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El privilegio de la memoria Juan Goytisolo
Conozco a Juan Goytisolo (Barcelona, España, 1931Marrakech, Marruecos, 2017) desde hace más de ocho años, y casi siempre me cita en el hotel Oriente, donde se hospeda cuando para en Barcelona. Hemos conversado y caminado por Madrid, París, Marruecos, por La Rambla y el barrio del Raval, pues le encanta, lo recuerda y lo repasa con nostalgia. «En el Raval —dice Goytisolo— hago un viaje de mil vueltas alrededor del mundo sin moverme de mi sitio». Es autor de una obra narrativa singular dentro del ámbito de la literatura, a la que contribuyó a sacudir con su trilogía formada por Señas de identidad, Don Julián y Juan sin tierra, con otras atípicas que se han vuelto fundamentales: Paisajes después de la batalla, Las virtudes del pájaro solitario, Telón de boca, o con su díptico autobiográfico formado por Coto vedado y En los reinos de taifa. La idea de publicar sus obras completas es de la editorial española Galaxia Gutenberg, que la ha comenzado con los primeros cuatro tomos de obra narrativa y uno de ensayos políticos y literarios, donde se recupera su excelente libro Paisajes de guerra. Sarajevo, Argelia, Palestina, Chechenia. En ese afán siempre polémico, Goytisolo visita y revisa temas que le son afines desde sus obras primeras: las revisiones críticas de la historiografía española, la reivindica13
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ción de la tradición cervantina, la apuesta por el mestizaje de las culturas y la oralidad de la escritura, la inserción en la tradición occidental de las voces del Oriente próximo y la recuperación de las formas heterodoxas de abordar el conocimiento literario: «A mis casi setenta y ocho años, sigo aprendiendo palabras y más palabras como un estante, aun a sabiendas de que desaparecerán inexorablemente conmigo. No sé si ello es un síntoma de inquietante inmadurez o el resultado de la divisa socrática grabada en el frontón de Delfos y que traducida dice simplemente: “Conócete a ti mismo”». En sus casi ochenta años de vida, y de viajar por casi todo el mundo, ido y venido en diferentes guerras como la de Chechenia y Sarajevo, ¿considera que la única igualdad que ha visto es la de los muertos entre sí? Sí, desde luego. Es la única igualdad; hay tenerlo claro, para poder dar ese paso. Aunque se maltrata mucho a los muertos. He tenido bastantes experiencias en zonas de guerra para ver cómo los vencedores maltratan a los muertos de los vencidos. Y creo que eso hoy se debería entender, tener más claro. Incluso, hay que tener en cuenta que una de las memorias históricas más maltratadas es la de los muertos, y ese concepto hay que cambiarlo. Al pasar por múltiples territorios difíciles no sólo de la vida, sino también de la creación, pues hace algunos escribió Telón de boca, donde narra la muerte de su esposa Monique Lange, y su complicado paso por la existencia, ¿cree que Goytisolo se conoce y reconoce bien? Creo que todas las existencias son brillo y oscuridad, no sólo la mía. Ésta es la triste realidad con la que me enfrento hoy a mis casi ochenta años. Por ejemplo, en Telón de boca hubo mucha amargura al comienzo de la redacción, que me llevó seis años,
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y al final creo que hay lucidez. Lo que procuré en su tiempo, quizás como homenaje a ella, es buscar la belleza del texto a través de las palabras. La poesía es un vehículo del lenguaje que tal vez es más profundo que la filosofía. Pienso, por ejemplo, en Hölderlin o Nietzsche. La novela debe buscar un equilibrio muy difícil entre la poesía y el argumento o trama. Hay novelas que están escritas para ser adaptadas al cine, son simple argumento. Pero las novelas que me interesan se decantan más hacia la música de las palabras, la belleza del lenguaje, hacia algo que no es simplemente el argumento. Pero hay que lograr un equilibrio y este equilibrio en verdad es complicado. El apellido Goytisolo siempre ha sido polémico no sólo en España sino en Europa. ¿Cómo fueron recibidas sus primeras novelas durante la dictadura y cómo ve el cambio de sus lectores hoy? Al principio hubo un gran silencio. No se publicaron reseñas, pero recibí una que otra carta importante; una de ellas de Américo Castro, que entendió muy bien lo que yo quería decir, sabía bien cuál era el objetivo de mis textos: no se trataba de invadir España sino de destruir la España que se fundaba en el nacionalismo; yo partía de una lectura muy atenta del Romancero. En ese sentido, Castro fue de mis pocos lectores que se dio cuenta que yo estaba dando la vuelta a la leyenda. Max Aub también. En estos primeros tomos de sus obras completas, se redita uno de sus más críticas novelas Don Julián (1966), ¿cómo ve la España de esos años comparada con la de hoy? Desde luego hay muchos cambios, no sólo en España, sino en el mundo entero. Todo va cambiando, aunque muchas cosas sean para mal. Don Julián, más que una crítica a la historia general de España, es una crítica de la mitología española. Yo lo que pretendía era explicar el contramito de la historia española. No hay
