EN LA RUTA DE LA ONDA
Parménides García Saldaña
En la ruta de la onda / Parménides García Saldaña Primera edición, 2014 D.R.©2014, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C. V. Donceles 66, Centro Histórico C.P. 06010, México, D.F. Tel: 22823100 www.jus.com.mx / www.jus.com.mx/ revista ISBN: 978-607-9409-02-9, Jus, Libreros y Editores, S. A. de C.V. Todos los Derechos Reservados. Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, la copia o la grabación, sin la previa autorización por escrito de los editores. Diseño de portada: Anabella Mikulan - Victoria Aguiar PUMPKIN STUDIO holapumpkin@gmail.com Formación y cuidado editorial: Jus, Libreros y Editores, S. A. de C. V. Impreso en México - Printed in Mexico
Prólogo
Valentina Sanjuan
Hace ya más de cuarenta años que En la ruta de la Onda (1972, Editorial Diógenes) fue publicado por el atinado y recién fallecido editor, el maestro Emmanuel Carballo (19292014); desde entonces ¿cuántas cosas han ocurrido en el terreno del rock, de las drogas, de la sociedad y de la política en México? Por mencionar algunos de los aspectos que trata Parménides con su afilada-acertada irreverencia en este texto… En esos y muchos otros sentidos ha habido un sinfín de volteretas desde los años sesenta del siglo pasado, no digamos que todas trascendentales, de hecho es mejor decir que los rumbos han tomado el irremediable destino que ya había presagiado el autor: el showbizz –como él lo llamó–, el negocio, el consumo pues, ha sido el gran protagonista y la base sobre la cual se han originado algunos pseudo movimientos sociales, musicales y hasta políticos –qué habría dicho Parménides si hubiese presenciado la tan evidente relación actual políticamundodelespectáculo-drogas-fraudes que gobierna el país. Es casi seguro que con esto tendría material idóneo y de sobra para sus geniales, sarcásticas y hasta proféticas reflexiones. La presente obra es un ensayo crítico y alucinante que sirve como llave para abrir un cofre y poder hurgar a placer la parte de una generación, y para de algún modo reflejarnos en su interior, pues a pesar de las décadas transcurridas desde que se publicó, En la ruta de la onda sigue vigente y por tanto, éste deviene en un escrito de gran valía: es el hilo que nos conduce a la onda, el underground y su imitación… lo genuino de la escena del rock y sus raíces bluseras, ritmos que, sumados a la preferencia por la prevaleciente música cubana, la
guapachosa, dieron forma en México a la pluralidad de identidades que conformaron a la juventud de distintas épocas y a su particular idiosincrasia. El autor sigue el rastro del rock con un olfato entrenado a través de las huellas que va dejando la clase media mexicana – según Parménides, identificable por sus muchas veces fétidos humores–, clase a la cual perteneció pero a la que también despreció y atacó por ser, según él, el remedo de la poco venerada clase media norteamericana y su insistente american way of life. Aquí se halla la razón de ser de la onda, no sólo por la literatura que el escritor fundó junto con algunos de sus contemporáneos, sino también en este modo de pensar y de ser que hermanó a la juventud de dos países, hasta entonces tradicionalmente opuestos en lo cultural, político, etc., a través del rock, las drogas y el sexo que, en México y en E.U.A., acompañado de un lenguaje entre ñero y pocho, crearon ese movimiento cultural ondero que perturbó –y lo sigue haciendo– tanto a defensores de la lengua como a religiosos, además de quienes se dicen ser la crème brûlée de la sociedad. El jaloneo entre estratos sigue dando coletazos de discriminación, pese a la aparición relativamente reciente de cierto sector juvenil –con predominante presencia en la Condesa y en la Roma, ambas colonias de la Ciudad de México– que han adoptado diversos símbolos culturales populares para ponerlos de moda, volverlos cool, arrebatárselos a lo naco y dárselos a la identidad neohipster urbanita –Parménides identifica a los hipsters con la estela que dejó la Generación Beat, gustosa del jazz, desenfadada e indiferente, entre otras muchas características, pero que no ciertamente se representa con los hipster de los mencionados lugares… Incluso la cumbia y la salsa han formado parte de esa adopción cultural, aunque siga perteneciendo todavía y primordialmente a la barriada. La onda es el sustantivo ideal de la transición de la juventud de la Ciudad de México y su devaneo entre lo rural, lo nacional y lo extranjero, de donde se adoptan símbolos para
