Profunda retaguardia Novela de Cuernavaca

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Mario Casasús

Profunda retaguardia José Herrera Petere

Según la investigación del doctor Mario Martín Gijón, el periódico El Nacional de México anunció dos proyectos literarios de Herrera Petere: “están a punto de salir otras dos novelas suyas, Centauros en el Partido y Furia española” (27 de noviembre de 1942). El título Centauros en el Partido cambió a Los melancólicos cerveceros, El silencio rabioso y De la piedra infernal, finalmente Petere bautizó su libro: Profunda retaguardia. Novela de Cuernavaca. Al morir José Herrera Petere en 1977, Carmen Soler de Herrera conservó el archivo del escritor, la viuda intentó publicar el libro póstumo a finales de la década de 1970, pero en España imperaba la censura del régimen franquista y perdió el contacto con los amigos mexicanos de su esposo. El doctor Mario Martín Gijón descubrió el archivo inédito, lo organizó y publicó la novela Profunda retaguardia en las Obras completas de José Herrera (2009). El bibliófilo Carlos Gallardo Sánchez compró un ejemplar mediante correo certificado desde España, meses después nos reunimos con el periodista Hernán Osorio para analizar la posibilidad de imprimir la edición mexicana de Profunda retaguardia. Novela de Cuernavaca (2017). Gracias a la gestión de Mario Martín Gijón y a la generosidad de Emilio Herrera Soler conseguimos el copyright del libro, el manuscrito regresó a la tierra que lo vio nacer en 1942.

Profunda retaguardia Novela de Cuernavaca

José Herrera Petere


Literatura nazi en Cuernavaca Mario Casasús Los escritores José Herrera Petere y Malcolm Lowry nacieron el mismo año (1909), los dos vivieron en Cuernavaca, el poeta británico se instaló en la céntrica calle Humboldt (1936) y el poeta español llegó a la calle Madero de la colonia Miraval (1941). Las novelas Bajo el volcán (1937-1944) y Profunda retaguardia (1942-1963) recrearon una atmósfera: la influencia fascista en Cuernavaca y el asesinato de un personaje anónimo en la barranca de Amanalco. Las dos historias están planteadas en retrospectiva, siguiendo las voces narrativas los hechos ocurrieron el año anterior: Lowry dividió su novela en 12 capítulos para contar las últimas horas del 2 de noviembre de 1938, mientras que Petere comenzó su libro “cierta tarde de principios de 1941”, y terminó “Por aquellos días precisamente había tenido lugar Pearl Harbor” (7 de diciembre de 1941). Las dos novelas reflejaron el clima de Morelos; según Lowry: “La temporada de lluvias se resiste a terminar”, y en palabras de Herrera Petere: “a mediados de mayo, estallaba la primera tormenta y comenzaba la época de las lluvias que duraba hasta octubre”. En 1936 Bajo el volcán era un cuento de 24 cuartillas. El Cónsul, Yvonne y Hugh presenciaron la agonía de un indio en el barrio de Chapultepec (Malcolm Lowry fue testigo de la muerte de un indígena al pie de la carretera a Cuautla), pero los tres forasteros no resolvieron el crimen y, al final del cuento, entraron en una cantina: “Los tres permanecieron en la penumbra contemplando al indio que desaparecía con el anciano al doblar una curva del camino, arrastrando en el polvo gris y blanco sus míseros huaraches”.1 Cuando Lowry reescribió Bajo el volcán trazó a otros personajes, definió el atormentado mundo interior del Cónsul y restableció las relaciones de los tres extranjeros: en el cuento, Yvonne era la pareja sentimental de Hugh; sin embargo en la novela, Yvonne se convirtió en la esposa del Cónsul Geoff Firmin. Quauhnáhuac y Oaxaca son los escenarios de Bajo el volcán. Lowry mencionó varios lugares emblemáticos de Cuernavaca: el Hotel Casino de la Selva, el Jardín Borda, el Palacio de Cortés, la Estación del ferrocarril, el Hotel Buena Vista, la barranca de Amanalco, el Zócalo, el Cine Morelos y 57 cantinas. Tres tabernas destacan de la lista: El Farolito (“Era un lugar extraño, en verdad un lugar para las últimas horas de la noche y las primeras del alba”), la Cervecería XX (“la cantina que, si bien contigua al cine, no compartía su pórtico”), y El Amor de los Amores, que aparece por primera vez en el cuento de 1936: “A medio camino, en la ladera cuesta arriba, allende la barranca, fuera de una cantina ornada con festivo decorado y llamada El Amor de los Amores”.2 En la novela tiene otra connotación: “Geoff dijo que la cantina de donde salió era un nido de fascistas. El Amor de los Amores”. Lowry insistió en señalar el perfil del bar: “El Cónsul se volvió para apuntar al Amor de los Amores […] Ese es uno de los tugurios fascistas”.3 Con la ganancia de sus turbios negocios, la célula pro-nazi de Cuernavaca patrocinaba un panfleto: “Quauhnáhuac Nuevo, periódico pro-Almazán, pro-Eje, publicado -se Lowry, Malcolm. Bajo el volcán [cuento, traducción de Raúl Ortiz], Editorial Galerna, Argentina, 1967. 2 Ibid. 3 Lowry, Malcolm. Bajo el volcán [novela, traducción de Raúl Ortiz], Ediciones Era, México, 1964. 1


