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CAPÍTULO 6
LA MASACRE DE TLATELOLCO
Tenemos medio siglo preguntándonos las razones y las responsabilidades que tuvieron los principales actores en la tragedia del 2 de octubre. Lo que sigue es una respuesta creíble por estar basada en evidencia. Le concedo el protagonismo principal a Gustavo Díaz Ordaz aunque su círculo interno también tuvo partes de la responsabilidad. ¿Cómo examinar el peso de las opiniones e información que le transmitían sus subalternos, los intereses de quienes se beneficiarían económicamente de las Olimpiadas, la rigidez de todo un sistema político y la ausencia de instancias que mediaran en el conflicto? Por ahora, son las preguntas sin respuesta que van quedando cuando uno se aproxima a la historia. Quienes lean estas páginas se habrán dado cuenta de la cantidad de enigmas, pequeños y grandes, que se van quedando. Cuando aparezca más información afinaré la interpretación. Comparo mi comprensión actual con la que tenía cuando escribí el primer libro sobre el 68 y me doy cuenta de cuánta información se tiene que procesar, verificar y desechar para ir armando los borradores de una verdad histórica jamás definitiva. A los archivos, a las hemerotecas y bibliotecas hay que acercarse con
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humildad y paciencia para interpretar lo que aparece o lo que no se dice en tal o cual texto. Las entrevistas hay que manejarlas con otra lógica. Cada quien arma una versión de la historia con la cual se siente cómodo y el trabajo del analista es cernir esas ideas. Es apasionante embarcarse en una reconstrucción de episodios tan polémicos. EL MONTAJE DEL ESCENARIO Al final del capítulo anterior aseguré que el regreso de Javier Barros Sierra a la rectoría de la UNAM ya formaba parte de la preparación de la matanza. En otras partes de la obra intervinieron otros actores. Es chocante que algunos integrantes del movimiento estudiantil seleccionaran el lugar y la hora donde se darían los hechos. El 27 de septiembre, durante un mitin en Tlatelolco, se convocó a otra concentración para el miércoles 2 de octubre a las 17:00. Es incierta la identidad de quien hizo el emplazamiento. Según la Dirección Federal de Seguridad fue Raúl Álvarez Garín, líder estudiantil politécnico; de acuerdo con el agente de Investigaciones Políticas y Sociales fue un anónimo “maestro del Consejo Nacional de Huelga”; la prensa informó del llamado pero sin decir el nombre.146 Ni los requeridos ni los soldados y policías enviados a detenerlos, sabían que algunos tendrían que morir como parte de un plan urdido para acabar con el movimiento cívico-juvenil. Cuando se confirmó cuál sería el lugar del mitin, Gustavo Díaz Ordaz empezó a girar instrucciones.
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Faltaban sólo cinco días para ensamblar un proyecto bastante complejo. El secretario de la Defensa Nacional, general Marcelino García Barragán confirma que fue una acción bien pensada. A “las 7 de la mañana” del 2 de octubre, “estaba en mi despacho, donde tenía varios días durmiendo en la Secretaría con mi Estado Mayor, mi Secretario Particular y Ayudantes planeando la forma de terminar con el movimiento” en la Plaza de las Tres Culturas.147 Para que el proyecto funcionara tenían que atraer al mayor número posible de líderes. Para ello, Díaz Ordaz aparentó que su gobierno estaba flexibilizándose. Tres días después del regreso del rector giró instrucciones para que el ejército desocupara Ciudad Universitaria el 30 de septiembre, lo cual fue bien recibido por la comunidad universitaria y por el Consejo Nacional de Huelga. Para Luis González de Alba “todo parecía señalar un cambio de actitud en el gobierno”.148 Alberto del Castillo Troncoso agrega que había optimismo entre la dirigencia estudiantil que, “ante la proximidad de los juegos olímpicos, veía factible una posible negociación con el gobierno”.149 El optimismo crecía porque, según comenta Gilberto Guevara Niebla, “la noche del 1º de octubre llegó” otro “signo alentador; el gobierno estaba dispuesto a negociar”.150 Se programó un encuentro para el 2 de octubre por la mañana. La presidencia nombró a dos representantes (Andrés Caso y Jorge de la Vega Domínguez) y el CNH a tres dirigentes (Gilberto Guevara Niebla, Luis González