esparcirse luego en la urbe, para encontrar su cúspide, su identificación realizada, plena… en el rock. Aunque esto no fue así de simple, sí es de lo más interesante: el autor explora todo este proceso con su lenguaje ondero, extraído de los barrios populares de la ciudad, sin olvidar el gran peso de lo que fue la creciente industrialización de México y de sus anhelos por imitar al vecino del norte, aunque fuese sólo por la fachada, pues encuentra que la pretensión de la clase media mexicana no ha dejado de ser esnobista. Es por ello que los tiempos de México descritos a la luz de lo que sucede en E.U.A. pasan del chauvinismo al esnobismo. Con la anterior descripción no queda resuelto el nacimiento de la onda… De manera ingeniosa y lúcida, Parme nos lleva hacia los caminos oblicuos del rock para entenderla en su conjunto con los movimientos generacionales: el repudio hacia la Guerra de Vietnam, al establishment y a la larga tradición racista de nuestro vecino y eterno verdugo, tradición generadora –sin quererlo– de la esencia del rock: el embriagador blues de los negros, con el que se devuelven la vida a sí mismos, el cuerpo, el sexo, sensaciones envidiadas y por lo mismo adoptadas por quienes luego serían los avatares blancos del rock. Eso es la onda que descubre el autor en su rastreo expuesto en las siguientes páginas: la transgresión, la protesta, la exigencia de cambio a través del delirio rocanrolero que siente en cada grito el vértigo de la existencia y que vislumbra como la nada a una sociedad conservadora que empieza a lastimar, que empieza a desconocerse, que empieza a apestar. Las comparaciones son inevitables y el destilado de ellas dibuja a un Bob Dylan disidente, con cantos que –explícitamente o no– cuestionan a la sociedad norteamericana. Esa generación formó parte de la contracultura que se identificó con el rock y a partir de ahí, las guitarras eléctricas, las letras transgresoras y el repudio al Estado, fueron los símbolos de una identidad juvenil que pedía a gritos –literalmente– reorientar el mundo: la
droga alentaba el viaje placentero, el olvido momentáneo de la guerra, del racismo, de la podredumbre humana. A parte de lo anterior, en este ensayo se encuentran referencias hacia algunos movimientos juveniles de 1968, manifestaciones que desde diversas partes del globo pugnaron en contra del poder autoritario de los regímenes políticos en sus respectivos países: el Mayo Francés, la lucha en contra de los tanques soviéticos en Checoslovaquia, las protestas de la contracultura en E.U.A., y habría que agregar el grito estudiantil de México, movimiento cuya represión terminó en la ya conocida tragedia. Éste es el escenario perfecto al que acude el escritor, con el que nos conduce a entender el hartazgo hacia una sociedad tradicional y autoritaria, hacia la crisis de los modelos, de los estandartes político-económicos que llevaron siempre un común denominador represor, mismo que no daba cabida a la libertad. Aunque de igual modo, hay algo que Parménides vaticina: el acabose, el gran letargo de la disidencia, la diseminación del avant garde, el declive del movimiento generacional que piensa, que protesta, que reinventa. Todo ello era alentado en parte por el apabullante mercado y el voraz consumo de la avanzada capitalista. Lo anterior es cada vez más claro en México –aunque también en aquellos países que complacidos abren sus fronteras a productos musicales y de todo tipo, maquilados por la industria cultural de consumo-, o si no ¿cuál es la música de protesta actual?, ¿qué movimientos sociales han germinado de las nuevas generaciones para declararse en contra de las aberraciones del Estado y peor aún, de la represión y de la desigualdad? Es verdad que han existido movimientos como el de Yo soy… ¿totalmente Palacio?... que por un momento pareció el despertar de la juventud, pero que al igual que otras muchas incipientes organizaciones de sectores de jóvenes, se quedó en el intento. En fin, prácticamente todo