decía- por la fastidiosa Unión Militar”.4 Los fascistas también compraron los servicios de la policía y Geoff Firmin apuntó: “¿Nunca has oído hablar de la Unión Militar? Quiero decir aquí, en este estado. Está afiliada a la Policía Militar, que los encubre, por decirlo así, porque el Inspector General, que es la policía militar misma, forma parte de ella. Y también el Jefe de Jardineros, según creo”.5 Cuando el Cónsul y Hugh discuten las noticias que leyeron en El Universal señalan la corrupción policial: “graves objeciones a la impúdica conducta de ciertos jefes de policía en Quauhnáhuac”. La cantina El Farolito estaba en la esquina de la avenida Morelos y la calle Rayón (en la ficción está en “Parián” y era propiedad del asesino “Ramón Diosdado”, alías El Elefante). Los mapas de Oaxaca y Cuernavaca se entreveran Bajo el volcán, por citar el capítulo VIII, el Cónsul, Yvonne y Hugh vieron dos negocios: “pasaron junto a los Baños de la Libertad y junto a la Casa Brandes”, ubicados en la capital de Oaxaca,6 inmediatamente después de mirar los dos anuncios comerciales cruzaron el puente Porfirio Díaz de Cuernavaca: “Al pie de la colina atravesaron un puente tendido por encima de la barranca que aquí parecía manifiestamente ser el colmo de lo horrendo”. Los sinarquistas de la Unión Militar cometieron el último crimen en El Farolito, Geoff Firmin los responsabilizó por el asesinato del indígena al borde de la carretera: “Ustedes mataron a ese indio. Trataron de matarlo y de hacerlo pasar por accidente –rugió-. Todos tomaron parte”. Después de la acusación, el Jefe de Jardineros apuntó su revólver y asesinó al Cónsul en la cantina: “El Jefe volvió a disparar dos veces y las detonaciones fueron espaciadas, deliberadas […] Al principio el Cónsul sintió un extraño alivio. Ahora se percataba de que habían disparado sobre él. Cayó sobre una rodilla y luego, gimiendo, boca abajo, cuan largo era, sobre la hierba. —Dios —observó, perplejo— ¡qué manera de morir! […] Alguien tiró tras él un perro muerto en la barranca”.7 A partir de 1936 Lowry relacionó la barranca de Amanalco con la muerte y un perro: “Yvonne pudo advertir, desde el escarpado sesgo después del puente, un perro muerto que, tirado en el fondo, con resplandecientes huesos blanquecinos husmeaba la basura”. Hubo una variable en la novela: “Al volverse, Hugh vio en el fondo, entre los desechos, el cadáver de un perro; blancos huesos asomaban a través de la piel”. El violento cráter de Quauhnáhuac era una caja de resonancia, los fascistas acusaron al Cónsul de “bolchevique”, “judío”, “anarquista”, “miembro de las Brigadas Internacionales” y “espía”. El Jefe de Jardineros emitió la sentencia de muerte:

Ibid. Ibid. 6 “Otros anuncios del paisaje urbano de Oaxaca que Malcolm Lowry incorporó a su obra clásica son el ya comentado de la harina Princesa Donají, el de Baños de la Libertad y el de Casa Brandes”. Lumbreras, Ernesto. Oro líquido en cuenco de obsidiana. Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry, Textos de Difusión Cultural. UNAM, México, 2015. 7 Lowry, Malcolm. Bajo el volcán [novela, traducción de Raúl Ortiz], Ediciones Era, México, 1964. 4 5


“Dices que eres escritor —volvió a empujarlo—. Tú no eres escritor —lo empujó con mayor violencia pero el Cónsul no cedió—. No eres escritor, eres espiador y en México matamos a los escorpías —algunos militares presenciaban la escena con inquietud”.8 Lowry subrayó un detalle regional en el cuento y lo repitió en la novela durante la agonía del indio, el Cónsul, Yvonne y Hugh esperaron la ambulancia, “no era una Cruz Roja, sino una Cruz Verde, y sólo se ponía en movimiento al recibir avisos”.9 Al exiliado español José Herrera Petere también le interesó el color de las ambulancias en México: “sobre el mismo puente había parado un coche del juzgado y un furgón de la Cruz Verde y a mitad de la profundísima barranca”. Petere fue testigo del levantamiento forense de un “gringo” asesinado y arrojado desde el puente Porfirio Díaz: “Bajé la calle de Madero, por la cuesta de Chamilpa, hasta llegar a la hermosa plazoleta debajo mismo del herreriano ábside de la iglesia de San José y al romántico puente que allí cruza sobre la vertiginosa barranca […] unos guardias municipales, por medio de pértigas y cuerdas y auxiliados por varios obreros se esforzaban por sacar el cadáver de un hombre que estaba a medias sumergido en las turbias, turbulentas y crecidas aguas del arroyo de Amanalco”.10 El escritor adaptó el crimen que observó, en el thriller reiteradamente denunció: “Cuernavaca estaba lleno de espías nazi-falangistas”, el título de la novela describe el campo de batalla en Morelos, “la más profunda, la más alejada de las retaguardias, pero retaguardia al fin y al cabo, de una lejana lucha a muerte, sin precedentes en la historia”. Cuernavaca era un avispero de espías, según la voz narrativa, la capital de Morelos estaba “enclavada en medio de la profunda retaguardia de esta guerra”. De acuerdo a la historia ficticia: el espía “Valdemar Spiegel” trabaja en la célula del Partido Nazi en Cuernavaca y colabora con el diplomático falangista “Juan Ibarra y Castro”. El desenlace del personaje “Valdemar Spiegel” fue similar al infierno que padeció “Geoffrey Firmin”, dos fascistas lo asesinaron y tiraron su cadáver en la barranca de Amanalco. El personaje principal de Bajo el volcán era un alcohólico, el protagonista de Profunda retaguardia también ahogaba su tristeza y decadencia en alcohol: “En México Valdemar rodaba durante el día, como un sonámbulo, por ciertas apartadas calles. Iba sucio, sin afeitar. A veces, se tumbaba boca arriba al sol, sobre la acera o en el banco de un parque. Pasaba la noche en prostíbulos, cabarets, cantinas y hoteles de mala nota. No estaba ya en estado de darse cuenta de las incomodidades de este sistema de vida, y le gustaba mandar, ser acariciado. Entre la gente del hampa, en aquel medio, Ibid. Ibid. 10 Herrera Petere, José. Profunda retaguardia. Novela de Cuernavaca [edición crítica, introducción y notas de Mario Martín Gijón], Obras completas. Narrativa III, Diputación de Guadalajara/Junta de Castilla La Mancha, España, 2009. 8 9