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de Alba y Anselmo Muñoz). “La primera entrevista oficial” desde que iniciara el conflicto se “llevó a cabo la mañana del 2 de octubre” en la casa del rector de la UNAM porque el gobierno se rehusaba ir a Ciudad Universitaria y los estudiantes no aceptaban entrar a una oficina pública. Terminó al mediodía. No hubo acuerdos pero tampoco se rompieron las pláticas; los “representantes presidenciales [pidieron] una nueva reunión para el día siguiente”.151 Una tarjeta de media carta confirma que era una maniobra para ablandarlos. En ese trozo de papel Echeverría enumeró los puntos a tratar con el presidente en su acuerdo del mediodía del 2 de octubre. La negociación que se realizaba en la casa de Barros Sierra les interesaba bien poco porque ni siquiera aparece en el listado de temas. El primer punto de esa agenda decía: “MITIN y manifestación, hoy”.152 UN MITIN PECULIAR Por cada manifestante había un enviado del gobierno. En el momento cumbre (las 18:10 horas) unas 16 mil personas estaban distribuidas por la plaza y los edificios que la rodean. Algunos tenían asignadas tareas muy precisas. Otros formaban parte de una lúgubre decoración. Nunca comparecieron las multitudes esperadas; tal vez porque en los días previos se multiplicaron los rumores de que “algo” iba a pasar.153 El gobierno desplegó entre 5 mil y 10 mil efectivos.154 El movimiento reunió a unas 8 mil personas que incluían a una buena
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cantidad de líderes que desobedecieron los acuerdos de que sólo asistieran los que iban a hablar. Todos querían compartir la satisfacción de que el gobierno ¡finalmente! les daba representatividad y se sentaba a negociar. Había valido la pena la lucha. En Tlatelolco se sentían protegidos por la simpatía y el respaldo activo de la mayor parte de los vecinos y restaron importancia a la presencia de policías de civil o a los soldados apostados en la distancia; eran una presencia habitual en casi todas las manifestaciones. Tlatelolco replicó un operativo empleado contra los seguidores de Salvador Nava en la Plaza de Armas de San Luis Potosí (1961). En esencia, consistía en enviar a francotiradores anónimos para que dispararan desde las alturas contra la multitud. Habría algunos muertos y heridos que justificarían la entrada de los militares, que detendrían a los dirigentes y aterrorizarían a los simpatizantes. Sostengo, como hipótesis, que Gustavo Díaz Ordaz elaboró su plan con el jefe de Estado Mayor, general Luis Gutiérrez Oropeza, y ocultó al secretario de la Defensa, general Marcelino García Barragán, al de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez y al director de la Federal de Seguridad, capitán Fernando Gutiérrez Barrios que habría francotiradores con órdenes de disparar a matar o herir. LOS TRES OPERATIVOS MILITARES El general Marcelino García Barragán tenía órdenes de apresar a los líderes sin tener que “echar balazos”.155
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El plan que habían elaborado en su despacho tenía los tres picos de un tridente: 1) la Operación Galeana, una maniobra envolvente diseñada para dispersar a los manifestantes; 2) el Batallón Olimpia llevaba la orden de apresar a los líderes del movimiento; y, 3) los destacamentos militares en todo el país se encargarían de sofocar cualquier protesta. 1) La Operación Galeana El 2 de octubre a las 14:00 se reunieron en un salón del Campo Militar Número 1 los oficiales al mando de las unidades que formaban la 2/a. Brigada de Infantería reforzada.156 Su comandante, el general Crisóforo Mazón Pineda, transmite órdenes precisas: “impedir que los concurrentes al mitin” se trasladen al Casco de Santo Tomás; desalojar a los asistentes a la concentración y aislar el área una vez despejada; detener y entregar a la Policía Preventiva del Distrito Federal a los elementos subversivos; y responder en caso de ser atacados.157 2) El Batallón Olimpia y la detención de los líderes del movimiento Para “aprehender a los cabecillas del movimiento, sin muertos ni heridos” el general secretario envió a dos destacamentos: a) El primero era una “compañía” que en teoría se integró con 110 elementos pero que seguramente eran menos, porque todos cupieron en tres departamentos
