Totó

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Totó

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M. B. Brozon

Ilustraciones de Carlos Beltrán



Totó M. B. Brozon Ilustraciones de Carlos Beltrán


Brozon, Mónica B. Totó / Mónica B. Brozon ; ilus. de Carlos Beltrán Brozon. – México : SM, 2019 56 p. : il. ; 19 x 12 cm. – (El Barco de Vapor. Azul ; 68 M) ISBN: 978-607-24-3600-8 1. Autoestima – Novela infantil. 2. Aceptación social – Literatura infantil. I. Beltrán Brozon, Carlos, il. II. t. III. Ser. Dewey 863 B76

Texto D. R. © Mónica Beltrán Brozon, 2019 Ilustraciones D. R. © Carlos Andrés Beltrán Brozon, 2019 Dirección de Literatura Infantil y Juvenil: Ana María Echevarría Gerencia de Literatura Infantil y Juvenil: Irma Ibarra Bolaños Coordinación editorial: Mónica Romero Girón Edición: Eliana Patricia Pasarán Padilla Diagramación: José Ramón Gálvez Pérez Primera edición: 2019 D. R. © SM de Ediciones, S. A. de C. V., 2019 Magdalena 211, Colonia del Valle, 03100, Ciudad de México Tel.: 55 1087 8400 www.ediciones-sm.com.mx ISBN: 978-607-24-3600-8 ISBN: 978-968-779-176-0 de la colección El Barco de Vapor Miembro de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana. Registro número 2830 Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, o la transmisión por cualquier forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. La marca SM® es propiedad de Fundación Santa María, licenciada a favor de SM de Ediciones, S. A. de C. V. La marca El Barco de Vapor® es propiedad de Fundación Santa María. Prohibida su reproducción total o parcial. Impreso en México / Printed in Mexico


Pa: estamos seguros de que ver este libro te habrĂ­a hecho muy feliz MyC



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Totó estaba nervioso. Esa noche, al fin, era su gran debut. Había estudiado y practicado por muchos años. Y, claro, se había puesto su mejor y más vistoso traje. Totó era el heredero de una larga tradición de excelentes payasos. Su padre lo era, su abuelo también y su tatarabuelo y el papá de éste fueron payasos reconocidos en la ciudad y en las ciudades vecinas. Muchas veces Totó imaginó al primero de sus antepa­ sados, allá en la prehistoria, haciendo malabares con armadillos y metiendo su cabeza en la mandíbula de un tiranosaurio, aunque de esto no había ningún testimonio. Antes de entrar al escenario, escuchó los gritos del público que lo esperaba ansioso, y ráfagas de nervios hacían temblar su colorido 7



cuerpo. Tuvo ensayos toda la semana frente a su papá, abuelo y bisabuelo, quienes rieron muchísimo en cada uno de ellos. Los nervios no lo abandonaban, aunque estaba seguro de que todo saldría bien. Así se lo confirmaban las caricias tranquilizadoras de Dolores, su igua­na, que era parte de uno de sus números y que, qui­ zá, desde su escondite en el sombrero, percibía su ansiedad. Cuando Totó escuchó que Filomeno, el pre­ sentador, gritaba: “¡Y ahora con ustedeeeees, en su primera presentación en público, el payaso Totóóóó!”, sintió que el temblor atacaba sus rodillas. Dio unos pasitos hacia donde estaban las luces, hasta que quedó en el centro del esce­ nario. Miró las caras de los niños que coreaban su nombre por todos lados. Había tantos… Eran muchos, muchos niños. El temblor de sus ro­ dillas aumentó, desde ahí viajó hacia el resto de su cuerpo y, cuando llegó a su cabeza, Totó sintió que sus piernas ya no podían sostenerlo. Luego todo se puso negro y ya no recordó nada más. —¡Totó, muchacho! —fue lo siguiente que es­cuchó. Abrió los ojos y vio la lámpara del techo 9


de su camerino. Su abuelo y su bisabuelo lo mi­raban con preocupación, mientras Dolores le daba suaves golpes en la cabeza con una de sus patitas. —¿Qué pasó? —preguntó con un hilito de voz. —Eso quisiéramos saber — replicó su abuelo.