movimiento juvenil actual ha arrojado destellos esperanzadores que se desvanecen en el horizonte; más bien lo que ha perdurado es el protagonismo, el individualismo y la prevalencia de intereses económicos, sumado el boom tecnológico que ha hecho de la protesta la práctica cotidiana y cómoda, sublimadora de la inconformidad a través de memes que circulan a velocidades inimaginables por la red, salvo algunos casos en que las redes sociales han servido para lograr una genuina organización. ¿De la música, qué decimos?... ésta es un implacable espejo que refiere ideas, modos de vida y de pensar de la sociedad –una de esas tantas imágenes se descifra en el presente ensayo–, ¿qué podremos descifrar del espectro de imágenes que conforman el reggaetón por ejemplo, el género alterado, o los narcocorridos? Decenas o cientos de cuartillas se escribirían, me imagino, pero de que refieran algún grado de protesta en las letras de las canciones, ni un solo párrafo… Aunque sí las drogas, el sexo, el poder, el dinero, la corrupción y el sexismo presentes; por supuesto, todo ello atravesado por la dosis de violencia que también es parte del reflejo. El reggaetón, los narcocorridos y el género alterado, transgreden los “principios” de cierto sector social, que en sí es mocho, no tiene los mismos ingredientes que la onda, pues ésta, como cita el autor, fue un canto a la vida, a la libertad, al desencanto de la american way of life para buscar formas alternas de existir, mientras que aquellos se parecen más a un canto amenazador que busca afanosamente atraer la muerte a condición de vivir un fugaz instante de poder –conseguido mediante armas, mujeres y drogas al por mayor. Si seguimos buscando, en la actualidad hay nichos en donde se encuentran las protestas, en donde sí hay cantos hacia la injusticia y al orden social, y que provienen de, nada más y nada menos, los mismos barrios de donde, nos dice Parme, se sirvió la clase media mexicana ondera para extraer su lenguaje: colonias de Iztapalapa, la Bondojo, y ahora
también de barrios de Tlalne y otros marginados del Distrito Federal y zona metropolitana, pero también de la complejísima frontera norte, colindante con E.U.A., esta última collage de ritmos e identidades… Los anteriores son lugares que han dado y siguen dando vida al hip-hop, música que habla precisamente de esos rincones marginados, embestidos por la pobreza, la delincuencia, las drogas (piedra, yesca, el activo y otras más), y por supuesto de las rolas que narran esa abrumadora cotidianidad por la que se lanzan injurias más que justificadas hacia el orden predominante –no se olvide la visión del autor que años después contribuiría, de modo no tan directo, a la gestación de intérpretes que se alojarían en el llamado rock urbano-. Fuera del hip-hop y del rock urbano, hay sólo canciones aisladas de la disidencia, que no llegan a formar un género como aquél o como todo el movimiento del rock… y si sumamos la mezcla de ritmos en este escenario globalizado –acelerado intercambio–, nos encontramos con un Frankestein musical que forma ahora parte del mainstream, ¡see weee, del mainstream! O mejor aún, escuchamos en la escena juvenil mexicana a grupos con letras banales por los que incluso se conoce a ésta como la generación Z, no precisamente por seguir el orden de la X e Y, sino por el tanto conocido como criticado grupo que canta al peculiar son de los alucines causados por la yesca, del love y las partículas de amor… y nada más. En ésas estamos pues; pero la esperanza muere al último, dicen, y por eso, para salir del apendejamiento, o por lo menos para entenderlo, es preciso servirse del alumbramiento de obras como la presente, de un Parménides García Saldaña que nos ofrece a través de En la ruta de la onda un texto más que vigente para entendernos como generación, para buscarnos y ¿por qué no? para encontrarnos. Supongo, o quiero pensar, que este ensayo será ejemplo
para que otros nos hablen de los grandes que vinieron después de la primera edición y que están en espera de ser develados. Los dejo entonces con esta gran joya que forma parte de la literatura de la onda, cuyo goce se puede complementar escuchando a la par las rolas que cita el escritor, a manera de soundtrack y para ambientarnos en esa época sesentera en que nacía un género que adaptaba a las guitarras eléctricas un blues magníficamente realizado para ofrecerlo al mundo, género que se quedó hasta nuestros días. Así, es naturalmente obligado que una obra de este calibre perdure y trascienda en el tiempo y en el espacio.