estaba considerado como un gringo loco peligroso, pero que pagaba. Su conversación era cada vez más incoherente, su mirada más desorbitada y fija”.11 A Geoff Firmin lo abandonó su esposa Yvonne, los fascistas de la Unión Militar confundieron al Cónsul con un espía y lo asesinaron; en cambio, Valdemar Spiegel violó a Salomé Ibarra y dos espías nazis lo asesinaron. Lowry escribió cuatro versiones de Bajo el volcán (1936, 1937, 1940 y 1944), Petere redactó el mismo número de versiones de Profunda retaguardia (1942, 1943, 1946 y 1963), los dos recibieron “consejos” sobre la necesidad de recortar algunos capítulos de sus obras maestras, conocemos la defensa epistolar de Lowry ante las observaciones del comité dictaminador de Jonathan Cape, distintos editores rechazaron publicar Bajo el volcán en 13 ocasiones. Petere corrió con la misma suerte, tres editoriales rechazaron el manuscrito de Profunda retaguardia; incluso Rafael Bosch (profesor de literatura española en Oberlin College) se atrevió a sugerir al autor “suprimir muchas frases y hasta párrafos, así el estilo quedaría mucho más representativo” (carta fechada el 13 de junio de 1963). Según la investigación del doctor Mario Martín Gijón, el periódico El Nacional de México anunció dos proyectos literarios de Herrera Petere: “están a punto de salir otras dos novelas suyas, Centauros en el Partido y Furia española” (27 de noviembre de 1942). El título Centauros en el Partido cambió a Los melancólicos cerveceros, El silencio rabioso y De la piedra infernal, finalmente Petere bautizó su libro: Profunda retaguardia. Novela de Cuernavaca. Al morir José Herrera Petere en 1977, Carmen Soler de Herrera conservó el archivo del escritor, la viuda intentó publicar el libro póstumo a finales de la década de 1970, pero en España imperaba la censura del régimen franquista y perdió el contacto con los amigos mexicanos de su esposo. El doctor Mario Martín Gijón descubrió el archivo inédito, lo organizó y publicó la novela Profunda retaguardia en las Obras completas de José Herrera (2009). El bibliófilo Carlos Gallardo Sánchez compró un ejemplar mediante correo certificado desde España, meses después nos reunimos con el periodista Hernán Osorio para conversar sobre la posibilidad de imprimir la edición mexicana de Profunda retaguardia. Novela de Cuernavaca (2017). Gracias a la gestión de Mario Martín Gijón y a la generosidad de Emilio Herrera Soler conseguimos el copyright del libro, el manuscrito regresó a la tierra que lo vio nacer en 1942. Quedan tres coincidencias por explorar entre las novelas de Petere y Lowry, una de corte político: ambos mencionaron a los dictadores Adolf Hitler, Josep Stalin y Francisco Franco, también hablaron de los exiliados de la guerra, según Petere: “refugiados de todas las playas del mundo, náufragos de todas las tempestades políticas, económicas, militares y morales”. Sin embargo Lowry registró el exilio de otra manera: “¿Cómo es eso de que es español? -preguntó Hugh.- Vinieron después de la guerra de Marruecos -dijo el Cónsul-”. Y en el ámbito local, a los dos narradores extranjeros les interesó la revolución mexicana, Lowry incorporó al chacal Victoriano Huerta (comparándolo con la traición de Yvonne), Petere hizo lo opuesto al reconocer a Emiliano Zapata (“el ardiente viento 11

