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Muertos
En México se piensa más en pasado que en presente. Es como un sino de nuestra época porque muy atrás hay episodios que nos confunden y aún duelen: el virreinato inhumano, las traiciones que llevaron a inventar una monarquía de pacotilla con un príncipe austriaco enajenado y la brutalidad de la usurpación presidencial de victoriano, “el chacal”, huerta. Por estos sucesos más vale pasar por arriba para no caer en el pantano rebosante de inmundicias.1 Pese a ello, es recurrente señalar a los mexicanos como un pueblo que hace de la muerte un placentero recuerdo con expresiones multicolores, prendidas a las flores de cempasúchil que iluminan los sepulcros en Janitzio; y, en la misma línea, el sufrimiento es una constante que flagela nuestro cuerpo pero fortalece el espíritu, en la cúspide de la doctrina de la resignación: no envidies el éxito ajeno, nos dicen, porque “los últimos serán los primeros”. Quienes más creen son aquellos cuyos ancestros indígenas –me gusta más que hablemos de mesoamericanos, para hacer desaparecer el error de cálculo de Colón y los posteriores invasores hispanos–, fueron sacrificados al pie de sus ídolos, arrastrados por la furia cristiana de quienes se embarcaron con la convicción de que, en todo caso, cuantos seres humanos encontraran a su paso serían salvajes y debían ser sometidos a la Corona 1
Nota del autor: todos aquellos nombres que escribo en minúsculas refieren a predadores y personajes minúsculos de la historia.
española. Los prejuicios comenzaron en este punto y, por desgracia, hasta la fecha no han sido superados. Son las cargas atávicas de un pueblo que nunca, en realidad, ha sido libre. Vemos hacia el pasado porque nos obligan a ello, inmersos en un presente nebuloso y turbio, aclimatado en la mayor corrupción de cuantas hemos soportado. Si el presente asfixia, ¿cómo puede la imaginación prever el futuro? De hecho, cuando se determinó vulgarmente –mediante dictámenes contaminados y con ligereza sobre las acusaciones del permanente desaseo– el retorno del PRI a la Presidencia, fue evidente que se había dado un paso hacia atrás... aunque algunos consideraron que el rescate, golpeando a la derecha, era necesario ante quienes nos conducían al desastre del “estado fallido”, con la preeminencia de las grandes potencias del orbe convertidas en rectoras de nuestros destinos y rectorías en cada uno de los renglones trascendentes. Un horror para nosotros; la oscuridad total como legado a nuestros hijos y nietos, a las generaciones por venir. Oteamos hacia el pasado porque todavía vivimos anclados al mismo. Nos mintieron sobre el cambio en el 2000, también cuando quienes se decían democráticos convirtieron en una hoguera sus ideales como en los antiguos “autos de fe” de los misioneros españoles, aquellos que quemaron códices y manuscritos de enorme valor, sin duda demostrativos de una cultura superior, para imponernos las creencias de allende del mar. No sé si en este renglón la Iglesia pudo cimentarse sobre bases sólidas en el llamado “Nuevo Mundo”. Es algo que me estruja por dentro. En este punto comenzaron, sin duda, las deformaciones culturales y sociales, también las políticas, porque el mestizaje, fundamento de una nueva raza, creció al amparo de las injusticias atávicas de la monarquía y sus representantes, ellos que cerraron siempre el paso hasta a los criollos, sus hijos nacidos en esta tierra, quizás por no considerarlos suficientemente “puros” a causa de no haber llenado sus pulmones con los aires –airiños, como poetizó Rosa María de Castro–, de ultramar. Una estupidez que, por supuesto, no era posible sostener y, sin embargo, se alargó por tres centurias. Temo que en este nudo gordiano se encuentre la explicación sobre la educación en México y las pautas sindicales que, aunque tienen sus razones válidas, han detenido la evolución de esta tarea trascendental, en una época de enorme competitividad entre egresados de diversas partes del mundo. Imagínense: no es difícil encontrarse en Bélgica, capital europea, con taxistas con carreras terminadas y políglotas además, quienes sencillamente no encontraron sitio y se vieron obligados a bajar su rango social, si bien no se quejan por sus ingresos: —Cuando menos –me dijo uno por Amsterdam, Holanda–, no estoy encerrado ocho horas en una oficina ni sometido a los horarios. Sí, nada es más lacerante que el sometimiento a las rutinas hijas de una productividad mal entendida: se estima que los rendimientos humanos deben basarse en el ahorro de sus empresas para poder fomentar el crecimiento de las mismas, y la creación de nuevos empleos; casi nunca es así, por el contrario los réditos van a parar a los bolsillos de los inversionistas que sólo toman las decisiones mientras sus obreros viven al día, angustiados por llegar a cada fin de quincena, sin posibilidad alguna de guardar algo en las alcancías. Algún cretino, de esos con mucho dinero y una actitud soberbia siempre –por ejemplo, tenía una antena en San Miguel de Allende para captar los canales norteamericanos porque
los mexicanos, decía, estaban llenos de mentiras–, le dijo un día, delante de mí, a su hijo mayor: —Tú no tienes por qué preocuparte por estudiar; lo tienes todo. Aprende a administrar lo que tenemos y eso bastará para que puedas vivir como rico toda tu vida. Aquello me provocó una urticaria tal en la garganta, y hasta el cuello, que opté por callarme la boca aunque se me encendiera el rostro. Luego me enteraría que el ricachón aquel, casado con una estadounidense si bien criticaba cuanto ocurría en la Casa Blanca y el Pentágono –la confusión del alma siempre se refleja en la hipocresía–, ordenó, por consejo de la dama ya fallecida y a quien estimé, que no se les pusiera ninguna vacuna a sus tres niños: —Son tonterías de los médicos para llenarse de oro; y en México, ¿quién me asegura que no estén contaminadas y resulten contraproducentes? El amigo aquel, heredero de una fortuna proveniente de una cadena de periódicos, no se detenía en la posibilidad de desatar una epidemia por su negligencia; pero de nada sirvió que avisara a las autoridades de salud. Era un multimillonario con grandes posibilidades financieras a quien se consideraba como un adalid del desarrollo urbano de la hermosa ciudad guanajuatense... hasta que fue secuestrado en 2007, quizá por los mismos que hicieron lo propio con el caladito, cobarde, Diego Fernández de Cevallos, el panista bravucón que optó por sellar sus labios para no meterse en más vericuetos; y aún le llaman “el jefe Diego”, acaso porque encabeza a un grupo tan oportunista como él mismo. Antes del violento suceso, el millonario sin cultura decidió fundar una escuela bajo la llamada Pedagogía “Waldorf”, un sistema fundado en el esoterismo y la pretensión de que los alumnos desarrollen sus propias vivencias con apenas guías de sus supuestos mentores. Con ello, garantizaba el amigo aquel que sus hijos no tuvieran el menor tropiezo, aunque a uno de ellos le resultara difícil sumar –cuando cursaba el mayor el primero de secundaria– e ignorara los colores de la bandera mexicana. De hecho, no sabía nada y comía puras verduras por lo cual, cada que visitaba las casas vecinas, devoraba cuanto se encontraba en el refrigerador. Pobrecillos de los niños ricos. Desde luego, los permisos de la Secretaría de Educación Pública, sin la menor revisión del local y los métodos, se otorgaron por obra y gracia de las influencias del señorío a la salida de San Miguel, hacia Dolores Hidalgo, la cuna de nuestra Independencia. Para colmo, el sujeto se esmeraba en parecer “come-curas” con tal de sentirse superior a todos los hombres de la tierra, no con el afán de cuestionar lo malo salvando lo positivo sino con la conciencia puesta en que sólo su familia merecía comerse al mundo a puños. Odiaba a los “gringos” – “green go home” gritaban los mexicanos a los invasores en 1847, reacios a aceptar la soberanía al sur de sus fronteras y ávidos de ocupar suelos ajenos, guiados por la ambición que otorga la fuerza bruta–, pero todos sus valores provenían del norte incluyendo sus dos esposas y una residencia al borde del Potomac. Más “mexicano no podía ser”. Pueden ganarse batallas militares, pero jamás las culturales basadas en la razón. Y, en este sentido, México jamás ha sido vencido. No es patrioterismo infeliz, sino una sentencia que demuestra, basados en la razón histórica, los orígenes de las tantas falacias escritas en los libros de texto en donde términos como el de “conquista”, “invasión” o “segundo imperio” –resumiendo las locuras de Agustín de Iturbide y del enajenado Maximiliano de
Habsburgo, el primero por sólo unas semanas y el segundo hasta su muerte, fusilado con la ignominia que sembró–, debieran de ser considerados caducos y sin ninguna validez en el contexto de una visión moderna, y real, sobre tales acontecimientos. ¡Es una falacia insistir en que México perteneció a la corona española cuando la nación surgió, precisamente, a partir de la derrota de ésta y el fin de la colonia atroz! Pisaron sobre este territorio, sí, cuando los pueblos mesoamericanos no pudieron contra la crueldad, las armas y armaduras, y sobre todo contra la traición, de quienes creyeron ser dueños de cuanto veían por el simple hecho de sentirse superiores. Hace unos años, en Madrid, una mentora de primaria, Raquel, gallega de origen, pareció disgustarse cuando le comuniqué que en México las divisiones se hacían poniendo la “casita” por arriba, como techo y no como suelo como se hace allá: —Yo no sé –me dijo con acento altanero–, por qué es así. ¿No fuimos nosotros quiénes los conquistamos? Me molestó tanto el sarcasmo que, sin importar consecuencias –no las hubo–, repliqué: —En ese caso ustedes debieran sumar y dividir con números romanos y arábigos, dadas las largas dominaciones de tales sobre este suelo. Pero no aprendieron nada. Entonces ella se sacó de la manga un nuevo aserto despectivo: —Bueno, entiendo que cambiaron porque están muy cerca de los Estados Unidos. —Pero no somos lo mismo ni aceptamos una rectoría educativa proveniente de allá; de hecho, no existe vínculo, salvo el diplomático, entre las dos naciones. Me apuro en decirlo que, en su mayor parte, los mexicanos no ven bien a los estadounidenses aunque ésta parezca una referencia racista; pero es más bien al revés: allá es en donde nos aplican la xenofobia, sin distingos, con un desprecio ilimitado hacia una cultura, la nuestra, muy superior, aunque ellos dominen las armas y la economía. La maestra no resistió más; yo esperaba que me preguntara sobre las razones por las que había anclado una temporada en España. No lo hizo porque entonces hubiera sido evidente su actitud xenófoba. Y sobre el hecho, la verdad, no tengo más justificante que el mal entendido afán de universalidad que nos posee sin remedio a quienes queremos ser reconocidos en otra patria, porque en la nuestra nunca pasaremos de ser sólo “perseguidos”, maniatados a las reglas de un sistema que no se construyó para los espíritus libres. En mi adolescencia conocí los Estados Unidos, primero de la mano de mi padre cuando el racismo llegaba al extremo de prohibir la entrada de “perros, negros y mexicanos” a las cafeterías de los “blancos”, tan turbios por dentro y por fuera, y después con el hijo de un gran amigo de mi inolvidable “viejo”. Ahora que me acuerdo, ya casi tengo la edad que él tenía cuando muró víctima de la jauría oficial, maldita. En la segunda ocasión pasé unos días dentro de una high-school y debí soportar clases enteras, en inglés claro, en las cuales constantemente se nos señalaba. Un día de tantos, en un recreo, un rubio bastante imbécil me preguntó con ignorancia supina: —Quisiera conocer México, pero no sé montar a caballo. ¿Hay diligencias?
