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Trescientos mil dólares para asesinar a Trotsky

Cuando León Trotsky arribó al puerto de Tampico, el 9 de enero de 1937, y descendió del vapor que lo transportó en una larga y agotadora travesía desde Noruega, se sorprendió por tres cosas: primero el exuberante follaje, segundo, que lo estuviera esperando el tren presidencial para conducirlo a la capital mexicana y, tercero, el colorido atuendo de Frida Kahlo, que portaba un rebozo sobre su blusa y una larga falda. Su llegada a México representaba el fin de un largo peregrinar que empezó en los albores de 1929, cuando perdió la lucha por el poder frente a Iósif Stalin. En esa época el dictador y sus aliados del Politburó, Zinóviev y Kámenev, lo acusaron de traidor para expulsarlo de Rusia. Tras su salida, se convirtió en un moderno judío errante, cuyo exilio tocó como primer punto la mencionada isla de Prinkipo en Turquía. Le siguieron varios países más, y su morada previa a México fue Noruega, hasta que el gobierno lo desterró por presión de la Unión Soviética. Ante el temor a Stalin, ningún país se atrevía a recibirlo. Gracias a las gestiones de Diego Rivera, el presidente Lázaro Cárdenas le ofrecía asilo en el “exótico México”. De ese modo, Diego y Frida Kahlo acudieron a recibir a Trotsky y a su esposa, Natalia Sedova, para acompañarlos hasta el Distrito Federal. 45

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La pareja los albergó en la Casa Azul, también en Coyoacán. Para proporcionar mayor seguridad a sus huéspedes, Diego compró la casa vecina, lo que le permitió al líder ruso contar con un agradable y floreado jardín y una conexión directa al estudio de Frida. Durante sus primeros meses de exilio, la pareja rusa y la de pintores realizaban largos paseos por atractivos campos mexicanos, llenos de “exóticas plantas” donde comenzó la pasión de Trotsky por los cactus. Además, nació un affaire entre Frida y el Piochitas, como la pintora llamaba al exiliado. Ambos se coqueteaban hablando en inglés frente a sus respectivas parejas, quienes desconocían el idioma. Posteriormente, León Trotsky le escribió varias cartas de amor a Frida y se las entregó deslizándolas entre las página de libros. Los celos de Diego pronto se convirtieron en desacuerdos políticos. La incómoda situación provocó que la pareja de recién llegados abandonara la Casa Azul. Antes de romper con Frida, León Trotsky solicitó que le regresara sus confidenciales misivas, “para que no fueran a caer en manos de los estalinistas”. Así, se mudaba a una vieja residencia ubicada en el número 19 de la calle Viena, en los límites de Coyoacán, que le habían comprado sus seguidores estadounidenses. Al recibir la carta de Orlov con la advertencia sobre los planes para asesinar a Lev Davídovich, el gobierno mexicano edificó, para desalentar el temido asalto a la residencia por las huestes de Stalin, una pequeña caseta de policía que daba cabida a 10 guardias por turno en la entrada de la polvorosa avenida. A esa fecha aún se encontraba en España el hombre que encabezaría el ataque: David Alfaro Siqueiros, pintor muralista, también conocido como el Coronelazo, jefe de la 82a Brigada Internacional que combatía en Teruel. 46

