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Gutierre Tibón:
La historia, la antropología y Pinotepa Nacional Miguel Ángel Muñoz
Cuando deseamos analizar un autor y desentrañar los elementos propios para su correcta investigación, no podemos soslayar la necesidad de ubicarlo en un contexto histórico. Eso se debe a que la explicación interna de las categorías centrales que animan el discurso de un autor no se basta a sí misma, so pena de trocarse en una presentación de ideas mutiladas. Han de tratarse pues en primer plano, aquellos hechos o fenómenos que aclaren el desarrollo, la relación o el génesis de las ideas del autor. Se puede afirmar que la historia está sujeta a un perpetuo ir y venir de los acontecimientos para que sea certera su voluntad de representación, o incluso, para acuñar formas imaginarias. Las variantes de la ciencia histórica tienen un juego fundamental entre lo renovable y lo caduco, entre lo antiguo y lo moderno; como decía el historiador Marc Bloch: hay que hacer un ejercicio para ubicar el registro de las cosas eternas. Mientras en los años cincuenta eso se discutía en los círculos académicos, Gutierre Tibón abría y encaminaba su manera de entender y practicar la historia, la antropología, la lingüística y la literatura hacia los mejores de los mundos posibles que él veía: lo irreal de lo real, la exploración del mundo de los dientes, los mitos de los pueblos del México antiguo y las invenciones del nombre de nuestro continente. Tibón fue un investigador que siempre trabajó lejos de las academias, así como de sus temas de investigación más frecuentados o aceptados, pues su curiosidad intelectual lo guió por los más diversos campos de estudio. Se mantuvo hasta cierto punto al margen de los postulados políticos y estéticos del siglo XX. Supo poner en orden su paso por el mundo; rara vez quiso intervenir en la historia colectiva, o corregir el contexto que lo rodeó por décadas; dejó que se ocuparan de eso otros historiadores, los preocupados por la intervención directa en los acontecimientos, los movidos por el demonio de la acción. En cierto sentido, la historia tiene que tomar una distancia prudente frente al pasado, el presente y el futuro, aunque ello no deja de tener ambigüedades. 3
De forma circunstancial conocí y me familiaricé con la obra de Gutierre Tibón (Milán, Italia, 1905 - Cuernavaca, Morelos, 1999). A principios de los años noventa me interesé por el estudio y la investigación del pasado mexicano y comencé por estudiar las diversas corrientes historiográficas en México. De Miguel León-Portilla a Ángel María Garibay, de Serge Gruzinski a Edmundo O’Gorman, de Luis González y González a Alfredo López Austin, de Josefina Zoraida Vázquez a Álvaro Matute, de Francois Furet a Helio Jaguaribe, de Francois Chevalier a Daniel Arasse. En el camino me encontré con la Historia del nombre y de la fundación de México (FCE, 1975) , el libro definitivo y quizás el más importante de Gutierre Tibón. Brillante en la argumentación, es además, no sólo su libro más erúdito: rastrea los orígenes lingüístico e histórico del nombre de México, y las raíces de las ideas que han configurado su significado. El genio de Tibón era especial, el que se “instaura en el otro”, como en alguna ocasión me comentó Ricardo Garibay. Tuvo pocos discípulos, pero todo mundo lo admiraba. Era un espíritu fascinante, nunca ocultó su amor por México: observarlo era deslumbrarse, oírlo era impregnarse de su sabiduría y de su memoria. Ya lo decía el escritor Rafael Solana: “Entre los estudiosos que más saben de México acerca del origen y el significado de los nombres propios, ya sean los de personas ya los de lugars, alcanza la preeminencia, sin duda, el sabio antropólogo don Gutierre Tibón…”. 1 Era un habitante de los lingüistas medievales – sobre todo su admirado Antonio de Nedrija-, de las crónicas del siglo XVI. Con la mirada de un profeta bíblico analizaba el pasado e imaginaba el futuro. No me tocó oír su impaciencia ante la vida y la muerte. Vivía sumergido en sus investigaciones: nuevas interpretaciones sobre nuestro continente, vocablos de la lengua, el misterio de los antiguos mexicanos, y desde luego, de su pasión por cada rincón de México, “ no olvidemos que México está a la cabeza del mundo hispanohablante, y que tiene una gran misión. Ayúdennos a llevarla a cabo”2, decía constantemente Tibón. 1 2
Rafael Solana Gutierre Tibón, Publicado en la Revista Siempre, 18 de agosto dde 1976. Gutierre Tibón Nuevo diálogo de la lengua Editorial Espasa- Calpe, México, 1992