RODANDO ALREDEDOR DE LA ONDA
«Las revoluciones burguesas avanzan arrolladoramente de éxito en éxito, sus efectos dramáticos se atropellan, los hombres y las cosas parecen iluminados por fuegos diamantinos, el éxtasis es el estado permanente de la sociedad; pero estas revoluciones son de corta vida, llegan enseguida a su apogeo y una larga depresión se apodera de la sociedad, antes de haber aprendido a asimilar serenamente los resultados de su periodo impetuoso y turbulento», escribió Marx en 1852. ¿Estaría acaso pensando en la revolución hippie, una revolución burguesa más? Lo paradójico de la obra de Charlie –El 18 brumario de Luisito Bonaparte1– es haber sido escrita con el propósito de que su amigo Joseph Weydemeyer la editara, a plazos, en un semanario político de la ciudad de Nueva York2. La interrogante me la propuse porque lo dicho por Marx parece lo más exacto y contundente a propósito del movimiento hippie, que el establishment periodístico norteamericano nombró revolución. Los líderes del hippismo fueron los rocanroleros ingleses y norteamericanos; en ellos se detecta el movimiento: inicio, apogeo y depresión. Lo reflejan porque además de guías, fueron promotores, impulsores y, después de todo, símbolo, tótem de la comunidad. Carentes de programas, los líderes y el movimiento fueron víctimas de la profecía de papá Marx.
1
El libro en cuestión se llama: El 18 brumario de Luis Bonaparte. Karl Marx (1818-1883) lo escribió entre diciembre de 1851 y marzo de 1852. 2 Lo cual sucedió en la revista «Die Revolution».
Lo anterior es el resultado de un concierto, al aire libre y gratis, que los Rolling Stones ofrecieron en el mes de diciembre de 1969 −en Altamont, lugar cercano a Los Ángeles, California− a sus seguidores, fervientes admiradores, fanáticos y discípulos. A esa distancia el hippismo se mira como un fenómeno de la burguesía y la pequeño burguesía de Estados Unidos de América, promovido y financiado por The Shark Trust Co. Asimismo, desde esta posición el fin del acontecimiento no resultó imprevisible: actores y público fueron personas de educación y cultura menos que media, y en el momento de su éxtasis fueron fácilmente desviados hacia el mismo lugar de donde salieron lanzados a su movimiento antisocial: el odioso establishment. A larga distancia, el único que soporta la absolución –por la gracia de su honestidad– es Bob Dylan. Bob Dylan fue el único en trascender –en el éxtasis– su papel de chavo maldito. Sólo él fue más allá del mero papel de reseñista de una generación misticopasadosicodélica, oscilante entre Luv n’ Piss. Nada más Bob Dylan3 alcanzó la visión profética que lo expulsó, para siempre, del mundo célico de apóstoles y creyentes. Bueno, Bobby Dylan leía a Kant y a Nietzsche cuando Mick Jagger memorizaba las canciones de Chuck Berry y Jimmy Reed4. Es necesario que aclare el porqué de todo este rolaqueo, por qué el concierto de Altamont me motivó a escribir lo anterior: los Hells Angels5 –contratados por los Stones para cuidar el orden– asesinaron a un negro6.
3
Bob Dylan (Robert Allen Zimmerman, 1941-vive) ha sido y es uno de los grandes revolucionarios del folk y el rock, destacándose siempre por su honestidad y congruencia, por su activismo a través de la música. 4 Chuck Berry (Charles Edward Anderson Berry, 1926-vive) es de los músicos más importantes del siglo XX, gran guitarrista, es también pionero del rock. Jimmy Reed (Mathis James Reed, 1925-1976) fue un compositor y músico negro. Fue un innovador con el blues electrónico (instrumentos de cuerda con amplificador), inspirador del rock posterior. 5 Hells Angels Motorcycle Club (HAMC), su nombre completo. Tiene su origen en Fontana, California, EUA, el 7 de marzo de 1948 –según declaran en su sitio web−. Rompe las fronteras de EUA en 1961, cuando se funda el primer grupo extranjero HAMC en Nueva Zelanda. En 1969, el segundo aparece en Londres. Su lema