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revolucionario que venía del sur”). La segunda casualidad consiste en que ambos recurrieron a nombres reales para bautizar a sus personajes: el “doctor Vigil” (Manuel García Vigil) y “Henry Williams” (el norteamericano asesinado de apellido Williams). Por último, el tercer punto de encuentro es vivencial: los dos autores trasladaron sus problemas a la ficción: Lowry fue arrestado en la cantina La Covadonga de Oaxaca, al perder su pasaporte no pudo identificarse ante las autoridades, lo mismo ocurrió cuando los fascistas increparon al Cónsul en El Farolito. Por otra parte, José Herrera Petere padeció una infección pulmonar en la Ciudad de México, los doctores le aconsejaron buscar un clima benévolo para recuperar su salud, respetando la prescripción médica los Herrera-Soler llegaron a Cuernavaca. Profunda retaguardia remarca los problemas de salud de los exiliados: “Eran refugiados españoles enfermos, heridos o ambas cosas. Iban agonizando lentamente, en plena juventud, ante la indiferencia del mundo. Sólo unos cuantos antifascistas norteamericanos y mexicanos los ayudaban […] En los dos años que llevaba en México la emigración política española, habían muerto un diez por ciento de los refugiados […] este compás de espera se le amargó pues su pequeña hija Annie enfermó de laringitis […] Margarito, el padre, en el arroz había enfermado de fiebres malignas y no podía trabajar”.12 El paisaje de Profunda retaguardia incluye el centro histórico: “A lo lejos, entre la bruma del calor y el humillo de cien cocinas encendidas, la ciudad de Cuernavaca, con su catedral fortaleza y su rojizo Palacio de Cortés, paulatinamente se iba cubriendo de sombras”; la zona arqueológica de Teopanzolco: “Hay en Cuernavaca, o mejor dicho, en una solitaria altura cercana una hosca y parda ‘pesadumbre de piedra’, intrincada y revuelta; una sucesión de trapezoides concéntricos de color ocre, labrados por la parte delantera en vertiginosas escaleras, de quebradas piedras agrietadas y llenas de musgo, donde las lagartijas se esconden: las pirámides de Teopanzolco”; la colonia Miraval: “tomaron posesión en Cuernavaca de un alegre bungalow con piscina, aterciopelada pradera y vistas a los volcanes, situado al borde mismo de la barranca y en la parte más alta y más fresca de los alrededores en la llamada colonia Miraval”; el cañón de lobos: “Atravesó la sombría carretera de Cuautla y por una estrecha senda se desvió hasta el borde de la barranca”; el mítico Don Goyo: “una sombra obscura, surgida de la blanca cúspide del volcán Popocatépetl, gigantesco y amenazador como guardián de los calvos y achatados cerros distantes”; y el Hotel Pschorr Haus: “El jardín estaba rodeado de bungalows aislados, y era más bien una intrincada selva que un jardín. En uno de los lados había un comedor con varias mesitas y un bar”. Los nazis tenían dos bases de operaciones en la novela, el New York Bar del Distrito Federal: “uno de los centros de reunión del hampa de México. Hombres de mala catadura bailaban en camiseta o en jerseys de vivos colores con prostitutas de baja estofa, mientras otros bebían en el mostrador a sorbos copas de tequila o ron habanero”. Y el Hotel Pschorr Haus de Cuernavaca: “El restaurante funcionaba a 12

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medias para cubrir las apariencias. Sólo se abría los domingos y a él no concurrían más que alemanes y algún que otro turista desorientado […] Estaban allí: Hanabitter, el dueño del Hotel Niza, que muchos domingos iba a almorzar con sus compatriotas y correligionarios; Fleisher, dueño de un establecimiento de cambio de moneda en Cuernavaca y Frau y Herr Wolfgang Ritz, representante en México de una importante marca alemana de productos químicos”. En la vida real, el nido de los nazis era el Hotel Parque Amatlán (ubicado en la avenida Cuauhtémoc, en el barrio de Amatitlán, entre las colonias Jacarandas y Acapatzingo). El 28 de diciembre de 1941, diez fascistas de origen alemán agredieron al cónsul Pablo Neruda y a sus compañeros de viaje: la pintora argentina Delia del Carril, el ingeniero chileno Enrique de los Ríos, la arquitecta cubana Clara Porset, los diplomáticos chilenos Julio Fuenzalida y Luis Enrique Délano, la fotógrafa chilena Lola Falcón y su hijo Poli Délano. Tres días después el poeta denunció el ataque: “Llegamos la tarde del sábado a Cuernavaca, al hotel Parque Amatlán […] Alojamos allí y todo fue muy bien hasta el domingo en la tarde, 7:30 más o menos, en que estábamos merendando algo antes de regresar a México […] En una mesa vecina bebía un grupo de nazis, 8 o 10 individuos con cuello de toro y cabeza de fierro; estaban en compañía del dueño del hotel […] Haciendo el saludo nazi se lanzaron contra nosotros, que naturalmente nos defendimos, a bofetadas, a silletazos […] Yo recibí un lacazo que me partió la cabeza […] Fui curado en Cuernavaca y denuncié los hechos a la policía. Posteriormente hemos sabido que ese hotel es uno de los focos nazis de espionaje y quinta columna más caracterizados de México” (carta de Neruda fechada el 31 de diciembre de 1941).13 La policía mexicana identificó y arrestó a los agresores alemanes: Roberto Kabler, Carmen Vázquez de Kabler, Heinz Wobeser, Von Theodos, Von Warner, Rudolf Richard Korkowski, Alfred Streu, Guillermo Wolf, Guillermo Dohle y Fritz Hemminger. La lista de los nazis no se limita a la trifulca de Cuernavaca, en el prólogo de la primera edición de Profunda retaguardia (2009), el doctor Mario Martín Guijón explica la génesis del fascismo alemán en la Ciudad de México y Morelos: “Ya en 1939, el almirante Wilhelm Canaris, jefe de los servicios secretos alemanes, que había desarrollado la red de espionaje nazi en España y prestado una importante ayuda a la sublevación fascista, decidió utilizar México como refugio de los agentes de la Abwehr y base de operaciones contra Estados Unidos. Así, varios agentes secretos llegarían camuflados como representantes de empresas alemanas ya existentes o bien fundarían negocios de exportación que sirvieran como tapadera […] Las actividades nazis no despertaron, sin embargo, gran interés en el país azteca, cuyas rivalidades con Estados Unidos y Gran Bretaña permanecían tensas a causa de la cuestión petrolera. De hecho, hasta mediados de 1940 hubo medios que 13

Quezada, Abraham. Pablo Neruda. Epistolario viajero 1927-1973, RIL Editores, Chile, 2004.


