EFRAÍN HUERTA en EL GALLO ILUSTRADO

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NOQUIS CANCINO

El poeta chiapaneco Óscar Wong publicó en la Revista Mexicana de Cultura, del fraterno colega El Nacional, un ensayo sobre Noquis Cancino: «En la poesía de Cancino Casahonda vibra la provincia con intensidad suprema; describe con hermosa soltura ese instante mágico en que todos nos recobramos para sentirnos seres humanos (no mundanos). Desde su vocación de médico —es cardiólogo—, desde su vo­ cación de hombre —y como tal, poeta—, Cancino Casahonda plasma la capital presencia de la sustancia humana, del alma y del espíritu; por lo mismo, cada verso, cada poema escrito, expresa la sabiduría del individuo que observa con madurez al mundo». Enoch Cancino Casahonda (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 1928) publicó en 1979, año en que recibió el Premio Chiapas, una Antología poética, gran resumen de su producción lírica. En este volumen hay de Noquis, como cariñosamente se le conoce, una poesía muy superior a su celebérrimo «Canto a Chiapas». El doctor Cancino Casahonda desempeña en el aspecto político la secretaría general del gobierno de Chiapas; en otro, es presidente de la corresponsalía del Seminario de Cultura Mexicana, con sede en la capital chiapaneca, y miembro correspondiente de la Academia Me­ xicana de la Lengua. (Cuando recibió el Premio Chiapas de manos de don Salomón González Blanco, Noquis leyó, entre otros poemas, el famoso de «Las milanesas del Marro», dedicado a la obra maestra gastronómica del inolvidable Enrique Marroquín. Con excepción de dos o tres inconformes con ese poema, toda la sala aplaudió en forma entusiasta una muestra poética tan graciosamente original.) Querido Óscar Wong: ya me he reportado con Noquis y Gloria. Ah, y no hay que olvidar que yo soy chiapaneco honorario. Tengo un diploma y una medalla que lo acreditan. Espero que Juan Sabines Gutiérrez reconozca mi ciudadanía honoraria, porque Jaime, bueno, Jaime me mandará a los confines de ninguna parte. MORTIZ (1)

La verdad es que soy guanajuatense («pos de Silao, pos de ónde»), con sangre de huichol en las venas. En serio, a mis noventa y pico de años, apenas comienzan a salirme canas, porque ya se sabe que «Cuando el indio encanece, el español no parece». Como guanajua, pues, me 327

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sien­to en deuda con un ilustre paisano que un día escribió sus vicisitudes al llegar al aeropuerto José Martí de La Habana (año de 1974), y no había nadie que le diera la bienvenida. Entonces mi compaisano pudo hablar por teléfono a Casa de las Américas (él había ganado el premio por su libro El atentado), pero en Casa no había ningún cristiano en ese momento que le entendiera, pero no a él en general, sino en particular a su apellido: Ibargüengoitia. Después de horas de espera, Jorge, Jorge Ibargüengoitia, pudo hablar con una funcionaria de Casa que lo entendió perfectamente: la Chiqui Salsamendi, hija de un pelotari que brilló en el Frontón México, y a quien llamaban el Gran Salsa, vasco de origen, como es natural. El apellido de Jorge también es vasco, etcétera. Su crónica es divertidísima, pero ignoro si la recogió en un libro. Sólo sé que Joaquín Mortiz ha publicado casi toda su obra, y que cada libro suyo lleva varias ediciones. Jorge sí nació en la ciudad de Guanajuato, de manera que es paisanísimo de Diego Rivera, el gran pintor que un día me enseñó aquello de «Mujer que quiera a un solo hombre, / y banqueta para dos, / en Guanajuato no encuentras / ni con el favor de Dios». Veamos: Los relámpagos de agosto (1965), La ley de Herodes (1967), Maten al león (1969), Viajes en la América ignota (1972), libro que alguien me desapareció de inmediato; * Las muertas (1977), El atentado (1978), Dos crímenes (1979), y Estas ruinas que ves, que es de este año y que en 1975 obtuvo el Premio Internacional de Novela México. MORTIZ (2)