¡Maravilloso, divino, el rebelde de la izquierda y el rebelde de la derecha en un Love In, entre paz y amor, mota y cerveza! ¡Divino, maravilloso, Micky The Jagger7 y The Hells Angels! Hyde Park, Woodstock, Dallas, Louisville, se habían convertido en lugares sagrados de los marginados de la sociedad −por las drogas, el vestuario, el rocanrol− como consecuencia de que allí se habían celebrado los festivales −misas− de rock más espectaculares del mundo, oficiados por grandes sacerdotes. Se reunieron más de un millón y medio −suma de los asistentes a todos los festivales− de adoradores del rock, quienes en mayor o menor grado eran, y son, adolescentes y jóvenes que disienten del modo de vida de la sociedad norteamericana. El disentimiento se manifiesta fumando mota, viajando en aceite y entregándose de lleno, en cuerpo y alma, al rock. En los Festivales-De-Música-Más-Espectaculares-Del-Siglo −¿cuándo otra música había asociado a tantas personas, con propósitos tan pacíficos y amorosos?− todo había sido perfecto, maravilloso, increíble, precioso, divino, lo máximo, padre, groovy, funky, fantastic. Miles y miles de kilovatios condujeron la música por el aire a los corazones, las almas, los cerebros, los nervios y las células de quienes con su presencia −angelina− es: Cuando hacemos algo bien, nadie se acuerda; cuando hacemos algo mal, nadie olvida. Manejan motos Harley Davidson y la membresía al club responde a un proceso iniciático sólo conocido por ellos. Su logo es el perfil de un cráneo con un casco cuyas alas laterales se extienden hacia atrás, como efecto del golpe del viento cuando se conduce la moto a gran velocidad. Es diseño de Frank Sadilek, quien presidiera a la banda californiana original. 6 El Almont Free Concert (1969), aún antes de la llegada al escenario de los Rolling Stones, estuvo lleno de incidentes y confrontaciones entre el público y los Ángeles del Infierno, pero sólo una llevó a la muerte. Este afroamericano se llamaba Meredith Hunter, «Murdock» para sus amigos, y tenía 18 años. Trató de subir al escenario dos veces y en ambas los Ángeles del Infierno lo hicieron bajar. Después de la segunda, sacó una pistola. El ángel del infierno Alan Passaro le desvió el arma y lo apuñaló, matándolo. La escena quedó filmada y forma parte del documental Gimme Shelter (1970), de Albert y David Maysles y Charlotte Zwerin, acerca de la gira de los Stones en EUA en 1969. Passaro fue a juicio por asesinato, pero el jurado consideró que había actuado en defensa propia y lo dejó en libertad. 7 El autor juega con la palabra jagger, la cual implica: algo o alguien irregular, inestable, tembloroso, con muescas.
manifestaron su repudio a la sociedad norteamericana que sus mayores habían edificado – corporizado–, papá al lado de mamá como uña y carne. ¿Alguien podría estar en contra de una asociación masiva tan bella; existía en el mundo algún antecedente tan hermoso? ¡No, nel, nelazo! Adolescentes y jóvenes se habían unido en son de paz y amor; alrededor de la «V» dibujada en el espacio por los dedos, no cabía duda. Exacto: la adolescencia y la juventud inglesa y norteamericana se habían unido para una gran fiesta de amor y paz. Era bello suponer que parte de la juventud de ambos países era diferente a la que se preparaba para servir al establishment o para ir a Vietnam8 a matar vietcongs. Era bello –¡entre tanta soledad!– creer que los jóvenes, usando como pretexto la música de rocanrol, se unían para indicarnos que entre el dolor y la angustia, ellos eran los felices poseedores de la alegría de vivir.
Everywhere I hear the sound of marching charging feet, boy, Cause Summer’s here and the time is right for fighting in the street, boy…9
Pero llegó la nota disonante: para dar por terminada su triunfal gira en Estados Unidos, los Rolling Stones ofrecieron un concierto gratis que terminó con fans muertos. Diciembre de 1969. Por supuesto, ellos no fueron los asesinos, ni tampoco se ha querido crucificarlos. Pero con su concierto mostraron que los festivales de música pop eran sólo el último 8
La Guerra de Vietnam –o Guerra de América para los vietnamitas− comenzó en 1959 y terminó en 1975. Similar a la situación de Corea, se enfrentaron Vietnam del Sur, con apoyo de EUA y países europeos, y Vietnam del Norte, con apoyo de China y la URSS. Los vietcongs eran los miembros del Viet Cong o Frente de Liberación de Vietnam, que buscaba la unificación; eran herederos del Viet Mihn (Liga para la Independencia de Vietnam), la fuerza popular que, bajo la guía de Ho Chi Mihn, había llevado a cabo la Guerra de Indochina (1945-1954) para independizar a Vietnam (Indochina) de Francia. 9 «Street Fighting Man» (1968), esta canción forma parte del álbum Beggars Banquet de los Rolling Stones. La letra es de Mick Jagger y Keith Richards.
refugio para contener la paranoia y la esquizofrenia en que había terminado la Flower Generation.