Me reí tanto que acabamos rodando por el suelo, forcejeando, con las consiguientes voces estridentes de los maestros quienes, por supuesto, me culparon a mí. También me reí de ellos y no regresé a la tal escuela. Le expliqué a mi padre y quedó mudo; luego, me felicitó. Así me formé, con gran parte de lo asimilado por una fuerte influencia paterna pero siempre en combinación con las enseñanzas de profesores magníficos, con quienes no coincidía en cuanto al trato de los temas históricos que me apasionaron desde niño. Sostengo, con conocimiento de causa, que en muchos renglones, más de los supuestos, la educación en México de excelencia –no toda porque, por desgracia, me es difícil incluir a las escuelas públicas como quisiera–, está por encima de los espejismos españoles y estadounidenses... hasta que se llega al nivel universitario. Pero en cuanto a la primaria y hasta la preparatoria, los educandos de las dos naciones mencionadas suelen perder el respeto por sus mentores y hasta hablarles de tú con el despectivo acento de los aristócratas. No sé si en algunos colegios privados de México, en donde van los “gallitos” nuevos-ricos o herederos de estirpes lejanas, esté sucediendo lo mismo; no así en las particulares en donde se prepara a los chicos de clase media o alta con un acendrado interés por el idioma inglés, como si éste fuera a reemplazar, en pocos años, a nuestro castellano tan arraigado muy dentro de cada uno. Por desgracia vamos en un tobogán y en caída libre. Los asesores de peña nieto, el gran devastador, así como zedillo fue el “gran simulador”, se inventaron una reforma educativa con aparentes buenas intenciones ante un magisterio soliviantado y soberbio, guiado al principio del régimen por una intolerante chiapaneca con tentáculos en cada partido como un pullo: elba esther gordillo morales, quien fue la primera en oponerse a la iniciativa presidencial que fue redondeada sin la intervención de ésta; casi un pecado mortal para la engreída señora, quien fuera capaz de pertenecer a un partido y fundar otro sin que, durante meses, se le diera siquiera alguna filípica. Luego se le expulsó del PRI, cuando ya había hecho el daño, y se convirtió en un contrapeso peor. La señora gordillo fue aprehendida en la pista de carreteo del aeropuerto de Toluca el veintiséis de febrero de 2013, y fue traslada, primero, al penal de Santa Martha Acatitla y luego al de Tepepan, donde permanece por indicaciones médicas; lo cual la convierte en la primera mujer –incluso entre las extraterrestres–, en sumarse años para poder salir más rápidamente de la cárcel, basándose en un acta de nacimiento más antigua que la usada para fines políticos. Suelen existir algunas féminas –no las damas que brillan sin importarles tanto la edad, sino cuanto aparentan al paso de los años bien vividos y aprovechados– que todo lo quieren doble: dos actas de matrimonio, dos cumpleaños, dos nacionalidades, etcétera. Las conozco tan bien, ahora, que enseguida intuyo sus propósitos nunca benévolos. La señora gordillo es de éstas pero, además, muy perversa. La bauticé como la “novia de Chucky” título por el cual competía con la extinta Cayetana de Alba, la Duquesa que balbuceaba porque le costaba abrir la boca a fuerza de tantas cirugías estéticas, pero ya se quedó sola por eliminación. Y más ahora con los terribles espacios grises de las cárceles en donde cualquier belleza se desdibuja sin remedio. Ella misma me confesó, en 2011, que contaba con tres grandes apuestas para ganar la Presidencia un año después, sus “amores políticos”, decía: Jorge Castañeda Gutman, Alonso Lujambio Irazábal y Marcelo Ebrard Casaubón. El primero se perdió en su inconsistencia ideológica que lo llevaba como badajo
de campana de un lado a otro; el segundo enfermó de cáncer luego de perder la precandidatura presidencial del PAN, y murió el veinticinco de septiembre de 2012; y el tercero sencillamente se hundió por sus propias vanidades y el rastro de sus desfalcos en el gobierno del Distrito Federal. No olvidemos que Lujambio fungió como secretario de Educación de felipe calderón, con escasos méritos salvo el de haber escrito panegíricos sobre el PAN, y su destino parecía encaminado paralelamente al de uno de sus predecesores un sexenio atrás: Reyes Tamez Guerra. Entre ambos despachó sobre el escritorio de José Vasconcelos, el maestro de América, la señora Josefina Vázquez Mota, quien no se dejó anclar por la “maestra” y se colocó a distancia. Cuando le pregunté a doña Josefina acerca de sus relaciones con la señora gordillo, respondió, seca (2012: la Sucesión, Océano 2010): —No quiero confrontarme con ella, pero jamás acepté el papel de empleada de ella. — ¿Así pretendía la señora gordillo que fueran las interrelaciones? —Pregúntele al respecto a quien fue mi antecesor –en la SEP, refiriéndose al regiomontano Reyes Tamez Guerra–. ¿Dónde está el ahora? Nada menos que en el Panal, el partido inventado por la señora elba esther. Y ni quien pudiera discutirle el punto. Acaso, de no haber enfermado, Lujambio estaba destinado a aparecer como “panalista” –no panelista, por favor–, para darle “guerra” al PAN y al PRI con toda la fuerza millonaria –en pesos y hombres– del gremio magisterial. Ella se lo montaba todo e incluso, al principio de la administración peñista, no pocos gobernadores acordaban con ella creyendo que su poder seguiría extendiéndose. No fue así. Lo cortó de tajo, con un solo golpe frontal, el presidente de la República. Le acusaron de delitos contra la salud y prevaricación. Y todavía pelea por algunos amparos para reducir su pena, “siquiera” para poder ser arraigada en su domicilio. No parece factible mientras peña se mantenga. Esta es la única razón por la cual a nadie disgustaría la excarcelación de la señora: porque sería síntoma de la caída del repelente mandatario; pero mejor que se vuelvan compañeros, separados por el género, naturalmente. A la hora de la debacle, capturada en su propio avión e interceptada por otro aparato de la marina como delincuente de alto grado –digamos una narcotraficante–, la señora tuvo aún arrestos para exigir a los uniformados que se retiraran, pues estaban invadiendo una propiedad privada; creyó en su fuerza hasta que se vio detrás de las rejas, con la mirada hacia el cielo clamando compasión al escuchar el listado de las acusaciones en su contra. Esperaba que los cuadros del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación, sacaran la cara por ella; no lo hizo ninguno, luego de medrar con ella hasta la saciedad, escudándose detrás del poder presidencial y buscando quedarse alguno de ellos en su lugar. Obtuvo la bendición superior, al fin, Juan Díaz de la Torre. Capítulo sellado o, cuando menos, eso se suponía. Resultó, entonces, que la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación –la rebelde CNTE que tanto combatió el cacicazgo de la “maestra”–, respondió airado ante el encarcelamiento de la misma porque consideró que con ello se aseguraba el éxito de una reforma necesaria –si fuese a favor, de verdad, de la educación–, pero sin fondo y con escoriaciones sobre la piel. Y salieron a la calle, a defenderse de la iniciativa peñista y a exigir que se dejara libre a su otrora odiada adversaria.