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vacíos del edificio Chihuahua, desde cuyo tercer piso hablarían los dirigentes. Por razones desconocidas, el secretario de la Defensa les dio la encomienda de “aprehender a Sócrates Amado Campos Lemus cuando estuviera al micrófono”. Otra pieza de este enigma es que después del nombre de este sospechoso líder politécnico aparece la cifra 19 mil pesos en la agenda del acuerdo del 2 de octubre entre Echeverría y Díaz Ordaz; y, b) El segundo eran los 600 elementos (número aproximado) del Batallón Olimpia. Lo comandaba el coronel Ernesto Gutiérrez Gómez Tagle, iban vestidos de civiles y se identificaban con un “guante blanco” en la mano izquierda (algunos se la pusieron en la derecha tal vez porque eran zurdos). Cuando observaran una bengala en el cielo debían “tapar todas las salidas del edificio Chihuahua, para evitar la fuga de los cabecillas” y comenzar su detención.158 3) Las órdenes para todo el país El 1º de octubre el embajador de los Estados Unidos, Fulton Freeman, envió un telegrama a los funcionarios de seguridad más importantes (secretarios de Estado y Defensa, directores de la CIA y el FBI, etcétera). Les hizo saber que la “Secretaría de la Defensa Nacional [había enviado] una instrucción dando autoridad a los comandantes de zonas militares de todo el país para que actuaran contra los disturbios estudiantiles sin esperar instrucciones de la capital”.159 En otras palabras, total libertad para aplastar rápidamente cualquier inconformidad estudiantil.160
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EL CENTRO DE MANDO Y FILMACIÓN Luis Echeverría Álvarez llegó al mediodía del 2 de octubre a Los Pinos. Estuvo con el presidente. Nunca se ha revelado lo que hablaron. Después de ello se fue a su oficina en Bucareli. Echeverría es el único integrante del círculo cercano del presidente que explicaría en detalle, veinte años después, lo que estaba haciendo cuando inició la primera balacera. Recibió a David Alfaro Siqueiros y su esposa quienes ejemplificaron las flaquezas de la condición humana al pedirle que usara la Constitución para correr a un extranjero incómodo: “Un argelino molestaba a una de [las] hijas [de Siqueiros]. Querían deshacerse de él. Estaban enterados de que el argelino estaba aquí de manera ilegal. Querían, en fin, que lo echase del país. En eso estábamos cuando sonó un timbre. Tenía una llamada telefónica. Entonces me enteré de que había una terrible balacera en Tlatelolco”.161 Desconozco si Echeverría le hizo ese “favor” a Siqueiros. Sabemos que, entre sus funciones asignadas, estaba asegurarse que en la Secretaría de Relaciones Exteriores se instalara el grupo que lanzaría las luces de Bengala y que se distribuyeran por toda la plaza los seis equipos que filmaron todos los acontecimientos. Las luces de Bengala enviaban mensajes contradictorios para tres diferentes grupos. Al experimentado general Hernández Toledo le habían informado que las bengalas verdes “ordenaban el avance” y las rojas que “había grupos armados y había que tomar precauciones”.162 Para el
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Batallón Olimpia —que se identificaba con un guante blanco— las luces fueron la señal de que debían bloquear los accesos al edificio y detener a los líderes. Un punto fundamental a la hora de atribuir responsabilidades es establecer quién sabía qué. La evidencia disponible me lleva a pensar que Echeverría y Marcelino García Barragán desconocían que para los francotiradores esas luces de Bengala eran la señal de abatir a quien comandaba la Operación Galeana y de disparar contra la multitud de estudiantes, militares, policías y contra el tercer piso del edificio Chihuahua.163 La mañana del 2 de octubre, llegaron al piso 15, del entonces moderno edificio de la cancillería, ocho individuos que, por su porte y lenguaje corporal, tenían entrenamiento militar. Al menos dos de ellos estuvieron en comunicación permanente por teléfono con superiores desconocidos que iban dándoles instrucciones; otros tres o cuatro se colocaron frente a la ventana para observar con prismáticos lo que iba ocurriendo en las diferentes partes de la Plaza de las Tres Culturas.164 Sabían lo que hacían. Ningún detalle se les escapaba. Según el general José Hernández Toledo formaban parte de una unidad de inteligencia militar.165 Cinco pisos más arriba, y también mirando hacia la plaza, se instaló el centro de mando del cineasta Servando González. Él dirigiría por medio de walkie-talkies a los equipos que manejaban las seis cámaras Arriflex distribuidas en 1) los pisos 17 y 20 de Relaciones Exteriores; 2) la Iglesia de Santiago de Tlatelolco; y
