Todos contra el viejo Ninguno de los nietos sabe a quién se le ocurrió primero, piensan que fue a los tres al mismo tiempo, como si la idea les rondara por la cabeza esperando la menor insinuación de alguno para atreverse a hacerlo. No recuerdan a quién se le ocurrió el primero porque nunca nadie lo propuso, los peores delitos se cometen sin plan maestro. Thomas de Quincey nos mostró el parecido que hay entre el arte y el crimen: los crímenes más cruentos inician ingenuamente, así como el artista ignora en qué acabará su lienzo, en qué su cuento. Quizás lo que inició esta desafortunada historia, aunque no se crea, fue una buena acción, cuando los tres nietos le pidieron al abuelo que se encerrara en casa y que ellos se encargarían de llevarle las provisiones y de cubrir las necesidades del negocio. El abuelo, viudo hacía quince años, se encerró en su casa y los nietos se turnaron para entregar las provisiones en la puerta de la calle. Aunque podría ser que esta triste historia iniciara cuando le sugirieron al abuelo que se encerrara en su cuarto, una habitación que tiene baño, para que los nietos se hicieran cargo de los quehaceres de la casa sin que la salud del abuelo corriera peligro. La casa necesitaba asearse, si el abuelo no enfermaba de Covid enfermaría a causa de algún germen doméstico, ahora que la gente del servicio no puede apoyarlo, ellos estaban para ayudarlo. Se quedaban con el abuelo por turnos, pero cuando la ciudad comenzó a restringir el tránsito decidieron quedarse de planta con el abuelo. Quizá esto fue lo que verdaderamente propició la tragedia. Fue el abuelo el que se dio cuenta de que no había luz, les gritó desde su cuarto que por favor hicieran algo, que la única manera de distraerse era viendo el televisor y el teléfono celular. Los nietos no recordaban a quién le tocaba pagar el recibo, les dio vergüenza decirle al abuelo que lo habían olvidado y prefirieron decirle que era un corte de luz momentáneo en toda la ciudad debido a que los obreros de la planta han disminuido los días laborales. El abuelo se tomó con mayor seriedad la pandemia y solicitó con resignación que le trajeran una pila de libros de su biblioteca, en adelante sólo se dedicaría a leer y se olvidaría del mundo.
Uno de ellos, no se sabe con exactitud quién, mencionó que era preferible que el abuelo no tuviera luz en su cuarto: “Si no lo mata el Covid, lo matará la ansiedad y el estrés de enterarse de tan malas noticias”. Una vez que volvió la luz, los nietos se las arreglaron para que el cuarto del abuelo no tuviera energía, esto fue, indudablemente, el principio de su desgracia. Así se fueron las semanas y los meses, el abuelo sólo pedía libros y preguntaba si la familia se encontraba bien, a lo cual respondían que todos estaban bien y que la pandemia iba para largo. Fue quizás la crisis económica que había afectado a los tres nietos la que los orilló a vender uno de los inmuebles del abuelo: “Cuando termine todo esto él lo comprenderá, le explicaremos que la pandemia nos ha dejado en la miseria y que era la única manera de salir adelante, por su bien y el de toda la familia”. La venta de los inmuebles fue quizá el principio de todos los males que padecería el abuelo. Habían acordado mantener encerrado al abuelo durante esos años, ya se había acostumbrado a estar recluido y se conformaba con sus libros, con saber que sus nietos seguían vivos y que nadie de la familia había enfermado: “Sería una gran ironía que si el Covid no lo había matado lo mate ahora el susto de saber que ha perdido sus bienes, su negocio y que su propia casa está hipotecada”. Algunas ocasiones el abuelo desesperaba y padecía accesos de claustrofobia, arrebatado salía a asomarse a las habitaciones y gracias a las guardias que los nietos hacían afuera de su cuarto, al centinela en turno le tocaba calmarlo y devolverlo a su confinamiento. Para que no volviera a hacerlo, no se sabe quién de ellos sugirió que “Es mejor decirle que uno de nosotros ha caído enfermo y que está recluido en el cuarto contiguo, podría ser que la casa entera esté contaminada y que ni se le ocurra asomarse”. Muy posiblemente esto fue el inicio de todos sus males. Se cumplían ya tres años y por primera vez se preguntaron si debían dejar salir al abuelo, esos ataques de tos que lo ahogaban por las noches y los vómitos de sangre que él les describía del otro lado de la puerta los hacía pensar que el abuelo necesitaba ver a un médico, sin embargo “Su salud peligra aún más si sale y se entera de la verdad”. Para evitar que saliera de la habitación y luego intentara traspasar la puerta de la casa, uno de ellos lo encerró bajo llave. No se sabe quién lo propuso, pero con certeza esta fue la decisión que desencadenó su desgracia.