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datos históricos que hablen de la invasión árabe. Un historiador asturiano mostró que el primer testimonio sobre la batalla de Covadonga fue de un monje franco que lo tomó de la leyenda de Palas Atenea. Se trata de volver la leyenda al revés, como hicieron Zorilla o Espronceda. El episodio de la Biblioteca de Tánger en la novela no era un ataque a los clásicos, sino a la interpretación neventaiochista y retrocastellanista de los clásicos, que hoy es muy diferente y diverso. ¿Considera que esta trilogía fue un experimento constante con el lenguaje? Sí, lo fue en un momento de escritura; es decir, en ese tiempo yo trataba de hacer un tipo de escritura difícil y muy diferente a la literatura de mi generación no sólo española sino europea. Hay escritores poco conocidos que están haciendo lo que yo entiendo por literatura y no encuentran salida. Yo les digo que no se preocupen, porque si yo me llamara Juan López, y hubiese enviado Don Julián ahora a cualquier editor, estoy seguro que lo rechazaría. Estoy convencido que nadie se atrevería a publicarlo. Usted es un viajero incansable y ha vivido en diversas ciudades de Europa, pero creo que las ciudades que más le gustan son París y Marrakech. Ahora también se redita Carajicomedia, quizás su comedia más irreverente y provocadora, una autobiografía de su experiencia en los barrios de París. ¿Le siguen gustando los bajos fondos de sus ciudades favoritas? Creo que fue Severo Sarduy quien en su última aparición pública, en el Instituto del Mundo Árabe, en un homenaje que se me realizó, intervino con ese humor que tenía y dijo que yo debía ser proclamado san Juan de Barbés-Rochechouart, el santo del barrio árabe de París. Después del Evangelista, del Bautista y de
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san Juan de la Cruz, yo quiero pasar a la historia como san Juan de Barbés-Rochechouart, pues me fascinan los barrios y su mundo urbano clandestino. Ahora estoy en Barcelona y me encanta caminar por el Raval. ¿Fue difícil escribir un libro como Carajicomedia? Se lo pregunto, pues creo que es una de sus obras más ambiciosas. Aunque han pasado ya algunos años desde su publicación, sigo creyendo que para entender este libro hay que tener en cuenta todo el trabajo literario que he hecho desde mis cursos en la Universidad de Nueva York, recogidos en Disidencias, hasta Cogitus interruptus, en los que hay una reflexión continua sobre el corpus de la literatura española. Me interesaba en este caso conectar con esta corriente de sátira eclesiástica, de humor, de trastocar los valores que hallamos en el Libro de buen amor, La Celestina y, desde luego, en todo el Cancionero de burlas. Era una forma de incorporar al árbol de la literatura toda esta corriente literaria que admiro, en donde he encontrado infinidad de similitudes con lo que he ido descubriendo en mi carrera literaria. ¿Hay en esta novela un diálogo con su yo interno? ¿Es difícil ser el yo narrador y el yo de la historia de sus textos? Una cosa es el yo autor y otra el yo narrador. Hay un yo narrador que cambia de voz a lo largo de la novela. En el primer capítulo es el poeta Jaime Gil de Biedma, en otros es el Père de Trennes, en otro es el san Juan de Bardès y a veces hablan personajes como el fámulo filipino o el seminarista de la sotana rosa o el personaje femenino que va corriendo poco a poco la novela con las iniciales M.P. Por otra parte, siempre he creído que cuando la vida entra en la literatura se convierte ella misma en literatura y tenemos que juzgarla en cuanto tal. Hay en toda la novela una
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mezcla: los personajes son a la vez autores. Hay un intercambio de identidades, de forma que permite al lector apreciar este juego continuo.