Con Enrique Díez-Canedo y Bernardo Giner tengo también una deu­ ­da. Una deudaza, relacionada con la edición de un libro. Como ya he superado la etapa enfermiza, creo que muy pronto nos veremos. De la editorial Joaquín Mortiz tengo a la mano La canción de Eleonora, del maestro Raúl Dorra, escritor nacido en Jujuy, Argentina, en 1937, y radicado en México desde 1976; el interesantísimo volumen Ero­ tismo, violencia y política en el cine, del sociólogo mexicano Gabriel Careaga, a quien se le pasó decir que la arrepentida «estrella» de Gar­ ganta profunda fue nominada por Playboy como candidata a la presidencia de Estados Unidos; del poeta Tomás Segovia, mexicano nacido

* Me temo que desde entonces los libros de viajes e historia llamaban demasiado mi atención. rhn. 328

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en Valencia, España, en 1927, un libro en prosa de ensueño titulado Personajes mirando una nube; y de Noé Jitrik, argentino radicado en México desde 1974, el volumen de relatos Fin del ritual. Es placentero recibir saludos de viejos y queridos y admirados amigos como Tomás, Noé y el genial guanajuatense Jorge Ibargüengoitia. Antes de seguir, debo suponer que la crónica de Jorge sobre su azarosa llegada a La Habana debe estar en el libro desaparecidito ­­Viajes en la América ignota; la mujer-jirafa que aparece en Garganta profunda se llama Linda Lovelace, y ya está casada, tiene un hijito y alega que todo lo que hizo en aquella película fue porque la obligaron casi a punta de pistola… Sí, cómo no. EPISTOLARIO

En Diego de Montparnasse, de Olivier Debroise (edición del Fondo de Cultura Económica), me divierte leer una y otra vez la carta que el grandísimo pintor le escribió al maestro Alfonso Reyes desde París, fechada el 25 de julio de 1916. Aquí está en su salsa el genio y, al mis­mo tiempo, el nativo de Guanajuato. Leamos un vacilador fragmento de la epístola: «Mario Gutiérrez aquí y claro, trabajando ya. Este criado de Ud. trabajando y en los descansos peleándose con Don Pablo de Málaga, llamado por mal nombre el Picasso. »Ya hay aquí a pesar de los tiempos que corren exposiciones modernosas tramadas por los que antiguos de a caballo no quieren que los que vienen detrás arreen y los bajen del fuste, claro que menda no expone por que aunque probe no quere que lo hagan guaje. »Y ultimadamente no crea usted mi jefe que lo tomo, y no crea que le quiero decir tequila por dotor en felosefia y letras no Siñor yo ya sé que su mercé las letritas las pone muy requetebién una tras diotra pa decir lo que le sale de mero dentro y que su mercé mi jefe es muncho más que tres piedras que un dotor por que los dotores las destudian las felosefias y las letras y su mercé las discurre pa’ que los otros las destudien si quieren y más que no queran pa que por juerza se limpien las chinguiñas. »Y después de todo mi jefe aunque probe no me haga menos y su mercé sengaña si me toma no por pulque sino por domático, no mi jefe, yo puro colonche y tequilota, en Guanajuato no comemos deso y yo soy del puro bajío aunque nací en el mero cerro pa’ lo que mande mi jefe y no vaya a hacerse rosca mi jefe no más por que me mire chilindrín. 329

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«Libros y antilibros», El Gallo Ilustrado 904, 14 de octubre de 1979 LOS TOPES