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Analizar las más de treinta mil páginas escritas por Tibón no es tarea sencilla, ya que todas tienen, además de ritmo y movimiento, rica sustancia temática. Ahí están, por ejemplo, México.1950, Vuelo con 8000 pegasos, Pinotepa Nacional, Versos decaglotos 1919-1940, El mundo secretode los dientes,México en Europa y África, El jade en México, La ciudad de los hongos alucinantes, Nuevo diálogo de la lengua. Ahí está también América, setenta siglos de la historia de un nombre, libro erudito, escrito en forma de novela para adentrar al lector en el viaje de entender el nombre de nuestro continente, a través de la fisiología de la raíz del nombre América. O bien, El ombligo como centro erótico, donde descubre las cosmogonías y rituales del ombligo; él mismo apunta en el inicio de la aventura intelectual: “Cuando, ya hace muchos años, supe que ‘México’ significaba en náhuatl en el ombligo de la luna, quise descubrir la raíz de tan peregrina denominación”. La obra de Tibón es de una laboriosa tenacidad que podemos seguir en su espiral interna, desglosando su escritura, comprobado tanto en sus estudios filológicos como en sus escritos sobre tradición mexicana. La creatividad innovadora del lenguaje que asombra en cualquier momento: ya que asombrar es empezar a fábula. Su vida y sus escritos definen un curioso territorio de sobreposiciones culturales. Gutierre Tibón realizó sus primeros estudios –y los únicos formales, de hecho-- en Suiza, y a los quince años publicó en Basilea su primera monografía, Il Monte Bre (1920). De 1922 a 1939 viajó por Europa, el sur de Asia y el norte de América. En Ginebra, el entonces representante de México en la Liga de las Naciones, Isidro Fabela, le ofreció establecerse en nuestro país. Así fue que desembarcó en el puerto de Veracruz a principios de 1940 para iniciar en la que sería su patria electiva una labor intensa, consignada en sus más de 40 libros traducidos a varios idiomas. El siglo XX revolucionó nuestra manera de pensar y trabajar la historia. Aquí resultaría complicado analizar las escuelas producidas, las vertientes de investigación y, desde luego, las corrientes históricas que se han producido en Occidente y América. Las polémicas han desembocado en callejones sin salida, y en algunos momentos en prácticas sin un buen sustento o bien sin objetivos claros. Paul Valéry 5
decía en su libro Miradas al mundo actual que la historia es un fruto bello del arte histórico de nuestro pasado: “El carácter real de la historia consiste en intervenir en la historia misma. La idea del pasado no adquiere un sentido y no constituye un valor a no ser para el hombre que encuentra en sí mismo una pasión por el porvenir. El porvenir, por definición, no tiene ninguna imagen. La historia le brinda los medios para ser pasado”3. Esta es la cualidad de la obra de Gutierre Tibón, hombre comprometido con su tiempo, su espacio y, muy pronto, con la historia. Esa convicción de renovar y cambiar las miradas de la historia la encontramos en toda su obra. Quizá esta sensibilidad poliédrica haya hecho de Tibón un personaje de definición huidiza, mal avenido con los modos que califican la profesión intelectual en proceso de homologación planetaria. No es casual su obsersivo retorno a la antropología y la lengüística como tema cardinal de sus trabajos, paráfrasis de la obra entera, tan cercano en esto a la tarea titánica de “historiar” de Ángel María Garibay. Poco dado a la especulación, sin embargo, y dispuesto siempre a someter la erudición a su portentosa intuición narrativa, fue además un polemista “terrible”, conversador ocurrente que vivió con pasión contagiosa los mundos del arte, la ciencia, la ética, la historia de México que con tanta sutileza colaboró a fabular. Por otra parte, es importante aclarar que Tibón no desarrolla un pensamiento sistemático en torno a los problemas de la historia; no lo hace propiamente hablando, sino que a la par practica el nuevo estilo de la ciencia, hace reflexiones aisladas sobre sus características y métodos. Por esto, en buena parte nuestra labor consiste, a través de una larga conversación con Tibón, en hacer aflorar las ideas fundamentales que subyacen, en algunos de sus escritos científicos, históricos, literarios, e integrarlos para entender su pensamiento a la luz de la historia del discurso histórico en México. Tibón buscó afanosamente, la integración del mundo indígena, no sólo como historia pasada en la cual se apoya el presente de México, sino 3
Paul Valery Miradas al mundo actual Editorial Lozada, Buenos Aires, Argentina, 1958