El Monumento a la Revolución, al lado de las columnas que guardan los restos de Madero, Carranza, Obregón, Calles, Cárdenas y presuntamente los de Villa –sin cabeza y no aceptables porque los análisis revelan que allí yace una mujer, norteamericana para colmo–, sin vigilancia de ninguna especie, sirvió de referente para el inmenso dormitorio allí instalado porque se les negó acceso al Zócalo en donde, en cambio, otros grupos, los lopezobradoristas con mayor frecuencia, se han instalado sin problemas. Por cierto, los profesores intransigentes –más parecían, salvo algunas excepciones, activistas de la legua a quienes poco les importaba el futuro de sus alumnos–, marcharon y cerraron el Paseo de la Reforma cuantas veces quisieron sin obtener objetivo alguno. Trascendió, por ejemplo, que se conformaban con una oferta de un millón y medio de plazas –esto es para repartirlas entre ellos mismos–, para retirarse de los molestos plantones, para los defeños claro, que fueron dejando poco a poco. Si hubo “arreglo” o no, la respuesta debió darla el gobernador de Oaxaca, Gabino Cué Monteagudo, hábil para aplacar revueltas distribuyendo dineros y encaminando hacia la capital del país sus protestas. Un mandatario ramplón y deshonesto para quien la perspectiva nacional no cuenta, mientras permanezca protegido por los subversivos de distinta calaña. Así se canalizan las “alianzas” electorales turbias que terminan con mesianismos sostenidos sobre algodones sucios, usados. La controversia, de acuerdo con los informes oficiales, se dio a partir del rechazo de un sector del magisterio contra dos de los enunciados principales de la reforma educativa: la evaluación académica de los mentores y un censo de los mismos para conocer el número real de quienes se paran en las aulas frente a sus alumnos, amén de los administrativos, y con eliminación de los llamados “paracaidistas” quienes cobran pensiones o plazas sin haber ejercido el magisterio ni en su casas. El “salto” que pegaron los maestros rebeldes –los otros, los del SNTE, se disciplinaron bajando la cabeza, protocolo bien aprendido gracias a su abandonada “maestra”–, fue demostrativo de las irregularidades existentes, si bien, examinando los orígenes fuimos comprendiendo el fondo, la razón de la indignación y sus posibles consecuencias. No es todo como lo pintan, naturalmente, y la subversión al alza tiene explicación en los muchos años de descuido y engaños padecidos. Si se oponen al censo es porque, automáticamente, la mayor parte de los profesores quedarían al aire. ¿La razón? Las plazas están desperdigadas por doquier y se extendieron como una forma de elevarles sus emolumentos sin necesidad de subir los parámetros salariales. Esto es, al reducirse por un censo el número también caerían sus ingresos, de tal manera que no les sería factible sobrevivir y se verían obligados a dejar la docencia. El enredo es monumental y se acrecienta cuando, además, los matrimonios de mentores se compensan el uno al otro, distribuyéndose las famosas plazas de medio turno o de turno completo. Y así desde la primaria hasta los estudios superiores. Por esta razón defendían a la “maestra” con devoción porque de ella, sólo de ella, dependían las distribuciones y, por ende, las lealtades se medían en cuanto recibían como canonjías. Fuentes de poder, sí, pero también de supervivencia. El tema de las evaluaciones académicas tiene sentido: no es razonable que nuestros niños sean sometidos a exámenes cuando quienes lo hacen no demuestran su nivel de
conocimientos. Esta magra relación, sinuosa, es la que mantiene los bajos niveles académicos de los educandos porque, desde luego, muchos profesores siguen sólo los textos “gratuitos” –el gran negocio de las editoras que han maltratado a los críticos del sistema–, leyéndolos en clase y exigiendo a sus escolapios que los aprendan de memoria, una situación totalmente reñida con los métodos modernos que exigen más comprensión que repetidores de lecciones inentendibles por ausencia de dirección. Sin embargo, la reforma peñista eludió otras muchas cuestiones. Entre ellas, el hecho amoral de que el sesenta por ciento de las aulas en el país estén mal construidas, o dañadas, o, peor aún, edificadas hasta sobre los ductos de Pemex que llevan el gas hacia el norte y pasan hasta por los patios en donde los niños juegan. ¿Y por qué? Sencillo: son predios mucho más económicos y poco mercadeables en el renglón comercial y, por supuesto, al gobierno no le importa darles un uso distinto que el de elevar escuelas sobre ellos. Por si fuera poco, la insalubridad es tremenda. Muchos de los colegios de la nueva hornada carecen incluso hasta de baños, por lo que los alumnos de las áreas rurales, generalmente las más alejadas de las ciudades, deben realizar sus funciones fisiológicas sobre descampados y entre piedras y yerbas con los consiguientes riesgos de encontrarse con predadores, víboras o humanos, sin ningún tipo de protección. ¿Qué clase de futuro estamos construyendo, entonces? ¿Uno en el cual se mantengan las distancias sociales extremas en el reino de la especulación y las herencias? No hay detonante más peligroso que éste. En fin, que de cumplirse con tal reforma, la educación caería, como la economía, más allá de la mitad de sus actuales niveles. Y de ello deberá responder, si continuamos por el sendero, el señor peña y su delicado secretario de Educación, el también mexiquense Emilio Chuayffet Chemor, “La Daga”, tan hipócrita como tímido; tan torpe como cernido, en silencio, a las indicaciones de peña y sus asesores. Una institución que, sin elba, se ha vuelto inútil. Dicho esto sin perdonar los gravísimos pecados, mortales, de la poderosa “maestra”, quien ya no volverá a reinar ni si ocurre un cataclismo. Es curioso, la CNTE, opositora de la señora gordillo, fue la que recogió sus banderas ante la cobardía de los dirigentes que heredaron el sindicato. Chuayfett, en el colmo del cinismo, propuso cesar las evaluaciones, antes de los comicios del domingo siete de junio de 2015, con tal de evitarse presiones; luego de éstos, volvió a su discurso, alegando que se examinaría a los maestros aun lloviendo o tronando. La veleidad del secretario de educación más parece destinada a causar una guerra civil entre padres de familia y mentores en rebeldía, que a solucionar el conflicto. El mal está incubado, por corrupción e intolerancia; también por el peor de los males que sufre el mandatario federal en curso: la ignorancia supina. Su ejemplo ha sido por demás destructivo al demostrar a los niños y jóvenes mexicanos que puede llegarse a la Presidencia sin conocer las capitales de los estados ni los estados mismos; ni los nombres de los grandes personajes ni haber leído salvo los viejos cómics de Superman y Batman. La historia, por supuesto, la detesta porque lo exhibe, no por falta de memoria sino de cultura. Y eso es lo que ha obligado, además de sus males internos, a reducir sus presentaciones públicas.
¿Cómo decirle a un niño que estudie cuando también se burla de los traspiés del presidente en cuanto éste abre la boca? ¿Cómo convencerlo de que la información es fundamental para abrirse paso, cuando observan a un mandatario, supuestamente avalado por diecinueve millones de votos, desbarrancarse en el despeñadero porque sencillamente no sabe, ni entiende, ni conoce al país salvo de manera superficial? Éste es el verdadero drama, el que no tiene réplica posible en un entorno, insisto, minado por las inmoralidades públicas cuyo más alto nivel se alcanza cuando se pone en riesgo, precisamente, al futuro del país. La advertencia inicial está en pie. Miramos más al pasado que hacia adelante; nos indigna cuanto hemos recorrido y visto pero no hallamos la puerta del futuro y no podemos encontrarla, sencillamente, porque no le conviene a los aristócratas darnos las llaves. Como los grandes señores feudales, o la casta divina no sólo exclusiva de Yucatán sino extendida a miles de cacicazgos por toda la geografía nacional, las escuelas son un desafío permanente contra la explotación humana y la injusticia. Es necesario romper este cerco. Pero, ¿cómo hacerlo? No es posible que los profesores, y cuantos son reclutados para apoyar las manifestaciones, permanezcan en las calles mientras los niños y sus padres claman, desesperados, por no perder más el tiempo que, dicen, es oro y lo hemos convertido en un presente en donde las confusiones reinan, en bronce. El señor peña y su gabinete actúan como un rey Midas al revés: cuanto toca se pudre o devalúa. Por eso gritan también los maestros que protestan, y en esta línea no podemos estar más de acuerdo. Según la reforma educativa los maestros que obtengan resultados insuficientes de la evaluación que se les aplicaría, podrán tener una segunda oportunidad, pasado un año, y luego una tercera, otros doce meses más, para intentar salvar sus plazas. Quienes no sean capaces de ello, tendrán que rescindir sus “contratos” y las autoridades del renglón les darán de baja sin responsabilidad alguna –pecuniaria se entiende– para éstos. Tres vueltas y para fuera. Lo que molesta a los mentores es que se proponga la creación de un gigantesco Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), posiblemente armado con rapidez y con la intención primaria de “depurar” al sector, reduciéndolo considerablemente. Tal sería la prioridad oficial en tanto los maestros se preguntan, con razón, cómo se va a reclutar a un personal tan abundante como para poder llevar esta tarea a nivel nacional, y quiénes serán sus propios capacitadores. ¿Los mismos normalistas en un círculo tan absurdo como innecesario? Es obvio que quienes redactaron la iniciativa peñista desconocían la intricada estructura del gremio. Además, y he aquí el punto coyuntural, no se le concede a los evaluados el derecho de revisar y cotejar sus exámenes. La única palabra que vale es la de la autoridad, representada por la Secretaría de Educación Pública. Es obvio además que el objetivo es dar de baja a miles de maestros para poder renegociar las plazas bajo el pretexto de la saturación, y hacerlo con retiros arbitrarios, evaluaciones sin revisiones y una parálisis hasta de dos años para el caso de las tres “oportunidades” para sortear los escollos. Todo ello, además, sin la menor consulta al magisterio ni una seria auscultación de sus condiciones de trabajo y sus posturas. Como en el fascismo: la voz superior es la que rige sin derecho siquiera a réplica, aunque desconozca la realidad.