Honda preocupación tenía sumido en la neurosis al dibujante Abel Quezada (vive en Lope de Vega, frente a la Plaza Uruguay), por no saber quién había sido el inventor de los topes. «Nadie sabe quién fue el inventor de los topes», murmuraba Abel mientras viajaba en su coche negro por estas calles de Dios y del demonio. Entonces Jaime García Terrés, en su escritorio del Fondo de Cultura Económica, escribió en su «Litoral» de la Gaceta: «¡Un momento! Conocedor de nuestra afición a los diccionarios, alguien nos ha enviado el de Etimologías, efemérides y datos curio­ sos, publicado en las Ediciones San Blas hacia 1961; allí leemos: «Suárez Topete, Pánfilo (1897-1947)… Entre otras menores creaciones, se le considera inventor, o siquiera consolidador de las barreras protectoras (sic) del tránsito, por él denominadas “topes”. También dio su nombre a la ciudad de Topeka, capital del estado de Kansas (usa), de donde era nativo pese al origen francamente hispánico de sus progenitores… Participó en los primeros movimientos chicanos y fue amigo personal, aunque no siempre desinteresado, de varios regentes de la Ciudad de México…». Yo creo que ni Abel Quezada ni Tito Montenegro estarán de acuerdo con ese dato del diccionario imaginado por Jaime, quien llama a los topes «molestas obstrucciones a la vía pública». Lo digo porque también pudo ser, el inventor, el intelectual aguascalentense Alejandro Topete del Valle. Pero bueno, ¿y los precios tope? ¿Y el llamado sombrero de tope-tope, también conocido como sombrero de no-meregañes-madre? Investiga, Jaime, investiga. Porque, ¿qué hay con topillo y topillero? PACO IGNACIO I

Pues hay un Paco Ignacio II, Paco Ignacín Taibo, que no se encontró como poeta pero que con el tiempo maduró y ha escrito y publicado novelas policiales y creado un personaje a la altura, o casi, de los más 194

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famosos héroes de la literatura mundial. Si exagero, que me perdone la familia Taibo. Pues Paco Ignacio I acaba de publicar su primera novela, Fuga, hierro y fuego, que se suma a libros que no conozco como Juan M. N., Los cazadores y El juglar y la cama. Paco Taibo empezó a ser conocido como formidable caricaturista y cronista cinematográfico. Hoy cumple muy serias tareas en la televisión. Esta su primera novela se desarrolla en la levítica ciudad de Puebla, Puebla, México, y narra la rebelión de unas monjas, allá por el año de 1776. Pero hay un «Prólogo y asombro», que describe la fundación de la ciudad y de cómo unos seres celestiales planearon la tra­ ­za. Al terminar su labor, «A varios metros sobre la traza de la nueva ciudad, giraron en rápidos círculos como para obtener las últimas impresiones sobre sus esfuerzos y después comenzaron a elevarse hacia el sol, tan gráciles, tan seguros y chillones que aun hoy los ateos de Puebla siguen afirmando que no eran ángeles, sino patos». Cuando aparece sor Angustias, ¿cómo no acordarse de la hermana Engracia y el rompope poblano? Pero es lo de menos. Lo que importa es que Taibo escribe a párrafos cortos, contrariamente al estilo apretado, ladrillesco y farragoso de los novelistas que no dejan aliento al pobre y sufrido lector. Estilo suave y ligero el de Taibo. Y un estilo, como estilo tuvieron siempre sus admirables dibujos satíricos, de los que conservo una gran cantidad. Paco Ignacio Taibo I nació en Gijón, Asturias, en 1924. Reside en nuestro país desde el comienzo de los años cincuenta. Un abrazo, Taibo lleno de risa y bigotes. PABLO LATAPÍ, ETC.

El libro de Pablo Latapí se llama Política educativa y valores naciona­ les, y me parece fundamental para los estudiosos de la educación en México. Es una recopilación de setenta y tres artículos periodísticos, escritos con claridad y con gran fuerza analítica. «Al igual que Alfred Kroeber y otros autores, nos hemos sentido obligados a presentar en este libro el problema de si la antropología debe ser considerada como una rama de las humanidades, como un tipo de historia natural, o como una ciencia». Bueno, pues mientras se en­cuentra una respuesta justa, advierto que el libro se titula Intro­ ducción crítica a la teoría antropológica, y sus perplejos autores son David Kaplan y Robert A. Manners. 195

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