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como cultura digna, cuya raíz espiritual, étnica y moral debe ser avalada por el resto de Occidente, cuando declara a las comunidades de América como culturas deslumbrantes para el mundo. Su mundo histórico es más bien caleidoscópico y caben en él tantas propuestas como opciones de juego. Con ello Tibón se ha propiciado la reticencia del cercado académico mexicano que ha visto en él un ejemplo de francotirador cosmopolistas: un generalista que no se arredra ante las derivaciones incómodas de sus argumentaciones. Un impresionista, en suma. Se asemeja al viajero exiliado en la nave del tiempo, agazapado entre grandes ideas cuyo registro no acierta a pulsar. Por fortuna, y siempre lo supo, “ mis libros nunca tuvieron prisa”. Con relación a la aceptación discriminada de la cultura occidental, Tibón fue consciente de un doble prejuicio: el de suponer que no puede haber ciencia, cultura y arte en América, cuyo correlato es que sólo en Europa se puedan dar dichas tareas. Al desenmascarar la doble falacia, Tibón presta un servicio a su patria adoptiva, pues eso le permite proyectar a la cultura mexicana como valiosa en sus diversos aspectos, y abre la puerta al intercambio cultural en pie de igualdad, y no sólo a la aceptación indiscriminada de conocimientos, valores y normas de conducta. Quizás el mejor ejemplo son sus libros, Pinotepa Nacional y Olinalá, que son el registro exacto de culturas que dieron su grandeza al mundo. Ciencia, arte, religión, procedimientos políticos y sociales que se proyectan desde México y sus rincones, son en su conjunto para Gutierre Tibón, diferentes, nuevos, en una palabra, propios del ser mexicano y de sus habitantes, los “americanos criollos”, como le gustaba llamarlos. El afán “nacionalista” de Tibón no es la resultante de un capricho individual, sino la consecuencia histórica de un proceso de integración que se dio al poner en contacto dos culturas diferentes, y en el que los vencedores, no obstante que Tibón luchó contra las formas anquilosadas de la concepción del mundo, de la histórica, de la ciencia.
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CONVERSACIÓN CON GUTIERRE TIBÖN Miguel Ángel Muñoz
El presente diálogo con Gutierre Tibón es el resultado de varias conversaciones llevadas a cabo, con breves intervalos de tiempo, durante casi año y medio. Se inició hace más de diez años con una primera visita a su casa en la ciudad de Cuernavaca, Morelos en el verano de 1990. Nuestra conversación quedó grabada en cinta, y después continuó a través de cartas y alguna que otra visita. Tibón utiliza el lenguaje de un modo muy directo y temperamental, a la vez con cautela e incluso precaución. Se sabe aproximar a las palabras casi tanteándolas para no restringir su sentido. Para ello se sirve de algunas de sus palabras 8
predilectas, como sugerir y evocar. Primeramente es preciso hacer que las cosas aparezcan, que se nos den a conocer, pues mucho de lo que Tibón da a entender durante la conversación es introspección, conocimiento, procedente del espíritu de la mística histórica y la antropología, las cuales tienen en común algunos elementos decisivos. El pensamiento escasamente convencional de Tibón, abierto siempre a ideas extrañas y su disposición constante para continuar el diálogo, o reelaborar las ideas ya formuladas en relación a un tema, fueron elementos que determinaron todo el curso de las charlas. El lugar fue siempre el mismo durante este año y medio: la casa de Cuernavaca de la familia Tibón en la calle que lleva su nombre, número 11, que el historiador compró a principios de los años setenta. Una casa amplia, que desde la calle parece una fortaleza con pequeñas ventanas. Reservada y anónima, la casa se ve forzada a hacer de pieza de unión entre las casas vecinas. No hay nombre ni parece haber portal. Se entra por la puerta principal, una puerta de metal y cristales que cubre toda la anchura de la entrada. Al sonar el timbre, primero se entreabre cautelosamente hasta que la portera se ha asegurado sobre el visitante. La antesala está siempre a media luz. Todos los años reconozco el mismo orden de los objetos que rodean la pequeña estancia. Al principio siempre nos encontramos en la estancia del primer piso. Yo me sentaba en el pequeño sofá y Tibón enfrente, en uno de los antiguos sillones, al lado de la chimenea que cuelga, delante de la enorme vidriera que sirve como puerta de entrada al jardín. Durante estos meses, la vista que se ofrecía a mis ojos era la del lado abierto del estudio. Éste da a una terraza con altos árboles, construida con materiales que filtran la luz y un techo que protege de la lluvia y el sol. Un pedazo de vida natural, un invernadero que proporciona una atmósfera amortiguada, casi onírica. La mirada de Tibón, por el contrario, siempre se dirigía hacia el interior, un aposento sombrío, un poco oscuro, con paredes hechas de ladrillos. Un cuarto como una pequeña biblioteca llena de libros y objetos prehispánicos de orígenes diversos, cada uno de los cuales tiene su sitio concreto, como por ejemplo el perro de Colima, justo al lado de algunos documentos antiguos.