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3) en tres de los edificios con vista a la Plaza de las Tres Culturas. Esa tarde utilizaron 30 mil pies de película de 35 milímetros, aproximadamente cinco horas. Un esfuerzo notable porque de todo el movimiento filmaron unos 120 mil pies (o unas 20 horas).166 Su misión era importante, cada equipo de filmación era escoltado por agentes de la Federal de Seguridad.167 El edificio de Relaciones Exteriores tenía otros huéspedes. Por razones que se ignoran —los archivos del Distrito Federal fueron destruidos o se perdieron— en la azotea de la Cancillería seguía un grupo de entre 20 y 30 granaderos armados. Habían llegado desde el 24 de septiembre cuando el gobierno arrebató a los estudiantes el edificio de la Vocacional 7. Es probable que simplemente se hubieran olvidado de ellos. LA MATANZA A las 17:30 dio inicio el mitin. Quienes estuvieron presentes coinciden en que había inquietud y tensión. El primer orador informó que se suspendía la marcha al Casco de Santo Tomás para “no exponer a los estudiantes a ser masacrados por los ‘goriloides’”.168 De acuerdo con el reporte del espía de Gobernación el líder estudiantil añadió que “no es de nuestra competencia lanzar a nuestro contingente contra el ejército, a sabiendas de que seremos vencidos; esto lo haremos cuando nos consideremos fuertemente organizados con el pueblo y entonces emprenderemos una marcha hacia Palacio Nacional”.169
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En el centro de control del piso 15 de Relaciones Exteriores se encontraba Francisco Borrego Peña, funcionario de esa secretaría. Cuando lo entrevisté me confirmó la fama que lo precedía de tener una memoria privilegiada. Relató con enorme detalle el momento en que “uno de los hombres que veían al exterior con prismáticos informó a los que estaban en los teléfonos que estaban llegando los camiones del general [José Hernández] Toledo [comandante de paracaidistas]. Cuando uno de los que estaban en los teléfonos dijo ‘ahora’ otro se dirigió sin decir palabras a una bolsa y sacó una escopeta de cañón corto niquelado, que cargó con un cartucho; se acercó a la ventana, que en aquellos años todavía se podía abrir en su parte superior. La apuntó hacia arriba y al recibir una indicación de uno de los hombres al teléfono, apretó el gatillo y salió una luz de Bengala que estalló en lo alto, por la zona de las pirámides. Repitió esto tres o cuatro veces. No recuerdo cuál fue primero si el verde o el rojo, pero usó bengalas de esos dos colores”.170 La primera bengala cruzó el cielo a las 18:10 horas, momento preciso en el cual un agente de Gobernación informaba desde un departamento que daba a la plaza que “en este momento el ejército entra para dispersar a los asistentes”. Eran los Fusileros Paracaidistas, tropa de élite, encabezados por el general Hernández Toledo, quien “a través de un magnavoz, exhortó a los manifestantes a que se dispersaran”. Cuando decía esas palabras el general recibió una “descarga desde
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varios edificios, tocándole una bala” que le pegó en la espalda con trayectoria de arriba hacia abajo.171 Fue relevado en el mando pero ya se había generalizado la balacera y el caos.172 El desorden pudo haber sido provocado o accidental. Todo depende de cómo se interpreten las órdenes tan diferentes que mandaron las luces de Bengala. El batallón Olimpia fue sorprendido por los impactos de las balas golpeando los muros. Gritaban desesperados “¡Batallón Olimpia!, ¡No disparen!” Luis González de Alba se encontraba en ese lugar y me relata que “arrastrándose con los codos, comenzaron a reunirse en grupos tirados en el suelo y se pusieron de acuerdo para gritar al unísono con la esperanza de que los alcanzara a oír algún mando del Ejército regular. Contaban: uno, dos, tres […] Y gritaban. No los oyó nadie”.173 Disparaban sus armas hacia donde salían los flamazos de un enemigo que parecía estar en todos lados, mientras protegían a los detenidos. La multitud huía despavorida. Iban y venían, hacían remolinos de desesperación; algunos caían, otros se levantaban o permanecían inmóviles por el terror o porque se les había esfumado la vida. En menos de dos minutos la plancha fue desocupada por la multitud porque, si se recuerda, había una orden: el “desalojo de los estudiantes tenía que hacerse por medio de un movimiento envolvente que les dejara una salida”. La multitud escapó por los huecos dejados por los militares.174