Este es el meollo de la cuestión mientras los maestros, por todo el país, no cesan en sus demandas y están organizando una protesta masiva para el caso de que continúe el empeño de aplicar una reforma que nació muerta, precisamente por la ineptitud y la soberbia oficiales, ante un grupo pensante y cansado de ser víctima de los recortes oficiales cada que llega una crisis, como la avizorada para fines de 2015 y principios de 2016. Contra la realidad lacerante poco pueden hacer los planes de estudios que, por lo general, no corresponden a las necesidades de cada región, en esta inmensa nación plural, por lo cual se contaminan no sólo los educandos sino la perspectiva en la que viven. Para colmo, eso sí, las constantes ausencias de los mentores, sea para protestar o porque deben atender otras prioridades según expresan, reducen los días de clases efectivos y colocan a los escolapios en una situación de gran vulnerabilidad, sin deseos de estudiar, bajo el estruendo de las diferencias entre los padres de familia y sus profesores, y la evidente negligencia de un gobierno que se lava las manos y señala al gremio magisterial como único responsable. Bazofia. Empeñados estamos, sí; porque no encontramos la manera de salir de la bóveda de la improductividad galopante en tanto otras naciones de Latinoamérica intentan galopar, pese a sus también elevados índices de corrupción. En pocos años, todo el continente afeó sus fachadas, lo mismo en Brasil, Argentina o Chile. Y esta dolorosa percepción acaso alivió a quienes, en México, insisten en que los índices de criminalidad son más elevados entre los brasileños y que la asfixia en Argentina se debe a una incapacidad notoria de su presidenta, Cristinita Fernández Wilhem Viuda de Kirchner –su segundo apellido, alemán, nos lleva sin remedio a los días en que esta nación sirvió de refugio para los nazis–. Pero, por ahora, no es posible establecer una tabla de medición para la ignorancia y la torpeza en el accionar de un gobierno. En tan sólo los tres primeros meses de la administración peñista fue factible medir los alcances de la misma. Un diciembre de 2012 esperanzador de la mano de las trece “decisiones” presidenciales, entre ellas la primera consistente en “vivir en paz” cuyo fracaso es muy evidente; luego, en enero de 2013 comenzaría el pulso con la realidad bajo el peso del ocultamiento: la explosión en las Torres Ejecutivas de Pemex en la Ciudad de México, con saldo oficial de veinticinco muertos, puso contra la pared al régimen porque no supo cómo resolver la inquietud colectiva sobre el origen y las consecuencias de ello; y en febrero, la aprehensión de elba esther gordillo, pareció una copia al carbón de la audaz medida similar contra el líder petrolero, Joaquín Hernández Galicia, el diez enero de 1989, por órdenes de carlos salinas quien había ascendido a la Presidencia cuarenta y un días antes. Diciembre de 2012. La euforia fue la señal. Parecía encaminarse el gobierno peñista hacia la aureola de un amanecer menos cernido a la derecha y con decisiones, tan bien meditadas –sin inclusión de las reformas, que fueron ocultadas hasta el momento mismo de ser disparadas por el gran cañón de Los Pinos en donde apareció, casi de pronto, un edificio moderno en el extremo sur sin que mediara ningún informe sobre ello– como la cruzada contra el hambre; la reconstrucción de los ferrocarriles; la puesta en marcha de una Consultoría Jurídica para dar cauce a la Ley General de Víctimas –misma que había tirado el expresidente calderón alegando problemas de formato–; un código federal único en materia penal; el seguro de vida para jefas de familia; pensiones a los mayores de sesenta y cinco años –estoy muy “ilusionado” con ello, porque por esperarlo seguramente cumpliré
cien–; programas de infraestructura –invisibles hasta la fecha–; mayor competencia en el renglón de las telecomunicaciones; una ley Nacional de Responsabilidad Hacendaria y Deuda Pública, encaminada a “poner en orden” las finanzas de los estados federales, cero déficit presupuestal y racionar el gasto corriente para invertir lo más posible “en obras”. Únicamente la reforma educativa fue insinuada con la idea de modernizar el artículo tercero de la Carta fundamental, en presencia de la aún poderosa lideresa del SNTE, elba esther, quien sólo torció el rostro al saberse excluida de tamaña determinación... aunque desconocía cuáles serían los alcances reales de la misma. Luego ya no tendría tiempo de meditar sobre que el golpe inicial era su aprehensión. Lo demás –como la reforma energética– nos fue ocultado de manera descarada y antidemocrática, por mucha que fuera la pretensión del señor peña de vestir los ropajes de redentor. La “cruzada contra el hambre” ha sido un fracaso al convertirse en la continuación de programas electoreros, con una gran dosis paternalista y como un experimento muy similar a los de los campos de concentración con exclusiones evidentes por motivos partidistas. Y respecto a la rehabilitación de los abandonados trenes –muchos de ellos convertidos en partes de museos en Aguascalientes y otras ciudades–, sólo sirvió para un monumental fraude que culminó con un severo reclamo del gobierno chino, al haber dejado embarcadas a las empresas de ese país que exigieron, y recibieron, una millonaria indemnización por la suspensión del proyecto de “alta velocidad” entre la capital del país y Querétaro. Tampoco se creó ninguna consultoría para atender a las víctimas de secuestros y asesinatos por causa de la violencia entre mafias; ni, mucho menos, se ha enfrentado el gobierno federal a las deudas de varios estados como consecuencia de los financiamientos... a la campaña presidencial de 2012, como en el caso de Coahuila por el cual fue sacrificado y puesto fuera de la política vernácula a Humberto Moreira Valdés, a quien atemorizaron el mismo día en que asumió la presidencia nacional del PRI, el cuatro de marzo de 2011 – duró sólo hasta diciembre del mismo año–, con una cadena estruendosa de tiroteos en Saltillo, la capital de su entidad, e incendios descomunales en las sierras aledañas. De lo demás, de los dólares invertidos a mansalva en el proselitismo, en su mayor parte, no volvió a hablarse. Y en cuanto a la realización de obras públicas, cuantiosas al extremo de anunciarse cuatro mil 600 sin especificarlas, todo se entrampó bajo el pretexto de un suceso previsible: la caída imparable de los precios de la mezcla mexicana de crudo hasta por debajo de los cuarenta dólares por barril; y ello después de anunciarse la reforma energética que desató una oleada de inversionistas en potencia, misma que arribó a la orilla como una pequeña turbulencia y no hizo sino acariciar los pies de los ingenuos. Fracaso patético al tiempo que se nos imponía, sin el menor consenso ni la más ligera referencia, medidas tales como la reforma fiscal que amañó los pagos y redujo la recaudación; también la reforma de telecomunicaciones, que despertó a los lobos de la especulación y llenaron sus maletas; bueno, no todos, porque Radio Centro, la empresa con la cual se estrelló el hábil conductor cubano-mexicano José Gutiérrez Vivó –líder en audiencia durante dos décadas–, no pudo pagar lo acordado en una subasta con dos interesados y, al no haber reunido el capital, acabó soltando nada más que el depósito de los tres mil millones que debió cubrir. Mano negra.
En cada tópico, un acto inmenso de corrupción –porque la negligencia también lo es–, mientras avanzaba a traspiés el pobre gobierno peñista, alejado meses después del gobierno estadounidense por negarse a aceptar la continuación de los marines dentro de nuestra marina: luego rectificó, por supuesto, sin margen de maniobra alguna. Si la soberanía se había encallado, con esta situación se devaluó aún más. Y peña se desentendió del asunto encerrándose en sí mismo y sin brindar la menor explicación a sus mandantes; un autoritarismo, sí, entendido como la proclividad a gobernar solo, como si sólo él fuera México. Enero de 2013. Todo marchó bien en los primeros días, contando con que se pondrían en marcha las tales “decisiones”, trece nada menos, con cabalístico acento. Pero los días festivos, alegres para algunos que creyeron en el “ahora sí” acostumbrado cada inicio de sexenio, dieron cauce a un limbo político con almas suspendidas en el aire, sin poder librarse de los cataclismos. Y el primero de ellos llegó con furia inaudita el jueves treinta y uno de enero, cerca de la una de la tarde, cuando, sin explicaciones convincentes, estallaron las plantas del Anexo B-2 del Centro Administrativo Pemex, sobre la calle de Bahía de San Hipólito en su colindancia con la avenida Marina Nacional, en el Distrito Federal. El saldo fue terrible: veinticinco muertos, diecisiete mujeres entre ellos, y ciento un heridos, la mayor parte de gravedad. El veredicto oficial asegura que las explosiones se produjeron por acumulación de gas “combinada” con los trabajos de mantenimiento que allí se hacían, en los sótanos. El personal administrativo se encontraba, en su mayor parte, almorzando; de no ser así, la pérdida de vidas humanas cuando menos se hubiera triplicado. En la perspectiva actual, la hipótesis resulta absurda. De haber sido como se alega, ¿cuántas veces se habría presentado la emergencia en casi medio siglo de existencia del rascacielos? De pronto, el mal se apareció como las sacudidas del Jet Lear colapsado con Juan Camilo Mouriño, posiblemente al lado del piloto: ni antes ni después se ha producido un caso similar. En el caso de la Torre de Pemex se dijo que el origen de la fuga fue a causa de una vieja tubería cuya porosidad se encontró en el sótano, con posibles filtraciones del sistema de drenaje; además, esa tubería servía como surtidor. Eso sí, precavidas, las autoridades del ramo se dieron a la tarea de evitar nuevos estragos instalando un “sistema de equipos de ventilación”. Algo bastante simple que causó un saldo brutal de cadáveres y heridos. Bastaba con un aspersor, que no fue adquirido de manera oportuna, para provocar una tragedia de dimensiones catastróficas; pero, por fortuna –insisten las fuentes oficiales– tal sucedió en una hora en la cual las dos terceras partes de los asalariados estaban fuera del edificio. Andado el tiempo, subrayamos cuál fue el interés inicial del secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, tartamudeando, para abatir cualquier teoría conspiratoria: alegó cuanto tuvo a mano, incluso las simplezas descritas, para que no se ampliara la indagatoria por lo que pudo ser, sin duda, un acto de terrorismo urbano y no alarmar a la población en tan temprano inicio de la nueva administración federal. Fue una amenaza en un contexto político.