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La habitación más hermética, aparte del estudio donde Tibón trabaja regularmente cada mañana, es la enorme biblioteca. Aquí pasa las tardes leyendo y escuchando música. Un aposento oscuro, sin vistas al exterior, cubiertas las paredes de libros hasta arriba. La luz diurna sólo entra por un lado a través de una estrecha abertura alargada. Tibón tenía especial aprecio por este pequeño espacio. Lo contemplamos juntos multitud de veces. En ese pequeño rincón conversamos las últimas veces. Al final tuvimos que cambiar a su estudio, donde tenía una cama para recostarse, pues su avanzada edad ya no le permitía trabajar al ritmo que él quería. Los últimos seis meses los pasó en cama, dormía casi todo el día, conversaba con tanta debilidad, que en algunos casos me costó mucho trabajo transcribir sus balbuceos; sin embargo, siempre estuvo dispuesto a colaborar cuando le platiqué de mi proyecto de hacer mi tesis sobre su vida y su obra. Aun con su debilidad física, su lucidez mental le acompañó en todo momento, hasta que su corazón dejó de latir.
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Desde su primer monografía, II Monte Bre, hasta uno de sus recientes libros, Nuevo diálogo de la lengua, ¿ qué cambios siente que ha tenido su obra y cómo ha evolucionado su concepto del mundo? -Es difícil contestar porque II Monte Bre lo escribí cuando contaba con 14 años y se publicó en Basilea por ese tiempo. Recuerdo cuando tenía mi departamento en la calle de República de El Salvador, donde trabajaba todos los días en mis investigaciones, y me parece que fue ayer. Entonces, no creo que haya un brinco de cuando escribí mis primeros libros hasta la actualidad, porque es un desarrollo que naturalmente se da gracias a la vida misma. Cada día suceden cosas nuevas, las cuales alimentan a los libros cotidianamente. Todos los días hay cosas nuevas; nuestro México es un país con graves problemas. Uno se preocupa con sus modestísimas fuerzas para aportar su grano de arena, pues cuando uno lee cada día que mueren cinco niños mexicanos de hambre, pienso ¿ yo qué hago?, no tengo los medios económicos para ayudar a solucionar el problema, pero la vida se compone de emociones; y de emoción en emoción ya son 40 libros, más los tres primeros tomos de la Enciclopedia de México, un trabajo de 30 años. Entonces, los libros se vuelven una criatura que uno ve nacer y lo que menos interesa es si tienen éxito o no, sino considera al próximo libro más importante que el penúltimo, por ser el que trabajé con mucho entusiasmo. Su padre era un notable escritor italiano del siglo pasado, ¿cree que él influyó sobre usted en su carrera literaria y de investigación? -De alguna manera sí, mi padre siempre fue un estímulo constante en mi vida, al igual que mi madre. Desde 1915 me dedico a estudiar idiomas: seis años de latín. Me convierto también en esos años en un estudiante del alemán, francés e inglés, que son los idiomas nacionales de Suiza. Es en ese país maravilloso donde comienzo mis primeras aventuras en el campo de la literatura. Después de la muerte de su padre en 1921, se dedica en Lombardía, Véneto y Toscana a la venta de máquinas de cálculo y de escribir, ¿ cómo vivió esa experiencia?
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-Fue una etapa difícil de mi vida. Murió mi padre, la familia se empobreció dramáticamente, además de los problemas cotidianos. En 1928 y 1929 me nombraron director comercial de la fábrica de máquinas de escribir Olivetti (Milán y Croydon, Inglaterra); viajé por toda Europa constantemente, y es en esos múltiples recorridos donde comienzo a aprender español y un poco más de inglés, dos idiomas que años más tarde serán mis guías en la vida. En 1932 inventa, o mejor dicho, concibe la máquina de escribir pórtatil más pequeña, ligera y económica, según me cuenta, qué cambio: de escritor a inventor de una máquina. -Como te decía hace un momento, en aquellos años de mi vida había que vivir de algo. Además la experiencia de ser director de una empresa importante, me dio la oportunidad de viajar, de aprender la cultura y costumbres de otros países, que quizá sin este trabajo nunca hubiera conocido. Fueron años de mucho esfuerzo, pero creo que, al final de mi vida, veo que fueron tiempos excelentes.