Do you like good music? Sweet, sweet, sweet music, man!10
La sweet soul music había dejado de ejercer hechizo entre sus adeptos; la música había vuelto a su intrascendencia para ser otra vez, simplemente, música. Música que fue –imprevisiblemente– desenmascarada por sus más brillantes y fervientes ejecutivos, The Rolling Stones: la Música de Rock es el Show Bizz Más Fabuloso de la Historia desde los tiempos de los trovadores y los juglares. La paz y el amor que se reunían en la música de rock eran otro disfraz de la democracia representativa, a través de los chicos, los kids, los hijos. El éxtasis de las buenas almas se había transformado súbitamente en tedio. La droga había dejado de ser efectiva. El «gran cambio» de la Flower Generation confirmaba, una vez más, la pequeña verdad −very earthy− de Karlitos Marx: las revoluciones burguesas tienen corta vida, después de éxtasis en éxtasis llegan a un largo periodo de depresión.
Why don´t we sing this song all together? […] we will see where we all come from…11
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Aunque la versión más famosa de «Sweet Music Man» es obra de Kenny Rogers (1977), el autor hace referencia a la original, éxito de Elvis Presley. 11 «Sing this all together», en el álbum Their Satanic Majestic’s Request (1967) de los Rolling Stones. Letra de Jagger y Richards.
Los chavitos venían de la respetable clase media norteamericana, ¡uf!, y su largo periodo de depresión empezó la noche en que terminó el concierto de los Rolling Stones, cuando ya casi habían desaparecido las expansiones de las mentes de los onderos porque los viajes y las elevaciones estaban a punto de esfumarse. Alguno de los defensores de Paz-Amor-Festivales de Rock podrá decirme: «pero es que quienes provocaron la violencia fueron los Hells Angels». Simón, chavo, simón y garfunkel, pero en quienes el movimiento hippie se refleja con fidelidad fotográfica es en los Rolling Stones. Ellos son quienes mejor lo han visto y quienes mejor han asumido su imagen. Sobre todo Mick Jagger. Sobresalen su intuición e inteligencia para volver tragicomedia a la tragedia. Jagger es quien mejor ha sabido atrapar la imagen caricaturesca en la que, ya sin gracia, ha caído el rocanrolero como rebelde. Gracias a él los Rolling son quienes mejor han aprovechado –desde el principio− la mina de oro del rocanrol. Pero como miembro de un grupo que graba para los fabricantes de discos, también es un elemento más del Establishment Show Bizz: no se salva de la depresión aunque, gracias a que es millonario, la suya es menor. Jagger tiene el consuelo de cantar:
But what can a poor boy do, except to sing for a rock ’n’ rol band? ’Cause in sleepy London town ther’s just no place for a street fighting man!12
Después de todo no tiene por qué dejar de ser un joven divirtiéndose con cantar rocanrol –y ganar mucho dinero− para entretener a otros jóvenes como él. Tal vez cuando llegue a los 12
«Street Fighting Man».
treinta años13, Jagger proponga pequeñas verdades que resuelvan −en cierto modo− la crisis de la Onda evidente desde Altamont. Porque aunque él y sus Rolling no fueron los culpables del asesinato del negro, sí fueron provocadores y cómplices. Provocadores porque contrataron a los Hells Angels no para cuidar el orden sino porque así la filmación de su biggest show tendría más impacto y publicidad. Cómplices porque en sus declaraciones dijeron no entender qué había sucedido: en Londres, los Hells Angels se habían portado como gente decente, no se explicaban su conducta violenta en Los Ángeles. ¡Wow! El beso de la vida entre Micky Jagger y «los nazis de la Onda». Michael, quien está muy enterado de la onda y la política, al menos debió haber sabido que los Ángeles del Infierno no usan la suástica nomás de puro cotorreo, sino por ser antes fascistas que onderos. Los «Angelitos» son el lado más amplio y grave de la Onda. ¿No sabrá Mickey que los Hells Angels son financiados por organizaciones bellamente fascistas, como la John Birch Society14? ¿Tampoco estará enterado Micky The Jigger que antes del «gran cambio» los Hells Angels eran contratados −a cambio de dólares y motos y no de quinientos dólares para cerveza como les pagó él por sus servicios de asesinos− para romper huelgas y golpear a los primeros en manifestar su repudio a la Guerra de Vietnam? ¡Mick ha participado en manifestaciones en contra de la Guerra de Vietnam! Pero qué puede hacer un pobre muchacho, excepto cantar en una banda de rocanrol, porque en el somnoliento Londres no hay lugar para un hombre que lucha en la calles15. ¡Wow! Micky
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La primera edición de este libro fue en 1972. Mick Jagger tenía 29 años, no había cumplido los treinta. La John Birch Society (JBS) se fundó en Indianápolis, Indiana, el 9 de diciembre de 1958. Es un grupo de extrema derecha, ultraconservadora y fascista, contraria por principio al comunismo y al liberalismo. Sigue activa. 15 El autor traduce el fragmento anterior de «Street fighting man». 14
el anarquista va a asesinar al zar de todos los imperios seguido por la caballería infernal. ¡Wow! Pero una cosa es la causa y otra, los billetes. Una cosa es cotorrear de revolución y otra, estar en la revolución. Una cosa es ser un rocanrolero y otra, un revoltero. Una cosa es ser Mick Jagger «The Goddes of Rock ‘n Roll» y otra, Abbie Hoffman de los 8 (7) de Chicago16. (Nota: gracias a Altamont, los Rolling pagaron menos impuestos al gobierno gabacho). La última frase me lleva a una propuesta. El movimiento yippie17 dio el golpe de gracia al movimiento hippie porque lo desolemnizó, lo desnudó de la marca revolucionaria trascendente y lo ubicó en su justo sitio: el de ser la revolución más chistosa propiciada por la burguesía, para que sus hijos se divirtieran de acuerdo con la era espacial.