El líder del Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana –cuyo auge e influencia mayores se dieron durante la “guía moral” de Hernández Galicia, “La Quina”, uno de quienes fueron grandes caciques de nuestro país y hasta la aprehensión de éste el diez de enero de 1989 como fin de la vendetta de carlos salinas–, Carlos Romero Deschamps, ya estaba enterado, o lo intuyó, que sus días en libertad estaban contados. Su dirigencia se extiende desde 2003, y desde 2013 mantiene el control detrás de una marioneta: Norma Monroy Cuevas –de trayectoria gris y sin relevancia alguna–, pues la intención inicial de peña era descabezar a los dos grandes representantes del corporativismo: la maestra elba esther y él. Deschamps descubrió la maniobra a tiempo y es muy posible que las explosiones criminales fueran un aviso de cuanto poder podía asimilar por sus vínculos non santos, además de la fuerza pasiva de su dirigencia. Veintiséis días después, sorprendida, la señora gordillo fue llevada a tribunales y acusada, un tanto a la ligera –esto es sin pruebas duras–, de todo lo que pudo atribuírsele, incluyendo posibles desviaciones del dinero proveniente del narcotráfico que rebasaba, en mucho, las disponibilidades de sus agremiados y de ella misma. ¿Acaso Romero Deschamps, con senaduría al canto y el consiguiente fuero constitucional –un valladar para la justicia en estos tiempos de políticos criminales–, no pudo prevenirse y acotar violentamente las intenciones presidenciales, a la manera de los “accidentes” en los que perdieron la vida Ramón Martin Huerta, Juan Camilo Mouriño Terrazo y Francisco Blake Mora en los sexenios precedentes –con la exitosa conclusión de mantener a los fox y a calderón amarrados por el resto de sus respectivas gestiones–? Los métodos coinciden en la línea de la perversidad. Sólo que en cuanto a la Torre de Pemex las bajas se dieron contra inocentes, sin importar filiaciones ni lealtades mínimas, quizá para extender los camuflajes. Pero peña supo, siguió con su plan de atrapar a la señora gordillo... y no se ocupó más de Romero Deschamps. No me parece una simple casualidad conociendo los antecedentes de Romero y de Hernández Galicia –muerto el once de noviembre de 2013–, capaces de poner en jaque a cualquier gobierno convocando a un cierre de refinerías, por ejemplo. En su momento esto lo advirtió “La Quina” a miguel de la madrid y a carlos salinas, antes de entrar a prisión con sus testaferros, y los posibles entretelones para acceder a los jefes de las mafias dominantes con el afán de no contaminar los veneros del petróleo a causa de los constantes enfrentamientos en zonas como Tamaulipas –una de las entidades en estado de ingobernabilidad–, eminentemente petroleras. ¿Vamos sumando intereses y consecuencias? El caso es que Romero, senador de la República –¡qué pena para quienes, me consta, desempeñan o desempeñaron esta función con la mayor dignidad!–, no ha sido afectado de ninguna manera si bien se cuida de no aparecer demasiado ni de hacer uso de la tribuna: nunca ha defendido alguna posición partidista, pero sí calienta el escaño en cada sesión procurando evadir todo encuentro incómodo; con los reporteros, digo, algunos de ellos debidamente “maiceados”, por desgracia.
Febrero de 2013. Cien años después de la famosa “Decena Trágica”, cuando el mártir Francisco Madero fue víctima de la conjura de un par de traidores, alentada por el embajador norteamericano –alcohólico y sujeto execrable– Henry Lane Wilson, el mandatario federal peña siguió el libreto de salinas –quien metió a la cárcel a “La Quina”–, aplicando el mismo método contra la maestra gordillo sin que ésta tuviera, de verdad, la mínima posibilidad de defensa. Y no la defiendo, qué va, sino que pretendo seguir los hechos sucintos. La intención del peñismo fue clara, como igual se marcó el inicio del régimen salinista usurpador: un golpe de timón, severo, para dejar quietos a sus adversarios y mandar una advertencia a cuantos pretendieran oponerse a sus reformas, la educativa la primera, por discordancias de índole diversa, desde partidistas hasta comerciales. No olvidemos en este punto que no pocos centros de educación superior, a donde convergen sin remedio buena parte de los educandos sometidos a la deficiente enseñanza de los maestros siempre inconformes, han sido edificados como auténticas “lavanderías” de dinero sucio, desde el norte y a través de sendos litorales mexicanos. No es una afirmación menor, lo sé. Pero tengo pruebas de ello que involucran a rectores quienes, incluso, salieron de prisión para fundar sus propias “universidades” en las ciudades fronterizas y se dijeron acosados por cuanto eran “promotores” de la cultura. De allí el “boom” de campus con acentos muy claros y calificaciones muy por debajo de la excelencia supuestamente buscada. La caída de la señora gordillo puso a la vista a todos estos sinvergüenzas que debieron comenzar de cero, esto es, desviando sus “aportaciones” de las manos de elba esther... a las de los funcionarios superiores con el Secretario de Educación, quien fungió únicamente en calidad de gestor de audiencias. Cierto que los sindicatos universitarios, como el poderoso STUNAM de la Universidad Nacional, no están supeditados al SNTE o a la CNTE, pero reciben de ellos a sus pupilos. Y, claro, los centros-lavanderías son quienes más necesidad tienen de contar con alumnos a quienes no reciben los principales centros de educación superior o los que no superan los fastidiosos y largos exámenes de admisión que implican la pérdida de muchas horas haciendo filas desde las madrugadas. De esta manera, culmina el ciclo bajo el imperio de los mafiosos que se cubren con un supuesto altruismo destinado a construir nuevas universidades como el mejor escudo de sus “buenas intenciones” que, desde luego, no lo son. Tres meses, los iniciales, que desnudaron los verdaderos móviles del peñismo. Para marzo de 2013 la confianza comenzó a diluirse cuando, además, se dio cuenta de la iniciativa de reforma energética, que a punto estuvo de incendiar al país y que no ha logrado consolidarse por el destino. Y ya no hubo marcha hacia delante sino un deterioro permanente de la figura presidencial, hasta llegar a los límites más bajos de aprobación nunca antes reconocidos. Por eso, en México, se observa hacia el pasado y hasta, de manera frívola, se “perdona” a una derecha empobrecedora y arrinconada, cuya gestión confluyó hacia una “guerra” con un reguero de muertos. Y continuamos en ella bajo la atónita mirada de los observadores del exterior, mientras las trasnacionales se frotan las manos sabiendo que México “se vende” muy barato. Este es el círculo que nadie se atreve a cerrar porque, claro, podría costar la vida.
Sí, se alzan las voces a través de las redes sociales, el moderno recurso de la comunicación que tantos creímos sería difícil, si bien no imposible, de contaminar. ¿Y qué observamos? Una inmensa mayoría de internautas con escasas luces académicas reflejadas en su pésima ortografía y su pobre conocimiento sobre la geopolítica nacional; sin embargo, precisamente por adolecer de conocimientos adecuados –a causa, sin duda, de una educación ramplona y poco eficaz–, han volcado y vuelcan en ellas su indignación. Sobre todo porque cada uno, a veces sin saber cómo expresarlo, ha sido testigo directo de alguna de estas historias negras, abominables tantas veces, o las han sufrido en carne propia, desde humillaciones racistas –de allí las intolerables expresiones del árbitro electoral, Lorenzo Córdova Vianello, quien se negó a dejar su cargo apegándose a que fue espiado ilegalmente, pero sin convencer a nadie sobre su imparcialidad–, hasta atropellos con pérdidas humanas. ¿Qué podemos decir de los “padres de los normalistas” de Ayotzinapa, que no cesan en su intento de hacerse escuchar en Europa, Estados Unidos, Canadá y Sudamérica? Me asalta la duda sobre quien los financia, conociendo sus precarias condiciones económicas. No los partidos que pudieron hacerlo, como Morena, con Andrés Manuel –el icono–; esto a causa de la vergüenza por haber estado muy, pero muy cerca de la pareja diabólica, los abarca, ahora presos y separados por su sexo, y por no contar con una explicación razonable sobre ello, aunque no fuera responsable de ordenar algo tan siniestro como la matazón en Iguala. Pero, ¿entonces? Debemos pensar en un grupo de empresarios, acaso Carlos Slim Helú, dispuestos a mantener la flama por el cansancio de tener que lidiar con un gobierno tan desorbitado y tan fuera de la realidad. Enfermo de carne y espíritu. Insisto para dejarlo muy en claro. Miramos al pasado porque en muchas conciencias ya no hay futuro. No lo tienen las miles de víctimas que viven el drama de las muertes de sus hijos o de sus “desapariciones forzadas”; los familiares de los secuestrados –un centenar por mes aproximadamente, siguiendo la estadística oficial–, a quienes les cambia la vida drásticamente, lo mismo que a las jovencitas vejadas en Ciudad Juárez –donde se sufre el estigma– y cientos de ciudades de la República más. Lo sabemos todos y nos duele. Mirando al pasado siquiera recordamos las infancias en las cuales podríamos caminar por la gran urbe para devorar unos tacos de pancita, lengua, nana y nenepil cuando los de “pastor” todavía no existían. ¿Quién puede alegar que estamos mejor, cuando el señor peña se burla de nosotros e insiste, para su propio deshonor, que va ganando el combate contra la violencia?, mientras las matanzas prosiguen, se derriban helicópteros y Jet Lear con armas de alto poder, y ni siquiera se investiga al gran zar del contrabando de armas, socio de varios presidentes, el lagunero Jaime Camil Garza. Lo he denunciado hasta el cansancio y no responden los involucrados; prefieren callar, lastimosamente, para no sentirse comprometidos ni hacer del asunto un escándalo mayor. Pero no quiero tragarme mis palabras sino sacar afuera todo el inmenso horror de mis vivencias a través del México crucificado. Nuestro país tiene tres graves contradicciones:
1. Somos el único que mantiene, desde 1994, a la única guerrilla pacifista de la tierra que incluso se dio el lujo, en 2001, de realizar un periplo por media República –en el que sólo perdió la vida un agente motorizado, Carlos Martínez Pérez, arrollado por la misma caravana en San Juan del Río–, y ahora se presenta con el mismo dirigente si bien con otro nombre: de “Marcos” a “Galeano”, no en homenaje al gran escritor uruguayo –Eduardo, muerto en abril de 2015–, sino por la partida de uno de sus militantes que usaba el sobrenombre y se llamaba José Luis Solís López, maestro de los de verdad, guía hacia la subversión por cansancio. 2. En conjunto, miramos al pasado porque no sabemos si tendremos futuro; dudamos. Vemos a nuestro alrededor y preguntamos si tendremos opciones para clamar por la auténtica libertad y una democracia no mancillada por la aristocracia vividora, cruel y acaparadora. No aguantamos el presente, nos asfixia, pero no sabemos cómo alcanzar el futuro y si queremos. Cuando me asalta esta terrible duda, acudo a las preparatorias, a las universidades –no a las hijas de los narcos disfrazados–, y observo los rostros ansiosos de cientos de muchachos que, de no haber porvenir, sencillamente no existirían. Porque los veo, y los saludo y abrazo; porque nos fotografiamos juntos, tantas veces, sé que están allí y son palpables y concluyo que tenemos un mañana por ellos. 3. Pero el dilema más feroz es el de estar atrapados, sin remedio, en una sociedad clasista en la que la xenofobia se practica al revés: esto es, en contra de los propios mexicanos para beneficiar a quienes “sesean” y maltratan a sus servidores nativos o, peor aún, los explotan como en los tiempos de los colonizadores españoles, ingleses y estadounidenses, sobre quienes jamás se hizo justicia a los mexicanos. Siempre ellos gozaron de las ventajas, salvo por un breve periodo: el de la nacionalización petrolera ordenada por el General Lázaro Cárdenas harto de atestiguar “perradas” contra la dignidad de nuestros compatriotas, mientras sus coterráneos optaban por cerrar los ojos. Esta xenofobia al revés es la que más me avergüenza y flagela por dentro. Porque sé cómo se las gastan en el exterior cuando analizan a un compatriota, a cualquiera que lleve un pasaporte de nuestra patria, cuando tiene el menor traspié; sólo se salvan quienes reparten onerosas propinas a sabiendas del servilismo monetario de quienes ofrecen sus brazos al turista. Los mexicanos tenemos fama de generosos en el exterior, no en el interior porque aquí forcejeamos con las deformaciones atávicas y, sencillamente, no podemos superarlas. Maldita xenofobia que representa lo peor de nosotros mismos. Alguna vez escuché a un amigo español –todavía tengo algunos–, cuando pretendió hacernos una radiografía que me caló muy hondo: “Los mexicanos son los peores publicistas de su país: nunca he escuchado que hablen de cosas buenas y hay muchas por allá”. Callé porque tenía razón. Sólo que los horrores han eclipsado nuestras montañas y planicies, nuestros ríos y lagunas de colores, nuestras playas de arenas blancas, como la pureza de nuestras quinceañeras, nuestro corazón indígena que se enciende ante la
maravilla de Chichen-Itzá, Uxmal, Palenque, Monte Albán, Mitla, Teotihuacán y los vestigios del insuperable Templo Mayor en la capital mexicana. Sí, todas estas maravillas nos han quedado distantes porque el alma ha sido, esta vez sí, conquistada por los predadores perversos, los malos gobernantes y los flagelos incesantes de la barbarie. Por eso, añorando cuanto teníamos, preferimos ver al pasado aunque no podamos ocultar nuestra rabia por el presente. ¡Y nuestras ansias de llegar al futuro sin las lacras que hoy nos sujetan por todo el cuerpo, como cucarachas que nos llegan al cuello para exterminarnos! Para lograr otear hacia el porvenir es necesario creer en él. Esto implica renunciar a las fobias, los prejuicios, incluso los rencores. Pero ello no es sencillo si vivimos anclados por la injusticia que provoca un sistema en el cual siempre se apuesta a la desigualdad social como elemento central de la supervivencia. ¿Ustedes serían capaces de encerrarse en una barraca, en alguna colonia periférica de esas que integran los “cinturones de miseria” en la mayor parte de las urbes –no sólo las de México–, para intentar amanecer? Me pregunto siempre cuánto resistiría así, lo mismo cuando visité el centro forense de Chihuahua para tener a la vista huesos y cráneos rotos criminalmente deshechos, al penetrar en la miseria más atroz para dialogar con los depauperados. El único pensamiento que me permitía no doblarme era muy egoísta, tremendamente burgués: sabía que esa noche la pasaría sobre una cama blanda con un baño en donde me aguardaba una regadera y un lavamanos para asearme; y no tendría que soportar hedores ni sudores ni dolores, salvo los arraigados, cada vez más, en el alma. Y sólo entonces continuaba con mis preguntas y mis inquietudes sin cuestionarme yo si soportaría un escrutinio semejante, un tanto apurado por llegar a mi paraíso personal, donde no faltaría el jabón ni un buen emparedado. Eternos contrastes, al fin. Desigualdades que parecen eternas y que únicamente rompe el llamado de los sicarios o los del ejército para proponer una “buena vida”, breve pero en apariencia mejor, en la cual la pólvora puede acabar con el sueño. Los reclutas van felices al encuentro de las armas y asimilan la lección brutal: “si muero será después de tener el mejor automóvil, la mejor ‘vieja’, los alimentos más sabrosos”. Para tantos habrá valido la pena... no tanto para los soldados, quienes se mueren también sin tener la seguridad de que los suyos puedan tener un horizonte digno, pese a tantas promesas oficiales. La desigualdad, en el campo de batalla, es igualmente brutal y sin seguridad alguna en el mañana. Por eso solemos mirar hacia el pasado por cuanto lo percibimos estático, aunque algunos recuerdos dañen y hasta nos lleven al abismo de la parálisis moral, allí en donde, claro, no crecen las flores de la esperanza. En el fondo, tememos al porvenir porque nos lo imaginamos, cada vez, peor a una actualidad rebosante de hipocresías –el paternalismo lo es y también el falso altruismo de los poderosos–, sin otra salida que la resignación. ¿Será por esta razón que la Iglesia, bálsamo para el miedo a la muerte, asevera que se salvarán quienes, pasivamente, no tiren la primera piedra ni siquiera contra los opresores? ¿Y en esta línea, las jerarquías eclesiásticas –no me avergüenza mi catolicismo, por si alguien tuviera dudas–, optan por defender a las peores dictaduras? Pero, curiosamente, en México, los primeros redentores fueron curas, Hidalgo y Morelos; y éstos, aunque excomulgados en los últimos instantes de sus gloriosas existencias, acabaron por derrotar a cuantos los vejaron
con la ignominia del sometimiento moral, a los verdaderos enemigos de la dignidad... muchos años –una centuria y media– después de sus muertes. Como México es un pueblo en donde el sufrimiento es un lugar común –si bien no para el once por cierto de los nacionales que convierten sus fortunas en el escarnecido legado de sus deformaciones internas–, solemos soportarlo, muchas veces considerando que éste es un cotidiano visitante del cual no podemos alejarnos. Como parte intrínseca de nuestro ser vulnerable, tantas veces quebrado pero increíblemente resistente, quizá más que el de cualquiera otra nación, digamos España, en donde basta una liviandad errónea de un mandatario, un desliz infiel por ejemplo o un viaje inoportuno por Botswana, como el realizado por el abdicado Rey Juan Carlos, para rendirse ante el mandante, la sociedad en conjunto, antes de ser depositado en los enormes basureros de la historia. En ocasiones el silencio se convierte en fogosa hoguera que masacra el interior hasta desfogarlo con los gritos de libertad y justicia; de democracia también. Ocurre cuando las divisiones se extreman y los de arriba miran con desprecio a los demás, insinuando para colmo que son lastres necesarios para mantener los amarres de la corrupción en la nave de la impudicia política. Hemos permitido que así suceda, a cada convocatoria obtusa del poder, incluyendo las elecciones cuya limpieza es una utopía aún y por eso fueron formándose las alianzas bastardas, hijas sin patria, con dominio de los territorios y, en tantos momentos, de las vidas ajenas. Me rebelo ante ello, no lo soporto porque me ahoga, y más cuando pienso en mis hijos, en mis nietos, quienes habrán de enfrentarse, muy posiblemente, a desafíos todavía mayores que, por ahora, no podríamos resolver ni contando con un genio entre los dirigentes, aquellos que insisten en marchar hacia una nueva era. La eficacia gubernamental se traduce en que somos, igualmente, una nación de eternos damnificados. El cacique yucateco, víctor cervera, ahora seguro poblador de Xibalbá –el inframundo de los mayas– solía decir a sus allegados y a cuantos, sin serlo, le buscaban una mirada para luego acceder a él: “¡Dios mío!¡Mándame aunque sea un huracancito!” Añoraba, claro, a lo largo de sus diez años en el gobierno yucateco –en el que atrajo a algunos empresarios que definían sus prioridades alegando la importancia de tener en Palacio a un socio y no a un buen gobernador con ideas sociales–, las jornadas en las cuales podría mojarse las botas y las guayaberas albas con el lodo creciente de las marejadas, con tal de tomarse alguna fotografía para presentarse como el gran redentor, el nuevo Kukulkán, aprovechando las generosas remesas de alimentos, cobijas, agua, pañales que se enviaban desde todos los puntos imaginables. Luego, semanas después, podrían adquirirse tales mercancías, a su precio, en el mercado meridano “El Chetumalito” –llamado así porque fue la fuente del contrabando cuando la zona libre se convirtió en el mejor negocio de los quintanarroenses y Yucatán su mercado más cercano–. El robo fue y es inmisericorde.