1939 es un año crucial en su vida: se establece en la India donde descubre los enigmas, los símbolos de la religión y la cultura de un país que sigue amando hoy día. De ese viaje nace su segundo libro: Viaje a la India por aire, resultado de la edición de sus diálogos radiofónicos con el poeta López Méndez, ¿ por dónde viajó, que vivió, qué conoció en ese año? -El objetivo principal de ese viaje fue enseñar a los jóvenes hindúes la técnica de la venta de la Hermes Daby. Los acompañé de tienda en tienda, de oficina en oficina, hasta que aprendieron el oficio de la venta. Conocí y descubrí ciudades hermosas: Harachi, Lahore, Allahabad, Banares, Bombay, Delhi, Calcuta, Madras En estos lugares se creo un importante mercado. A finales de ese año abandono el puesto de director de la empresa, y acepto la invitación de Isidro Fabela para venir a México, y decidirme a la investigación científica. ¿ Cómo conoció a Isidro Fabela? 12
-Nos conocimos en 1938, cuando establecí en Ginebra una breve residencia. El era representante de México en la Liga de las Naciones, y lo recuerdo con admiración y respeto, pues él fue el único defensor en Ginebra de la legalidad internacional.
Usted desembarcó en el Puerto de Veracruz en 1940, ¿ cuál era su propósito como investigador y filólogo al establecerse, como dice en su patria electiva? -Como decía, debo mi establecimiento en México a Isidro Fabela. Él fue quien me convenció de venir, para estudiar los distintos problemas de este país. México es una nación prodigiosa, destinada a ser en el siglo XXI uno de los países guías del mundo.
¿Qué significa América para usted? -Es una tierra de muchos sabores, que he tenido la suerte de ir descubriendo poco a poco, de vida multiforme y compleja; tierra de naturaleza potente y exuberante; de actividad incesante y gozosa; de clima espiritual en que hay amor de libertad y de justicia. Por eso se le ha llamado Continente de Esperanza; de una esperanza cierta, que se anuncia en el aire y en la montaña, en la palabra y en el silencio del hombre. Cuando deje Europa creía firmemente que asistía a América con muchas ilusiones de descubrir sorpresas. No soy y mucho menos fui un utopista, ni sueño para la América del porvenir con una edad de oro sin mal ni sufrimientos, porque acaso el mal y el dolor son condiciones necesarias de la existencia, como la sombra es condición de la luz. Pero sí creo en una indefinida superación de la vida humana, y sé que América, en tiempos venideros que ya no tendré oportunidad de ver, habrá de señalar una nueva etapa, escalar un peldaño más alto en esta ascensión lenta y penosa, pero llena también de gozos, de misterios y maravillas, hacia la eterna claridad. Ojalá se cumpla esto que te cuento, porque sería mi máxima ilusión.