desempeñaron activas campañas de prensa a favor de Alemania, y difundieron sin reparos la ideología nazi. El encargado de esta difusión era Arthur Dietrich, agregado de prensa en la embajada alemana en México. Dietrich, asentado en México desde 1924, fue asignado a este cargo en 1935, desde el que organizaría campañas de donaciones entre la comunidad alemana en México, que contaba apenas con unos seis mil miembros, pero cuyo nivel económico era relativamente elevado […] Durante esta primera fase de la guerra, la prensa mexicana mantuvo en su mayoría una posición ambivalente hacia el régimen nazi. Si la prensa de derechas simpatizaba claramente con aquél, la prensa de izquierdas, a causa del pacto germanosoviético, no tomaba partido claramente por ninguno de los dos bandos. Sólo el semanario Estampa, aunque sin referirse a la realidad mexicana, dedicó en julio de 1940 un número especial a las actividades quintacolumnistas nazis en Europa. Para la industria editorial, por el contrario, el nazismo comenzó a resultar un tema cada vez más interesante. En 1940 aparece La Quinta Columna en el Continente Americano y, con mayor repercusión, la traducción de libro de conversaciones de Hermann Rauschning, Hitler me dijo, uno de cuyos capítulos trataba sobre un supuesto plan de Hitler para conquistar México y despertaría gran interés. Este libro desencadenaría una réplica del pro-nazi Eduardo Pallares, titulada Rauschning miente […] Mucha más repercusión tuvo sin embargo el discurso pronunciado poco después por Lombardo Toledano, secretario general de la CTM, el 17 de octubre [de 1941] en Ciudad de México, en el que denunció las actividades nazis, aportando un informe que contenía numerosos nombres de personas y organizaciones relacionadas con el espionaje nazi. El informe, probablemente proveniente del contraespionaje norteamericano, fue publicado al día siguiente en El Popular, y poco después, ampliado y difundido en forma de folleto. Entre los nombres incluidos se mencionaba a los dos jefes del espionaje nazi en México: Georg Nicolaus (jefe de la Gestapo en México) y el Barón Friedrich Karl Von Schleebrügge. Este último, que representaba en México una empresa de fabricación de armamento, era un aristócrata nacido en 1888. Con una esposa de llamativa belleza y dado a la ostentación, poseía un apartamento en México y una lujosa casa en Cuernavaca, donde seguramente no pasó desapercibido”.14 El Hotel Parque Amatlán inspiró al Hotel Pschorr Haus de la novela, algunos rasgos de Friedrich Karl Von Schleebrügge corresponden al espía Valdemar Spiegel (discípulo de Alfred Rosenberg). En el Hotel Parque Amatlán, Neruda y sus amigos respondieron la agresión, según el testimonio del escritor Poli Délano: “De pronto sobrevino el caos. Gritos, carreras y golpes […] Mi padre me había empujado debajo de la mesa y desde allí retuve algunas imágenes: a Herrera Petere, José. Profunda retaguardia. Novela de Cuernavaca [edición crítica, introducción y notas de Mario Martín Gijón], Obras completas. Narrativa III, Diputación de Guadalajara/Junta de Castilla La Mancha, España, 2009. 14


Lola, mi madre, y a la Hormiguita combatiendo mano a mano junto a sus hombres con otros tipos que parecían, pienso ahora, bastante mejor preparados. Vi a mi madre reventar en la cabeza de uno de ellos una gran caja de fósforos de chimenea, gigantes, a mi padre defendiéndose, y a Neruda con la cabeza partida y la sangre corriéndole a raudales”.15 Probablemente José Herrera Petere escuchó esta historia en voz de su amigo Pablo Neruda, se conocieron en España (1935), se reencontraron en México (19401943) y Suiza (1947-1953), el escritor español trabajó en El Nacional, periódico que publicó la carta de los intelectuales mexicanos en solidaridad con el cónsul Neruda después de la agresión en Cuernavaca (5 de enero de 1942). Al final de la novela un grupo de antifascistas confrontó a los nazis en el Hotel Pschorr Haus, los personajes –hombres y mujeres- combatieron mano a mano: “Inmediatamente, la lucha se generalizó. Los alemanes arrebatados de una ira loca, se lanzaron contra los españoles y la norteamericana. En medio del grupo, Annabel saltaba y combatía como un hombre. Se agarró del pelo con la señora Bürk y ambas rodaron por el suelo. Reventaron hechas añicos las botellas lanzadas de una a otra parte de la habitación. Luchaban los hombres a puñetazos o con las sillas en alto”.16 Profunda retaguardia es la primera novela española que aborda la dinámica y el modus operandi de los nazis en México, si Valdemar Spiegel hubiera escrito un diario íntimo podría protagonizar el epílogo ficticio del libro La literatura nazi en América (1996). Cuando Roberto Bolaño trabajó en Morelos era un joven poeta, a pesar de su admiración por Malcolm Lowry no le interesaron los ecos fascistas que inspiraron la trama de Bajo el volcán, tampoco quiso conversar sobre el viacrucis de Pablo Neruda en Cuernavaca con su amigo Poli Délano (los dos chilenos desterrados discutieron al hablar de Neruda, incluso Bolaño escribió en Los detectives salvajes: “Neruda era una mierda”). El poeta infrarrealista vivió un exilio formativo en México, de su paso por Morelos quedaron varios lugares en el libro Reinventar el amor: Un niño es el árbol de la Revolución Tlayecac Huitzililla Amayuca Amilcingo Huazulco Temoac Zacualpan: Ruta 64, miércoles. ¿Y qué hacías en Morelos acodado en un viejo Doge? Nepantla Jumiltepec Xochicalco Yecapixtla Metepec Tetela del Volcán: Ruta 64, lunes. ¿Es que era una manera de cabalgar? Y en la carretera de Amayuca a Cuautla el volcán y la volcana transformaban los últimos rayos del sol en jugo de durazno Délano, Poli. “Nerudeando con nostalgia”, en Entre la pluma y la pared, Textos de Difusión Cultural. UNAM, México, 1999. 16 Herrera Petere, José. Profunda retaguardia. Novela de Cuernavaca [edición crítica, introducción y notas de Mario Martín Gijón], Obras completas. Narrativa III, Diputación de Guadalajara/Junta de Castilla La Mancha, España, 2009. 15