Aguanté el paso de “Gilberto”, el huracán del siglo le llamaron porque cubrió casi todo el sureste del país, en Mérida. Los vientos talaron mi árbol de aguacate y no dejaron en paz a las bugambilias, que se veían ensoñadoras desde mi despacho. Era 1988 y miles se albergaron en casonas amplias habilitadas por el gobierno estatal... mientras llegaba corriendo el ya “presidente electo”, obligado por las fuerzas que alimentaron la usurpación, carlos salinas de gortari, para donar láminas a los destechados, animales a quienes se quedaron sin sus pequeñas granjas, cal para reconstruir pozos y albarradas y, en fin, cuanto requerían los damnificados en una región en la que no se había votado por él mayoritariamente, sino por Manuel Clouthier del Rincón, quien a su vez había sido alentado por la derecha refugiada en el Diario de Yucatán. Carlos Menéndez Navarrete, entonces director del DIARIO –mismo que durante muchos años no admitía editoriales fuera de “su” línea, conservadora pura, y ahora los matiza–, llegó a decirme: —Mejor para ellos, los campesinos –en Yucatán se abstienen del término indios porque los ricachones podrían quedarse sin servidumbre doméstica; tal es el orgullo de los mayas que esperan su redención. — ¿Por qué lo dice, director? —Porque cada que vienen los meteoros, ellos se quedan sin nada y si antes tenían una laminita ahora ya tienen dos y van saliendo... Me impresionó la crudeza de la descripción, sobre todo por cuanto a la actitud de un periodista que se supone debía defender un derecho no escrito: el respeto hacia los bienes de los pobres, colaborando con ellos para consolidar construcciones y evitar así la anual pérdida de lo que acumulan... y la llegada, a ritmo de helicópteros y aviones de la Fuerza Aérea, de nuevos materiales para construir, en las mismas condiciones, otras casuchas que irremisiblemente serían arrolladas por los futuros temporales. Y con el Fondo de Contingencias, creado por el deleznable miguel de la madrid luego de los sismos del diecinueve y veinte de septiembre de 1985 en el Distrito Federal –cuando la estructura oficial fue rebasada por la solidaridad de los más humildes y quienes más entregan– ocurrió lo mismo de siempre: fue botín de sinvergüenzas jamás auditados. ¿Justicia social o vandalismo político? En Cancún, por ejemplo, ya se tiene la “cultura de los huracanes”. Apenas se avista uno –lo que no era sencillo hace treinta o cuarenta años–, como hormiguitas, los propietarios de casas y hoteles se esmeran en aplicar los planes de emergencia, mientras el gobierno destina albergues divididos en dos: unos para los turistas que no alcancen a salir y otros para la población menesterosa, feliz de comer gratis durante una semana y algo más, mientras los servicios públicos pueden recuperar, más o menos, el hábitat natural. ¡Todos contentos! Sólo los estadounidenses y europeos se quejan, aun cuando a ellos se les brinda sándwiches con roscas brioche y no retazos con hueso y arroz, como a los infelices cuyas casas vuelan... claro, sin que les importe mucho porque tienen la bendición del seguro del
paternalismo. Xenofobia al revés, otra vez, pero bien aprovechada por el ingenio de los “jodidos”. Siempre me he preguntado, por ejemplo, ¿qué pasaría si en vez de elevar, enseguida, las torres de electricidad, se cavaran canales subterráneos para instalar por allí los cableados y fortificarlos con tal de evitar los frecuentes daños mayores? Quizá un año se invertiría más, pero se terminaría con la bofetada asidua de la naturaleza que noquea a miles de personas, aunque ya sepan cuál es el caminito para “recuperarse” eventualmente. Sólo se entiende la resistencia de los métodos y la repetición incesante de los errores como un negocio político de elevada importancia: con las fotografías de presidentes y gobernadores recorriendo las zonas devastadas, rodeados por un impresionante contingente de reporteros; además de las fotos que aportan los ahora periodistas de facto a través de las redes sociales, mientras abren camino para iluminarse ellos mismos y pagar su cuota a favor de las “clases populares” cuando lo que se les reclama es la evidente negligencia de su accionar. Sin duda, a peña, con todo y el peso de su enfermedad, le harían bien algunos “huracancitos” o “ciclones”, si se forman cerca de nuestras costas por el Pacífico, acaso con mayor fuerza. Terremotos, temblores, meteoros de alta graduación, tormentas tropicales, son inevitables en nuestra región, y sus efectos son peores no sólo por la ausencia de medidas definitivas –digamos como los bordos construidos en Nueva Orleáns luego de ser azotada por Katrina en 2005–, sino igualmente porque la fuerza de éstos aumenta como una maldición o acaso como consecuencia de artilugios científicos, armados por la gran potencia del norte para “alejar” de las costas “civilizadas” los vientos tormentosos, y desviarlos hacia México. Observen la recurrencia con la que nos han llegado los huracanes y ciclones desde 2005, el año en que un meteoro con nombre de mujer tomó desprevenidos a los norteamericanos –quienes se vieron superados siendo una de las mayores potencias del mundo–. Y de allí, para México. La destrucción constante y las salidas demagógicas alertan sobre los retrasos en los servicios de salud. México también es una nación enferma, rebosante de personas en fase terminal o de contagiosos a quienes no se puede tratar con los avances requeridos. Alrededor de donde vivo, en una colonia del Distrito Federal, a no menos de cien metros de distancia, operan ocho farmacias y generalmente en cada una debe esperarse entre diez y veinte minutos para ser atendidos. Crecen los males, además, por ¡falta de medicamentos! O peor aún, por ausencia de recursos. Un diabético, por ejemplo, debe desembolsar entre mil quinientos y dos mil pesos al mes para cubrir la Metformina indispensable para reducir el azúcar o la insulina para los enfermos más avanzados. De cada cien mexicanos, ocho mueren por causa de la violencia. Por ello, en los primeros meses de 2010, el entonces Secretario de Salud, José Ángel Córdova Villalobos – quien aspiraba a la “grande” o de perdida a la gubernatura de su estado, Guanajuato, aunque a la larga se quedó hasta sin partido, en plena bancarrota– obtuvo las candilejas durante la “pandemia” de gripa H1N1 ocurrida en abril de 2009, conocida como “porcina” y satanizada en el mundo como “la influenza mortal mexicana”, llegó a declarar:
—No son tantos los que mueren asesinados; por diabetes y por infartos son muchos más. Luego le explicaría que no podía llegarse a esta simple y torpe ecuación considerando, por ejemplo, que a través de medio siglo la señalada banda terrorista ETA había asesinado a ochocientas personas, menos de las que caían en México cada mes. Y no había comparación tampoco con los muertos de las dictaduras sudamericanas, como la Argentina en donde se tiene un registro de 30 mil entre 1976 y 1983, esto es en siete años. En México, desde 2008 hasta la fecha del encuentro, dos años más tarde, ya se hablaba de setenta mil ejecutados por la guerra entre mafias. —No me lo había planteado así –replicó, tímidamente, el poco ilustrado doctor Córdova–. Es terrible, ¿verdad? Pero los males no dejan en paz a nuestro entorno. Diez son las enfermedades más dañinas y de mayor índice de mortalidad entre nosotros. Veamos. 1. Diabetes, con un índice de 24.70 por ciento, esto es uno de cada cuatro mueren por esta causa. 2. Enfermedades del corazón con 21.73 por ciento; uno de cada cinco. 3. Cardiovasculares, con un índice de 9.55 por ciento que si se suma al anterior rebasa el número de diabéticos –digo, para alejar de mí los malos pensamientos por las bajas del azúcar–. 4. Cirrosis y otras enfermedades del hígado en un nivel de 8.68 por ciento, lo cual nos habla de la propensión hacia el alcoholismo y la adicción, producida por el éxito de las industrias cerveceras y de licores como fuentes igualmente de algunas de las mayores fortunas del país, como ya señalamos. 5. Hasta este lugar se concentran los homicidios en 8.23 por ciento, pero cuya crecida ha restado toda sensación de seguridad pública. 6. Enfermedades pulmonares en 6.91 por ciento, ocasionadas, las más de las veces, por respirar aire contaminado, el famoso esmog capitalino como muestra, ante la ausencia de medidas suficientes para frenar a las industrias que infectan el medio ambiente alrededor de las capitales, la nacional y las estatales. 7. La hipertensión que se ceba en 5.79 por ciento de los registros mortales y cuya causa evidente es el estrés en el que vivimos, con aumentos paulatinos. 8. Los accidentes de tránsito que se elevan al 5.08 por ciento y, en muchos casos, por deficiencias de las vialidades y la ausencia de señalamientos.