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Los motivos de Siqueiros para enrolarse en el asalto a la residencia de los Trotsky se gestaron a raíz de su participación en el Congreso Nacional del Partido Comunista de España (pce) que se celebró en Valencia. En esa ocasión acudió acompañado por un pequeño grupo de milicianos mexicanos. Al ser presentado a los asistentes al congreso, le brindaron una gran ovación, como una manera de mostrar su agradecimiento a México, sin duda, el país que más apoyaba a la República Española después de la urss. El presidente Cárdenas enviaba, entre otros pertrechos, cientos de miles de balas y fusiles máuser, que se embarcaban desde el Puerto de Veracruz. Incluso muchos milicianos portaban orgullosos un collar, pulsera o dije con un casquillo percutido de origen mexicano, con lo que resaltaban la ayuda que México les brindaba. La Pasionaria era la principal oradora del acto, y agradecía la asistencia internacional que proporcionaban diversas naciones al gobierno de la República. “La primera ayuda al pueblo español en lucha a muerte contra el fascismo la proporcionó, naturalmente, el primer país donde el socialismo ha triunfado: la Unión Soviética”, enfatizó la mujer. Los integrantes de la brigada mexicana esperaban con ansias que la líder del pce reconociera el apoyo que el presidente Cárdenas les ofrecía. También los asistentes contaban que en segundo lugar se nombraría a México. La decepción ocurrió cuando la Pasionaria destacó que la segunda ayuda, tanto política como material, provenía de Checoslovaquia. Acto seguido, enumeró a otros países y nunca pronunció el nombre esperado. La ovación hacia la nación de Cárdenas se quedó contenida. Los delegados volvían la vista hacia David Alfaro Siqueiros con una “tremenda interrogante”. La diputada socialista Margarita Nelken se acercó al pintor, lo tomó del brazo y le dijo: “Siqueiros, ¡qué ignominia!” 47

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Al terminar el congreso, los delegados provenientes de los partidos socialistas y anarquistas le comentaban al Coronelazo: “¡Los comunistas, siempre los comunistas! Para ellos no existe más que la Unión Soviética”. En otra ocasión, un grupo de milicianos de origen mexicano participaba en los cotidianos mítines de las Brigadas Internacionales, y su presencia provocó grandes ovaciones y simpatía, incluso más que los “camaradas soviéticos”. Tales sucesos molestaron a los comisarios enviados por Moscú, y posteriormente le advirtieron a Siqueiros y compañía que se abstuvieran de participar en las reuniones masivas: el pueblo español no se debería engañar “pensando que México prestaba ayuda más importante y trascendente que la Unión Soviética”, le dijeron.18 El apoyo de México empezó a desvalorarse desde ese momento, aparte de que los comisarios rusos orquestaron una campaña de repudio contra los mexicanos, arguyendo que los traidores trotskistas, que recibían órdenes desde Coyoacán, alentaban las revueltas de Barcelona. Pronto los brigadistas encabezados por Siqueiros entendieron que las recriminaciones se debían al hecho de que se dio asilo a León Trotsky, de modo que su presencia en México “desvalorizaba” la contribución de esta nación en la Guerra Civil Española. Así, él y un pequeño grupo de brigadistas, formado por el también pintor Antonio Pujol, Néstor Sánchez y los hermanos Luis y Rafael Arenal, se reunieron para debatir sobre lo que se podría hacer para recuperar la confianza y simpatía de los rusos y españoles. “¿Vamos a permitir que Trotsky continúe en México protegido por el gobierno, nada menos que por un gobierno presidido por el general Cárdenas?… Cueste lo que cueste —nos dijimos todos—, el cuartel general de Trotsky en México debe ser clausurado, aunque para ello tengamos que encontrar fórmulas violentas”, concluyeron.19 48

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Las quejas y comentarios de los mexicanos pronto fueron escuchadas por los agentes Vittorio Vidali, Iósif Grigulevich y Eitingon; a los oídos de éste resonaron como música celestial, ya que recientemente había sido llamado a reunirse con Sudoplatov en Moscú, con la finalidad de planear el asesinato del creador del Ejército Rojo. La orden: que un equipo especial de la División de Servicios Especiales (dse) se trasladara a México para ejecutarlo, provenía del mismísimo dictador soviético. La había pronunciado semanas después de haber reprimido las revueltas de Barcelona. En esa ocasión, Stalin convocó a Lavrenti Beria, ministro del Interior, y a Sudoplatov, quien para esa época ya había sido nombrado jefe adjunto del Departamento del Extranjero. Era la tercera ocasión que Sudoplatov acudía con su nuevo cargo al despacho del tirano, ubicado en el segundo piso del Kremlin. Sudoplatov encontró a Stalin con una pipa en la mano llena de tabaco, pero sin encender. Se movía inquieto de un lado a otro en el amplio despacho. Se dirigió a ellos con un gesto que le puso rígido el semblante: “Trotsky debe ser eliminado dentro de un año, antes de que estalle la guerra”. Sus interlocutores lo escuchaban complacidos. Añadió: Sin la eliminación de Trotsky, como la experiencia española ha demostrado, cuando los imperialistas ataquen a la Unión Soviética no podremos confiar en nuestros aliados del movimiento comunista internacional. Ellos afrontarán grandes dificultades para la realización de su deber internacional de desestabilizar las retaguardias de nuestros enemigos con operaciones de sabotaje y guerra de guerrillas, si tienen que ocuparse de traidoras infiltraciones de trotskistas en sus filas.20