y gotas de miel resbalaban por la nieve. […] Vi niños de pueblos prehispánicos decirme buena suerte con las manos levantadas o pedirme un agua de soda mientras el camión de Refresquerías Lulú se perdía entre el sol del camino, inexorablemente. Pequeñísimos volcancitos a la orilla de la vida. Arbolitos dedicados a la orilla del azoro. Porque hoy el corazón reposa, duro y profundo, en la lengua de los monstruos.17 Roberto Bolaño y su padre recorrieron los caminos de Morelos en un camión repartidor de refrescos Lulú,18 cabalgando en “el viejo Doge” conocieron el Popocatépetl, al poeta lo impactaron “el volcán y la volcana”. Reinventar el amor fue su primer libro (publicado en abril de 1976 por el editor Juan Pascoe), 22 años después regresó a Quauhnáhuac, Los detectives salvajes parten con un epígrafe de Bajo el volcán (las dos novelas comienzan el 2 de noviembre), el único guiño morelense de Los detectives salvajes está en el diálogo de Juan García Madero y María Font, mientras buscan otra forma de nombrar al realismo visceral, él afirma: “Creo que ya existe una Sección Surrealista Mexicana en Cuernavaca”,19 y ella responde: “Tal vez debería irme a vivir a Cuernavaca”. El 18 de noviembre de 1975, García Madero anotó en su diario: “Para beber, escogí una botella de Lulú sabor fresa”, entre todas las marcas de refrescos el personaje de la novela eligió “una botella de Lulú”. El extenso poema Reinventar el amor data de 1975,20 en la misma época que repartía refrescos por Morelos, la ruta de Bolaño evoca un párrafo de Bajo el volcán: “Autobuses de extraños nombres, —procesión proveniente de caminos vecinales— rozándoles avanzaban dando tumbos en dirección contraria: autobuses a Tetecala, a Jojutla, a Xiutepec: autobuses a Xochitepec, a Xoxitepec. A la derecha, el Popocatépetl se alzó piramidal, con un flanco, que se arqueaba como pecho de mujer, y el otro, precipitoso, mellado, feroz. Detrás de él, volvían a amontonarse en altos cúmulos las formaciones de nubes. Iztaccíhuatl apareció...”21 Bolaño, Roberto. Reinventar el amor, Taller Martín Pescador, México, 1976. “La reinvención del amor como un recorrido por los caminos mexicanos, viajando en un camión de los refrescos Lulú en compañía de su padre, una aventura de la imaginación que se asume como una conquistadora, el delirio de los primeros amores”. Silva, Raúl. Crónica del Movimiento Infrarrealista, libro inédito, manuscrito consultado en diciembre de 2016. 19 Bolaño, Roberto. Los detectives salvajes, Editorial Anagrama, España, 1998. 20 En el monólogo de Fabio Ernesto Logiacomo, el personaje se refiere a los poemas de Roberto Bolaño y Mario Santiago Papasquiaro: “estos dos (el chileno y el mexicano) escribían poemas larguísimos, eso decían, yo no los había leído todavía, y tenían creo que hasta una teoría acerca de los poemas largos, los llamaban poemas-novela”. Bolaño, Roberto. Los detectives salvajes, Editorial Anagrama, España, 1998. 21 Lowry, Malcolm. Bajo el volcán [novela, traducción de Raúl Ortiz], Ediciones Era, México, 1964. 17

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La ficción superó a la realidad, el crimen del cónsul Geoff Firmin precede a la agresión del cónsul Pablo Neruda, el Hotel Pschorr Haus parece un espejo del Hotel Parque Amatlán, los dos asesinatos en la barranca de Amanalco quedaron sin resolver, y el volcán Popocatépetl fue un territorio fundacional para los cuatro poetas extranjeros en México (Lowry, Petere, Neruda y Bolaño). Cuernavaca y Quauhnáhuac son territorios fértiles para el nacimiento de nuevos detectives que investiguen los crímenes de los nazis en México. Faltaba una pieza del rompecabezas: la novela póstuma Profunda retaguardia.