La
solemnidad hippie −toda la onda mística Buda-Krishna-Cristo− fue parodiada −incluido el cinismo Stones− por la actitud yippie de intrascendencia y de cotorreo al Establishment en términos de un gran set construido por la sociedad de consumo. El mundo esotérico y misterioso del hippismo se derrumbó con el buen humor y la buena actitud rebelde de los yippies. Ante los yippies, los rocanroleros −y los hippies− fueron un instrumento más para idolizar a la juventud inglesa. Los gururoncanroleros pronto fueron ricos prematuros que debían conservar la imagen de la disidencia −y la 16
Abbie Hoffman (Abbott Howard Hoffman, 1936-1989) fue un escritor y activista político –se definió a sí mismo como comunista libertario o anarco comunista−, destacado por su oposición al imperialismo bélico estadounidense. Con Jerry Rubin, David Dellinger, Tom Hayden, Rennie Davis, John Froines, Lee Weiner y Bobby Seale, formó el Chicago Eight –Ocho de Chicago−, grupo que fue juzgado por sus protestas en esa ciudad en contra de la Convención Nacional Demócrata de 1968. En el juicio, Bobby Seale (Robert George «Bobby» Seal, 1936-vive) –miembro y cofundador del Partido Pantera Negra (1966)− se enfrentó de tal forma al juez –Julius Hoffman− que éste, sumándole antecedentes, ordenó lo ataran y amordazaran y decidió juzgarlo aparte. Desde entonces, el grupo Ocho de Chicago se convirtió en Siete de Chicago. Sólo Seale fue sentenciado a prisión. 17 Los yippies eran los miembros del Youth International Party (Partido Internacional de la Juventud). Ante el retiro rural y el pacifismo hippie, promovían un activismo antimilitarista urbano. Abbie Hoffman fue uno de sus fundadores, con su esposa Annie Hoffman, escritora, y Paul Krassner, también escritor y acuñador del término.
trascendencia− para seguir siendo aceptados por el Establishment que los había enriquecido. Cuando los gururocanroleros empezaron a retarlo hablando más de la cuenta, éste los encarceló. En la cárcel, en los juicios, los rocanroleros aprendieron que era mejor ser rocanroleros sin disidencias y no hablar más de la cuenta para no disminuir las ganancias que, paternalmente, les otorgaba la industria disquera. Controlados, los «chavos malditos» prometieron no seguirlo siendo y fumar mota a gusto. Hasta hoy no se sabe de un solo rico que haya preferido la cárcel a su gran mansión. Asimismo, no existe músico alguno preso por revolucionario y no por músico. Como decía mi abuelita: cosa y persona en su lugar, en su exacta dimensión, o algo así.