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También como filólogo ha producido el diccionario de nombres propios, el más completo no sólo en lengua española, y su onomástica hispanoamericana; es el tratado más ecléctico publicado sobre los apellidos. En ambos libros: Origen, vida y milagros de su apellido y diccionario etimológico comparado de los apellidos españoles, hispanoamericanos y filipinos hay hallazgos y soluciones a difíciles problemas lingüísticos, ¿cómo fue el proceso de desarrollo de ambos libros ya que le costó más de cuarenta años realizarlos? -El diccionario etimológico comparado de los apellidos españoles, hispanoamericanos y filipinos es la primera obra que recopila, organiza e interpreta sistemáticamente los apellidos de una familia humana de 300 millones de miembros (o casi 500, incluyendo a los lusohablantes); ellos son los González, los Esparza, los Ulloa, los García, es decir los dueños de los apellidos castellanos, catalanes, gallego – portugueses y vascos. Me costó casi medio siglo de estudio; este léxico excepcional, creo, satisface la curiosidad que todos tienen por conocer el origen y significado de su apellido, lo cual, en la mayoría de los casos, entraña una revelación. Así, por primera vez se puede descubrir el secreto de ese vocablo que nos identifica como personas y que, además, nos vincula como un lazo mágico con las altas culturas de Israel, Grecia, Roma, España y América. ¿Entonces las lenguas indígenas han aportado diversas palabras al mundo, y no sólo eso sino también como dice; nombres, apellidos y construcciones lingüísticas importantes, ¿Cuáles serían las más importantes desde su punto de vista? -La Academia Española de la Lengua hubo de reconocer la importancia de la contribución filológica de México, aceptando en cada nueva edición de su diccionario mayor número de vocablos mexicanos, que de cualquier otro origen hispanoamericano. En la actualidad se cuentan por cientos las voces admitidas, muchas de uso hasta en España y en las repúblicas de Centro y Sudamérica. Hay ejemplos de nombres propios de México que no tenían, por eso, denominación equivalente en el castellano. Cuadrúpedos: mázate, coyote y cacomiztle; aves: guajolote, zopilote, apipixca, quetzal; reptiles e insectos: cencoate, ¡ajolote, mayate, 14
chapulín. Todos estos términos son aztequismos propiamente tales, por que provienen del idioma náhuatl, aunque más o menos eufonizados conforme a la índole del castellano. ¿Qué importancia o aportaciones tiene entonces el maya en nuestra lengua? -Creo que el mismo que el náhuatl. Ambos son dos idiomas importantes para el desarrollo del castellano. De las dos se derivan numerosas palabras comúnmente usadas en los principales idiomas del mundo. Y no siempre esas palabras sirven para indicar animales, plantas u objetos que eran desconocidos en el viejo continente; en veces, su belleza, su euforia o la concordancia entre su sonido y lo que expresan, hicieron que mediante el español penetraran a diferentes lenguas europeas y asiáticas.
¿Cómo cuales? -Una palabra maya – quiché de extraordinaria fuerza de evocación, Hurakán, que significa “el más grande de los dioses”, pase a las lenguas modernas y de Europa para expresar el más fuerte de los vientos. Hurakán no sufre ninguna alteración fonética en español, pero huracán se transforma en el inglés hurricane, en el caso del francés ouragan, en el italiano uragano, manteniendo, a pesar de las variaciones, su singular poder sugestivo.
En 1960 se publica su primer estudio antropológico: Olinalá. Un pueblo tolteca en las montañas de Guerrero, ¿ qué significado mágico tenía para usted visitar un pueblo como Olinalá? -Uno de los prodigios de Olinalá es que en ese pequeño pueblo, como lo llamas, lejos al mismo tiempo del estado de Guerrero, es que más de dos mil artíficies se dedican a decorar jícaras y bules, bateas, arcones y cajitas, con la técnica artesanal antigua. Toda la población conserva la gran tradición artesanal prehispánica. Me atrevo a decir que es el último reducto en nuestro país que conserva sus tradiciones.
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Usted fue el primer turista que llego en avión… -Sí, fue un vuelo inolvidable, al mando del capitán Manuel Gómez Méndez. El avión despegó de Chilpancingo y tardó veinticuatro minutos en llegar a Olinalá. Recuerdo que no había hoteles, ni servicios para turistas. El doctor Pioquinto León Almanzán me dijo: es el fundador del turismo en el pueblo. Gracias a él pude hospedarme y conocer cada rincón del pueblo. El doctor fue sobrino del general Juan Andreu Almazán, que en 1940 fue candidato a la presidencia de la República. Su hermano, el médico Leonides, fue gobernador del estado de Puebla y embajador en Inglaterra.
En la gran tradición de la comunidad se encuentran las lacas de Olinalá, que son un atractivo hoy día para el turismo extranjero, ¿ fue la gran aportación del pueblo al mundo? -No hay que entenderlo de esa forma tan radical. Las lacas de Olinalá, de Chiapa de Corso y las de Uruapan son de origen genuinamente autóctono; se han encontrado, en tumbas precortesianas, fragmentos de teconates y jícaras laqueadas. Creo que se produjeron lacas también entre los mayas, y su técnica era conocida desde tiempos pasados en Mesoamérica. En cuanto al procedimiento, nada tiene de secreto; se conocen los ingredientes y todos los detalles de la manufactura de las lacas, con aje ( Michoacán, Chiapas) y con chía ( Olinalá). La descripción de la laca no podría ser más adecuada; otras “pinturas” no tendrían las características inconfundibles de los colores “asentados” y resistentes a la acción del agua y del tiempo. Una de mis grandes pasiones fue coleccionar arte prehispánico, algunas figuras las tengo aquí en mi estudio, son mis joyas mexicanas que guardo con mucho cariño, al país que me ha dado todo.