9. Otras enfermedades respiratorias; como el asma, por la que fallece el 5.01 por ciento. 10. La nefritis y la nefrosis con 4.24 por ciento; esto es, enfermedades relacionadas con los riñones y la ausencia de donantes en un medio en el cual la falta de higiene predomina. De acuerdo con este cálculo, sólo por estas primeras diez causas de mortandad, al año fallecen alrededor de trescientos cincuenta mil mexicanos, muchos de ellos en condiciones mínimas, faltos de atención por la saturación de los hospitales públicos, sin médicos especialistas a la mano. No son pocos los relatos espeluznantes de quienes han visto morir a sus parientes en las camillas, antes de tener un lugar en la sala de “terapia intensiva” donde se atienden las emergencias. Y peores los de quienes han sido vejados por diagnósticos equivocados, confusiones sobre los mismos o intercambios irresponsable de éstos. Un verdadero infierno en la tierra. No creo que México merezca esta situación. Durante varios lustros se presumía que una institución como el Instituto Mexicano del Seguro Social era justificante, por sí sola, de tanta sangre derramada en los campos de batalla revolucionarios; hoy distamos mucho de una opinión semejante ante las tremendas evidencias del descuido, la falta de mantenimiento y la negligencia de enfermeras y profesionales titulados. Van en la misma barca que los políticos deshonestos y corruptos; o, mejor dicho, la burocratización que llenó sus venas redujo a cenizas el juramento de Hipócrates para dar cauce a la desvergüenza del peñismo: obtén lo que quieras mientras puedas. La amoralidad que nos lleva al empeño de cualquier esperanza. Nadie me lo ha contado; lo he atestiguado cien veces con creciente angustia. Para el gobierno sólo cuentan las estadísticas, por lo cual refuerzan los números sobre las bienaventuranzas en la salud cuando es visible el deterioro y la constante angustia de quienes no pueden pagar la medicina privada, en donde tampoco existen suficientes garantías. Los hospitales particulares, financiados por elementos como Olegario Vázquez Raña, los británicos, los hispanos y otras familias pudientes, se esmeran en cobrar altas cuotas. Quienes carecen de seguros médicos sencillamente sólo pueden aspirar a la muerte cuando llega la hora de enfermarse. No hay manera de que se salven, a excepción de la intervención de un mecenas o alguna recomendación superior. Así funciona el sistema de salud que debiera ser una garantía, lo es constitucional sobre el papel, y se ha convertido en privilegio de unos cuantos. En mayo de 2015, en Yucatán, debió organizarse una larga caminata, entre Mérida y Tekax, en el sur de la entidad –esto es aproximadamente a ciento cincuenta kilómetros de distancia–, para protestar por uno de los mayores absurdos de que he tenido conocimiento: las administraciones priistas de la ladrona por antonomasia, Ivonne Ortega Pacheco – premiada con la secretaría general de su partido decadente y luego con una diputación plurinominal–, y de su sucesor, por ella impuesto, Rolando Zapata Bello, paralizaron las obras de varios hospitales en ciudades como Tekax y Ticul. ¿La razón? No quería endosarle el mérito a los panistas antecesores, sobre todo por el temible costo político. Y, por ello, no
han sido pocos quienes, por falta de atención oportuna, han muerto en estas urbes a lo largo del tiempo de la parálisis atroz. Un personaje, de cuya amistad me enorgullezco, caballero del viejo estilo, hombre decente, José Patrón Juanes, inició una huelga de hambre para insistir en rehabilitar el monumental Centro de Especialidades de Yucatán, construida por el panismo y convertido en un “elefante blanco” por el priismo. Llamó la atención no sólo su obcecación sino igualmente su soledad. Algunos le llamaron loco; yo preferí señalarlo como un quijote listo a cabalgar de nuevo contra los avatares de la vida. Y de esta actitud, nació la semilla de la protesta que hizo suya el exgobernador Patricio Patrón Laviada, primo hermano de José, el panista que había visto nacer las obras pero sin poder concluirlas. Marchó, a pie, hasta Tecax insistiendo en que, por si fuera poco, el hospital de referencia había crecido, sí, pero en cuanto al presupuesto: de los 50 millones originales a 168 millones de pesos, sin que el centro arrancara ni fuera tratado un solo enfermo. No puede concebirse atrocidad mayor, acaso comparable con la impunidad que reina en Hermosillo, Sonora, con todo el país como distancia, luego de seis años de silencio vergonzoso en torno al inmenso cementerio de bebés –cuarenta y nueve– en el que se convirtió la guardería de la familia Zavala Gómez del Campo, los de la esposa del exmandatario, felipe, llamada Margarita. El PAN en ambos lados de la balanza con el fiel de la misma, el pueblo, asfixiado por la angustia. Apenas nos dejan vivir y morimos cada día. Por eso miramos al pasado, una y otra vez, como consuelo de que no podemos percibir, por ahora, el porvenir. Las cifras de la salud además de las electorales, están tan arregladas como los encuentros boxísticos en los que los mexicanos hemos conquistado fueros en ciudades de los Estados Unidos, por ejemplo Los Ángeles y Las Vegas, en donde se escucha nuestro Himno Nacional sin que se presenten protagonistas de este país, salvo el público asistente. La invasión al revés, mano de obra en vez de armas, parece ir surtiendo efecto en el poderoso vecino del norte. No todos creen, sin embargo, que estemos enfermos. No sobran quienes insisten, sin que les falte razón, en rechazar el calificativo alegando la viveza de la rebeldía social ante las afrentas constantes. Es cierto. Son muchos los que cobran conciencia para oponerse a la sensación de un alma enferma –como puntualizamos en nuestra obra anterior–, replicando la resistencia y fortaleza de quienes ya no se quedan con las gargantas cerradas ni las voces silenciadas; se protesta porque se vive y se vive porque se desean días mejores, más luminosos. —No estamos enfermos; estamos hartos –insistió un maestro de Ciencias Políticas de la Universidad Veracruzana, con la teoría de que la madurez de la ciudadanía es cada vez más patente y penetrante. Suena bien, pero entonces habríamos de medir si el conjunto de los mexicanos se siente bien o no para concluir que estamos libres de las epidemias asaltantes de la conciencia. Porque, para desgracia nuestra, me temo que son más quienes ya no quieren luchar, si bien podrían aceptar cuanto hagan otros por ellos. Esto es inaceptable. No se
puede ver pasar a la historia frente al zaguán, porque ello nos dejaría en estado de indefensión, moral y personal, ante nuestros hijos. Pensémoslo un momento. Por otra parte nunca enfermamos, salvo en los casos terminales, en todo el cuerpo; a veces si nos mortifica un riñón infectado nos conforta tener un corazón sano, por lo cual existen innumerables matices. No todo el cuerpo de la República está mal, pero sí buena parte del mismo por una gangrena que nos lleva a la necesaria amputación para salvar la existencia. Esto es: es imposible seguir caminando con los órganos atrofiados. Ya no es sólo la rebeldía sino el diagnóstico. Si continuamos por la misma senda nos quedaremos sin educación, gobernados por una parvada de ricachones con maestrías y doctorados en Harvard; sin salud, rota la conexión entre las antiguas banderas sociales que permitieron la creación del Seguro Social –el “popular”, invento del calderonismo, no hizo sino multiplicar las deficiencias del sector con los mismos médicos y casi siempre las mismas instalaciones, porque las de vanguardia se quedaron a medias–; sin nacionalismo, a causa de una xenofobia al revés, son pocas las rutas que podemos tomar para superar los desafíos que son tantos. Esta es, en buena medida, el origen del drama mexicano. A la devaluación se opone la especulación con la que algunos cuantos triunfan con sus herencias; a la pérdida continua del poder adquisitivo general se le suma la mayor corrupción de cuantas tengamos memoria; la paz superficial, la de los discursos de personajes siniestros como emilio gamboa patrón –primo de Patricio, el exgobernador caminante–, quien alega que, como senador, sólo observa tranquilidad en la República, se ofusca con el drama cotidiano de la represión. Todavía hace unas horas, por la avenida Reforma de la capital, pasaron los demandantes de justicia para los “desaparecidos” de Ayotzinapa; los vi y sumé mi voz a la de ellos. Cientos de metros después, cuando llegaron a la Alameda Central, los granaderos al servicio del gobierno defeño, como hace cuarenta años, les cayeron encima, aprehendieron a siete activistas y rodearon de escudos y macanas la Avenida Juárez, algo que, por supuesto, jamás habría tolerado el Benemérito sino que le habría avergonzado. Tanta sangre derramada, a través de dos centurias de supuesta libertad, para seguir en lo mismo, cabizbajos ante un gobierno que empeña nuestra educación, la salud y la paz pública. El peñismo, sin duda, ha fracasado en todos los renglones. Y mientras, soportamos cada día con la sensación de estar sojuzgados, incluso encerrados en nuestra propia cárcel, sin poder exclamar justicia para construir con ella la democracia. La demagogia nos abruma como los llamados a votar de cuantos no ofrecen ninguna garantía de credibilidad a la ciudadanía y extienden el magro rumor de que si nos quedamos en casa, despectivos, pondremos a disposición de los manipuladores nuestras boletas. Nunca ha sido así, pero muchos lo han creído cada vez que llega la hora. En el momento del despertar sabemos que estamos empeñados y no tenemos la boleta para salir del embrollo y redimirnos. De todos los rincones de la gran patria, tan estigmatizada por los negligentes y los traidores, me llegan crónicas que me cuesta creer
hasta ver los ojos sufridos de quienes las cuentan. Son terribles, y no hay cura para ellas sino la fe... y ésta se ancla observando más hacia el pasado porque en éste encontramos algunos jirones de la grandeza perdida. Nuestro México está profundamente enfermo y muere por pedazos. Lo atestiguamos todos los días como si estuviéramos al pie de la cama de uno de los seres más queridos, acaso desahuciado; pero respira, insiste en respirar, porque no cesamos de llorarle, de sentirle, de animarle porque con él se nos va también la propia existencia… y hay mucho futuro en los ojos de los niños, de los jóvenes, que nos alegran el alma y nos conducen hacia la utopía del porvenir, la cual no podemos suponer peor a la expectativa de un presente dominado por las sanguijuelas de la política. Es hora de despertar y superar la maldita condición de empeñados.