Yo no soy un rebelde sin causa, ni tampoco un desenfrenado Yo lo único que quiero es bailar el rock & roll y que me dejen vacilar sin ton ni son18
Flashback necesario para ver a La Onda como revolución, por lo menos como rebelión. (En el contexto actual de Estados Unidos la onda de los hippies y los rocanjipies se ha agotado, a tal extremo que su revolución ha llegado al principio de su «largo camino de la depresión».) Al terminar la Guerra de Corea, Estados Unidos volvía a la normalidad: la pesadilla de una guerra mundial había desaparecido para que retornase el «sueño americano». El tres veces héroe de la Segunda Guerra Mundial –«Gran Salvador»− presidía al pueblo más rico del mundo, y la promesa de la felicidad para todos había vuelto a estar al
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«Yo no soy un rebelde» (1958-1959), canción de Jesús «Chucho» González, requintista de Los Locos del Ritmo. Forma parte del primer álbum del grupo: ¡Rock!
alcance de todas las manos. Ike19 −¿no es su rostro el de un buen norteamericano?− era el símbolo más claro de la «gran nación norteamericana»: el Hombre que había conducido con su talento militar a su pueblo hacia la gran victoria. Ike era el soldado americano que había luchado contra el nazismo, el fascismo y el militarismo para defender y preservar la libertad de los hombres libres. Ike −como cariñosamente lo llamaba su pueblo− era el militar de carrera listo para defender a la patria y a la humanidad de aquellos que atentaran contra la libertad, el orden, las leyes y la justicia. Ike en tiempos de paz era la imagen rediviva del estadounidense amante de sus instituciones. En su gobierno todo fue auge, progreso, prosperidad, alegría y felicidad, pero un país latino evidenció que en otras partes del mundo todo era miseria, hambre, explotación, ruina, muerte, esclavitud, horror: obviamente me refiero a Cuba. Hice esta referencia para comprender a La Onda dentro de un proceso histórico de relación entre Estados Unidos y el resto del mundo, porque como es de esperarse la Guerra de Corea estuvo incluida en el Pacto de No Agresión y Coexistencia Pacífica a partir del Tratado de Yalta20. Y Cubita de Moré21 representa una descomposición no incluida del Pacto, y un resquebrajamiento que ayudó a cambiar −un poco− el modo de vida de la
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Dwight David Ike Eisenhower (1890-1969), trigésimo cuarto presidente de EUA. El Tratado o, más bien, Conferencia de Yalta, se llevó a cabo del 4 al 11 de febrero de 1945. En Yalta, Crimea, URSS, «conferenciaron», se reunieron, José V. Stalin (líder soviético), Winston Churchill (primer ministro inglés) y Franklin D. Roosevelt (presidente estadounidense) para acordar la política y la repartición geográfica de Europa tras la derrota de los nazis. Había dos políticas socioeconómicas claves: capitalismo y comunismo. Se acordó la convivencia pacífica entre ambas, pero nunca se llevó a cabo: al terminar la guerra, comenzó otra con acumulación de armamento y con distintos encuentros bélicos, sobre todo en Asia, punto de interés económico. Se le conoce como Guerra Fría. El primer conflicto armado de ésta es la Guerra de Corea. Corea había estado ocupada por los japoneses hasta el fin de la II Guerra Mundial. Tras la definitiva derrota de estos, se le dividió en dos: Sur, con apoyo de Occidente, de EUA y la reciente ONU, y Norte, con apoyo de la República Popular China y la URSS. Corea del Norte ocupó Corea del Sur el 15 de junio de 1950, dando origen al primer conflicto militar de la Guerra Fría. 21 Beny Moré (1919-1963) fue un muy destacado cantante y compositor cubano, de la provincia de Cienfuegos, sobresaliente sobre todo en el son montuno, el mambo y el bolero. Se le llamó «El bárbaro del ritmo» y «El sonero mayor de Cuba». 20
sociedad gabacha: no sé por qué nada se ha escrito acerca de la influencia de Cuba22 en el surgimiento de La Onda Norteamericana. Si de acuerdo con la onda hay una correlación entre los hombres y los astros, ¿por qué demonios no va a existir una entre hombres y naciones, y naciones y naciones? Pero sigamos rolando con la onda en flashback:
All over St. Louis and down in New Orleans all the cats wanna dance with Sweet Little Sixteen23
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Se considera como fecha del triunfo revolucionario en Cuba el 1 de enero de 1959, un día después de la huida del dictador Fulgencio Batista a EUA. Se establece como forma político-económica al socialismo. EUA decide «castigar» la política socialista cubana e impone un embargo-bloqueo en 1960. Aislada, Cuba recibe apoyo de la URSS y permite la colocación de misiles en 1962, clave en el desarrollo de la Guerra Fría. 23 «Sweet Little Sixteen» (1958), de Chuck Berry.