se agotaron, la población creció desordenadamente en las principales ciudades, mermaron los cultivos tradicionales, despegó la siembra de la adormidera en las regiones serranas, se activaron los movimientos sociales en la costa y la mano dura se redobló en todo el estado. Siguió la represión de la protesta pública, la persecución de la oposición política y la militarización de la entidad a resultas de la guerrilla. Aparte de la guerra sucia que cobró más víctimas en Guerrero que en el resto del país; el otro saldo de consideración de aquellos años aciagos fue el involucramiento de las fuerzas de seguridad con el crimen, el cual no se sintió amenazado por la presencia militar
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mucho más prolongada en la “paz” que durante la fase armada. Un pequeño respiro al comenzar los 80, para recrudecerse los conflictos antes de concluir la década. La globalización no le sentó bien a Guerrero. Los beneficios de la integración de Norteamérica llegaron a otras entidades con mejor infraestructura y mayor calificación de su población, en tanto que al estado suriano le correspondió pagar los costos, convirtiéndose en territorio de trasiego de las drogas sudamericanas, cuando los Estados Unidos sellaron la ruta del Golfo de México. La privatización desbordada de los bienes ejidales despojó a muchas comunidades de sus tierras y las mineras derramaron más contaminantes en los ríos que buenos salarios entre los lugareños. El pobre desempeño de la economía nacional durante los últimos 30 años, aunado a una presión demográfica alta en la entidad, además de la depauperación del campo, hizo crecer una masa de jóvenes sin expectativas laborales más allá de la precariedad. Migrar, conseguir una beca de estudios, enrolarse en el Ejército o participar en alguna banda criminal, conformaron las opciones disponibles para los jóvenes de las clases populares, con el añadido de que cualquiera de estas vías del ascenso social los empoderaba. La geografía guerrerense —amplias costas, sierras intrincadas, variedad de microclimas— ofreció un medio óptimo para la producción de enervantes. La pobreza y la falta de oportunidades aportaron el contingente humano de la economía criminal. El mercado global abrió estupendas oportunidades de negocios a los traficantes. Los cuerpos de seguridad en descomposición quitaron los obstáculos al trasiego de estas preciadas mercancías y formaron el núcleo original de las organizaciones criminales. El orden caciquil permitió el control de personas y recursos, además de asegurar la impunidad de la delincuencia. La guerra contra el crimen organizado pulverizó los cárteles que mutaron en pequeñas bandas, las cuales migraron del negocio de la droga hacia la extracción de rentas a la población. Y la política, el dinero y el crimen se fundieron de manera tal que son difíciles no sólo de separar, antes bien de distinguir. Hace cinco años, el presumible asesinato de los 43 normalistas en Iguala desnudó esta realidad ante la opinión pública.
Prólogo
El Estado moderno reservó para sí tres facultades fundamentales que monopolizó: la violencia legítima, la fiscalidad y el control del territorio. En mayor o menor medida, de acuerdo con la circunstancia o el lugar, el Estado mexicano, y sin duda el guerrerense, ha cedido parte de ellos al crimen, es decir, se privatizaron, por tanto, el Estado comparte la soberanía con actores autónomos, aunque no necesariamente exógenos, sobre los cuales la ciudadanía no tiene ningún control. La soberanía sumaria de los jefes de las bandas, esto es, la atribución de decidir quien vive o muere, rebasa incluso la penalidad más severa en un país que prohíbe la pena de muerte, por no hablar de las balaceras cotidianas y las no tan infrecuentes masacres. El “derecho de piso” se erige en fiscalidad extraordinaria obligatoria impuesta bajo el presupuesto de la fuerza y el eventual uso de la violencia. Derecho de piso que pagan tanto los particulares como los gobiernos municipales a los grupos delincuenciales. Y ni qué decir del control territorial, cuando sabemos que hay entidades prácticamente tomadas por el crimen, territorios a los que simplemente no entra la fuerza pública, no únicamente en lugares apartados o recónditos, sino en las ciudades y capital estatales. Ahora bien, los operativos militares, consecuencia de la guerra contra el crimen organizado —una guerra interna e irregular, de acuerdo con nuestra caracterización—, sirvieron más que coyunturalmente para contener la violencia, disminuir la producción de drogas o reducir la coacción contra la población. La maleabilidad de las organizaciones criminales para adaptarse a las circunstancias, su poder corruptor, la imbricación a distintos niveles de los aparatos de seguridad con la delincuencia organizada, la inoperancia de los gobiernos locales y el crimen mismo, que se filtró hasta la raíz de la sociedad, condicionaron el fracaso de estos operativos. Guerrero es una de las entidades con mayor y más constante presencia de las fuerzas federales, al mismo tiempo, no deja de ser una de las más violentas. Contra el pronóstico oficial según el cual después de una curva ascendente la violencia criminal bajaría, convirtiéndose de un problema de seguridad nacional en otro de seguridad pública, aquél enfrentado por el Ejército, éste por policías profesionalizadas, lo cierto es que el sexenio de
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Enrique Peña Nieto acabó peor que el de su antecesor en materia de seguridad, mientras que en el de Andrés Manuel López Obrador la tendencia no parece cambiar hasta el momento. Pero no sólo eso, sino también la administración peñista concluyó con cifras bastante abultadas con respecto a otras víctimas de la guerra: nos referimos a los desplazados y los desaparecidos. Poblados enteros en la Tierra Caliente guerrerense o contingentes humanos de distintas comunidades, emprendieron el éxodo debido al asedio de las bandas delincuenciales. Asimismo, los desparecidos de la última década se suman a los habidos durante la guerra sucia, con respecto de los cuales el Estado mexicano no cumplió la obligación legal básica de localizarlos. No obstante, una parte de los desparecidos en la narcoguerra han sido encontrados en fosas clandestinas, pero no por el Estado, sino por los propios familiares de las víctimas. Los civiles, de nuevo, cumpliendo las tareas desatendidas por un Estado omiso. Despojo, crimen y violencia van juntos en Guerrero. Caciques, criminales y empresas extractivas, también. El domino territorial es tan importante para la economía criminal como para los proyectos neoextractivistas instalados en el estado suriano, en los que los bosques y el oro son objetos codiciados. Despojar o someter a los habitantes de estas regiones requiere la fuerza las más de las veces. En esas circunstancias, el crimen actúa como agente intimidador de la población y despeja el campo para la instalación de las multinacionales que explotan el bosque o los minerales. Alcanzado el objetivo, la delincuencia organizada habitualmente coacciona a los trabajadores para cobrarles piso. Si éstos se organizan para proteger sus derechos laborales, los criminales actúan como pistoleros al servicio de aquellas firmas para doblar su resistencia; si se resisten al impuesto criminal, los secuestran o ejecutan. Esta forma bárbara que adoptó la globalización en Guerrero, esa mezcla de modernidad y arcaísmo que impregna su entramado social y político, las bases y el modus operandi de la economía criminal, las viejas y nuevas resistencias de las comunidades ante las reiteradas injusticias y la militarización de la entidad desde hace medio siglo, son la materia de este volumen. Más que un diagnóstico, intentamos ofrecer algunas líneas
Prólogo
explicativas de la dinámica destructiva que consume a esta porción del país. Mientras sigamos pensando que la entidad es un simple “foco rojo” en el mapa nacional, estaremos lejos de solucionar estos problemas que rebasan al Estado mexicano y descomponen el tejido social. Guerrero es el extremo, pero no el límite. 19
Chapultepec, marzo de 2020