Totó se incorporó, aún con un temblorcillo en los hombros. No supo qué contestar, pues no tenía idea de qué había ocurrido un momen­ to antes en el escenario, donde ahora estaba su papá, supliéndolo en el acto que debería haber sido suyo. A la mañana siguiente Totó volvió a ensayar su rutina. Todo marchó perfectamente, como siempre en los ensayos, pero cuando esa noche intentó salir de nuevo al escenario, los nervios, los temblores y el desmayo se repitieron igual que la ocasión anterior. Y así, dos intentos más. El público empezaba a pensar que era parte de un acto que en realidad no daba risa. —Pues sí, es muy bueno cuando lo hace frente a nosotros —escuchó Totó decir a su abuelo cuando despertaba de su nuevo des­ mayo—, pero un payaso se debe a su público, no a sus parientes. —Pánico escénico —dijo su bisabuelo—. Es cosa muy complicada. Entonces le hicieron una cita a Totó con un médico de los que se meten en los pensamientos de las personas para ver qué anda mal por ahí. 11


Totó esperaba encontrarse con un señor mayor de barbita y anteojos. Falló en casi todo: lo recibió una doctora muy joven que no tenía barbita, pero sí anteojos. Unos amarillos, muy bonitos. Le hizo algunas preguntas a Totó y luego lo dejó hablar. Y hablar y hablar. Hasta que llegó a un recuerdo muy lejano: Totó era un bebé que aún no podía ni caminar. Aquella vez acompañó a su papá a una presen­ tación en una fiesta infantil. Aunque no esta­ría presente en el acto, su papá lo maquilló en toda forma. Llegaron a la fiesta y, mientras su papá se preparaba, lo dejó en su sillita de bebé. —Entonces los vi —le contó Totó a la doctora y sintió cómo ese recuerdo hizo que su cora­ zón empezara a latir tan fuerte como cuando Filomeno, el presentador, lo llamó al escena­ rio—. Eran muchos. Me rodearon. ¡No me dejaban respirar! Todos querían sobarme la cabeza. Una de ellas me jaló los cachetes, y otro, las orejas; ¡pensé que me los querían arrancar! Uno me hizo cosquillas en la panza y otro me jalaba el pelo haciéndome unos rizos. Yo era un bebé, no podía hablar, pero lloraba a gritos 12



para que mi papá viniera a rescatarme. Pero… no venía. Y todos aquellos estaban encima de mí hablando con unas vocecitas como si ellos mismos fueran bebés. La voz de Totó se quebró y unas lagrimitas corrieron ligeramente la pintura de su cara. La doctora lo miró con los ojos un poco en­ cogidos y se sobó la barbilla; tras un pequeño silencio, afirmó: —Usted fue víctima de un síndrome sin­ copal súbito ocasionado por fobia parvular. SSSOFOPA, por sus siglas. Totó, a cada palabra, iba abriendo los ojos y tragando saliva. Eso sonaba poco más que gravísimo. —Ooooh… No sé qué es eso, pero supongo que debo ir preparando mi testamento —dijo Totó al borde de las lágrimas. —No, no en realidad. Ese es el nombre largo y rimbombante de un simple caso de pedofobia. —Tengo… ¿miedo a los gases? —¡No, no! Miedo a los niños. Esto como consecuencia del trago amargo que pasó en su infancia. 14


—Ooooh… Eso ya no suena tan grave, pero sí lo es para un trabajo como el mío —exclamó Totó — ¿Existe alguna medicina para eso? —No exactamente. Pero usted venga cada semana a hablar conmigo, verá que poco a poco encontraremos la manera de curarlo.

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7+

Totó pertenece a una familia de payasos que desde muchas generaciones atrás ha hecho reír a niños, y él quiere seguir con esta tradición. Sin embargo, Totó tiene un gran problema, ¡le tiene miedo a los niños! Mientras supera esta fobia deberá ejercer otros oficios, pero su talento como payaso no lo podrá ocultar, lo que le causa algunos conflictos. Un día conoce a un niño, que como él, le tiene miedo a otros niños y juntos emprenden el camino para vencer sus temores.

Una historia en donde con gran sentido del humor se combate el miedo y se encuentra la valentía.


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