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Stalin hizo notar que, excepto el propio Trotsky, no existían figuras importantes en el movimiento trotskista, por lo que, si lo eliminaban, se acabaría la amenaza que éste representaba. También refutó la idea de su odiado enemigo de que el socialismo no podía triunfar en un solo país sino que era necesaria la revolución mundial, y aseguró que no contarían con experiencia histórica para la construcción del poderío industrial y militar de un país mientras no consolidaran la dictadura del proletariado en Rusia. El dirigente acabó su discurso, se dejó caer en el cómodo asiento de su escritorio y, con la mirada puesta en Sudoplatov, le ordenó que encabezara el equipo especial que pondría en práctica las “acciones” contra el ex líder ruso exiliado en México. Mantuvo la calma ante la aclaración de Pavel, que aseguraba no estar ciento por ciento listo para la nueva tarea en Coyoacán debido a que no hablaba español. El responsable del Departamento del Extranjero solicitó entonces permiso para seleccionar a agentes veteranos que operaban en la Guerra Civil Española. Stalin le respondió: “Ése es tu trabajo”. En el momento mismo en que salieron del Kremlin, Beria y Sudoplatov empezaron a planear el crimen. El comisario le prometió a éste todo el apoyo y la asistencia que necesitara, y le exigió que lo mantuviera al tanto sobre la marcha de los planes. Desde su nueva oficina en Lubyanka, Sudoplatov le ordenó a Eitingon que viajara de España a Moscú.Ya le había sugerido que se sumara a las “acciones” contra Trotsky, y éste había aceptado sin dudarlo. Días después, conversaban saboreando una taza de té, mientras discutían los planes; acordaron involucrar únicamente a agentes que no hubieran participado en acciones contra Trotsky o sus seguidores. Eitingon propuso un equipo integrado por mexicanos que estarían dirigidos por Siqueiros. A la misión ordenada por Stalin le dieron el nombre de Operación Pato. 21 Leonidas fue nombrado su 50

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director. Su primera responsabilidad era seleccionar el equipo especial entre los brigadistas internacionales que operaban en España. Eitingon regresó a Barcelona con la conciencia de que el reto más importante de su carrera en la dse era su nueva misión. Como tenía la máxima prioridad para Iósif Stalin, cumplirla representaba los mayores honores, escalar en la estructura del Servicio de Inteligencia y alejarse de las grandes purgas, amenaza permanente de la que muy pocos escapaban. Durante su viaje aprovechó para estudiar sobre México y saber de sus aliados comunistas en ese país, entre los que destacaba el diplomático Narciso Bassols, ex ministro de Hacienda de Lázaro Cárdenas y, en ese momento, embajador de Londres y Madrid. A su arribo, dio orden de que los brigadistas mexicanos David Alfaro Siqueiros, Antonio Pujol, Néstor Sánchez y los hermanos Luis y Rafael Arenal —quienes combatían con los regimientos españoles en distintos puntos de la península ibérica, excepto Sánchez, que luchaba en la Brigada Internacional de polacos— abandonaran los diversos frentes donde peleaban para concentrarse en Barcelona. Este llamado había adelantado el fin de la guerra para ellos y el comienzo de una nueva aventura. Eitingon también contactó a Bassols para que apoyara, entre otras cosas, con los trámites de las personas de origen español y otros extranjeros que se enviarían a México. Entre los convocados estaban Caridad Mercader y su hijo Ramón, asignados, como se ha dicho, en el Frente de Aragón. Cuando todos estuvieron concentrados en Cataluña, se les pidió que viajaran a París. El comisario Beria había ordenado a Sudoplatov que se trasladara a la capital francesa para ayudar a Leonidas a seleccionar a las personas que se enviarían a Coyoacán. Éste arribó a París en junio de 1939 y se reunió por separado con los integrantes del grupo escogido para la misión. Primero, con Ca51