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Según el parte enviado por el comandante de la Operación Galeana, general Crisóforo Mazón Pineda, “el fuego obligó a las tropas a cubrirse” y por su “intensidad” sus tropas tuvieron que permanecer al “abrigo del puente [que está sobre San Juan de Letrán], ya que en ese momento no era posible cambiar de ubicación”.175 Los francotiradores estaban bien entrenados, según Mazón, “era bastante difícil localizar a los tiradores apostados en las ventanas y azoteas de los edificios, debido a que aparentemente cambiaban frecuentemente de emplazamiento”.176 Por razones que yacen en el trastero de los enigmas, los granaderos ubicados en la azotea de la Secretaría de Relaciones Exteriores empezaron a disparar.177 Algunos de los que estaban abajo respondieron barriendo los pisos altos de la Secretaría; destrozaron 14 ventanales e hirieron a un empleado en el piso 17.178 En la sede de la diplomacia mexicana todavía quedaron, muchos años después, algunos de los orificios que hicieron las balas en las placas de acero. Eran todos contra todos.179 Desde los helicópteros tiraban contra los que se encontraban en las azoteas o edificios.180 Los agentes de la Judicial del Distrito Federal también echaban bala y un vecino se tomó el tiempo para disparar con toda tranquilidad contra los soldados que estaban pecho a tierra en la plancha de la plaza. Aunque el Consejo Nacional de Huelga nunca aprobó la utilización de armas, hay evidencia de que una veintena de estudiantes portaban armas de bajo calibre.181
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De acuerdo con el parte elaborado por el general Mazón “el (primer) tiroteo se prolongó por espacio de 90 minutos”.182 Otra refriega empezó a las 23:00 y duró aproximadamente 30 minutos. En las dos horas de fuego cruzado, policías y soldados se mataron o hirieron entre sí.183 Uno de los grandes misterios sigue siendo la cantidad de efectivos gubernamentales que perdieron la vida. Es un hecho relevante que discutiré posteriormente. En algún momento de la primera hora y media de combate el general García Barragán se enteró de que sus hombres habían caído en una emboscada. En una parte de sus textos dice que “surgieron francotiradores de la población civil que acribillaron al Ejército y a los manifestantes. A esos se sumaron oficiales del Estado Mayor Presidencial”.184 A los civiles sólo los mencionó una vez por lo que sigue siendo una pista inexplorada. Tal vez nunca existieron, pero a lo mejor sí hubo otros francotiradores. García Barragán tenía bien claro que la principal responsabilidad la tuvieron los “terroristas” que identifica como “diez oficiales armados” que el “general Luis Gutiérrez Oropeza mandó apostar, en los diferentes edificios que daban a la Plaza de las Tres Culturas […] con órdenes de disparar sobre la multitud ahí reunida. Todos pudieron salirse de sus escondites, menos un teniente que fue hecho prisionero por el Gral. Mazón Pineda”. Gutiérrez Oropeza lo confirmó cuando habló con él por teléfono para decirle: “Mi general, de orden superior envié 10 oficiales del [Estado Mayor Presidencial]
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armados […] para apoyar la acción del Ejército contra los estudiantes revoltosos”.185 Al terminar la batalla, la Procuraduría General de la República informó haber decomisado 1,081 bombas incendiarias, “tres subametralladoras, 15 rifles, 4 escopetas, 4 carabinas, 41 revólveres, 9 pistolas escuadras, 77 cajas de cartucho de diversos calibres” y otros utensilios militares.186 En las fotografías de ese armamento se observa que los 15 rifles contaban con la mira telescópica que distingue a los francotiradores. Tal vez no fueron diez sino quince francotiradores. Hay otros vacíos importantes sobre eventos puntuales de ese día. Abundo en uno de los más relevantes. ¿Por qué ordenaron el presidente o Echeverría una filmación tan meticulosa del evento? Frases sueltas me hacen suponer que Díaz Ordaz y Gutiérrez Oropeza planearon la muerte de unos cuantos y las imágenes servirían para demostrar que el movimiento cívico-juvenil había atacado al ejército. Sin embargo, dada la complejidad del operativo y la cantidad de unidades y corporaciones con órdenes contradictorias, la situación se salió de control. Tal vez por ello destruyeron las filmaciones que quizá tenían pensadas para justificarse ante la opinión pública internacional. Sea como fuese, la evidencia es incontrovertible. La mayor parte de los francotiradores que desencadenaron la bacanal de violencia eran oficiales del Estado Mayor, enviados por el general Gutiérrez Oropeza por órdenes del presidente de la República.