¿ Todavía sigue viva la tradición o ya murió en estos procesos de modernidad que vivimos hoy día?
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-En Olinalá creo sigue viva. En Chiapa de Corzo se ha perdido. Y los jicalpestles, que ahí elaboraban para las tehuanas, son simplemente pintados, como las batas de Quiroga. En el pequeño, pero intensamente museo de la antigua Chiapa de los Indios, enseñan, como curiosidad, muestras de los trabajos antiguos, que no eran inferiores, en colores y diseñan a las mejores lacas de Peribán, o de Olinalá. Otro componente místico – mítico de Olinalá es el rito de la jícara, que describe histórica y antropológicamente en las páginas del texto; pero, ¿cree que hay coincidencias con otras culturas? -El carácter sagrado de la jícara subsiste hasta nuestros días entre los huicholes. Las jícaras que se han hallado en muchas tumbas de Mesoamérica, desde Sinaloa hasta Honduras, tenían indudable propósito votivo. El Popol Vuh nos cuenta el origen mítico de la jícara y la relación de este hecho maravilloso con la concepción de una virgen. ¿Cree que sea más una leyenda que un hecho mítico de los antiguos? -Existe un fondo común de mitos y tradiciones entre las estirpes mayas del Quiché y los aztecas del altiplano; basta recordar el papel que desempeña la ciudad de Tula en las migraciones de ambos pueblos, la casi identidad del omnipotente Nacxit quiché, con el Nacxilt azteca de Nanavac. ¿Hay afirmaciones entre el mundo azteca y el maya? -Las afinidades del mundo quiché con el azteca no son sino aspectos de tradiciones y ritos comunes a muchos pueblos mesoamericanos. Existió una unidad en el juego de la pelota, desde Nicaragua hasta Arizona y Nuevo México, como lo demuestran las excavaciones realizadas por Lizardi Ramos en dichas zonas. Otro rito importante fue el de los hombres – pájaros, o sea el volador, se practicaba desde Honduras hasta la Huasteca. El culto solar de la guacamaya, tan preponderante entre los mayas, estaba igualmente difundido entre los mazatecos, en el extremo norte de la sierra de Oaxaca, y sobrevive allí hasta nuestros días, como tuve la 17
suerte de comprobar hace algunos años. En el caso del mito del quiché de la jícara, hay una semejanza notable con una leyenda pipil –estirpe centroamericana de extracción náhuatl, al igual que los aztecas- que nos permite referirnos al Popol Vuh como el libro que refleja una mitología común entre mayas y nahuas.
Por lo que me dice, su libro lo creo más entre una mezcla de crónica, historia y antropología; es decir, un poco de todo. ¿Usted lo cree? -En realidad, como mencionas hay partes del texto que se pueden leer como una crónica, pero debajo de ella hay la visión de un historiador que observa los diversos cambios de una civilización con tradiciones únicas en México. Otro de sus estudios antropológicos fundamentales en su trabajo de investigador, es sin duda, Pinotepa Nacional publicado en 1961. ¿Hay semejanzas en su proceso de investigar, o mejor dicho, de tratar de estudiar una civilización olvidada como fue el caso de Olinalá? -No y sí. No porque cada investigación se desarrollo diferente, tenía en cada uno de estos proyectos preocupaciones diversas. Tal vez en la idea de recuperar la memoria de un poblado olvidado sea la única relación entre ambos proyectos. ¿Qué es Pinotepa Nacional? -Me has hecho encontrar nuevamente la memoria, pues en mi visita al poblado de Olinalá llegué en avión, y en Pinotepa también. En los dos viajes fui el primer viajero que ha llegado en aeroplano a visitar e indagar sobre la cultura, tradiciones y aspectos de los habitantes de las dos comunidades. Pinotepa es quizás el centro más importante de toda la costa, entre Acapulco y el Istmo. Fue también una de las ciudades más pobladas de América: tenía cien mil habitantes en la Nueva España. Su producción de cacao era tan grande que en el siglo XVI, pese a la enorme mortandad sufrida, pagaba a la corona de España un tributo de diecisiete mil cacaos cada cuatro meses indígenas, es decir; cada ochenta días actuales. La 18
institución colonial de la república de indios prosigue hasta nuestros días. Los indígenas tienen sus propias autoridades, cuyas oficinas, se encontraban en el propio ayuntamiento. Cuando la conocí me maravilló ver a un pueblo que vivía muy pobremente, explotado por la ciudad capital y lejos de cualquier comunicación con ella. Allí conocí al filólogo canadiense Jacobo Klassen, un investigador del mixteco. Hombre generoso con los suyos, lleno de interés humano, por las relaciones que estableció con los hombres del pueblo. De él aprendí mucho, me enseño que el máximo valor de la Mixteca, alta y baja, son sus hombres.