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ridad y Ramón Mercader. Luego, con Siqueiros y algunos de sus compañeros. Los mexicanos no tuvieron contacto con la familia Mercader y desconocían que también los estaba entrevistando el jefe adjunto del Departamento del Extranjero. Se formaron dos equipos. En uno, Ramón Mercader sería los “ojos y oídos” de Sudoplatov en el interior del movimiento trotskista, para lo cual sería introducido en los círculos íntimos de León Trotsky. El funcionario ruso consideraba que Ramón era muy apuesto,22 por lo que le sería fácil conquistar a una mujer de dicho movimiento, cercana a su líder. Pero primero sugirió que Eitingon lo capacitara en operaciones de inteligencia, ya que carecía de cuestiones básicas, como cambiar su apariencia para que pudieran pasar los filtros de la contrainteligencia de esos grupos. El equipo de Siqueiros, por su parte, sería la principal “fuerza de tarea” que prepararía un ataque a la residencia de Trotsky. A su regreso a Moscú, Sudoplatov informó a Lavrenti Beria sobre los dos grupos. El comisario sugirió que se conformara un tercer equipo que estuviera al margen de los dos primeros, y ordenó que lo encabezara Iósif Grigulevich. Su papel sería respaldar y apoyar la operación, ya que contaba con experiencia en infiltrar el movimiento de Trotsky, además de que ayudaría a Ramón Mercader a lograr su penetración. Caridad y Ramón salieron del puerto de Havre rumbo a Nueva York dos meses después de la reunión. Los siguió Grigulevich, cuya familia, dueña de una cadena de farmacias, radicaba en Argentina; para encubrir sus actividades en Estados Unidos, se presentó como hombre de negocios y decidió abrir una sucursal de la empresa familiar, la cual se instaló en la ciudad de Santa Fe, capital del estado de Nuevo México. Leonidas, quien en esa época actuaba bajo el alias de Tom, los alcanzaría un mes después debido a que regresó a Moscú para 52

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preparar tanto la nueva identidad del hijo de su amante, con la cual infiltraría al movimiento trotskista, como sus pasaportes para su próximo viaje a México. También solicitó 300 000 dólares para financiar la Operación Pato. Finalmente, arribó a Nueva York en octubre de 1939, y su primera actividad fue establecer una compañía de importaciones y exportaciones en la zona de Brooklyn, la cual se convertiría en el centro de comunicaciones con Moscú.

El jefe de la Operación Pato no se distinguía por seguir las estrictas reglas del Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos (nkvd), por lo que, sin reportar a Moscú, se dedicó a reclutar como “agentes de influencia” —también conocidos en el argot del espionaje como moles— a distintas personalidades que servirían a sus planes. Contactó, asimismo, a un viejo conocido del Partido Comunista de Estados Unidos: Louis Budenz, un escritor que colaboraba con el servicio de inteligencia soviético y con el diario del partido, Daily Worker, como reportero y caricaturista. Leonidas le comentó una parte de sus planes durante una cena a la que acudieron su amante, Caridad, el hijo de ésta y una asistente de Budenz, llamada Ruby Weil. La conversación versó sobre el propósito de infiltrar a Ramón en las filas del principal enemigo de Stalin. A Ruby Weil, acaudalada comunista, le entusiasmó poder colaborar, y contó que había sido buena amiga de Sylvia Ageloff, una judía con conocimientos del idioma ruso que vivía en Nueva York y que fungía, junto con una de sus hermanas, como traductora de Trotsky. Sylvia viajaba constantemente a México y en septiembre asistiría en París a la formación de la organización de la IV Internacional promovida por Trotsky y sus seguidores. Entonces Eitingon sugirió que Ruby retomara su amistad y la 53