Bibliografía Bolaño, Roberto. Reinventar el amor, Taller Martín Pescador, México, 1976. ___________. La literatura nazi en América, Editorial Seix Barral, España, 1996. ___________. Los detectives salvajes, Editorial Anagrama, España, 1998. Casasús, Mario. Pablo Neruda en Morelos. 1941-1966, Libertad bajo palabra, 2ª ed., México, 2016. Délano, Poli. “Nerudeando con nostalgia”, en Entre la pluma y la pared, Textos de Difusión Cultural. UNAM, México, 1999. Herrera Petere, José. Profunda retaguardia. Novela de Cuernavaca [edición crítica, introducción y notas de Mario Martín Gijón], Obras completas. Narrativa III, Diputación de Guadalajara/Junta de Castilla La Mancha, España, 2009. Lowry, Malcolm. Bajo el volcán [novela, traducción de Raúl Ortiz], Ediciones Era, México, 1964. ___________. Bajo el volcán [cuento, traducción de Raúl Ortiz], Editorial Galerna, Argentina, 1967. Lumbreras, Ernesto. Oro líquido en cuenco de obsidiana. Oaxaca en la obra de Malcolm Lowry, Textos de Difusión Cultural. UNAM, México, 2015. Quezada, Abraham. Pablo Neruda. Epistolario viajero 1927-1973, RIL Editores, Chile, 2004. Rebolledo, Francisco. Quauhnáhuac. Un bosque de símbolos, Instituto de Cultura de Morelos, México, 2009. Silva, Raúl. Crónica del Movimiento Infrarrealista, libro inédito, manuscrito consultado en diciembre de 2016.


JOSÉ HERRERA PETERE PROFUNDA RETAGUARDIA Novela de Cuernavaca

GUERRA Y PLÁTANOS (PREFACIO) Ya para la primavera del año 1942, algo había sucedido en el mundo, algo tan sorprendente, tan insólito que… bueno empezaba a respirarse, porque francamente desde 1933 no habíamos recibido más que malas noticias: Hitler, El Saar, Abisinia, España, Austria, Checoslovaquia, Albania, Polonia, Noruega, Dinamarca, Holanda, Bélgica, Francia, casi Inglaterra, los Balcanes, Creta, Rusia… Pero entonces ya comenzaba a verse que Rusia no, ni África tampoco, precisamente en la primavera de 1942 los rusos acababan de terminar su primera ofensiva invernal, habían salvado Moscú, reconquistando plazas tan importantes como Kalinin, Veliki Luki, Viazma, Kaluga, Kursk, Rostov… En Cuernavaca, amodorrada ciudad turística, enclavada en medio de la profunda retaguardia de esta guerra, en América y en los Estados Unidos Mexicanos, situada en la ladera sur de unas negras montañas, cruzada por dos hondas barrancas; con edificios coloniales y semicoloniales, pirámides toltecas, Palacio de Cortés, bungalows y hoteles para los turistas, piscinas, golf y tenis para los desocupados; habitada por una población flotante de todos los países y naciones del orbe, fascistas y antifascistas, demócratas y reaccionarios, liberales y antiliberales que hablaban alemán, inglés, francés, español, ruso, italiano, tolteca o chino, disfrutaba de una tranquilidad abrumadora en medio de un calor más abrumador todavía, sofocante, asfixiante, aplanador. Por lo demás eso pasaba todas las primaveras. La atmósfera se iba cargando, el aire se iba haciendo cada vez más turbio, el campo más amarillo, los grillos más chillones, los alacranes más venenosos, las turistas más caprichosas, los turistas más borrachos, y los refugiados de todas las playas y nacionalidades que allí había, más neurasténicos, más nostálgicos y sentimentales… Hasta que por fin, a mediados de mayo, estallaba la primera tormenta y comenzaba la época de las lluvias que duraba hasta octubre. La atmósfera se aclaraba, el campo reverdecía, los grillos se hacían más discretos, los alacranes ya apareados se escondían tranquilos, las turistas parecían más razonables, los turistas bebían menos, practicaban más los deportes y digerían mejor. Los refugiados por su parte, meditaban más serenamente sobre su suerte y se consolaban mirando las nubes negras. Aquel año de 1942, la ruptura tempestuosa se produjo así. Me acuerdo que fue una tarde asfixiante. Yo estaba asomado a la terraza de mi casa, tomando el fresco. Poco a poco las montañas comenzaron a ponerse más profundamente grises que de ordinario. Es que se acercaba una sombra, una sombra obscura, surgida de la blanca cúspide del volcán Popocatépetl, gigantesco y amenazador como guardián