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DESPUÉS DE LA BATALLA Aquella noche llovió de manera intermitente mientras el fuego consumía secciones del edificio Chihuahua de donde manaron arroyos artificiales que nacieron de tuberías destrozadas por las balas. En ese ambiente fantasmagórico inició la evacuación de los miles de detenidos, el traslado de los líderes al Campo Militar Número 1 y llegaron los equipos encargados de recoger los cadáveres y llevarse a los heridos. A las siete de la mañana del 3 de octubre se presentaron las brigadas de limpia del Departamento del Distrito Federal que lavaron, cepillaron, recogieron una gran cantidad de zapatos, agujetas y cinturones, mientras ordenaban una Plaza de las Tres Culturas utilizada en los sacrificios rituales hechos para honrar al Señor Presidente. Mientras eso pasaba en Tlatelolco, en otros lados empezaba la batalla por imponer un relato de lo sucedido, tema que trataré en los siguientes capítulos. La tarde del 2 de octubre, el movimiento cívico-estudiantil mostró al mundo su expresión más pacífica, civilizada y mesurada mientras el régimen se quitó la máscara para exhibir a un gobierno despiadado, capaz de asesinar a sangre fría a opositores desarmados. Y lo hizo, paradójicamente, diez días antes de la mayor celebración universal de la paz y la concordia: los Juegos Olímpicos. LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD El 2 de octubre afectó profundamente a todos los que nos conectamos de una u otra manera al movimiento.
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En mi caso, viví como un agravio personal el ver cómo abatían los deseos de un México más justo e incluyente. Durante muchos años estuve convencido de que el Estado mexicano —representado por Gustavo Díaz Ordaz— había ordenado el asesinato a sangre fría de 300 estudiantes seguido por miles de muertos y desaparecidos durante la Guerra Sucia. Con la llegada de la alternancia parecía que gradualmente estábamos erradicando la violencia política. Estaba muy equivocado. En 1994 inició la rebelión zapatista y en 1995 tuve una reunión privada con el subcomandante Marcos, del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, y con el Comité Clandestino Revolucionario Indígena en San Cristóbal de Las Casas (representaba en ese momento a Alianza Cívica e íbamos a conversar sobre los resultados de la consulta que había organizado Alianza sobre el futuro zapatista). Entre las lecciones que me dejó ese encuentro, estaba el reconocer que algo fundamental había fallado en la transición porque una parte importante de la población seguía creyendo que la única manera de hacerse escuchar era con los fusiles. Esa noche decidí investigar lo sucedido en el 68 y tres años después saqué un libro que nunca me satisfizo del todo. Después de 1998 seguí recuperando y sistematizando testimonios y ordenado la información que ha seguido apareciendo y después de la tragedia de Ayotzinapa (26 de septiembre de 2014) empecé a escribir esta nueva versión. Repensar el 68 me hizo reconsiderar mi entendimiento sobre los
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resortes del cambio. Por ejemplo, si hay tanta información sobre el 68 es porque estudiantes y militares, entre muchos otros, se decidieron a difundir sus versiones de los hechos. En otras palabras, tan importantes son los testimonios de Luis González de Alba (Los días y los años) y de Raúl Álvarez Garín (La estela de Tlatelolco), como el libro del teniente coronel Manuel Urrutia Castro (Trampa en Tlatelolco. Síntesis de una felonía contra México) y las confesiones del general Marcelino García Barragán sobre el 2 de octubre. Estos comentarios adquirirán un mejor significado a medida que explique, en los próximos capítulos, los relatos creados después del 2 de octubre.
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