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acompañara a Francia para que le presentara al apuesto Ramón Mercader, quien se ostentaría como un joven rico de origen belga llamado Jacques Mornard. El plan trazado en esa cena estableció que Ruby sólo los presentaría, los invitaría a cenar, pero, llegado el momento, dejaría solos a Jacques y a Sylvia, una joven muy blanca, menudita, poco agraciada físicamente y en extremo miope, lo que le hacía usar gruesos lentes. Ramón regresó a París con una buena cantidad de dinero en su cartera y un lujoso auto. Tras un “fortuito encuentro”, Sylvia y Jacques Mornard se vieron a menudo. Éste se presentó como un estudiante de periodismo en la Sorbona que hacía su servicio en un diario de la capital francesa. Durante sus primeros encuentros discutieron sobre la situación política internacional y sobre marxismo. Jacques manifestó cierta simpatía por el movimiento trotskista, lo que terminó de enamorar a Sylvia, e incluso viajaron juntos a Bruselas, donde él le presentó a su madre, aunque ya allí encontró un pretexto para no presentarle “a su prometida”. Sylvia regresó a Nueva York con 3 000 dólares que le entregó Jacques para que se los guardara, además de una promesa de matrimonio “cuando fuera conveniente”. Durante siete meses se escribieron con regularidad. Mientras tanto, a Ramón Mercader lo capacitaban en operaciones de inteligencia en Moscú. En septiembre de 1939, Jacques se presentó sorpresivamente en Nueva York con una nueva identidad. El nuevo pasaporte que le había entregado la dse lo registraba como “Frank Jacson”, de ciudadanía canadiense. El apellido mal escrito evidenciaba que el servicio de espionaje soviético no operaba tan eficientemente en cuestiones administrativas como cuando se trataba de asesinar. Jacques Mornard justificó su nueva identidad ante Sylvia argumentando que la guerra provocada por la invasión alemana a 54

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Polonia, que se extendía rápidamente por todo Europa, le impedía viajar con su pasaporte original, por lo cual tuvo que comprar uno en el mercado negro y así poder encontrarse con ella en Nueva York. En octubre de ese año, Ramón viajó a México pretextando motivos de trabajo y solicitó a su novia que lo alcanzara en la capital del país. Leonidas se había dado cuenta del error en el pasaporte y solicitó al embajador mexicano Narciso Bassols que lo acompañara en su viaje para que no tuviera mayores problemas durante su traslado a México.23 Eitingon y su amante también viajaron al vecino país del sur para supervisar al equipo que atacaría la residencia de Coyoacán. Además, desde mediados de 1939 había arribado como refugiado español Vittorio Vidali, quien durante la Guerra Civil Española había combatido en el 5º Regimiento con el pseudónimo de Comandante Carlos Contreras. También habían llegado Grigulevich y otros agentes de Moscú, seleccionados por el embajador Narciso Bassols para recibir asilo. Vidali laboraba en el periódico El Popular, que dirigía Vicente Lombardo Toledano, posición desde la cual supervisaba los avances del grupo de Siqueiros. En México Eitingon continuó reclutando moles, entre otros, al arquitecto suizo Hans Meyer; a un importante funcionario del gabinete de Cárdenas, llamado Adolfo Oribe de Alba, así como una pléyade de refugiados españoles, e incluso de alemanes que habían peleado en la guerra civil. Siqueiros y su grupo se dedicaban a lo mismo. Se pretendía, de acuerdo con la sugerencia de Beria, formar tres equipos que realizarían diversas actividades, entre otras, distraer a los guardias que resguardaban la vivienda de la calle Viena. Éstos marchaban sin contratiempos, hasta que apareció en escena otro destacado pintor muralista que intentó 55