de los calvos y achatados cerros distantes. Esta sombra parecía sostenida por columnas color plomizo, por patas informes y macizas: la lluvia torrencial; y en su interior se veían brillar relámpagos. Soplaba un viento fuerte y refrescante, cargado de polvo y de sabor a humedad. Se agitaron las ramas de los árboles. Poco a poco la tarde iba cambiando de aspecto, cobrando un tono siniestro, esquivo, de amoratada violencia. Retumbaron los truenos por toda la cadena montañosa. Cegaron los relámpagos. Huyeron los pájaros y los zopilotes asustados. Cayeron las primeras gotas de granizo y comenzó la furiosa tormenta, como tantas otras en el trópico. Estuvo lloviendo toda la noche. Y a la mañana siguiente amaneció el cielo claro, y el campo reverdecido y perfumado. El milagro de la llegada de las lluvias a Cuernavaca, a aquel horno crematorio de sensaciones y cóleras. A la mañana siguiente, cuando apenas acababa de salir el sol, marché a dar un paseo. A respirar el aire puro, que entonces tenía una transparencia y una tersura nueva. Parecía recién nacido, recién planchado y lavado. Brillaban los charcos de agua bajo el cielo rojizo como inmensos ojos todavía no embebidos. Cantaban los arroyos, atronadores. Goteaban doradas perlas al sol naciente. Me apetecía cantar, respirar hondo. Sacando el pecho y braceando con energía, subí al estadio, bajé la calle de Madero, por la cuesta de Chamilpa, hasta llegar a la hermosa plazoleta debajo mismo del herreriano ábside de la iglesia de San José y al romántico puente que allí cruza sobre la vertiginosa barranca. Pero en el puente aquél, había un sorprendente grupo de quince a veinte personas: marchantes indios, criadas de servir con la cesta al brazo, mujeres que iban o venían a la iglesia, un par de viejos turistas en mangas de camisa con salakof, guardias y dos o tres graves señores vestidos de negro –¡con aquel calor!– que no podían ser más que funcionarios judiciales. Todos estaban asomados a los barandales de piedra y miraban al fondo profundísimo, siniestro, rumoroso y sucio de la barranca, formado por resbaladizas piedras grises, cubiertas a trozos de musgo, gigantescos hongos y enmarañados zarzales, enconados y maldicientes. Allá, en lo hondo, muy hondo, casi invisible por la oscuridad, corría turbio y crecido el arroyo, el agua amarillenta por las pesadas lluvias. —Hay un cadáver —me dijo el cartero, un diminuto indio a quien la curiosidad retenía. Efectivamente, sobre el mismo puente había parado un coche del juzgado y un furgón de la Cruz Verde y a mitad de la profundísima barranca, precisamente allá donde sus verdosos escarpes se estrechan para formar la sima final, unos guardias municipales, por medio de pértigas y cuerdas y auxiliados por varios obreros se esforzaban por sacar el cadáver de un hombre que estaba a medias sumergido en las turbias, turbulentas y crecidas aguas del arroyo de Amanalco. Por fin lograron subirlo, allí mismo, sobre la hierba verde del escarpe, por no poder bajar más, el juez se dispuso a reconocerlo como es de ley y la mayoría del público bajó para contemplar la diligencia más de cerca. El cadáver, en estado de putrefacción bastante avanzado, iba cubierto por un traje de color indefinible. La cabeza, que probablemente había permanecido fuera del agua, estaba, totalmente monda y se desprendió. Los zopilotes se habían comido todos los ligamentos. El médico legal arqueó ligeramente sus espesas cejas negras.


—De cinco a seis meses —dijo con profunda voz. —Sí —comentó el cartero— probablemente la crecida lo ha arrastrado hasta el puente. Pero estaría más arriba… —Gracias a eso lo hemos descubierto —admitió gravemente el juez, gordo, atocinado, macilento, parecido a un ídolo azteca, haciendo un cumplido ademán con sus manos gordezuelas. El médico observó la monda calavera. —Tiene la cara machacada y el cráneo roto en varios sitios, el arco cigomático partido, los huesos superciliares penetrados por un arma inciso cortante, todo esto no es sólo a consecuencia de la caída… Después pasaron a registrar el traje, viscosa masa medio deshecho por la acción de las aguas, donde aún podían observarse algunas franjas de su primitivo color azulado. Un alguacil cubriéndose la cara con un pañuelo buscó en los deshilachados restos de los bolsillos. De uno sacó un pequeño bote de vidrio, que milagrosamente no se había roto. El juez lo destapó. Su interior estaba cubierto de polvo plateado. Metió su dedo gordo y fofo. Apenas cabía. —Es purpurina —dijo, limpiándose con la verde hoja de un ciruelo del trópico. El alguacil, tapándose siempre la cara con el pañuelo, logró extraer de uno de los bolsillos interiores una pequeña cartera de piel de cerdo ennegrecida por la humedad, cubierta de diminutos hongos de podredumbre. Dentro de ella había algunos billetes de banco medio deshechos y un pasaporte con la cartulina ennegrecida, pero no del todo deshecha a causa de la acción protectora de la piel de cerdo. Aun podía leerse en el dorado sello circular: “United States of America”. —Es un gringo —dijeron todos. Y ante la evidencia de ese hecho pareció que el asunto ya no tenía nada de particular. ¡Eran tan extravagantes esos gringos! Desgraciadamente, la tinta en que debía haber estado escrito el nombre estaba mucho más borrada y el papel medio deshecho. A pesar de todo podía adivinarse en sombra tenue, las letras ...lliams” y más abajo “....ois”. —lliams” ...lliams” —se preguntaba el juez mientras cargaban el cadáver en el furgón. —¿Será Williams? —exclamó alegremente el cartero—. En Cuernavaca hay varios… El juez le lanzó una mirada severa y le volvió la espalda sin responder una palabra. Ya en el automóvil, esperando que se pusiera en marcha, proyectó hacia adelante sus gruesos labios y dirigió una larga mirada al horizonte. Cuando todo el cortejo judicial se marchó, llevándose el cadáver, la gente se quedó enfrascada en animados comentarios. Pero había algo, un calor húmedo, una apacible suavidad ambiente, que hacía languidecer la curiosidad misma, por lo que el grupo se disolvió pronto. El cartero y yo llevábamos la misma dirección, cuesta arriba, entre verdes e inmensas hojas, flores negras… Las lagartijas se ocultaban corriendo a nuestro paso, ligeras y estremecidas. ¿Qué eran sino carne viva?


—El “ois”, debe querer decir Illinois —me dijo el hablador y diminuto cartero— ¿No cree usted, señor? y seguramente se trata de un crimen. En Cuernavaca hay gente muy rara, cada vez más rara. ¡Con esto de la guerra…! Se limpió el sudor del rostro con un pañuelo, sonrió con una sonrisa que quiso ser picaresca y solo fue meliflua y rebuscando en la gran cartera que llevaba, me enseñó varios sobres. —¡Mahler, Morrison, Sandorf, Clark, Noyers, Lippman, Klause, Kowalisky, Falkenschloss, D’Isigny, Roskildópulos… —exclamó el diminuto cartero agitando los sobres. —¡A ver si estos son nombres de cristianos…!


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