Aquí y allá, el antropólogo y el simple observador ven el rostro de un pueblo proveniente de dos culturas, la que revela la contribución étnica africana y la del pasado mexicano como decía su colega Gonzalo Aguirre Beltrán, ¿ usted qué interpretó? -En los llamados pueblos negros, como Santo Domingo, Poza Verde y Minichá, es evidente la mezcla afromixteca que ha tenido lugar en el curso de cuatro siglos. Hablar de un “Congo americano” en Pinotepa Nacional es un recurso literario barato. Cuatro siglos de convivencia y de mezcla racial han provocado, además, préstamos culturales recíprocos. Esta fue la primera interpretación sobre este nuevo territorio, nuevo en mis campos de investigación, y que posteriormente se me fue revelando como lo que es: una civilización con mucha cultura que aprender. Podríamos interpretar algunas danzas de la zona con cierta afinidad africana. -No son africanas las danzas de los yacoyantes enmascarados, del Día de Muertos, en la pequeña población de Collantes. Se trata de un préstamo de los indios a los negros costeños. En una de las zonas indígenas más aisladas de México: la Sierra Mazateca, el 2 de noviembre los danzantes, que llevan máscaras muy raras, visitan al pueblo, casa por casa, mientras efectúan sus bailes rituales. Tampoco es africana la costumbre de rebajar en coro las cualidades de la novia, por parte de la familia de ella. Se usa en la Sierra Mazateca y 19
entre otros grupos indígenas mexicanos. Las constumbres mortuarias de los “morenos” son casi idénticos a las de los mixtecos. En algún momento, vi un niño muerto, vestido de ángel, en uno de los funerales sin tristeza, en el panteón de Jamiltepec, y otro “angelito” con igual vestido, alas y corona, en Collantes.
Entre sus indagaciones por la zona, se internó en otros pequeños pueblos poblados como: Tututepec, Jamiltepec, Chacahua o Putla. Una aventura fantástica, de poder realizar, al menos desde el punto de vista personal, ¿ qué sensaciones le produjo esos encuentros? -Mi intención era conocer totalmente la zona, para poder presentar un buen trabajo. Además de mi pasión por encontrar nuevas maravillas en cada pueblo que iba conociendo. En Tultepec encontré una población mestiza; ya no se ve allí gente vestida con traje regional, ni se oye hablar mixteco ochatino. Hasta los nombres de su terreno quebrado son esencialmente españoles, y lo mismo sucede con otros pueblos cercanos y no tan cercanos. Cada zona la visité en avión y otras caminando, en caballo, no había otra manera para poder llegar. ¿Alguna vez pensó en quedarse a vivir por ahí? -No, no; está muy bien estar unos días, es muy bonita la idea, me gusta. Pero no es para siempre, sino por una larga temporada, había que seguir rompiendo los horizontes de las fronteras, no sólo en México, sino en el mundo. Todavía me apasiona la idea de volver, pues en aquellos lugares dejé muchos recuerdos, amigos, pero mi edad y capacidad física ya no lo permite. Es imposible. Hay algo digno de señalar que es su pasión por la vida, por la aventura, los recuerdos… -Todavía me apasionan muchas cosas, eso es lo bello de la vida. Hoy tengo 93 años, y cuando recuerdo todo lo que voy contando, cuando te retiras quedo muy cansado de la sesión de trabajo, pero emocionado por tantos recuerdos. 20
Miguel León Portilla diría que la historia se transforma constantemente. Y usted en cambio en sus investigaciones: pasa de la antropología a la historia en un abrir y cerrar de ojos, ¿por qué? -En realidad mis libros son una variante de todo, en los cuales hay que acentuar una originalidad y sociedad indudables. Esta es la idea central de cada libro.
Yo creo que hace mucho tiempo encontró lo que usted buscaba. -Tal vez, la vida me sigue dando muchas sorpresas. Por ejemplo, la vida misma. -Mi padre me enseñó que en cada época de la vida hay cosas que la vida regala. Quizá la comparación no es válida, pero creo que los aztecas tuvieron el privilegio de regalar al mundo su cultura, la grandeza de su arte, y eso es una de las cosas que al descubrirlo le di gracias a México y a la vida.
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