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complicárselos: Diego Rivera, promotor, junto con Frida Kahlo, del asilo para el ex líder soviético. Rivera había militado durante un breve periodo en el movimiento trotskista y luego rompió con él. Anteriormente, había renunciado a su militancia en el Partido Comunista Mexicano, en el que participó a lo largo de varios años. Después se sumaría a la campaña presidencial del candidato Juan Andreu Almazán, época en la que también se involucró en una nueva aventura: denunciar las actividades de sus ex camaradas comunistas. Con ese fin, Rivera citó a una conferencia de prensa en la que declaró que varios funcionarios mexicanos colaboraban con los agentes soviéticos que llegaron al país tras el fin de la Guerra Civil Española. Señaló al diplomático Narciso Bassols y al líder sindical Vicente Lombardo Toledano como los principales agentes de Moscú. Añadió a la lista a Alejandro Carrillo, José Zapata Vela, Hans Meyer, Silvestre Revueltas y Hernán Laborde, entre otros. En total, proporcionó los nombres de 39 personas al servicio de la Unión Soviética. Pocos tomaron en serio sus denuncias. Uno de ellos fue un importante corresponsal estadounidense, a quien Rivera le entregó una lista que contenía los nombres de 50 miembros del Partido Comunista Mexicano incrustados en el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas. Su publicación llamó la atención de los diplomáticos de la embajada de Estados Unidos en México, a quienes preocupaba el deterioro de la situación política ante la próxima campaña electoral, así que decidieron contactar al pintor para confirmar sus imputaciones. El 10 de enero de 1940, el funcionario de la embajada Robert McGregor visitó en su domicilio a Diego Rivera. En su primera reunión, McGregor insistió sobre el tema de los funcionarios mexicanos que colaboraban con los comunistas. Ri56

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vera reiteró que Narciso Bassols era uno de los principales agentes del Directorio Político Estatal (gpu) y destacó que había seleccionado a un grupo de refugiados españoles emigrados a México, a quienes dio prioridad porque contaban con carnet del Partido Comunista. “La mayoría de ellos son pistoleros de Stalin”, aseguró enfáticamente el artista. Las visitas del diplomático a Rivera pronto se volvieron rutinarias y se mantuvieron durante varios meses. Diego le confió tener 30 agentes trabajando para él al interior de las organizaciones políticas y sindicales, informantes que le aseguraban que los dirigentes del Partido Comunista Mexicano y sus aliados rusos colaboraban con agentes nazis que recién habían llegado a la capital mexicana. La embajada transfería esos reportes, señalando que los agentes rusos y alemanes, no obstante que estaban en campos políticos contrarios, actuaban en perfecta colaboración y cooperación para desestabilizar a México.24 Advertía, sin embargo, que la mayoría de tales informes se consideraban poco creíbles: McGregor alertaba al Departamento de Estado sobre la conocida tendencia de Rivera a la exageración, si no es que a la invención. Por consecuencia, sus declaraciones debían tomarse con mucha reserva.25 Las denuncias públicas del muralista obligaron a las redes de Leonidas Eitingon a actuar con mayor sigilo, aunque los proyectos que se estaban orquestando no se modificaron en esencia. Para enero de 1940, Sylvia Ageloff alcanzó a su amante en el Distrito Federal. Días más tarde, Jacques consiguió su principal fin: introducirse en la casa de Coyoacán. Durante sus primeras visitas a ésta fingió una apatía política absoluta, pero registraba todos los detalles de su interior con memoria fotográfica. Servicial y atento en todo momento, trabó amistad con los escoltas de Trotsky y con Natalia Sedova. Las con57

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tinuas visitas del reservado Jacques le permitieron intimar con un joven e ingenuo guardia que recién había llegado de Nueva York para reforzar la seguridad de Trotsky: Robert Sheldon Harte. Grigulevich, que supervisaba el acercamiento con el escolta, alentó a que Jacques lo llevara a las ruidosas cantinas y extravagantes prostíbulos de la capital mexicana. El experimentado espía lituano pronto descubrió la debilidad de Sheldon por el dinero y las bellas mujeres. Pronto, incluso se sumó a las continuas parrandas para ganarse al joven. Con la información proporcionada por Ramón Mercader sobre la distribución de la vivienda, Leonidas, Vidali, Siqueiros y compañía concibieron un asalto por la parte trasera para eludir a los policías que vigilaban el frente, llegando en lanchas por el río Churubusco. Con esa idea empezaron a fraguar el plan para ejecutar el proyecto.

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